EL CENTINELA

LIBRO TERCERO

PARTE II: ÉL Y ELLA

Capítulo 7

El engaño

Kay y Paul levantan las manos ante la orden de sus captores.

—Solo son cinco —murmuró Paul—. ¿Los elimino?

—Cuarta lección. Ubícate. Hay dos francotiradores más que están tratando de ocultarse y nos apuntan todo el tiempo. Siempre usa tus sentidos para darte cuenta donde estás parado.

—¡Silencio! —gritó la mujer que parecía comandar el grupo.

El Guardián de Bronce la observó en detalle. Aun cuando lideraba a aquellos hombres armados que estaban apuntándoles con armas, no pudo dejar de reconocer que la chica de estatura mediana ante él era esbelta y sus rasgos faciales eran bonitos. Sus ropas militares estaban desgastadas y algo sucias. Lo más llamativo para él fueron esos brillantes ojos violetas y esa hermosa cabellera azulada que tenía.

Sin embargo, los disparos que se escuchaban hicieron que él vuelva a la realidad. Y ella elevó su voz llamando la atención de quienes estaban a su mando.

—Gendro, ¡detengan el fuego! ¡Ya vimos que esa gente está desarmada!

—¡Bah! —contestó el susodicho—. ¿Qué te interesan esos zombies?

—¡Yo estoy al mando y te ordeno que detengas el fuego! ¡Ahora!

Gendro lo hace con lentitud y sonriendo desdeñosamente antes de hablar:

—¿Rafus? La jefa dice que detengas el fuego. Sí, ya sé, pero deja de dispararle a los zonzos. Ya tenemos lo que buscamos.

Los disparos cesan, y ella mira a Gendro antes de hablarle:

—Tu familia puede estar entre ellos.

—Mi familia está muerta. Ellos los mataron.

—Siguen siendo nuestra gente.

—¿No te das cuenta? El mundo está dividido en dos. Ellos y nosotros. A no ser que tú te sientas más identificada con "ellos" —Gendro añadió un tono de desprecio a la palabra "ellos" que no pasó desapercibido para nadie.

—Eso no es verdad. Ni siquiera tú has enfrentado a los Protectores y yo sí. Así que no me cuestiones.

—No creo que a Murgan le guste tu forma de pensar.

—Eso lo veremos, ¡vámonos!

Empujan con sus armas a Paul y a Kay. El primero mira a Kay y vuelve a hablarle:

—Tú dirás cuando los desarmamos.

—Prefiero ver adonde nos llevan. Ellos no creen en Él y Ella. Quisiera saber porque.

...

Los atacantes se iban y Krina miraba a los alrededores.

—Se han ido, ¿quiénes eran?

—Asesinos —dijo Stendal—. Todos aquí no llevan armas. Dispararon por placer y no respetaron a nadie.

El paisaje era desolador. Hombres, mujeres, e incluso niños yacían sin vida. Sus familiares seguían arrodillados, llorando y clamando al cielo. La Centinela entonces habló:

—¿Viste que no se cubrieron? Aceptaron los disparos como si les tiraran canicas.

—¡Fueron los infieles! ¡Los no creyentes! —gritó el anciano—. ¡Aún nos acechan y hostigan!

—¿Dónde están Kay y Paul? —preguntó Krina.

—Se fueron por esa loma —contestó Stendal.

—Vamos a buscarlos.

El anciano se les une y todos van hacia la dirección por donde se fueron sus dos compañeros.

...

Jesús Ferrer estaba ya frente a la montaña. Miles de suplicantes no prestaron atención a la comitiva. Toda esa multitud aclamaba a Él y Ella mientras ellos pasaban.

—Esperan el momento en el que su fe los elevará al paraíso —dijo el regente Markus Tonsi—. Ustedes tendrán el privilegio de gozar de su presencia.

—¿Y usted? —contestó Ferrer.

—Yo no puedo. Aún no soy digno de gracia.

El vehículo se detiene y todos descienden. Dorel mira la enorme montaña.

—Nunca imagine que estar frente a un dios te estremecería —le dijo a Yosei.

—Se supone que es así, ¿no?

—Esto es diferente. Y sin poderes, estamos en sus manos.

Todos entran al interior de la montaña. En total sumaban veinte. La comitiva del príncipe con el mismo eran cinco, dos meganianos y los cuatro "dorinios". El resto eran comerciantes de Endoria. Tonsi se queda en la entrada y los sale a recibir Zura.

—Yo los guiaré ante Él y Ella, pero solo será al príncipe y su comitiva.

Jesús Ferrer asiente y se encamina con su grupo, siguiendo a Zura. Dorel mira a su grupo.

—Los seguiré. Yo también quiero verlos.

—¿No será peligroso? —preguntó Teela antes de volver a hablar—. Te acompaño.

—No, no quiero que noten tantas ausencias. Pasaré desapercibido. Traje mi dispositivo de camuflaje.

Dorel activa un control en su muñeca y desaparece.

—¿Dónde se fue? — dice Cort

—Aquí estoy —contestó, haciendo notar con su voz que estaba detrás del saiyajin—. Esto refleja todo lo que hay a los lados por donde se mire, como un espejo. Usaremos los transmisores y les contaré lo que pasa.

El Centinela de piel azul se va detrás del príncipe, mientras los demás no se dieron cuenta de lo ocurrido.

...

—¿Qué fue lo que te dijo Astria? —le preguntó Paul en voz baja.

—No tuvo tiempo de decirme. La transmisión es mala —contestó Kay, murmurando.

—¿Por qué no la llamas?

—No quiero revelar que tengo un transmisor ante ellos. Lo haré cuando nos detengamos.

