¡Hola personas!
El otro día navegando por fb me encontré una dinámica donde debías hacer una historia con base en una canción y me tocó ésta (véase el título del fic). La verdad terminé por no mandar el escrito por dos motivos muy importantes: 1- No acabé a tiempo, 2- Rebasé el límite de palabras.
Pero igual quería mencionar que este one shot nació de una publicación de la página Es de Fanfics.
Si quieren escuchar la canción se las recomiendo mucho, el nombre ya lo tienen y el autor es Alec Benjamin.
Por el momento no tengo ningún plan para una historia larga para este fandom, pero es probable que siga subiendo cosas así mientras tanto.
Se cuidan mucho, besitos, les mando un abrazo enorme y nos leemos pronto.
Desconoció la mirada al otro lado del espejo donde encontró unos ojos vacíos, cubiertos por maquillaje para no delatar el peso del insomnio ni el cansancio adherido a sus hombros. Recorrió su cabello, antes castaño brillante, ahora derrotado en un triste tono rojizo claro, el mismo color que adornaba sus manos en esos momentos sobre las finas líneas de sus palmas abiertas.
El agua caliente del grifo intensificaba el dolor en cada pequeña herida, y el jabón líquido se colaba entre los pliegues empeorando la sensación de ardor a la cual comenzaba a acostumbrarse.
Detrás suyo podía ver el color gris de la habitación y lo diminuta que parecía; comenzó a sentirse sofocada, como si fuera un animal atrapado dentro de su propia jaula, con las puertas abiertas para huir, pero demasiado temeroso para conseguirlo de verdad.
Su garganta se trastocó convirtiendo su voz en un agudo sonido sin digerir y un mar cayó por sus mejillas como un impulso incontrolable y desconocido. Cada gota aterrizó en el borde del lavabo de su propio baño, e incluso así el lugar le parecía ajeno. Se sentía una intrusa llenando un espacio donde no le correspondía estar.
La fotografía que siempre llevaba consigo se rompió por accidente, la sostuvo con cuidado para intentar unirla de nuevo, pero sus ojos estaban nublados y no le permitían ver con claridad. Se dio por vencida en su tarea, sólo continuó ahí, con las dos mitades en su mano, intentando inútilmente dejar de pensar en el pasado que fue y ya no era.
Doblegó el impulso de destruir el espejo o de lo contrario sería el tercero en el mes en caer hecho pedazos bajo sus arranques, como solía llamar su marido a los sentimientos que no lograba comprender en ella. Bajó la mirada al agua mientras ésta seguía corriendo sobre el lavabo y se sobresaltó cuando unos golpes en la puerta interrumpieron sus reflexiones.
—Shizuru —escuchó decir a una voz conocida—. ¿Cuánto tiempo más piensas tardarte ahí dentro? Tenemos invitados ¿no lo recuerdas?
—Salgo en un minuto —respondió sin reconocer su propia voz.
Hasta su figura le resultó una mentira. El vestido que estaba usando, pegado por completo a una piel limpia con joyas colgando en su cuello, las cuales quería arrojar por la ventana y no lo hizo por saberlo una tontería.
Limpió el desastre en su rostro dejado por el llanto y se aleccionó con el comportamiento esperado por tratarse de ella. Cuando bajó, su esposo le dedicó una sonrisa y tomó su mano para llevarla junto a sus padres.
Pasó la noche escuchando a su padre y su esposo discutir sobre política y cuestiones empresariales mientras su madre seguía hablando de cuan feliz era al verla casada, y la empujaba a darle nietos pronto, antes de que no pudiera disfrutarlos.
—¿Cómo se encuentran tus manos, cariño? Esa copa debió hacerte daño cuando se rompió.
—Estoy bien, mamá.
—¿Me acompañas a la cocina? Necesito un poco de refresco.
—Claro.
Al entrar, su madre se detuvo en la puerta y cruzó los brazos bajo el pecho, ya escondida del resto de los invitados, podía dejar salir su papel de madre protectora sin reparos.
—¿Te sucede algo?
—¿A qué te refieres? Estoy bien, mamá, de verdad.
