MELANCOLIA.

Este fic pertenece a la actividad "La frese que leí" del grupo de Facebook "La biblioteca de Acuario"

Y la frase es: "En ese momento, la belleza me sorprendió como una especie de dolorosa melancolía" — "Memorias de una Geisha" de Arthur Golden.

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, sino a M. Kurumada y a S. Teshirogi.

Advertencias: Este fic maneja lenguaje que insinúa situaciones sexuales.

Personajes: Sage de Cáncer x "Sendai" Athena.

Precuela de mi fic "Cáncer en Sagitario"

Melancolía según la "RAE": Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada.

Fue hace tanto tiempo, que no estoy seguro de que esta memoria sea algo que en verdad paso, o si fue tan solo algún sueño muy realista, nacido en mi inconsciente y que mi propia mente uso para rellenar una laguna en mis recuerdos.

Por aquel entonces, Hakurei y yo éramos aspirantes aún. Tan jóvenes. Nadie había rechazado ninguna armadura dorada, ni ningún puesto de patriarca, éramos iguales. Iguales y unidos, como siempre lo habíamos sido. Aquel sentimiento que se creó desde que fuimos concebidos, y que continúa hasta el día de hoy, era más fuerte que nunca. Pero al mismo tiempo esa fuerza también era inestable, desmesurada, cambiante. Posiblemente era por los efectos de la edad. La adolescencia no ha sido nunca fácil para nadie, supongo.

Cuando llegamos al Santuario, éramos unos niños que a pesar de poseer gran poder y habilidades, y de estar a un paso de la pubertad, seguíamos extrañando los brazos de nuestra madre. Íbamos de un lado a otro casi como si fuéramos uno solo, dormíamos en la misma cama, aunque tuviéramos dos. Juntos siempre, dándonos ánimo, consolándonos la soledad. Hasta que lo natural nos hizo separarnos de a poco. Crecimos, ya no éramos pequeños. Las piernas flacuchas, los brazos escuálidos, ya no lo eran. De repente me sorprendí con mi propio cuerpo. El entrenamiento arduo y pesado había hecho efectos, habíamos ganado bastantes músculos. Por supuesto que ya no cabíamos en la misma cama, y por supuesto que ni de broma queríamos compartirla ya, éramos hombres, y como tal, necesitábamos nuestro espacio. Hakurei como en todo, fue el más adelantado. Por lo que no tardo mucho tiempo en descubrir lo que el sexo opuesto tenia para mostrar también. Un día llegue a la cabaña que compartíamos, para encontrarme con la puerta cerrada, y unos gemidos que se escapaban de su interior. Las sorpresas de ese estilo se hicieron costumbre, por lo que en las tardes, en vez de volver a mi espacio, tenía que buscar donde perder el tiempo por ahí, hasta que pasaran las horas y aquellas faenas de mi hermano terminaran. Y fue en uno de esos días, que mientras Hakurei retozaba con las doncellas, en su desinflado colchón de paja, que yo la vi por primera vez. Porque era raro que pudiéramos verla, aun estando en el mismo sitio, aun que nuestra existencia en ese lugar girara alrededor de "ella".

Era una tarde de verano y la lluvia les pisaba a todos los talones, por lo que no había ya ni un alma alrededor. El coliseo se encontraba desierto. Sobre la cantera del piso, solo se escuchaban mis pisadas. Cualquiera hubiera hecho por correr, para guardarse de la inclemente tormenta que venía sobre el santuario. Pero yo me detuve. Me detuve porque me sentía más solo que nunca. El viento me enredaba el cabello, y lo hacía latiguearme la cara. Un estruendo se escuchó en el cielo, y con él la caída precipitada de la lluvia de Grecia, que era fresca y reconfortante, no fría, casi congelada, como la de Jamir. El viento ya no me despeinaba, ahora el agua se encargaba de aplastarme más el cabello, como si no lo tuviera lo suficientemente liso. La ropa igual, empapada -¡Carajo hermano!- le dije por telepatía. No tuve respuesta alguna, pero sé bien que sí me escucho. Hubiera seguido enviándole más maldiciones a Hakurei, pero aquella risa me distrajo, la risa de "ella". Del otro lado del coliseo, corrían 4 mujeres –doncellas- pensé, pero luego note que una era diferente. Poseedora de una belleza inverosímil, y un porte de monumento, no podía ser una doncella cualquiera, porque era bonita como ninguna. Bendita la lluvia que la empapo por completo, haciendo que su ropa se le pegase al cuerpo. Bajo su vestido note que estaba completamente desnuda. Y una ansiedad que nunca antes había sentido se apodero de mi cuerpo. Quería correr, cargarla en mis brazos y llevármela lejos, tan lejos como pudiera, aprisionarla y que fuera mi tesoro secreto. Sabía que eso sería imposible, mi trabajo era protegerla, no robarla. Aun así, mi instinto no sabía de rangos o jerarquías, y estaba vivo, muy vivo. De la cara me salía vapor, estaba rojo como el sol mismo al atardecer. Y bajo mis pantalones, una descomunal erección. Trate de seguirlas hasta donde la dureza de mi entrepierna me permitió caminar. Y la vi pasar, a unos cuantos metros, sin duda era la mujer más hermosa del mundo, la diosa… Se alejaron con dirección diferente a la casa de Aries, nunca supe hacía donde huyeron de la lluvia. A diferencia de hace un momento, desee que la lluvia fuera de hielo, como la del Himalaya, para que me tranquilizara el cuerpo. Me quede parado, bajo la lluvia, solo esperando a que la sangre cediera y pudiera moverme de la desolada explanada.

Regrese a la cabaña hecho una sopa. Toque la puerta y la voz de Hakurei al interior me aviso que podía pasar. Me miro como si fuera un ser extraño, y me pregunto no sé qué cosa, su voz se escuchaba como un mero sonido. Me cambie la ropa mojada, me acosté en mi cama, y me quede dormido. Desde ese día una parte de mis muy privados sueños, le pertenecieron a ella y a su recuerdo. De día solo le permitía atormentarme vagamente, y de noche, era incontrolable, pero aprendí a hacerlo parte de mis pensamientos constantes, eran ya parte de mi consciencia.

Así pasó el tiempo. Me convertí en el caballero dorado de cáncer, y por obra del destino, volví a verla. En ese momento, la belleza me sorprendió como una especie de dolorosa melancolía. La melancolía afortunadamente termino de manera rápida, pues nuestros caminos estarían unidos desde ahí y para siempre. Los dioses me habían destinado a mí, para servirle de cerca, muy de cerca, tanto, que por momentos nos volveríamos uno mismo.

¡Hola! Espero que les haya parecido interesante y "melancólica" esta historia, a mi si me gusto, y espero que a ustedes igual, se agradecen los reviews con notas de cualquier índole. Gracias.