Hola... jeje, pués heme aquí una vez más intentando contarles una historia, una historia de esos personajes que tanto nos gustan. Una vez más quiero hacer la aclaración pertinente de que los nombres del universo de SS no son propiedad mía sino de Masami Kurumada, Toei, Shingo Araki y demás personas envueltas en esta gran historia, a excepción, de aquellos personajes que yo haya creado para contar esta historia, la cual, hago sin ningún afán de lucro sino por pura diversión y placer... ahora les presento mi segunda Crónica Zodiacal...

Tema de Entrada: Soldier Dream

Tema de Fondo recomendado: For the Lovely Earth

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CRÓNICAS ZODIACALES: TAURO: HONOR

LÁGRIMAS SANTAS[/b]

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CAPÍTULO 1: PUNDONOR[/b]

Existe en la Tierra cientos de evidencias de que nuestro planeta es uno con el sistema cósmico, sitios donde cayeran grandes meteoros, algunos que persisten y que son exhibidos de manera orgullosa por aquellos países que tienen parte de estos pedazos, cráteres enormes que son huella fiel del paso de los cuerpos celestes sobre esta. Si, La Tierra y sus habitantes sentimos que las estrellas son tan lejanas, cuando tenemos evidencias de su paso mucho más cercanas. Se cuenta que el Valle de Go Roo Hau (5 Antiguas Montañas) tiene un origen divino en su formación. Que fué el propio Cielo el que determinó que en dicho sitio exista una cascada la cual se alimenta del torrente de luz de estrellas que genera la eterna cascada que baña la escarpada cuesta.

Lushán, en específico, es el pico que guarda más secretos dentro de esta misteriosa región china. Allí, enfrente de la cascada perenne, se sienta, impasible e imponente como el mismo tiempo, un viejo guardián cuya fama es grande y su sabiduría es como el viento, suave al acariciar e implacable en su juicio.

Guardando desde este lugar poderoso el sello de Atenea a un antiguo mal, Tong-Hu, también conocido como Dohko, cumple con una misión impuesta por el llamado de su diosa, la guardiana de la sabiduría universal y de la compasión, Atenea.

Pero su aspecto frágil y marchito no revela de ninguna manera el poder tremendo que este ser guarda, ya que en los tres niveles de poder dicho hombre sobrepasa las expectativas de quien no lo conoce, el cuerpo y el espíritu del anciano son poderosos al igual que la mente, tan poderosa como para poder realizar, a un mismo tiempo, su misión de vigilancia y un llamado de cosmo a otro poderoso ser. Meditando profundamente, Dohko conversa desde su espíritu con otro valiente Santo, a muchos, muchísimos kilómetros de allí.

***

Es un misterio para el mundo, guardado por el poder de una diosa, y escondido para los ojos del mundo, el Santuario de Atenea en Grecia es una maravilla arquitectónica e histórica impenetrable. Pero si se le llegara a preguntar a cualquiera de sus habitantes el verdadero valor de este lugar maravilloso, la respuesta sería unánime: la Santidad.

Pués no es el Santuario de Atenea únicamente, un sitio donde se guardan secretos y tesoros invaluables de la humanidad, sino el sitio donde habitan la única defensa del mundo ante los recurrentes juegos divinos. Atenea ha descendido nuevamente a La Tierra, y sus Santos la rodean.

La polis guarda un diseño poco común, con una imponente Torre que sirve como reloj en tiempos de crisis llamado Meridia, el Coliseo clásico donde grandes encuentros se han realizado en busca del honor y de la misión que muchos sienten han nacido para llevar a cabo, pero lo heterodoxo del sitio llega a tener un cierto sentido para el buen observador (y sobre todo para sus habitantes) pués no es dificil adivinar qué lugares son los considerados el alma de dicho lugar.

Una tras otra, las Casas de los 12 Signos del Zodíaco guardan celosas el ascenso que lleva al Guerrero honorable a alcanzar el templo de la Diosa, que es una a la vez, causa y propósito, de la existencia de tan prodigioso lugar. Y dentro de ellas, habitan, desde tiempos inmemoriales, aquellos Santos investidos con el grado máximo dentro de la órden de Atenea: Los XII Santos Dorados.

