Disclaimer: El siguiente Fanfic fue creado tomando como base el videojuego Ultimate Custom Night. No soy creador ni tengo ningún derecho sobre los personaje/s aparecidos en éste relato.

Todos sus derechos van dirigidos a Scott Cawthon y su saga de videojuegos Five Nights at Freddy's.

NDA2: No estoy consciente en su totalidad del canon del juego por las diversas discrepancias y cierta información confusa que he encontrado. Puede que hayan incoherencias con éste relato. De antemano me disculpo por ello.

Comencemos.


Quién hubiera pensado que sí había vida después de la muerte.

El pobre hombre estaba ciertamente asombrado. Se encontraba en un lugar, pero a la vez tampoco se hallaba ahí.

No sabía cómo procesarlo, tampoco explicarlo, pues... alguien no muere dos veces.

Temblaba, porque reconocía esa oficina, sabía de qué color eran los azulejos que tocaban sus pies, el color de las paredes y la posición exacta de cada cosa.

Y esas malditas figuras, con sus asquerosas sonrisas y colores brillantes. Esos cuerpos deformes y rostros hiperrealistas le daban asco.

¿Qué clase de monstruo lo obligaría a vivir una y otra vez la misma pesadilla?

Un terrible sueño del cual jamás despertaría, porque en realidad estaba despierto, sabía que lo estaba porque se pellizcó el hombro, se colgó del techo y se prendió fuego, pero nada resultaba.

Cada vez que iba a "morir", sentía que iba a caerse de un lugar alto, cerraba los ojos por impulso y repetía el ciclo de una noche que nunca vería salir la cálida luz del sol.

¿Por qué Dios lo castigó así?

¿Qué había hecho mal en su vida?

Le dió al mundo un lugar donde la gente podía pasar un buen rato, crear experiencias inolvidables para familias enteras, recuerdos que pasarían a un álbum de fotos con una historia siendo contada por un abuelo.

Y esa deliciosa comida, en especial la pizza caliente con el bendito queso derretido cayendo de su boca y metiéndose entre los dientes, del sabor de la carne y el pan crugiente cada vez que pasaban por su garganta.

No había hecho nada malo.

Puede que se atreviera a romperle el cuello a ésa pobre chiquilla que estaba en el lugar y momento equivocado.

O a esos niños que no le habían hecho nada y, que terminaron muertos porque lo único que buscaron fue un regalo prometido que nunca llegó.

Maldijo el miserable día en el que sus padres tuvieron sexo y lo concibieron, el maldito día en el que su madre lo parió y los doctores lo recibieron.

"Ojalá no hubiera nacido".

Suspiró tras resignarse a pasar toda la eternidad ahí, en la pizzería.

Al principio no era tan malo.

Las noches eran tranquilas, deambulaba por los pasillos desolados y silbaba. No habían salidas.

La puerta principal estaba bloqueada con varias tablas clavadas a la pared.

De las ventanas era lo mismo, todas bloqueadas, por lo que no podía ver nada del exterior, si era de día o si la noche iba a extenderse por unas cuántas eternidades.

El reloj que había en un salón de fiestas indicaba siempre las mismas horas, cuando llegaban las agujas al número seis, el reloj se reiniciaba volviendo a contar las 12:00 p.m.

No sabía por cuánto tiempo estaba atrapado.

Supuso que el tiempo era relativo, lo que para él eran unos cuántos segundos, para otros podrían ser horas... o quizás no transcurría el tiempo porque el mismo no existía en ese mundo de fantasía en el que fue puesto.

Sólo un bucle.

Bucle.

Y entonces ellos llegaron.

Las representaciones de sus pecados cobraron vida en feos animatrónicos que disfrutaban matarlo.

Ésos monstruos lo golpeaban hasta matarlo. Aplastaban su cabeza con sus patas de metal, estampaban su cara contra las paredes haciéndola deformar, quebraban sus huesos como si se trataran de alitas de pollo que se rompían.

Tan frágiles.

Algunos de ellos lo despedazaban, tomaban sus extremidades entre dos o más criaturas y tiraban de ellas, jalaban sin importar cuánto él entre lágrimas pidiera que pararan.

Grababan sus gritos ahogados en sangre, esos audios en los que imploraba que se detuvieran eran reproducidos en los altavoces del local, como una prueba de que lo que vivió era real.

El ruido era como un taladro.

El sonido penetraba sus oídos y su mente era invadida por esas imágenes grotescas que él experimento la ocasión anterior.

De su cuerpo brotaron marcas, rasguños, cicatrices y moretones. A veces no tenía fuerzas para mover sus brazos o incluso sus dedos, porque había perdido la capacidad.

Poco a poco perdía la esperanza.

Estaba justo como esos animatrónicos: Roto, física como mentalmente.

¿Ése acaso era el lugar que denominaban "Purgatorio"?

¿Pero cuáles pecados le quedaban por limpiar? Era un hombre perfecto, metódico, inteligente que podía tener todo lo que quisiera si se lo proponía.

No necesitaba alcanzar la gloria.

No la necesitaba.

