INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SI

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LA REINA DEL NORTE

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Capítulo 2

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Kagome agradeció que los saludos formales iniciales no fueran tan largos.

La joven notó que su futuro marido apenas y la miró en el recibimiento. Ella misma apenas pudo hacerle una reverencia.

Inuyasha no se quedó mucho con el grupo. No tenía interés de departir con aquellos.

El rey de Norte consideraba a Sota, el joven príncipe y futuro señor del Bosque como un enclenque y un inútil que no podría jamás ocupar el lugar de su padre, un verdadero banderizo y norteño valiente, que no había podido asistir a la boda real, porque estaba bastante enfermo.

¿En qué pesadilla, un inútil como Sota Higurashi estaba a nada de ocupar un cargo como éste?

Apenas podía blandir una espada y según lo que sabía, y había oído, no era alguien de muchas luces. Vaya, guardián del Bosque.

Pero lo más vergonzoso es que Sota compartía con él, la misma sangre de la Antiguos Reyes y era capaz de quitar cualquiera de las espadas que se hincaban orgullosas del símbolo norteño que representaban.

Gajes de sangre. Y pensar que ese inútil, en estos momentos que aún no tenía descendencia, era su legítimo heredero.

Sota había venido, con la compañía que escoltaba a la infanta Kagome, para realizar la procesión de entrega, en sustitución de su padre ausente y asistir a la primera boda real en el Norte en muchos años.

El joven banderizo se arrodilló ante Inuyasha, siguiendo la tradición de postrar la rodilla para demostrar lealtad. Y no con terrible embarazo, porque Sota, aunque de cara a la galería, podría mostrarse fiel y sumiso, por dentro le carcomían los sentimientos de humillación al tener que hacer esto. Él se consideraba a sí mismo, igual de digno que esos orgullosos Taisho, portaban la misma orgullosa sangre, y era Sota quien debía arrodillarse, y todo por culpa de una situación de mala distribución geográfica de sus malditos antepasados.

Odiaba a Inuyasha y todo lo que representaba. Envidiaba su fuerza y el tremendo respeto que inspiraba. Detestaba verlo blandir una de las Antiguas Espadas.

Sota también podría sostener la espada, si quisiera. Y se lo permitieran.

El magnífico soberano estaba parado en la entrada, observando y haciendo apenas los gestos necesarios para recibir los saludos de su banderizo.

La pequeña ceremonia de bienvenida acabó enseguida, porque Inuyasha no estaba interesado en seguir con tanto circo.

No le había gustado la infanta Kagome. Le parecía que tenía un aspecto enfermo de tan sumisa que parecía. Demasiado delgado a su vez. ¿Serían capaces sus caderas de ayudar a traer al mundo a sus hijos?

Bufó de aburrimiento y se marchó al salón principal del trono, pero antes ordenó:

―Que preparen el salón principal, se organizará la boda enseguida.

Dejando a todos boquiabiertos porque no esperaban la celebración del matrimonio en al menos dos días. Pero tampoco se pondrían en plan de contradecir al hombre que podría hacerlos colgar si sus órdenes no eran obedecidas.

Kagome, fue la más sorprendida por el anuncio inesperado, y fue llevada de inmediato a unos aposentos para ser preparada.

Su hermano le acompañó.

Mientras la joven futura esposa tomaba asiento, Sota se dedicó a recorrer la estancia a donde los habían traído.

―Estos no son los aposentos de la reina ―mencionó Sota, con esa nota en la voz que delataba decepción.

―No lo son, me han dicho que esas habitaciones fueron tomadas por Kikyo ―adujo Kagome, con pasmosa tranquilidad y resignación.

―Esto es un insulto ¿Cómo se atreve ese idiota a cambiar la fecha de la boda e imponerte este aposento? ―aguijoneó Sota, con los labios fruncidos.

Hablaba así, por la libertad de saber que las únicas personas que estaban allí eran las damas que habían venido con ellos en la comitiva.

―Sota, ni hables de esto. Ya sabíamos cómo eran las cosas desde antes de venir, el rey no me espera justamente con una sonrisa, para él, yo también soy una imposición.

Sota iba a seguir despotricando, pero no tuvo más remedio que callarse, cuando las puertas se abrieron, y entró una mujer mayor de aspecto regio y rubio, seguida de sus damas.

No tardaron en reconocer a la reina madre, Margaret.