Todas se suceden en un camino escarpado: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Sagitario, Escorpión, Capricornio, Acuario y Piscis.

Nombres mágicos y místicos a cuya mención nuestras mentes evocan conceptos de luz y sombra, de buenos y malos augurios. Los Signos del Zodiaco son para muchos, los determinantes de las conductas y destinos de dioses, hombres y hasta naciones... para muchos no resultaría tan descabellado pensar, que esos guerreros celosos guardianes de la diosa, tienen el poder definir el destino de, en efecto, dioses, hombres y hasta naciones...

Tras la larga batalla entablada no hace mucho en el Santuario por 5 jóvenes Santos de Bronce por reinstaurar el Órden Divino en el Santuario tras la revolución de uno de estos Santos, algunas Casas, han quedado vacías y en espera de un nuevo guardián y portador de las sagradas Armaduras que llamen a estos palacios su hogar.

Éste no es el caso de la Primera Casa: la de Aries, en donde un poderoso cosmo, de otro no menos poderoso Santo, conversa con la lejana energía proveniente del Este. El Carnero Dorado, Mú de Aries, charla con el Santo Dorado de Libra: Dohko.

Penetrando en la Primera Casa, tras caminar por pasillos y elegantes y espaciosas salas, se puede casi sentir la emanación de una benévola energía a la que estos valientes guerreros llaman con respeto: Cosmo. En una de las cámaras laterales del templo, reposa en meditación el jóven Mú, para muchos, el líder innegable de los Santos Dorados restantes en el Santuario. Su actitud y su rostro no traicionan a su mente, pero las noticias que está a punto de recibir y de dar, son en verdad un motivo de angustia en su espíritu.

"Jóven Mú, el tiempo que tanto hemos temido está por llegar." Dice la voz del anciano venerado. "El sello de Atenea impuesto a los Espectros es cada día más débil, en verdad debemos estar más atentos que nunca."

"¡Maestro! ¿No es posible detener esta guerra antes de que inicie?" Pregunta Mú con la frágil llama de la esperanza parpadeando como la llama de una vela ante una súbita ráfaga de viento.

"No" responde Dohko con pesadumbre evidente. "No está dentro de nuestro alcance el poder de detener lo inevitable, jóven Mú. Nuestra misión como Santos es esta, y la razón de nuestro ser ha dependido de un detalle tan espantoso como este. Es cierto, los dioses y el destino son inminentes."

Mú recibe las noticias sintiendo un velo caer sobre su alma. La batalla final. La confraglación con el dios de los muertos: Hades. Tantas veces escuchó y pensó acerca de esto, tantas veces lo vió tan lejano, que siendo ahora mismo el momento previo a tan terrible conflicto se antojaba irreal, un mal sueño.

"Nuestra Señora Atenea sabe de esto." Afirma el Carnero Dorado con decisión. "Ha ordenado una serie de movimientos para muchos incomprensibles, sin embargo, reconozco su compasión y su amor por sus fieles..." y bajando la cabeza, Mú recuenta a los exiliados. "Ya las Tropas de Asalto del Santuario se han retirado. En la cercana Villa de Atene* quedan algunos Santos de Bronce y las Amazonas de Plata, la diosa está moviendo las piezas para el juego final."

"¡Mú!" exclama Dohko con autoridad. "Esto no es un juego, mi querido amigo." El tono de Dohko hacia Mú parece más al de un padre llamando la atención suavemente a su hijo.

Con pena Mú responde.

"Le ofrezco una disculpa, Maestro." Dice de manera sincera el joven de cabello púrpura. "No pude evitar hacer esa observación, a veces, mi naturaleza no me ayuda a afrontar este destino que me parece en ocasiones... tan absurdo."

Dohko, bañado por la luz de estrellas que son origen y final del curso de la Cascada de Rozan, baja la cabeza al escuchar la disculpa del valiente guerrero.

"Los pensamientos de los dioses, no son los pensamientos del hombre, amigo mío, he allí nuestra diferencia... lo que para ellos podría resultar un juego, en nosotros exige un valor extraordinario que nos eleva más allá de su propia condición, ser un dios no es fácil, a mi modo de ver, pero ser humano es una tarea que los dioses jamás podrán comprender en su totalidad por lo difícil que resulta ser eso... al menos, no todos los dioses." Reconsidera con tiempo el Guerrero de Libra evocando a la bella Atenea.

