N/A:
¡Hola por allí! Para algunas personas esto será una sorpresa, para otras no (sobre todo las que me siguen en Facebook y quienes se han emocionado con la idea de esta nueva historia).
Como dije en las redes, esta es una historia que hace mucho empecé y nunca pude sacar a la luz. Pero hace poco me animé a presentar la idea en el Proyecto New Writers de la página de facebook de Cristy1994, quien eligió apostar por esta historia, me ayudó a reflotarla y a perfeccionar mi redacción -además de ser un apoyo incondicional- gracias a ella por soportarme y por ser la mejor beta y amiga española que se pueda tener.
No quiero extenderme, ni tampoco adelantarles nada. Por lo que sin más, aquí les dejo el primer capítulo.
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EL PUESTO
En un cuarto antiguo, que debió pertenecer a una familia adinerada durante la época colonial, se encontraba una muchacha de veintisiete años llena de expectativas y sueños. Hermione Granger era graduada con honores, recibida como licenciada en filosofía y letras y con un master en redacción periodística y servicios sociales. Se consideraba a sí misma como una nerd de libro, una amante de la biblioteca y el conocimiento, una intelectual empedernida… que debía dejar de mirar por la ventana las calles de Toulouse, Francia, y salir de la habitación de la cual se había enamorado para tomar su avión de vuelta a casa.
Hacía dos semanas que se alojaba en un hotel llamado "Hotel du grand balcon", y desde entonces sentía que ese era su lugar en el mundo. Pese a que sus vacaciones habían llegado a su fin, la alegría de haber visitado aquel lugar le traía los más felices recuerdos de su infancia. Rememoraba aquellos días en los que su madre la llevaba de la mano por las preciosas calles de Toulouse y miraban las vidrieras llenas de adornos y de las más finas costuras con irremediable admiración. Sin embargo, ahora que debía salir de allí para volver a la realidad, sentía que un gran vacío existencial y una pesada incertidumbre le perforaban el pecho y la hacían querer mirar hacia afuera con añoranza.
Suspiró y cogió un mechón de su cabello que ha caído sobre su rostro para colocarlo detrás de la oreja. Todavía no se acostumbraba a que le llegara hasta los hombros, además de que ahora tenía varias ondas salvajes que le daban un aspecto despojado debido al corte. Para su suerte, una de sus amigas dedicaba su vida a la estética y el cuidado personal, le había recomendado una loción que se aplicaba todas las noches para aplacar su tendencia al frizz, cosa que se había permitido hacer porque adoraba llevarlo corto.
Después de unos segundos de completo silencio en los que su mente divagaba en los recuerdos, tomó valor para recorrer toda la habitación por última vez, haciendo un esfuerzo por no quebrarse. Amaba ese lugar, y salir por esa puerta no era solo dejar atrás la comodidad y el bienestar personal que pocas veces se permitía, sino volver a la rutina. Dijeran lo que dijeran, la verdad era que tenía que enfrentar el mundo adulto.
Y… ¿Cuándo había dejado de ser adulta?
La respuesta era: nunca. Hermione nunca había sido de las adolescentes rebeldes que no hacían la tarea o que les pedían los trabajos a otros para irse a divertir; no, ella era la que prestaba sus trabajos o hacía el doble por los demás. No salía a bailar o a bares a menos de que fuera totalmente "necesario" (lo que se traduce en: las suplicas de sus amigas). Todavía era un misterio cómo se las había arreglado para socializar, porque aunque hubiera madurado siempre estaría adelantada a su edad mental. Ella era adulta y tenía responsabilidades, y así se mantendría. Además, adoraba su profesión y la compañía de una buena película el fin de semana. Con eso era feliz, no necesitaba otra cosa… así que ese día volvería a Londres, a pesar de que ese maravilloso viaje y la forma en la que la habían recibido la habían hecho anhelar quedarse un poco más. Pero era impertérrito volver, y lo era por dos razones: la primera era que su jefa le había pedido que se reincorporara; y la otra, y la más interesante para ella, era que la había invitado a un evento que probablemente significara un ascenso, o al menos deseaba que así fuera, ya que llevaba años esperándolo.
