Disclaimer: Ranma 1/2 y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Esta obra fue creada sin fines de lucro.
"El amor es un misterio. Todo en él son fenómenos a cual más inexplicable; todo en él es ilógico, todo en él es vaguedad y absurdo"
-Gustavo Adolfo Bécquer
《5》
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—¡Y es un maldito mocoso petulante!, ¡¿quién se cree?! —Se quejaba, por enésima vez, el afeminado de Saotome.
Taro Pansuto, joven heredero del Shoyū de Furumoto, se encontraba sobradamente harto de escuchar sus quejas incansables respecto al pequeño protegido de Shinnosuke. Conocieron al escuálido niño poco más de cuatro ciclos lunares atrás, durante la procesión de ascensión de Shinno, y Ranma olvidó cualquier otro tema de conversación que no fuese acentuar su animadversión hacia Arashi. ¡Qué fastidio!
Como si no fuese bastante obvio lo contrario.
Las quejillas de Ranma fluctuaban en diversidad de tesituras y constantes contradicciones: que si le miraba con recelo, que si le ignoraba, que si nunca le sonreía como a Shinno, que si el varón parecía más una niña, que si el pelo más bonito que había visto, que si los ojos flamantes, que si no le llamaba Ranma como a Shinno le decía Shinnosuke, que si le hacía reverencia… que si no se la hacía. Que si esto, que si lo otro, que si aquello… ¡Estaba malditamente harto!
Taro bufó.
Al contrario que el intruso a su lado, Taro no tuvo la oportunidad de convivir más de lo necesario con aquel mocoso flacucho que Shinnosuke había tomado bajo su protección. Y tampoco es que lo desease. Las enseñanzas de su padre, y lecciones de futuro heredero y gobernante, las consideraba más prioritarias que perder el tiempo en jugarretas infantiles; ya contaba con once inviernos de vida y debía comportarse como un hombre. Sin embargo, Ranma se permitió la vagancia de permanecer en las Tierras de Ryugenzawa durante siete soles con sus lunas después de la ascensión de Shinno, y al parecer aquel tiempo le bastó para quedar completamente embrutecido por ese paria sin procedencia. Y para su mala fortuna, por alguna razón que no tenía explicación en su lógica, Saotome había decidido que él sería el que degustase su interminable cháchara quejumbrosa. ¡Como si le importasen los jodidos asuntos de Saotome!
¡Nada más ridículo que eso!
Aunque Taro no tendría que estar escuchando los irritantes desvaríos de Ranma si Ryoga no se hubiese ido a entrenar a las montañas de los cerdos salvajes, en las Islas Gemelas de Edo.
¡Estúpido, Ryoga!... Ya se las pagaría.
Y para no perder la racha del infortunio, Saotome comenzó a visitarlo con regularidad para poder desahogar su infantil desazón a placer, siempre aprovechando las visitas que su madre, Nodoka Saotome, le hacía a su propia madre por motivos de cotilleo o a saber por qué razones; realmente no le interesaba. Lo que si le concernía es que Saotome sólo se colaba para venir a importunarle.
¡Agh!, bastardo.
—Entonces exige que lo azoten. —Soltó con aire indiferente, deseoso por terminar aquella plática sin sentido para poder despedirse y realizar sus malditos propios asuntos.
Mañana su padre le llevaría a presenciar las negociaciones con el Señor de las Provincia perimetral de Qinghai, padre de una hija vulgar que se atrevió a ganarle en un duelo amistoso de arquería hacía veinte lunas atrás. Esa maldita anciana, Rouge Ashura, debía pagar su humillación. Le haría pedir clemencia por imponerse sobre él y burlarse de su derrota, pero para ello debía entrenar duro: a sus quince inviernos, la chica era bastante buena con el arco, en cualquiera de sus variantes. Sin embargo, Taro no permitía que su ventajosa práctica y destacada habilidad le desanimase. Él aprendía rápido, y por su orgullo que arrastraría el piso con ella.
No se dejaría escarmentar por una simple mujer.
Sí, en definitiva, tenía cosas mucho más importantes de las qué encargarse que enterarse de la falaz palabrería de un mocoso encandilado.
Ranma se giró para mirarle como si le hubiesen salido dos cabezas.
—¿Qué? —inquirió alzando una ceja.
¿Por qué no se largaba de una vez?, ya le había dado una solución a sus quejas.
—¿Qué has dicho? —cuestionó el ojiazul, pasmado.
—Es tu derecho, Ranma —aclaró—. Cualquier persona, fuera de la nobleza, que percibas te ha insultado o faltado al respeto, de alguna manera, debe recibir un castigo. No importa su edad o naturaleza. Somos seres superiores, escogidos directamente por la voluntad del Dios Dragón para gobernar la naciente Tierra de Oriente tras la primera aniquilación de la humanidad, y los subyugados a nosotros tienen que entender su lugar —finiquitó con arrogancia.
Saotome frunció el ceño, viéndolo con aberración.
—El día que dejes de sangrar por causa de mi puño y puedas revivir a los muertos, creeré en esa bendita divinidad a la que tanto se profesa pertenecemos —habló chirriando los dientes.
Bien sabía Taro que, a pesar de su joven edad y natural inmadurez, Ranma detestaba todas aquellas normas y directrices presuntuosas que sometían a las personas nacidas en la servidumbre y clases menos favorecidas, pero era lo que regía al Imperio desde su concepción. Aunque, una vez que el viejo Ryuusuke se declaró como Emperador, muchos de los castigos y normas arbitrarias habían dejado de practicarse, o eso fue lo que le dijo su padre.
—Eso no quita que estás en tu derecho de exigir que le castiguen. Si tanto desprecias a Arashi puedes incluso reclamar su vida y nadie te juzgará. Ni siquiera ocupas explicación alguna. Es un niño sin familia o procedencia relevante, nadie vendrá a reclamar venganza o piedad en su nombre.
Ranma dibujó un puchero pesaroso en su bonito rostro y encaminó la visión de sus ojos hacia el suelo.
—No voy a pedir que le azoten —murmuró con voz trémula y un ligero sonrojo en sus mejillas.
Y ahí estaba nuevamente, la flagrante evidencia de su fascinación inexplicable con el niño propiedad de Shinno: Ranma parecía atesorarlo.
Taro se preguntaba cómo es que el idiota no se daba cuenta de la verdad; que más que detestar encarecidamente al muchacho, lo que estaba era encandilado. Aunque la respuesta yacía ahí, en la misma formulación de su pensamiento: porque era un idiota.
Sitió lastima por el ignorante enclenque, maldita fuese la suerte que le tocó por ser el receptor de las atenciones bruscas de Saotome. Ojalá el embrollo no durase mucho tiempo, ojalá que aquello sólo fuese una fascinación esporádica.
—Entonces para de lamentarte —ordenó Taro—, si no harás nada al respecto ¡deja de llorar como una niña caprichosa! —regañó.
¿Cuánto tiempo de valioso entrenamiento había perdido ya?
—Pero ¡qué desagradecido!, vine hasta aquí para alegrar tu mísera existencia... ¡¿Y así es como me tratas?! —gritoneó ofendido.
—¡Nadie te pidió que vinieras!, ¡bastante tengo con ver tu repulsiva y afeminada cara durante los cumpleaños! ¡Tú sólo vienes a quejarte de ese paria! —chilló.
—¡No le digas paria!
Taro rodó los ojos. Aquella demostración de su arrobamiento rayaba en lo ridículo.
Un momento afirmaba repudiar al pobre enclenque con toda la vitalidad de su ser y al otro le defendía como si de divino derecho se tratase. ¡Puras contradicciones estúpidas!
La paciencia de Taro se había agotado.
—¡Es un inútil pedazo de carne cuyo verdadero destino es morir en la sucied…!
El puñetazo que recibió en la boca fue contundente y carente de misericordia; a pesar de ser un invierno menor que él, Ranma Saotome golpeaba con fuerza bravía. Taro tambaleó un poco, pero se negó a postrarse en el duro suelo.
—¡Te dije que no le insultaras! —reclamó. Los ojos de Saotome se oscurecieron de pronto: rabiosos y amenazantes. Ranma estaba dispuesto a defender al muchacho de cabello azulado con fervoroso ahínco. Con una devoción que carecía de lógica y motivaciones contundentes, por lo menos, a ojos de Taro.
El heredero de Furumoto sonrió para sus adentros.
—¡No me digas que hacer en mi maldito castillo!
Si mayores palabras de por medio, ambos herederos comenzaron una escandalosa guerrilla en la sala comensal.
Durante la revuelta, Taro decidió que todo el embrollo que Ranma tenía con el niño Arashi sería demasiado entretenido de contemplar. Más cuando el pobre idiota de su homólogo heredero perdía los estribos sin saber claramente porqué, y la precisión de su técnica marcial fallaba. Así podía patearle el trasero más rápido y fácil: le haría pagar por todas aquellas veces que le tomó con la guardia baja, golpeándolo sin reparos.
No entendía cómo es que Ranma terminó prendado de ese chiquillo, y joder que no le importaba, pero sí comprendió que aquello era más significativo que una simple admiración fugaz. Y aunque no le culpaba, o juzgaba ese atípico gusto por alguien de su misma naturaleza -tenía que admitir que el protegido de Shinno era un niñato bastante mono según lo que recordaba-, a Taro le faltaba astucia para desenmarañar los motivos que habían llevado a Ranma a escoger al niño Arashi como suyo, a pesar que el susodicho ya pertenecía a Shinnosuke.
