Digimon y sus personajes no me pertenecen

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LA DE LOS NIÑOS DESESTRUCTURADOS

El familiar sonido, así como el leve resplandor llegó desde su habitación. Miyako dejó de teclear y buscó con la mirada a los hombres que permanecían en la mesa de la sala. No se habían percatado. Rodó los ojos y torció la cabeza hacia la habitación. Contó hasta tres y apareció.

—¿Dónde está mi princesita?

Miyako bajó la tapa de su laptop y lo dejó a un lado, se levantó del sofá y quedó con una mano en la cintura en actitud disconforme. El recién aparecido ni reparó en ella. Su vista miraba al piso y sus brazos extendidos esperaban ansiosos. Sonrió de par en par al ver a esa pequeña corretear hacia él.

Suke… —decía, dejando que el hombre la tomara y empezara a alzarla por los aires. Hasta tres veces para diversión de la niña. Quedó entre sus brazos y entonces sí, el recién llegado encaró a Miyako. Había sonreído a la escena y lo sabía, pero debía hacerse la dura.

—Sabes que no puedes seguir viniendo cuando te da la gana, ¿verdad?

La ignoró porque la pequeña tiraba de él impaciente, mirando al piso. V-mon saludó, dirigiéndose después a sus amigos digitales.

¿Y suko?, ¿dóde eta?

Le dio un toque en la nariz para hacer desaparecer su inquietud.

—Musuko quedó con su mamá en casa, pero tiene muchas ganas de verte.

No pareció que quedara conforme pero al dejarla en el piso y ver el nuevo peluche que Daisuke sacaba de su mochila, sonrió. Entonces reparó en la otra nena que gateaba cerca con un chupete en la boca.

—¡Si está mi otra princesita! —exclamó, tomándola en brazos. La alzó y la nena escupió el chupete y empezó a llorar.

—¡Detente!, ¡no le gusta!

Iori se apresuró a recuperarla y calmarla. Ken se levantó entonces de la mesa y se acercó a su amigo.

—Mina-chan no tiene ese problema porque volaba con Aquilamon embarazada —dijo Miyako orgullosa.

—Sí, hasta cuando ya había salido de cuentas —apuntó Ken, tornándose lívido por recordarlo.

Daisuke encaró a sus amigos.

—¿Pero que tenemos aquí?, el poder judicial y el poder policial conspirando contra el mundano ciudadano —los señaló con indignación—, ¡por culpa de vuestras estúpidas leyes Keiko no me deja traer al niño en mis viajes ilegales!

Ken entornó lo ojos, Iori, una vez que calmó a la niña y la depositó junto a Minako y el nuevo peluche de dudoso gusto, lo enfrentó con seriedad.

—¿Eres consciente de que nunca tendremos una convivencia real hasta que no dejemos de hacer lo que nos dé la gana y por tanto el sector desconfiado deje de vernos como amenazas?

Daisuke dio un paso atrás, pero Ken se acercó a él con unos dosieres.

—Todo esto son delitos en el último mes relacionados con las puertas digitales.

Daisuke se llevó las manos a la cabeza para no escuchar más.

—¡Por qué demonios tenéis que ser siempre tan dramáticos!

Cada uno a un lado de él, le dieron sendos capones.

—¡Para que entiendas de una vez por qué son necesarias las leyes! —gritaron al unísono.

Gruñó, frotándose la cabeza. Se inclinó a las nenas, que ya jugaban con el nuevo peluche con el que su tío favorito les había obsequiado.

—Nunca crezcáis y os parezcáis a vuestros padres, mis queridas princesitas.

Ken negó, también Iori. Más que nada porque con Daisuke aquí se hacía más complicado avanzar en su trabajo de asesoramiento en asuntos digitales. Miyako les dedicó una sonrisa para que se relajaran. A fin de cuentas, desde que Daisuke se había instalado oficialmente en New York no podían disfrutar de estos momentos tanto como antes. Se sentían especiales.

Llamaron a la puerta. Hawkmon fue el encargado de abrir. Entró felizmente junto a su amiga Tailmon. Hikari, con su pequeño de la mano, iba detrás. Cuando Miyako fue a saludar a su querida amiga, Daisuke se le adelantó.

—¡Hikari-chan! —sonrió. Hikari se sorprendió al verlo—, y está aquí mi principito —se agachó al pequeño. Fue a tomarlo en brazos pero este se encogió con timidez tras la pierna de su madre. Entonces, se apareció frente a él un descarado rubio—, y también está el chibi-Takeru.

