Disclaimer: Hunter x Hunter no me pertenece, es propiedad de Yoshihiro Togashi.

Amigos como estrellas fugaces

Dejar a Ikalgo a cargo de Alluka le parecía una mala idea con cada metro que se alejaba de la atolondrada sonrisa de su hermana y la ventosa en alto de Ikalgo para simular un pulgar arriba. Y es que no podía superar la vergüenza que le generó su comentario sobre su discurso la vez que le había asegurado que eran amigos.

Sin embargo, iba rumbo a su mejor amigo en Isla Ballena. Él era quien le había enseñado sobre la amistad, y había despertado su humanidad aletargada. Gon era la luz que se había empecinado en seguir como la guía de un faro; sin percatarse de que él mismo irradiaba electrizante celeste en los albores de su vida para descubrirse a sí mismo.

Junto a Gon había aprendido lo mucho que implicaban los actos, lo poco que significaban las palabras, y lo dolorosas que podrían llegar a ser esas mismas palabras. También, dejó que el término "incondicional" describiera su amistad, cobrando un sentido que trascendía su entendimiento, pero se incrustaba en su corazón.

Como siempre, el sol se hallaba en su cénit, radiante, en el despejado cielo de Isla Ballena; le parecía curioso cómo esos rayos se asemejaban a las sonrisas de sus amigos y de Alluka. Cuando el barco atracó, descendió por el pantalán y atravesó el muelle como una flecha al divisar a Gon, haciéndole señas con los brazos, en el puerto.

Cuando estuvieron frente a frente, con enormes sonrisas adornando sus rostros, juntaron las palmas en aquel curioso saludo que habían inventado hacía cinco años. Killua fue el primero en hablar:

—Cada vez que te veo, estás más enano.

Gon infló las mejillas con reproche.

—¡Es porque tú no paras de crecer!

—Es genética —le restó importancia al asunto con una sonrisa felina.

—Ging no debe parar de estornudar cada vez que sacas el tema —murmuró, marcando la marcha rumbo a su hogar—. ¿Por qué no viniste con Alluka?

—Dijo que deberíamos tener una reunión de chicos; así que le pedí a Ikalgo que la cuidara por mí.

—¡Oh! Eso me recuerda que hace unos meses Kurapika, Leorio y Meleoron coincidieron en visitarme. ¡La expresión de Leorio fue épica!

Gon se embarcó en un relato lleno de florituras. Sentía que el tiempo ni las palabras eran suficientes para terminarle de decir a Killua todo lo que quería. Cuando se conocieron, siempre pensó que tenían doce años pendientes de anécdotas, y a eso se empezaban a sumar sus años separados y el hecho de que quería disfrutar el presente —ese instante— con él. Y simplemente no se daba abasto para abarcar todo lo que fluía por su corazón y por su mente.

El sendero hacia la casa de Gon seguía siendo igual. Las lindes del bosque con sus acafresnas de diversos tonos rojizos y las violetas naciendo en todo su esplendor entre los resquicios de las piedras que marcaban el camino, continuaban embelesando a Killua. Pero si había algo que Killua pensaba que solo Isla Ballena tenía era su característico aroma a mar y a tierra húmeda, y la sonrisa de Gon, que había ido recuperando su brillo con el transcurso de los meses.

Killua no pudo contener la expresión de asombro en su rostro al ver la habitación que habían anexado a la pequeña casa Freecss. Era rústica, de madera concienzudamente lijada, barnizada y calafateada. En los detalles burdos que denotaban el trabajo manual e inexperto vio un poco de esperanza teñida de chocolate y tan dulce como la miel. Gon empezaba a perdonarse por sus errores, aunque ambos sabían que jamás podrían olvidarlo.

—¿Sorprendido? —cantó Gon, mostrándole las ampollas astilladas de sus manos con orgullo.

—¡¿Puedes sostener algo con las manos en ese estado?!

—Eso es lo que yo le digo todos los días; pero ya sabes cómo es de terco.

—¡Mito! —Killua observó a la mujer emerger entre un campo de sábanas blancas que, ondulando, traían consigo el aroma del sol.

—Es bueno verte de nuevo. —Le sonrió, acercándose y conteniendo las ganas de abrazarlo; después de todo, era casi un hecho que había adoptado a los amigos de Gon—. ¿Son ideas mías, o estás más alto?

Estoy más alto —repuso Killua, esgrimiendo otra sonrisa felina en un intento de sacar de quicio a Gon.