Sea como fuere, Taro estaba seguro que el resto de sucesos derivados de aquella situación le brindarían la distracción necesaria para sobrellevar las monótonas responsabilidades como futuro Shoyū. Divertirse a costa de Ranma no sonaba tan mal. Era el mínimo pago que exigía por estarle escuchando su palabrería cada que al azabache se le antojaba, distrayéndolo de sus propios asuntos.
Y quizá, cuando se sintiese fastidiado de todo el circo… haría una intervención.
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Era un bellaco. Un bellaco embaucador.
Sentado sobre el banquillo que le habían dispensado para su comodidad, el coronel de Ryugenzawa jamás se había sentido tan mortificado y confundido en toda su vida. No le alcanzaba el seso para entender porqué se dejó llevar por las acciones de aquel hombre pretencioso que se supone detestaba. Aún repasaba una y otra vez la sucesión de eventos que le arrastraron a su situación actual, y la verdad nunca se le había escabullido tanto como ahora. ¿Qué estaba sucediendo?, ¿por qué de repente el Señor de Nerima era tan amable con él?
¿A caso no recordaba cómo le había humillado delante de todos esos importantes Señores durante el desastroso banquete, declarándole abiertamente un come hombres? Mucho peor aún, ¿es que no reparaba en los daños colaterales a la reputación de Shinno?
¿Se le había olvidado que lo engañó para atormentarlo con la imposición de su arrasadora presencia y la poderosa muralla de su cuerpo? Más escandaloso todavía: el cómo le había tocado.
¿Es que realmente era tan ligero de consciencia?
A pesar de todo, se vio imposibilitado para negarse a su demanda de seguirle; la hosquedad que siempre había sentido de parte del Señor de Nerima de repente se desvaneció, y ya fuese por asombro o un lapso de torpeza inexplicable, no encontró motivos en sus maquinaciones para evadirle con el religioso rigor con que siempre le rehuía. Quizá se debía a la disciplina de obedecer a un superior, o tal vez fuera por el buen humor que se cargaba tras haberse ejercitado un poco durante la breve riña con el hombre de Ryoga, pues gracias a ello liberó un poco de tensión. Las razones de su actuar extraordinario fluctuaban en la incertidumbre y la variabilidad de situaciones, pero fue una verdadera sorpresa descubrir que podían convivir con Saotome más allá de la animadversión. Sin embargo, lo que más le desarmó de todo, hasta el punto de hacerlo dudar de sus cabales, fue percatarse de que el Señor de Nerima había reconocido sus habilidades como guerrero. Aquello lo tomó desprevenido, y ciertamente le rasgó las defensas.
No fueron palabras de explícita alabanza a sus capacidades, pero le reconocían. Se percató incluso que había hecho trampilla, que había contenido sus ataques. Y sólo le bastó la fugaz contemplación de una superficial herida. Le pasmó que notase aquel detalle, y se sintió extrañamente complacido cuando acertó en el origen del insignificante rasguño sufrido tras su oreja izquierda. Fugazmente pensó que quizá Shinnosuke tuviese razón, que a pesar de los malos modos que le prodigaba, verdaderamente el Shoyū de Nerima le respetaba como guerrero. La posibilidad le doblegó su aberración, y se encontró incapacitado para evitar sonrojarse por sus contemplaciones escrupulosas y palabrerío socarrón.
No sabía cómo comportarse. Salir repentinamente del camino pantanoso por el que habían estado deambulando durante estos dieciocho inviernos no era algo sencillo, por no decir mortificante… incluso dudoso.
Pero le agradó conversar con él, la plática fluyó natural y amena; aunque no fuera de la formalidad, mas como si hubiesen interactuado con esa comodidad desde siempre. Su amabilidad lo descolocó sobremanera, y aun así le transmitió confianza y sinceridad. Inclusive le divirtió compartir con él la nimia historia de su pequeña jugarreta. Y el hombre también lucía complacido con su cháchara. Fue un momento onírico e inesperado. Era la primera vez de todas sus interacciones que la atmosfera presumía tal grado de ligereza.
Shinnosuke tendría mucho material para molestarlo cuando le contara. Ya podía escuchar un insistente y jactancioso "te lo dije" durante muchas y largas lunas. Casi sonrió por aquella predicción.
En un parpadeo se despojó de las injurias y amarguras, decantando todo con él en la habitación del Gran Shoyū de Nerima, ¡a puerta cerrada!
¡Por TianRyū!
¡En qué momento había permitido aquello!
El peliazul repentinamente sintió la garganta seca, y tomó un sorbo de la hidromiel que amablemente el Señor pidiese a los sirvientes para ofrecérselo; mientras el hombre buscaba el ungüento que aseguraba aceleraría la curación.
—¿Ibas a acostarte con él?
Arashi escupió el líquido sin modal alguno, provocándole un persistente ataque de tos por el esfuerzo previo de contenerlo.
—Respira, muchacho, no era mi intención asustarte —habló golpeándole la espalda.
«No era su intención dice él», recriminó el coronel en sus pensamientos, al tiempo que buscaba el alivio de su garganta.
Una vez limpió su boca y sacudió el líquido derramado en su pecho, volteó para enfrentar a su acusador.
—N-no… —carraspeó—. No entiendo su pregunta.
—Con Shinnosuke —aclaró—, ¿ibas a acostarte con él cuando los interrumpí en sus aposentos?
Arashi disimuló la sorpresa y enarcó una ceja inquisidora.
¿Por qué soltaba eso tan de repente?
—Cuando ha sido necesario, durante alguna que otra misión, he dormido muy cerca de mi Señor para resguardar el calor —contestó ecuánime, haciendo el tonto deliberadamente.
Saotome le regaló un puchero molesto y acusación en sus ojos. Ambos sabían claramente a lo que se refería con aquella pregunta. Sin embargo, aquel no era un tema que le competía. Sus asuntos con Shinnosuke eran, precisamente, entre él y Shinnosuke.
—Que si iban a follar, muchacho. Como amantes —persistió con voz neutra. Ranma acercó la mano derecha hacia su cara, con los dedos untados de la verdosa medicina, pero Arashi le detuvo anteponiendo su antebrazo.
El hombre gruñó por tal la acción y retrajo su brazo, mas no buscó discutirle.
Arashi se sintió incómodo por la mención de aquella tesitura en particular. Las interacciones se carnales no eran un tema en el que estuviese versado, y siempre evitaba hablar de ello con sus hombres. Pero le podía más la furia de saberse el causante de que relacionaran a Shinnosuke con ese tipo de prácticas escandalosas. Y potenciado por el infinito desprecio que le ocasionaban aquellos que se consideraban cercanos a su Señor, y sin embargo, dudaban de su integridad, el carácter de Arashi comenzó a despertarse.
Y estando Shinnosuke fuera de contienda por su descanso, no estaba seguro de poder contenerse. No con el patán gobernante de Nerima que se autoproclamaba su mejor amigo y aun así osaba desacreditarlo en público, indirectamente al acusarlo a él: su segundo al mando.
—Pensé que no quería explicaciones, mi Señor —siseó apretando los dientes. Si bien recordaba, fue él mismo quien dimitió de las explicaciones por boca de Shinnosuke.
¿En qué momento Saotome decidió que era más acertado dudar de Shinno?, ¿por qué?
—Me surgió la curiosidad… otra vez —respondió encogiéndose de hombros.
—He de inferir que éste es el verdadero motivo para que me invitara a sus aposentos —expresó estoico, sintiéndose ridículamente traicionado.
De repente todo tuvo sentido.
Debió tener en cuenta que un hombre tan testarudo como él no dejaría de lado sus demandas insatisfechas. ¡Había sido tan tonto!
¿Cómo es que había dejado de lado esa motivación?
¿Curarle la herida? ¡Ja!
¡Qué patético argumento!
Pero más patético había sido él por creer aquello, por dejarse embaucar con su galante e inesperada amabilidad y el subliminal reconocimiento hacia su identidad de guerrero.
¿Cómo es que pudo bajar la guarda tan rápido y fácil?... ¡Después de tanto maldito tiempo de escaramuzas y animadversión!
En realidad, ¿qué esperaba de todo eso?
No tener una respuesta clara, o sencillamente una respuesta, era una burla para la sagacidad de la que tanto se jactaba.
Maldito fuera el hombre.
—Te lo dije antes, muchacho. Es mi deseo curarte esa herida. Eso es todo —dijo con una calma engañosa. El Shoyū de Nerima estiró la espalda para aumentar su postura, y Arashi supo que se estaba poniendo ansioso.
—Y por supuesto obtener información es una ganancia secundaria. —Soltó aquellas palabras con rencor renacido, levantándose del banquillo con un movimiento brusco e irguiendo la columna los más posible, decidido a no dejarse amedrentar por diferencia de alturas o envergaduras.
¿Ahora le consideraba estúpido?, ¿realmente creía que con sus verdaderas intención reveladas estaría dispuesto a cooperar? ¿Por qué tendría que hacerlo en primer lugar?
Bien sabido era que, de entre Shinno y él, Arashi se mortificaba en mayor medida por dejar en claro que su Señor gozaba del honor y virtud esperados para alguien de su posición y linaje. Pero cuando se trataba de Saotome, las ganas de explicarse se le esfumaban. Si era una persona que se jactaba de conocer íntimamente a Shinnosuke, ¿por qué habría de darle aclaraciones innecesarias? Aquello resultaba absurdo. Si era su mejor amigo, ¿por qué no entendía? ¿Por qué no se percataba?