Daiuke —saludó, dándole un puñetazo. Daisuke lo tomó en brazos y empezó a alzarlo para diversión de este.

—Takeru me pidió que me ocupara porque tiene una reunión. No te importa, ¿verdad? —comentó a su amiga.

—¡Cómo me va a importar! —exclamó Miyako, tomando de la mano a Hikari para adentrarla.

Tenían tan pocas oportunidades de disfrutar de una tarde juntas que podría haberle traído a toda su clase del kinder que no le hubiera importado. Además, no existía nadie que no adorara al hijo de Takeru.

Se alertaron al oír un golpe y un quejido. Daisuke mostró una sonrisa nerviosa, mientras acunaba al niño y le frotaba la cabecita. Este aguantaba, con lágrimas en los ojos, pero sin romper en llanto de una manera que su tío Yamato se hubiera sentido orgulloso.

—Tienes esa lámpara un poco baja, ¿no crees? —excusó. Miyako se llevó la mano a la cara, mientras su esposo decidió ir a buscar la pomada que todo padre debía tener en su botiquín. Hikari apresuró a arrebatarle al niño.

—¿Qué le has hecho?

—Es solo un chichoncito —dijo, pero no aplacó la ira de Hikari.

Le aplicó en el golpe el ungüento que le ofreció Ken. Se sentó en el sofá y Tenshi se dejó mimar por su maestra, acomodándose en su regazo. Quien quedó desprotegido fue el pequeño hijo de Hikari, que estaba sentado cerca de las piernas de su madre junto a Nyaromon. Daisuke se acercó frotándose las manos y con su mayor sonrisa.

—¿Te apetece volar?

Su frente chocó contra la mano de Hikari.

—Ni se te ocurra.

—Sí, será mejor que no te acerques más a los niños por hoy —comentó Ken. Daisuke bajó la cabeza abatido.

—¿Y qué haces aquí de todas formas? —Daisuke miró a Hikari aterrado. Su tono era de gran enfado—, ¿sabes lo mucho que se está esforzando mi hermano para conseguir una ley flexible en cuanto a las puertas digitales? No le ayudas en absoluto si sigues con tus viajes ilegales.

—Pero Hikari-chan yo… —miró a su alrededor. Tan solo quería ver a sus amigos. Seguir formando parte de ellos. Bajó el rostro—, lo siento.

Hikari se arrepintió de su dureza. En verdad parecía afectado. Tenshi saltó de sus brazos ya recuperado y fue a jugar con sus amigos. Quedó sonriente por la escena. No había sido tan grave de todas formas.

—Venga, ya sabemos que Daisuke es idiota, pero ya está aquí, así que disfrutemos de él —fue Miyako la que habló.

Daisuke le dedicó una mirada agradecida y entonces sí, sus amigos le recibieron con toda la felicidad que en verdad les provocaba tenerlo cerca. Hablaron y se pusieron al día, y como era costumbre, Daisuke les preparó su nuevo ramen en exclusiva.

Llevaban rato observando a los niños. Los más vitales eran Minako y Tenshi, no por nada eran los mayores. Solo se llevaban meses con Kibou y Shizuka pero a esas tempranas edades se apreciaba una gran diferencia.

—¿No fue maravilloso que nos embarazaramos prácticamente todos a la vez? —soltó Miyako de repente—, así nuestros hijos pueden crecer juntos y ser amigos desde niños, como nosotros.

Fue entonces cuando Daisuke reparó que en ese pequeño grupo no estaba su hijo y lo que esto significaba. No crecería junto a ellos. No tendría esos vínculos de infancia. No dijo nada, pero sintió una gran tristeza. Como si le estuviera fallando.

—Así que chicos, ¿para cuándo el próximo? —siguió Miyako alegremente. Iori se hizo el desentendido, al igual que Hikari, sí encontró la mirada cómplice de su esposo. La de Daisuke en cambio, se sintió lejana. Lo percibió y le dio una gran ternura— Oye Daisuke, puedes regresar cuando quieras. Nosotros ya estamos orgullosos de ti, ya no tienes que demostrar nada.

—¿Cómo? —agitó la cabeza, sin entender.

—Tienes un restaurante de éxito en New York. Ya has cumplido tu sueño, ¿no? —siguió Ken.

—Y si quieres que tu ramen se coma en todo el mundo no basta solo con una ciudad, debes expandir el negocio. Debes pensar en una cadena de restaurantes —apuntó Iori.

