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Si le preguntan, él definitivamente no estaba interesado en el amor. Flores, colores, mariposas y risas. Consideraba todo aquello como un desperfecto técnico del ser humano, algo fútil, irrelevante. ¿De qué le servía al ser humano enamorarse?

Para empezar, el término no era más que un eufemismo. Enamorarse realmente era desarrollar sentimientos de dependencia hacia un individuo externo, una exteriorización del miedo del ser humano a morir solo. Y es que la familia no se elige y casi siempre es disfuncional.

Izaya a menudo piensa en ello. Tiene razones, argumentos perfectamente fundamentados. Él es un ser lógico, racional, inteligente. Lo tildan de monstruo, poco empático, un cínico, una basura, y ciertamente lo es dentro de los parámetros de la moralidad humana. La verdad, sin embargo, es que no es más que lógica pura.

Mira el cielo de Ikebukuro, nublado. Colores grises y negros. En las calles la gente se ve diminuta pero, de todos modos, alcanza a reconocer los bandos que reinan en la ciudad.

Gotas caen con lentitud pero, sin previo aviso, se agolpan en su rostro, golpean el asfalto y mojan el suelo duro de la terraza en la que se encuentra.

Izaya está acostumbrado a que lo tilden de monstruo, una basura cínica. Es común para él estar solo.

Te quedarás solo por el resto de tu vida.

Él piensa que es inútil que crean aquello una amenaza cuando no es más que una realidad. Ni triste ni feliz, simplemente una verdad. Nacemos solos y moriremos solos.

Izaya piensa a menudo en ello, incluso en ese día lluvioso que le estropea su labor de observación y análisis.

Soy un ser racional. Lógica en estado puro.

Cuando le dicen que es una basura no se inmuta, ni aun cuando su propia familia lo hace. Pueden desearle el mal (aunque él no crea que haya tal cosa en sí misma), pretender herirlo, tanto física como emocionalmente, y aun así no le importaría.

Está lloviendo y la sangre que escurre sobre el piso, la que deja rastro de su presencia y la que tiene sobre sus palmas le hacen sentir solo. No en el sentido lógico, sino en uno emocional, humano.

¿De verdad moriré y no será a manos de Shizu-chan?

Siente sus dedos fríos, su aliento desvanecerse y su corazón apagándose. Ya no le arde la herida en su vientre. Se despega del suelo, mirando al cielo, cayendo sobre su espalda.

Es un alivio.

Por primera vez en toda su vida, Izaya desearía no estar solo.