Notas de la autora: Aquí les dejo un UA de card captor Sakura en un mundo fantástico de emperadores, príncipes y duquesas. Como siempre les recuerdo que los personajes no me pertenecen y que mi intención es sólo entretener y compartir mis ideas. Gracias por su apoyo y espero con ansias sus opiniones. Un abrazo y por favor, disfruten.
La luna del imperio
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Primera parte; Las damas consortes
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Prologo
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Hace cientos de años, los bosques de Lua eran conocidos por sus peligrosos senderos y los huraños habitantes que residían en ellos. Se decía que la gente que crecía tras su maleza era osca y poderosa. Con extraños dones oscuros y secretos de muerte. Un pueblo dedicado a la guerra y a la sangre.
El reino vecino, un gobierno fuerte e industrializado al que se conocía cómo el imperio de Aristia, estaba en pleno apogeo. Enriquecidos por las gemas de sus minas y la explotación forestal de sus bosques. Pero como todo pueblo que vive de la tierra, pronto se quedaron sin recursos a explotar ni terrenos por conquistar.
El emperador de Aristia reunió a nobles y aristócratas para discutir la creciente preocupación y la amenaza de una ruina inminente y les vendió sueños y esperanzas. En su profunda codicia, el emperador decidió que era el momento de enfrentarse a sus temibles vecinos y a su vez, eliminar la amenazadora raza de Lua que tanto daño causaba a su reputación y a sus negocios con los países vecinos.
Pero la nobleza no se sentía tan optimista. Demasiadas historias de miedo y sufrimiento se arremolinaban tras el pueblo de la luna llena. Pero el emperador no se resignaría a viejas historias de fábula. Les convenció con sus astutas artimañas de que era el único modo de salvar el imperio de Aristia y ampliar sus ganancias. Y poco a poco, el miedo pasó a convertirse en odio. El odio en desprecio y al final, no sólo la invasión parecía estar justificada, sino que todo el pueblo de Aristia estaba convencido de que, de no hacerlo, los hombres de Lua vendrían a sacrificar a sus hijos y violar a sus mujeres.
Haciendo gala de su engreimiento y desdén por aquellos diferentes a ellos, pulieron el acero, encendieron sus antorchas y se adentraron con su gran ejercito en los bosques frondosos de Lua. Sin mapas ni guías, creyendo que la oscuridad de la noche sería su aliada.
Horas pasaron. Luego días y semanas. Jamás se volvió a saber nada de ninguno de ellos. Centenares de soldados formados durante años para la guerra, perdidos... cientos de vidas malogradas por ambición y codicia. Se adentraron en tierras que no conocían cegados por el odio y el desconocimiento y sólo el miedo quedó tras su estela.
El imperio de Aristia esperó atemorizado la inminente venganza. Diezmados, sin ayuda vecina ni ejercito que les defendiera. Muchos huyeron, buscando un pueblo seguro y una nueva vida lejos de la oscuridad de esos peligrosos bosques. Pero la guerra nunca llegó a ellos.
El emperador, furioso y avergonzado, intentó en vano avivar una nueva carga militar. Pero fue tratado de loco y derrocado en unos meses. Su hijo subió al trono sin estar preparado y se convirtió en el títere de hombres despreciables y egoístas, que sólo velaban por sus propios intereses. Y el pueblo empobreció rápidamente y lo que antaño fue uno de los imperios más prósperos, se marchitó en silencio hasta que fue conquistado por los mismos que en su día les negaron ayuda.
Y el tiempo paso y de nuevo el imperio floreció bajo un gobierno mucho más sabio y cauteloso. El comercio se diversificó, y poco a poco la riqueza de los nobles volvió a su cauce, atrayendo a más familias y terratenientes.
Pero la leyenda de los bosques de Lua jamás desapareció. Sus historias pasaron de generación en generación, avisando a los niños de sus grandes peligros. Brujas, fantasmas y hombres lobo habitaban ya en su maleza. Vampiros, ogros y sombras. Cada historia que se contaba era más excéntrica que la anterior y los bardos viajaban millas y millas cantando sobre sus misteriosas tierras. Un muro de piedra fue alzado como protección al nuevo imperio y durante siglos, reinó la paz.
Pero si algo se sabe de la raza humana es que somos animales estúpidos y codiciosos con poca memoria… incapaces de aprender de nuestros errores.
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Capítulo primero
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Imperio de Aristia; Ducado de la familia Kinomoto: En la actualidad.
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Los pasos de una furiosa chica de quince años resonaron por los largos pasillos de la mansión. Vestida con su traje de montura y aún con el rifle de caza en sus manos, pateó la puerta que daba a la sala de reuniones de su padre.
- ¡Dime que no es cierto! – el señor Kinomoto cerró los ojos y tomó paciencia Estaba preparado para enfrentar a su poco convencional hija desde que le dieron la noticia.
- Si no concretas, mi pajarito, me temo que no podré responderte.
- ¡No juegues conmigo!
- ¿Es necesario el rifle? ¿Acaso piensas huir de tu destino disparándome en la cabeza?
- Oh, no puedo negar que me siento tentada. – la joven castaña dejó de mala gana el arma encima de una mesa y se cruzó de brazos. – No voy a hacerlo. De ningún modo.
- Me temo que esa decisión no es nuestra.
- ¡Eres el duque Kinomoto! Has servido orgullosamente al emperador y al imperio. ¡No pueden obligarte! – Fujitaka Kinomoto se llevó las manos a la cabeza y frunció el ceño, agobiado.
- Por mucho que alces la voz, hija, no cambiará el hecho de que el propio emperador te ha elegido candidata a consorte de su hijo.
- ¡No soy una ramera que se venda al mejor postor!
- Oh, por dios… sólo tú verías este formidable honor como algo despreciable y negativo. Todas las jóvenes casamenteras de Aristia se morirían por estar en tu lugar. Puedes aspirar a ser la futura emperatriz.
- ¡Pues les cedo encantada mi puesto a cualquiera de esas necias! No seré examinada, subastada y exhibida como un jarrón de porcelana de Rieju. No me importan las galas, los vestidos bonitos y las estúpidas intrigas de las damas de alta sociedad. No voy a ir a palacio y es mi última palabra.
- Irás.
- Antes muerta.
- Pues ahí tienes el rifle – la muchacha abrió los ojos, presa de la sorpresa. Su padre siempre había sido cariñoso, comprensivo y amable. Le daba manga ancha y concedía todos sus caprichos (para total infarto de su madre). ¿Como podía venderla ahora de esa forma? Un suspiro inundó la sala y Fujitaka se dejó caer en su sillón preferido. – Sakura…. Sabes que te quiero y entiendo tu forma de ser más que la mayoría. Pero si el emperador da una orden, esta debe ser ejecutada. Y se me ha ordenado llevarte a palacio mañana. Allí residirás los siguientes seis meses y serás evaluada junto con otras dos chicas.