—Y sería una pena que no pudiéramos disfrutar de tu ramen porque no haya un restaurante en Tokio, ¿no es cierto? —dijo Hikari. Los demás asintieron.

Daisuke empezó a entender lo que le estaban proponiendo. A eso se refería con regresar. No más puertas digitales para aplacar la tristeza que le producía su lejanía. Volver ahí. Volver con ellos. En realidad no lo había pensado aún. Nada de su futuro en general. Se dedicaba a vivir el momento, tanto en el éxito como en el fracaso. En el fracaso lo vivía sin rendirse, en el éxito sin relajarse. Que cualquier persona del mundo pudiera comer su ramen en cualquier momento era su verdadero sueño. Un sueño que no podía reducirse solo a una ciudad. New York no era su meta, había sido tan solo un punto de partida. ¿Era momento de continuar su viaje?

—No sé —se rascó la nuca nervioso—, es complicado, ya no estoy solo con V-mon. Ahora está Kei-chan y Musuko-kun y…

—¡Llamaré a Keiko!, seguro está encantada de que su hijo crezca con mi Minako —saltó Miyako.

—¡Yo también la llamaré! —exclamó Hikari.

—¡No!, ¡ni hablar!, ¡dejad a mi esposa! —se abalanzó Daisuke, arrebatándoles los teléfonos.

Miyako negó y susurró a su amiga:

—No quiere que hablemos con ella para que no sepamos lo delicado, dulce y poco desagradable que es cuando está enamorado.

En el piso tirado, Daisuke enrojeció.

—¡Conmigo nunca fuiste así! —exclamó Hikari, haciéndose la indignada.

Daisuke alzó el rostro desesperado.

—¡Como puedes decir eso Hikari-chan!

Hikari rio, así como el resto de sus amigos. Daisuke permaneció un poco más en el piso, disfrutando de las risas de su alrededor. En verdad las había echado de menos. En verdad eran su fuerza. En verdad no quería privar a su hijo de ellas. De un intrépido salto, se puso en pie.

—Bien V-mon, supongo que podemos echar un vistazo a la competencia ahora que estamos en la ciudad.

Sus amigos le observaron maravillados. Volvían a ver a ese líder torpe, pero que jamás se rendía. Entonces un llanto captó su atención. Minako lloraba señalando su peluche nuevo, el cual había quedado atorado en la lámpara asesina. Era Tenshi quien lo había arrojado. Hawkmon se ocupó del contratiempo, pero viendo el panorama, Iori y Ken tomaron una decisión.

—¡Te acompañaré como asesor legal! —dijo el primero.

—Y yo como asesor… policial —improvisó el segundo.

Como un resorte, Miyako saltó a su encuentro. Era la tarde que había esperado largo tiempo para disfrutar con su amiga y aunque también disfrutaba de la maternidad, creía firmemente en que debía ser compartida. Es decir, esos dos no se iban a escaquear con facilidad.

—¡Os lleváis a un par! —dijo, pasando a Tenshi a brazos de Daisuke y a Kibou a brazos de Iori.

Hikari se apuró al verlo.

—Mejor Ki-chan se queda aquí porque está un poco resfriado y… —Miyako rodó los ojos. El niño estaba perfectamente la que estaba mal era la madre pero no le apetecía abrir esa caja de los truenos de momento.

—Por favor… ¡Ken toma a tu hija! —y ella cogió a Kibou de vuelta.

Pero entonces ocurrió de nuevo el estruendo.

—¡Yo quero Shizu-chan! —gritaba Minako como si la estuvieran matando, forcejando en brazos de su padre y extendiendo la mano hacia su amiga en el piso.

La pequeña Iori también gimoteó y extendió su bracito para alcanzarla.

Miyako se desesperó.

—Por favor… —tomó a Shizuka y se la dio a su padre y regresó a Tenshi al piso—, ¿bien?

La nena se calmó de inmediato tomando la manita de su amiga.

—Voy a hacer negocios, no a un kinder —rezongó Daisuke. Aunque al observar de reojo a sus lindas princesitas no pudo remediar la sonrisa embobada.

Ahora que ya estaban distribuidos los niños, sus planes fueron otra vez interrumpidos con una inesperada visita. Wormmon entró a la sala seguido por su amigo Patamon. Takeru saludó con la fedora.

—Hola, siento la irrupción, pero mi reunión fue más breve de lo esperado.

—Se equivocó de día, es la semana que viene —explicó Patamon.