No muy lejos de allí, se erguía un campamento que se veía a la distancia. Mientras se fueron acercando, Kay y Paul vieron con horror que el camino estaba trazado con cabezas estacadas de gente de toda edad.

—¿No había pedido que sacaran estas cosas horribles de allí? —preguntó la mujer que lideraba el grupo.

—Sí —contestó Gendro, tapándose la nariz—. Apestan.

—Oye, Kay. Si crees que voy a esperar que pongan mi cabeza allí antes de reaccionar, estás soñando —le advirtió Paul.

—Si te matan, desaparecerás. Así que de eso no te preocupes. La mía es la que me preocupa. Yo tampoco los dejaré —contestó Kay.

—Mis preocupaciones son cosa mía y no pienso darles la satisfacción de tener mi cabeza en una estaca. ¿Actuamos?

—Esperemos a ver que dice su líder. No creo que se hayan tomado la molestia de capturar a dos visitantes del espacio exterior solo para poner sus cabezas de adorno.

Los dos son introducidos en el campamento y llevados hacia una carpa grande. Otras dos cabezas flanqueaban la entrada.

—Mala señal —dijo Paul—. Tal vez quiere cambiar por dos cabezas frescas.

—Tranquilo.

Del interior sale un hombre alto y fornido que estaba cubierto de armas blancas y de fuego.

—Buena cosecha —habló sarcástico—. ¿Estos son?

—Sí, Murgan —contestó la mujer de pelo azul—. Estos son los alienígenas.

—¡Ah! Bienvenidos al Adén libre, amigos. —Murgan entonces cambió en tono de su voz a una más chillona—. ¡Vengo en son de paz!

Murgan no pudo evitar reír luego de pronunciar aquello. La risotada fue general por todo aquél grupo de personas ataviadas en trajes militares, salvo por la mujer que había liderado a los que capturaron a Paul y a Kay. El Guardián notó que las vestimentas de ese grupo estaban roídas cuando aquél hombre terminó de reír.

—¡Jajaja! Siempre quise decir eso.

"Kun tenía más estilo", pensó Kay al pensar en su fallecido amigo trola. Es entonces que Murgan le pega la cara al rostro.

—¿Te doy miedo? Vean, muchachos. ¡Están asustados! ¡Jajaja!

Todos ríen a excepción de la mujer y Murgan vuelve a mirar a Kay.

—Soy Murgan. Y me llaman "El Devastador". ¿Sabes por qué?

—Me imagino que por tu aliento —le contestó Kay mirándolo fijamente—. Es realmente insoportable.

El hombre mira a Kay por un rato. Luego le da un bofetón y saca su espada, pero la mujer se interpone.

—¡Murgan! ¡No! ¡Sabes que los necesitamos!

—¿Necesitarlos? ¡Yo no los necesito! ¡Y mucho menos a un alienígena insolente! ¡Solo acepté que los trajeras para que me dejaras de fastidiar!

—¡No seas idiota! ¡Sabes que nada podemos hacer contra los Protectores! Los endorianos son la única tabla de salvación que tenemos. Si el príncipe Ferrer ordena la invasión, ¡podremos liberarnos de Él y Ella!

—¿El príncipe de Endoria? ¿Salvarnos? ¡A él lo único que le interesa es extender sus dominios! Si piensa invadirnos, ¿qué hace en la montaña? ¡No pienso cambiar a unos invasores por otros!

—¡Piensa, Murgan! Si podemos demostrarles que Él y Ella no son lo que piensan, tendremos una oportunidad de liberarnos y liberar a todos los adenianos.

—No me interesan los otros adenianos. ¡Son débiles y nosotros fuertes! ¡Resistamos hasta que Él y Ella se vayan por donde vinieron y luego tendremos el planeta para nosotros! ¿No es así, muchachos?

Los vítores no se dejan esperar y la mujer rastrilla su arma antes de encarar a todos.

—¡Basta de idioteces! ¡Saben que sus familias están entre los conversos! ¿Dejarán morir a sus esposas, hijos, hermanos o padres? ¿Qué diablos les pasa? Se dicen valientes y se esconden aquí a esperar que ellos se vayan. ¡Atacan de sorpresa a gente desarmada y cuelgan sus cabezas como adorno! ¡No son soldados sino asesinos de niños! ¡Me avergüenzan! Muy bien, Murgan, no uses a los endorianos si no quieres pero no impedirás que yo lo haga. ¡El que está conmigo, que me siga!

Solo hubo algunos tímidos movimientos y pocos asintieron con la cabeza. Murgan deja de sonreír y mira a la mujer para luego hablar:

—Está bien. No nos dividamos ahora. Úsalos si te place pero no me quites el tiempo con ellos y ponlos fuera de mi vista. Especialmente al pelucón. Ahora déjame dormir.

Murgan entra a la tienda y todos se van dispersando. La mujer les hace una seña a Kay y Paul, y estos la siguen a otra carpa.

—No todos somos iguales, endoriano —les dijo ella—. No todos somos asesinos, pero todos hemos sufrido mucho. La mayoría ha visto morir a sus familias en manos de los Protectores y conversos. Muchos ya no tienen esperanzas y solo les queda la crueldad. Murgan vio como quemaban vivos a su esposa e hijos.

—¿Realmente crees que podremos ayudarles? —preguntó Kay.

—Eso espero.

—Antes tendrás que convencernos que ustedes no son los que están equivocados y otra cosa será convencer al príncipe.

—Por el bien de todos, espero que sí.

—¿Cuál es tu nombre?

—Yo soy Azoret.

...

Krina, Stendal y el anciano estaban sentados sobre las rocas mirando vanamente el horizonte.

—Fueron capturados —dijo Stendal.

—No puede ser. Con poderes o sin ellos, Kay solito podía con esos bandidos.

