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Una marea roja, es lo que era. Arrasaba todo cuanto quería, hacía y deshacía. Una fiera indómita.

Yuu rara vez se resistía. No tenía fuerzas para hacerle frente, jamás las tuvo. Sin embargo, las veces en las que sí lo hacía, tenían una razón especial, un nombre y apellido.

Quizás era evidente para todos, menos para él. O tal vez no quiso verlo. Él era el indicado para ella, después de todo. Una combinación de colores adversos, sí, pero que no podían separarse, porque estaba atados por la vida, por el destino.

Ishigami quería omitirlo, no ver más sus ojos, porque ese color no era para él. Porque esa marea roja solo podía contenerla otra marea más fuerte, olas bravías de azul profundo. Y sus ojos, en cambio, eran oscuros, apagados, un pozo sin fondo de esperanza ausente.

Kaguya está frente a sus ojos, brillando en todas formas, y sus orbes rojos le absorben la vida de a poco. Y quizá, piensa, es intencional, porque él no es a quien quiere, entonces no importa.

Ella se queda estática cuando sus manos se rozan, un delicado toque de pieles que inicia un incendio. Ishigami esta vez no la ignora, decide hacerle frente a esos ojos.

Que, esta vez, ella se hunda en los míos.

La mira, con sentimientos brotando de sus ojos, con emociones que florecen y resuenan en los de ella.

Que vea que la quiero.

Sonríe mientras la ve sonreír. Y se queman.