A pesar de sus anhelos sabía que algún día tendría que volver y hacer cambios en su vida. De todos modos la rutina nunca fue lo suyo y tarde o temprano, si no había ascenso o traslado ella se iría, por lo que respiró profundo y con paso decidido salió del cuarto que la había acogido todo ese tiempo. Cerró la puerta con llave y tomó su valija y el bolso de mano. Luego, soltando todo el aire contenido bajó las grandes escaleras de mármol blanco. Iba con la cabeza gacha y tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta en el momento que chocó con otra persona que estaba subiendo, cayendo de espaldas con el golpe.
—Lo siento, yo… —Hermione había perdido el habla en el momento en el que había levantado la cabeza y se había encontrado con dos ojos de un extraño color que la miraban con preocupación y algo más que los hacía brillar. Su corazón se exaltó y el aire se le atoró en la garganta. El ácido perfume que emanaba su cuello y la carnosidad de sus labios ahora torcidos en una media sonrisa la dejaron en blanco.
—¿Estas bien? —le preguntó el chico. Parpadeó un par de veces, tratando de recomponerse antes de asentir. Sabía que cualquier cosa que saliera de su boca iba a ser un sin sentido. Él sonrió y le tendió una mano para levantarla, la cual aceptó con gusto—. Te has pegado un buen golpe —agregó.
Se dispusieron a recoger los libros y bolsos de la chica que se habían caído con el impacto. Ella juntó prácticamente todo lo que había caído de su cartera, excepto una insignificante e incriminadora tira de preservativos, que le tendió el chico con una sonrisa divertida. Hermione se sintió enrojecer, pero no se dejó amedrentar y los tomó para guardarlos en ese instante. Después se martirizaría por hacerle caso a Pansy con eso de "estar siempre preparada". Se acomodó con todo el equipaje y levantó un poco el mentón con la valentía que la caracterizaba. El muchacho sonrió aún más.
—Bueno, ha sido… un gusto —le tendió la mano ella.
—Lo mismo digo —convino el apuesto y sensual hombre de traje que seguía sin apartar la mirada de la suya. A pesar del momento tenso por el prolongado silencio y escrutinio de ambos, se sentía cómoda con aquella situación. El aire era más cálido y algo en sus ojos la invitaba a reconfortarse en ellos.
Desgraciadamente, el momento fue cortado por la voz del recepcionista, que llegaba agitado desde detrás de ellos por tratar de alcanzar con desesperación al chico.
—Ya se desocupó la otra sala, señor —le dijo casi sin aliento. El rubio cortó el contacto con ella y se dirigió al hombre que no paraba de hiperventilar.
—Bien, entonces bajemos —aunque se refería a ellos dos, Hermione también bajó las escaleras en fila y al llegar al salón principal, vio a otros hombres de traje esperando al rubio. Una mujer de pelo negro y bellas facciones, ropa de etiqueta y esbelta figura, se dio la vuelta con un grácil y sensual movimiento para sonreírle al rubio y así, caminar a su encuentro para tomarlo del brazo con actitud posesiva.
Hermione entrecerró los ojos con curiosidad mirando hacia donde desaparecían las figuras con clase, antes de que el hombre apuesto se girara para darle una cálida sonrisa.
—Señorita Granger, ¿espera para hacer el check-out? —le preguntó el recepcionista de nombre "Brod", que al parecer seguía parado a su lado.
—Sí. Aquí tiene las llaves —respondió saliendo de su estupefacción, sonrojándose violentamente por segunda vez ese día. Éste las recibió y se fue tras el mostrador.
Unas mujeres llegaron a su lado y esperaron ser recibidas. Una era alta y estilizada, tenía un cuello largo y la nariz ganchuda, ojos negros y el pelo carre, la otra era bajita y retacona, tenía varias pulseras y collares, sus ojos eran del tamaño de una pasa y el cuello corto, el pelo lleno de reflejos y largo hasta la cintura. Eran tan opuestas como el día y la noche, una de cal y la otra de arena. A Hermione le recordaron a las chicas de aquella película de adolescentes en la que aparecía Lindsay Lohan haciendo de chica nueva en un instituto lleno de grupos que rivalizaban por la popularidad. Como era predecible las dos mujeres no dejaban de hablar y Hermione decidió poner su plan "oídos sordos" en marcha, porque no soportaba aquellas voces cotilleando y ya tenía un método para evitarlo. Por lo que rebuscó en su bolso, con desesperada ansiedad, los auriculares y su celular para escuchar música. Como su bolso era un lío con todo lo del viaje, siguió sin éxito buscándolos con la mano, dispersando cada cosa a su paso, pero sin poder evitar escuchar la conversación ajena. Estaban tan cerca que no entendía cómo es que se gritaban tanto para hablarse entre ellas. Quería cerrar los ojos y bloquear sus sentidos. Pero, lamentablemente, esa clase de magia no existía.