Tanto Kagome como Sota tuvieron que prestarle una reverencia al verla. La mujer se limitó a sonreír, pero a pesar de que se veía cálida y amable, ambos hermanos no confiaban en ella.

Habían crecido con la leyenda de que la reina Margaret fue una mujer tan influyente, que se decía que era ella quien gobernaba por encima del rey InuTaisho. Por causa de ella, se libró una guerra de más de cinco años con el Sur, porque ella decía que debían recuperar la espada que estaba clavada allí y darles una lección a sus eternos enemigos sureños, rompiendo la frágil paz entre ambos reinos.

InuTaisho fue a la guerra por ella. Se perdieron muchas vidas y dinero. Una guerra costosa e innecesaria. El pueblo llano no la quería porque decían que tenía embrujado a su buen rey, ayudando a traer la plaga al reino.

También era conocida por dictar ella misma la ley, y era bastante dura. Hizo cortar las manos a un niño que robó manzanas e hizo colgar a una doncella de servicio por arruinar un vestido.

Era unanimente detestada y odiada, que el pueblo entró en jubilo, cuando murió su esposo, y perdió influencia, con la ascensión de Inuyasha, quien no permitió a su madre, inmiscuirse en ningún asunto del reino, y la excluyó de todas las actividades.

La mantenía en palacio, solo por ser su madre y aunque Margaret quiso hacerle un par de jugarretas por conservar su influencia, fue fieramente rechazada por el nuevo rey.

La había dejado que ayudase a organizar la boda real. Como su futura esposa no era de su interés, no le importaba que su madre quisiera jugarle alguna broma. En su momento, Margaret quiso jugarle una trampa a Kikyo, pero fue él mismo Inuyasha quien intervino dándole una advertencia a su madre, así que la reina madre obraba inteligentemente no metiendo sus narices con la amante del rey, aunque la detestaba y la consideraba insuficiente para su hijo. Era una bastarda y Margaret odiaba a las personas bajo ese estigma.

Por eso quiso ir a conocer a Kagome, la infanta del bosque Negro, quien pronto seria su nuera y era sobrina suya. No había podido conocerla de antes, así que sentía mucha curiosidad de de saber si podía tenerla de aliada. Nada le daría más gusto poder confabularse con la joven reina para echar a la amante de su hijo.

Por pura venganza, no porque tuviera ganas de darle un sitial a la esposa de su hijo.

Intrigante y maliciosa, esa era la reina Margaret.

―Oh, querida, no hagas esa reverencia que te vas a arrugar el vestido.

―Su Majestad ―respondió Kagome

Margaret la abrazó sorpresivamente.

― ¿No te da gusto saber que pronto serás la reina consorte del Norte? ―preguntó la mujer, soltando su abrazo, y luego reparando en Sota quien seguía parado en el sitio, agregó ―. ¿Por qué no le muestran su habitación al príncipe Sota? ―a las damas que habían entrado con ella.

Las referidas hicieron una corta reverencia y Sota no tuvo de otra que seguirlas. De todos modos, no podía seguir allí, porque su hermana iba a ser preparada para la ceremonia.

Pero le inquietaba mucho que la reina madre se quedara sola con Kagome.

Esperaba que esto no significase una mala idea.

Cuando las mujeres se quedaron solas, porque también las doncellas tuvieron que salir, Margaret se puso a arreglar la estola de zorro blanco de la novia y aprovechó para arrojar lo suyo.

―Este traje blanco es digno de una legitima reina consorte ¿sabes?

La joven novia asintió. Pero no se atrevió a esbozar palabra alguna. Ella también le tenía terror a su tía, que pronto seria su suegra.

―Es lo que necesitábamos aquí, para dar algo de cumplimiento a las tradiciones, has notado que aquí esas cuestiones, están digamos…algo relajadas ―aguijoneó la mujer

Kagome no era estúpida para darse cuenta que Margaret se lo estaba diciendo por Kikyo. La novia se percató con esto, que su media hermana no era del agrado de la reina madre.

No sabía si alegrarse o no por ello. Si tenía a Margaret de enemiga, lo pasaría mal, conociendo la reputación de su tía.

Pero si la tenía a su favor, era claro que la mantendría como peón de algún juego. No porque fuera fruto de cariño sincero.

Más le valía ser inteligente en lo que le permitía su carácter. Ya suficiente sufrimiento era el suyo con saber que estaba a punto de casarse con un hombre que la detestaba.