—Entonces se fue voluntariamente o alguien fue mejor que ellos.

—¿Por qué lo dices?

—Porque no contesta su transmisor. Lo tienen. La misión se acabó.

—Olvídalo, yo tomo el mando y seguimos.

—¿De qué misión hablan? —preguntó el anciano.

—Estamos en una misión comercial, ¿lo recuerda?

—Sí, lo lamento por sus amigos. Especialmente por el joven Kay. Me agradaba. Rezaré a Él y Ella por sus almas y que los acoja en su paraíso.

El anciano cae de rodillas elevando sus manos al cielo y se pone a rezar casi gritando. Krina y Stendal solo observan.

...

En la órbita planetaria, Kux hablaba con las demás naves.

—¡Destrúyala! Si es una enfermedad destruya las naves donde sea incontrolable la situación. Capitán Menom, evacúe la astronave. Sí, sí, me entendió bien pero vaya a las naves comerciales. No quiero que aborde los destructores ni el Águila Real. Si no sale en cinco ciclos, morirá con el resto. ¡Apúrese entonces, idiota! ¿Cómo está la situación aquí?

—Por el momento, calmadas —contestó un oficial—. Hemos aislado a muchos que han enloquecido.

—¿Aislarlos? ¡Mátenlos, he dicho!

—Son muchos, señor.

—Desprenda las estaciones donde están y luego hágalas estallar en el espacio.

—No se puede con todas, señor.

—Pues quíteles el aire.

—Habrá protestas, capitán.

—¡No me interesan y cumpla lo que le ordené! ¿Qué quieres tú?

—Yo —respondió otro oficial intimidado—, los meganianos y el dorinio que quedó desean hablar con usted.

—Diles que no me molesten.

—Insisten, señor. Dicen que pueden saber lo que está pasando.

Kux se quedó unos momentos en silencio y luego se encamina a otro ambiente. En el mismo estaban Kiwishin y los tres meganianos.

—¿Saben qué diablos está pasando? —preguntó a bocajarro.

—Capitán —le contesta uno de los meganianos—. Nosotros exactamente no, pero el dorinio nos lo ha dicho y no me parece tan descabellado.

—¿Y bien? — pregunta el capitán mirando a Kiwishin.

—Algo está afectando las mentes de los ocupantes de la nave, capitán Kux.

—Eso es evidente, ¿no? ¿Esa es su gran deducción? ¿Decirme lo que ya sé?

—No, sea lo que sea que esté afectando a la nave, proviene de Adén.

—¿De qué habla?

—En Adén sucedió exactamente lo mismo. La gente empezó a actuar irracionalmente y ahora ya no sabemos lo que pasa.

—¿Qué sugiere?

—Ordene sacarnos de la órbita de Adén.

—¿Está loco? El príncipe Ferrer está ahí. ¿Quiere que lo abandone?

—No lograremos sacarlo sino sobrevivimos. Esta situación es incontrolable y lo sabe. Se pondrá peor y ya no importa que decida, todos moriremos.

El militar endoriano guarda silencio y Kiwishin continúa.

—Capitán, sé que no debo decirle esto pero no queda más remedio. Necesito que me permita comunicarme con mis compañeros en Adén.

—Eso es imposible. No solo está prohibido, sino que las comunicaciones no funcionan.

—Déjeme usar sus equipos de transmisión. Tenemos receptores que si van a poder captar la señal. Le demostraré que lo que digo es cierto.

...

Kay miraba a Azoret quien observaba a la gente fuera de la tienda y de vez en cuando hacía un gesto.

—¿Somos prisioneros? —preguntó.

—Sí, hasta que confiemos en ustedes.

—Eso sí que esta gracioso —retrucó Paul—. ¿La idea no es que nosotros confiemos en ustedes?

Azoret se vuelve a Paul, acercándose a él y encarándolo.

—Eso es una línea muy delgada. Como la vida y la muerte, endoriano. Podrías vivir, como podría cortarte el cuello si es que creo que no puedo confiar en ti.

—Estoy seguro que lo harías —le dijo Paul con una sonrisa.

Se miran a los ojos fijamente. Violáceo contra azul gris, sin pestañear ante el otro. Y ella habló:

—¿No me crees?

—Te creo. Lo que dudo es que puedas hacerlo.

La adeniana sacó su cuchillo y se arroja sobre Paul. Pero él velozmente se da vuelta dejando que ella pase de largo. Es allí que el Guardián sujeta a la chica del cuello y en menos de un segundo, es la mujer de cabello azul quien tenía su arma en su garganta.

—¿Aprendí bien la primera lección, Kay? —preguntó Paul.

—Perfectamente. No te olvides de la segunda.

Velozmente, Kay le arrebata el otro cuchillo que ella saca de su tobillo y se preparaba a clavárselo en la pierna a Paul. Él la empuja, derribándola y estando sobre ella para impedirle moverse.

—No crean que podrán escapar. ¡Los cazaríamos fácilmente! —les espetó Azoret furiosa.

—Eso también lo dudo —contestó Paul, burlándose antes de levantarse.

—No la provoques más —intervino Kay, antes de hablar—. Escucha, Azoret, no es nuestra intención escapar. Pero no nos gusta estar sometidos o que piensen que mentimos solo porque ustedes ponen un arma en nuestra cabeza a cada rato. Ahora quiero sentarme contigo y me cuentes quienes son Él y Ella. También quiero que me digas porque ustedes no creen en ellos y la razón de esta matanza que ustedes hacen con su propia gente.

La mujer los mira y se pone de pie.

—¿Me devolverán mis armas?

—Cuando termines de hablar.

—Está bien. Pero recuerden que solo basta una señal mía para que mi gente entre y los mate.

—Lo tendremos en cuenta. Ahora comienza a hablar.