—¡Vamos Lazy*! ¿Cómo no vas a saber quién es él? —dijo con una voz chillona la más bajita, haciendo énfasis en el artículo que aparecía en la revista que tenía en sus manos. Hermione tuvo que aguantarse la risa por el nombre de la chica.
—Lo siento, pero no. No estoy tan obsesionada como tú con los franceses, Alice—dijo, rodando los ojos para quitare importancia.
—Bueno, no sabía que este hotel alojara a semejante magnate de los negocios —dijo Alice mirando por donde se había ido el "magnate de los negocios"—. ¡Pero si tiene el mismísimo trasero de Adonis! —comentó efusivamente—, y déjame decirte, que no es un francés. Es inglés y aunque no lo fuera ¡qué rayos te importa! ¡Mira esa musculatura! ¿Acaso no has visto su sonrisa? Oh, ¿y sus ojos? Son de hielo, dicen que cuando te mira fijo brillan como dos radiantes diamantes preciosos —le replicó con ansiedad. Lazy giró entonces su cuello de ñandú y miró donde su amiga se había quedado prendada observando. Al parecer, el hecho de que le dedicara toda aquella sarta de piropos lo había vuelto interesante para ella.
—Bueno, por lo de sus "partes traseras" tienes razón. ¿Cómo dijiste que se llamaba? —ambas rieron escandalosamente y a Hermione le dio un escalofrío. Se recordó seguir haciendo aquello que iba a hacer, pero justo volvió Brod con algunos papeles que depositó en el mostrador y se los entregó para que firmara. Ella le otorgó el dinero que faltaba para cancelar definitivamente su deuda y con rapidez guardó su billetera y tomó de nuevo sus cosas.
—Que tenga un buen día, señorita Granger.
—Igualmente —le contestó con amabilidad. Luego acortó la distancia hacia la salida y se fue por la puerta giratoria. Salió de allí inspirando aire fresco. Ya sentía que se iba a asfixiar si seguía allí más tiempo.
Al llegar aquella tarde el domingo, se dispuso a arreglar todo para el día siguiente. Volvía a la editorial en la que trabajaba y estaba segura que tendría un montón de mails acumulados. Después de alimentar a su gato negro, Danton, decidió adelantar trabajo y releyó uno por uno.
Si bien había llegado a limpiar su bandeja de entrada casi completamente, a las seis de la tarde comenzaron las distracciones habituales otra vez y no pudo continuar con los quince restantes. El timbre de su edificio sonó llevándola a estirarse con modorra.
Su apartamento era pequeño, pero muy cómodo, tenía una cocina cerrada, un baño y una pequeña lavandería, y en un solo y gran ambiente, tenía el living y el comedor. Ambos daban a un gran ventanal que se orientaba a las maravillosas calles de Londres, llenas de edificaciones y ruidos de la gran ciudad. Su habitación estaba en el entre piso, tenía una cama de dos plazas, una mesita de luz con una lámpara antigua y una biblioteca gigante adosada a la pared, aunque solo se viera gigante en su habitación. El suelo era de parqué y las paredes blancas. Su modestia generaba grandes discusiones con su madre, quien creía que con sus ganancias podía conseguir algo mejor.
Se quitó los anteojos y dejó el ordenador sobre la cama. Se puso las pantuflas y bajó las escaleras hacia la puerta de entrada.
—¡Ya voy! —exclamó por la insistencia con que tocaban el timbre. Ella sabía que era alguien de confianza, porque nadie más podía tocar así un timbre sin parecer maleducado.