―Es un vestido de sueño blanco, rematado con piedras preciosas, y el cabello lo dejaré bucleado adornado con rubíes, que fueron regalo de mi padre ―respondió Kagome, haciéndose la tonta y dando un matiz frívolo a su respuesta. Como si no hubiere entendido la frase de su tía.

Margaret frunció el ceño. No esperaba esa respuesta tan inadecuada y extraña. O su sobrina era tonta o quizá muy inteligente. Una de dos.

―! ¡Me alegro tanto poder casarme con el rey, es el sueño que tuve desde siempre!, me criaron para obedecerlo, no solo como la hija de su vasallo y banderizo, sino al señor a quien debo mi completa obediencia ―agregó Kagome, arrojando más leña al fuego, en el momento que la reina madre aun dilucidaba si la muchacha era o no estúpida.

Esa declaración fue la confirmación a que estaba frente a una idiota sumisa, demasiado leal al rey.

Esta clase de personajes podían resultar difíciles, porque al primer canto, iban con el cuento a quien debían lealtad. Y justamente, Margaret no quería que fuera informando a su hijo.

Aunque debía ser cautelosa para que no se le fuera en contra porque alguien pudo manipularla primero. Decidió soltar el arreglo de la estola.

La joven ya estaba lista de todos modos.

―Te ves preciosa. A el rey le gustará ―declaró, con un dejo de pesimismo, porque debía cambiar de planes y estrategias para vencer a Kikyo. Kagome no le serviría para ese menester.

El rey la odiaría al solo oler su zalamería.

Margaret se retiró de las habitaciones sin mucho preámbulo, luego de aquello, dejando aliviada a Kagome, quien entendió que por el momento la jugarreta había funcionado. Y sólo había tenido que fingir.

Ese detalle de sí misma le sorprendió. Si bien, había sido criada con la consciencia de su futuro papel como consorte, ella siempre pensó que implícito a ello, venia una característica sumisa y manejable. No era ninguna de las dos cosas, sólo estaba atemorizada de lo que podría esperarle y no cumplir su papel adecuadamente ante el rey. Pero había mantenido sagacidad y una interesante capacidad de supervivencia, que acababa de explotar frente a una mujer tan intrigante como Margaret.

―Seguro volverá con más ideas ―se dijo a sí misma.

En ese momento, las doncellas reingresaron al cuarto para acabar de arreglarle los adornos del pelo.

Otra cosa positiva que había tenido la visita de su suegra, es que, gracias a ella, por un rato olvidó lo que le esperaba junto a su futuro marido.

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Sota se paseaba a sus anchas en el salón del trono del Norte.

No podía negar que el sitio era magnifico, y no por los adornos, sino por la alta significancia que tenía aquel sillón que albergaba a uno de los monarcas más temidos del mundo. Un trono que podía ser suyo.

Aprovechaba de hacer este paseo, ya que todos estaban en la sala Redonda, como llamaban a un enorme salón donde se hacían todas las fiestas y agasajos del Reino. También los almuerzos de estado.

Y donde también se celebraría el matrimonio de su hermana Kagome con el rey.

Se sentía ofendido todavía por la aceleración que éste había hecho acerca de la fecha que se suponía seria en dos días. Seguro el muy libidinoso lo hizo, por adelantar la noche de bodas, otra cosa no podía ser. O quizá, al solo efecto de recordarle a sus banderizos del Bosque Negro, que el rey del Norte podía hacer y deshacer, por tanto, nadie podía desafiarlo.

Como ahora.

Observaba el trono gris, que tenía incrustado las dos espadas. Misma que sólo los descendientes de la Antigua Sangre podían quitar. Él mismo podía hacerlo.

El joven miró a ambos lados y se acercó. Desafiaría a ese pomposo sacando una de las espadas, y con ello se reafirmaría que era tan digno o más que Inuyasha de portarla.

Pero cuando iba a tocar la impresionante espada, una voz femenina lo detuvo.

―Sota, mi querido hermano.

Era Kikyo quien con elegancia misteriosa se acercaba. Había aparecido subrepticiamente de algún sitio dejando un halo de sexualidad y belleza a su paso.

Sota se quedó viéndola con la boca abierta. Era el efecto que su media hermana le producía desde siempre y eso no había cambiado.

Estaba mal desde todo punto de vista, pero era algo que no pudo evitar desde niño y su madre acababa de morir, y vino llegando esta niña, de quien decían que era su media hermana, hija bastarda de su padre. Fue suficientemente intenso para Sota, quien no pudo librarse del hechizo de aquella niña.