Ella se sienta sobre una piedra y habla mirando el suelo:

—No sabemos cuándo comenzó o cuándo llegaron. Yo trabajaba en el hospital de Solimara. De un momento a otro, empezaron a haber rumores y comentarios sobre una religión. Fue extraño. Un día caminabas por la calle y oías el comentario. Al día siguiente nadie hablaba de él pero al día después de ese veías gente que marchaba por las calles proclamando su fe. Podías sentarte con tu familia a hablar lo que siempre hablabas en el desayuno, pero al día siguiente alguien faltaba u otro nos predicaba.

El relato que la chica siguió dando de pronto comenzó a tener un tono cada vez más oscuro:

—Los medios y las autoridades hablaban sobre el tema en forma muy desinteresada, pero al día siguiente ya parecían preocupados. Rápidamente, los creyentes empezaron a aparecer por todos lados. En tu trabajo, en las calles, en tu casa, en el gobierno. Entre los policías y soldados. Gradualmente, empezaron a ser más y a dar las órdenes.

—¿Y tú? ¿No creíste? ¿Qué pensabas? —preguntó Kay.

De pronto, el tono de la voz de Azoret se hizo más y más emotivo a medida que narraba aquello:

—Al principio creí que eran locos. Luego dudé al ver el número que aumentaba día con día. Quise creer, pero algo me decía que no era verdad. Muy pronto empezaron a verme mal en todo sitio. Al principio se discutía, se toleraba, luego no. Los creyentes no te decían nada, pero ya no te hablaban. No sabes lo horrible que es llegar a tu trabajo o a tu casa, y que tus amigos y tu propia familia te miren mal, no te hablen y... finalmente te echen.

—¿Te echaron de tu casa? —inquirió Paul.

—Sí, no sabes cuánto lloré. Estuve todo un día pateando la puerta de mi casa y los escuchaba. Sé que sufrían porque empezaron a rezar a gritos hasta que me fui. Luego supe más sobre la religión ya que todos estaban abandonando sus quehaceres. Muy pronto todo dejó de funcionar. No había televisión, ni radios, ni periódicos. Todos empezaron a hablar de Él y Ella. Todos los adoraban. En las calles, en las casas, y todos empezaron a irse. Muy pronto supe que yo no era la única y todos los que no creíamos en Él y Ella nos juntamos. Y nos llenamos de rabia y dijimos que ya era hora de ponerle fin.

Entonces, la chica de pelo azulado no pudo evitar sentir una mezcla de rabia y vergüenza a medida que hablaba:

—Nos unimos y formamos bandas. No sabíamos que atacar. Asaltamos las sedes de gobierno, pero ya eran templos. Muchos civiles murieron pero nosotros estábamos llenos de rabia. No nos importaba, tan solo queríamos llamar la atención. No podíamos predicar nuestra oposición ya que todos nos atacaban y solo nos quedaba la violencia.

—Y al final esa violencia se volvió contra ustedes —dijo Kay, completando aquella idea.

—Sí, curiosamente al principio ellos no se defendían. Pero de un momento a otro se lanzaban contra los llamados infieles y los despedazaban en las calles. Entraban a las casas de los no creyentes y mataban a todos. Hasta a los niños. Solo escapar salvó a muchos y la violencia fue la respuesta. No éramos los únicos. En todas las ciudades estallaron conflictos a gran escala. Se peleaba en las calles, en las casas, en todo lugar. Padre contra hijo, hermano contra hermano, entre los esposos. Solo había dos bandos. Los creyentes y los no creyentes. Hasta que llegaron ellos.

—¿Quiénes? —preguntó el Guardián de Bronce.

—Los Protectores de la Fe. Seres de poderes increíbles. La sorpresa nos cogió. No fue una invasión como pensamos. Solo ellos, solo diez Protectores bastaron para exterminar a la mayoría de los no creyentes. Pueden volar, lanzar rayos de energía de sus manos, controlar las mentes, destruir una ciudad entera de un solo movimiento. Los creyentes los consideraron sagrados y les rindieron pleitesía.

—¿Por qué? ¿Por qué hubo quienes no creyeron? —inquirió el Centinela.

—No lo sé. Me resistí a creer. Pese a que siempre dudaba pero una corazonada me decía que había algo que no estaba bien. ¿Cómo de un momento a otro alguien reniega de su fe, de su familia, de lo que amaba, de sus convicciones? No era normal. Nada bueno podía ser algo que nos ponía los unos contra los otros.

—¿Y Él y Ella? —preguntó de nuevo Kay.

—Cuando todo pasó, aparecieron. Jamás los he visto, pero se sabía que moraban la montaña que llamamos Saru. Tratamos de llegar allí, pero todos fracasaron. Los Protectores son poderosos y despiadados. No perdonan lo que llaman "herejía".

—¿Y tu gente? ¿Por qué los emboscan de esa manera? —Esta vez fue Paul quien habló.

— No lo sé. Como te dije, muchos se entregan a la violencia. Sino salen a matar, se matan entre ellos. Lo que no entiendo es esa crueldad y la falta de esperanza de ayudar a los nuestros. A veces me consuelo de que los salvamos de un destino terrible si los matamos.

—¿A qué te refieres? —Paul no pudo evitar preguntar sobre aquello ya que lo último despertó mentalmente sus alarmas.

—Desde que comenzó esto, no han pasado más de sesenta ciclos solares. ¿Se dan cuenta? Todo fue tan rápido. Las ciudades empezaron a despoblarse. Todos se iban en dirección a la montaña. Deben haber entrado alrededor de cien mil personas.

—¿A la montaña? —inquirió Kay.

Y por alguna razón, a ambos les pareció ominosa la explicación de Azoret.

