¿Cuál es el sentido de la vida?

¿Por qué motivo estamos aquí?

Ese tipo de preguntas tan profundas solemos tomarlas a juego, le hacemos burla cuando fingimos ser personas filosóficas.

A la gran mayoría de la gente no le interesa responderlas, una pequeña minoría se desviven por las respuestas, y solo una millonésima parte dentro de esa minoría se castiga por ello.

En esta vida tan corta, un solo instante puede ser el momento más significativo de la misma. Día con día, enfrentamos decisiones y tenemos encuentros superfluos que pueden ser algo más.

Unos pueden vivir rodeados de gente y de todas maneras experimentar la soledad, otros serán reservados, pero no por esto sienten menos que los demás.

Tú podrías estar completamente desquiciado y actuar de una manera cuerda.

La persona que más te sonríe bien podría estar desmoronándose desde adentro.

Aquel que es más paciente, realmente puede sentirse estar harto acerca de todo.

Entonces, ¿Que nos hace seguir?

A decir verdad, cada quien tiene alguna motivación por más banal que pueda ser. Una aprobación, el reconocimiento nos incita a trazarnos una meta que duremos toda la vida para alcanzar.

Hay personas, sin embargo, quienes se sienten impropias del regalo maravilloso de la vida, ya sea por actos propios o factores externos que los hagan caer.

No muchos se paran a pensar que, a veces, un solo acto de bondad puede ser la salvación de otro.

¿Qué? ¿No me creen?

Dale, en ese caso, permítanme el derecho de relatarles mi historia favorita. Esa misma en que a través de lo imposible, se fue capaz de crear un milagro.

Aquel momento en que, para mi sorpresa, un maravilloso y considerado ser humano, se aventuró en una misión de rescate por alguien a quien realmente no conocía.