Los rastros de la noche ya cubren al sol, mientras lo que queda de aquel hombre va dejado atrás las puertas del camposanto; sin sentirse digno es la primera vez desde el funeral en que se atreve a pisar ese lugar.

Es tierra santa, y él es solo un pecador que no es capaz de resignarse al castigo que debiera recibir.

Nunca creyó demasiado en esto, pero ahora es todo lo que Chris Redfield tiene para tratar de mantener todos los sentimientos de culpa lejos, o al menos para tratar de desterrarlos muy dentro de su mente, así como lo ha hecho desde el inicio, con cada muerte y perdida que se cierne sobre su espalda.

Camina hasta el final del pasaje pavimentado, viendo las colinas delante de él siendo suavemente tocadas por los últimos rayos del sol mientras estos se evaporan.

Sale del camino poco a poco, pisando el césped con sus botas negras y el olor fresco de la naturaleza le invade, aunque es raro, melancólico, tal vez por la atmosfera del lugar o su propia litost. Todas las personas que yacen ahí son héroes, pero busca a aquellos que fueron capaces darlo todo por salvarlo, creyendo con tanta firmeza en él, que sobrepasaron lo esperado.

Arrastra los pies los últimos metros, esperando terminar pronto con todo eso.

Ve las lapidas ante de percatarse de ello y mientras se acerca, las observa, sin decir nada.

No mueve ni un solo musculo cuando está delante de ellas, congelándose por alguna razón que su mente no quiere decir, tragándose las lágrimas se arrodilla repasando con sus dedos las diferentes inscripciones, las diferentes fechas de nacimiento, los nombres, el epitafio… las fechas de sus fallecimientos. Mira el suelo, apretando los brotes verdes entre sus manos, algunas de las tumbas tienen flores, otras no. Ni siquiera trata de levantarse, obligando a su mente a convencerse de que él trato de hacer algo para evitarlo.

Desvía la mirada, simplemente no quiere que su nueva fachada de invencible e incorruptible, del superhéroe que lo supera todo se desvanezca de pronto.

Es más fácil cuando lo pasa por alto, tratando de ignorar la creciente sensación dentro de él, o cuando esta borracho, pero no es fácil cuando cae en la cuenta de que es su culpa, de que fue su culpa el llevarlos más allá del deber, convirtiéndolo en algo imposible de evadir… no es lo que quiere, pero cree que es lo que merece.

Lo ha estado ocultando todo este tiempo mientras hace su mejor actuación, escondiéndolo todo con un simple "está bien", "Puedo continuar", "Cumplieron con su deber". Tratando de perder el pasado que lo persigue, en un círculo vicioso.

Y la tierra santa, a un pecador como él, se lo recuerda.

—Desearía haber hecho algo más. —Desearía que el sentimiento de opresión en el pecho fuera una fantasía. A tratado de esconder esto, la culpa, detrás de miles de excusas, mentiras, bebidas.

¿Qué más podría decirles?, Algunas veces cuenta eventos recientes al aire, con la esperanza de que puedan oírlo donde sea que estén, y a veces es como una terapia, un remedio que el mismo se creó para no sentirse tan culpable, pero en otros momentos, como este mismo eso no funciona y solo desearía enterarlo, dejar la pesada carga de culpas que cuelga en su espalda y lo va arrastrando poco a poco en ese abismo en el que va cayendo.

Parece que de pronto todo se ha roto porque las gotas de lluvia empiezan a caer a su alrededor, la chaqueta de por si pesada absorbiendo el frío que se propaga por la atmosfera nostálgica y dolorosa.

No puede ocultarlo más, perdió la llave que le permitía mantener todo encerrado en algún lugar de su pecho. Es verdad, su pecado, el sacrificio y muerte de todos esos hombres, valientes, dejando la piel—y la vida— por salvar a Chris Redfield, el capitán, el que posee el futuro de la BSAA en sus manos. No es el futuro, ellos lo eran y a pesar de que ya nada pendía de un hilo, se sentía igual de culpable que antes. No puedo ocultarlo más, el dolor de recordar su pecado.

—… Todo es mi culpa. — Es como si pudiera verlos delante de él, no necesita mirar las tumbas para sentir que habla con ellos, los que alguna vez fueron hombres bajo su mando. Admitir que era su culpa no lo sosegaba el dolor, aquel dolor que lo quemaba entero y que no podía callar de todas formas, y que puede consumirlo por dentro.

De cualquier forma, simplemente no podía contenerlo más, retenerlo un poco más era imposible.

Sus ojos se inundaron de pronto, sintiendo una pequeña lágrima deslizarse por su mejilla, luego otras. Después no supo si era la lluvia, o sus ojos, o una combinación entre ambos.

No trata de calmarse, dejando que por primera vez el llanto fluya, mojando al igual que la llovizna el suelo, mientras el granito empieza a oscurecerse por el agua que cae sobre él.