—Entran y no vuelven a salir. Dicen que es la puerta al paraíso. Al fin de todo. De los temores y preocupaciones. Del dolor y sufrimiento. Que solo tenemos que ir. De todo el planeta están en camino. No pueden usar vehículos, solo sus pies. Mientras más largo es el camino, más te limpias de los pecados. Y más puro eres para entrar al paraíso. Un lugar de donde no hay retorno.

...

Dorel en su camuflaje, había seguido al séquito y estos se perdieron en el recinto enorme que se extendía ante sus ojos.

—¿Dorel? —habló Yosei a través del transmisor.

—No hables —contestó—. Estoy entrando al recinto. Voy a trepar los muros.

Él era hábil en eso. Velozmente se trepa y se coloca en una de las columnas mientras usaba un visor para poder ver a distancia.

—Allí están. El príncipe se ha detenido. Hay tres Protectores. Uno de ellos es Zura. Parecería que están frente a una pared pero esta oscuro. ¡Un momento! El muro se abre.

Jesús Ferrer observaba aquel movimiento. Le había parecido extraño que unos dioses se ocultaran tanto.

—Las tinieblas necesitan más de la luz que nosotros —dijo Zura como adivinando su pensamiento.

Al abrirse aquella pared, se ve un enorme resplandor. Los tres Protectores se inclinan y miran al suelo. Solo Jesús Ferrer y sus acompañantes se mantienen de pie.

—Creo que ni N'astarith puede hacer una entrada así —le murmuró un consejero al príncipe, pero este no contesta y fija su mirada a lo que se dejaba ver en medio de la luz.

Eran dos figuras que se podían distinguir en medio de la luz más no sus facciones pero eran evidentemente una masculina y otra femenina que emergían majestuosamente de la luz.

—Tienen... —murmuró Dorel—. Tienen un poder increíble. No sé quiénes son, pero ahora entiendo porque los reverencian.

—¿Qué dice? —le preguntó Cort a Yosei pero esta le hace seña de que guarde silencio.

—Dorel, ¿puedes verlos bien?

—No, la luz no me lo permite.

El príncipe Ferrer trataba de verlos pero la luz no se lo permitía cómodamente, por lo que se tapa los ojos y trata de ver por el resquicio de sus dedos.

—Príncipe, me place verlo ante mí. Él y Ella están complacidos de vuestra presencia.

La voz suena cantarina, lo que sosiega al príncipe y este se anima a hablar.

—Gracias... yo... estoy impresionado.

—Es lógico. Vuestra naturaleza humana no está acostumbrada ante la vista de la divinidad. Se os ha permitido contemplar nuestra gloria, pero ahora asumiremos una forma que nos permitirá conversar amigablemente.

La luz se va extinguiendo hasta quedar limitada a un resplandor. Jesús Ferrer ve con más claridad y Dorel también.

Eran un hombre y una mujer magníficamente ataviados en una túnica blanca. Un tenue resplandor los rodeaba. Caminaban sincronizada y armoniosamente, lo cual era un placer a la vista. Los Protectores van apareciendo y congregándose alrededor de Él y Ella. Dorel fija su vista en uno de los Protectores y se queda sorprendido.

...

—¿Krina? —La voz en el transmisor se deja escuchar y ella contesta.

—¿Kay? ¿Eres tú? ¿Dónde estás?

—Estoy en el campamento de los disidentes.

—¿Ellos? ¿Esos asesinos? ¿Qué haces allí?

—Escuchando una historia interesante. ¿Qué hacen ustedes?

—Estamos por llegar al campamento. Los estuvimos buscando.

—Creo que no hará falta por el momento. Hagan esto. Quédense allí y no se muevan.

—Pero...

—Tengo un presentimiento. No se unan al grupo. Háganme caso.

Kay corta la comunicación y luego trata de ubicar a Astria. Tras algunos intentos, entran en contacto

—¿Astria?

—¿Kay? ¿Cómo están?

—Puede decirse que bien. Dime, ¿qué fue lo que encontraron?

—Adivina.

—No hay tiempo.

—Hay varios tipos de onda. Hemos identificado las ondas magi.

—¿Magi? —preguntó Paul

—Es un tipo de onda psíquica —respondió Kay, antes de volver a preguntar a Astria—. ¿Afecta todo el planeta?

—Totalmente, excepto el área de la montaña. Pareciera que cambia de lugar.

—No entiendo —dijo Paul.

—Está claro. Ahora lo está. El motivo de cambio de actitud de la gente. Azoret, no están tan equivocados. Tu gente está controlada.

—¿Controlada?

—Así es. Las ondas magi son el tipo de onda psíquica que está a la frecuencia exacta del pensamiento humano. Lo que sucede es que tu gente ha ido gradualmente convenciéndose debido a que esas ondas psíquicas bombardeaban sus cabezas con pensamientos. Seguramente relacionados a Él y Ella —explicó Kay.

—Es decir que están... ¿hipnotizados? —dijo Azoret.

—No en el sentido estricto de la palabra. Naturalmente que parecen normales pero ya están convencidos de algo y nada los puede hacer cambiar.

—A no ser que se corte esa transmisión —dedujo Paul—. Buena estrategia para usarlo en publicidad.

—Entonces ustedes creen que si cortamos la emisión de esas ondas, ¿mi gente dejará de creer en Él y Ella? —preguntó Azoret.

—Es una probabilidad —contestó Kay.

—Pero, ¿cómo se emiten? —inquirió de nuevo la adeniana.

—¿Astria? —habló el Centinela de cabello castaño largo.

—No identificamos ninguna fuente en tierra —respondió Astria—. Es probable que desde el espacio.

—Si es así, podemos convencer a los endorianos que destruyan la fuente de emisiones —repuso Kay.

