Sara fue por primera vez al gimnasio porque Jax le había pedido de encontrarse allí, ya que juntos iban a ir a andar en skate. Por más que Sara ya no tenía una, Jax le prestaba la de él y se turnaban.
El gimnasio era realmente hermoso. Era amplio, luminoso, tenía dos paredes espejadas y piso de madera. Pero eso no fue lo que más llamó su atención. Lo que llamó su atención fue ver al grupo de las Leyendas bailando. Era maravilloso como bailaban, se notaba que eran talentosos y hace tiempo que bailaban juntos porque coordinaban y conectaban a la perfección.
Lo que más la sorprendió de todo ello fue como bailaba Ava. Ella era la que guiaba al grupo porque era la capitana, y al parecer ese rol le sentaba bien. Siempre estaba atenta a los tiempos, los movimientos de cada uno y a que todo saliera como lo planeaban. Y aunque podía notarla que no estaba del todo relajada, probablemente por la presión que ella se ponía al ser la capitana y al ser perfeccionista, si era la vez que más relajada la había visto. Viéndola bailar pudo apreciar su belleza, y se preguntó si podrían tener otro tipo de relación si la chica no la detestara tanto.
— ¿Lista para irnos? — Preguntó Jax.
— Lista. — Asistió con una sonrisa.
Jax y ella fueron a andar en skate a un parque que quedaba cerca de donde vivían. Las ventajas de vivir cerca era que los hacía compartir varios momentos juntos, como las caminatas al colegio y el patinaje en el parque. Ella le enseñó un par de trucos y después patinaron libremente, divirtiéndose de la libertad que eso le transmitía.
— Estuvo muy acertado lo que dijiste el otro día en la clase de educación cívica sobre los crímenes de odio. — Comentó.
— Gracias. — Agradeció sonrojándose. — Seguramente vos lo entendes mejor que yo, porque vivís algunas discriminaciones que yo no vivo. Al ser mujer cis y blanca tengo algunos privilegios socialmente hablando. — Reflexionó.
— ¿Siempre fue un tema que te apasione? — Preguntó con curiosidad.
— Un poco, al ser parte de la comunidad lgbtqi. Pero mi hermana fue la que me transmitió más que nada esto de luchar contra las injusticias, ella quería ser abogada. — Respondió, decidiendo abrirse.
— Debe ser una gran persona. — Admiró él.
— Lo era. — Afirmó ella.
— Mi papá murió cuando yo tenía un año, antes de siquiera poder conocerlo. Sin embargo siempre siento su pérdida, hay pérdidas que siempre se quedan grabadas en uno. — Expresó él, compartiendo su dolor porque sentía que ella iba a comprenderlo.
— Mi hermana y mi papá murieron, en unos meses se van a cumplir dos años. No sé como vivir sin ellos, los extraño mucho. — Confesó, sintiéndose segura de hablar acerca de sus dolores luego de que él lo había hecho con ella. — Pero yo no soy muy de hablar de mis sentimientos. — Aclaró después de unos segundos de silencio.
— Yo tampoco soy de hablar de mis sentimientos. — Coincidió él. — ¿Qué te parece si mejor patinamos? — Ofreció.
Y así se pasaron un largo rato patinando, hasta que se hizo de noche y cada uno se fue a su casa.
La semana de exámenes pasó tranquilamente para Sara. La realidad es que entre las preocupaciones por su trabajo y su entrenamiento, no había tenido tiempo para estresarse también por el colegio. A ella siempre le había gustado sacarse buenas notas, porque Laurel se sacaba buenas notas y eras de las mejores estudiantes. Sara, para sentir que estaba a la altura de su hermana, le gustaba sacarse buenas notas como ella. Creía y pensaba que de esa manera iba a poder hacer que su hermana y su padre estuvieran orgullosos de ella. Pero ahora que ellos no estaban, no tenía a nadie para hacer sentir orgulloso de ella. Por ese lado la presión se iba, pero por otro no quería perder sus buenas calificaciones para tener la posibilidad de ir a una universidad que quede lo más lejos posible de su madre y Malcolm. Así que hizo lo mejor que pudo, y los pocos ratos libres que tuvo los usó para estudiar. Por lo menos haber estado ocupada con los exámenes, no le dio tiempo para preocuparse por la nueva noche de lucha libre que se le venía.