El despreocupado hombre rio, y a sus amigos ni les sorprendió. Desde que era bohemio no se regía por el horario del resto de los mortales. Extendió los brazos a su hijo, que correteó a él. Lo alzó y besó su mejilla.

—Mira que bien me vienes —dijo Miyako, viendo la tierna escena.

Tomó a Kibou, para terror de su madre, y se lo entregó a Daisuke. Fue entonces cuando Takeru cayó en la cuenta de que su amigo también estaba ahí.

—Que alegría que estemos todos juntos, hacía mucho de la última vez —dijo.

Entonces se percató de un gesto de dolor de su pequeño, palpó y notó un bultito en su cabeza. A su lado Daisuke gritó, le arrebató la fedora y se la colocó a Tenshi.

—¿No crees que ya va siendo hora de que le regales su primer gorro a tu hijo? —rio nervioso, chocando su mejilla contra la de Kibou para parecer tan inocente y adorable como el pequeño.

Al mismo tiempo, Hikari se debatía entre el instinto animal de salvar a su cachorro de las garras de un depredador, o seguir el mandato de su amiga, la cual había ido a buscar una chaqueta y ya se estaba calzando. Finalmente Miyako la encaró.

—¡Ni hablar Hikari!, vamos a salir solas, sin hijos, ni esposos. Tú, yo, Hawkmon y Tailmon, como en los viejos tiempos.

Nadie había sido consciente de este cambio de situación. Discretamente, Ken y Iori dejaron a las nenas en el piso.

—Pero Ki-chan… —calló al notar el tirón de su amiga. La caja de los truenos había sido abierta.

—¡Ya basta!, cientos de padres te confiamos a nuestros hijos todos los días, es hora de que tú aprendas también a confiar. Además, no querrás que tu hijo crezca creyendo que es débil, ¿verdad?

Meditó sus palabras. Realmente no quería que su hijo tuviera las mismas debilidades que ella tuvo. Esas de las que, precisamente, su amiga Miyako le liberó. Incluso así, no le resultaba fácil delegar su cuidado. Se encontró con la sonrisa más confiable de Daisuke, que alzó el pulgar de una mano, mientras con la otra cargaba firmemente al niño que permanecía ajeno a su alrededor. Su mirada tan solo buscaba la de Tenshi.

—No te preocupes, está en mis manos.

Y aunque el hijo de su mejor amigo ahora tenía dos cabezas por culpa precisamente de esas manos, sintió una tranquilidad que muy pocas personas le podían dar. Sí, Daisuke era confiable. Daisuke emanaba algo especial. Era su líder a fin de cuentas.

Sonrió y asintió.

—¡Si le pasa algo mueres! —se escuchó a Miyako, ya abriendo la puerta—, ¡y tú también Ken!

Ken dio un respingo. No esperaba que esto acabara salpicándole de tal forma. Sin entender muy bien lo que estaba sucediendo, Takeru dejó que su hijo se reuniera con sus amigos, con la fedora puesta aunque le caía hasta la nariz, y se sentó para disfrutar de los restos de ramen.

—Está bueno, ¿es nuevo? —preguntó.

Daisuke sonrió arrogante, dejando a Kibou también con los demás niños.

—Estoy trabajando en ello. Aún está lejos de la perfección, pero creo que llegará a ser el plato estrella de mi próximo restaurante en Tokio.

Ken y Iori compartiendo una feliz mirada. Takeru lo enfocó asombrado.

—¿Tokio?, ¿significa que vas a regresar?

Un llanto les interrumpió. Los hombres se volvieron a los niños para encontrar otra vez a Minako llorando. Había perdido una de sus coletitas y Tenshi mantenía en la mano su gomita.

—Tenshi… —recriminó el padre desde el sitio. Rio al ver como su hijo era golpeado por un horrendo peluche.

—Shizuka, no emplees la violencia —dijo Iori. Todos se miraron sin decir nada, pero compartiendo el mismo pensamiento. El concepto de violencia de Iori era un tanto exagerado.

Entonces Kibou reptó y mordió el brazo de Shizuka que perdió el chupete del grito que dio y del llanto que vino detrás.

—¡Kibou, no emplees los dientes! —se levantó Takeru.

Dejó el bol y junto a Ken y Iori separó a los niños que ahora empezaban una pequeña trifulca. Igual Iori no era tan exagerado sino más bien un visionario. Daisuke contempló la escena con una radiante sonrisa. Ahora estaba convencido. Ya no tenía ninguna duda.

—Que remedio —respondió a la pregunta de Takeru—, está claro que esos mocosos desestructurados necesitan con urgencia un líder.

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