—Te olvidas de los Protectores.

—No, pero tal vez la fuente de emisión es la que ha alterado el campo electromagnético y eso es lo que nos afecta.

...

Jesús Ferrer seguía viendo a sus interlocutores.

—Él y Ella escuchará ahora —dijo el hombre que se hacía llamar Él.

—Yo... bueno, yo represento a...

—Lo sé, príncipe. Sé todo sobre usted y el por qué esta aquí.

—Entonces, ¿tienen una respuesta?

—Él y Ella solo espera la respuesta del príncipe.

—¿Respuesta?

—Era un incrédulo pero ahora está aquí viéndome. ¿No es suficiente razón? ¿No está convencido ahora?

—¿Convencido? Está usted diciéndome que...

—¡Oh, Él y Ella! ¡Perdónenos por nuestra incredulidad! ¡Os aceptamos como la divinidad encarnada! ¡Nosotros! ¡Indignos de estar ante tu presencia!

Quien hablaba era uno de los consejeros quien se postra ante ellos. Otros tres consejeros hacen lo mismo.

—¿Filias? Oigan, ¿qué diablos les pasa?

—No lo sé, señor. No entiendo —repuso el consejero Filias, sorprendido por aquello.

—Sucede que se han abierto a la verdad y esperaba que hiciera lo mismo, príncipe —dijo Él.

—Un momento, ¿quiere decir que me trajeron aquí para que los adore? —inquirió Jesús.

—Para que acepte la verdad que lo hará ver la luz.

—¿Creen que debo postrarme como estos débiles mentales? ¿Por un juego de luces y una aparición como esta? Parecen haber olvidado que la flota endoriana está arriba y solo espera mi orden para...

—¿Atacar? —dijo Él—. Por supuesto, vea usted mismo.

Una luz sale de su mano en forma de esfera y se pone en frente del príncipe. Este ve como al interior de las astronaves de su flota las personas parecieran combatir entre sí, y como parte de la misma era destruida con los cañonazos de las baterías turboláser de los destructores estelares y el Águila Real.

—Pero, ¿qué es esto?

—El castigo a la incredulidad. Sé para qué vino, príncipe, ya se lo dije. Pero usted no lo sabe todo. En realidad, su presencia aquí no era tan importante.

Dorel miraba la escena y se va acercando más.

—Yosei, no vas a creer esto.

—¿De qué se trata? —contestó ella.

—¿Recuerdas tu misión en Farakin?

—Sí, como olvidar…

—Reuko está aquí...

—¡¿Qué?! Pero...

—Es un Protector. ¿Recuerdas mi misión en Duma?

—Sí, no me digas que...

—Sí, también esta Mefisto.

El Centinela de piel azul se va acercando más. Miró más de cerca hacia Él y Ella, y se detiene.

—¿Dorel? —Yosei lo llamaba—. Responde, ¿qué sucede?

—Yosei...

—¿Dorel? ¿Qué pasa?

Tras una pausa, la voz de Dorel se escucha nuevamente.

—Coge a Cort y a Teela. Huyan de aquí.

—¿Qué? ¿Qué dices?

—Esto es una trampa.

El Centinela dorinio se había quitado el camuflaje y se manifestaba ante todos que no manifestaron sorpresa, a excepción de Jesús Ferrer.

—¿Delegado Dorel? —Lo miró incrédulo el príncipe de Endoria—. ¿Qué diablos hace aquí?

—Está aquí porque esta es su misión — dijo Él—. Príncipe, en realidad los esperaba a ellos. Les presento a un Centinela.

Dorel no se inmuto ya que esperaba que lo reconociera. Porque Él era la persona que habían venido a buscar.

Era Kron.

...

En la nave endoriana, Kux trataba de controlar el caos mientras Kiwishin hacía esfuerzos por contactarse con los de abajo. Los meganianos también hacían lo mismo con los suyos en la superficie de Adén.

—¿Kay? ¿Krina? ¿Alguien puede oírme?

Tras varios minutos, Kiwishin escucha la voz de Astria con mucha interferencia.

—¿Supremo Kaiosama? ¿Es usted?

—¿Astria? ¿Dónde están?

—En Solimara, estamos separados en grupos.

—¡Que diga dónde está el príncipe! —ordenó Kux.

Astria les explica rápidamente la situación en Adén y la partida del príncipe pero inmediatamente les explica sus hallazgos.

—¿Cómo es que sabe eso? ¡Ustedes no son comerciantes!

—Luego hablaremos de eso —respondió Kiwishin—. Pero le estoy demostrando lo que le dije.

—¿Y cómo sé que no me están mintiendo también?

—Compruébelo usted mismo. Use sus rastreadores y lo comprobará.

Kux después de pensarlo, da la orden y sus técnicos comienzan a trabajar. Kiwishin escucha que otra nave ha sido destruida. "Ya van cuatro", pensó. El capitán endoriano recibió la confirmación de sus computadoras.

—No puedo dejar al príncipe —musitó

—Por el momento tenemos que hacerlo. Le avisaré a mis compañeros que traten de sacarlo de allí.

—No hará nada.

—¿Qué?

—¡Oficial! ¡Arréstelos a todos!

Inmediatamente, varios soldados les apuntaron con sus fusiles láser sorprendiendo a los meganianos y a Kiwishin.

—Llévenselos a las celdas. Luego veré que hago con ellos.

Los militares endorianos sacan a empujones a todos y Kux se queda en silencio.

—¿Capitán? ¿Qué hacemos? —le preguntó un oficial.

—Comunícate con todos los capitanes. Que abandonen la órbita de Adén y que se preparen las unidades de asalto. Vamos a invadir Adén.

...

Astria y Spyra seguían revisando las ondas mientras que Burgun y Dash hablaban. El caballero dragón le había contado su vida en el Santuario.