Repasa de nuevo con sus manos las letras grabadas. Deja que todo fluya, las cálidas lágrimas bañando parte de su pecho y dejando un camino por todo su rosto. La vergüenza apoderándose de él, por dejarse derrumbar de pronto, por caer. Dolor de tener que soportarlo todo. Pena, por no lograr salvarlos, mantenerlos a salvo. Restriega las lágrimas con fuerza, esperando algo que nunca sucederá. No pudo salvarlos, evitarles una muerte horrible, por culpa de unos deseos sin sentidos.

No se mueve de su lugar, entre las tumbas de sus ex subordinados, tratando de limpiar sus ojos con el borde de la camisa oliva que lleva y le recubre del frío. Una grieta en su pecho, hundiendo su dolor cada vez. La herida que no ha terminado de cerrar volviéndose cada vez más profunda, todas sus heridas se hacían más profundas y dolorosas hasta el punto de ser insoportables.

¿Cuántas veces se miró delante del espejo, esperando encontrar una figura que no fuera la de un pecador?

Quería volver a cuando el espejo podía mostrar a un héroe, a alguien valiente, pero de manera irremediable Chris Redfield era un pecador, al que no terminaba de llegarle su castigo.

Y cada día, mes tras mes, terminaba solo en medio de algún lugar inundado de gente, para darse cuenta de que está solo. Y cada vez, llega a la conclusión, de que esa soledad se la merece, porque toda aquel se acerca a él, termina sufriendo, todo aquel que se acerque a él termina muerto, ahora da igual eso, no puede reclamarles, no tiene el derecho a hacerlo. Les diría que hicieran algo, una cosa o la otra, una orden cualquiera, pero no está en posición de hacerlo. Buena razón para que cualquiera tema formar parte de su escuadrón, para preferir trabajar solo de ahora en adelante.

Arrastra los dedos por el cemento, deletreando el nombre de Piers Nivans, su fecha de nacimiento, apenas y llegaba a los treinta, y ahora no llegaría nada más, todos esos sueños cortados de raíz por una mala acción. Siendo un luchador, un soldado, resulto siendo tan débil, frágil, nunca quiso nada de eso, espero paciente que llegara ese tiempo y que el rompecabezas se armara de nuevo, y cuando lo hizo, el muchacho decidió ser quien recibiera el impacto. Era un pecador, y otro había decidido tomar su lugar para ser castigado, dándole la oportunidad de volver a ser quien alguna vez pudo llegar a ser fue.

Respira, inhalada tras inhalada, obligando a sus pulmones a continuar con su pesada tarea. Está empezando llover, pero no le importa demasiado, dentro de su alma ya hay una tormenta mucho peor. Solo quiere oírlo para saber que es verdad, comprobar que siempre ha tenido razón. Es como si las nubes lloraran, solo quiere que pare y si el cielo a de abrirse que lo haga.

Sabe que es un cobarde, sin la suficiente gallardía como para admitirlo todo. Es un cobarde y ellos se sacrificaron esperando ver algún acto de valentía, ¿Cuántas veces llego a burlarse de la gallina de Vickers?, viendo como otros luchaban y morían, volviendo al final buscando ser considerado un héroe.

— ¿Por qué? ¿Acaso pensaron que me merecía su confianza, vivir a cambio de sus vidas? — Suspira, tratando de secar el llanto que continúa fluyendo por su rostro, con menos fuerza, pero que sigue allí. —Lo siento.

Son palabras verdaderas, tal vez las únicas que pueda decirles con tanta verdad mientras aquellas preguntas que nunca tendrán respuesta se quedan en él aire.

Termina por dejarse caer sobre la grama verde amarillenta, empezando a ver como se moja por la lluvia. Sentado en medio de las tumbas que pertenecieron a su escuadrón, así como hizo cuando estaban vivos. Saca una cajetilla de uno de los bolsillos, un encendedor, prende un cigarro y da una larga calada. Expira el humo blanco, mientras continua en ese lugar, observando todo a su alrededor. Otra calada, el mismo proceso hasta que termina el cigarro. Luego enciendo otro, fumar es un vicio adquirido recientemente. No se mueve de su lugar, parece que de nuevo todas esas heridas que creyó sanas empezaban a ser mucho más profundas.

Mientras más se miraba en el fragmento de cristal roto que ya no puede arreglarse por tanto que lo intente, el cristal mostrando el hombre honorable que alguna vez fue y el cobarde pecador que es ahora… es un espejo roto, trato de armarlo de nuevo, pero en el proceso su figura cambio, y el también. Todos los días, las viejas heridas sangraban de nuevo, abriéndose de nuevo y volviéndose más profundas, más y más profundas, y la única forma de mirarlas era en ese trozo de cristal roto, perteneciente a la ventana de la capsula de escape. Su corazón terminando de romperse, por acciones que se llevaron a cabo demasiado pronto, con un desenlace trágico. Era tan frágil, eran tan frágiles, fuertes de todas formas y capaces de romperse en cualquier momento, y decidieron remplazarlo y recibir el escarmiento en su lugar.