Mú no pudo por menos evitar sonreir, pensando en Shaka. Ese Santo llamado el más cercano a ser un dios, tan poderoso, tan inmutable, pero a la vez tan terrible y tan lejano... ¿acaso ser dios implica el aislamiento? Como volviendo de un pensamiento irrelevante, el jóven sacude su cabeza haciendo a un lado la imágen del Santo de Virgo.

"¿Qué hay de Shiryu?" preguntó Mú en un arranque de simpatía, el jóven santo del Dragón, era un hombre que despertaba la simpatía del valiente guerrero Ariano.

"Triste." Respondió Dohko con un suspiro. "Mi alumno perdió la vista en su lucha contra Poseidón, pero ahora que su tarea ha terminado, encontrará en su compañera el camino y la tranquilidad para poder sobrellevar la pérdida que está a punto de enfrentar." Dohko presentía lo cruel de la guerra venidera, y con conciencia, pensaba en su propia muerte. "Pero al menos, sé que la tristeza cambiará por resignación, pués el más que nadie puede comprender las razones que me llevarán a irme de su lado para siempre."

Mú sintió que su estómago daba un vuelco. ¿Podría ser verdad? ¿Acaso esta batalla sería la última que librarían los Santos Dorados de Atenea?

"Pero dime, jóven Mú..." prosiguió Dohko interrumpiendo los pensamientos del jóven Carnero. "¿Cómo se encuentran nuestras fuerzas? ¿Su espíritu está tan bajo como el tuyo acaso?"

Tomado por sorpresa, Mú respondió de manera inmediata.

"¡Maestro! Estoy listo para enfrentar lo que venga, le aseguro que este estado mío será pasajero."

La pena era evidente, Mú era un Santo Dorado, esta clase de emociones estaban prohibidas para él.

"No, mi joven amigo..." replicó el anciano respondiendo al pensamiento de vergüenza del Santo Dorado de Aries. "Serías un tonto al no temer a lo que venga, pués es necesario el miedo para que el valor se alimente."

Mú se sonrojó.

"Sé que llegado el momento, tú temor se tornará en valor y que defenderás a este mundo como está escrito en las estrellas desde el inicio de los tiempos."

"¡Gracias, Maestro!" respondió aliviado Mú, el cosmo y la seguridad de las palabras del anciano lo llenaron de confianza y ubicaron en su mente el propósito último, la causa justa y santa, perdida en el caos de su búsqueda.

"A veces..." prosigue el Maestro. "... Buscamos con tanto ahínco el propósito de nuestras vidas, que es fácil pasar por alto lo más evidente. En ocasiones, podemos pasar por la vida sin encontrarlo jamás, y en otras, las circunstancias son tan claras, que lo ponen enfrente de nosotros y nos atropella sin que podamos hacer nada por evitarlo."

Dohko estaba triste también. No por él, no en verdad. Sino por los sacrificios de jóvenes vidas que indudablemente vendrían. El era un sobreviviente de la última guerra contra Hades. Era testigo vivo de lo cruel de las tropas de dicho dios, de lo inmesurablemente dañinas que podían ser. ¿Cómo podía en ocasiones inculcar serenidad en los jóvenes, cuando por momentos, su mente y su cosmo experimentaban justamente las mismas sensaciones que los de ellos?

Se guardó un estremecimiento al recordar la sensación de pérdida tras la última Guerra Sagrada. Recordó a los antiguos Santos Dorados, de los cuáles, era él el único superviviente.

"Atenea ya reposa en su Palacio, Maestro, y mis compañeros, los Santos Dorados, aguardan sus palabras aún, todavía no se pueden explicar por qué les impidió salir en ayuda de Seiya y los demás en su lucha contra Poseidón." Interrumpió ahora Mú a Dohko tras el silencio que se hubiera extendido. "Todos están listos, todos a excepción de Aldebarán, me temo."

Dohko frunció el ceño.

"Es verdad, su cosmo no tiene el fulgor de otros tiempos, siento pesar en su ser."