¡Ese hombre nunca se daba cuenta de nada!
La añeja animadversión que Arashi le profesaba al Señor de Nerima, desde que eran infantes, comenzó a hervir en sus entrañas.
—He sido sincero en mis intenciones, muchacho. Yo nunca miento —persistió adelantándose un paso—. La mentira y el engaño, son faltas imperdonables para mi. —Las relajadas y amables expresiones que antes dominaban su rostro se había vuelto duras y severas.
Arashi tragó saliva ante la punzante contundez de sus palabras. Y se obligó a permanecer en la contienda.
—Discúlpeme si difiero, mi Señor, pero no confío en sus motivos. Ni los entiendo. —Antes que le ganara la furia y aquello se saliese de control, mandando al carajo la promesa que había hecho a Shinnosuke sobre actuar honorablemente en su nombre, Arashi decidió iniciar la retirada.
Hizo intentó de avanzar, por el costado derecho de Saotome, hacia la entrada. Pero el hombre percibió sus intenciones. Cual fortaleza fortificada, le cerró el paso: plantándose ante él… presumiendo su corpulencia. ¿Le estaba retando a caso?
Ignorando su clara acción de huida dijo:
—Que confíes o entiendas, realmente no me importa, sólo contesta la maldita pregunta, y déjate hacer. —Saotome levantó la mano derecha mostrándole el ungüento que aún permanecía incorporado a sus dedos, dándole a entender que le permitiera curarle.
Arashi, por su parte, sólo quería darle una buena golpiza, sacarle las tripas y retorcerlas mientras el maldito bastardo agonizase del dolor. Y aunque estuvo a punto de hacer eso mismo durante el banquete, si no fuese porque Shinnosuke lo sometió, tuvo que tragarse las ganas. El castigo impuesto por faltarle el respeto a un Shoyū podría ser bastante severo, pese a que el gusano se lo mereciese. Razón de más para largarse de ahí.
—Quizá sea más pertinente que le pregunte a mi Señor, ¿no es más confiable la palabra de un respetado Shoyū que la de un sarasa? —inquirió sarcástico.
Antes que pudiese escabullirse por el flanco izquierdo del Señor de Nerima, el hombre dio un paso al frente, y por puro instinto Arashi retrocedió. Últimamente, algo en ese ser humano le hacía sentir incómodo y desarmado con su cercanía.
—No quisiera perturbarlo en su descanso. —A pesar del tono casual con el que pronunció aquellas palabras, había una tirante tensión en su porte, y en la forma que movía sus labios.
Los ojos del azabache se oscurecieron de pronto.
—Entonces espere a que mi Señor esté recuperado de fuerzas. —Era tan simple como eso, si tanto deseaba saciar su curiosidad sólo tenía que aguardar con paciencia. Además, Arashi estaba bastante seguro que Shinnosuke estaría gustoso de dejarse explicar, y él ya ni siquiera intentaría detenerlo en su propósito de seguir ofreciendo aclaraciones innecesarias hacia las personas que se suponía eran las que mayormente le conocían.
—Te pregunto a ti, porque deseo saberlo ahora —siseó—. ¿Por qué te niegas tanto? —preguntó exasperado.
—¿Y usted por qué insiste tanto?, ¿es que se ve reflejado en ese gusto culposo e inmoral? —Supo que decir aquello fue un error en el instante que las palabras escaparon de su boca.
Con la velocidad de un relámpago, Saotome desvaneció la distancia que los separaba. Lo acorraló entre la mesilla y su cuerpo, golpeando la superficie de madera, a puño cerrado, tan fuerte que sintió dolor al escucharla astillarse. Acto seguido, un gruñido gutural, como el de un animal, abandonó su garganta.
Arashi ahogó su chillido de asombro y se concentró en permanecer estoico, aunque por dentro se sintiese lánguido y empequeñecido. El hombre emanaba el poderío de los bisontes de las Tierras Altas del Norte.
—Tú, menos que nadie, tiene derecho a hablar de mis gustos —advirtió mientras le tomaba la barbilla con la mano izquierda, apretándole con fuerza innecesaria. Acercando su rostro más de lo debido—. No cuando te vapuleas frente a todos con ese rostro de doncella maquillado de un sonrojo inmaculado que invita a cualquier hombre a poseerte.
El tono bajo de su reclamo vibró en los oídos de Arashi como melodía hechizante, el aliento húmedo y cálido que le golpeó el rostro reclamó el ardor de sus mejillas, seguramente encendiéndolas más. El ligero olor a almizcle que emanaba su cuerpo figuró como brazas que encendieron su sangre. Y el matiz camaleónico de su mirada le dejó petrificado. No supo cuánto tiempo permaneció mudo, capturado por el azul nocturno de sus ojos, de esos ojos que eran abismos que te consumían… que te devoraban.
Instinto de supervivencia.
Eso fue lo único que le incitó a no dejarse atrapar por aquel depredador.
—Yo nunca me sonrojo —contestó con voz flaqueante. Y era verdad, al menos hasta el amanecer de ese día.
—Lo haces —aseguró, estirando la comisura izquierda de sus labios en una petulante media sonrisa—. Muy seguido —esclareció—, cuando estas conmigo.
El coronel de Ryugenzawa quedó petrificado ante aquel testimonio, incapaz de contradecir nada, ya no estaba seguro de poder pensar con elocuencia. Una torva de palabras, pensamientos y recuerdos atiborraron su mente como buscando desmentir aquella primicia, más no fue capaz de seleccionar alguno. Y le resultó imposible e indeseable apartar la atención de su mirada.
—M-me… —Arashi tragó saliva con dificultad, y se reprendió a sí mismo por sonar tan desvalido—. Usted me altera —confesó sincero, no muy seguro del porqué lo había hecho. Fue una revelación oír aquello de su propia boca.
Saotome se mofó de su confesión con un sonido despectivo que debió de parecerle ofensivo, mas no fue así. Atrayente, es la mejor manera de describirlo.
Violando aún más el sagrado espacio personal, el azabache acercó su rostro hasta quedar a la altura de su oído izquierdo. Arashi ni siquiera intentó evitarle, aún le tenía sometido por el férreo agarre de la barbilla y seguía sin poder encontrar sus fuerzas.
—Me parece justo —susurró en un tono bajo y cadencioso—, un poco de tu propia medicina te hará más humilde, muchacho.
El cosquilleó que enervó su piel y le sacudió las entrañas encontró venganza torturando sus pezones, despertando en ellos una sensibilidad electrizante, y algo parecido a un fuego líquido comenzó a conglomerarse entre sus piernas. Arashi apretó la periferia de la mesilla con tal ahínco que varias astillas acuchillaron la carne sensible bajo sus uñas. Vagamente fue consciente de haber emitido un clamor necesitado.
¡¿Qué demonios eran todas aquellas sensaciones?!
Y entonces, Saotome rozó sus labios en los relieves de su oreja y dijo:
—Tal vez encuentres más placentero acostarte conmigo.
Arashi desorbitó los ojos, y la dura realidad le estrujó el estómago.
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Estaba condenado.
¡Por TianRyū!, ¿cómo se lo iba a decir a Shinno?
Mientras preparaba a su corcel negro, Spartan, el coronel de Ryugenzawa se encontraba atormentado por la mortificación.
Había golpeado a un Shoyū, y no a uno cualquiera, sino uno de linaje divino y Señor de Nerima en las Tierras Altas del Norte. Fue como si lo hubiesen poseído; la furia contenida explotó de pronto, todo se volvió rojo y con un puñetazo certero, en el pómulo izquierdo, descargó su ira. No volteó atrás, ni siquiera se aventuró a contemplar el resultado de su bien logrado golpe; azotando el piso con fieras pisadas salió de los aposentos de Saotome, y se dirigió a las caballerizas. No hubo tiempo para razonar nada o sopesar las consecuencias de su actuar impulsivo, no hasta ese momento, en que el calor del enojo estaba desvaneciéndose.
—¡Ahh! —exclamó angustiado—. Voy a ser decapitado, Spartan —se quejó mientras acariciaba la ternilla del animal—. Pero el bastando lo merecía. —Se consoló.
Se lo merecía por humillarlo y haber puesto en duda, frente a todos los importantes Señores, la moralidad de Shinnosuke, cuando él no hacía más que defenderlo y admirarlo, incluso procuraba no preocuparle. Definitivamente, Saotome no era digno de la lealtad y amistad de Shinno.
Arashi suspiró con pesadez.
—También fue mi culpa, ¿sabes? —admitió avergonzado—. Me dejé encandilar por sus buenos tratos. Nunca había sido amable conmigo, y me sentí un poco vanidoso porque me reconociera como un buen guerrero. —Jamás se imaginó que un Gran Shoyū como él notase sus habilidades—. Es un guerrero formidable —admitió para su pesar.
Cuando luchaba era implacable y poderoso, impartía golpes mortales y demoledores con una agilidad poco esperada para la corpulencia de su físico. Incluso su familia había sido la fundadora de un estilo de combate marcial llamado Musabetsu Kakutō Ryū. Era un maestro en el arte de la lucha cuerpo a cuerpo y un sobresaliente espadachín. Tuvo la oportunidad de contemplar sus proezas cuando luchó junto con él en el puerto de Orochi, cuatro años atrás. Proezas que, hasta entonces, sólo conocía por boca de Shinnosuke. Aquella experiencia le hizo ver todo el entrenamiento que aún le faltaba para convertirse en digno protector de su Señor. Se consideró afortunado de poder luchar codo a codo con un guerrero tan habilidoso.
