Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, algunos son de mi creación y la historia también.

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NUNCA TE DEJARÉ

Capítulo 1

Bella

Cuando me desperté esta mañana, después de haber dado vueltas toda la noche en la cama, encontré un mensaje de cumpleaños en la pantalla de mi celular. Cada año recibo los mismos mensajes de conocidos que nunca veo y viejos amigos de la escuela que sienten la obligación o la lástima de saludarme, pero con este en especial no pude contener la emoción, incluso si no celebraba nada.

Hace diez meses atrás aterricé en la desconocida ciudad de San Francisco, arrastrando conmigo una maleta pequeña sin sueños y algunas de mis pertenencias que tenían significado. Portaba poco dinero y una botella de pastillas recetadas al fondo de la cartera que trato de evitar a toda costa, así fue como comenzó mi nueva vida. O algo parecido. La única cosa que no cambiaba y que parece aumentar con el tiempo, son mis deudas. Y aun así después de recuperarme del inesperado mensaje, me compré de camino al trabajo un bonito vestido de segunda mano con un porcentaje generoso de descuento.

Me sale mucho más barato comprar telas en un textil y hacer varios vestidos, pero vendí mi máquina de coser en Forks para comprarme un boleto de avión. Fue una decisión difícil de tomar, ya que la máquina era un bien preciado de mi madre.

Ella cosió cada uno de mis vestidos hasta que cumplí los dieciocho años. Para ella los cumpleaños eran un evento especial y requerían de una celebración especial, por lo tanto no era de extrañar que tiráramos la casa por la ventana. La vida era mucho más sencilla cuando mi única preocupación de adolescente era no equivocarme en las tarjetas de invitación y mis padres seguían vivos.

Crecer dolía un montón cuando tus elecciones eran erróneas.

Ahora soy una mujer de cuarenta y cuatro años, sola, endeudada como todo el mundo, corriendo para ir de un trabajo a otro y de vez en cuando deprimida.

Nunca me preocupé por la edad que tenía hasta que empezaron a aparecerme líneas alrededor de los ojos y canas en el pelo. En realidad, no es que no me haya preocupado, solo no fui consciente de ello. No he sido consciente de mi vida desde hace nueve años.

Y no sería realmente un problema cumplir 44 si no pareciera de 50.

—¿Quién crees que sea?

Di un salto en el pupitre mientras frotaba un paño húmedo en la barra. Alice, que apoyó los codos sobre la mesada, enarcó una ceja perfectamente hecha hacia mí.

Conocí a Alice Brandon hace cinco meses en una entrevista de trabajo para el bar al que pertenecemos. La noté nerviosa retorciéndose los dedos sobre el regazo cada vez que pensaba que ella sería la siguiente. No teníamos demasiadas esperanzas de conseguir el empleo y fue una agradable sorpresa encontrarnos un mes más tarde trabajando como meseras en el mismo lugar.

Ambas coincidíamos en nuestro desprecio a Jessica Stanley, la encargada de supervisar nuestro trabajo. Muchas veces he tenido que morderme la lengua para no soltarle cuatro cosas, pero necesitaba muchísimo el dinero. También cuidaba a la señora Spencer tres veces a la semana, una anciana de 86 años, pero el dinero no era suficiente. No podía permitirme escasear la plata en este momento. Tomaba el turno de la tarde de lunes a miércoles y el turno de la mañana de jueves a sábado. Alice tomaba ambos turnos, incluso trabajaba los domingos. No la recuerdo teniendo un día libre.

Alice nadaba en los treinta y con tantos tatuajes en cada brazo que nunca sabes donde empieza uno y termina el otro. El cabello corto le destacaba un pálido rostro y una preciosa nariz respingada y sus ojos eran de un suave gris que cambiaban de color según su estado de ánimo. Es muy reservada, pero de vez en cuando me soltaba algunas cosas de su vida, como aquella vez que me contó que vivía con sus padres desde que su ex novio la estafó con el dinero de la boda.

Supongo que esa es la razón por la que prefiere trabajar tanto.

—¿Quién? —pregunté, tratando de regresar mi mente al trabajo.

Ella señaló un lugar con el mentón.

—Patata frita. —respondió.

Con el paño ya estrujado y la mesada reluciente, enfoqué la vista en la dirección que me mostraba a pesar de saber a lo que se refería. Fue entonces que caí en la esquina de la barra, donde se hallaba un hombre sentado con una libreta abierta, una cerveza espumada y un plato de patatas fritas. Alice solía ponerle apodos a cada cliente frecuente del bar, y Patata frita surgió desde que un hombre con una barba descuidada empezó a sentarse en el mismo lugar todos los días.

La diferencia de patata frita con el resto de los clientes, era que nunca te miraba a los ojos. Llegaba, se quitaba la chaqueta azul marino, la colocaba en el respaldo de la silla y sacaba una libreta de su maletín. Podía estar allí sentado horas leyendo y bebiendo cerveza sin tocar su plato. Y eso era lo más raro, jamás tocaba las patatas y siempre las pedía primero.