Cosa que fue intensificándose de una admiración de niño a una poderosa y oculta pasión por ella. Sólo evitada por dos cosas: por el vínculo familiar y porque ella se marchó del Bosque Negro, una noche cualquiera, a lomos de caballo con Inuyasha, ese asqueroso imbécil que ahora la tenía por amante oficial.

Ese era de los motivos por el cual detestaba al rey del Norte. Se había llevado a su ninfa antes de que pudiera florecer por completo ante sus ojos y lo hiciese sentir un pusilánime por no poder evitarlo. Y fue esto causa de que dos sensaciones poderosas crecieran con él: por un lado, la rabia homicida contra Inuyasha, por haberle quitado posibilidad de acceder a un trono poderoso como el del Norte, por una estupidez demográfica y por el otro ese amor enfermizo y delirante hacia Kikyo. Al final ambas parecían fusionarse y transformaban a Sota en un hombre desquiciado, desdichado y rencoroso contra el mundo, en especial contra Inuyasha. Si ése mentecato no existía, él hubiera podido ser rey de una gran nación como el Norte.

Su palabra seria norma y por tanto hubiera podido tener a Kikyo, y nadie le hubiera señalado con el dedo, por el pequeño detalle de tener la misma sangre.

Cada vez que Sota la veía, parecía envolverse en un ensueño.

―Kikyo…

― ¿Qué haces tan solo aquí? ―preguntó la mujer, con una sonrisa. Sabía lo que Sota estaba haciendo-regodeándose en el deseo de un trono que nunca sería suyo-; pero le gustaba preguntar y reafirmar lo estúpido que se veía.

Porque Kikyo era consciente que Sota la amaba. Algo que le causaba repulsión y a su vez le daba las armas para manipularlo y jugar con él de vez en cuando. Además, que sentía con deseos de humillar a alguien, porque a pesar de que el rey Inuyasha la prefiriera a ella, le picaba que hoy fuera el día de su boda con su insulsa media hermana, por tanto, deseaba buscar alguien de quien burlarse. Y se había topado con Sota, una víctima perfecta.

―Estoy esperando que Kagome salga de las habitaciones…fueron a arreglarla para la ceremonia ―adujo casi tartamudeando, aun en medio de la profunda impresión que Kikyo le inspiraba.

―Ya veo ―siseó la dama, acercándose a pasos de gacela a él, quien quedó paralizado a la espera de lo que ella pudiera hacerle―. No me has dicho como estas tú, querido hermano.

Sota ya no pudo evitar que estas palabras salieran de su boca, antes de que su consciencia pudiera frenarlas. Así de tonto y pasional era.

―Siempre esperando el día que pudiera verte de nuevo, Kikyo. Ha pasado muchos meses desde que viniste aquí.

Ella sonrió y se relajó.

―Sabía que me extrañarías, soy tu hermana favorita ¿no es cierto? ―y para desconcierto del joven, la muchacha se sentó en el trono. No había nadie en el lugar, pero era más que conocido que eso estaba prohibido y penado, incluso Sota temía hacer esto en juegos.

Pero Kikyo no temía ser desafiante y lo demostraba, acomodándose en el enorme sillón.

―Inuyasha es buen chico ―refirió la mujer ―. Me ha tratado muy bien desde que estoy aquí. Mi posición de amiga y confidente del rey me da una posición muy alta aquí…incluso será superior de la que tenga nuestra hermana Kagome, así que ya sabes que, si necesitas algo, sólo tienes que pedírmelo a mí ¿lo harás verdad?

Esto último lo preguntó, entonando sus impresionantes ojos oscuros, que hechizaban a Sota.

Era cierto, el muchacho estaba obsesionada con Kikyo, pero le tenía un poderoso amor filial y fraternal a Kagome, a quien consideraba su verdadera hermana de carne. Nunca la traicionaría, se criaron juntos y Kagome siempre fue una hermana dulce y tierna.

No pudo ser capaz de responder enseguida, por eso. Ese titubeo no le agradó a Kikyo, así que se levantó y se acercó para susurrarle al oído.

―Sabes que siempre estaré para ti ¿lo sabes?, pero así también, tu siempre debes estar para mí ¿estamos de acuerdo?

Sota tembló ante la cercanía y la treta de Kikyo hizo efecto, porque asintió con la cabeza.