- ¿Y si no colaboro ni cumplo con las tareas asignadas? ¿Y si me limito a ir, respirar y holgazanear hasta que todo termine? ¿Podré volver a mi casa si me muestro indigna de su "gran alteza imperial"?
- Por supuesto que no, ya has sido elegida consorte de su alteza. Las damas seleccionadas como candidatas ya pertenecen al príncipe heredero. La competición solo determina la posición que ocupará cada una de ustedes en palacio.
- ¿Posición?
- ¿No te ha explicado tu madre el proceso de candidatura a consorte? Sabías que era una posibilidad más que notable de tu futuro. Eres la hija de un duque.
- Claro que no. Jamás me interesó semejante majadería. Ni siquiera le dejé intentarlo. Confiaba en que este momento jamás llegaría – Fujitaka rodó los ojos y se incorporó en su silla para explicarle a su hija lo que podía esperar del siguiente año.
- Tres mujeres son seleccionadas de entre la alta nobleza para el príncipe heredero del imperio. Mujeres bellas, con dotes políticas y educación de etiqueta. Luego, se las destina a palacio donde se disputarán varias pruebas y se las clasificará numéricamente en cada una de ellas. La que reciba la puntuación más alta a final de año, será nombrada la futura emperatriz. La segunda, recibirá el titulo de reina regente y la tercera será la concubina de su majestad.
- ¿Has dicho concubina? ¡Ese es el nombre que usan los nobles para llamar educadamente a una puta!
- ¡Sakura! No seas vulgar.
- ¿Cómo me han elegido a mí? ¿Por qué? No soy una dama. No voy a las galas. No me pavoneo con vestidos caros ni bebo los vientos por su alteza real. De hecho, soy vista en el reino como un bicho raro y un marimacho. ¡Mírame! Me he criado con Touya en los campos de entrenamiento. En vez de abanicos, danzo con mi espada. Mis manos están llenas de callos y mis piernas de moretones. Cabalgo dos horas al día y adoro participar en las cacerías. Llevo pantalones de hombre todo el año y camino como un mozo de cuadra. Maldita sea, ni siquiera sigo la etiqueta que se espera de un noble. No sé bailar ni cantar. Y mis dibujos son horribles.
- Pero estás muy versada en política, tocas el piano como un ángel y hablas seis idiomas. También eres un soldado excelente y una administradora precoz. Hemos seguido tus consejos en nuestras fincas desde tus doce años y sólo hemos sacado frutos y fortuna de tus innovadoras ideas. Aunque sería mucho mejor si se te dieran bien los números… – Sakura rodó los ojos, a punto de perder la cordura. – Y lo más importante para nuestro emperador, has heredado la belleza dulce de tu madre.
- Así es. Y esa es la mejor arma de una mujer, la escondas o no tras el horrible uniforme de un caballero. – ambos se giraron al oír la voz de la duquesa.
- Madre… - Nadesiko Kinomoto tomó asiento en uno de los divanes y analizó su vestimenta con una mueca de desaprobación.
- Hija mía. Las dos sabemos que has dedicado tu vida a la espada, la montura, los estudios y la política. No por que te gustara especialmente, sino con la clara intención de alejarte del destino que te perseguía. A fin de cuentas, no eres una necia. Sabías que podías ser elegida como candidata a futura emperatriz. Tu padre es uno de los más fieles súbditos de su majestad y tiene el título de duque. Era obvio que su hija sería una consorte más que loable. Aunque durante años te esforzaras en parecer indigna de tal honor. Pero te guste o no, era cuestión de tiempo que nuestro emperador se fijara en ti y te quisiera para su joven heredero. – Sakura miró a su madre con consternación y rabia mal disimulada. – Oh, vamos… ya tienes dieciséis años… y tu cuerpo es ahora el de una joven hermosa. Esbelta, pero con curvas sinuosas. Pecho generoso, cadera ancha y piernas torneadas. Seguro que eres muy fértil.
- ¡Mamá! Deja eso, es vergonzoso.
- No seas remilgada. Todo hombre quiere casarse con una joven bella. Y de seguro algunos prefieren fierecillas cómo tú en vez de las superficiales nobles de la corte.
- Eso es absurdo… ¿y cuando pudo fijarse en mí el emperador? - Nadesiko sonrío de lado y cruzó una pierna, acomodando la seda de su vestido.
- Por lo que he oído de la condesa de Rossier, el emperador se prendó de ti en tu puesta de largo. Ese vestido rosa que tanto te disgustó llevar, lucía todos y cada uno de tus encantos. Era cuestión de tiempo que te reclamara para su hijo.
- ¡Entonces es culpa tuya! ¡Te pedí, no… te rogué que no me obligaras a celebrar esa estúpida fiesta!
- Por dios, Sakura… toda mujer de alta cuna debe celebrar su puesta de largo, incluso una mocosa desobediente y desagradecida como tú. Por eso me ocupé de que fuera perfecta y de que tu vestido fuera el mejor de toda la gala. Estabas tan hermosa que ni siquiera notaron tu desfavorecido caminar ni esa danza de pato con la que abriste el baile. – el calor subió a sus mejillas y sus puños se cerraron dejando los nudillos totalmente blancos.
- Esposa mía, no seas tan injusta. Ambos hemos permitido que Sakura eligiera sus estudios e intereses. No la mortifiques ahora por ello.
- ¡Esa fue tu decisión y no la mía! ¿Y a qué nos ha llevado? Tú la educaste como un mozo a pesar de saber que esto podía pasar. Al igual que tu ingenua hija, pensaste que así el emperador no la desearía para su preciado heredero. Y por culpa de tus vanas esperanzas, ahora tenemos que enviar a palacio a una niña sin modales ni etiqueta. Tendré que ver como mi hija se convierte en una concubina en vez de la futura emperatriz sólo porqué tú te empeñaste en criarla como a Touya. Si la hubieras obligado a realizar clases de danza y canto en vez de permitir que se distrajera con una maldita espada, ahora podríamos tener a una dama en vez de una niña díscola y mal hablada.