— ¿Vienes a la fiesta de mañana? — Preguntó Charlie entusiasmada.
— No, no puedo, tengo que trabajar. — Respondió ella.
— Cierto, nos habíamos olvidado. — Dijo Zari, maldiciendo que no hayan pensado eso.
— Te vamos a extrañar. — Admitió Amaya.
— Que exageradas, ni que hayamos ido a tantas fiestas juntas como para que me extrañen. — Dijo ella, quitándole importancia al asunto.
— Pero sos la única que puede tomar a la par de Mick. — Retrucó Zari.
— Y que es buena ganando en todos los juegos, sobretodo en el ping-pong de tragos. — Agregó Charlie.
— Bueno, cualquier cosa siempre pueden visitarme si me extrañan. — Bromeó ella.
En verdad había sido una broma, por eso ella se sorprendió cuando el sábado tipo tres de la mañana ellos aparecieron en Danver's Dinners. Por un momento se sintió preocupada, porque ellos estaban con Ava y sus amigos, y tenía miedo de que la carguen por trabajar o luego lo cuenten a todo el colegio para que los demás le hicieran bromas. Pero se recordó a sí misma que eso a ella no le importaba, que podrían hacerle todas las bromas que quisieran que a ella le daba lo mismo mientras tuviera su trabajo y su propio dinero. Y así enfrentó la situación, y por suerte fue para bien porque todos la trataron bien y nadie hizo ninguna broma.
El domingo trabajó hasta las seis de la tarde, y luego se fue a su casa a prepararse para la lucha libre.
Esta vez le tocó pelear contra dos chicas y tres chicos. Ganó dos peleas y perdió dos. Sólo quedaba la última, y ella esperaba ganarla para mejorar su rendimiento y no darle excusas a su madre o Malcolm para enojarse.
Su última pelea era contra Relámpago (Jennifer). Por lo poco que sabía era la que siempre sacaba mejores promedios en las peleas, era muy habilidosa, ingeniosa y fuerte. A pesar de eso, la enfrentó con confianza y decisión. La pelea resultó bastante pareja. Sara estaba aprendiendo de a poco a relajarse y no seguir ninguna regla de juego, ya que en definitiva esa era la única regla. Sin embargo, había algunos hábitos que eran difíciles de romper, y ella no podía acostumbrarse a jugar sucio. Pero sus compañeros ya estaban acostumbrados. Jennifer se las arregló para en un momento de la pelea golpearle la cara contra la reja que rodeaba el ring, y dejarla noqueada por unos segundos, los suficientes para que le den por ganada la pelea.
Sara sabía que Dinah y Malcolm estaban enojados por su rendimiento de esa noche durante las peleas, pero el viaje en auto de regreso a la casa fue silencioso. Un silencio que dejaba una mala sensación, un silencio cargado de tensión, pero silencio al fin.
Al llegar a la casa Sara bajó del auto, lista para entrar a la casa y encerrarse en su habitación. Pero antes que pueda hacerlo Malcolm la detuvo agarrándola de los brazos.
— ¿Qué haces? — Preguntó ella sorprendida.
— ¿Qué hago? — Dijo él riendo ante la idea. — Te voy a dar una lección para que aprendas a rendir mejor en las peleas. — Le dejó saber.
— Pero no estuve tan mal, gané dos. — Protestó ella.
— ¡¿Te parece suficiente dos?! ¡¿Te parece suficiente luego de lo que te estuve entrenando?! — Cuestionó él empujándola. — A partir de ahora quiero que cada vez que tengas que pelear logres ganar más peleas que antes, hasta llegar a ganar las cinco y mantenerte en ese promedio. — Ordenó.
Sara no tenía energías para pelear, no después de la peleas que había enfrentado hace apenas un rato. Así que dejó que Malcolm la empuje. En vez de llevarla para la casa, la llevó a la parte de atrás de esta y la encerró en el sótano.