Quitó el cerrojo y abrió la puerta casi queriendo tirarla en la cara del atrevido o atrevida que buscaba perturbarla tan desesperadamente.
—¡Sorpresa! —gritó su vecina de enfrente. Hermione puso los ojos en blanco, pero no tardó en sonreír por la efusividad de ella y la alegría por verla de nuevo. Se abrazaron y la dejó entrar—. ¡Te extrañé tanto! ¡No sabes la cantidad de cosas que tengo para contarte! —iba diciéndole mientras entraba en su cocina y dejaba unas macitas que había traído.
—Siéntete como en casa —le dijo Hermione con ironía. Su amiga hizo un gesto con la mano quitándole importancia.
—Te he cuidado el apartamento todo este tiempo, es bastante mío también —se encogió de hombros—, además… —arqueó una ceja sugestivamente.
—No me lo digas —pidió Hermione apretando los ojos cerrados—. ¿Son de "Charlotte Bakery"? —le preguntó a su amiga, señalando la bolsa que había traído todavía sin abrir los ojos.
—Te encanta jugar con eso ¿no es así? —la castaña se encogió de hombros—. Sí, son de allí. ¡Es que tienen unos muffins de ensueño!
Ginebra Weasley era su amiga de toda la vida, habían hecho la primaria y la secundaria juntas, y aunque no habían estudiado la misma carrera, se habían mudado al mismo complejo de departamentos.
Todavía recordaba ese momento en el jardín de infantes en el que se habían conocido a los tres años.
—¿Cómo te llamas? —le había preguntado una adorable niñita pelirroja llena de pequeñas pequitas en su rostro. Siempre había sido extrovertida, a diferencia de Hermione que era mucho más reservada.
—H-e-r-m-i-o-n-i-e —le había respondido ella, lentamente, soltando una letra tras otra para que no hubiera confusiones. Al parecer, todos tenían problemas para decirlo bien.
—¡Ah…! —había exclamado la niñita y se había acercado a abrazarla. Hermione se había quedado quieta por la sorpresa, pero pronto le había devuelto el abrazo, que fue corto—. Yo soy Ginny —le había dicho mientras se despegaba. En ese preciso momento había sonado la campana para salir al patio, por lo que habían corrido juntas hacia los juegos.
Cuando había llegado alguien nuevo al clan, Ginny la había presentadodel mismo modo en que ella lo había hecho.
—Ella es H-e-r-m-i-o-n-i-e y es mi mejor amiga —decía, dándose media vuelta y esperando que la siguieran, como a una líder nata.
Ella siempre había agradecido esa integración e inclusión que le había brindado. Era una amistad difícil de olvidar, no solo por su permanencia en el tiempo, sino porque había empezado de la mejor manera.
Cuando fueron creciendo, atravesaron los cambios de la pubertad juntas, la incertidumbre de la adolescencia, el primer amor y las peleas. Ellas podían hablar de todo y se entendían a la perfección. Por más tiempo separadas que estuvieran llegaban a conectarse de una forma inexplicable. Eran hermanas del alma.
Esa tarde su mejor amiga había llegado con noticias y entusiasmo, tenía una energía contagiosa y una vitalidad envidiable, por lo que se dispusieron a preparar una media tarde de ensueño. Pusieron los individuales en el living, llevaron sus respectivas infusiones, café y té, pusieron los muffins y las macitas en distintas fuentes y se acomodaron cada una en un sillón enfrentadas.
—Bien, ¿qué es todo eso que tienes para contarme? —dijo Hermione, sorbiendo un poco de su té.
—Primero tú. ¿Qué tal el viaje?
—Bueno… —hizo un rápido conteo de cada experiencia y trató de ordenarlas en su cabeza, cuando la imagen de un rubio de ojos grises apareció en su mente como un torbellino arrasando con cualquier iniciativa de organización, creando un caos total y dejándola en shock.
Para su suerte, en ese instante sonó el timbre por segunda vez ese día, interrumpiendo sus pensamientos y el inicio de algo que sería vergonzoso contar.
—¿Esperabas a alguien?
Hermione negó con la cabeza y frunció el ceño. Al parecer era domingo de visitas. Se levantó del sillón y caminó hasta la puerta. Del otro lado estaban dos de sus personas favoritas en el mundo.