Sólo fueron interrumpidos por las trompetas que anunciaban que la ceremonia de Boda ya estaba por iniciarse y todos debían ir a sus puestos.

Kikyo se marchó a la Sala Redonda, pero Sota se quedó unos minutos más en el salón del trono. Todavía debía salir del arrobamiento en el que Kikyo lo había metido.

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La ceremonia fue tal cual la tradición norteña. Corta, pero con larga celebración, perfecta excusa para que el hidromiel corriera a raudales. Como no hubo tiempo, no habían invitados extranjeros, sólo la comitiva de la novia, el resto de los presentes eran norteños.

El regimiento Dorado al completo y familias prominentes norteñas. El pueblo llano también participaba de la celebración, pero desde afuera, ya que el rey había ordenado que se les obsequiase hidromiel a discreción. Era un asunto de algarabía, ya que hace tanto tiempo que no presenciaban una boda real, que esto era un evento muy importante y todos estaban expectantes de la presentación de la nueva reina.

No estaba mal para Inuyasha, quien ya suficiente tenía con ese circo. Casi no había intercambiado palabras con su ahora esposa, así que, si bien la causa no era de su agrado, lo que sí hizo fue sentarse a beber con los presentes, la mayoría miembros del Regimiento Dorado que él comandaba. La nueva reina estaba sentada junto a él, pero Inuyasha la ignoraba, y ella tampoco tenía muy en claro que palabras cruzar con un hombre que parecía detestarla.

La única vez que él le había hablado fue cuando ya caía la medianoche.

―Ve a tu recamara. Mañana hay que preparar la ceremonia de coronación tuya, intenta no cometer torpezas ¿quieres?

Kagome no sabía si horrorizarse con el modo en que él le habló, y se suponía que en pocos minutos más tendrían que consumar su unión.

―Sí, mi señor ―atinó a responder, aunque por dentro deseaba echarse a llorar. Aunque no debiera de extrañarse, ella ya sabía que esto era así. Pero vivirlo en carne propia es muy diferente que pensarlo.

Las doncellas la acompañaron para prepararla para la noche, pero el destino no fue la cámara de la reina ni la del rey, sino el cuarto que ella había estado usando desde que llegó.

― ¿Por qué estamos aquí?, esto no es la cámara de la reina o del rey ―indagó al llegar y antes de que sus damas se acercasen a desabrocharle el vestido.

―Mi señora, son ordenes de la dama Kikyo, con acuerdo del rey. Tiene que permanecer aquí ―respondió con pena una de ellas. Hasta la joven criada era capaz de discernir lo humillante de que los cuartos destinados a la reina eran ocupados por la amante y no por la esposa.

Kagome intentó mantener la compostura y asintió que siguieran quitándole la ropa y el peinado, pero la humillación y sensación de agravio dentro suyo era enorme, pero disimulaba.

Había sido criada como infanta e hija de un gran señor. Y nacida con la idea de que algún día seria reina consorte de un gran país, aunque el rey no la amase, al menos debería poder evitarle estas ignominias. Lo que sí hizo, fue evitar llorar, porque no deseaba que la vieran así. Y se supone que era su noche de bodas.

Las doncellas, con pena acabaron su trabajo y le colocaron un sobretodo de dormir muy bonito de color verde y luego de las reverencias debidas, salieron, para dar espacio a que su marido, el rey viniera a reclamarla.

La muchacha se sentó con pena sobre la cama.

Se preguntaba si el rey tendría este comportamiento, si por ejemplo su padre estuviese presente. El pobre de Sota no inspiraba mucho respeto y el rey Inuyasha no tenía el menor reparo en ignorarlo como a ella.

Lo peor había sido saber que fue su media hermana Kikyo quien ordenó que no le dieran a ella espacio, por esta noche, en las cámaras reales, y por eso, estaba esperando a su ahora marido, en un cuarto de huéspedes del Castillo, siendo que ella debiera de ocupar uno principal.

―Desearía poder regresar a casa ―murmuró para sí, aunque de inmediato se levantó al sentir unos pasos viniendo. Esperaba que fuera el rey, pero no.

―Espero te sientas cómoda, hermana, en los cuartos que te he destinado.

Era Kikyo, quien estaba vestida con el espectacular vestido de sueño dorado que encandiló a todos en la ceremonia, mucho más que el efecto producida por la nueva reina y su vestido blanco.

Kagome no tenía ganas de disimular con ella. La conocía bien y nunca se llevaron en paz.