Sara no había sabido que tenían sótano hasta ese momento. Respiró hondo unas cuantas veces para evitar que el pánico se apodere de ella, y empezó a explorar el espacio para amigarse con este. Encontró el interruptor de luz y lo encendió. La luz era dada por una pequeña lamparita que no alcanzaba a iluminar ni la mitad del espacio, pero algo era mejor que nada. El sótano estaba casi vacío. Lo único que había eran un par de cajas, un balde, una pileta para lavarse las manos, una silla vieja de madera y una pequeña ventana que estaba a la altura del techo. Sara revisó las cajas y se alegró cuando en una de ellas encontró una manta. Esta olía a humedad y estaba llena de polvo, pero por lo menos le iba a servir para refugiarse del frío de la noche. Se acostó en el piso y no pudo evitar llorar para sacarse la frustración e impotencia que sentía. Lloró hasta quedarse dormida.
Al otro día ella esperaba que la dejen salir para ir al colegio. Sin embargo, no fue así. Ni Dinah, ni Malcolm la dejaron salir del sótano. Sara realmente no sabía qué pensar, ni cómo reaccionar ante todo eso. Se sentía humillada y absolutamente agotada. Y como allí encerrada no tenía nada para hacer, su cabeza no paraba de dar miles y miles de vueltas. Sobre cómo podría ser mejor hija, sobre cómo hacer para ganar más peleas, sobre cómo le habría gustado que su madre nunca la fuera a buscar a Nueva York, sobre cómo hacer que su madre la quiera tanto como quería a Laurel, sobre cómo habría sido mejor que ella muera y Laurel sobreviva… Porque Laurel era mejor, Laurel había tenido una luz especial, Laurel había merecido tener una larga y feliz vida, Laurel sí podría hacer sentir orgullosa a Dinah.
Recién la dejaron salir al amanecer del día martes. Lo primero que hizo Sara fue ir a darse una ducha de agua caliente. Cuando salió de la ducha y se miró al espejo examinó horrorizada como todo el sector izquierdo de su cara estaba moreteado. Se cubrió los moretones con maquillaje lo mejor que pudo, se vistió con ropa limpia y se fue de su casa. Ni siquiera desayuno, ella simplemente necesitaba irse de allí y volver a respirar en paz.
Ella entró al colegio con la capucha de su buzo puesta, para evitar las miradas de los demás. Pero cuando vio que una de las primeras personas que se cruzó notó su cara moreteada, fue al baño y se encerró en uno de los cubículos. Se sentó en el piso y apoyó su espalda contra la puerta para hacer que nadie pudiera entrar. Se hizo bolita y refugió su cabeza entre sus rodillas. Respiró hondo varias veces, tratando de evitar tener un ataque de pánico. De repente y sin saberlo, comenzó a llorar. Y se quedó llorando, hasta que alguien golpeo la puerta del cubículo donde estaba.
— ¿Estás bien? ¿Necesitas algo? — Preguntó preocupada.
Sara conocía esa voz, era Ava. El miedo de que la otra chica la encuentre en el estado en el que estaba, la hizo dejar de llorar. Se secó las lágrimas, se aclaró la garganta y se concentró en respirar a ritmo normal.
— Si, estoy bien. — Respondió ella.
— ¿Segura? — Insistió Ava,
— Si, segura. — Afirmó ella. — Gracias por preguntar, pero estoy bien y no necesito nada. — Dijo con firmeza, para transmitir seguridad.
Sara esperó unos minutos hasta lograr calmarse y asegurarse de que no había nadie más en el baño. Salió de su cubículo y fue a las piletas a lavarse la cara. Estaba tan distraída, concentrada en lo que estaba haciendo, que no notó que Ava había estado allí todo el tiempo esperándola.
— ¿Estás bien? — Preguntó llamando la atención de la otra.
— Si. — Asistió ella, después de dar un pequeño salto ante el susto.
— ¿Qué te pasó en la cara? — Preguntó preocupada, al notar sus moretones.
— Nada, ya te dije que estoy bien. — Dijo cortante, para demostrar que no le interesaba mantener esa conversación.