—Bueno, bueno… por lo que veo hemos sido excluidos de la fiesta, ¿se puede saber cómo es posible que no te comunicaras conmigo cuando llegaste? —le reprendió su hermano. Acto seguido extendió sus brazos para que ella fuera hacia ellos. Hermione bufó y luego, con una sonrisa, se abalanzo contra él—. Te extrañe, pequeña.
—Y yo a ti, grandullón —le dijo cariñosamente con la cara contra su pecho. Blaise tosió a su lado, haciéndose notar, incómodo por la repentina muestra de afecto. Hermione se separó de su hermano y miró al moreno divertida—. Ven aquí tú también —dijo poniendo voz de capricho. Blaise hizo una mueca de niño pequeño y le extendió los brazos. Ella lo abrazó y al poco tiempo entraron.
—¡Hola pecosa! —le dijo Blaise a Ginny, le sacudió la mano sobre la cabeza despeinándola, mientras se sentaba a su lado en el sillón y tomaba un muffin de arándanos. Ésta lo miró suspicaz y le pegó a la mano con la que se estaba metiendo el muffin a la boca, provocando que se manchara con crema desde la nariz al mentón. Blaise sonrió y le acercó el pastelito para devolverle el favor, pero ella logró levantarse del sillón y moverse antes de que acertara el golpe, dejándolo en una posición ridícula en el aire. Hermione intervino poniéndoles una taza de café en las narices a cada uno. Si no, vaya a saber hasta qué hora iban a estar jugando. Así que Blaise miró a la pelirroja y le hizo una seña, llevando dos dedos a sus ojos y luego uno hacia ella, como símbolo no verbal de "te estoy vigilando", a lo que Ginny se encogió de hombros y le sacó la lengua.
Eran dos niños desde siempre. Hermione nunca había visto esa química en nadie más. Era un par singular. Blaise Zabini era compañero de la universidad de Theodore, su hermano. Ambos habían estudiado medicina pero se habían especializado en cosas distintas. El primero en veterinaria y el segundo en psiquiatría. Eran muy distintos, uno era pacífico, reservado y misterioso y el otro, extrovertido, humorista y pagado de sí mismo. Pero los dos eran inseparables y fieles amigos. Su relación, era muy parecida a la de Hermione con Ginny. Al parecer una característica Granger, era ser introvertidos.
Ginny tomó lugar en la alfombra y se apoyó en su brazo sobre la mesita ratona. Blaise se quedó en un sofá individual, y Theo se sentó junto a Hermione en uno de los sillones grandes, pasó un brazo por sus hombros y le pellizcó la mejilla con ternura.
—Mamá enloqueció —afirmó el castaño. Eran muy parecidos, tenían el cabello del mismo color y con ondas, la nariz pequeña y finita. Los pómulos apenas levantados y sus ojos eran en forma de almendras. Las mismas pestañas voluptuosas y cejas pobladas armoniosamente. Eran sus mismas versiones en masculino y femenino, a excepción de leves variantes como el mentón, ya que Theo lo tenía más cuadrado y Hermione más anguloso. La forma de la cara él la tenía más rectangular y ella más triangular y, el rasgo más distintivo entre ellos era, el color de sus ojos; ella los tenía miel como su padre y él los tenía verdes, como su madre. Eran mellizos, así que tenían una unión bilógica y espiritual incomprensible para el resto del mundo. Se llevaban tan bien que daba envidia. Todo hermano o hermana soñaba con tener esa relación.
Hermione se giró para mirarlo con los ojos entrecerrados y luego rió. Sabía que bromeaba, aunque estuviera completamente serio.
—¿Cómo es que nunca estudiaste actuación?
—Bueno —se encogió de hombros y le susurró—. No quería dejar a Blaise solo, no sé qué sería de él sin mí, ¿te lo imaginas? —hizo una mueca socarrona y ella le golpeo cariñosamente el hombro—. Hablando en serio, está ofendida porque no has levantado el teléfono y la has llamado desde que has llegado. Y no la culpo…
Hermione puso los ojos en blanco y cambió de posición a la de indiecito.
—Lo sé. Pero es que quería adelantar un poco de trabajo y no quería distracciones. Sabes que si me pongo a hacer llamadas me cuesta mucho volver a concentrarme.
