Armonía de la tarde

Cada flor se evapora como un incensario;

el violín se estremece como un corazón que se aflige.

Ella no es de las que se entristecen con mucha facilidad. Difícilmente se deje afectar, aun por las situaciones más adversas (y considera que es mucho decir, dado su extenso expediente). Sin embargo, aquella tarde se siente un pelín agustiada, casi nada pero lo suficiente como para hacerle pensar en tiempos remotos.

Lina no suele aferrarse al pasado, no se queja de su presente por más que a veces le falte para comer y no pueda darle a su bello cuerpo los cuidados necesarios para una joven de su edad (y tan hermosamente delicada, además), mucho menos se preocupa por su futuro. Empero, existen esos días —tan escasos como las palabras elocuentes saliendo de la boca de Gourry— en los cuales queda largo tiempo tendida sobre el césped, admirando el cielo de la tarde, de un color rojizo que se vuelve más claro al final.

Esas tardes —que a veces son noches, otras son mañanas— siente que tiene la obligación de pensar en la vida, en lo efímera que es. No es que ella sienta culpa alguna, porque puede asegurar que no ha hecho el mal de manera intencionada (no al menos un mal tan grave), pero no puede ignorar que hay vidas que no fue capaz de salvar. Y es en esos momentos en lo que se vuelve un poco frágil, y piensa que, de ser más fuerte, aquellas personas no estarían muertas.

Y esos días le hacen reparar en detalles insignificantes, en cosas pequeñas y en cómo, incluso las cosas importantes, no tienen un final distinto. Porque así como las flores se marchitan cuando acaba la primavera, las personas mueren cuando su tiempo se termina.

—¿En qué piensas?

Gourry siempre se acerca, todas las veces con la misma pregunta. Aunque ella no le diga la verdad él jamás la ha dejado sola.

—No es nada.

El cabello rubio se le mueve con el viento, y es quizás la magia de las tardes las que hacen que ella lo vea un poco atractivo, porque su corazón se descontrola y sería malo que aquello fuera por algo más que su bello rostro. Algo como que le quiere, y le quiere cada vez más cuando se queda con ella en tardes como esa.

Gourry le sonríe y se queda con ella. El corazón se le hunde en el pecho.

—Entonces me quedaré contigo.

Esas tardes angustiosas, de pronto, se dispersan para darle paso a las noches estrelladas.