CAPÍTULO 24: EL SÍ

Maxon

Me sobresalté en cuanto Sylvia indicó que era nuestro turno de avanzar. Mi madre presionó ligeramente mi antebrazo, instándome a caminar; sin poder, por una vez, ocultar la emoción.

Al fin.

Al fin, después de tantas dudas, batallas y realidades crudas, iba a poder casarme con América. Iba a convertirse en mi princesa, en mi reina, como tanto había deseado desde que la había conocido, luchando por salir a los jardines. Así que, por supuesto, no podía estar más aterrado.

¿Y si algo fallaba? ¿Y si los rebeldes atacaban de nuevo? Si América no podía llegar, si decidía no llegar, ¿cómo procedería el pueblo? ¿cómo lo harían los que deseaban separar al pueblo?

Existía una pregunta más. La más cruda y terrible de todas las probables inconveniencias que podían darse en aquél día, danzando como una flama al viento en un rincón de mi cabeza. Pero no deseaba formularla con palabras. Ni siquiera en mis propios pensamientos quería dejar cabida a la idea de una repetición más certera, quizá fatal. Y si llegaba a producirse...sin importar nada, sin poder evitarlo, yo sabía que al final terminaría por llevarme con ella. Pero hoy no era día para pensarlo.

Los preparativos finales pasaron en un borrón mientras yo trataba de no sufrir un ataque de nervios. Un par de instantes, y de pronto ya era momento de verla entrar.

Y todo se detuvo.

La música se desvaneció. Me olvidé de todas las personas que observaban, e incluso perdí a mamá de vista por un instante. Porque cuando vi a América entrar, vestida de blanco; no tuve ojos ni cabeza para nada más.

En un instante pude absorber su aspecto, su postura, sus nervios disfrazados de seguridad; y por encima de todo, su emoción. La misma emoción que yo sentía, las mismas ansias que nos hacían a ambos pensar "Al fin."

Tardó una eternidad en llegar a mi lado, del brazo de Leger. En cuanto él la soltó, un suspiro vestido de sonrisa se me escapó entre los labios.

-Hola, querida - susurré. Su risa fue una melodía mucho mejor que la que tocaban para ella. Y fue diez mil veces mejor cuando caí en la cuenta de que era solamente para mí.

-No empieces - bromeó ella, dejándome compartir con ella una sonrisa más. Y era sólo el principio.

-Creo que ahora ya tengo derecho a decirlo - repliqué.

-No lo sé, alteza - se llevó un dedo a la barbilla, fingiendo barajar mis probabilidades - he oído que su prometida tiene un carácter...difícil - me miró por la comisura del ojo, con una ceja perfectamente arqueada - yo no tentaría a la suerte.

-Debe tener una muy buena fuente para afirmarlo, Lady América - continué, mirando al frente y pretendiendo que escuchaba al sacerdote - pero creo que voy a tomar el riesgo.

Su risa burbujeante llenó una vez más mis oídos.

-Luces preciosa, América - susurré, casi sin querer. Tenía que decírselo.

La ceremonia continuó, mucho más rápido y mucho menos cansado de lo que esperaba. Y en cuanto el sacerdote nos proclamó "Marido y mujer. Príncipe y princesa de Iléa" me giré para tomarle ambas manos.

Era una formalidad. Según la ley del reino, la Seleccionada no podía ser reina si no había sido princesa primero, así que inmediatamente pasaríamos al Gran Salón para la coronación. Pero antes...

-Puede besar a la princesa, alteza.

Me giré, acercándome a ella y tomándola por la cintura. América se veía más que radiante de felicidad; y no pude menos que compartirla sabiendo que la causa era precisamente este momento. Me incliné, despacio, observando y reconociendo cada detalle de su rostro; cada pestaña que le resguardaba los preciosos ojos azules mientras los cerraba. Dejé que el instinto me guiara, tal como había hecho la primera vez que había reunido valor suficiente para besarla; permitiendo que mis propios párpados se cerraran solos, que nuestras bocas se atrajeran como imanes, y al fin, la besé.

La besé por primera vez como mi esposa.

El Gran Salón estaba abarrotado. Cámaras, reporteros, súbditos, familia, guardias y amigos se hallaban presentes para documentar cada instante de nuestro primer día como pareja casada y como reyes recién coronados de Iléa.

Con un ligero tirón de nervios en el estómago, lo primero que pensé al verlos fue que a América no iba a hacerle precisamente mucha gracia.

-¿De qué modo le digo que hay un exceso de personas allá abajo? - le pregunté a Marlee. Ambos sabíamos que los eventos así tendían a poner a América nerviosa y a sacar su lado más impredecible.

-¿Se lo tienes que decir? - Marlee me miró como si estuviéramos planeando algo aterrador - ¿Es absolutamente necesario que lo sepa?

-Será mucho peor si no- refuté, negando con la cabeza. Bastante le había costado aceptar que nuestra boda sería algo enorme, que todo el reino vería debido a que había sido así durante toda la Selección. Pero no estaba seguro de que alguien se hubiera molestado en avisarle que la coronación era otro gran evento, y si se arrepentía...

-¡Estamos listas, alteza! - Lucy apareció corriendo escaleras abajo, seguida de América, que había cambiado su vestido de bodas por uno diferente para la coronación, y Paige, quien venía tras ella acomodándole Dios sabía qué.