—Tú y tu complejo de workaholic —bufó—. La he engañado —Hermione abrió mucho los ojos, una expresión que hacía cuando prestaba mucha atención a algo—, le he dicho que llegabas a las ocho. Te he dado más tiempo para que la llames, pero… me debes una ¿eh?
Ella le sonrió y lo abrazó.
—Gracias.
—¿Qué tomaremos nosotros? —dijo Blaise, interrumpiendo el momento cursi.
Después de pasar un par de horas esa misma tarde con sus amigos entre risas y anécdotas, Hermione se despidió de cada uno y quedó con Ginny en juntarse a solas para ponerse al día.
Luego de prepararse la cena telefoneó a su madre, quien debía estar preocupada por su regreso. Y tal como había revelado su hermano más temprano, la mujer estaba un tanto histérica, aunque intentara disimularlo.
—¿Cómo no me dices a qué hora llegas? —la recibió Jean al otro lado del teléfono.
—Buenas noches a ti también, mamá —suspiró Hermione—. Estoy recién acostumbrándome al cambio de horario y ya estás acusándome ¿Tengo que recordarte que ya soy mayor?
—Tú nunca serás mayor para mí —contestó la mujer haciendo énfasis en esa palabra como si quisiera dejar constancia. Hermione sonrió.
—Te extrañé.
—Yo también, no sabes cuánto —respondió con ternura—. Además, tu abuela no ha parado de preguntar por ti. Cuando puedas la llamas, que me pone los nervios de punta.
Al parecer las historias y los genes se repetían de generación en generación. Y digamos que su familia materna era un tanto intensa con la protección y el cuidado de los seres queridos. Justo como su abuela con su madre y a su vez esta con ella.
—Lo haré, gracias por pasarme el comunicado, ¿tú cómo has estado?
—Uff. Soportando a tu padre que está obsesionado con comprar cosas por internet. Y ya sabes lo acumulador que se pone. Me está llenando el garaje otra vez de porquerías —bufó frustrada—. Lo peor de todo es que he perdido el deseo por ordenarlo, ya no quiero estar persiguiéndolo para que tire esas cajas de cartón que se encontró hace dos años en la calle, ¿lo recuerdas?
—Aha. Recuerdo que estaba convencido de que esa cantidad de cartón debía servir para algo.
—¡Dos años y nada! ¿Puedes creerlo?
—Claro que sí, es algo que papá haría ¿Qué puedo decirte? Es el hombre que elegiste, hazte cargo —se burló su hija.
—Oh no, yo no lo elegí. Si hubiera podido elegir de quién enamorarme lo habría hecho de alguien más, alguien como Shakespeare quizás.
—Bueno… no sé si te hubiera ido muy bien. Era demasiado dramático.
—Sí, tienes razón. Creo que doy gracias a la naturaleza por no dejarnos elegir esas cosas. Probablemente, estaría envenenada para el final del día si de mí dependiera —comentó y ambas rieron—. Pero ¿qué hay de ti? ¿Qué tal está mi bella Toulouse?
—Tan hermosa como la recordaba. No quería regresar.
Hermione le relató con detalle a su madre los recorridos y paseos que había realizado en Francia hasta que se hicieron las nueve de la noche y ambas tuvieron que regresar a la realidad para continuar con sus rutinas. Envió saludos a su padre y se despidieron cariñosamente.
La mañana del lunes llegó a su cuarto a través de la ventana con un sol esclarecedor. Se levantó con pereza y se metió a bañar, cepilló sus dientes y luego hidrató su cuerpo con crema. Se puso un conjunto de ropa formal, camisa blanca, pantalón y bléiser negros, luego se recogió el cabello dejando liberados algunos mechones, dándole así un aspecto más relajado. Desayunó una taza de café, una tostada y media naranja. Tomó su cartera, donde introdujo las pertenencias que consideraba esenciales para ese día y salió con prisa.
La mañana fuera del apartamento estaba preciosa, repleta de colores amarillos y anaranjados que anunciaban la llegada del otoño.