—Pero te ves extraña, Shizuru, y no logro entender por qué. Tienes un esposo maravilloso que te atiende en todo, no te falta nada, deberías ser más feliz, ¿por qué es que no lo pareces?
Shizuru sintió una tormenta en el estómago. Estaba enojada y herida porque era suficiente con lidiar todos los días con la misma rutina como para que ahora su madre viniera a reclamarle no ser más feliz con lo que supuestamente tenía. Sin embargo, sus lecciones de etiqueta la reprimieron a guardar la calma, no pudo estallar, aunque moría de ganas por hacerlo.
—¿Quieres que te diga por...?
Una melena negra las interrumpió. Reito acababa de entrar para tomarla del brazo y sonrió a su suegra cuando la vio bajar los brazos y volver a ser la dama que debía ser.
—Reito, ¿dónde dejaste a mi esposo?
—Me temo que mi suegro me abandonó para charlar con otros invitados, así que vine a buscar a mi esposa.
—Será mejor que vaya a buscarlo, no quiero que beba demasiado.
Reito la acompañó en su chiste y una vez que se hubo ido volteo con Shizuru. A veces adoptaba una mirada que llegaba a asustarla, a pesar de que no solía sentirse intimidada con cualquier cosa, sus ojos le resultaban un océano aterrador donde podía llegar a hundirse y no salir nunca.
—¿De qué estaban hablando?
Ella se encogió de hombros.
—Nada en especial, cosas de madre e hija.
—Espero que no le hayas dicho nada raro.
—¿Qué podría decirle? —lo desafío con la mirada—. Dime.
Él no respondió. La llevó fuera y no se separó de su lado el resto de la noche hasta que su casa quedó sin invitados.
Shizuru odiaba tener que dormir en la misma cama, todas las noches se hacía pequeña junto a una esquina del colchón, escuchaba en silencio el ir y venir de los coches en las calles cada vez más en intervalos más prolongados y se quedaba quieta hasta que el ronquido del chico rompía la calma; sólo entonces conseguía el valor suficiente para moverse al sofá, y por la mañana era la primera en levantarse para que nadie notara dónde había dormido.
Sus días pasaban en silencio, principalmente porque no tenía voz en su propia casa; todas las órdenes eran dadas por su esposo, y el personal, a pesar de tenerle cariño, no podían desobedecer todo cuanto su patrón dijera. Las mañanas se volvían aburridas posando como objeto de admiración en las juntas a las que asistía con Reito, quien la tomaba de la mano y no dejaba de presumir ante sus socios su fortuna por tenerla.
¿Cuándo decidió que quedarse estancada en una vida como aquella era lo correcto? Si regresaba en el tiempo todavía podía sentir la presión de aquel instante, la mirada de su padre esperando escuchar la respuesta, la única posible, para el chico que permanecía de rodillas con un anillo en sus manos.
Un año después se convirtieron en la mentira que eran ahora y ninguno de los dos decía nada, él porque no le tomaba importancia, ella porque estaba resignada a ser una marioneta del destino. No había otra opción ni existían salidas, sólo podía soportar.
—Ya quiero ver a sus pequeños jugando con los míos.
El comentario de alguien la despertó del letargo en el cual se sumía a propósito para evitar sentir el tiempo, y sintió náuseas al pensar en la posibilidad de que eso ocurriera, pero Reito sólo sonrió como si le gustara la idea.
—Estoy seguro de que pronto tendremos los nuestros, ¿no es verdad, cariño?
La tenía abrazada por los hombros y por su tono de voz le quedó claro que en realidad no era una pregunta, sin embargo, esta vez no pudo quedarse callada.
—No hay que apresurarnos, todavía somos muy jóvenes.
—¡Vamos, Shizuru! —respondió el amigo de su esposo—. Yo para su edad ya tenía mi segundo hijo.
—No son competencias.
Sintió el apretón en el brazo por parte de Reito y guardó silencio mientras ellos seguían hablando de sus futuros herederos como si su opinión no existiera.
Y por primera vez en dos años le pesó sentirse invisible, sin tener derecho a nada en decisiones que la involucraban personalmente; le dolió mirarse todos los días al espejo y soportar las críticas, soportar los berrinches de Reito, las indulgencias de sus padres para con él, los regaños, pero lo peor siempre fue no encontrarse a sí misma.