― ¿No te cansa que te conozcan como la querida del rey? ―volviéndose a sentar. La verdad algo aliviada que no fuera su marido. No estaba lista para estar a solas con él.

―Vengo a dejar las cosas en claro ―anunció Kikyo.

―Pues venga, haz tu declaración. No me esperaba menos de ti.

―Eres la reina consorte, de acuerdo…pero entiende que la dama más importante del reino soy yo. Yo soy la que ocupa la cámara de la reina y tengo acceso completo a las del rey, sin restricción. Tu quizá decores el trono junto al monarca, pero esta vez, soy yo quien tiene prevalencia sobre ti. Esto no es el Bosque Negro, ¿me entiendes? ―aguijoneó la mujer, sin anestesia, saboreando el placer de ver a Kagome en aquella posición.

El resentimiento en Kikyo era intenso. Nunca dejaban de recordarle que ella era una bastarda y debía pleitesía a Kagome, quien era su superior. Eso había cambiado ahora, en este lugar, donde eran sus palabras, las válidas y únicas que el rey del Norte escuchaba.

Kagome se levantó de la cama, y recorrió la estancia. Tampoco tenía ganas de mostrarle poco carácter a esa advenediza.

―Por mí, puedes quedarte con él ―tiró con suavidad ―. Pero ¿sabes que, si tienes un hijo con el rey, será un bastardo como tú?, tienes que tener en claro ese detalle. Mis hijos serán sus legítimos herederos, eso me da prevalencia sobre ti ¿entiendes?

Kagome tiró esa yugular porque conocía esa sensación de inferioridad de Kikyo, y que era su punto débil. No pensaba callarse, todo con tal de ocultar su profundo malestar.

Kikyo frunció el ceño e hizo ademan de marcharse, pero cuando estaba por salir, volteó.

―Ya duérmete, Kagome, mañana tienes que seguir haciendo de muñequita decorativa. Y no te molestes en esperar al rey; él no dormirá contigo esta noche. Se quedará conmigo en la cámara de la reina, la que yo utilizo.

Fue el último veneno que arrojó Kikyo, quien salió raudamente del lugar. Quizá animada a completar su venganza y persuadir al rey de que durmiese con ella, en vez de con su nueva mujer. No sería difícil para ella, porque Inuyasha estaba fascinado con ella, y era complicado que no se lo concediera.

Con ello también arruinaría la idea de una noche de bodas de Kagome. Esa mosquita muerta no iba a salirse con la suya, ya le iba a enseñar ella quien mandaba aquí. Y peor porque sería público, porque sería obvio para todos, que la nueva reina seguía conservando su virginidad.

Kikyo sonrió. También haría esparcir el rumor de que el rey no quiso yacer con su nueva esposa porque no le pareció suficientemente atractiva. Este tipo de pequeñas intrigas palaciegas eran las favoritas de Kikyo. Y no dudaría en utilizarlas.

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La nueva esposa esperó varias horas en su cuarto, pero el rey nunca llegó. Al final no tuvo más remedio que quitarse la hermosa bata que las doncellas, primorosamente le habían puesto y colocarse otra más sencilla para dormir.

Estaba avergonzada y con miedo de salir afuera, a preguntarles a los guardias por sobre donde andaba su ahora esposo. Sería una cuestión humillante y ella todavía no conocía a la corte norteña; no sabía cuáles eran los entresijos ni la forma de intrigar del lugar.

Le costó dormirse, porque le costaba dejar de pensar en la ceremonia de bodas. Recordaba con cierto miedo, que el rey no había cumplido el protocolo de besarla. Bueno, uno solo de los tantos desmanes que ese hombre había cometido con ella.

A pesar de que Kagome había sido criada e instruida desde niña para esto, la realidad se le asemejaba mucho peor. El rey no la quería, y jamás le daría un puesto de importancia.

Al parecer el control de los tejemanejes palaciegos se lo disputaban dos mujeres: la reina madre viuda Margaret y la amante del rey, Kikyo. No le costó dilucidar esto, al recordar la confabulación con la que intentó acercarse a ella, su suegra.

Le atemorizaba quedarse sola en palacio, porque Sota se iría a sus tierras, luego de acabada la ceremonia de coronación. Y conociendo a Kikyo, era claro que haría despedir a sus doncellas, para que la atendieran otras damas norteñas. Así que pronto seria ella sola, frente a tantos extraños, en un sitio que no consideraba su casa, y con un esposo que la trataba como una extraña.