Ella se fue del baño lo más rápido que pudo, antes que la otra chica pudiera continuar la conversación. Entró al aula y se sentó en el primer banco vacío que encontró. Durante la clase no pudo prestar atención, su mente estaba nublada y no paraba de repetir el momento en que Malcolm la había encerrado en el sótano y cómo su madre había mirado la situación sin hacer nada para defenderla. Por eso se la pasó dibujando, esa era una de las pocas cosas que podía hacer estando sentada que lograba calmar su ansiedad. Tenía un millón de sentimientos atascados que no sabía por dónde iban a salir explotados de su cuerpo. Hasta que se dio cuenta que tenía medio. Ella nunca había tenido miedo a ir a su casa, o las personas de su familia, o las personas con las que convivía. Pero si estaba en lo correcto, tenía miedo. O al menos eso era lo que pensaba cuando intentaba conectar con las emociones que había estado experimentado desde aquel momento.
— ¿Puedo ver tus apuntes de clase? — Le preguntó Gideon, antes de que ella saliera al recreo. Sara le dio su cuaderno. — No será exactamente lo que estaba esperando, pero estos dibujos son realmente increíbles. — Admitió.
Gideon revisó los dibujos que ella había estado haciendo durante la clase. Sara esperaba que por lo menos se conforme con que los dibujos que había hecho estaban relacionados al tema que habían estado dialogando durante la clase.
— ¿Estás bien Sara? ¿Necesitas ir a la enfermería? — Preguntó preocupada.
— Si, estoy bien, esto ya fue revisado y curado. — Respondió ella, esperando que la otra le crea.
— ¿Puedo saber qué te pasó? — Pidió, algo insegura porque no sabía si la otra confiaba en ella como para contarle.
— Nada, solo quisieron robarme y así quede. — Mintió ella, dando la excusa que su madre le había dicho que use.
Sara se fue del aula sintiéndose aliviada de que su profesora no le haya hecho más preguntas, ni la haya mandado a detención por no haber prestado atención en clase. Así que no bien le dijo que podía retirarse del aula, se fue. No quería darle la posibilidad de que le hiciera más preguntas.
Pero a pesar de todo, más preguntas llegaron. Esta vez por parte de las Leyendas. Ella sabía que lo hacían con buenas intenciones, que se preocupaban porque durante ese tiempo habían empezado a formar una especie de amistad. Pero al hacerle esas preguntas la ponían en la posición de tener que mentir, y a ella no le gustaba mentir. Tener que mentir la hacía sentía culpable y frustrada.
— ¿Qué te pasó en la cara? — Pidió saber Ray preocupada.
— Uuff, otra vez esa pregunta. — Dijo ella, bufando en modo de protesta.
— Sara el motivo por el que te preguntamos es porque estamos preocupados, no para molestarte. — Aseguró Amaya, intentando conciliar con ella.
— Si, no es como si fuera común que alguien se presente con toda la cara lastimada por arte de magia. — Comentó Zari.
— ¿Alguien te lastimó? — Pidió saber Jax.
— Si alguien te lastimo va a tener que estar listo a pagar las consecuencias. — Dijo Mick seriamente.
— No fue alguien que conozco. — Le aclaró ella a Mick. — Es solo que me robaron cuando volvía del trabajo, querían que les de un celular… — Mintió, armando una historia que pueda sonar creíble para sus amigos.
— Y vos no tenes celular. — Terminó Nate por ella.
— Exacto, así que se enojaron y esta fue la manera de hacermelo saber. — Dijo, señalando su cara.
Después de eso continuaron las preguntas: "los robos pueden ser traumáticos, ¿Seguro estas bien?", "¿Necesitas algo?" "¿Te hiciste ver por algún médico?", "¿Queres que vayamos a pedir hielo?". Pero ella estaba demasiado cansada para continuar con los interrogatorios, así que simplemente se fue. Los dejo en el comedor y se fue con su almuerzo al parque. Se puso los auriculares, para dar la señal de que no quería hablar con nadie y encendió la música al volumen más alto. Cerró los ojos, respiró hondo y contó hasta diez, simplemente necesitaba que ese día acabe de una vez. Volvió a respirar hondo y abrió los ojos. Después del almuerzo ya faltaría menos, y podría ir a casa para estar en paz. Pero en realidad esa no era su casa y allí no podía estar en paz. Sara no tenía una casa.