- Esto es tan absurdo…
- ¡Cierra esa boca ahora mismo Sakura Regina Kinomoto Amamiya! No te voy a tolerar más quejas ni desprecios. Irás a ese palacio, darás tu mejor esfuerzo y me ahorrarás la vergüenza de ser sólo una de las concubinas del futuro emperador. Tienes todos los dones para ser la emperatriz, o al menos la reina. Así que deja de humillar a tu familia con tus…. tus pantalones, tus espadas y tus desagradables juegos de caza. Te comportarás como la hija digna que siempre debiste ser y traerás honor a tu familia. – Cualquier otra joven tendría el rostro bañado en lágrimas, pero no Sakura Kinomoto. – Esta decidido.
- No lo haré.
- ¿Ah no? ¿No alardeas siempre de tu preciosa mente instruida? Ponla a trabajar un poco y piensa que será de tu familia si te niegas. - no era necesario dejar rienda suelta a la imaginación. Era obvia la respuesta. El emperador les quitaría su titulo, sus tierras y arruinaría el futuro de su familia. Y Touya jamás podría aspirar a convertirse en el nuevo general de las tropas imperiales. – Oh… al fin piensas en alguien más a parte de ti. Irás a ese palacio y fingirás sentirte agradecida. O juro por los dioses que yo misma iré a buscarte y te obligaré a tragarte esa lengua insolente.
La duquesa salió de la sala dejando tras de si un sonoro portazo y sólo entonces la joven muchacha gritó de pura ira. Nadesiko Kinomoto era admirada y venerada por toda la alta sociedad. Era hermosa, tenía un gusto excelente y era la musa de uno de los modistas más famosos de la ciudad. Cada año las jóvenes damas casamenteras esperaban ver los modelos de la duquesa en las galas para renovar su guardarropa y conquistar el corazón de algún noble rico. Pero Sakura sólo veía a un demonio bien vestido. Una mujer superficial y dominante, que era más feliz con un collar nuevo que con la sonrisa de su hija.
- Alondra mía, por mucho que me incomode esta situación y aún a riesgo de darle la razón a tu madre… me temo que en algo acierta. No podemos hacer nada más que enviarte a palacio y esperar lo mejor.
- ¡Pero padre! – Fujitaka alzó la mano, silenciando a su hija.
- Te amo más que mi vida, y juro por todos los dioses que te libraría de esta, si pudiera, pero no puedo desobedecer al emperador y lanzar nuestro buen nombre a los lobos. Nadie puede.
- ¡Puedes intentar convencerle! ¡Dile que no soy adecuada! ¡Eres el comandante de su ejercito!
- Y por ello su vasallo más leal. Si el emperador quiere que mi hija sea candidata a emperatriz, así será. Además, en parte es culpa mía. Sin darme apenas cuenta, le he hablado maravillas de ti en cuanto a tus cualidades comerciales y políticas, así que menospreciarte ahora estaría injustificado. Mañana partirás a palacio. Tu prima segunda, Tomoyo Dadouji, será tu dama de compañía y enviaremos a alguien para que se ocupe de tus clases de etiqueta y te ayude a cumplir los horarios, espero que al menos eso sea de tu agrado.
- ¿Tomy vendrá conmigo?
- Así es. – sentía el sabor de la sangre en su boca. En su desesperación se había mordido la mejilla con tanta fuerza, que se abrió una herida. Pero estaba claro, que no podía seguir luchando contra un destino ya impuesto – Ahora, retírate y empieza a prepararte hija mía… me temo que tu madre ya debe estar dando ordenes a todos los criados para que te asistan - Aún buscando una salida a semejante situación, Sakura permaneció de pie, con los puños cerrados y la mirada perdida. – Y, cariño… si me dejas darte un consejo, es mejor ser emperatriz o reina que una simple concubina. Aunque todos sean considerados títulos honorables en esta absurda sociedad, ambos sabemos que no has nacido solo para complacer al emperador en su cama. Así que… esfuérzate, mi vida… no te dejes llevar por la indignación y sé mejor que todas esas nobles estúpidas y superficiales a las que tanto desprecias. El imperio agradecerá tener a una gobernante como tú…
- Padre…
- Ahora vete.
- Pero…
- Sakura… vete. – la joven se dio la vuelta tragándose su orgullo y la indignación que sentía, y salió de la sala imitando a su madre y dando un sonoro portazo.
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La mañana había llegado con el cantar de la alondra y Sakura seguía sin poder dormir. Era incapaz de aceptar el destino que tan abruptamente la había alcanzado. Miró por milésima vez las maletas que habían preparado las criadas para ella. Vestidos de encaje, zapatos, maquillaje y joyas. Rogó por llevarse su traje de caballero y la espada, pero ni siquiera eso le sería concedido. Su madre se burló en su cara con la sola mención de portar un arma en presencia del príncipe heredero.
Alguien llamó a la puerta y su corazón se desbocó. ¿Había llegado ya el momento? ¿Sería vendida y enviada al emperador para que la prostituyera como una vulgar ramera? Porqué para ella, no había diferencia alguna. Esposa, reina o concubina, todas retozaban en la cama del emperador como fulanas bien pagadas. Incluso se decía que a veces, las concubinas eran usadas tanto por el emperador regente como por el príncipe heredero. ¿Por eso la había elegido personalmente el emperador? ¿La deseaba? Sintió un escalofrío sólo de pensar en esa posibilidad.
- Señorita, ha llegado el carruaje de la señorita Daidouji. La espera para desayunar.
- Mini… por favor…. Ayúdame a escapar… - la mucama que la había criado desde niña, agachó la cabeza ocultando su tristeza.
- Lo siento señorita… pero no puedo hacer eso. Sabe que sería una deshonra para su familia. – Sakura se giró, contemplando el amanecer mientras se obligaba a enfriar su alma. – Deje que la vista ahora… y no caiga en la desesperación. Ambas sabemos que hay futuros mucho peores.
- Sí… supongo que eso es cierto… pero no pienso resignarme. Lucharé a mi manera. Aunque eso haga que me expulsen de ese maldito palacio. – la mucama tomó el vestido que habían elegido para ese día y se acercó con cautela.
- Si me permite dar mi humilde opinión, señorita. Puede que cuando llegué allí piense de forma distinta. El joven príncipe es muy guapo.
- Y un idiota engreído con complejo de Edipo.
- Bueno… usted puede ayudarle en eso… - Sakura rodó los ojos y tomó el vestido verde esmeralda con desgana. Su madre lo había elegido personalmente, así que debía ser toda una obra de arte. Pero ella solo veía capas de tela que imitaban a una cebolla – Oh, no. La señora me ha pedido que la asista personalmente. No puedo dejar que lo haga usted esta vez. Además, este vestido lleva corsetería, no podría acomodarlo usted sola.