—Le he preguntado si quería que le envolviera la comida para llevar, pero ni siquiera me respondió. —Alice refunfuñó y levantó los codos de la mesa— Es un maleducado. Debería ir y preguntarle cuál es su puñetero problema.

—No vayas. —la detuve, porque había algo en él que me impulsó a salvarle el trasero—. No es correcto, Jessica te despedirá. Lo mejor será que lleves la malteada al señor Cooke.

Señor orina —susurró con una sonrisilla. El señor Cooke era otro cliente que pedía café con agua ardiente e iba hasta seis veces al baño entre cada sorbo de su bebida. Alice se fue dando tumbos y volqué mi atención por completo al trabajo limpiando esta vez la máquina del café. Cuando regresó, tiró de una bandeja y suspiró— Ahí viene patata frita maleducada. Es tu turno de lidiar con él, Bella.

Somos siete meseras en total, pero solo Alice y yo nos llevamos bien. Las demás no comparten con nadie que no sea la gente en sus teléfonos y algunas son demasiado jóvenes para enganchar. Soy la mayor de todas y aunque no siempre era una ventaja, me respetaban.

Patata frita se acercó a la caja registradora rebuscando dinero en la cartera. Mientras preparaba la boleta, eché un vistazo a su barba. Era cobriza como su cabellera, con algunas canas visibles y bolsas bajo los ojos. Él tiró algunos billetes a la mesa, la misma cantidad de siempre.

—Espere su boleta, por favor. —le pedí, porque se iba. Siempre se iba deprisa.

Se volvió gruñendo para sus adentros, pero nunca mirándome. Cuando le entregué la boleta, me la quitó de las manos y se la echó al bolsillo.

—Gracias, adiós.

—Hasta luego. —respondí, sin embargo ya había cruzado la puerta.

—¿Pero qué estás haciendo? Bella —la señora Spencer me miró con los ojos entrecerrados. Tenía una forma particular de decir mi nombre, deteniéndose en la primera ele. Bel-la—. No dejas de rellenar ese puzle del demonio. Voy a quemarlo cuando te despistes.

Su verdadero nombre era Berrin y cuidar de ella fue el primer empleo que conseguí cuando llegué a San Francisco. Tenía experiencia en cuidar a enfermos, pero la señora Spencer era diferente. Era una niña traviesa con el peso de un adulto a la que debes sobornar para meterle la comida a la boca y me contaba chistes subidos de tono mientras paseábamos por el jardín.

—¿Está enojada porque completé el puzle primero, señora Spencer?

—Tonterías, eres una tramposa porque empezaste antes que mí en el autobús. Te volviste obsesiva con esa cosa, ¿sabes? He creado un monstruo.

Me reí.

—Esto realmente me distrae.

—Hablas como una señora de edad.

—Tal vez lo soy.

—Já, eso es muy gracioso de tu parte. ¿Qué seré yo entonces, una vieja decrépita? Bueno, tal vez por fuera. Oh, cielos. ¿He muerto y no me he dado cuenta? —su arrugado rostro formó una tierna sonrisa— Todavía tienes mucho por hacer en esta vida. Ven, deja esa estúpida cosa y llévame al baño.

Cerré el puzle terminado con el lápiz en el interior. Era el tercer puzle esta semana y la señora Spencer estaba sorprendida. Nadie nunca le había ganado en los puzles hasta que llegué yo.

Empujé la silla de ruedas lejos de la televisión y la arrastré por el pasillo. El baño era un sitio especialmente diseñado para la silla de ruedas con pasamanos, aire acondicionado y un cómodo retrete. La levanté con todo mi peso y después de algunos inconvenientes logré dejarla sentada. A pesar de que la mujer era deslenguada la mayor parte del tiempo, por no decir todo el tiempo, cada vez que la traía al baño o debía bañarla le daba vergüenza. No me miraba a los ojos y yo le sonreía para infundirle confianza. Entonces se tranquilizaba.

—Si fueras una vejete como yo, necesitarías que alguien te limpie el culo.

Volví a sonreír.

—Supongo que exageré.

—Supones bien. No quieres ver como realmente eres, Bella. Y me gusta tu pañoleta amarilla en el cuello.

La hija de la señora Spencer me contrató después de tener inconvenientes con muchas de las otras cuidadoras debido al comportamiento difícil de la mujer. Era la única de sus once hermanos que no quería meter a su madre a un hogar de ancianos, así que cuando me presenté diciéndole que necesitaba el dinero con urgencia y que ya había cuidado a alguien antes, me contrató enseguida.

Entendí las advertencias respecto a su madre cuando la mujer me mandó a meterme el contrato por el trasero.

Fue complejo y engorroso lidiar con sus insultos. Cuando me insultaba o me tiraba las cosas por encima de la cabeza, le decía que hiciera lo que hiciera yo no iba a perder el empleo, entonces poco a poco comenzamos a llevarnos mejor. Hablábamos horas y horas mientras llenábamos puzles en el pórtico de su casa o en el jardín. Justo allí fue donde me contó su historia de vida y allí fue también donde le confesé la mía.

Sin contar la terapia a la que iba una vez al mes, eso jamás salió de mis labios en ningún tema de conversación. Era sabido claro, pero nunca de mí. Esa fue la principal razón que tuve para irme de Forks después de tantos años, el hecho de que todo el mundo me conocía.

