Estaba sentada en sus aposentos privados, observando detenidamente el reflejo que le brindaba el espejo de su cómoda. También alcanzaba a ver parte de la exuberancias de la decoración de su habitación, lujos provenientes de toda la galaxia exclusivamente para complacerla. Un erróneo modo masculino para agradarla.

La mirada femenina regresó a su rostro. Un hermoso rostro desprovisto de emociones, los ojos pardos casi vacíos. Similarmente vacíos a la ostentosas riqueza a su alrededor.

Si solo supiese que lo único que añoraba era su corazón, no toda esa excesiva grandiosidad.

El corazón femenino saltó en el pecho. Él estaba cerca. Su llegada era inesperada. Estimó, equivocadamente, que arribaría más tarde de su misión.

¿Era posible deleitarse en la sombría presencia de su esposo o era acaso una cruel paradoja? Entró a la habitación, sin embargo, ella no desvió sus ojos de la imagen femenina en el espejo. No necesitaba mirarlo. Solo bastaba sentir su esencia ahogándola en un tumulto de emociones que alteraban sus sentidos, inquietando todo su ser.

¿Oh, por qué?

¿Por qué tenía que amarlo de este modo? Sentirse atada sin remedio alguno a su negra alma.

Él se hincó a su lado, una rodilla en el suelo. Sujetó una de las manos femeninas y con delicadeza deslizó en uno de sus gráciles dedos un hermoso anillo adornado con una piedra coruscanti. Seguidamente, depositó un tierno beso en su mano.

-¿Te agrada?

Ella pudo percibir en su voz un tono candoroso, semejante al de un niño que esperaba la aprobación de su acto. Miró el anillo detenidamente, admirando como la luz arrancaba destellos rojos, azules y en ocasiones violáceos. No podía negar que era hermoso.

Quería decirle que sí, anhelaba decirle que sí. No obstante, la terquedad femenina la impulsaba a callar… y herir.

-¿Con cuántas te acostaste en esta ocasión que ameritaba este regalo?

Ojos pardos miraron el rostro masculino, sus facciones contorsionándose en una inhumana mueca de rabia. Ella sabía que él no había hecho tal cosa. ¡Oh, lo sabía muy bien! Pero ella precisaba atacarlo para así esconder su corazón detrás de una coraza impenetrable.

Inmediatamente la mueca abandonó a ese apuesto rostro y él dirigió su mirada hacia el lado en un punto indefinido de la habitación, no sin antes ella alcanzar a ver en esos oscuros ojos un destello de dolor.

Luego la observó nuevamente, su negra mirada carente de emoción.

-Rey, - dijo él con una breve risa apagada y fría.

-¿Crees que puedes comprarme? – preguntó ella con sequedad.

-No, Rey, no puedo comprarte. – su tono fue siniestro y la voz masculina descendió en volumen, adquiriendo un matiz más grueso al tiempo que apresaba la barbilla femenina en su mano, -Porque ya eres mía.

Encolerizada, ella se liberó de su mano.

-Presumes demasiado.

-No, mi amor. Eres tú quien está equivocada. Soy el emperador y como tal tomo lo que quiero y cuando lo quiero.

Ella se colocó de pie abruptamente.

-Eres un repugnante rancor.

Él a su vez se colocó de pie.

-Eso no es lo que me llamas cuando te hago el amor.

La ira cegó sus sentidos y se abalanzó sobre él para infligirle dolor. Quería golpear, morder y rasguñar. Sin embargo, él la superaba en fortaleza y la sujetó por los brazos, los dedos apretando la delicada piel. La empujó violentamente contra la pared, el fornido cuerpo masculino atrapándola.

Por varios segundos la mirada oscura centelleó con un destello ambarino, -Eres mía, Rey. Nunca te atrevas a olvidarlo.

-No lo soy. – siseó ella.

Si bien ella reconvino sus palabras, muy dentro de sí ella no podía olvidarlas. El enlace que ambos compartían era como el aire que respiraba, Tan real como los latidos de su corazón. Su alma estaba enlazada a la masculina, el vínculo que los conectaba pulsando, obligándola a aceptar lo que ansiaba negar.