Aunque algo raro pasó con Kagome al recordar a su marido. Era muy alto y tenía una interesante figura, como si antes se le hubiese pasado por alto el detalle de la gallardía del rey, pero ahora que compartían un lazo, como que la venda se le había caído.

Era la primera vez que había estado tan cerca del rey. Parados juntos frente al ministro que oficiaba la ceremonia. En la mesa de los festejos él se había alejado, pero Kagome pasó toda la noche observándole de reojo.

―Y es con ese hombre con quien debo tener hijos…―murmuró la joven antes de caer dormida, de forma profunda. El recuerdo de Inuyasha le había esfumado la decepción que sentía de haber sido avasallada por Kikyo, una vez más.

Decepcionada, pero también un poco aliviada. Al menos por hoy no tendría que cumplir deberes maritales.

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Kikyo cayó exhausta a un costado de la cama, feliz y agotada.

Había cumplido su amenaza y pudo atraer al rey a su lecho, quien desechó la tradicional noche de bodas, para pasarla en brazos de su favorita.

Inuyasha estaba igual de agotado, pero de todas formas se acercó a abrazar a su amante.

―Te has salido con la tuya, por tu causa, pequeña diablilla, he dejado a la nueva reina esperando toda la noche ―rió él.

Le hubiese sido gracioso a Kikyo, de no ser porque no le agradó el tono de "nueva reina" que ahora ostentaba Kagome.

―Te aburrirás de ella, enseguida ―flipó la mujer ―. Siempre podrás devolverla.

Pero Inuyasha, sorprendentemente, en vez de seguirle la corriente no lo hizo.

―Kikyo, sabes que tengo un deber ancestral que cumplir. La nueva reina no irá a ningún lado, mañana es la coronación y el pueblo desea conocerla. Tú vas a prometerme que vas a ayudarla a que cumpla su deber.

La mujer frunció el ceño ¿acaso estaba oyendo bien? ¿el rey le encomendaba su mujer?

―Pero la detestas…

―No la conozco, pero será mi mujer el resto de mi vida, al menos procuremos llevar el circo en paz.

Kikyo, en su inteligencia se percató que no sería sensato llevar la contraria al rey que parecía inflexible ante cualquier idea que implicase repudiar a su esposa, cosa que le hubiera encantado. Pero Inuyasha, pronto se volteó a dormir. Parecía no querer conversar de estos temas con ella.

Eso fue un asunto que le molestó.

En tanto que el rey, solo fue que fingió dormirse. No le gustaba cuando su amante intentaba ponerle ideas peligrosas a la cabeza. Comprendía que Kikyo estuviere celosa, pero no podía deshacerse de Kagome. La tradición y el deber estaban muy por encima de él. Sin contar que los norteños le perderían parte del respeto si rompía con la costumbre de los reyes de su linaje.

Había aceptado dormir con Kikyo esa noche, pero nada más que por travesura y hacerle un traspiés a su nueva esposa. Su comportamiento tenía un arraigo muy profundo y era algo que había aprendido desde niño, cuando veía a su madre manipular groseramente a su padre, quien se suponía era un gran monarca, pero era casi el títere de una de las mujeres más artificiosas del reino. Siempre se juró a sí mismo, que él no sería jamás como su padre y no sucumbiría ante una mujer maquinadora. Ya por eso fue que expulsó a su madre del Consejo del Reino, y la delegó al palacio como una simple reina madre sin poder político. Todo eso apenas subió al trono.

Y Margaret había sido lo suficientemente astuta como para no desafiarlo. Y aunque Kikyo era su querida y él le tenía mucha adoración, también le tenía límites. No la dejaba opinar sobre asuntos políticos y su matrimonio era uno. Por eso no le gustó su intervención de hace un rato.

Él le daba libertad tanto a ella como a la reina madre que hicieran todos los juegos intrigantes domésticos que se les antojase, mientras no fuera molestia para él ni fuere un intento de influenciarlo. De alguna manera le divertía ver a su madre en disputa con Kikyo, porque la voluntariosa joven era perfectamente capaz de poner en su lugar a Margaret.

Al final de todo, pensó en su nueva mujer. Pelirroja y piel brillante. Típica dama del Bosque Negro. No la recordaba de veces anteriores, o quizá antes le había resultado muy insulsa, pero tenía que reconocer que la muchacha no estaba nada mal.