Toda su vida se sentía como estar en una habitación a oscuras caminando sin poder detenerse y sin ver nada, ni siquiera su propia silueta dibujada en las paredes. Perderse una vez tras otra y no llegar nunca a la salida.
Su madre tampoco dejó de acosarla por días sobre su bienestar. Cada vez que sonaba el teléfono lo observaba a la distancia hasta ver la llamada desaparecer y entonces volvía a perderse en sí misma y es que últimamente no lograba hacer otra cosa.
Pasaba horas abstraída en su propio universo donde no había lugar para Reito ni para sus padres, pero estos insistían en adentrarse y destruirlo todo. Había momentos en los que no lograba entender quién era, porque se miraba al espejo y su silueta no le decía nada.
Un beso en su hombro le erizó la piel y se hizo a un lado. Reito estaba tras ella con las manos sobre sus brazos, sosteniendo con fuerza su cuerpo mientras ella intentaba, inútilmente, alejarse de su lado.
—No es un buen momento.
Él respondió enojado.
—¿No? Shizuru, llevas días evitándome. ¿Qué te detiene?
—¡Todo! —dijo sin poder evitarlo—. No quiero tener un hijo ahora... Y quizá nunca.
El espejo se estrelló cuando su rostro tocó el cristal. Sostuvo su peso en el lavamanos ahora cubierto de fragmentos mientras sus mejillas comenzaban a arder con las pequeñas heridas ocasionadas.
—No sé quién te dijo que tenías elección. Cuando tengamos nuestro hijo lo amarás, te lo prometo.
—No quiero tener hijos, Reito —insistió.
Él tomó su cabello y la obligó a mirarlo a la cara. Entonces lo notó, en su otra mano llevaba una fotografía unida con cinta adhesiva, la misma de la cual ella no quería separarse nunca, y estaba en su posesión.
Intentó arrebatársela, sin embargo, Reito no lo permitió. La arrojó contra la ducha donde resbaló y se abrió una herida en la nuca al chocar con la pared. Por un momento, la desorientación invadió su cuerpo, el mundo daba vueltas y una de sus muñecas la molestaba con punzadas de dolor al haber intentado detener la caída y cargar con todo su peso de forma tan precipitada.
El muchacho la miró indiferente y se quedó a unos centímetros de distancia, luego le mostró la fotografía.
—¿Querías esto?
Y la destrozó. Los fragmentos cayeron a sus pies y quedaron empapados en el suelo húmedo. En ese instante ni siquiera le importaron las consecuencias, se lanzó de inmediato a recogerlos y, cuando Reito arremetió en su contra, hizo lo posible por no perder un solo trozo.
No era la primera vez que peleaban así, ni tampoco era la primera vez que la lastimaba, pero en esta ocasión los golpes se volvieron más violentos; podía sentir su ira en cada herida que le provocaba y podía entender sus motivos. Para nadie en su familia, ni siquiera para él, era un secreto que la persona en la fotografía era el amor de su vida; quizá recordarlo había lastimado su enorme ego y por eso ahora se ensañaba con su cuerpo a modo de desquite.
Apenas lo sintió, su mente estaba enfocada en la chica de la fotografía, y la observó con ese cariño que casi había olvidado por estar tanto tiempo atrapada en una vida donde no podía tenerla, ni a ella ni nada de lo que quería. Sus sueños, su vida, su único amor, todo se vio frustrado cuando decidió entregar su futuro a sus padres y dejarlos hacer y deshacer a su antojo.
Cuando la dejó sola juntó las rodillas en su pecho. No podía ver bien, sus ojos estaban hinchados y adoloridos al igual que el resto de su cuerpo. Le pesaban los brazos y por sus mejillas bajaban gotas de sangre dejando un rastro rojo a su paso.
Levantarse le costó toda su energía, pero no se detuvo a pensarlo dos veces. Había sangre en sus manos, sus propias heridas la estaban consumiendo, tanto las físicas como las emocionales, y no soportaría más. Dejó huellas en las paredes, la cortina en su baño se pintó del color de color carmín cuando se sostuvo de ella para ponerse en pie y los vidrios en el suelo crujieron bajo sus zapatos al pasar sobre ellos.