—Tal vez encuentres más placentero acostarte conmigo.
Aquellas palabra emergieron de su reciente memoria para turbarlo, y un ávido escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Sin ser capaz de controlarlo, nuevamente el sonrojo reclamó sus mejillas. ¡Agh!
¡Maldito Saotome!, ¿por qué le habría hecho tal proposición?
¿Cuál era el verdadero propósito tras las intimidaciones y palabrerías?, ¿Qué quería lograr con aquello?
Todo era tan confuso.
Desde que inesperadamente el Shoyū de Nerima decidiera acorralarle en el pasillo y tocase sus labios con tal osadía y aparente deseo, hasta su actitud amable y considerada, pasando por el reconocimiento a sus habilidades, y finalizando con aquella proposición indecorosa... Todo, absolutamente todo, era un incordio.
Él, era tan impredecible. Un tornado arrasador impredecible.
La mente de Arashi fraguaba más preguntas que cabales respuestas. Y eso le irritaba. Además, el verse verdaderamente afectado por Saotome, sólo le hacía enfurecerse en mayor medida con él mismo y el Señor de Nerima. ¡Demonios!
«¿Por qué?», inquirió para sus adentros, tratando de encaminar alguna deducción lógica y certera frente a la extraordinaria situación.
¿Por qué le habría insinuado aquello?
El azabache, desde siempre, había dejado en claro su aberración ante los chismorreo y la sola idea de relacionar a Shinnosuke y él como amantes. Aunque Arashi no sabía si aquello era producto de un odio innato por las relaciones entre personas de la misma naturaleza o sólo se limitaba al caso particular de él y Shinnosuke. Quizá sencillamente se sentía en deber de defender la buena reputación de su amigo. Pero cualquiera que fuese el caso, la repugnancia que le generaba a Saotome reconocer como mera posibilidad algún tipo de relación amorosa o simplemente carnal entre él y Shinnosuke, era más que evidente.
Así que, el que Saotome le dijera esas últimas palabras, de manera tan íntima y provocativa, pero sobretodo con una intención descaradamente carnal, no hacía más que estrujarle el seso.
¿Por qué le ofrecía hacer, precisamente, aquello que ventilaba despreciar?
Eso le dejó flotando en un limbo de incredulidad y desconcierto. Y un poco más de desconfianza hacia ese hombre se instaló en su cordura.
Carecía de pruebas o evidencias contundentes para realizar cualquier tipo de veredicto hacia las reales intenciones de Saotome, pero su lado más precavido y escéptico le apremió a suponer que todo aquello no era más que una jugarreta para tratar de averiguar qué tipo de interacciones ocultaban él y Shinnosuke. Sí, eso era lo más lógico: Saotome sólo quería saciar su curiosidad de una vez por todas.
Aunque, el por qué hasta ahora había decidido poner más empeño en la empresa no le quedaba del todo claro.
Tal vez sus intenciones iban más lejos, tal vez deseaba exponerlo ante el Emperador.
Quizá sólo estuvo esperando las circunstancias adecuadas para poner en práctica su estratagema. Quizá su plan era engatusarle para, de alguna manera, conseguir pruebas que apoyasen la idea comunal de que él era un come hombres. Y cuando lo hubiese conseguido, llevaría el caso a la Corte Imperial y exigiría que le alejasen del lado de Shinnosuke. Incluso podría demandar su muerte.
Sin embargo, eso sería una molestia innecesaria. Si de querer acusarlo y condenarlo se trababa, sólo tenía que prometer su palabra de Señor y listo; posiblemente tendría que pactar con algunos testigos que le apoyasen, pero dado su estatus y poder, seguramente nadie se negaría a atestiguar falsedades con tal de gozar de la gratitud de un Gran Señor como Sotome. Arashi no tendría arma alguna con qué afrontar aquello, pese a los privilegios que su posición como concejal del Señor de Ryugenzawa y coronel de su ejercito le otorgaban, nada era puesto por sobre la palabra jurada de un Shoyū.
Arashi gruñó.
Esta vida era jodidamente injusta.
Y su situación actual con Saotome no tenía ni pies ni cabeza. Debía ser cuidadoso.
Spartan rascó el suelo con una de las patas delanteras, retrayéndolo de sus paranoicos pensamientos. Acto seguido, empezó a estirarle el cabello con el hocico, como cuando quería llamar su atención o se sentía inquieto.
El peliazul entendió al instante el motivo de su ansiedad.
—Lo sé —dijo en respuesta, liberando las hebras de cabello aprisionadas entre los labios del equino—. También te diste cuenta, ¿no es así? Desde que salimos de Ryugenzawa. —Arashi besó el hocico del animal—. Hace poco recorrí una parte del bosque pero no pude encontrarlo. Sin embargo, sé que está observando. Todo este tiempo lo ha estado haciendo.
Spartan resopló y meneó la cabeza.
—A mi también me pone bastante ansioso cuando aparece —admitió—, nunca es una buena señal. Presiento que va a haber problemas. Debemos estar listos y muy atentos.
Arashi desterró cualquier cuestionamiento del acertijo que representaban el Señor de Nerima, y decidió que era más adecuado resolver sus responsabilidades más inmediatas; necesitaba finiquitar todas las medidas relacionadas con la boda antes de que el mal presagio que los venía siguiendo desde que iniciaron el viaje hasta las Tierras de Furumoto finalmente se materializarse. No quería estar lejos de Shinno si algún inconveniente sucedía.
Arashi tomó a su corcel por el ahogadero y lo guió fuera de las caballerizas.
—Estamos listos, coronel. Sólo esperamos su orden. —Keita Genji, uno de sus leales hombres, le había dado alcance mientras salía del los establos.
—Bien, organiza las cuadrillas —ordenó—. Cinco grupos de seis soldados, búscame cuando los tengas listos. Podemos disponer de los hombres de Saotome, reúnelos y diles que pronto tendrán la confirmación de su Señor.
—¡Sí, coronel! —Con la eficiencia que siempre lo caracterizaba, Keita se dispuso a cumplir sus órdenes.
Cuando Arashi llegó al patio de armas, pudo observar que Saotome hablaba con sus hombres y ellos asentían efusivamente. Pidió al Dios Dragón que estuviese comentando algo bueno para la causa, y esperó que ninguno de ellos le pusiera mucha atención a su pómulo izquierdo. Sin demasiadas ganas de volver a interactuar con ese hombre, Arashi desvío la dirección de sus pasos, poniendo a su caballo como una barrera ente él y ese ser humano arrogante. Se sentía un cobarde, pero ya no confiaba en su buen raciocinio y adecuado comportamiento estando cerca de Saotome; y no quería continuar indagando en las motivaciones de su proposición indecorosa. Además, deseaba postergar el asunto correspondiente a su posible ejecución lo más posible. Al menos hasta que pudiera discutir el tema con Shinnosuke.
Esas eran sus claras intenciones, hasta que una voz conocida le llamó tras la espalda.
—¡Arashi! —Ranma Saotome, el mismo hombre al que acababa de golpear, exigía su atención con un bramido que no podía ser ignorado.
¡¿Qué demonios quería ahora?!
El coronel de Ryugenzawa se detuvo con reticencia y con más oposición aún, giró su torso para responder al llamado. No le haría una reverencia, joder que no, aunque esa osadía no evitó que se sintiera nervioso.
—¡Cambio de planes, muchacho! —El Señor de Nerima se acercaba a él con una atmósfera mortífera. Sus fosas nasales se dilataban visiblemente con cada inhalación, el rictus de sus hombros y los puños cerrados a sus costados, mientras caminaba, figuraba ser una clara señal de predisposición para el ataque.
¡Por el Dios Dragón!, iba a matarlo ahí mismo.
Arashi tragó saliva con dificultad.
No estaba listo para morir.
—Reorganiza tus intenciones, Arashi —demandó con hosquedad una vez le dio alcance—. Tú vienes conmigo —amenazó arrastrando la ordenanza con disgusto.
Al coronel de Ryugenzawa se le trabó el pensamiento.
—¿Disculpe? —preguntó con incredulidad, mirándolo sin prestarle verdadera atención.
—¿Estás sordo? —respondió irónico, mas no repitió su demanda.
—¿Pa-para qué? —Arashi continuó atónito. No le llegaba a la cabeza alguna agible razón por la que él y el Señor de Nerima tuviesen que seguir conviviendo. A menos que desease cobrar su falta.
¿Le azotaría?, ¿lo colgaría?... ¿lo encerraría en el calabozo? Eran tantas las posibilidades.
—¡¿Qué importa para qué?!, tú sólo obedece —gruñó fastidiado.
—No —contestó altivo. Estaba pirado si creía que iba a seguirle sin mayor dilación. A este paso terminaría peleando por su existencia contra un Shoyū y tal vez se convertiría en un proscrito. ¡Maldición!
Todo se empezaba a complicar demasiado.
—¿Qué? —inquirió sorprendido, con los ojos a punto de botarle de las cuencas.
—Usted no es mi Señor. —Por segunda ocasión en ese día, sintió arrepentimiento de sus palabras. No por falta de argumentos ante aquella primicia, pues él no era un soldado cualquiera y gozaba de ciertos privilegios, como oponerse al mandato de un general o un Shoyū si así le dictaba su juicio, pese a que éste contara con la plena confianza de su Señor; sino porque ciertamente aquel privilegio había sido revocado en el instante que se atrevió a golpear a Saotome. ¡Carajo!