Caminó hasta la estación y tomó el tren que la llevaba a su oficina. Trabajaba en una editorial muy prestigiosa, pero hacía varios años que quería cambiar de sección con un ascenso y creía que hoy ese día había llegado. La habían convocado a un cocktail en el penthouse del antiguo edificio en el que durante cinco años había dedicado horas de su vida a redactar una columna acerca de consejos culinarios, cosa que había comenzado a detestar ya que creía que estaba hecha de mejor madera. Su constante optimismo la llevaba a pensar en grandes posibilidades futuras, aunque a veces tuviera que lidiar con palos realmente grandes en la rueda.
Tres paradas y cinco cuadras después, ingresaba en el edificio de Stellar Company. Pero esta vez subiría al décimo piso donde la esperaba la junta, y no al segundo piso donde se encontraba su oficina.
—Buenos días, Señorita Granger —la saludó el portero.
—Buenos días, Percival —dijo radiante—. Por favor, llámame Hermione. Hace años que nos conocemos.
El pelirrojo sonrió complacido y tras una reverencia la dejó pasar al hall principal.
La castaña caminó erguida hasta la recepción, donde anunciaron su entrada, y tras verificar su invitación en la lista fue acompañada hasta el gran salón.
Apenas se giró para observar el lugar, quedó maravillada con la gran estructura moderna que se erigía frente a sus ojos. Columnas metálicas de enormes dimensiones dividían varios espacios a lo largo de la explanada, las ventanas sin cortinas dejaban entrar la luz del día iluminando el lugar sin necesidad de utilizar energía artificial, dándole un aspecto espacial y fresco. La decoración minimalista nutrida por la imagen de Londres a través de sus cristales y bajillas era preciosa y abrumadora a la vez. De repente, se sintió más pequeña y vulnerable frente a esa magnificencia avasallante. Un escalofrío recorrió su cuerpo, movilizándola. Respiró profundo y se infundó valor.
Estaba separado todo por ambientes y según las categorías de trabajo. Visualizó a su equipo y se encaminó a su encuentro, decidida y dispuesta a enfrentar lo que viniera.
—Señorita Granger —la saludó la editora en jefe tendiéndole la mano—. Me alegra que haya logrado venir.
—Oh, no. Muchas gracias, Señora Brown por invitarme —correspondió a su saludo—. Es un gusto para mí compartir esta mañana con ustedes.
La mujer le dedicó una breve sonrisa.
—Bueno, debería prepararme para el anuncio que daré en breve. Pronto llegarán más invitados de la firma que estarán ansiosos por conocer el motivo de la reunión —dijo educadamente. Hermione no podía estar más ansiosa y feliz que en ese momento, debía controlarse o no quedaría rubor para alimentar sus mejillas de tanto sonrojarse.
—¡Hermione! —escuchó que le gritaba su colega, haciéndole señas desde la barra de tragos.
La Señora Brown puso los ojos en blanco y se giró hacia el muchacho con una mirada asesina. Su jefa era amable, pero era de armas tomar. Podía pasar del amor al odio en un solo instante. Hermione temió por John, que apenas recibió la mirada de hielo de la mujer se quedó petrificado totalmente.
—No se preocupe, yo me encargo —se apresuró a contestar antes de que lo degollaran por hacer el ridículo.
La mujer se giró a verla y asintió con seriedad.
—Me retiro. Suerte, Señorita Granger —y sin más, se alejó de allí con elegancia.
Hermione dejó salir el aire mal contenido con premura y se acercó casi trotando hacia John, quien seguía en estado de shock.
—Vamos, no ha ido tan mal —le dijo, compadeciéndose del chico.
—Me odia.
—Claro que no —le aseguró—, ha reaccionado así porque este es un gran día. Lleva tiempo planeándolo y tú gritaste un poquito exageradamente mi nombre.
—Tienes razón, lo siento. Es que te extrañé. Dos semanas sin ti es mucho sin mi nerd personal —le contestó sonriente para luego abrazarla con ternura.
John era su compañero leal. Su dupla de trabajo. Redactaban juntos los artículos, se corregían los trabajos, se burlaban de ellos mismos, se pasaban horas charlando en el bufet y se cubrían cada vez que alguno llegaba tarde. Era un gran compañero y esperaba que su ascenso no los separara tanto. ¿Su ascenso? ¿Ya lo había asumido? Oh no, estaba enloqueciendo ¡Ni siquiera sabía de qué iba la gran junta y ya se había auto ascendido!