Reito la vio tambalearse a la puerta y le cerró el paso. Llevaba el cabello bien peinado y el traje impecable, ajeno a la brutalidad que acababa de cometer. Cuando lo veía de esa forma, sin preocuparse por sus acciones y con las ganas en la mirada de hacerlo de nuevo, sólo se convencía más de la clase de monstruo con el cual estaba viviendo. ¿Cómo no pudo notarlo antes? ¿Y por qué seguía ahí, soportando eso?
—No puedes salir así.
—No vas a impedirme salir, Reito, no esta vez.
Se limpió con el dorso de la mano la sangre que salió de su boca al hablar.
—¿Estás jugando conmigo? —sonrió—. Soy tu esposo y si digo que no sales, no sales.
Shizuru intentó atravesar por un lado y se vio aprisionada por sus manos, aferradas cual candado a sus pequeñas muñecas. Forcejearon por un rato hasta que él pareció cansarse y la arrojó al suelo.
Sus heridas ardían en su piel lastimada, pero dentro suyo le dolía más donde su fuerza clamaba por salir, donde aquella chica que imponía su voluntad le rogaba no esconderla más. Volvió a ponerse de pie y en esta ocasión el chico no pudo tirarla; sus ojos mostraban una decisión absoluta y entre jalones y rasguños consiguió salir corriendo.
Reito la siguió sólo un corto tramo del camino, antes de verla subir al coche y pisar el acelerador. Apenas en ese momento sintió que acababa de liberar la primera cadena a la cual permaneció atada por tanto tiempo por voluntad propia.
Se recargó en el volante, sus nudillos estaban blancos por la presión y le dolía todo el cuerpo. Las puertas donde se había detenido seguían cerradas, pero pronto le abrieron paso y los criados que tanto la conocían se cubrieron la boca de asombro al verla en ese estado. Un muchacho corrió a ayudarla a bajar del coche, pero ella no le permitió hacer más, entró sola a la sala donde había crecido y encontró, como de costumbre, a sus padres en el jardín, tomando una taza de té.
Ambos se levantaron nada más verla; parecían asustados.
—Shizuru, ¿qué rayos te pasó? —preguntó su padre.
—Mira cómo vienes —lloró su madre.
Ella ignoró su preocupación. En estos momentos no le servía de nada que quisieran ayudarla.
—Sólo vine a decirles personalmente que mi matrimonio ha terminado.
—¿A qué viene esto tan de repente? Tú no puedes hacer esto, Shizuru.
—¿¡Y él sí puede hacerme esto a mí!? —se exasperó señalando su cuerpo lastimado—. ¡Dime, papá!
Su madre se quedó callada, tenía la vista fija en su hija porque no lograba reconocerla; su recato, su obediencia, no parecía recordarlos.
—¿Qué tonterías estás diciendo? Reito sería incapaz de hacer algo como eso.
—¿Y cómo explicas todo esto? ¿Crees que lo hice yo sola para llamar la atención? Te equivocas, papá, y ya no me interesa si me crees o no. Ya no me interesa nada de lo que pienses o digas, se acabó. No volveré a hacer tu voluntad.
—No entiendo a qué...
—Claro que lo entiendes —lo interrumpió—. Lo entiendes perfectamente. Hice todo por ti, me rechacé a mí misma, cambié lo que era y me comprometí con un hombre al cual no amaba, todo lo hice sólo por ti, pero estoy harta. Mira hasta dónde me ha llevado.
—Shizuru —intervino por fin su madre—, tu papá sólo quiere lo mejor para ti. Él sabe por qué hace las cosas.
Ella no podía entenderlo. Ese jardín hermoso en el que estaban parados, esa casa enorme en la cual vivió hasta el día de su boda, todos sus autos, sus joyas, el apellido, nada de eso les daba derecho a venderla como trofeo y, sin embargo, eso es justo lo que habían hecho. La entregaron a un animal con tal de conservar el estatus de la familia, como si su felicidad no valiera nada y eso no era lo peor, sino saber que estuvo de acuerdo, se dejó manejar por los intereses de ambos.