- Oh, por dios. Esto es un disfraz absurdo. ¿Cuántas capas de seda tiene esta falda? ¿Y que es todo este hierro aquí abajo? ¡No entiendo como las mujeres pueden vestirse así voluntariamente!
- Por favor, señorita. No complique más mi trabajo. Tiene la bañera lista y me he tomado la libertad de elegir una fragancia para la ocasión. Deje que acomode el resto y la prepare para el desayuno. Partirán en menos de dos horas.
- ¡¿Qué hice en mi otra vida para merecer tal tortura!?
A pesar de sus quejas preliminares, Sakura dejó a Mini hacer su trabajo en absoluto silencio. Aguantó que la peinara, la maquillara y la vistiera como una muñeca de porcelana. Y la mucama sonrió satisfecha con el resultado. Y es que la heredera de los Kinomoto era la joven más hermosa que ella había visto. Ojos grandes y sensuales color verde esmeralda, mejillas suaves y piel de seda. Unos labios carnosos y un precioso sonrojo natural que la hacía lucir simplemente encantadora. Y gracias a que su madre le prohibió fervientemente el uso de las tijeras, una melena color miel sedosa, larga y brillante como el mismo sol. Toda una joya digna del título de una duquesa. Aunque su carácter distaba mucho del de una dama típica de la alta nobleza.
- Luce como un sueño de finales de primavera. Sin duda el verde es su color.
- ¿Touya vendrá a despedirse? – la mucama rodó los ojos por el cambio de tema y el poco agradecimiento de la señorita por su arduo trabajo. Aunque esa niña se veía bien incluso en harapos.
- Me temo, señorita, que su hermano sigue destinado a la frontera.
- Típico… seguro que mi padre lo planeó. Si Touya estuviera aquí, me ayudaría a escapar de esta locura.
- ¿Pero usted le dejaría hacer eso? ¿Sabiendo que eso arruinaría su futuro como caballero del imperio y heredero del ducado Kinomoto?
- Odio cuando hablas tan… tan…
- ¿Sabiamente?
- Racionalmente. ¿Por qué tenemos que actuar siempre bajo estas estúpidas normas? Las chicas del pueblo no querrían ser nobles si supieran lo que eso supone en realidad. Yo mataría por dedicar mi tiempo a labores del campo en vez de a estúpidas clases de baile y daría una pierna por poder elegir a la persona con la que desposarme.
- Oh, mi señora. Me temo que en eso debo discrepar con usted.
- ¿Te gustaría ser enviada a palacio para competir por el derecho a meterte en la cama del emperador y su hijo?
- Me temo que la señorita sólo está observando la situación desde su egoísta perspectiva. Pero olvidáis el honor que supone ser la emperatriz. Las cosas que podríais mejorar y cambiar en el imperio. El bien que podéis generar en este mundo – Sakura miró a la que casi era su segunda madre con renovado aprecio.
- ¿Crees que estoy siendo egoísta e injusta?
- No, solo un poco corta de miras, si se me permite ser sincera. Creo que sois más lista de lo que demostráis con este berrinche, señorita. Podéis sacar partido a la situación. Y si tanto odiáis que el emperador tenga esposa, reina y concubina… entonces luchad para que futuras generaciones no sufran el mismo destino.
- ¿Cambiar la política interna de palacio?
- Así es.
- Eso es como pedirle a una nube negra que no deje tormenta…
- Bueno, siempre habéis disfrutado los retos. ¿Verdad, mi señora? – Sakura miró su reflejo en el espejo y dejó ir una mueca de resignación. No reconocía a la persona que le devolvía la mirada. Quizá porqué estaba cubierta de ropajes ridículos y encaje de seda. ¿era necesario tanto escote? Ese corsé le apretujaba tanto el pecho que se desbordaba por su clavícula.
- Supongo que podría intentar al menos ganar esta competencia y hacer algo bueno para el imperio…
- Ese es el espíritu.
- Y mi única motivación. Si pierdo, no seré más que la puta del futuro emperador. Mira este desvergonzado escote. Casi se me ven los pezones.
- ¡Mi señora!
- Oh, por dios Mini, las dos sabemos que el sexo es para lo único que se tienen concubinas. ¿O crees que es para hacer compañía a la emperatriz?
- Esa es la idea….
- ¡Venga ya! Ni siquiera el tonto del pueblo se cree eso.
- Mi señora…
- Sí, sí. Ya entendí. Ser positiva y buscar algo bueno de toda esta absurda situación. Dile a mi madre que bajo ahora mismo.
No llevaba ni cinco minutos con esos zapatos y ya sentía arder los pies. ¿Por qué las mujeres se dejaban mangonear así? El maquillaje de su cara era pegajoso y los aromas que le habían puesto en el cabello hacían cosquillas en su nariz. Y no quería ni pensar en la enorme estructura metálica que habían atado a su cintura para sujetar la voluptuosa falda del vestido. Tantas capas de seda sólo para hacer que pareciera una carpa circense. Bajó las escaleras entre resoplidos indignados, agarrándose a la barandilla para no matarse con esos tacones. Si se caía desde esa altura, sería su fin. ¿Cuántos centímetros de tacón le había puesto su madre?
- Por dios Sak, eres una visión de belleza. – sus ojos color esmeralda buscaron a la dueña de esa dulce voz y al fin pudo sonreír.
- ¡Tomy! – intentó correr para ir a abrazarla, pero tropezó en el camino y sólo la mano de su madre evitó que se partiera la crisma. – Oh, por todos los dioses. ¿No puedo llevar mis botas de montura? Con lo largo del vestido, ni siquiera se me ven los pies.
- Esa es precisamente la clase de comentario que evitarás en palacio. – la muchacha puso los ojos en blanco ante las palabras de su madre y miró de nuevo a la que era su mejor amiga y que reía a un lado.
- Por dios Tomoyo, dile a mi madre que esta es la peor idea del mundo. Yo… en palacio. No duraré ni dos días. ¿No puedes tú ocupar mi lugar? Eres mucho más adecuada para el puesto.
- Oh, pues estoy de acuerdo con eso, mi preciada prima. Pero por desgracia, el emperador no me ha elegido a mí. ¿Quién quiere a una simple hija de condesa si puede tener a una preciosa y alocada hija de duquesa a su lado? – Sakura chascó la lengua, asqueada.
- Los nobles y sus estúpidos títulos. ¿A caso no eres tú mucho más hermosa? – la duquesa Nadesiko rodó los ojos y giró a su hija para retocar los detalles de su vestido. Era un modelo único, diseñado exclusivamente para la familia Kinomoto.