"Así es, Maestro." Respondió Mú. "Su derrota ante los Dioses Guerreros ha sido algo que quebró su espíritu de lucha, mucho me temo que siente que ha perdido el rumbo."

No hubo respuesta de parte del viejo Maestro. Tanto, que Mú por un momento, creyó que hubiera desaparecido.

"¿Maestro?" preguntó Mú preocupado. "¿Sigue allí?"

"Si, mi joven amigo." Respondió Dohko tras unos segundos. "Meditaba" Y con autoridad agregó. "Tengo un favor que pedirte."

"Ordene, Maestro." Dijo presto el jóven de cabellos morados.

"Visita a Aldebarán, conversa con él y trata de animarle, y no te sorprendas por lo que pueda venir."

"¿Por lo que pueda venir?" preguntó Mú intrigado. "¿Qué pasará?"

Pero no hubo respuesta. Dohko no estaba más allí con él. El cosmo suave y cálido del viejo Santo de Libra había dejado el Templo del Carnero, dejando a Mú con preguntas en su mente.

Mú se puso de pie y abandonó su recámara. Por un pasillo llegó hasta una nave central en donde varios artículos de trabajo eran notables, la Caja de Pandora de la Armadura Sagrada de Aries reposaba sobre un pilar pequeño. Arriba, en una pequeña plataforma que resaltaba sobre la pared, una estatua de Atenea coronaba la estancia central.

"Mi señora..." dijo Mú arrodillándose ante la imágen sagrada. "Te suplico que me otorgues el don de la palabra, que pueda encender con ella el corazón de tú Santo, Aldebarán."

Tras esto guardó silencio recordando a sus muertos. Su maestro Shión, Shura, Camus...

"Mis amigos..." dijo lamentándose el Carnero Dorado. "¡Cuánto brillo se ha ido desde su partida! ¡Cuántas sonrisas y buenos momentos! Les pido que me acompañen, que me cubran con su luz y con su inspiración para reavivar la llama de uno de nosotros que necesita de nuestra amistad."

Levantándose tras su plegaria, Mú armonizó su cosmo con el de su Armadura. En un llamado misterioso y prodigioso, una luz sagrada bañó a todo el Templo y su interior, un viento poderoso, pero a la vez gentil, surgió de dentro de la caja, e imponente, la Armadura Sagrada de Aries cubrió el cuerpo de su legítimo dueño.

Investido de su armadura, Mú emprendió con paso seguro su caminar hacia la siguiente casa, la casa de Tauro. Transfigurado por la Armadura, ahora Mú irradiaba poder y seguridad. No podía evitarlo. No le gustaba pensar en la inevitable batalla que se acercaba, pero al estar cubierto por su armadura, cualquier duda o zozobra le abandonaban... ¡esta era su vida! ¡Este era su deber!

No tardó mucho en llegar hasta el Templo de Tauro. El Ala Central resaltada estuvo al alcance de Mú el cual no pudo por menos volver su mirada hacia la planicie que se dominaba desde esa altura.

Sin las Tropas de Asalto y los nuevos aprendices de Caballero, el Santuario parecía una sombra de lo vibrante que usualmente era, parecía que incluso esa ciudadela contenía la respiración antes de recibir una mala noticia. Mú bajó la mirada y entró a la Casa de Tauro, agradeciendo que al menos, hubiera tenido el tiempo suficiente para poner a Kiki en un lugar a salvo.

Lo que Mú encontró dentro del Templo del Toro no fué muy diferente a lo que había visto fuera de ella.

"¿Aldebarán?" preguntó Mú introduciéndose con paso cauteloso. "¿Estás aquí amigo?"

El eco de su voz fué la única respuesta que el jóven santo de Aries recibiera. Intentó encontrar con su cosmo a el poderoso guerrero que guardara dicho templo, pero fué inútil. Mú decidió seguir adelante. Sus poderosos sentidos lograron ayudarle a encontrar un camino que, para un hombre común, habría resultado un verdadero laberinto.

La Casa de Tauro en su interior, contenía en apariencia, una innumerable cantidad de habitaciones que se sucedían unas tras otras con un aparente desórden. Pero Mú siguió adelante, sin dudar por un instante. Notó con asombro que las velas del interior no habían sido encendidas en mucho tiempo, pués todas ellas estaban prácticamente nuevas y no habían tampoco las huellas de la cera al caer.

