Le gusta observarla durante la noche.

No cuando duerme en su cama o están en el gremio bebiendo a altas horas de la noche. Si no cuando acampan de noche y se queda mirando las estrellas. La hoguera olvidada y a punto de morir.

Él no lo admitiría, al menos no aún, que Lucy le parece hermosa.

Su pelo brilla por el día, pero durante la noche puede jurar ver su piel brillar por las estrellas. Su olor es más fuerte, más místico y estaba seguro de que es más poderosa bajo la luna.

No recuerda haberlo visto en otro momento, quizás no ha prestado atención suficiente, pero ahora la ve. Después de aquel año de estar separados, la ve con otros ojos.

¿Era posible?

Ella nadaba tranquila en el agua del lago, un espejo del cielo, parecía que nadaba entre las estrellas y se empapaba de su luz. Un extraño y bello ritual quizás tan viejo como él, quizá más y nunca se lo perdería.

Recordó cuando le contó que lo probó durante uno de sus viajes, cómo las astros le daban su fuerza, cómo era pasado de madre a hija entre las magas celestiales y cómo era usado por diferentes motivos. Ésta vez, estaba seguro, era para hipnotizarle, para que se enamorara aún más de ella.

No podía dejar de ver su cuerpo desnudo iluminado por la luna e iluminado por miles de diminutas gotas en su piel, cómo danzaba en el agua de manera calmada, subiendo y bajando de la superficie continuamente. No apartaba su mirada de él. Burlándose o retándole, aún no lo tenía claro.

Lucy susurró su nombre otra vez para que se uniera a ella, no quería deshacer la calma que se había asentado esa noche en el bosque, no después de haber desatado el caos y permitir que su fuego lo desolara todo; pero ésta vez dejó que Lucy reinara en sus pensamientos.

Se despegó del árbol donde se había apoyado y se dirigió hacia el borde lo más silenciosamente posible. Sus alas se arrastraron por el suelo al igual que su cola y sus escamas no brillaron bajo ninguna luz, no ésta vez. Su cuerpo era mucho más voluminoso de lo que le gustaría, estaba preparado para matar todo aquello que se interpusiera en su camino.

Lucy volvió a llamarle, apartando sus pensamientos de él, de lo que era, de lo que había hecho, de lo que era capaz de hacer... Nunca entendería cómo ella no le tenía miedo.

Entonces él bajó hacía el lago. Podía tocar el fondo sin problemas, aún así sus alas se desplegaron esperando la caída pero se plegaron momentos después moviendo el agua a su paso.

La maga celestial nadó hasta él, sonriendo, y se acurrucó en su calor. Tenía miedo por cómo sus escamas le morderían la piel, eran ásperas y afiladas, pero no parecía importarle.

Recibió un beso y él respondió. Sintió sus piernas suaves rodearle e hizo lo mismo con ella con sus alas, escondiéndola de cualquier luz y pudo verlo entonces, cómo pequeños puntos en su piel la hacían brillar como purpurina, cómo sus ojos parecían ser el cielo mismo y cómo su pelo parecía oro.

Él no era el único ser sobrenatural en ese bosque.

Siguió besándola y probándola, nunca teniendo suficiente de ella, de su sabor, de su olor. Esa noche confirmó lo que le había estado rondando la cabeza hacía un tiempo:

Él, Natsu Dragneel, a pesar de ser un demonio, podía amar.