- No digas tonterías, eres igual de hermosa que yo cuando tenía tu edad, aunque te esfuerces por esconderlo tras tus excentricidades y esos horribles uniformes del ejercito. ¿Verdad señorita Daidouji?
- Oh, si mi señora. Sakura luce cómo un ángel. – la joven castaña se resignó a la estúpida conversación y pensó que era el momento idóneo para abandonar el lugar. Si tenía que cabalgar al mismo infierno, mejor hacerlo antes de que su madre aumentara el tamaño de ese endemoniado escote.
- Vámonos Tomy, cuando antes lleguemos a palacio, antes podré quitarme estos dichosos zapatos y este estúpido vestido.
- Pero no hemos desayunado. – el mohín de disgusto de su prima la hizo reír. Al menos gozaría de la compañía de Tomoyo mientras esta no se casara con algún noble idiota.
- Oh, pediré que les preparen una cesta de comida. A fin de cuentas, hay casi un día de camino. – Sakura contempló a su madre con horror.
- ¿Un día? ¿Tengo que aguantar con esto puesto hasta la noche?
- Sí, querida. Y la señorita Daidouji se ocupará de que no lo arrugues con tus posturas vulgares.
- Estupendo. Simplemente fantástico. Más me vale salir a toda prisa. ¿Dónde está padre? Tengo que despedirme de él.
- Me temo que eso no va a ser posible. Tu padre ha partido a primera hora a la frontera. Pero os veréis en palacio. A fin de cuentas, trabaja para su majestad el emperador.
- ¿Padre se ha ido? Me vende y luego se marcha. ¡Indignante!
- Oh, por dios… cállate. Parces una cacatúa histérica. Ahora sube a ese carruaje y desaparece de mi vista. Cuando nos volvamos a ver para el festival de otoño, espero estar en presencia de la candidata preferida al trono. ¿Me has comprendido? Haz lo que sea necesario para encandilar al príncipe. Por lo que sé, es tan rarito como tú.
Sakura ni siquiera se dignó a contestar a eso. Era tan humillante. Se dirigía al matadero y ni siquiera podía despedirse de su padre o hermano. Subió al carruaje con tanto enfado, que casi rompe la puerta al cerrarla. Ni siquiera esperó a que entrara su prima, así que se sintió algo culpable cuando esta ingresó con el rostro sombrío.
- ¿Sabes? A mi tampoco me gusta irme de casa para estar a tu servicio. Tendré que llamarte señorita todo el tiempo e inclinarme ante ti en público.
- Yo… es verdad… lo siento Tomy… - una sonrisa radiante apareció en su rostro y Sakura no pudo evitar sentirse apenada – Mini también me ha acusado de ser irracional con todo esto. Pero es que…. yo no puedo ni imaginar cómo será mi vida ahora… he luchado tanto por convertirme en alguien digno de heredar el ducado… conozco cada granja, campo y taller de nuestras propiedades. He estado junto a mi padre aprendiendo sobre finanzas, cultivos, comercio al por menor y al por mayor y… he entrenado tanto para poder luchar a su lado…
- Sakura, sabes que las mujeres no pueden aspirar a ser caballeros en el campo de batalla. Sólo reciben tareas administrativas y gubernamentales.
- Lo sé, pero eso sería infinitamente mejor a convertirme en la ramera del príncipe.
- ¿Ramera? Por dios, Sakura… un día de estos, deberías ir a un prostíbulo del pueblo llano y verías cuan injusta eres con esas desdichadas chicas. – la más joven de los Kinomoto se echó a reír, algo más relajada ahora que disfrutaba de la compañía de su mejor amiga.
- ¿Lo dices porqué tú has estado en muchos prostíbulos?
- Oye, que mi padre es un juez respetado en la ciudad. He visto a mujeres acusadas de prostitución en sus juicios. Mujeres con enfermedades venéreas asquerosas y moratones en toda su piel a causa de los maltratos. El mundo es oscuro para aquellos que han nacido en la pobreza y es nuestro deber ser conscientes de ello al menos. Agradece tu suerte y deja de maldecir tu destino. Al menos si te nombran emperatriz, puedes aspirar a cambiar algunas cosas.
- Hablas igual que mi padre y Mini.
- Mientras no hable como tu madre, me parece bien. - una carcajada inundó el carruaje al mismo tiempo que se ponía en marcha. Tomoyo abrió la cesta y mordisqueó con elegancia un poco de fruta y queso fresco.
- Bueno… supongo que ya no hay vuelta atrás. Sólo espero que las pruebas a las que nos sometan no sean de canto y baile.
- Pues… - el rostro de la muchacha castaña se puso tan blanco cómo la cera.
- Oh, dios mío. Mátame…
- Oh, no, no. De eso se encargarán las otras candidatas. – Sakura parpadeó, algo curiosa. Había estado tan centrada en su miseria, que ni siquiera pensó en quiénes habían sido las otras dos pobres almas condenadas.
- ¿Sabes quienes son?
- Pues claro. Me sorprende que mi querida tía no te haya contado nada.
- Bueno… tampoco le he dado la oportunidad… dijo que enviaría a alguien para que se ocupara de mí en palacio y que me explicaría todo lo necesario en cuanto llegara - Tomy rodó los ojos y se acomodó en su asiento. El carruaje era amplio y cómodo, así que podían relajarse un poco y disfrutar de una conversación de "chicas" para variar. Era la primera vez que Sakura pedía cotilleos de forma voluntaria.
- Pues me temo que no estarás contenta con tus futuras compañeras de armas.
- Dime que esa niña consentida y egocéntrica de Meiling Li no está en la lista…
- Oh, pues no te lo diré. ¿Crees que hará buen tiempo en palacio?
- ¡No puede ser! ¡Es odiosa! No me lo creo… ¿tendré que pasar todo un año con ella?
- Toda una vida. Sean elegidas emperatriz, reina o concubina, tendrás que convivir con las dos el resto de tus días. – Sakura se llevó ambas manos a la cabeza. Ni siquiera había pensado en eso. - ¿Quieres saber el nombre de la otra duquesa afortunada o prefieres tragar estiércol?
- ¿Tengo esa opción? – la morena negó con la cabeza e hizo una pausa dramática, enfatizando el momento. - ¡Suéltalo ya!
- Naoko Yanaguisawa. – los ojos de Sakura se abrieron como dos ventanas.
- ¿Yanaguisawa? ¿La segunda hija del consejero del emperador?
- La misma.
- Oh, vaya… eso si que no me lo esperaba. Mi madre la llama la "come libros" Siempre dijo que era una muchacha sin dotes sociales que se escondía tras sus enormes gafas…
- ¿Y te fías del juicio de tu madre?