Mú pensó alarmado.

"¡Amigo!" el Santo de Aries sabía que lo que estaba viendo no era sino el reflejo del abandono que Aldebarán estaba teniendo hacia sí mismo. Y el remordimiento carcomió al Santo de Aries. "Perdóname por no estar aquí contigo." Dijo disculpándose con pesar.

Finalmente encontró un estrecho pasillo que lo condujo entre anchas columnas adosadas a una casi invisible puerta... ¡la habitación de Aldebarán! Llegó hasta el marco sin puerta y observó ansiosamente su interior.

La Caja Dorada de Tauro estaba allí, empolvada. Un ícono de Atenea como cabecera de la habitación... pero nada más veía de entrada, sin embargo, la presencia de su amigo estaba allí.

"¿Aldebarán?" preguntó al fin Mú al distinguir la figura musculosa que reposaba sobre su cama.

"Si." Respondió la voz pausada del Santo Dorado de Tauro al llamado de Mú. "Aquí estoy, Mú, pasa por favor."

Aldebarán levantándose se acercó hasta un candelabro y con un chasquido de sus dedos encendió las velas que iluminaron la penumbra de la habitación.

Mú contuvo su asombro al ver el estado del, usualmente, jovial, Santo de Tauro.

Con sus 210 centímetros de altura, Aldebarán no podía menos que tener una presencia imponente, pero su cara mostraba un abandono similar al visto en todo el Templo. Barba medianamente crecida y una mirada sin brillo fué lo que Mú encontró delante de él.

"¡Aldebarán!" exclamó finalmente Mú.

Una sonrisa amarga se dibujó en el rostro del Santo de Tauro sabiendo muy bien la causa de la exclamación de Mú.

"Disculpame por favor, francamente no esperaba tú visita." Y acercando una silla rústica de madera ofreció asiento al Santo de Aries. "Pero pasa por favor, no te quedes allí mirando mi lamentable estado."

Mú reaccionó de inmediato, y recobrando su compostura dió un paso adelante poniendo su mano en el hombro de su amigo.

"¿Qué pasa contigo?" preguntó Mú con tono preocupado. "¿Por qué estás así?" Mú conocía la respuesta, o al menos, la intuía. Las razones de su estado las había ya expuesto al Viejo Maestro, pero Aldebarán era reservado, no admitía fácilmente ese tipo de sentimientos.

"¿Por qué haces preguntas de las cuáles ya conoces la respuesta, Mú?" preguntó Aldebarán en un inusual tono sarcástico. "¿Quieres que mi humillación sea completa?"

El Carnero Dorado se sintió desarmado ante esta pregunta, era evidente que tenía frente de sí a un diferente Santo de Tauro.

"¡De ninguna manera!" exclamó sin pensarlo. "Y te ofrezco mis más sinceras disculpas si creés que una mala intención me llevó a preguntarte eso..."

Aldebarán rompió el silencio que siguió a esa disculpa con una risa dolorosa, una risa que se volvió carcajadas llenas de amargura, de desesperación y soledad. Sentándose mientras seguía con su risa caótica, algunas lágrimas aparecieron en sus ojos, ardientes, humillantes. Mú contuvo sus ganas de socorrer a su amigo, más no queriendo hacer sentir más humillado al gigante sólo acertó a ponerse de pie al tiempo que se volvía hacia el ícono de Atenea, dando a un tiempo, la espalda al gigante Santo.

Esto no pasó desapercibido por el imponente Aldebarán que interrumpió su risa ante la reacción de su amigo.

"No, Mú." Dijo finalmente tras secar sus lágrimas. "Yo soy el que te ofrece una disculpa, te conozco muy bien para saber de antemano que no perseguías una segunda intención al preguntarme eso." Y levantándose se puso frente a Mú. Ambos guerreros se vieron. Mú con una mirada profunda y preocupada. Aldebarán correspondiéndole con una mirada de agradecimiento y pena. "Siéntate, por favor."

Mú tomó una vez más asiento, mientras Aldebarán se sentaba en su cama. Ambos hombres se vieron de frente finalmente, mientras Mú esperaba que el otro hablara.