—Agradece, muchacho, que no he exigido tu cabeza —habló con amenaza palpable. Plasmando con palabras lo que el coronel de Ryugenzawa ya sabía: estaba a su merced—. Por ahora —alardeó jactancioso.
¡Zángano infeliz!
—Veo que finalmente Arashi te dio tu merecido. —El comentario socarrón que llegó a sus oídos les hizo girar el rostro en dirección del sonido.
Taro Pansuto, Shoyū de Furumoto en las Tierras Altas del Oeste, se encontraba frente a ellos.
—¿Por qué piensas que fue él? —Se precipitó en cuestionar con notoria enemistad.
Taro rodó los ojos y resopló.
—Ninguno de los soldados se atrevería —obvió—. Ryoga está en el calabozo, yo ciertamente no he tenido oportunidad de aporrearte como te mereces, Hiroshi aún no llega a mis tierras, Ranko hubiera preferido arrancarte la oreja, pero está encerrada y tu madre junto con ella. —Hizo una honda inspiración y prosiguió—. Tú padre hace rato pidió que le prepararan el baño, lucía bastante preocupado, por cierto, y a Arashi llevas molestándolo desde que llegó, como si no fuera suficiente que lo incomodas desde hace muchos inviernos.
—Y eso ¿qué? —rezongó. La intensidad con que Saotome contemplaba a su amigo era de absoluta rabia.
Arashi podía predecir que faltaba muy poco para que el Señor de Nerima se lanzará al cuello de su amigo.
—Ciertamente, de entre todos, él posee más derecho para golpearte. Además, gracias a los privilegios de su posición y la cercana interacción que han tenido dadas sus obligaciones más inmediatas y la manía que tienes de buscarle para perturbarle, dudo mucho que haya desperdiciado la oportunidad. Y estoy bastante seguro que tú le provocaste.
El Shoyū de Furumoto poseía una mente ágil y deductiva, ponía atención a los detalles. Arashi bajó la vista avergonzado. Ahora otro Señor tenía conocimiento de su terrible falta, mas prefirió guardar silencio y evitar confirmar nada.
Saotome también permaneció enmudecido, y el coronel de Ryugenzawa se sintió fugazmente agradecido porque no empezará a vociferar que le aplicasen la pena capital. Le pareció incluso que su silencio le daba a Taro la razón, aunque no supo si por sus acertadas deducciones o por admitir que una paliza era lo que merecía.
Permanecieron sin decir una palabra hasta que Taro habló de nuevo.
—Así que ya comenzó, ¿eh? —declaró soltando un suspiro fastidiado, poniendo los brazos en jarra—. Bueno, como diría el viejo Ryuusuke: más vale tarde que nunca.
La evidente diversión de Taro enfurecía más a Saotome, quien realmente se estaba esforzando por no tirarle un puñetazo; que, dado el carácter explosivo del hombre, no entendía por qué no le había golpeado ya. Aún con la cabeza gacha, Arashi le dedicó una sigilosa mirada apreciativa al Shoyū de Nerima y advirtió que su postura seguía rígida, manteniendo los hombros tensos, y los nudillos de sus puños habían palideció notoriamente. Hasta su respiración se volvió pesada y resonante.
¡Maldita sea!, necesitaba a Shinnosuke antes de que se iniciará una guerra.
—¿A qué te refieres? —continuó preguntando a pesar de su enojo. Como si ansiara respuestas a disyuntivas que sólo él conocía.
Sin embargo, Taro dirigió su atención hacia Arashi, avanzando dos pasos hasta quedar completamente frente a él.
El coronel de Ryugenzawa contuvo la respiración y sus nervios se incrementaron bajo el intenso análisis silencioso de su mirada, una mirada que no se atrevió a enfrentar pero si podía sentir.
—Mírame, Arashi —demandó.
Arashi liberó pausadamente el aliento que había estado conteniendo, apretó los ojos para recargarse de coraje y tensando su mandíbula, levantó el rostro.
Pensó que el Señor de Furumoto le abofetearía cuando levantó su mano derecha, dibujando un ángulo recto con el doblamiento de su codo. Sin embargo, extendió sus dedos índice y medio, y con un movimiento de su muñeca apuntó en dirección del Shoyū de Nerima.
En un parpadeó, diez hombres de Furumoto se abalanzaron sobre Saotome y le aprisionaron bajo su yugo tirándolo al suelo.
Arashi quedó petrificado.
—¡¿Qué demonios significa esto, Pansuto?! —rugió el ojiazul cual oso rabioso.
—Voy a decirte esto antes de que logre zafarse y asesinar a alguno de mis guerreros. Y es la primera y última vez que me entrometeré en asuntos que no son míos. ¡El Dios Dragón sabe que ya estoy harto! Así que presta atención.
Era bastante difícil concentrarse cuando los soldados de Saotome desenfundaron sus espadas al unísono y en un grito de batalla se dispusieron a defender a su Señor, mientras el resto de los hombres de Taro contenían el ataque.
¡Por el Dios TianRyū!, la guerra ya había comenzado.
—Presta atención, muchacho. Los soldados sólo se están divirtiendo.
Arashi se obligó a mirar a Taro, pero su atención permanecía dividida.
—Él es un hombre estúpido y siempre lo va a ser. Así que lamento profundamente la suerte que te ha tocado. Siempre lo he lamentado. —comenzó a decir con mayor volumen del requerido para la cercanía que compartían—. No tiene la delicadeza que se requiere para seducir a nadie.
—¡Cierra el pico! —gritó Saotome más que enfurecido mientras que se revolvía bajo el peso de los hombres.
—Nunca lo ha hecho, ni tampoco lo ha necesitado, cualquier mujer prefiere darle atenciones antes que esperar recibirlas. Por lo tanto, jamás se ha esforzado por conseguir a alguien. Tampoco es que le interese, nunca le interesó. Su prometida es punto y aparte.
—¡Cállate! —persistió.
Los fieros golpes de las espadas y los aullidos de dolor hicieron que Arashi desviarse su mirada, un breve instante, para evaluar los daños, pero inmediatamente Taro le tomó por la barbilla reclamando su atención.
—Acá, muchacho, estoy al frente.
—¡No lo toques! —exclamó colérico el Señor de Nerima, deshaciéndose de tres hombres.
—Deberás ser paciente —prosiguió sin inmutarse por la guerrilla que se libraba en el patio de armas—. No te tomes ninguno de sus insultos de manera personal, piensa mejor que está denigrando su propia inteligencia. Es más divertido de ese modo y te ahorrarás muchos corajes. Cuando haya aprendido de sus errores sabrás notarl...
Un golpe beligerante interrumpió el monólogo del Señor de Furumoto, haciendo que el hombre se tambaleara hacia un costado, su rodilla izquierda tocó brevemente el suelo pero se incorporó al instante.
El General del ejército de Nerima, comandante de los ejércitos de las Tierras Altas del Norte y Caballero Imperial, Ranma Saotome liberó su cuerpo de diez fornidos y bien entrenados hombres.
Era una bestia.
—¡Te dije que te callaras! —bramó enloquecido.
—¡Nadie me va a decir que hacer en mis malditos propios dominios! —contratacó al tiempo que se limpiaba con brusquedad el hilo de sangre que manchaba su reventado labio inferior.
Sin mayores reclamos de por medio, y al llamado de un rugido animal, ambos Señores se batieron en una pelea encarnizada.
¡Oh, cielos!, ¡oh, cielos!
¡Iban a matarse!
¡Y el resto de los guerreros estaban igual!
¡Maldita sea!, todo su plan para restituir la bendita boda se estaba yendo al traste sin siquiera empezar.
¡Mierda!, ¡mierda!, ¡mierda!
—¡Keita!, ¡muchachos! —Todos sus soldados, que permanecían al margen de la disputa, le prestaron inmediata atención—. ¡Quiero hombres maniatados! ¡Ahora!
—¡Coronel! —gritaron a una sola voz, procediendo a cumplir su ordenanza.
Inmediatamente, Arashi volvió su atención hacia la feroz pelea entre los Señores. Ningún soldado común se atrevería a interponerse en aquella disputa, así que eso se había convertido en su responsabilidad. Maldición.
El peliazul observó detenidamente los movimientos de ambos peleadores: sus ataques eran contundentes y precisos, mas no letales. Aparentemente, lo único que buscaban con sus embates era causar, en el otro, un dolor desmesurado, dejando de lado sus pulidas técnicas. Los movimientos de Saotome figuraban certeros, pero bruscos; como si atacase más por instinto que por frívola premeditación y verdaderas intenciones asesinas. Pansuto, por otro lado, perecía encontrar mayor diversión en esquivar los ataque de su oponente, con el mínimo esfuerzo, como haciéndole ver su incompetencia; aunque no perdía la oportunidad de acertar uno que otro puñetazo.
«¡Bien!», Arashi se alentó a sí mismo. Podía con eso, si ambos Señores continuaban desistiendo en usar sus mortales habilidades, podía detener aquella riña sin sentido.
Pero ¿a quién debía detener?, ¿sería capaz de derribarlos a ambos al mismo tiempo?
El coronel de Ryugenzawa detectó una abertura en la defensa de uno de los atacantes, y sin pensarlo demasiado, se precipitó en su objetivo.