Le demostraría a ellos lo patético de sus esfuerzos, y cuando tuviera la oportunidad... los haría pedazos. Se bañaría en el aceite que despedirían sus apestosos cuerpos e iba a patear los restos de metal.

Reía de lo bien que saldría su plan.

Empezó por estudiarlos, el cómo actuaban a determinadas horas y los indicios de su pronta aparición. Cada sonido, murmullo, olor, color, hora, temperatura, todo sería estudiado con cuidado con el más preciso y fino detalle para sobrevivir una "noche", o prolongar esa existencia unos momentos más.

Y así lo hizo.

Con cada muerte era una experiencia más para retomar la próxima vez.

Llegó a la conclusión de que las noches variaban. En ciertas ocasiones sólo aparecían animatrónicos "hembra", otros eran alucinaciones, en veces se trataban de "Versiones de pesadilla".

Sabía cuándo cerrar los ductos de ventilación, las puertas que tenía a un costado o ponerse la máscara.

Viviría cada pesadilla que los guardias anteriores tuvieron que pasar por su culpa.

Pero lo haría a su modo.

Consiguió encontrarle lo divertido al asunto, hacer que sus enemigos fracasaran y se frustraran por no poder matarlo.

Los altavoces reproducían sus burlas constantes y esa mofa que calentaba los sistemas.

Él debía morir.

Los entes tenían en claro un plan perfecto que estaba funcionando de maravilla.

A pesar de que él no podía morir, no estaba descansando.

No tenía sueño, eso era evidente porque las funciones biológicas y todo lo que tuviera que ver con la lógica y la razón no existían en ese mundo.

Pero era precisamente el descanso lo que evitaba encontrar la paz en un hombre cruel como él lo que tanto querían los fantasmas del pasado.

Podía ser todo lo listo que deseara.

Evadirlos tanto como quería.

Pero jamás iba a descansar.

Ése era el placer más grande que las víctimas del maldito podían experimentar, verlo luchar con desesperación por alargar más su patética existencia y no sufrir otra vez un destino efímero.

Y él también lo notó.

Estaba condenado.

No importaban todos sus esfuerzos.

La noche se repetía.

No había mañana.

Nunca hubo un mañana.

De nada le servía intentarlo, porque volvía al mismo punto de encuentro con esa tableta portátil y la máscara de Freddy, el oso.

Estaba cansado.

Perdió la motivación en seguirlo intentando, porque no había recompensa al final.

No había nada esperándolo después de pasar una noche.

Y eso le daba miedo.

El hecho de no volver a encontrarse con su preciosa hija Elizabeth lo deprimieron a tal punto de que hacía cosas suicidas.

Utilizaba todos los recursos para que la energía se agotara.

Le daba igual usar la máscara o no cuando las ánimas se presentaban frente a él.

Ni siquiera cerraba las puertas porque de todos modos iban a ingresar.

Ya había llegado al punto de quiebre. Supo el sin sentido que tenía el querer superarlos, estar un paso frente a ellos.

Se arrepentía de haber sucumbido a sus deseos.

Hasta de haber matado a los pequeños como venganza por culpa de su ego, de su hambre de poder y aires de superioridad.

Si hubiera tenido la oportunidad de volver atrás, haría cualquier cosa para evitar ese destino que su inevitable muerte le traería consigo.

Pero era demasiado tarde.

No había nada por hacer.

Nada surtiría efecto.

Nada cambiaría.

Lloró.

Despedía lágrimas con una sonrisa, porque entendió que eso era justo después de todo lo que hizo. No había peor infierno que estar atado a una vida que no era vida.

La idea de los demonios picando su cuerpo y él sobre un caldero de lava era tentadora, hasta eso era más vivo que su estado actual.

El caballero de uniforme morado juntó sus manos y recargó los codos sobre la mesa, no para rezar... porque ningún dios vendría a salvarlo, estaba claro que hasta él le había abandonado.

Adoptó esa posición para pensar qué hacer después ya que pasaría toda su existencia en ése lugar, atrapado.

Hubiera querido pensar que el castigo duraría por toda la "vida", como una prisión a cadena perpetua... pero eso iba más allá.

Le era extraño que sus verdugos no vinieran a molestarlo. Eran ya los 2:00 a.m. y no había rastro de ellos.

Revisó en sus anotaciones y encontró inconsistencias, pues usualmente salía un Modelo Toy por los ductos.

Pero no había nada.

Tuvo la valentía de pararse del asiento, salir de la oficina y deambular por los pasillos.

Todo era igual a la primera vez que entró ahí... esa tranquilidad abrumadora.

No supo qué sentir cuando vió que esa puerta principal ya no tenía los pinchos y las tablas.

No recordaba haberla tratado de abrir, pues cuando lo hacía terminaba muerto porque lo atacaban por la espalda.

Con miedo acercó su mano al picaporte.

La abrió.

Ya había sufrido suficiente.

Ellos lo sabían.

Matándolo no iban a lograr nada... pues se contaminaban. No eran mejores por castigarlo más de lo debido.

¿Se volvían como él?

No lo sabían.

Dió un paso a esa habitación.

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—¿Vas a darme helado, papá? Me gusta el helado.

—Sí, cariño. Te daré todos los helados que quieras.