- ¿Para olfatear posibles candidatas a emperatriz? Por supuesto… pensaba que sería esa odiosa de Nakuru Akizuki o la chica de los Sasaki. Madre siempre dijo que la estaban educando para esto y que era la emperatriz ideal.
- Pues al parecer no ha sido así. Y por lo que he oído, el emperador, la emperatriz y por último el príncipe eligen a una de las candidatas.
- Mi madre me dijo que el emperador me eligió a mí para su hijo… - Daidouji se frotó las manos, orgullosa de su mejor amiga.
- Lo sé. Todo un honor, Sakura. En siete de cada diez reinados, se elige emperatriz a la candidata propuesta por el emperador. Es como un comodín a tu favor.
- Sabes que jamás confié en las estadísticas. Prefiero los riesgos altos con beneficios aún más elevados.
- Ya, yo no le diría eso a tus futuros suegros. El imperio no corre riesgos innecesarios.
- Pero si yo he sido la elegida del emperador… sin duda Meiling Li es la candidata de la emperatriz. Las han visto juntas en muchas fiestas y esa niña engreída se pasa el día lamiéndole el culo. Y como el príncipe adora a su mami, de seguro elegirá antes a esa chica que a mí. Lo que nos deja a Naoko como la candidata ofrecida por el príncipe… oh, por dios. Seré la concubina…
- No digas tonterías, ya te he dicho que siete de cada diez…
- Oh, vamos Tomy. Estamos hablando del príncipe con complejo de Edipo. Va a todas las fiestas cogido del brazo de su adorada madre, baila sólo con ella y le dedica todas sus cacerías y trofeos. Si su madre beneficia a Meiling y él ha propuesto a la come libros (cosa más que sorprendente para alguien sin personalidad como ese idiota heredero) eso me deja a mi en último lugar. ¡Voy a ser la puta del futuro emperador!
- ¡Sakura Kinomoto! Muérdete la lengua.
- Oh, vamos. Estamos solas
- Oye, para ser alguien que no acude a fiestas ni se interesa por la nobleza, estás muy bien informada.
- Intenta ignorar a mi madre cada día de tu vida y verás, que es una ardua tarea. Te guste o no, sus bobadas y chismes se te pegan a la piel como sanguijuelas.
- Bueno, pues no te rindas antes de empezar. El emperador te ha elegido por algo. – Sakura chascó la lengua y se recostó en su asiento con las molestias típicas de aquel que iba a sufrir un enorme dolor de cabeza.
- Mi madre dice que se quedó prendado de mi en la puesta de largo por mi "dulce belleza" Maldito el día en que accedí a portarme como una dama. Debería haber ido a la dichosa gala con mi traje de montura. Sasaki era perfecta para el puesto. ¿Por qué yo? ¿Por qué con este príncipe?
- Oh, vamos. No seas tan dura. Que yo sepa, no has cruzado palabra alguna con el futuro sol del imperio. Se dice que es un fiero guerrero y un estudiante modelo.
- ¿Y que van a decir? Es el futuro emperador. De seguro te corta la lengua si te atreves a criticarle.
- Eres tan testaruda.
- Realista. Puede que no le haya visto más que dos veces y que no nos dirigiéramos la palabra ni una vez, pero tengo ojos.
- ¿Y los usas bien? Porqué deja que te diga, que ese hombre es estúpidamente atractivo.
- Y frío, distante, orgulloso y cruel. No había visto un rostro más estoico en toda mi vida. Mi madre dice que una vez le vio sonreír. Pero yo no la creo… - Tomoyo rodó los ojos otra vez y puso sus manos en el regazo, resignada.
- Ay, Sak… mejor cedo a tus absurdos prejuicios y dedico lo que queda de la mañana a dormir. Me espera un año de lo más entretenido contigo…
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La única vez que Sakura había visto el palacio fue a sus cinco años. Su padre la llevó con su hermano para presentarla al emperador. Así que sus recuerdos estaban algo difuminados. Creía que recordaba esos altos y poderosos muros de forma exagerada, pero ahora que los tenía delante por segunda vez, podía asegurar que eran más imponentes que en sus memorias.
- ¡Mira prima, hay al menos cien guardias!
- Señorita Kinomoto, no saque la cabeza como si fuera un perro de caza. No es digno de una dama de su rango.
- ¿Señorita Kinomoto? ¿Y esa formalidad?
- Estoy ensayando ¿vale? – Sakura se rio de buena gana. – mierda, esto se me hará tan raro…
- Pero señorita Daidouji… ¿Quién es la malhablada ahora?
- Oh, cállate Sak.
El carruaje se paró en la entrada y ambas esperaron a recibir ordenes de los guardias. Pero nadie abrió la puerta. Tras varios minutos, el carruaje se puso en marcha una vez más. Al parecer, las habían dejado adentrarse sin muchos problemas. Sakura quiso volver a mirar por la ventana, pero su "adorada" prima se lo impidió cerrando la cortina de un solo golpe.
- Aguafiestas…
- Testaruda – el carruaje paró por última vez y oyeron los pasos apresurados de lo que parecían un centenar de criados. Ambas se miraron con nerviosismo. – Sak… por favor, ahora intenta recordar todas tus clases de etiqueta. Debes ser formal y respetuosa. No levantes la vista ni mires a sus majestades a los ojos.
- Intentaré recordarlo en el futuro, cuando el príncipe heredero me esté dando empujones en su real cama.
- Sakura, por favor… te lo suplico. – la castaña miró a su prima con el orgullo herido, pero asintió en silencio.
- Como guste, condesa Daidouji.
- Gracias.
La luz del atardecer entró en el carruaje al abrirse la puerta y una mano guio a la morena hasta el exterior. Sakura cogió todo el aire que ese maldito corsé le permitió, a sabiendas de que era su turno y esperó a que apareciera su escolta. De nuevo una mano se alargó hasta ella y la tomó intentando recordar que debía ser delicada y suave como una dama (aunque quisiera morder esa dichosa mano que la guiaba al patíbulo). Un rayo de sol la cegó por un momento y le resultó imposible enfocar el rostro del joven que la había guiado. Se sorprendió al ver a su prima haciendo una reverencia muy pronunciada. ¿Era necesario cuando habían viajado juntas por horas? ¿Y porqué se inclinaba tanto? Si seguía así su nariz tocaría el suelo.