Arashi interrumpió la fuerza del puñetazo lanzado tomando firmemente, con ambas manos, el antebrazo del hombre; aprovechó la rigidez de la extremidad y de un salto impulsó su cuerpo por el costado derecho de la corpulenta figura, flexionando hacia atrás la extremidad aprisionada. Mientras se posicionaba a espaldas del hombre, Arashi golpeó tres veces consecutivas la espalda baja de su presa, aturdiendo el nervio, para obligarlo a caer de rodillas. Sin prestarle atención al gruñido de dolor y antes de azotar al suelo junto con el guerrero, el peliazul se aferró a la gruesa cintura con el agarre de sus rodillas. Por pura suerte, el hombre derribado alcanzó a interponer el brazo libre entre su rostro y la polvorienta superficie. No fue una táctica de sometimiento en regla, sólo fueron movimientos improvisados para detener los embates enfurecidos del guerrero.
Aquello sucedió tan rápido, y de manera tan imprevista, que la totalidad de los espectadores quedaron enmudecidos, al ver súbitamente al fiero guerrero subyugado bajo el pequeño cuerpo del coronel de Ryugenzawa.
Arashi, en cambio, podía escuchar los latidos de su corazón a punto de hacerle un agujero en el pecho. ¡Mierda!, la había liado grande.
—¿Qué demo…? —Trató de cavilar el peleador caído mientras levantaba su cabeza.
—M-mi Señor, le pido que m-me disculpe —rogó Arashi mortificado.
Antes de que ninguno de los presentes pudiera recuperar su cordura, una estridente carcajada estremeció la atmósfera.
—¡Por TianRyū, Saotome! ¡Has sido humillado! —alardeó gustosamente del Señor de Furumoto, sin detener las risas.
Arashi levantó la vista hacia Taro, implorándole con la mirada que dejase de provocar el rencor del Señor de Nerima. ¿Qué no veía que prácticamente estaba condenado a muerte?, ¿cómo podía ser tan indiferente? El guerrero de ojos caoba deseo la ayuda divina, como nunca antes en su vida, que le salvase de la decapitación. Para su mala suerte, sólo se encontró con el rostro desencajado de los soldados anonadados y la burla despiadada del Señor de Furumoto.
Iba a morir, era un hecho.
Arashi tragó saliva con dificultad. ¡Maldita sea!
Aprovechando la nula reacción del cuerpo aprisionado entre sus piernas e impulsado por la desesperación, el peliazul regresó su atención hacia el Señor de Nerima y trató de explicarse.
—Mi Señor Saotome, por favor escúcheme… Era necesario que…
—Cierra la maldita boca —gruñó Ranma en tono amenazante, viéndolo de soslayo.
—No fue mi intención que…
—¡Cállate! —A pesar del matiz colérico de su voz y la rabia en sus ojos, Saotome no se esforzó por moverse.
—Mi Señor, todos los presentes aquí somos invitados de mi Señor Pasunto, y debemos mantener la compostura —Arashi prosiguió con su monólogo por encima de las exigencias del Señor de Nerima. Inclinó su cuerpo hacia el costado derecho para quedar mejor acomodado en el rango de visión del azabache—. Sin embargo, dejando eso de lado, debemos cumplir con nuestras responsabilidades más inmediatas. El capricho nuestro puede espera…
—¿Me llamaste caprichoso? —interrumpió Saotome en tono indignado y con el rostro desencajado.
Arashi se maldijo a sí mismo. La verdad sea dicha, no tenía idea de cómo hacer entrar en razón a alguien tan testarudo y orgulloso como el Shoyū de Nerima. Una cosa era confrontar sus pullas y salir bien parado, pero otra muy diferente era lograr que asimilara su misma línea de entendimiento. Ciertamente no lo conocía tan afondo, pensándolo bien, no lo conocía absolutamente nada. Al menos, en nada que le sirviese para aplacarle la furia.
—Por favor, no tergiverse mis palabras —rogó, escogiendo jugar la carta de la mansedumbre—. Le aconsejo que…
—¡Guarda tus consejos para Shinnosuke! —interceptó nuevamente, girando un poco más el torso para encarar al peliazul—, yo sólo escucho los consejos de mi coronel.
—¿Y no es precisamente el consejo de Arashi el que escuchamos para restituir los asuntos de mi boda? —mencionó Taro, quien se encontraba de cuclillas a la cabeza de Ranma, mirándolo con mofa.
El ojiazul rodó los ojos y gruñó, sin prestar reparo a la presencia de Pansuto.
—Ves, te lo dije. —Taro redirigió su atención hacia Arashi—. Denigra su propia inteligencia —finiquitó guiñando un ojo.
El peliazul parpadeó desubicado.
—¡Cállate, bastardo! —Ranma comenzó a retorcerse para quitarse de encima a su captor, mientras enfrentaba a Taro en una guerra de miradas salvajes. Sin embargo, Arashi incrementó la presión de su agarre: no iba a permitir que iniciase una nueva riña entre los Señores. Ya no había tiempo para eso, no ese día.
Aunque poco podía hacer el peliazul si Sotome se decidía firmemente a librarse de él; momentos atrás, el Señor de Nerima fue capaz de despachar a diez hombres que doblaban la altura y masa muscular del coronel de Ryugenzawa. Arashi estaba seguro que, si se descuidaba, Saotome podía deshacerse de él con la simple acción de llenar sus pulmones y soplar.
—¡Muy bien! —exclamó el Shoyū de Furumoto palmeando sus muslos e irguiéndose al instante—. Dicho todo lo anterior, espero su regreso antes del anochecer —ordenó viéndolos en picada—. Si la boda de mi prometida no está lista para mañana… los ejecutaré. Que tengan buen viaje. —Sin ninguna otra cosa o asunto que mereciese el interés del Señor del castillo, el hombre se dirigió despreocupadamente hacia la entrada del recinto, y si mirar atrás despareció por el umbral.
Arashi permaneció petrificado, observando el espacio vació que antes ocupase la figura de Pasunto. Estaba bastante confundido por todo lo dicho y hecho por aquel hombre. ¿Cuál había sido el punto de venir a buscarle pelea a Saotome?, ¿y por qué le había dicho lo que le dijo? Armó un alboroto por absolutamente nada, aunque el Señor de Nerima tampoco podía deslindarse de su responsabilidad en el asunto.
¿Realmente iba a decapitarlos?
¡Por todos los cielos! Se supone que sólo había venido a Furumoto a presenciar una boda y cuidar de su Señor. ¡Y ahora estaba encargado de remendar las malditas preparaciones matrimoniales!
¡Agh¡, jodida sea su suerte.
Un carraspeo incómodo le hizo despejarse de sus cavilaciones.
—Ya puedes quitarte de encima, ¿sabes? No es como si Taro siguiese aquí. A menos claro, que sea de tu placer tenerme entre tus piernas —habló jocoso.
Sin poder evitar sonrojarse por aquellas palabras, Arashi liberó a Saotome poniéndose en pie cual relámpago.
—L-lo lamento mucho, mi Señor —murmuró avergonzado.
—Al contrario de lo que pensaba, eres un muchacho con un gusto extraño por meterse en problemas —comentó con serenidad el ojiazul mientras sacudía sus ropas.
Arashi tragó saliva y permaneció mudo, en esos momentos no tenía mucho humor para buscarle bronca al azabache; tampoco es como si actualmente estuviera en condiciones de hacerlo. Por el contrario, estaba agradecido porque el hombre seguía sin escupir fuego por la boca, y aún no le rajaba el pescuezo con el mortal filo de su espada. Y, dicho sea de paso, Sotome no tenía idea de cuánta verdad había en sus palabras.
—Porque estás en problemas, ¿lo sabías? —preguntó en retorica y un toque de ironía. Sotome ahora lo miraba con la misma expresión devoradora que utilizase en el breve encuentro en sus aposentos.
El coronel de Ryugenzawa se vio castigado por un intenso escalofrío que viajó por toda su espalda hasta encontrar la muerte en la punta de sus pies, sin embargo, obligó a su cuerpo a permanecer inmutable frente aquellos abismos de azul oscuro que le analizaban. Sin atreverse a enfrentar la mirada del Señor de Nerima otro instante más, Arashi asintió en respuesta. Mirar al suelo parecía menos peligroso.
¡Por TianRyū!, ¿en qué momento se había convertido en un cobarde?
—El que ahora actúes tan mansamente conmigo no te librará del castigo que voy a exigir por tus faltas —siseó al tiempo que tomó la barbilla de Arashi para exigir la atención de su mirada.
El peliazul no tuvo otra salida que mirarle y corroborar la promesa de venganza en sus ojos.
—M-mi Señor, l-le ruego que…
—Acabas de avergonzarme frente a todos los guerreros —habló entre dientes, aumentando la fuerza de su agarre; acercando aún más sus rostros—. Cualquiera que fuese tu causa, comprensible o no, será ajusticiada por tu acciones imprudentes.
Arashi no pudo evitar fruncir el ceño y mirarlo con coraje. No es como si hubiese querido meter la pata a propósito. El mismo Saotome lo orilló a actuar de esa manera, por lo menos, en lo que al incidente en la alcoba se refería. Ciertamente, fue decisión del propio Arashi inhabilitar a Saotome en lugar de a Pansuto hacía unos momentos. Pero en su defensa, era quien más aberturas tenía y menos control de sus ataques manejaba. Aunque, si lo analizaba con mayor frivolidad, quizá pudo haber actuado de una forma menos errática en las dos situaciones. ¿Qué infiernos le había pasado a su buen juicio?
