Digimon no me pertenece y escribo esta historia sin fines de lucro.
Este fanfic forma parte del #LockdownChallenge del que participan cinco excelentes escritoras y yo: Kailey Hamilton, Ayumi-nightbeauty, Sirelo, Sybilla's Song y GossipChii. Mis personajes fueron: Takeru y Mimí.
Y por favor: ¡Quedate adentro!
Paréntesis
Era un día más bien templado en Nueva York. Las temperaturas bajo cero amenazaban con retirarse. Takeru, sonriendo, dejó que el frío le pegara en el rostro descubierto y le enfriara los cachetes. Nueva York con poca gente era una imagen extraña, aunque no osaría llamarla apocalíptica, así como aún no se había prendido al reenvío de memes de zombies y construcción de bunkers.
Lo distrajo el sonido metálico de la canción "Don't worry, be happy" de Bobby McFerrin – su tono de llamadas.
―Hola Mimí ―saludó, deseando que su sonrisa atravesara la distancia.
―¡¿Takeru, dónde estás?! ―preguntó, nerviosa. Takeru se hizo a un lado para dejar pasar a un transeúnte tan solitario como él mismo. Frunció el seño.
―Estoy en la calle… no estoy lejos de tu departamento. Te dejé una nota junto al desayuno.
―Takeru, ¡debes volver ahora mismo! ¡Te… te lo exijo!
―Eh… ¿ok?... ¿sucedió algo?
―¡Sucedió algo! ¡Sucedió algo pregunta! ―gritó. Mimí estaba comenzando a perder la paciencia y una Mimi impaciente no era algo que Takeru quisiera conocer.
―Está bien, Mimi, tranquila… tranquila… ya estoy caminando hacia allá ―dijo, mientras reanudaba la marcha, ahora sí, hacia el departamento de su amiga.
―Por favor Takeru. Debes tener cuidado ―dijo, al mismo tiempo que Takeru saltaba de regreso al cordón de la vereda luego de casi haber sido arrollado por un repartidor de comida apurado.
―La calle está muy tranquila. ―Evitó informarla sobre su casi reciente accidente.
―¡No importa! Estoy viendo los noticieros ―Mimí no fumaba, pero él no pudo evitar imaginársela, en ese momento, prendiendo y apagando cigarrillos como Winona Ryder en Stranger Things―. Tienes que venir a casa. Aquí estaremos bien. Te lo prometo. Ven a casa.
―De acuerdo. Ya estoy doblando en tu esquina ―mintió―. Te veo en dos minutos ―cortó la comunicación y, respirando hondo, se largó a correr los 150 metros que aún lo separaban de la casa de su amiga.
Demasiada paz para una tarde neoyorquina…
Abrió la puerta del departamento y, como una aparición, Mimí se lanzó a sus brazos y lo apretó con mucha fuerza, pero fue apenas un segundo.
―¡No! ¡No podemos abrazarnos! ―gritó, y saltó hacia atrás―. Takeru, límpiate las manos ―le arrojó una botella de agua oxigenada―. Deja los zapatos en la entrada.
―De acuerdo… ―respondió, cumpliendo sus instrucciones―. Oye Mimi, sabes que ―se quedó efectivamente mudo al arribar a la cocina de Mimí, cuyo piso estaba cubierto de bolsas del supermercado. Cubierto, seguramente, no alcanzaba a describir la situación con exactitud: más bien arrasado―. ¿Qué es esto?
―Estuve haciendo compras. ¡No toques nada! ―gritó, al verlo acercarse―. Rocié las bolsas con alcohol. Debemos ser muy cuidadosos. No las toquemos aún.
Recién en ese momento Takeru tuvo la tranquilidad suficiente para poder mirar a su amiga a la cara, y ni en sus peores épocas del Digimundo la podría haber imaginado así: aún en pijama, con el pelo enmarañado, el maquillaje de la noche anterior sin arreglar…
―¿Bajaste así a la calle? ―quiso evitar la pregunta, pero no lo logró.
―Pero no vi a nadie ―respondió, enseguida―. Los repartidores tocan timbre, dejan la comida y se alejan. Así que apenas bajé él se alejó y yo subí todo esto.
―¿¡Subiste todo esto sola?!
―Claro. Tú no estabas. ―Auch, eso era un reproche.
―Lo siento, Mimí… quise salir a inspirarme un poco. ―La transformación en el rostro de Mimi no fue sutil y, siendo ella una mujer tan expresiva, Takeru tembló―. Reconozco que eso… fue… ¿una mala idea?