Pero la señora Spencer me dio esa confianza y hasta hoy no estaba arrepentida de mi decisión. Gracias a eso forjamos un vínculo emocional importante hasta ahora.

—¿Está lista?

—Sí —susurró. La limpié, la volví a sentar en la silla de ruedas y me enjuagué las manos antes de llevarla de regreso al salón—. Entonces… ¿qué hiciste en tu cumpleaños? ¿Echaste un buen polvo con algún varón, alguna mujer o hiciste un trio?

No, ella no tenía filtro.

—No hice nada.

Ella jadeó.

—¡Que desperdicio!

Rose me envió un mensaje de texto de camino a mi segundo trabajo.

R: ¿Vienes a cenar esta noche? :- )

Mis planes de caer en la cama dormida comenzaban a derrumbarse.

R: ¡Haré albóndigas! -Añadió, como un soborno.

Yo no podía negarme a las albóndigas. Era mi comida favorita.

B: Ok pero no escasees la salsa.

R: Bien :-D

Escuché ajetreos en el bar cuando estaba cambiándome de ropa. Mientras me arreglaba la estúpida cinta roja en la coleta, caminé fuera de los camarines para encontrarme con un pleito de los buenos. Reconocí la voz de Jessica Stanley perdiendo la paciencia, a Alice curioseando con una bandeja vacía en el pecho y en medio de todo estaba patata frita alterado. Ángela y Jane, de las meseras más jóvenes, cotilleaban en la barra y grababan con el celular.

Me acerqué un poco más.

—Le vuelvo a repetir, porque me doy cuenta que usted no lo quiere entender, lo he dejado aquí ayer. Ayer, y si alguien limpió el piso tiene que haberlo encontrado.

La vena en la frente de Jessica comenzó a cobrar vida.

—Y yo insisto, señor… —ella esperó a que él se presentara, pero no lo hizo— No hemos encontrado nada. Las chicas no terminan la jornada sin que esté todo el salón impecable y no hemos encontrado eso que nos acusa que tenemos. Desearía que pudiese bajar un poco la voz.

—No estoy acusando a nadie, por el amor de Dios, solo estoy pidiéndole que por favor vuelva a revisarlo. —patata frita tiró de su cabello, exasperado— Es importante para mí. Es un pequeño arete, es pequeño y brillante. Por favor.

—No hay nada suyo aquí, lo hemos revisado todo anoche. Será mejor que se retire, está espantando a los clientes.

—¡Me importa un reverendo pepino sus clientes de mierda! —gritó enfurecido y pegué un salto. Todos lo hicimos— ¡Quiero el puto arete de regreso ahora mismo!

Jessica se llevó una mano al pecho y de pronto me encontró rezagada en las mesas.

—¡Bella! Ven aquí, Bella Swan. —me apuntó con el dedo, sus ojos inyectados en sangre. Se alejó del ajetreo rápidamente, pasando por el lado de Alice que estaba sin palabras— Saca a este sujeto de aquí y si no se va, llama a la policía. —antes de irse a la oficina, se giró otra vez y me agarró del brazo— No, llama a la policía. Llámala ahora no importa si se va o no. El señor aquí tiene desde este momento prohibido el ingreso por su falta de respeto y violencia verbal.

El hombre jadeó y asentí antes de que se fuera encolerizada. Dio un portazo a la puerta de la oficina dejándome con todo el problema. Alice, que no cerraba la boca de la impresión, se aclaró la garganta.

—Lo siento, ya la escuchó. Ella es la jefa y nosotras solo obedecemos.

Me acerqué desconfiada al hombre. Sus mejillas bullían enrojecidas, sus manos formaron un puño y la desesperación palpaba por completo su rostro. Por un momento desee ayudarle, pero lo único que hice fue no llamar a la policía, aunque tendría problemas más tarde.

—¿Me acompaña?

Esa fue la primera vez que me miró a los ojos. Eran verdes, apagados y tristes. Me siguió después de razonar un momento, poco convencido de ello.

—Estoy seguro que lo perdí en este lugar, solo lo necesito de vuelta. Ella ni siquiera me dejó revisar.

—Alguien lo hubiera guardado si lo hubiese encontrado. Siempre guardamos objetos perdidos por si regresan por ellos, pero no hemos encontrado ningún arete. Y usted…

—Lo sé, fui estúpidamente grosero, pero esa mujer es una déspota, ¿sabe? —quería gritar que SÍ, que estaba en lo cierto— ¿Está segura? —preguntó esperanzado y me di cuenta que se refería al arete.

—Lamento no poder ayudarle.

Se llevó otra vez la mano al pelo y caminó de un lado a otro en la vereda a unos pasos fuera del bar. Me quedé allí con las manos en los bolsillos del delantal hasta que se marchó echando chispas. Quería decirle que si llegaba a encontrarlo iba a guardarlo, pero no me salieron las palabras.


Hola... aquí estoy, no me quedo quieta. Antes de terminar el año empezamos con nueva historia. Espero que les guste y me dejen saber sus impresiones. Besos.