Estaba corriendo entre las calles agobiado, sintiendo como cada paso se volvía más pesado al anterior. Las calles ya estaban oscuras y solitarias, y su aliento era lo único que podía escuchar con los oídos tapados.

Se sentía realmente confundido, nuevamente su mente comenzaba a jugar consigo. No paro de correr hasta que se halló en las mismas calles donde conoció a Kaigaku. Ahora estaban más rebosantes de personas malencaradas, con maquillajes risibles, atuendos pequeños, contando sus billetes y esperando en la acera por más. La primera vez que llegó ahí, no tenía idea de que se hallaba en un burdel, en especial cuando al primero que conoció fue a un joven de su edad. Ahora lo único que quería es volverlo a encontrar, se hallaba lo suficientemente sofocado como para planear algún otro plan.

Decidió dejar de fijar la vista, las personas comenzaban a mirarlo también y lo que menos quería era llamar la atención, siguió caminando, esquivando a quienes se meneaban por sus alrededores.

Al final, terminó resguardandose entre las esquinas oscuras de los callejones, dando pequeños vistazos a la gente que cruzaba. Pero no refugiándose en entre las sombras podía dejar de atraer las miradas. Sus brillantes ojos ámbar sobresalían entre los demás que pasaban por ahí.

—¿Eres nuevo por aquí? —una mujer se le acercó con una sonrisa. Extendió la pierna hacia el rubio y lo rodeó para evitar que pudiera alejarse.

Zenitsu desvió sus ojos hinchados, combiando el temor con la irritación. Solamente pudo negar con la cabeza.

—B-busco a alguien... —le susurró— Kaigaku...

Su rostro de la mujer no cambió, aunque si se alejó de él chasqueando la lengua, meneó las caderas inconforme mientras se cruzaba de brazos.

—Siempre prefieren a los niños, sígueme, te llevaré con él.

Tragó grueso y avanzó detrás de ella, observando su delgado cuerpo jovial. No es como si esa chica fuera mayor, debería estar rodeando los veinte años.

Volvió a cruzar esa pista repleta, sintiendo los olores combinarse entre más se adentraba, escuchó los gemidos y gritos que expresaban detrás de las puertas del pasillo y finalmente, la chica se detuvo. Ella tomó un respiro antes de abrir la puerta.

—Pequeño —aludió con suavidad. Inmediatamente soltó un grito de susto cuando un vaso de vidrio se estrelló al lado de su rostro.

El rubio también se asustó cuando la vio brincar, su respiración comenzó a ser errática al verla temblar antes de recomponerse.

—¡Hinatsuru! —Gritó— ¡No vuelvas a entrar sin avisar antes, creí que eras ese viejo de mierda!

—Casi me matas. Solo traje a un chiquillo que andaba buscándote. Me debes, una por el susto y otra por el favor.

—Como sea —exasperó.

Ella se volteó y antes de alejarse acarició la barbilla del menor que seguía con el susto a flor de piel. Apenas ella quitó su mano, sintió las de Kaigaku metiéndolo dentro de la habitación.

Primero le besó los labios con fuerza y bajó de la barbilla hasta el cuello. Zenitsu jadeó ante su acción e interpuso las manos en los hombros del pelinegro.

—Espera, no puedo hacerlo... —Le empujó y se sentó en el suelo con las piernas pegadas al pecho— Perdón...

—¿Trajiste dinero?

Zenitsu mordió sus labios ante su respuesta, como si esperara que Kaigaku lo reconforte aún sabiendo que no lo haría. Inmediatamente sacó su billetera del pantalón y se la extendió. El contrario la tomó con una sonrisa de medio lado.

—¿Qué quieres hacer?

—No quiero... —pronunció con un nudo en la garganta— hacer nada...

El pelinegro parpadeó sorprendido cuando comenzó a llorar. Era la primera vez que alguien hacia eso después de pagar por sus servicios.

Solo que Zenitsu no podía evitarlo, no después de ver a Uzui. Todavía sentía la fractura que su corazón tuvo cuando lo vio besar a Makio, el crujido seguía doliendo. A pesar de besarlo también, entendía por completo las diferencias que habían entre el amante y su esposa. ¿Acaso podía ignorar ese dolor y continuar como si nada le hubiese herido?