Realmente lo lamentaba, todo eso era su culpa, un castigo a sus pecados que termino no siendo para él. Lo sentía, por todos ellos. Lo lamentaba por Piers que fue como el hermano que nunca tuvo, lo lamentaba, por todos ellos; lo lamentaba porque fueron su apoyo en el momento que no quiso saber de sus antiguos amigos y de su única familia viva.

Trataba de ocultarlo una y otra vez, enterrarlo en algún rincón de su cabeza y no volver a ver esos recuerdos nunca. Pero sin importar cuanto lo escondiera, nunca terminaban de irse. Estaba mal, era capaz de escuchar, una y otra vez la verdad, en ese silencio era capaz de ver una y otra vez lo que decían.

—Sé que soy un pecador. ¿Realmente merezco ser llamado así? — Algo en su garganta se cerró al darse cuenta de la forma en que hablaba, de manera tan cínica mientras se enfrentaba a fantasmas inexistentes. —Sé que no puedo negarlo, ¿Qué más podría decir a parte de lo siento?

Lo lamentaba, era un extraño dolor que no terminaba de irse.

Luego se enteró lo de Claire, ese vientre abultado que crecía mes tras mes, hijo del chico que se sacrificó por él lanzándolo a la capsula e infectándose para salvarlo. Al cargar a la niña entre sus brazos, un bultito de mechones azarosos y ojos oscuros. Lo sentía, por Claire, su única familia viva, su hermana y ahora por su sobrina. Le había quitado el padre a una niña, así como se lo habían hecho a él cuando pequeño. Lo lamentaba por la pelirroja, que tendría que convivir con un pecador culpable de todas esas muertes.

En las peores noches, sin importar cuanto tratara de esconderlo, el sentimiento de culpa no se iba. Sin importar cuantas veces trato de solaparse bajo la voz de perdón de la chica, no terminaba de irse esa culpa que lo consumía por completo. En las peores noches, había llegado a escucharla llorar, hasta que a él mismo se le secaban los ojos.

Deseaba su perdón, lo pedía a gritos.

El cielo empezó a despejarse en el mismo momento, los últimos rayos del sol asomándose tímidamente entre las nubes sin llegar a calentar, iluminando poco a poco toda la ciudad antes de que volviera a caer la noche y la luna iluminara a Chris, y de alguna forma a todos sus pecados. Recordó las miles de veces que la sangre, roja y escandalosa, había caído sobre él, una y otra vez, llevándose lo que le importaba, sin posibilidad de que fuera él mismo quien lo pagara. Incapaz de volver sobre sus pasos, elegir otro camino, que no los condenara a todos.

Siempre eras así, cada día, desde ese día.

Apreto los puños con fuerza, el olor de la chaqueta y de la hierba, el rocío se propagaba por encima de todo y la luz fría del sol empezaba a proyectarse entre los ángeles y querubines de piedra. No había escuchado nada más que sus propios pensamientos, los dentro de sí mismo y aunque se decía que era momento progresar mientras se levanta, miro las tumbas, acaricio los ángeles que la protegían. La luz brillaba en todo el lugar era blanca y gélida, iluminaba incluso sus pecados y brillaba sobre ellos, de un color diferente, carmesí… los recuerdos de sangre le solapaban la mente, cerrando los caminos e impidiéndole volver atrás, no entendía porque, pero sabía que nunca lograría superarlo.

—Quisiera…—Se le corto la voz, pero se obligó a continuar, con todo lo que implicaba. — Dejen que reciba mi castigo, perdónenme, por favor.

Se ajustó bien la chaqueta, saco otro cigarro y empezó a fumar. Se arregló el cabello mojado hacia atrás, sin terminar de convencerse de que algo de eso estaba bien en realidad.

—Es hermosa, se parece tanto a ti, Piers…—dejar salir el nombre, al igual que el humo de lo que estaba fumando. — Cada vez que la veo… solo se refuerza mi deseo de morir, aumenta, es… ¿Por qué no dejaron que recibiera mi castigo?, dejen que reciba mi castigo. Perdónenme, por favor.

No tenía bien la mente, el pecho se le oprimía cada vez más y la cabeza le daba vueltas, empezó de nuevo a dolerle, mucho más insistente de lo que recordaba. Últimamente le dolía muy seguido la cabeza, ni siquiera podía ver la luz… tal vez ese era su castigo, no le agradaba y no lo veía como tal, tal vez esa era la idea o como él lo veía. Recorrió por última vez el mármol, las alas de las estatuas y el epitafio grabado y mojado. Se forzó a que sería la primera y última vez hasta lograr liberar el mundo de la mancha del bioterrorismo.

Pero la luz todavía brillaba sobre sus pecados, la sangre que caía sobre él le impedía volver a ser quien fue, cada día solo deseaba morir con más insistencia.

—Concédanme la absolución de mis pecados, por favor. — Pidió en silencio, pero el estigma de aquellos pecados lo perseguirían sin importar a donde fuera.