―¡Y ya ves que lo fue! ¡Tenemos que quedarnos adentro, Takeru!
―¿Pero entendí que la cuarentena obligatoria empezaría el domingo?
―¡Cuidarse es quedarse adentro! ¡¿No entiendes lo que puede pasar si te enfermas?! ―comenzó a lagrimear.
―Mimí… lo siento ―se conmovió―. ¿Ya podemos guardar las cosas?
―Sí, sí. Ya podemos ―afirmó, mientras se secaba las lágrimas.
Manteniendo una distancia prudencial, Takeru comenzó a abrir las bolsas que tenía más cerca. Sus contenidos lo… desconcertaron, realmente. Conocía de sobra el apetito particular de Mimi y sus recetas excéntricas, no para nada convivía con ella hacia dos semanas. Por lo tanto el pedido de pickles, dulce de leche, gelatina sin sabor, gelatina con sabor y con formitas, y moldes en forma de árboles de navidad no lo sorprendieron (tal vez los árboles un poco…), pero el… ¿martillo? ¿bencina? ¿la bolsa de carbón?
―Mimí, ¿qué son estas cosas?
―No sabemos cuánto tiempo vamos a estar sin salir.
―¿Y qué planeas hacer? ¿Prender fuego al martillo para protegernos?
―¡El martillo lo usaré para golpearte en la cabeza! ―gritó y se levantó de su rincón de la cocina, para correr a encerrarse en su habitación.
―Mimí… ―murmuró, desconcertado.
Refrenó las ansias de correr tras ella. Seguramente había alimentos que iban a cortar la cadena de frío si no se apuraba así que, con calma, se dedicó a guardar y ordenar.
En Japón era de madrugada. No se animaba a llamar a la madre de su hijo tan temprano, pero tal vez su hermano estuviera despierto. Dudó un poco, luego se decidió por su cuñada, que salía a correr bien temprano.
―Hola Takeru. ―No sabía cuál era la cualidad especial de la voz de Sora que hacía que, donde estuviera, escucharla le reconfortara un poco el corazón: sentía una calidez recorrerle el cuerpo y, aún sin haberlo hablado, tenía el presentimiento de que su pelea, o lo que fuera que acabara de suceder con Mimí, no era para nada preocupante.
―Hola Sora. Buen día. No te desperté, ¿no? ¿Sales a correr?
―No me despertaste, pero tampoco estoy saliendo a correr por unos días… hasta que sepamos bien que está sucediendo. Pero tengo una rutina de ejercicios en casa. Tu hermano también ―añadió―. Aunque se despierta un poquito más tarde. ¿Vas a adelantar tu viaje?
―Creo que… no ―al menos ahora no tendría que buscar la manera de llegar al punto, ¿no?―. Lo había pensado pero creo que de alguna manera Mimí decidió por mí que debo quedarme ―intentó que su sonrisa llegara al otro del mundo, pero Sora era muy buena leyendo a través de su tono de voz.
―¿Sucedió algo?
―Más o menos… no sé cómo describirlo. ¡No, espera! ―se corrigió―. Debería saber cómo describirlo, o si no no sabría cómo escribirlo, ¿no?
Sora rio.
―¿Algo que quieras contarme?
Takeru dudó, pero a quién iba a mentirle, si alguien podía ayudarlo a descifrar esa situación, esa era Sora.
―Salí a pasear hoy… ¡no me regañes! ―se adelantó―. Esta semana que pasó me fueron cancelando las entrevistas que tenía en editoriales, justamente por este tema del coronavirus… y la verdad es que me estaba sintiendo encerrado. El departamento de Mimí es grande y tiene balcón, pero me faltaba… algo. Y como hoy hace menos frío que otros días, quise ir hasta Central Park, que es bastante cerca de su departamento, y no llevaba ni media hora cuando me llamó enojadísima para que regrese… y Sora, ¡si hubieses visto la compra de supermercado que hizo! Compró garbanzos, un martillo y máscaras para el rostro. ¡Todo en la misma bolsa! ¡Y nada de alcohol, agua oxigenada, o lo que sirva para desinfectar!
Sora sonrió. No respondió enseguida.
―Oye Takeru… sabes que los padres de Mimí están en Japón. ¿No?
―Pues claro.