Uzui solo jugaba una y otra vez con él, y eran tan débil, tan tonto y crédulo, que confiaba en sus promesas aún sabiendo que eran mentiras.

—Ya no quiero verlo nunca más... —sollozó, guardando su rostro entre sus brazos— Ya no quiero pensar en él nunca más.

Kaigaku suspiró parado frente a él, no era psicólogo ni le importaba tratar con los sentimientos de otros, pero prefería tener a un chico llorando, que un anciano tocándolo. Así que se sentó y le acarició la cabeza sin decir nada. Tampoco sabía que decirle.

—¿Ver a quién? ¿Es el mismo hombre del que me hablaste antes? —Zenitsu asintió con la cabeza baja— ¿Sigues llorando por ese vejestorio después de semanas?

—Lo acabo de ver, me dijo que me quería, que todo saldría bien...

Sin poder evitarlo, Kaigaku se carcajeó en su cara. Zenitsu frunció el ceño con un rastro de lágrimas en las mejillas y con los ojos rojos e inflamados.

—Joder, ¿Y le creíste? —dijo cuando la risa comenzaba a tranquilizarse— Los hombres casados son lo peor. Mantienen una familia mientas follan a desconocidos, no puedes esperar mucho de ellos.

—Pero... —susurró, obteniendo la atención del ojiazul que se había estirado para alcanzar una lata de cerveza. Lo miró directo a sus ojos mientras apretaba las manos en puños, decidido— Yo lo amo.

—Eres un imbécil —dijo y bebió.

—Pero ya no quiero hacerlo, no puedo soportarlo. Siento que mi corazón estallará de la tristeza.

Kaigaku tuvo que apretar la puente de su nariz al escucharlo. Se arrastró para estar más cerca del rubio y sin separar la mirada le contestó.

—Cuando tenía once, creí haberme enamorado también de un hombre casado —El pelinegro acarició con los dedos la lata que sostenía— Siempre me decía palabras bonitas y venía a verme. Pero incluso con mi edad, me daba cuenta que al terminar de follar solo se alejaba sin decir nada más. Muchas veces se fue sin pagar, y volvía días después soltando sus cursilerías baratas.

Entonces desvió su mirada cuando los ojos del rubio resplandecieron con curiosidad. Nunca hablaba de estas cosas con nadie, a nadie le contaba sobre sus caídas del pasado. Pero los ojos brillando de Zenitsu le impedían parar con su relato, podía ver reflejado en sus ojos al Kaigaku de once años, parecía que alguien podría comprenderlo por primera vez.

—Un día, ese cerdo vino borracho a mi junto a dos más... —Solto una risa amarga— No se cómo me encontró si estaba vagando entre las calles, pero en la mañana no podía levantarme del suelo.

Volvió a mirarlo y debajo de esos ojos ambar cristalinos sus labios temblaban en silencio.

—¿Qué? —soltó, apretando aún más las manos en puños.

Kaigaku entonces, sintió como se hundía su corazón en el pecho por su reacción. Se levantó del suelo y giró sobre su eje para avanzar hacia la cama, dejando al rubio abandonado en la esquina.

—Las bestias no aman a los niños, solo los devoran —entonces se sentó en la cama y abrió las piernas— Aléjate de ese cerdo, ven aquí.

Zenitsu no pudo moverse aunque escuchó su orden. Estaba completamente seguro que Uzui jamás lo lastimaría, él no era una bestia, no era como el hombre del relato.

Uzui era diferente, era el mejor.

Era su todo, el amor de su vida.

Lamentaba lo que vivió Kaigaku, pero se negaba a creer que Tengen fuera igual. Volvió a sentir las lágrimas cayendo por sus mejillas.

—Vamos, no llores. Ven aquí, te voy a hacer sentir mejor.

Estaba empezando a arrepentirse de ir hacia Kaigaku. Pero sin pensarlo, solo se levantó y se dirigió a él, que apenas estuvo cerca, fue sostenido de la cadera mientras lo besaban sobre su ropa.

Poco a poco fue retirada, Kaigaku se recostó en la cama y abrió sus piernas ante Zenitsu.

—Te dejaré follarme, puedes ser brusco si quieres.

Kaigaku le guiñó el ojo y con suavidad tomó el pene erecto del rubio con las manos, acomodándolo en su entrada. Incluso si tenía que hacerlo todo él solo, no importaba, ya había pagado por sus servicios.