—Ahí está de nuevo ese fuego rabioso en tus ojos. Tal coraje… —murmuró Sotome por lo bajo, dibujando en su rostro una media sonrisa zalamera—. Sin embargo, por ahora estás bajo el capricho mío, y no puedes negarte —habló con suficiencia y un toque de mofa, restregándole en su cara el pequeño detalle de haber insinuado que era un caprichoso pocos instantes antes—. Organiza a los hombres e instruccionales. Pero tú vienes conmigo —sentenció liberándolo finalmente de su agarre.
Arashi permaneció estático, con la furia atorada en la garganta y la resignación carcomiéndole el orgullo. Apretó los puños hasta lastimar su piel en un intento por evitar lanzarse a golpes contra el Shoyū de Nerima, suficientes impertinencias había cometido ya.
Por si fuera poco, muy en sus adentros, saberse a completa merced de ese hombre le generaba un sentimiento de impotencia como hace muchos inviernos no sentía.
Maldito sea Saotome. Mil veces maldito.
—¡Dejen de estar como inútiles y obedezcan las instrucciones del coronel de Ryugenzawa! —bramó el azabache hacia los soldados—. He aquí que yo, Ranma Saotome, Shoyū de Nerima y comandante de los ejércitos de las Tierras Altas de Norte, gozo de la plena confianza de los Señores del Este y del Oeste, por lo tanto es mi mandato que le otorguen su mansedumbre al segundo al mando del ejército de Ryugenzawa. Y si no cumplen con sus órdenes, les prometo que los decapitaré antes que el Señor de Furumoto reclame la vida de mi persona. ¡Les quedó claro! —gritó con firmeza.
Cual pantomima ensayada, todos los soldados del Este y Oeste, atados o no, irguieron su postura y apoyando el puño derecho en el pecho exclamaron al unísono:
—¡Sí, Mi Señor! ¡Sí, Comandante! ¡Sí, General!
—¡Y cualquiera que fuere su misión, estarán aquí antes del anochecer!, ¡por la vida suya, que así sea!
—¡Sí, Mi Señor! ¡Sí, Comandante! ¡Sí, General!
—¡Que TianRyū les guíe y proteja!
—¡Y que en usted siempre brille su sabiduría y gloria! —alabaron.
Dicho esto, Saotome vertió su atención nuevamente hacia Arashi.
—Te espero en la entrada. Apresúrate —ordenó mirándolo por un breve tiempo, para después girar sobre sus pasos y dirigirse a los establos; muy seguramente en busca de su yegua blanca.
Arashi lo observó desaparecer camino a las caballerizas, y una vez lo perdió de vista se permitió exhalar sonoramente su pesadumbre. Ese hombre le ponía de los nervios.
—¿Coronel? —Keita Genji se acercó a él con gesto preocupado. Y aunque Arashi fue capaz de distinguir la ansiedad por preguntarle la condición de su estado de ánimo y brindarle una buena palabra de aliento, como buen soldado que era, dejó los asuntos personales para otra ocasión—. Esperamos sus órdenes —informó.
Arashi asintió en respuesta, y de tajo se deshizo de todas las incertidumbres que le azotaban. Tenía asuntos más importantes que resolver por el momento.
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—¿Te encuentras mejor? —preguntó Taro mientras entraba a la habitación.
—¿Qué fue todo ese escándalo? —cuestionó Shinnosuke entre bostezos, justo acababa de despertar. Irguió la espalda y se estiró a placer.
—Un poco de diversión para los soldados antes que partieran a cumplir sus deberes —respondió encogiéndose de hombros.
—Se escuchaban bastante emocionados.
—Ni siquiera te imaginas —murmuró—. Toma. —El hombre le ofreció a Shinnosuke un guinomi lleno de líquido verde.
—¿Qué es esto?
—No tengo idea —contestó sincero—. Madre te lo manda.
Shinnosuke asintió y bebió un sorbo.
—¡Agh!, sabe horrible. —El castaño carraspeó y tragó saliva tratando de aminorar el amargo sabor.
—No es mi problema, bébelo todo —mandó el Shoyū de Furumoto.
Shinnosuke pinceló un mohín compungido en su rostro, viendo al brebaje con aprensión.
—Tsk.
—Arashi golpeó a Ranma —anunció Pansuto al tiempo que acercaba un banquillo y se posicionaba junto a la cama.
Shinnosuke giró la cabeza en dirección de Taro tan rápido que el movimiento le valió un millón de punzadas a su cuello.
—¿Qué? —inquirió pasmado, con los ojos a punto de salirse de sus cuencas.
—Sí, sí. Justo aquí —aclaró el Señor de Furumoto señalando en su propio rostro el área donde Ranma había sido lastimado—. Fue un buen golpe —se jactó.
—¿Cómo terminó pasando eso? —El rostro desencajado de Shinnosuke era todo un poema.
—¡Y yo qué voy a saber! —exclamó Taro con aire divertido—. Pero el bastardo se lo merecía —aseguró con suficiencia.
El Señor de Ryugenzawa bufó.
—Desde siempre has argumentado que cualquier lesión que le pase a Ranma es porque se lo merece.
—Porque es la verdad. Y lo sostengo —decretó cruzándose de brazos.
Shinnosuke contuvo una risilla. Hasta cierto punto, esa relación de ligera animadversión que Ranma y Taro sostenían desde niños resultaba divertida. Aunque no tanto cuando verdaderamente intentaban matarse. Y a pesar que le hubiese gustado vagar entre las remembranzas de la infancia, una nueva preocupación ocupó la mente del castaño.
—¿Crees que pida que le azoten? —preguntó angustiado.
El sometimiento físico y la humillación pública era lo mínimo que un noble, de linaje militar o cualquier otro, llegaba a exigir como compensación de un daño físico o moral hacia su persona.
—¿Insinúas que Saotome es capaz de ordenar que lastimen a la persona por la que lleva prendado casi toda su vida? —cuestionó con incredulidad—. Deja de preocuparte Shinno, Ranma puede ser un idiota impulsivo pero no un animal —declaró con rotunda seguridad.
—Supongo que tienes razón. Aunque imagino que le hará pagar a su manera.
—Y tendrás que prepararte para ello —previó—. Aún trato de sopesar el alcance de sus ocurrencias. Te informaré cuando escatime el peor de los escenarios.
—Eso sería de mucha ayuda, gracias.
—No agradezcas, me mantiene entretenido. —Ventiló su mano al aire como restándole importancia a la ayuda que le brindaba.
—¿Cómo está Rouge?
—Encerrada con mi madre. No ha querido dirigirme la palabra. —Taro pareció ser vencido por la impaciencia, y se levantó del banquillo para dirigirse hacia el ventanal. Se cruzó nuevamente de brazos, recargando el peso de su torso en la periferia de la entradilla, y suspiró.
—Lo siento.
Shinnosuke contempló al hombre que la hacía compañía, y ciertamente lucía decaído muy a pesar de su porte intimidante.
—Debo de admitir que me pone bastante nervioso —confesó sin mirarle, prestando su atención a cualquier punto fuera de la cristalera—. La mayor parte del tiempo no puedo acertar lo que piensa. Siempre me envía señales ambiguas, y difícilmente puedo entenderla a tiempo.
—Veo que finalmente encontraste a alguien que logra evadir esa insufrible habilidad tuya.
—Observación y lógica deductiva —puntualizó girando la cabeza en dirección de Shinnosuke—, no tiene nada de extraordinario. Aunque para ustedes idiotas pareciera que hago hechicería.
—Eres muy aterrador cuando te pones en ello —Se burló el castaño.
Taro sonrió de medio lado.
—Imbécil.
—Tarado —respondió Shinnosuke con falsa indignación.
—Ella es mayor que yo, ¿sabes? —reveló de súbito, acomodando su postura para encarar completamente a Shinnosuke.
Taro no era una persona que gustase dar detalles de sus asuntos privados, ni siquiera a ellos que eran sus amigos. Así que Shinnosuke entendió que aquel asunto de la boda lo tenía bastante mortificado.
—He de admitir que no lo aparenta. —Cuando vio a Rouge por primera vez, precisamente ese día que llegaron al castillo de Pansuto, Shinnosuke supuso que la mujercilla no sobrepasaba los veinte inviernos.
—Cuatro inviernos —aclaró.
Eso sí que sorprendió al Shoyū de Ryugenzawa. De los cuatro amigos, Taro era un invierno mayor que todos: el gobernante de las Tierras de Furumoto ventilaba nada menos que veintinueve inviernos de vida. Así que si hacía las cuentas, Rouge Ashura contaba con treinta y tres inviernos de existencia.
—Tú te vez unos seis inviernos más jodido si me lo preguntas. —Aquel detalle le generó varias dudas al castaño. Por ejemplo, por qué la mujer permaneció sin contraer nupcias por tanto tiempo y habiendo pasado la edad casadera por mucho, mas prefirió no cometer indiscreciones. Además, era un tema que no le concernía.
—No te pregunté.
—Bueno, quería que lo supieras —defendió.
—A veces siento que aún me mira como si fuera un niño… esa maldita engreída. —Se quejó.
A pesar de que las últimas palabras pronunciadas por Taro pareciesen un insulto, Shinnosuke sólo saboreó inseguridad en ellas.
—No conozco a tu prometida lo suficiente como para poder conjeturar nada. Pero si esa mujer no pidió la pena capital en el momento en que se convirtió en tu prometida, dudo que tengas que preocuparte porque decida desecharte ahora. Además, organizó un banquete con la comida preferida de todos y cada uno de los Señores presentes, ¡por TianRyū! Esa chica realmente está metida en la empresa —caviló.