- Mis saludos, su majestad, futuro sol del imperio. – Sakura se congelo en su sitio, sintiendo como la espalda se tensaba y el sudor escurría por sus manos. Miró al hombre que la había ayudado a descender y dos ojos ardientes como el mismo sol le devolvieron la mirada. Dio un salto sobre si misma e hizo una torpe reverencia bajo la mirada reprobatoria de su prima. Estaba frente al mismísimo futuro emperador, el príncipe heredero Xiao Lang Reed Li.
- Su… su majestad… lo siento, no sabía que nos escoltaría usted mismo.
- No tiene importancia. ¿Cuál de ustedes ha sido elegida mi consorte? – la castaña se sorprendió ante la pregunta. Oh, por todos los dioses. Ni siquiera sabía el nombre y el aspecto de la que sería su futura ramera.
- Me temo, mi señor, que ese honor es mío. – Daidouji le dio un puntapié mal disimulado y la menor del los Kinomoto la miró sin comprender. ¡Estaba siendo atenta y educada!
- Disculpe, creo que no la he oído correctamente. ¿Ha dicho que teme que ese honor sea el suyo? ¿No le agrada la idea de ser mi consorte? – Sakura se dio de punta pies.
- Oh, no, su majestad. No me he expresado correctamente. Discúlpeme, estoy algo nerviosa. Quería decir, que no esperaba ser honrada con semejante oportunidad. Nunca creí que se me tendría en cuenta para… - la mano del príncipe se alzó entonces, callándola al instante. Sakura pudo ver el aburrimiento en esos hermosos ojos.
- Ya, ya. Comprendo. Me "temo" que es mi deber escoltarla hasta sus aposentos. Su majestad, la emperatriz, es muy estricta con la etiqueta. – la joven castaña quiso patear su culo engreído. ¡Se estaba burlando de ella al remarcar su desliz!
- Lamento ser un inconveniente para su estricto horario. Soy consciente de su apretada agenda como futuro sol del imperio. – Si Tomoyo hubiera podido, la habría asesinado. Podía sentir su mirada clavada en la nuca.
- No sabe como me alegra oír eso, así no me hará perder el tiempo señorita… perdone, ni siquiera sé su apellido… - estúpido niñato con corona. Su madre tenía razón al decir que ese capullo era capaz de sonreír, sólo que lo hacía de forma prepotente y sádica.
- Kinomoto. Me apellido Kinomoto. – su perfecto rostro de dios de hielo se sorprendió por un instante.
- ¿Sois la hija del general del ejercito imperial?
- La misma, su alteza. – Sakura se obligó a hacer una reverencia formal (mordiéndose el labio inferior en el proceso) – Sakura Kinomoto para honrarle, alteza. – por un momento el silencio se hizo en todo el lugar. Los sirvientes parecían haberse detenido y Tomoyo seguía inclinada a un lado, con los nervios a flor de piel.
- He oído hablar de usted, señorita Kinomoto.
- Oh, me complace mucho oír eso, su alteza.
- No veo el motivo. Al parecer todo lo que me dijeron de usted es falso.
La muchacha se sorprendió ante el comentario, pero no se atrevió a preguntar. En vez de eso, tomó la mano del príncipe con desgana y le siguió en silencio. Miró de reojo a su prima, que le lanzaba dagas con los ojos y una gota le cayó por la frente. Lo normal en una situación así, sería incitar al príncipe a conversar y empezar a ganarse su favor. Pero Sakura no tenía ni idea de por dónde debía empezar. Ese hombre era tan desagradable como su instinto le había dicho que sería.
Así que prefirió dedicar su tiempo a contemplar los jardines de palacio y la grandeza de las esculturas que les rodeaban. El mármol de los suelos era esplendoroso y había flores, fuentes y pájaros exóticos por doquier. Un paraíso en la tierra. Al menos, podría disfrutar de eso en su vida de cautiva. Toda una jaula de oro. No pudo evitar soltar un suspiro de admiración al ver un precioso cisne aterrizar en el lago bajo los rayos de sol tardío. Sonrío como una niña.
- Veo que se deja impresionar con facilidad.
- Yo, lo lamento, alteza. Nunca había visto un cisne más allá de los dibujos de un libro.
- Eso me parece algo poco probable ya que los jardines de la ciudad tienen varios y hermosos ejemplares. Y también el jardín botánico o el palacio blanco de Dornia.
- Oh, me temo que no he tenido ocasión de ir a esos lugares, su majestad. – notó que la mirada del príncipe se posaba en ella, pero fingió no ser conocedora de ello admirando una preciosa flor azul que emitía un suave aroma.
- ¿No ha ido a los lugares más concurridos por la nobleza? ¿A ninguno?
- No piense mal de mí, su majestad. Dedico mi tiempo a otras… aficiones.
- Ya veo. Puede que los rumores, no se alejen tanto de la verdad.
- ¿Disculpe?
- Oh, no tenga en cuenta mis últimas palabras. Ya hemos llegado – Y Sakura dio gracias a los dioses por ello. Empezaba a sudar bajo el tacto de esa mano. Era tan absurdo ser escoltada por él. – Este es el palacio rosado y será su hogar durante el siguiente año. Tiene designada el ala este. Verá que es lo suficientemente espaciosa para que goce de intimidad y disfrute de sus… aficiones.
El príncipe hizo un gesto con la mano y todos los sirvientes que les seguían entraron en tropel, cargados con sus pertenencias. Sakura vio pasar un estuche azul cielo y se le iluminaron los ojos de pura dicha. Hecho que, al parecer, no pasó desapercibido para su majestad, que siguió su mirada hasta el objeto de su adoración.
- Tú, espera. Trae ese estuche aquí. – el sirviente se acercó con la cabeza agachada y la espalda curvada en una pronunciada reverencia. Sakura quiso tomar el objeto entre sus manos y protegerlo con su vida, pero su mano se quedó a medio camino. No podía negarle el capricho al príncipe. El joven heredero abrió el estuche ornamentado y saco la pieza que había descansado en su interior. Desenfundó la espada con elegancia y la hoja brilló bajo la luz del sol – Bonita espada… aunque me sorprende que te hayan dejado entrar a palacio con un arma. – la castaña siguió sus movimientos con rabia. ¿Cómo osaba ese niñato empuñar su preciosa joya? El príncipe balanceó con gracia la hoja en el viento y Sakura tuvo que admitir que tenía una buena técnica.
- Lo lamento, su alteza. No sabía que padre me había concedido el estúpido capricho de traer conmigo mi espada. Pensé que se había quedado en casa junto al resto de mis armas. Puedo pedir que la devuelvan si usted así lo desea. – esos ojos dorados y flameantes la miraron con intensidad. Y para su sorpresa, le tendió el arma.