"Tengo miedo." Dijo finalmente Aldebarán. "Mucho miedo."

Mú abrió los ojos con asombro. Directo. Sin rodeos, el Santo del Toro expuso sus sentimientos y su alma a él.

"¡Aldebarán!" pensó para sí Mú. "¡Cuánto dolor descubro detrás de tú voz, cuánta desesperanza!"

Aldebarán había bajado la cabeza, sintiendo su honor terminado finalmente frente a Mú al haber declarado lo que sentía su espíritu. Mú sabía que debía hablar, el Maestro le pidió que no se sorprendiera de lo que viniera... ¿pero cómo puede nadie prepararse para ser sorprendido?

"¿De qué?" respondió el jóven Santo Dorado de Aries articulando palabras al fin.

"De esta verdad, de esta verdad en la que me he convertido." Respondió Aldebarán viendo a su alrededor. "Del fracaso, de mi inutilidad..." Una vez más las lágrimas amenazaron con llegar, pero haciendo un acopio de fuerza y dignidad, Aldebarán interrumpió su salida. "Creo que no soy digno de ser un Santo de Atenea..."

Mú examinó al gigante evitando que la piedad lo invadiera... ¡hacerlo no sería digno de su amistad!

"Aldebarán..." habló finalmente pasando saliva. "No digas eso." Con ánimo verdadero, Mú pronunció las siguientes palabras. "Tú eres un gran Santo de Atenea, un digno representante de todos nosotros y del poder de ella."

Aldebarán escuchó esas palabras que le sonaban huecas y sin sustancia, cuestionando en su mente lo sinceras que podían ser, o si simplemente eran un formalismo. ¿Quéria escuchar eso y por eso había dicho lo que había dicho acaso? ¿A eso se había reducido? Sus manos se cerraron en puños queriendo ahogar un sentimiento de pena que lo comenzaba a envolver contra su voluntad.

"Tú estás hablando de un Aldebarán que no es más." Dijo finalmente con vergüenza. "Yo no soy ese Santo al que te refieres, Mú. Solamente un triste recuerdo de lo que alguna vez fuera." Volviéndose hacia la Caja de Pandora de la Armadura de Tauro, el jóven gigante la analizó con nostalgia. Aldebarán prosiguió. "Fuí incapaz de vencer a los Dioses Guerreros de Asgard que invadieron el Santuario."

Cyd, Dios Guerrero de Myzar y Bud, Dios Guerrero de Alcor, fueron la avanzada de Asgard en su guerra contra el Santuario de Grecia, derrotando de manera humillante al Santo Dorado de Tauro, mientras que Mú se ausentara reparando su Armadura Sagrada de Aries en Jamir.

"Pero Aldebarán, no digas eso." Respondió el joven de cabellos morados. "¡Fuiste atacado a traición!" Prosiguió. "Lo que te pasó le hubiera ocurrido a cualquiera de nosotros!"

Aldebarán miró hacia Mú una vez más cuestionando sus palabras.

"Mú, no digas eso." Dijo con esa sonrisa irónica. "Eso no les hubiera ocurrido a ustedes... ¡los propios Santos de Bronce pudieron ver venir eso!"

Mú se levantó con un poco de fastidio, la actitud derrotista de Aldebarán y su ironía era algo que el no estaba acostumbrado a enfrentar.

"¡Eso no es verdad!" dijo con resolución. "La pelea de Seiya y los otros fué dura, pero la traición de Bud fué descubierta por Ikki y por otros... sin su intervención, Shun hubiese muerto de manera irremediable."

¿Por qué? ¿Por qué Aldebarán se empeñaba en juzgarse de tal manera?

"No puedo aceptar tus razones, amigo mío." Prosiguió Mú. "Ni puedo creer que digas que no eres digno Santo de Atenea... ¡tú, que me enseñaste a levantarme cuando caía!"

Ahora era Mú el que sentía que las lágrimas hacían arder sus ojos. Su cara se sonrojó ante el enojo que le causaba ver a su amigo así.

"¡No te juzgues de manera tan cruel a tí mismo, Aldebarán! Levántate y pelea."

Aldebarán observó a Mú sintiendo el enojo de su amigo. Pero el enojo de este llegaba en un mal momento, no era lo que él necesitaba ver en estos momentos.

