DEMOLIDOS.

dabihawksweek2020.

i. fluff & soft.


Tamaki nunca pensó en los cuentos de finales felices.

Por el contrario su vida era más bien un cuento de pesadillas. Sus movimientos eran consumidos por una oscuridad acechante llena de resentimientos patéticos por la vida que le había tocado. Tamaki siempre fue consciente de que había personas en situaciones más vulnerables que él y si fuera un poco empático podría decir «entiendo su dolor», pero la realidad es otra. Una donde Keigo en realidad ni siquiera finge ser empático ni busca serlo.

Que sí, le acaricia las costras a Dabi, y las tienta entre sus dedos con suavidad casi obscena, pero en ningún momento aun permaneciendo entre sus brazos se la ha ocurrido decirle que comprende su dolor y el pesar de las quemaduras que le abollan la piel. Keigo no es así, piensa que quizás el dolor se asemeja a arrancarle las plumas de cuajo, arde y es incesante, insoportable. Pero aun así no está seguro de entenderlo ni cuando están apartados a cientos de kilómetros. Y, al contrario, cuando se encuentran y se refugia entre las goteras del corazón del pelinegro, susurra quedamente palabras de las que se avergonzaría si estuviera en público.

Porque no se supone que sea afecto a estas muestras de anhelo; no se supone que las merezca. Empero entre la arritmia de su corazón y las palmas quemadas del joven sobre sus mejillas: Tamaki se siente más vivo que nunca. Cuando los labios ajenos le nublan el pensamiento, entre nebulosas y pelusas en su estómago que revolotean y los miles de estrellas fugaces que aparecen en sus ojos dorados apenas lo ve, allí es cuando más vivo se siente. Es cuando más su vida se asemeja a una bonita novela europea de amor infantil y tranquilidad que le sosiega los pensamientos, lo suficiente para permitirse dormir entre sus brazos y arrullarse con el latido del corazón ajeno.

Es el fuego azul un susurro entre la nieve que quema las plumas que le chorrean de la espalda. Le acaricia con enervada dulzura de la misma manera que sus labios le torturan con bienintencionada saña, que lo hace quererlo lo suficiente como para desistir de todo, para entregarse de manera ciega.

Hawks siempre estuvo quebrado.

Los engranajes de su cuerpo eran piezas oxidadas que con el paso del tiempo fueron oxidando las de Dabi también. Mientras más permanecían juntos, más temía Tamaki al mañana, ese donde besarle las mejillas y los párpados, o acariciarle las pestañas no fuese suficiente para él. Cuando como la rapiña que era, quisiera todo del pelinegro hasta que nadie más que él pudiera poseerle. Hasta que los suspiros se les entremezclaran a ambos y sus voces se volvieran una sola.

Pues era un ave. Y había llegado a la tierra envuelto en un manto escarlata iluminando con centellas doradas la vida del villano temido y aterrador. Que se le volvía nieve fresca por la mañana entre las manos aunque ninguno de los dos fuera a admitirlo. Aunque ninguno de ellos dos estuviera completamente seguro de querer revelar el amor que se profesaban.

Era un secreto a voces, un susurro, un llamado.

Era el nombre ajeno pronunciado entre sus labios.