—¿Esto es lo mejor para mí, mamá? —abrió los brazos para exhibirse a sí misma—. ¿Así quieres que viva el resto de mi vida? Porque esta no es la primera vez que lo hace, he perdido la cuenta ya de cuántos golpes he recibido en mis dos años de casada.
—Hija...
—Renuncié a Natsuki por ustedes —se le quebró la voz—. Le hice daño al decir ese sí en la iglesia, y con ello maté también lo que yo era. ¿Y me amaron más por eso? No, no lo hicieron, sólo me abandonaron.
—¿De eso se trata todo? —preguntó su padre enojado—. ¿Quieres regresar con esa niña? ¡Eso nunca, Shizuru! ¡Un Fujino jamás abandona su matrimonio y menos por alguien como ella! ¡Debí saber que esa mujer estaba detrás de esto!
—¡No es así! —la defendió—. Ella no sabe nada de esto, no he hablado con ella desde el día de mi boda cuando le dije adiós por complacerlos a ustedes, y si una Fujino no haría nada de esto, entonces renunció a serlo.
Su padre se puso pálido, su madre se dejó caer en la silla, abrumada por las palabras de su hija y la discusión que, evidentemente, no tendría un final feliz.
—No hablas en serio.
—Hablo muy en serio. No quiero volver a saber nada de ustedes y ustedes no volverán a verme.
Vio la sorpresa en sus rostros, pero decir esas palabras la hizo sentir un poco más libre. Ya no importaba si su rostro estaba cubierto de golpes y si la sangre corría en finas líneas rojas por su cuerpo, ni siquiera estaba afligida por las marcas rojas en sus brazos que pronto terminarían por convertirse en hematomas.
Se fue del lugar sin permitirle a sus padres una oración más, aunque escuchó los gritos de su padre llamándola mientras caminaba por el pasillo a la salida. Su camioneta seguía en el mismo lugar y al subir encendió el estéreo, cosa que no había hecho cuando iba de camino, pero ahora sentía la suficiente tranquilidad para escuchar la música rebotar en las ventanas cerradas. El clima movía su cabello hacia atrás, dejando libre su rostro magullado, pero sonriente.
El camino le pareció eterno, ¿debería haber llamado? Su número lo perdió hace mucho tiempo y, aunque lo tuviera, nadie podría asegurarle que seguía siendo el mismo. ¿Estaría viviendo en el mismo lugar? El miedo a que no fuera así corroía poco a poco sus sentimientos. Sus memorias, en cambio, le aseguraban que no tenía motivos para estar preocupada y con la mezcla de ambos pensamientos continuó su trayecto.
Las luces estaban encendidas, en el porche un pequeño perro ladró sin cesar al verla acercarse. Quería gritar su nombre o sólo tocar el timbre, pero todo su cuerpo se encontraba paralizado y tenía náuseas. ¿Quién podía asegurarle que seguía siendo la misma persona? Fueron dos años lejos donde no hubo llamadas ni visitas. Su amor podría haber cambiado de dueño en todo ese tiempo y entonces tendría que dar media vuelta y resignarse a perderla.
La puerta se abrió sin estar lista para enfrentar la realidad. Contuvo el aliento al ver a la mujer frente a ella; apenas y había cambiado, su cabello era sólo unos centímetros más largo que antes, pero llevaba el mismo color azulado de entonces, y sus bonitos ojos verdes seguían penetrando su alma con la intensidad de siempre, como si su distanciamiento no hubiese ocurrido y fuera un día más de visita.
—¿Shizuru?
Su voz sonaba tal como la recordaba. Quiso llorar, correr a sus brazos, gritarle, quería tantas cosas, pero se quedó en su lugar sin encontrar las palabras para responder.
—Hola.
Encendió la luz del porche y entonces lo notó. Sus ojos se dilataron, corrió a abrir la puerta sólo para dar un paso atrás por la fuerza con la que Shizuru la abrazó, ni siquiera parecía ser consciente de su estado; la besó. Asaltó sus labios como ladrón y, aunque al principio no atinó a seguir su paso, alcanzó a sostener su cintura con fuerza.
—Te extrañé tanto —le dijo entre besos—. El alma se me estaba yendo sin ti.
