Yuichirou y Muichirou bien podían ser el paradigma de lo que da individualidad a un ser humano. Eran iguales en sus figuras, en sus largos y negros cabellos que terminaban en unas puntas azules que recordaban al mar por la noche, la delicadeza de sus facciones era igual en cada uno, delicada nariz, delicado labio. Los mismos enormes ojos menta que suavizaban la luz que los tocara. Su misma altura, su mismo peso incluso. Incluso compartían los mismos lunares en la espalda, la misma tonalidad de piel, la misma punta de uva en que acaban sus dedos delgados y pequeños. Esa exacta mimética de animalillos domésticos.

Y aún así, jamás nadie había confundido al uno con el otro.

Yuichirou tenía una expresión demasiado adulta para sus años, demasiado seria e incluso amarga. manteniendo sus labios en una línea apretada la mayor parte del tiempo, los ojos siempre agudos y despiertos, mirando con recelo a cualquiera que le hablara sin un propósito claro o se acercara demasiado a su espacio personal. En cambio, Muichirou parecía un constante sueño despierto, con la mirada perdida en algún sitio que parecía pertenecerle sólo a él, con una sonrisa siempre floreciendo, con su facilidad para el trato y una ternura que lo volvían mucho más niño de lo que realmente era. Alguna vez intentaron hacer ese juego de intercambiar lugares, pero la sonrisa de Yuichirou y el ceño fruncido de Muichirou eran tan poco creíbles que su padre, lejos de regañarlos por intentar engañarle, se echó a reír, besando sus mejillas. Sus diferencias no significaban una hermandad reacia o alguna clase de rivalidad ni nada. Ambos eran terriblemente unidos. Yuichirou cuidaba que su hermano no cayera en lugares ( o personas) riesgosos por su eterna oneirataxia, siempre listo a defenderlo de quienes confundieran su dulzura con debilidad. Y Muichirou siempre se encargaba de incluir a su hermano en sus juegos, de hacerlo sumarse a sus amigos y sus salidas para que no le catalogaran como un inadaptado. Tenían una hermandad solida, cálida y cariñosa donde el uno estaba listo a seguir los pasos del otro, donde no había espacio para secretos.

Por eso Muichirou estaba ahora así, al borde de un berrinche que Yuichirou sabía no iba a poder manejar.

-No es justo- repitió, patrando el suelo, con los puños apretados y los labios temblando en una amenaza de llanto- tú estás saliendo con Genya-

-Genya sólo es mayor que yo por dos años, además ¿Qué no se supone que estabas enamorado de Tanjirou?-

-Lo estoy- aunque se sonrojó, su enojo no disminuyó- Sanemi sólo quiere ser mi amigo-

-Eso no es lo que dice Genya- frunció mucho más el ceño, apretando él también los puños, comenzando a frustrarse- como sea, no es una fiesta para alguien de nuestra edad, mañana tenemos clases y no te he visto terminar los deberes de química- le dio una última mirada, sentándose en una de las sillas del escritorio. Muichirou agachó la cabeza, sentándose de mala gana junto a él, abriendo su cuaderno.

El fin de la tarde les anunció que era hora de dormirse y después de despedirse de sus padres. los hermanos se fueron a la habitación que compartían. Yuichirou no lo dijo, pero se alegró cuando su hermano no le negó su beso de buenas noches. Parecía ya menos enfadado. No quería ser estricto y en realidad se sentía incómodo por tomar esa postura tan reacia, pero era su deber cuidar de su hermano. Sanemi era mucho mayor que ellos y aunque era el hermano de su novio, no podía decir que conociera sus intenciones. Genya nunca tenía más que palabras dulces para hablar de él y aunque le constaba el buen trabajo que había hecho cuidando del muchacho cuando quedaron huérfanos... No le terminaba de convencer la forma en que miraba a su hermano. Mucho menos después de que lo invitara a una fiesta de su universidad. Era un niño de catorce años, por el amor de Dios ¿Qué podía pensar de Sanemi después de eso? Podía quizá entender a Muichirou, era demasiado inocente para notar la forma en que Sanemi le miraba o lo que podía esconder detrás de los caramelos que siempre le obsequiaba. Podía atestiguar que su hermano estaba totalmente enamorado de Tanjirou y él protegía ese cándido primer amor como un celoso Celestino hasta que uno de los dos se decidiera a dar su primer paso. Al menos estaba seguro que Muichirou no estaba cayendo en la ilusoria rebeldía de enamorarse del chico malo, no tenía qué probarle nada a nadie. Sólo era demasiado inocente, demasiado confiado y era su deber cuidarlo. Suspiró, dándose media vuelta en la cama para quedar frente a la de su hermano y recordarle que mañana debían parar en la...

No estaba. Volteó a la puerta y la encontró cerrada, con el colgante con dibujos de conejitos que habían coloreado de niños sin moverse. Entonces miró a la ventana y la encontró abierta. Se enredó en las sábanas por lo rápido que intentó levantarse y a tropezones llegó para asomarse, sólo para ver a Muichirou subiéndose a un automóvil desconocido.