"Lamento mucho desesperarte, Mú." Dijo finalmente el Santo Dorado de Tauro. "No quisiera que antes de irte me vieras de ese modo..." y acercándose a Mú, Aldebarán le ofreció su mano con una sonrisa diciéndole. "Pase lo que pase, siempre seremos amigos, ¿no es así?."

Mú observó la mano de Aldebarán y la estrechó dejando atrás su enojo.

"Claro, Aldebarán, tú y yo siempre seremos amigos."

Un presentimiento terrible acompañó a este acto, un desasosiego en Mú que no podía explicar, pero que le hacía pensar que esto era más bien una despedida.

"Te juro algo, Mú." Dijo Aldebarán observando al joven Santo de Aries. "Mi partida será honorable."

"¿Qué dices?" preguntó Mú a Aldebarán desconcertado.

"Necesito descansar ahora, Mú." Dijo Aldebarán observando a Mú. "Pensaré en lo que me has dicho, eres tan transparente como siempre amigo... ¿se acerca el momento, verdad?"

Mú supo entonces que Aldebarán intuía la llegada de Hades una vez más y recordó las palabras del Viejo Maestro, acerca del miedo y del valor.

"Sí" respondió Mú finalmente. "Así es, Aldebarán. La hora en que Atenea te necesita se acerca... la hora en que [i]todos[/i] te necesitamos."

Aldebarán observó a Mú y le sonrió.

"No seré yo un estorbo para ustedes, Mú." Fué lo único que dijo finalmente.

El jóven Santo de Aries supo que debía irse ya. Miró a Aldebarán con duda y finalmente salió.

Aldebarán observó al Santo de Aries alejarse y con su cosmo se aseguró de su salida del Templo.

Se volvió hacia el ícono de Atenea y la miró con desesperación.

"Pero mi diosa... ¡no soy digno guardián tuyo!" dijo finalmente. "No he estado a la altura de las circunstancias... ¿cómo podría serte útil ahora?"

Mirando hacia la Caja Dorada la humillación se hizo más patente.

"¿Cómo podría serte útil ahora que ni siquiera la Armadura de Tauro me quiere cubrir?"

No hubo respuestas, ninguna de ellas que buscaba el alma de Aldebarán en su angustia.

"Creo que no tengo más utilidad para seguir aquí... sin tú favor, sin la confianza no tengo más razón para continuar." Y viendo hacia el ícono prosiguió. "No puedo soportar el peso del fracaso... ¡no puedo!" Al pronunciar estas palabras, Aldebarán azotó sus manos en sus costados.

Nunca la amplitud del Templo de Tauro pareció más fría y más impersonal. Antes de la invasión de Asgard y de la guerra contra Poseidón, Atenea había respondido a sus súplicas concediéndole una promesa a Aldebarán que lo llenó de confianza. Pero al pasar del tiempo, las dudas que surgieran tras su derrota fué algo que comenzó a llenar de desesperanza el cosmo del valiente y jóven guerrero.

"¿Por qué?" preguntó Aldebarán al fin. "Discúlpame, Señora, pero hoy no puedo soportar esta situación..."

Aldebarán vió hacia el ícono buscando respuestas, y las palabras de Mú acudieron a sus recuerdos.

[i]"No puedo aceptar tus razones, amigo mío. Ni puedo creer que digas que no eres digno Santo de Atenea... ¡tú, que me enseñaste a levantarme cuando caía!"[/i]

"¿Es esto... un mensaje?" se preguntó Aldebarán al recordar el pasado, aferrándose a la posibilidad de estar recibiendo un consuelo. "¿Es esto algo que me quieres decir, Señora?"

Y a la mente de Aldebarán acudieron los recuerdos, los recuerdos de su llegada al Santuario de Atenea en Grecia y a las circunstancias que rodearan su primer encuentro con Mú...

[i]Continúa...[/i]

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Tema final: Blue Dream instrumental

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[b]Atene[/b]: Nombre de la villa que en el mito griego, la diosa Atenea protegía antes de mover su residencia a la poderosa ciudad de Atenas. En mi fan fiction Huérfanos de la Diosa, la menciono por primera vez... si no lo han leído, pués los invito a leerlo, jeje...^^U