- A ver como la empuña, señorita Kinomoto.
- Oh, por dios. No podría, es un delito empuñar un arma en presencia de su majestad.
- No se lo tendré en cuenta por esta vez.
- Pero mi señor…
- ¿A caso desobedecerá una orden directa de su príncipe? - Sakura tragó pesado y miró de reojo a su desconcertada prima. Esta negaba con la cabeza, sin saber que debía hacer. – Tome la espada, señorita Kinomoto.
La castaña tomó el arma, aún sin saber si era lo correcto y la bajó en un ágil movimiento, envainándola a toda velocidad en la funda que el sirviente le ofrecía. Los ojos del príncipe observaron sus movimientos con detenimiento. Siguiendo su instinto y a pesar de lo mucho que deseaba quedarse con su preciosa amiga de lucha, extendió el arma al sirviente y este se alejó a toda prisa de vuelta a los aposentos que le habían designado.
- Les diré a mis sirvientes que la envíen a casa. Disculpe mi error, su alteza. – el príncipe la sorprendió entonces, tomando sus manos entre las suyas y quitándole los guantes con toda naturalidad. Lo normal sería ruborizarse ante el gesto tan íntimo, pero Sakura sólo intentó apartarse. Claro que no pudo ante el fuerte agarre de su alteza imperial – Su… ¿su majestad? – El príncipe tendió los guantes a la señorita Daidouji y examinó las manos de la que sería su consorte en un año.
- Debo admitir, señorita Kinomoto, que sus manos no concuerdan para nada con las de una chica de la alta nobleza. Tiene asperezas y malformaciones en algunos dedos. Señal más que inequívoca de haber sido adiestrada en el arte de la esgrima – Ahora sí que sintió que sus mejillas se coloreaban, pero no era el rubor de una novia, sino la vergüenza de la humillación.
- Siento mucho decepcionar a su majestad. – sus dedos la soltaron y se llevó ambas manos al pecho, airada – soy consciente de que mi piel no luce tan suave al tacto como las de las demás damas de la corte, lamento ser la causante de su disgusto.
- No se haga la indignada, señorita Kinomoto. No le pega nada. Y por si no lo ha notado por el uso de mis guantes, mis manos lucen aún peor que las suyas. – Sakura levantó la cabeza y clavó sus ojos en los de él, olvidando de nuevo todo protocolo. El príncipe se sorprendió por su atrevimiento, pero se guardó la reprimenda. A fin de cuentas, era refrescante poder mirar a alguien a la cara. Sobretodo cuando la muchacha era poseedora de dos preciosas orbes esmeralda – no entiendo porqué mi padre la ha elegido a usted como candidata. Es obvio que no ha sido formada para ser mi esposa.
- Lo lamento, su alteza.
- Oh, por todos los dioses. No más disculpas. No le digo esto como una crítica. Lo cierto es que ha despertado mi curiosidad, señorita Kinomoto. Y todo aquel que me conoce, puede decirle lo difícil que es lograr mi atención.
Sakura bajó la mirada, demasiado consciente ahora de la presencia arrogante e imponente de ese hombre y se inclinó en una profunda reverencia a la vez que sentía nacer el temblor en su garganta. Se daba cuenta de que le había mirado por un buen rato a los ojos, y eso era totalmente indigno en su posición. Si él así lo deseaba, podía castigarla por su atrevimiento. Recordaba haber visto de niña a una mujer siendo apedreada en una plaza por haber ofendido al duque de Valiria, así que su cuerpo reaccionó solo por miedo a una reprimenda aún más inhumana. Odiaba sentirse indefensa.
- Discúlpeme, su majestad, pero no creo ser digna de su atención, no soy más que una simple muchacha que ha tenido la fortuna de nacer en una buena familia – el príncipe heredero bufó, molesto por su actitud sumisa y falsamente humilde y miró en dirección al jardín.
- Tal vez tenga razón. Puede que, en el fondo, si sea como las demás damas de alta cuna, señorita Kinomoto. La dejo para que se acomode. Y oh, señorita Kinomoto.
- ¿Sí, su alteza?
- Puede conservar su arma. Se nota que es un regalo del duque Kinomoto a su preciada hija. No quiero privarla de tan hermoso detalle. Puede que necesite algo a lo que aferrarse con el año que le espera – Sakura no se atrevió a alzar la vista ni por un segundo y esperó a que sus pasos estuvieran lo suficientemente lejos para soltar el aire acumulado en sus pulmones. Pero una colleja en su nuca hizo que soltara un grito.
- ¡Oye! ¿A qué ha venido eso, Tomy?
- ¡Le has mirado a los ojos y le has ofendido! ¡Y has empuñado un arma en su presencia! ¿A caso estás loca? ¿Quieres que te expulsen de palacio y te deshereden el primer día? – Sakura rodó los ojos, sobándose el cuello con una mueca infantil.
- Si eso me libra de este maldito vestido… ¿podemos ir a esos aposentos para que me ponga cómoda? El encaje de este desvergonzado escote me está haciendo rozaduras en la piel. Y ya ni siquiera noto mis pies con estos estúpidos zapatos. Y creo que el corsé esta impidiendo que el oxigeno llegue a mi cerebro.
- No le eches la culpa a tu estúpido corsé. Tu cerebro no ha funcionado nunca como es debido. De ser así, no habrías faltado al respeto a su alteza imperial.
- ¿Cuándo le he faltado yo al respeto? ¡Es ese niño engreído el que hace lo que le da la gana sin preguntar primero! ¡Hasta ha insinuado que acompañarme era una perdida de tiempo! ¡Y se ha reído de mí! ¿Y cómo se atreve a tocar mis manos sin mi permiso o hurgar en mis pertenencias?
- Es el príncipe heredero, puede hacer lo que le de la real gana.
- ¿Y yo tengo que quedarme calladita y aguantarlo?
- ¡Sí! – Tomoyo se adelantó a toda prisa despotricando insultos en su contra y Sakura no pudo más que dirigirle una mueca infantil a sus espaldas. Lo que no sabía, es que, tras una columna, un príncipe curioso se aguantaba la risa.
Puede que la elección de mi padre no sea tan mala, después de todo.
Notas de la autora: Y aquí estoy con una nueva historia. Tengo ya cuatro capítulos escritos y mi imaginación va viento en popa. Seguiré escribiendo también Mi fan número 246, pero necesitaba desconectar un poco y viajar a un mundo de fantasía. Adoro este proyecto nacido de mi nueva afición a las novelas coreanas. Espero que sea de su agrado y me brinden también su apoyo incondicional. Un abrazo y nos leemos muy pronto.