Gon le sacó la lengua, procurando que Mito no lo viera. A pesar de la edad, Gon no abandonaba sus manierismos infantiles, aunque estos habían ido amainando. Sin embargo, Killua había madurado mucho, envolviéndose en un manto de genialidad —aunque Gon podría aseverar que Killua siempre había sido genial—. Aunque lo más importante, pensó Mito, era el hecho tan simple, pero tan importante, de que seguían siendo amigos.

No tardaron en entrar. Killua siempre envidiaría el hogar Freecss. Su aroma a miel y a frutos secos, el fragor dulzón de las bayas, la certeza de que la comida no estaría envenenada, las bromas inanes, la sensación de ligereza, de despegar los pies del suelo, por la certeza de que todo estaría bien. Había una hegemonía sagrada que, a veces, temía romper por sus manos teñidas de sangre y su sentido de enajenación por no ser digno de permanecer tanto tiempo entre la luz y lo que era bueno. Pero era amigo de Gon, y eso bastaba para ser digno.

Cuando Killua y él quedaban en verse en Isla Ballena, le gustaba organizar una noche de acampada. Porque no había nada mejor que la compañía de Killua, el sonido de las estrellas y la luminosidad de los insectos, con el viento de verano alborotando sus cabellos y trayendo consigo el aroma salino del puerto.

Así que esa misma noche emprendieron una corta caminata hacia la colina más alta que les daría vista perfecta a toda Isla Ballena. No faltaron las bromas ni los relatos. Gon había tenido muchas aventuras con Kite, Spinner, y todo su grupo; mientras que Killua se dedicaba a explorar el mundo con Alluka, haciendo misiones como Cazador para amasar su propia fortuna y dejar de depender de los Zoldyck. A pesar de que el nen no le parecía tan suyo como en antaño, Gon podía usarlo, teniendo que esforzarse mucho en su entrenamiento para conseguir una décima parte, o quizás menos, de su avance anterior.

El cielo lucía despejado con los luceros brillando en la lejanía, alguna nube errante se deslizaba por el fuliginoso lienzo, y los insectos chirriaban y las aves nocturnas ululaban. Las risas y las voces de los dos amigos se entremezclaban con el ambiente, uniéndose a la orquesta del bosque.

De repente, se sumieron en el silencio con el crepitar de la tambaleante fogata, observando el espacio. Para Gon era importante saber que aún contaba con la amistad de Killua, a pesar de haberlo herido. Se había disculpado tantas veces, y Killua siempre lo perdonaba sinceramente, porque así de genuino era el corazón de plata de su mejor amigo. Sin embargo, Gon no se podía perdonar a sí mismo porque había sido egoísta, y ese mismo egoísmo estaba tan arraigado a su esencia que, a pesar de pedir perdón, no podía asegurar que no volvería a ser egoísta. Y Killua, para sosegar su alma, le había dicho que no importaba, porque él movería cielo y tierra para arreglar sus desastres. Y, quizás, fue con esa certeza de ser aceptado aun con sus rasgos más inicuos y torvos, que pudo empezar a perdonarse.

—Killua, ¿alguna vez has pedido un deseo a una estrella fugaz?

—Es tonto pedirles deseos a masas de gas quemándose a millones de kilómetros de aquí —replicó con una sonrisa de sabelotodo—, pero pediría provisiones infinitas de chocorobots.

Gon rio y desvió la mirada al cielo, perdiéndose en el mar estrellado, resplandeciendo como si representara la esperanza de cada individuo habitando el universo. Ladeó el rostro cuando Killua volvió a hablar:

—También pediría no romper los lazos que nos unen a ti, a Leorio, a Kurapika y a mí; aunque tampoco quiero desestimar a Alluka, a Zushi, a Wings, a Bisky, a Kite, a Palm, a Knuckle, a Shoot, a Ikalgo y a Meleoron, y a todas esas personas que he conocido. De una u otra forma, todos permanecen dentro de mí y me han ayudado a ser quien soy ahora. No quiero perder mi conexión al mundo.

Terminó de hablar, obviando el hecho de lo que le daba más miedo era olvidar quién era para convertirse en un títere cruel y sin sentimientos para complacer a su familia. Miró a Gon de soslayo, con sus pupilas reflejando el espacio sideral tenuemente. Hacía mucho su fascinación por él se había extinguido, y, a pesar de sonar desalentador, Killua creía que dejar de idealizar a Gon implicaba un gran paso para aceptar que era un humano extraordinario, que brillaba por su personalidad y carisma, pero de quien no debía apartar su mirada porque cada persona deslumbraba de distinta manera y él quería verlo. Darse cuenta y aceptar que Gon no era un ángel bajado del cielo para enseñarle el mundo y liberarlo de sus ataduras había implicado noches de desvelo, hasta dar con la respuesta de que Gon era simplemente su mejor amigo, y esa definición era mucho más importante que cualquier otra.