Los labios masculinos bajaron hasta su cuello. Un sollozo escapó de su pecho impulsado por una singular mezcolanza de angustia, rabia… e irónicamente, placer.

-Mía. – repitió él, esta vez su boca sobre la comisura de los labios femeninos.

Y no pudo determinar si era un desalmado cuando se apoderó de su boca en un tierno agridulce beso. Luego esas poderosas manos iniciaron un sendero por sus curvas, evocando un perverso gozo.

Él nunca la tomaba contra su voluntad. Siempre derrumbaba sus barreras del modo más cruel: con dulces caricias y murmurándole ridículas pero apasionadas palabras. Por más que luchara, sucumbía como la tonta enamorada que era. Y era un amante tan tierno, tan imprevistamente tierno que apenas lograba que ella llorase del puro deleite.

Y en esos breves momentos se arriesgaba a creer que verdaderamente la amaba y que no era otra de sus posesiones.

. . .

En algún instante indeterminado de la noche, ella despertó. Comenzó a erguirse con el propósito de abandonar la cama y dirigirse al cuarto de sus dos pequeños para dormir en la cama extra cuando detuvieron su movimiento.

-Quédate, por favor.

Deseaba protestar pero el tono implorante en su voz la hizo callar y acceder. Permitió que el largo brazo rodeara su cintura y que aproximara su espalda a un recio pecho. Una enorme mano entrelazó la suya.

-Tengo que irme dentro de unos minutos. – murmuraron cerca se su oído, -Pero no sin antes pedirte que te vayas con los gemelos a un lugar que elegí en las Orillas Lejanas.

-¿Por qué? – estaba turbada, -¿Sucede algo, Ben?

Él decidió ignorarla, -Te irás con una comitiva y la flota del Finalizer.

Ella se giró a mirarlo, -No creo que la Resistencia esté causando… - y sacudió la idea, un inquietante presagio manifestándose entre ambos, -Es la extraña amenaza…

-¿Qué sabes de la amenaza?

-Solo he tenido visiones alarmantes… sistemas desvaneciendo, estrellas extinguiéndose…

Él posó una mano en la mejilla femenina, -Entonces entiendes por que tienes que irte con los gemelos.

-¿Y tú? – su voz tembló.

-Yo iré a donde tengo que ir. Al frente de mi flota.

-¡No! – exclamó angustiada, -Ven con nosotros.

-No es el lugar que me corresponde, Rey.

El pánico se apoderó de ella. Comenzó a llorar desconsoladamente, las lágrimas rodando por su rostro. Tenía la certeza de que lo perdería.

-¿Y esto? – preguntó él desconcertado, sus dedos enjugando las lágrimas con dulzura, -¿Por mí? Pensé que era tú mas anhelado sueño verme muerto.

Ella permaneció callada.

Resoplando algo contrariado, él abandonó la cama. Ella lo miró en silencio mientras se vestía. Quizás debió hablar, quizás no debió acallar lo que llevaba en su interior… quizás…

Lo vio dirigirse a la puerta. Se detuvo abruptamente frente a estas y se volteó a mirarla.

-Harás lo que te ordené.

Ella apretó las labios en un mudo desafío.

-Rey, no es el momento para tu terquedad. Te irás con los gemelos.

Por varios segundos se vio tentada a negarse, pero solo por varios segundos…

-De acuerdo.

Y él se marchó.

. . .

Sentada frente al espejo, observaba la imagen reflejada en el espejo. Sin embargo, esta vez sus ojos brillaban por lágrimas no derramadas. El frío de la ausencia de su esposo atravesaba sus entrañas, carcomiendo su interior.

Miró el anillo en su dedo, brillando en la luz de la mañana. Muy pronto iniciaría los preparativos para el viaje que Ben le ordenó.

No logrando reprimir su angustia, ella murmuró, -Oh, Ben. – para luego añadir, suplicante, -Regresa a mi.

Solo entonces dejó escapar una solitaria lágrima.