—Nunca es bueno entregarse al odio —dijo Burgun—. Eso no salvó a Asgard ni al propio Santuario.

—No tenía nada más que eso. No fue justo lo que pasó conmigo. Di mi vida por un ideal y este era falso.

—Eso no fue tu culpa.

—Bueno, no vine a que me psicoanalizaras. Solo sentí curiosidad de hablar con un Caballero Dorado de otra realidad.

Spyra en eso da un golpe a la mesa y llama a Kay.

—¿Kay? ¿Me escuchas?

—Te oigo.

—He estado revisando la secuencia de las ondas. Las he regresionado en el tiempo y luego las he proyectado en el futuro. Sé lo que está pasando y porque hemos perdido nuestros poderes. Han estado manipulando el núcleo del planeta. Recuerda que el núcleo gira a una velocidad enorme. Los cambios que se dan es que de alguna manera, cambian esa velocidad y giro. Eso provocará cambios en su campo electromagnético.

—Lo que nos afecta, ¿cierto?

—Cierto, pero eso no es todo.

—¿Qué sucede?

—La evolución de las ondas va a provocar un cambio. Están creando una radiación. Por lo menos mis lecturas indican eso.

—¿Qué tipo de radiación?

—Ultratalaron.

Kay se queda estático y Paul lo sacude.

—¿Qué diablos pasa? ¿Qué es ultratalaron?

—Radiación... radiación ultratalaron —habló Kay, recuperándose de la impresión por oír aquello.

—¿Y qué es eso? —preguntó Azoret.

—Es un tipo de radiación. Una modificación de la radiación talaron. En su universo de origen, la radiación talaron carbonizaba todo tipo de materia orgánica pero dejaba la materia inorgánica intacta. Esto es algo mucho más perverso. Destruye todo lo que toca alterando su estructura molecular más allá de qué tipo de materia sea. No se necesita una dosis alta. Con una pequeña dosis de radiación puedes destruir todo en cincuenta kilómetros a la redonda.

—¿Qué? —inquirió la adeniana que no entendió lo último.

—Lo que quiero decir es que convertirán a Adén en una cáscara sin nada encima. Exterminarán toda vida en tu planeta. Spyra, ¿cuánto tiempo tenemos?

—En endoriano... tres ciclos solares.

—Maldita sea, no nos queda mucho tiempo.

En eso, un grupo de hombres entra violentamente a la tienda. Los dirigía Murgan y tenían gestos bastante inquietantes.

...

—Kron... —musitó Dorel y activa el transmisor para que Yosei escuche.

—¿Kron? —dijo Yosei.

—¿Qué pasa? —preguntó Cort— Está en problemas.

—Debemos... debemos irnos.

—¿Qué? ¿Qué pasa? No podemos dejar a tu amigo.

Yosei se toca la frente y sintió algo. En eso mira a ambos y les sonríe.

—Todo estará bien. Hagamos una cosa. Quiero que se queden aquí. Júntense con los meganianos pero que no los relacionen conmigo o con Dorel.

—¿De qué hablas? No podemos dejarte sola.

—Soy Centinela, Cort. Es mi trabajo, sé lo que hago. Por favor, confía en mí. Teela, sé que me entiendes, deben de quedarse aquí y ver una oportunidad de escapar. Yo estaré bien. Nos veremos, se los prometo.

La Centinela de pelo corto azabache y preciosa voz sonríe. Y luego corre hacia donde estaban Dorel y el príncipe.

—No debemos dejarla sola —dijo Cort.

—Lo sé. Pero mejor le hacemos caso. Creo que sabe lo que hace.

...

Dorel miraba desafiante a Kron quien permanecía inmutable.

—¿Cómo es posible esto? ¿Qué sucede aquí, Kron?

—¿Kron? —preguntó el príncipe de Endoria—. ¿Acaso lo conoces?

—Es un Centinela, como yo.

—No, Él y Ella permanecen ahora —respondió el antiguo Centinela—. Te esperaba, Dorel.

—Vete al diablo, Kron. ¿Qué significa esto?

Zura se anticipa y le aplica un duro puñetazo al mentón que derriba a Dorel. El príncipe se adelanta pero su séquito se le interpone.

Y lo que vino, fue algo que no podía creer. Sus propios cortesanos lo sujetaban, buscando inmovilizarlo, y tratando a su real persona como poco menos que basura por unos vulgares fanáticos religiosos. Él se resistía pero en el forcejeo le rasgan parte de las costuras que unían las mangas con el saco, y algunos botones dorados de su saco que tenían el triángulo rojo de la casa real de Endoria caían al suelo. Él entonces gritó:

—¿Qué significa esto, idiotas? ¡Apártense!

—Príncipe Ferrer —dijo uno de ellos—, usted no debe interferir con la justicia divina.

—¿Así que erigiste tu paraíso, Kron? ¿Qué te hizo convertirte en eso? —inquirió el Centinela de piel azul.

—Dorel, me causa dolor y tristeza el verte así. Solo les invité a venir porque quiero que sean ustedes partícipes del nuevo renacimiento. De la creación de otro universo.

—¿Qué quieres decir?

—Que nada se compara con lo que existirá a partir de ahora. Los Centinelas son una fuerza caduca que no puede detener lo inevitable. El camino comienza ahora.

—Déjate de retóricas. ¿Qué quieres decir? ¿Que crearás un mundo nuevo? ¿Tú no eres un dios, Kron? ¿Qué te hicieron?

En eso, Mefisto se le pone al frente.

—Gusto de verte otra vez, Dorel.

—¿Cómo es que estas aquí? —inquirió el Centinela hacia el Protector.

—El poder de Él y Ella me trajo. No me importa la venganza pero Él y Ella proveerán.