Por un extraño pensamiento, había tenido la idea de que quizá tendría mucho parecido con Kikyo, por su vínculo fraternal, pero lo cierto es que no se parecían en nada. Y pudo comprobarlo, en esta oportunidad que pudo observarla mejor.

Parecía muy tímida e incluso temerosa. Pero tanto mejor para él, no quería encontrarse con una versión juvenil de su propia madre. Por eso le había hecho esta jugarreta de abandonarla por Kikyo, para que Kagome no se sintiere segura con él, y comprobar la maleabilidad de su nueva esposa. Tenía que ser sumisa y obediente.

Mañana estarían de coronación, y sería un evento importante en el reino, porque la coronación de una reina no era algo de todos los días. Inuyasha pensaba darle espacio que la joven disfrutase de su nuevo sitio. Ya luego tendría que estar simplemente retirada, ocupada en darle hijos y sin intervenir u opinar en lo más mínimo en cuestiones políticas.

No pensaba deshacerse de Kikyo. Ella era importante para él, y por tanto Kagome no tenía más remedio que aceptar aquella relación. Después de todo, no necesitaba su consentimiento ni precisaba su venia.

Pensando en las mujeres que lo rodeaban, se durmió muy satisfecho de sí mismo.

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La coronación de una reina.

Hace tanto, pero tanto tiempo que no se hacía una en el pueblo. Así que la misma era considerada un evento único que podía darse en cada siglo.

También daba oportunidad que todos pudieran conocer a la futura madre de quienes reinarían esa tierra, un papel tan importante como único, así que los norteños tenían curiosidad de conocerla.

Algunos todavía guardaban el mal recuerdo de la reina Margaret, cuyos desmanes y malos manejos, aun avizoraban en la memoria colectiva norteña.

Esa mujer era el único miembro de la familia real, que no era querido, y su lugar de matrona del reino estaba vacante y el pueblo estaba deseoso de tener una mujer, compañera del rey, a quien venerar y respetar.

Lo que vieron no los decepcionó y vitorearon a la nueva reina consorte.

Bella, muy joven y de buen aspecto. Portando un hermoso vestido blanco y la corona de reina consorte, Kagome conquistó al público en la pasarela que se había montado para que ella pasara en una carroza.

La vitorearon porque consideraban que esto era el fin de una era, la era de la reina Margaret.

Kagome se había levantado temprano, para prepararse para la trascendental ceremonia.

Un ministro de la casa real había venido a aleccionarla sobre algunos detalles y las damas se ocuparon de vestirla con el hermoso vestido blanco con piedras de cristal.

Estaba nerviosa, pero Kagome lo superó recordando que se había preparado para esto toda su vida.

Ni Kikyo podía arruinarle este momento.

Se sintió un poco extraña, cuando se quitó el collar con el estandarte del árbol, que representaba a la casa Higurashi, gobernantes del Bosque Negro. Se lo sustituyeron por un nuevo blasón: la de los caballos, que era la insignia de la casa Taisho, y a donde pertenecía ella ahora.

Junto al legendario trono del Norte estaba otro más bajo, donde antes se sentó la reina Margaret, y todas las reinas antes de ella. Ahora seria de Kagome.

Caminaba por la pasarela, y cuando finalmente se arrodilló ante el rey, él se levantó a posarle sobre la cabeza, la corona que la distinguía como reina consorte del Norte.

Muchos aplausos se oyeron y Kagome los recibió con cierta felicidad. Toda esta fiesta era un alivio para la mala noche que había pasado, además que todo era la culminación de todo lo que se había preparado. De niña le habían aleccionado que algún día seria reina consorte y madre de reyes de la casa más poderosa de todos los reinos.

Cuando finalmente se sentó en el trono adyacente, se percató que todos la miraban y estudiaban con curiosidad y aprobación.

Kagome les devolvió la sonrisa.

Lo único que hizo que su semblante se ensombreciera fue cuando notó el intercambio de miradas entre su esposo y Kikyo.

Realmente había entrado a un peligroso nido de víboras.


CONTINUARÁ.

MUCHAS GRACIAS POR SUS FAVS Y FOLLOWS.

Tuve que hacerle un ligero cambio de look a Kagome, y a Inuyasha también, pero ni se nota, ustedes pueden seguir imaginandoles como más quieran.

Un spoiler? Bankotsu ya aparece en el sigte episodio.

Mis saludos a mis comentaristas: DAV HERRERAS,JOH CHAN Y AR. TENDO

Nos leemos pronto con el cap 3

Besos.

Paola