Taro miró a Shinnosuke con desconcierto.
—¿Y por qué hubiese pedido la pena capital sólo por ser mi prometida? —cuestionó enarcando una ceja.
—Eres bastante arisco y tosco de modales. Tu lengua afilada es demasiado insensible y esa mente analizadora tuya es un dolor en el trasero. Y, lo más importante: no eres nada guapo —enfatizó.
—¿Disculpa? —preguntó incrédulo—. ¡Soy el más atractivo de todas las Tierras Altas! —alardeó.
—Sólo en tu imaginación. —Concedió.
—¡Tsk!, tú no sabes nada sobre la belleza.
—Más de lo que tú sabes sobre la empatía. —A Shinnosuke le alivió que Taro le siguiera el hilo a sus pullas; no era un hombre que se dejase consolar a través de la condescendencia, Shinnosuke se había percatado de ello hacía mucho tiempo. Por tanto, cuando el Señor de Ryugenzawa se metía con él mediante la palabrería, Taro entendía que estaba siendo apoyado, y que podía confiar en el juicio del castaño. En cambio, si el Shoyū de Furumoto le seguía la corriente, Shinnosuke comprendía que su confort había sido bien recibido y que su amigo se encontraba menos ansioso. Era una extraña interacción que habían desarrollado con el pasar de los años.
Un momento de cómodo silencio gobernó la habitación, hasta que Shinnosuke decidió indagar en otros asuntos.
—¿Y qué piensas hacer con Ryoga?
—Eso depende de lo que decidan los Sotome. Aunque si debo liberarlo, prefiero esperar a que se le pase el cabreo o mínimo hasta que su coronel haya llegado.
—Si ese es el caso, espero que lo mandaras maniatar extremadamente bien. Los rumores dicen que Ryoga puede romper una gran roca con un sólo dedo. —Shinnosuke levantó el dedo índice para enfatizar sus palabras—. Y ya te imaginarás entonces, que las paredes de un calabozo no serán la gran cosa para él.
Taro se carcajeó con ganas tras escucharle.
—Pues si a esas vamos, los rumores dicen que yo he vencido al legendario minotauro alado con tentáculos de pulpo. Así que, mi querido amigo, entenderás que el flacucho dedo de Ryoga no me intimida para nada —decretó orgulloso.
—¿Y eso es verdad? —preguntó sinceramente asombrado—, ¿realmente venciste a un minotauro alado? ¡¿Existen los minotauros siquiera?!
—¿Y qué hay de ti?, ¿es cierto que derrotaste a la mítica serpiente gigante de ocho cabezas?
«Buen punto», pensó el castaño.
Antes que la región peninsular de Ryugenzawa se convirtiese en una zona de actividad pesquera próspera y comercial, se decía que esas aguas y tierras eran gobernadas por grandes bestias. Daigo Hiirgai y los Shoyū anteriores a él, habían preferido utilizar aquellas historias como estrategia militar frente a los proscritos o cualquier otro posible enemigo, además de usar su conocimiento del relieve como puntos a favor para el asecho o algún ataque sorpresa. Por tanto, gran parte de la región peninsular permaneció en su salvaje naturalidad. Fue Shinnosuke quien decidió beneficiarse de la diversidad de fauna en las costas, para enriquecer la actividad económica de su pueblo. He así que cuando el Shoyū de Ryugenzawa, con sólo quince inviernos de vida, tomó aquellas salvajes aguas y tierras, muchos rumores entorno a él se propagaron entre los pobladores. Sin embargo…
—Bueno, he de admitir que tener ese tipo de reputación llega a ser favorecedora —admitió sin confirmar o negar nada en específico.
—Ahí tienes tu respuesta.
—¿Entonces no piensas apiadarte de Hibiki?
—¿Apiadarme?, ¡si lo mantengo a salvo de Genma y Ranma encerrado ahí! —dramatizó.
—¡Oh! —¡Pues claro!, tener a Ryoga confinado en las peripecias de las mazmorras fungía como un efecto tranquilizador de la codicia asesina del padre y hermano de Ranko. Quizá no fuese un alivio satisfactorio para su orgullo, pero al menos podían jactarse que el culpable de arruinar la buena virtud de la heredera Saotome sufría los horrores del calabozo.
—Sí… oh.
Fue el turno de Shinnosuke para liberar una risotada.
—Al contrario de lo que aparentas Pansuto Taro, eres un buen amigo y aliado —elogió el castaño, alzando el guinomi en dirección de Taro como señal de brindis—. A tu nombre —mencionó solemne para después beber un sorbo gordo del líquido verdoso—. ¡Agh!, ¡puagh! ¡Brrr!... asqueroso… —Shinnosuke se había olvidado completamente del horroroso sabor de aquella poción.
—Idiota —Se burló el Señor de Furumoto—. Y hablando de buenos amigos… —Se interrumpió para regresar a su lugar en el banquillo—. ¿Cuándo planeas decirnos? —inquirió, una vez tomó asiento cruzándose de brazos y piernas, observándole con esa mirada inquisidora suya.
Shinnosuke sintió como si Taro estuviera revolviéndole el seso, aquella mirada había adquirido el cariz de un tejón astuto. Esos endemoniados ojos de Taro veían más de lo debido.
Un nuevo silencio llenó el recinto, sin embargo, en esta ocasión era denso y acusador.
—¿De qué hablas? —preguntó fingiendo confusión, pero su voz vibró trémula… nerviosa. Su pulso comenzó a acelerarse y unas ganas inmensas de esconder la cabeza en el duro suelo comenzaron a tentar su buen juicio. Sin embargo, optó por la demencia, no se le antojaba partirse el cuello por ahora.
El castaño exhibió su mejor sonrisa embustera, esa que siempre funcionaba con Ranma cuando deseaba despistarlo. Y como si el Shoyū de Furumoto le hubiese leído el pensamiento dijo:
—Yo no soy Ranma, Shinnosuke.
Shinnosuke tragó duro, mas continuó sonriendo a pesar de la extrema preocupación que comenzaba a materializarse en gotas de sudor sobre sus sienes y espalda. Al parecer Taro ya sabía. Pero… ¿qué tanto sabía? Ciertamente eso era algo que no deseaba averiguar en esos momentos.
—Ob-obviamente… —carraspeó—. Obviamente no lo eres. ¿A qué ha venido eso? —inquirió con un desconcierto poco creíble para la sagas intuición de Pansuto.
Taro continuó observándole, analizando cada movimiento, palabra y respiro. Esos malditos ojos parecían lanzarle un embrujo, y el fugaz pensamiento de rendirse y "soltar la sopa" comenzó a resultarle tentador.
«¡Ayuda!», gritó para sus adentros.
—Si no respiras perderás la conciencia, estúpido —informó Taro, levantándose de su lugar.
Shinnosuke inhaló hasta inflar sus pulmones y liberó el aire en un sonoro suspiro, pero eso no aminoró sus nervios.
—No voy a obligarte a hablar si no quieres… por ahora —mencionó encogiéndose de hombros.
Pero bueno, eso no era un consuelo para nada.
Taro giró sobre sus talones y se encaminó hacia la puerta.
—Ranma no se tomará muy bien esto cuando se entere, Shinno —advirtió de espaldas al castaño—. Prepárate para ser odiado. —Y sin más, el Señor de Furumoto abandonó la habitación.
El Shoyū de Ryugenzawa permaneció un rato más contemplando la puerta, abstraído en sus pensamientos… angustiado por una verdad que ya conocía. Sí, por supuesto que ya lo sabía. El engaño y la mentira eran faltas imperdonables para Ranma. No había segundas oportunidades si desestimabas su lealtad, su entrega, su confianza. Y aunque la decisión de callar fue tomada por intereses mucho más críticos que menospreciar la buena amistad de Ranma y los demás, eso no impedía que se sintiese un traidor. Un traidor de todas aquellas personas que le querían sinceramente; y esa era una carga que le pesaba cada día.
—¿Insinúas que Saotome es capaz de ordenar que lastimen a la persona por la que lleva prendado casi toda su vida?
Con esas palabras resonando en su mente, Shinnosuke volteó hacia el ventanal y, mirando el cielo a través del cristal, le pidió al Dios Dragón que ablandara el corazón de Ranma cuando descubriese todas las verdades escondidas entre él y Arashi. Porque si bien era verdad que Ranma como mucho llegaría a odiarle a él… con Arashi no estaba tan seguro.
Y es que, lo Ranma sentía por Arashi, iba mucho más allá que una fraternal amistad.
N/A: No tuve vacaciones T_T -Fin del comunicado-
Agradecimientos totales a:
Luz Aurea Pliego Romero
Andre Palomo
Bianka Sherlin
kariiim
AkaneKagome
Kris de Andromeda
SARITANIMELOVE
A.R Tendo
Llek BM
TatyGuerrero
VANE TENDO
Shojoranko
AkanePau
YorokobiSaotome
Cynthiagurud
F
Hikari
Mina Ain0
livamesauribe
LumLumLove
Rosi
Phanyzu
Cada una de sus palabras en verdad me hace sonreír y me motiva cada día para robarle un poco de tiempo al tiempo, a pesar de todo el trabajo y las responsabilidades diarias. Nunca podré plasmar complemente lo que sus comentarios significan para mi. Gracias por darle una oportunidad a mis historias. Espero que ustedes y sus familias se encuentren bien, dónde quiera que estén. ¡Fuerza para todos! Les adoro.
Buena vida.
°PenBagu°