—Shizuru...
Ella le cubrió los labios con la mano.
—Sólo déjame disfrutar este momento sin pensar en nada más que en ti y en mí.
Lo cumplió. La dejó hacer en su boca, no se quejó de las mordidas ni de su ansiedad; la tomó con delicadeza hasta llevarla dentro de la casa. Su perro había dejado de ladrar y se quedó fuera cuando cerró la puerta para llevar a Shizuru al sillón.
Cuando se separó de sus labios recargó la cabeza en su hombro con cansancio y cerró los ojos. Quería ir corriendo por el botiquín, pero ella parecía muy cómoda acurrucada a su lado y eso le impedía moverse. Aun así, la separó con cuidado.
—Déjame traer algo con que curarte las heridas.
La vio dar un asentimiento, aunque no la miró; tenía la vista perdida en algún punto de la pared y temió por su salud.
Cuando regresó la encontró llorando. Era extraño ver a su exnovia así, tan vulnerable, con las manos aferradas a su rostro mientras los hombros se sacudían con dolor. La única vez que la vio llorar fue cuando renunció a ser ella misma y aceptó convertirse en lo que su padre quería; ese día le dijo con lágrimas que lo suyo no entraba dentro de los planes de sus padres y la dejó.
Estuvo ahí el día de su boda y, aunque no la vio feliz, tampoco la notó tan rota como en esos momentos.
—¿Qué sucedió? —preguntó tomando su barbilla y limpiando con un paño húmedo la sangre seca en su rostro—. ¿Quién te lastimó de esta forma?
—Reito... No ha sido un gran esposo —dijo con una sonrisa tratando de no darle importancia.
Natsuki se detuvo y la observó con cuidado. Su mirada cambió: estaba furiosa.
Dejó la mano en su pierna en un intento por distraer su atención del odio que parecía crecer a cada segundo. No quería más problemas, para ella todo cuanto tuviera relación con Reito había terminado.
—Lo mataré.
—No, no lo harás, Natsuki. No te metas en líos por mí.
—¡Pero mira cómo te ha dejado! ¡Iré ahora mismo y acabaré con ese imbécil!
Shizuru la abrazó con fuerza para retenerla.
—Ya no importa, Nat, no volveré con él —sólo entonces logró atraer su atención—. Ya no seré la esposa de Reito, ni tampoco soy una Fujino. No más.
—¿Cómo dices? —pareció comprender a medias—. ¿Hablaste con tus padres?
Desvió la mirada.
—Ellos... No quieren saber nada de mí. Prefieren creer a Reito, así que también les dije adiós.
—Shizuru —tomó sus mejillas y dio un suave beso en sus labios—, me tienes a mí. Siempre.
—Después de tanto tiempo y de lo que te hice, pensé que...
—Está bien, ya quedó en el pasado.
Continuó limpiando sus heridas con cuidado mientras Shizuru la observaba con mirada enamorada. Quería decirle aquello que tenía atorado en la garganta, pero esperó hasta que terminó, cuando ya ambas se encontraban sentadas la una junto a la otra con una taza de leche tibia en las manos.
—Te prestaré algo de ropa, seguro tengo algo que te quede.
Habló antes de verla alejarse de su lado.
—Natsuki, yo... Justo ahora, no sé muy bien quién soy —al ver su confusión comenzó a explicarse como pudo—. Quiero decir, ya no soy la misma muchacha con la que saliste, me casé y fui una mujer de adorno al lado de un hombre que no amaba, pero ahora que renuncié a eso, no soy aquella muchacha, pero tampoco soy la esposa sumisa, y yo... Sólo no sé quién soy.
Natsuki asintió con la mano en la barbilla, pensativa. Estuvo un rato así, cosa que puso intranquila a Shizuru cuando volteó a mirarla con gesto serio.
—Creo que lo entiendo. Estaré contigo hasta que encuentres la versión de ti con la que te sientas tranquila; si esa versión me quiere cerca o no, ya me lo dirás después —sonrió—. Entonces, ¿te traigo un pijama?
Se mordió los labios para contener otras lágrimas que amenazaron con salir y asintió.
—Te quiero —susurró al aire cuando la vio entrar a la habitación.