Gritos, sangre y muerte invadían la escena. La mítica Ciudad Sin Noche se había vuelto su más conocido campo de batalla, sin embargo, sus antes "aliados" se volvieron enemigos. Frente a sus ojos veía morir a su gente, la familia que había construido.

—Por qué?... — Esa simple pregunta salió de sus labios, aún sabiendo que no tendría respuesta.

Llevó a keyframe a sus labios, sus ojos se volvieron rojos, al mismo tiempo en que una melodía lastimera fue el producto de sus acciones. Los cadáveres de sus caídos respondieron al llamado, en un intento desesperado por ayudar a quiénes seguían vivos.

Una patada en su costado la derribó, obligándola a dejar de tocar y desencadenando el inicio del fin.

Frente a ella se encontraba Kin, aquel que algún día llamó hermano, hoy dirigía aquel asedio. No pronunció palabra, tampoco emitió queja en el momento cuando su viejo amigo la atravesó con su espada — Vete al infierno! —.

Poco le importó aquel ataque y palabras dirigidas a su persona, Laney ya no tenía nada. El cuarteto de amigos estaba destruido, al igual que su secta, no pudo salvarlos.

"Kon fue reducido a cenizas, Kin? Evidente nuestra mala relación, Corey…"

Un fuerte dolor interrumpió sus pensamientos, no le quedaba mucho tiempo. A como pudo se libro de su antiguo compañero. Moviéndose al lugar más despejado que encontró.

Finalmente, sacó de sus túnicas aquel amuleto, el Sello del Tigre Estigio, su invento y ahora perdición.

No lo pensó dos veces antes de usar cada pizca de su fuerza para destruir aquel objeto, prefería terminar con ambos antes que darle el placer a conocidos codiciosos.

La alta cantidad energía resentida fue como un imán para los muertos vivientes, los cuales no dudaron en ir tras ella. Fue envuelta completamente, cerró sus ojos, al sentir las mordidas y la carne siendo arrancada de sus huesos, por fin se permitió gritar, aceptando así su fatídica muerte.

—El Sol Rojo a caído!— Gritos de felicidad se extendieron por el lugar, ignorantes de los corazones que serían rotos ese día.

Ilusos, el verdadero mal persistirá, pero esa es otra historia…