Damian, por orgullo, no se atrevió a admitir delante de Bruce que estaba teniendo problemas con su tarea de Ciencias Sociales, así que, cuando el hombre le preguntó a la hora del almuerzo si todo estaba bien en la escuela, se enfurruñó y dijo que sí, cruzando los brazos y frunciendo el ceño.
Richard, sentado junto a Bruce en la mesa —en el lugar donde comúnmente se sentaría una «esposa», notó Damian—, rió. Y fue por esa risa que soportó la mirada severa de Bruce.
Pero la felicidad de Richard se agotó, la comida también, se excusó y volvió a su habitación para lidiar con libros y cuadernos. Pronto, se dio cuenta de que no tenía sentido seguir esforzándose, porque no entendía nada, pero siguió haciendo el intento hasta que el cansancio lo obligó a levantarse de la silla y salir de la recámara para ir a la de Richard y pedirle ayuda.
Estaba a punto de llamar a la puerta cuando escuchó algo. ¿Una queja de dolor? ¿Con la voz de Richard? Eso no podía estar bien.
Alarmado, pensó en patear la puerta y entrar a la fuerza para salvar a Richard de cualquier peligro que lo amenazara, pero luego meditó la situación: ¿no sería mejor llamar a su padre?
NO.
Cualquier cosa que Bruce hiciera, Damian podía hacerla mejor, de todos modos.
Pero…
— ¡Ay, Bruce! —exclamó el «supuesto» hombre en peligro.
¿Qué?
—Lo siento. Estás muy tenso, ¿quieres relajarte un poco? —respondió el «supuesto» padre con el que Damian estaba molesto y al que no iba a llamar… porque ya estaba en la escena.
— ¿Cómo podría? Eres asombroso. Ahora entiendo por qué todos confían en que Batman podrá someter a toda Gótica sólo con sus manos. Superman puede irse al diablo.
— ¡Dick! —Rió el otro.
Damian pegó la oreja a la puerta, con el rostro ardiendo y las palmas sudorosas. Intentó echar un vistazo por la cerradura, pero no distinguió nada aparte de una mesa. La cama comenzó a rechinar. Damian dejó de respirar y quiso tirarse en el suelo y olvidarse de todo, hasta de respirar.
Sí, sabía que Richard y su padre hacían… cosas… «de adultos», más que nada porque había escuchado a Jason y Timothy hablando al respecto, pero…
—Se siente bien. Bruce, eres un dios en esto —jadeó Dick, respirando erráticamente.
Y Bruce rió de nuevo.
¡Rió!
Damian sintió el estómago revuelto; regresó a su habitación caminando como un ganso para no hacer ruido. Se arrojó a la cama y enterró el rostro en la almohada. ¡Cielos! Estaba seguro de que tendría pesadillas. Esos cerdos.
— «¿Eres un dios en esto?» —repitió, hablándole al aire con voz chillona.
Nunca volvería a ver a Richard como antes. Nunca.
…y la idea de conseguirse una novia en la pubertad le repugnó más que nunca.
—
—Si alguna vez pierdes tu fortuna, Bruce, podrías ser un buen masajista —dijo Dick, acostado boca abajo en la cama, flexionando las piernas de arriba abajo, provocando un rechinido.
Bruce se limpió los restos de aloe vera de las manos con una toalla del baño y sonrió.
—Lo pensaré juiciosamente. ¿Ya estás más relajado?
—Sí, en verdad eres bueno —siguió Dick, olvidándose del dolor que había aquejado su espalda toda la mañana gracias a las manos maestras de Batman—. De haber estado al tanto de semejante talento, te habría pedido usarlo hace mucho —se quitó un mechón de cabello de la cara y observó a Bruce con párpados caídos—. Ahora yo podría darte un masaje especial a ti.
Bruce se sonrojó un poco.
—No, Damian podría escuchar —negó, arrepentido.
—Aburrido —chasqueó Dick, rodando los ojos.