—Killua.

—Gon —repitió él, remedando su voz mientras esquivaba una patada.

—Gracias.

—¿Eh? ¿Qué dices? —Curvó una ceja.

Jamás le había hablado a Gon sobre su política de agradecimiento. Los amigos no se agradecían, porque se suponía que eso era algo tácito en su concepto de amistad —en el concepto que había aprendido junto a Gon—. Por ello, el estamento lo desconcertó, removiendo su interior en vilo por su esclarecimiento.

—Solo sentía que debía decírtelo. —Le sonrió con simpleza—. Abarca mucho, pero no lo suficiente.

—Vaya, acabas de decir algo muy profundo —comentó con ligereza para controlar la vergüenza creciente en su pecho—. ¿Quién eres y qué has hecho con Gon?

—Yo soy yo —aseguró con una risita contagiosa—. Pero, en serio, Killua, muchas gracias por todo esto.

—… —Killua desvió la mirada, azorado—. Lo mismo va para ti. Aunque no tiene que agradecérmelo, lo volvería a hacer todo igual si tuviera que. Desde que te conocí, no me arrepiento de nada.

A Gon le hubiera encantado decir lo mismo, pero aún no estaba preparado. Sentía que sus arrepentimientos no solo lo habían involucrado a él, sino a la cadena de amigos que se aunaba a su corazón. A veces, lo que más le dolía era que nadie lo culpaba ni le reclamaba, pero también lo agradecía porque aligeraba su alma.

Antes de poder reponer algo para no dejar colgando las palabras de Killua, se sorprendió cuando una exclamación se escapó de los labios de su amigo. Por un instante, Gon creyó ver la infantilidad antaña, ese pedacito del corazón que siempre viviría en la fantasía reconfortante de la niñez, refulgiendo en las oscuras pupilas de Killua.

—¡Gon! Pide un deseo.

La lluvia de estrellas se derramaba por el infinito jardín sideral, trazando el cielo en luminosos trayectos de acuarela. En un ínfimo instante de un segundo, derrochaban la efimeridad de lo que realmente era valioso y ocurría con la misma frecuencia que los milagros de cada día.

Es rastro estelar aclarando las cascadas astrales, los hizo armarse con sonrisas. Sin necesidad de mediar palabras, entendieron algo importante.

—¿Qué deseaste? —preguntó Killua, para sorpresa de su amigo.

—Seguir siendo tu mejor amigo —respondió con simpleza, con la certeza de que permanecer junto a Killua era lo que más anhelaba atesorar.

—Qué coincidencia —dijo, sonriendo, pero con su tono relajado, como siempre que hablaba de hechos categóricos—. Yo pedí por este instante, para que se prolongue tanto como las mismas estrellas fugaces.

Su amistad se asemejaba a la estrellas fugaces, ese fue al entendimiento mutuo al que llegaron en ese momento. Parecía durar un instante, un simple destello capaz de embargar de esperanza hasta al alma más doblegada, pero trascendía a la certidumbre de ese momento. Se prolongaba, viajaba, combustionaba, y seguía existiendo y viviendo a pesar de no verlo; se convertía en un ente sempiterno que explotaba en miles de colores y se permutaba con el universo.

Así era su amistad. Eran un instante ínfimo y precioso en un universo cambiante, y, al mismo tiempo, eran capaces de perpetuar sus brillos junto a las estrellas. Y se sumergían en esa eterna paradoja, siendo cuatro y uno a la vez.

¡Muchas gracias por leer!

Tenía que escribir algo de estos dos por el cumpleaños de Killua, porque su amistad con Gon es el punto clave para que Killua empiece a ser quién él quiere ser. Me di cuenta de algo importante, y es que casi nunca escribo desde el punto de vista de Gon xD

Ese último párrafo me hace pensar un poco en el hecho de que, a pesar de estar solo ellos dos, siempre piensan en Leorio y Kurapika, porque eso es algo inevitable cuando se está con los amigos y alguien falta jaja

Espero que les haya gustado; en lo personal, me siento muy satisfecha con el resultado final de esto .

¡Tengan un espléndido día!