-¿Dónde está la reina Amberly? - quiso saber Marlee mirando de un lado a otro como si mi madre se encontrara pegada a una pared.

-¿Cómo que dónde está?

-¿No había entrado ya al Gran Salón?

-Pediré a los guardias que la busquen en su alcoba.

Me llevé los dedos a las sienes, Había que admitir que todo el asunto sí resultaba un poco abrumador.

Traté de imaginarme dónde estaría mi madre y por qué todas las doncellas se encontraban aquí con nosotros en vez de estar con ella; preocupándome de pronto al no saber si algún soldado la escoltaría. Quizá debería pedirle a Andrews y a algunos otros que la buscaran y se encargaran de llevarla a salvo hasta el salón, así tuviésemos que retrasar la ceremonia. El asunto de la vez anterior me había dejado...

Un contacto cálido y suave sobre mis hombros me trajo de vuelta a la tierra. Me descubrí la cara y abrí los ojos, sabiendo ya que sería América quien se encontraba frente a mí.

-¿Demasiados detalles, su alteza?

-¿Has notado ya que entre más personas hay, más fácil es que se salga todo de control? - la tomé por la cintura, pegándola un poco más a mi. Su contacto me tranquilizaba. Ella sonrió.

-Maxon, eres el futuro rey - me tranquilizó - estás a minutos de serlo. Un pequeño retraso no afectará a nadie, todos tienen demasiado de qué hablar - de algún modo, en su boca, todo parecía sonar mucho más lógico - En cuanto llegue la reina Amberly bajaremos.

-Sabes que ya no tienes que llamarla así - le sonreí. ¿Para qué seguir con las formalidades? Ya era mi esposa.

No me cansaba de repetírmelo.

Tras algunos minutos de espera, mi madre apareció, bajando la misma escalinata desde donde esperábamos. Se había cambiado el vestido y añadido la capa real a su indumentaria; y afortunadamente, sus dos doncellas y un guardia la escoltaban.

El alivio me recorrió la espalda como una gota de agua fría, y exhalé audiblemente.

Ni siquiera Sylvia parecía haberse molestado por el retraso. América había acertado: todos los asistentes habían tenido tiempo de comentar todo lo que habían querido con respecto a la ceremonia, lo que los había tranquilizado y causaría que hubiera menos murmullos durante la coronación. Además, el retraso de mamá había creado un ambiente de ligera expectación, lo que ayudaría a que todo fluyera perfectamente.

Nos acabábamos de casar y ya había empezado a tener la razón en las cosas.

Mi madre entró primero, ostentando por última vez la majestuosa corona que yo estaba tan acostumbrado a ver sobre su cabeza. El resto de nosotros no pudimos verlo, pero sabíamos que se sentaría en el tercer asiento que ocupaba la habitación. Los dos primeros eran los lugares que ocuparíamos América y yo, y sobre el cojín del cuarto descansaba la que había sido la corona de mi padre , en su representación.

Finalmente, después del diálogo ensayado de mi madre, Sylvia dio la señal para que América y yo entrásemos.

La costumbre dictaba que mi coronación tenía que ser primero, debido al parentesco, y América entraría al último, puesto que nuestro matrimonio había acontecido después del fallecimiento del rey. Pero, gracias a una pequeña laguna en las leyes de Illéa, habíamos logrado que nuestras coronaciones sucedieran al mismo tiempo; bajo argumento de que técnicamente, nos habíamos casado antes de mi coronación, a pesar de que hubiera sucedido después de la muerte de mi padre.

Así pues, entramos al mismo tiempo, recibidos por los ya esperados e incontenibles susurros de asombro de todo aquél que se encontraba presente para mirar. Me sorprendió ver a mi madre sonriendo desde donde esperaba, tan regia y elegante como había sido durante toda mi vida.

América se soltó de mi brazo al llegar al pequeño escalón que mantenía los demás asientos a la vista de todos. Ambos subimos y giramos al mismo tiempo, mirando hacia las puertas por donde acabábamos de entrar.

Inmediatamente, de entre las primeras filas de personas a nuestro alrededor salieron las dos personas que Sylvia y mi madre habían designado para realizar la tarea de cambiar las coronas de lugar. Y mientras las colocaban en nuestras cabezas, seguidas de las capas que retiraron de los hombros de mamá y del respaldo del asiento de mi padre, respectivamente; América y yo hicimos el juramento a la nación de Illéa, al mismo tiempo.

-¿Juran proteger y velar por los intereses de su pueblo, desinteresada y honestamente?

-Lo juro - respondimos ambos al unísono.

-¿Juran hacer todo lo posible por mantener al reino unido, libre e independiente?

-Lo juro - nuestra respuesta resonó en las paredes del Gran Salón, diluyendo el silencio sepulcral.

-¿Y juran, en frente de todos los presentes, educar a sus futuros herederos para cumplir el mismo cometido?

-Lo juro - repetimos por última vez.

-A todos los presentes: - anunció con vehemencia - en la presencia de América Singer-Schreave y Maxon Cálix Schreave, los reyes de Illéa.

Tras esperar unos segundos, nos levantamos, abandonando la sala seguidos de mi madre y de todos los demás; dirigiéndonos hacia los jardines para la celebración de ambos acontecimientos de la manera en que lo haríamos de ahora en adelante.

Juntos.