―Seguramente ella esté preocupada porque no puede estar con ellos en este momento… si bien sus padres son sanos, no dejan de ser población de riesgo por la edad. Mimí es hija única y sus padres le han dado absolutamente todo. Puede ser un poco difícil para ella no poder acompañarlos en este momento… y peor aún, saber que si estuviera con ellos podría ser un punto de contagio, algo que les haría mal. Alguien que les haría mal… Seguramente Mimí aún no racionalizó estos temas y por ello se puso nerviosa al perderte de vista: al menos tu salud es algo que quiere poder controlar.
―¿Y por qué no compró alcohol, o algún desinfectante?
―Me imagino que ya tiene un poco, ¿no? ―Takeru afirmó―. ¿Y entonces para qué compraría más? Lo que tiene debe ser suficiente para ustedes dos, y lo que queda en los negocios será mejor que se lo lleven personas que aún no compraron. Me imagino que eso es lo que Mimí pensó.
Takeru lamentó no haber hecho una videollamada, porque no tenía dudas de que en ese momento su rostro reflejaba todo el interminable respeto que sentía por Sora, su hermana.
―Gracias Sora. Gracias. Voy a… voy a hablar con ella. ¿Y tú? ¿Tus padres?
―Están los dos en Odaiba, tranquilos… tu papá también. Y seguramente en el día de hoy tu hermano se comunique con tu madre. ¿Te parece bien? Así puedes ir a dormir temprano. Mañana te contamos.
―Gracias Sora ―ella sí que estaba en todos los detalles―. De verdad… muchas gracias. ―Takeru sentía una enorme gratitud por su cuñada―. Ya te lo dije, pero me hace muy feliz que seas oficialmente parte de la familia.
―A mí también, Takeru. A mí también. ¿Me escribes luego para contarme como va todo con Mimí?
―Claro. Por supuesto. Hasta luego, Sora.
―Hasta luego, Takeru.
Cortó el teléfono y se quedó unos momentos sentado decidiendo que hacer. Quería hablar con Mimí lo antes posible, pero tampoco quería ir sin un plan.
Y entonces, haciendo un repaso mental de la conversación que acababa de tener, tuvo en claro cómo seguir.
No demoró en tocar la puerta de la habitación de su amiga. Ella no lo rechazó, pero tampoco le habló demasiado. Estaba recostada en la cama, a media luz, pasándose con fuerza toallitas desmaquillantes por el rostro.
―No te las gastes todas, Mimí… tendrían que durarte al menos dos semanas más.
Ella lo fulminó con la mirada, y Takeru entendió que era muy temprano para estar haciendo chistes.
―Vengo en son de paz ―aclaró―. Mira, te traje tu té preferido… rosas, maracuyá, canela y roibós. Endulzado con leche condensada, por supuesto. Y nos traje barritas de cereal para mantener la figura.
Mimí dejó de destruirse la cara con las toallitas y, aunque no sonrió, su posición corporal le indicó que estaba abierta a seguir escuchándolo. Comenzó a recoger todas las toallitas sucias.
―Y pensé que podíamos ver Totoro, que sé que está en Netflix. ―Si Mimí hubiera sido un gato, se le habrían alzado las orejas en señal de atención. No lo era, pero Takeru se estaba haciendo un poquito mejor en leerla y sabía que no estaba recibiendo con disgusto sus avances amistosos―. Y por último… ―dijo, apoyando la bandeja en la mesa de luz para poder sacar lo último que tenía escondido en su bolsillo―. ¡Máscaras faciales para los dos! Vamos a divertirnos muchísimo.
Mimí dio un pequeño salto de emoción en la cama, y Takeru supo que estaba comprada.
―Voy a tirar todo esto ―dijo Mimí, terminando de juntar su desorden―. Ve prendiendo Netflix, mi contraseña ya está puesta. Y ojo con esas máscaras, tendremos que guardarlas en la heladera luego de usarlas. ¡Queremos que nos duren dos semanas! ―exclamó.
Al regresar, Takeru ya estaba recostado en la cama e intentaba con esfuerzo pegarse la máscara al rostro.
―Déjame que te ayude. ―Mimí se acercó y, con cuidado, apretó bien los bordes sobre su rostro, para que no se salieran―. Me lavé las manos ―aclaró―. Y prendí el difusor. Le puse lavanda con vainilla.
Takeru se guardó sus comentarios sobre la elección de aromas y sabores para el té.
―¿Listo? ―preguntó.
―Claro ―respondió Takeru, sonriendo.
Y así comenzó su paréntesis.