—Necesito un trago —anunció con desesperación. John sonrió y le tendió una copa con unas rodajas de limón cortadas—. ¿Qué es esto?
—Me tomé la molestia de pedirte algo diferente… —Hermione arqueó una ceja.
—Sabes que siempre bebo el mismo trago.
—Lo sé. Pero hoy es un día de sorpresas, ¿qué le hace una mínima sorpresilla más a tu vida? —dijo codeándola—. ¿O acaso no te animas?
Hermione rodó los ojos y luego le lanzó una mirada de advertencia. Tomó la copa y olió su fragancia antes de sorber su contenido. No estaba mal. Tenía mucho limón y estaba helado, lo que hacía pasar desapercibido al alcohol. Y una vez que se asentaba el sabor podía percibirse una corriente de diferentes especias por el paladar.
—Hum, rico.
—Lo ves —le guiñó un ojo arrogante.
Hermione iba a acotar algo, pero justo fue interrumpida inevitablemente por el sonido del micrófono encendido y el murmullo de los presentes que observaban el centro del salón donde se encontraba un estrado. La señora Brown junto con tres personas más que nunca había visto en su vida, se alzaban en el escenario imponentes. El público estaba inquieto y nervioso por escuchar el gran anuncio que los tenía intrigados.
—Buenos días, jóvenes profesionales —comenzó la mujer—. Hoy nos hemos reunido con el motivo de comentarles algunas novedades y cambios de vital relevancia para todos los presentes en el salón —hizo una leve pausa que fue correspondida con un silencio expectante por parte del público receptor—. Como muchos saben, hace quince años que recibí el mando de esta compañía y ha sido todo un desafío para mí encausarla y llevarla a su posición actual encabezando la lista inicial de editoriales a nivel internacional —un caluroso aplauso no se hizo esperar ante aquellas palabras, después de la breve interrupción y un agradecimiento general prosiguió—. Hoy, con casi sesenta y dos años y una larga carrera, he decidido retirarme del cargo y otorgarle mi puesto a la persona más capacitada y competente que he conocido. Un ser que ha sabido manejar cada situación en su vida con destreza y convicción.
—Ese podría ser yo —le susurró su amigo a su lado, socarrón.
Hermione casi se atraganta con el poco contenido que quedaba en su copa. Se había bebido todo de un sorbo y comenzaba a marearse. Lo golpeó en el hombro y volvió su mirada al estrado, impaciente.
—Una persona —continuó la mujer—, que ha escalado en el mundo del periodismo y los negocios con ambición y astucia.
—Definitivamente, no soy yo —acotó John. ¿Cómo rayos podía hablar? Ella ni siquiera respiraba de los nervios.
—Alguien a quien podría confiarle mi vida si fuera necesario. Señoras y Señores, periodistas y comunicadores, profesionales y capacitadores, les presento al nuevo editor en jefe y dueño de la compañía, el Magister: Draco Lucius Malfoy.
Entonces pareció salir a la luz un ser que se había ocultado hasta ese momento tras las sombras. Un hombre alto de figura esbelta, de elegante porte y mirada gris, había aparecido en el escenario y con un ágil movimiento se había acercado hasta la señora Brown y su equipo para saludarlos con educación y tomar con naturalidad el lugar frente al estrado.
Esos ojos, esa sonrisa de medio lado y hasta el perfume cítrico, que Hermione pudo jurar que llegó hasta sus fosas nasales, apenas apareció frente a todos. A pesar de la larga distancia que los separaba la dejó inmóvil. Reconoció aquella tranquilidad con la que se movía, como si hubiera nacido para hablar frente a una multitud de personas. Sabía que la gente aplaudía, también podía sentir la mirada de desconcierto de John a su lado. Sentía su corazón latir desbocadamente y su mirada clavada en el hombre que se había chocado con ella en las escaleras de aquel hotel, el mismo que ahora ocupaba el puesto que tanto había deseado.
N/A:
*Lazy: Es usado aquí con su significado en inglés "perezoso" o "vago", para describir al personaje de la muchacha en el hotel.