—No será tan fácil, Mefisto.

—¿Eso crees?

—¡No! —La voz de Kron se hizo escuchar—. Él y Ella no aceptan la violencia en la Montaña Sagrada. Aquellos que no acepten la fe arderán ahora. Protectores, ya saben lo que tienen que hacer.

Varios de los Protectores desaparecen y Mefisto se adelanta a Dorel.

—¿Cómo quieres morir, Dorel?

—Kron...

Por toda respuesta, Él y Ella se retiran. Esto, mientras Ergon se ponía en frente del príncipe Ferrer.

—Acompáñeme, príncipe.

Jesús Ferrer iba a reaccionar pese a ser inmovilizado por sus cortesanos. Es cuando Yosei ingresa al recinto.

—Vaya, así que estas aquí —repuso uno de los Protectores.

—Sí, aquí me tienes, Reuko. De modo que todo esto no fue más que un sucio truco para atraernos a esta trampa, ¿verdad?

—¿Trampa? No hay tal trampa. Acudiste a tu destino.

...

—¿Murgan? —dijo Azoret—. ¿Qué diablos te pasa?

—Querida Azoret, lo he pensado mejor y creo que no los necesitamos para nada.

—Murgan, escucha... acabamos de descubrir todo y...

—¿Sobre las ondas psíquicas? Ya lo sé...

—¿Qué?

Murgan extrae un micrófono de uno de los muebles de la tienda.

—¿Me estuviste espiando?

—Bueno, era más divertido con la cámara cuando te cambiabas de ropa.

—Maldito depravado. Pero eso lo arreglaremos después, ahora lo sabes y...

—No me importa.

—¿De qué hablas?

—¡Jaja! Querida Azoret, me gustan las cosas tal como están. Aquí soy el amo.

—¿Amo? Eres el amo de nada. Solo puedes matar y ni así tienes algo de respeto.

—¡Cállate! Me gustan las cosas tal como están y quiero que siga así. Que no cambie. ¡Soy el amo aquí!

—¡Idiota! ¡Te has vuelto loco! Si los endorianos destruyen el emisor de ondas recuperaremos nuestro planeta y nuestra gente. ¡¿Es que no lo entienden?!

—Lo entiendo perfectamente.

—Pero tú no lo quieres, ¿verdad? Veamos que dice el resto.

—No, querida. No saldrás de aquí. Ni tus amigos endorianos tampoco.

—No somos endorianos —dijo Kay mirándolo fijamente.

—¿Qué? ¿Y entonces qué son?

—¡Centinelas! —Kay patea a Murgan quien cae derribado encima de sus camaradas.

Para el momento en que Murgan había caído, Paul derribó a dos más de sendos puñetazos y Azoret usa su cuchillo abriendo la tienda para escapar por el otro lado.

—Le diré a mi gente y...

—¡Olvídalo! Escucharán más a Murgan. ¡Vámonos!

—Pero...

Una explosión sacude el lugar y las tiendas comienzan a incendiarse en medio del humo, dos figuras se dan a conocer.

—¡Protectores! —exclamó Azoret.

...

Astria y Spyra sienten el estallido. Las naves estacionadas en el aeropuerto, parecían haber estallado y una columna de humo se elevaba ya a los cielos.

—Ha comenzado —dijo el Centinela de tez roja y ojos negros.

—Ahora vienen por nosotros —repuso Astria.

—No, no tiene que ser así. Vete, Astria.

—Pero...

—Solo tú puedes guiar a Burgun y a Dash. Ubiquen a los meganianos. Es posible que ellos estén a salvo.

—Olvídalo, yo...

—¡Escucha, Astria! ¡Somos Centinelas! No hay reglas, solo convicción. Kay tenía razón al traerlos a ellos. Nos esperaban a nosotros. De alguna manera, sabían que vendríamos. Pero no los esperaban a ellos. Ahora son la fuerza combativa. La última esperanza. Anulen el sistema que emite las ondas. Recuperen sus poderes y vénzanlos. Sé que pueden hacerlo.

—Spyra...

—Vete, Astria. Si salgo bien de esta, los buscaré.

La hermosa Centinela de orejas puntiagudas se aleja de su compañero y mira a Burgun y Dash.

—Vámonos...

—¿Qué haces? —dijo Burgun—. No podemos dejarlo.

—Él sabe lo que hace. Debemos irnos.

—Pero...

—No hay tiempo, vámonos.

Los tres salen pero antes de irse se vuelven a Spyra.

—Adiós, Spyra, te esperaremos.

—Adiós, amigos, no se preocupen. Ya nos veremos.

Los tres escapan cuando un estruendo sacude el lugar. Spyra se vuelve hacia la humareda. Dos figuras se dejaban ver entre el humo.

Fin del capítulo 7

Notas del autor:

Sobre la radiación talarón, hablaron de ella en una película de Star Trek con las propiedades que he mencionado.

Notas del editor:

Ok, para hacer más preciso lo que dijo el autor sobre esta radiación. Es una radiación electromagnética con propiedades biogénicas que puede consumir materia orgánica a nivel microscópico. Una pequeña dosis de esa radiación puede ser increíblemente peligrosa.

Sin embargo, no coincidía plenamente con lo que Eduardo describió. Por ello fue necesario modificar esta radiación y rebautizarla para efectos de esta historia. Así que ahora esta es la radiación conocida como ultratalaron. Esta, sí que puede cargarse todo tipo de materia y se ajusta a lo que vendrá.

Habrán notado algunos detalles adicionales, por ejemplo en lo que sucedió con el príncipe Ferrer o en la narración que Azoret dio a Kay y Paul, la cual fue más espaciada. Esto es para dar más realismo sobre estos eventos terribles.