1001 razones para odiarte
Hessefan
Disclaimer: Si One Piece fuera mío, de las cosas inmorales e impuras que le haría Sanji. Por su bien, le pertenece a Eiichou Oda (que ya bastante lo tortura él).
Advertencias: Ninguna.
Extensión: 2 capítulos.
Notas: Volvió la pesada de las notas interminables.
¡Extrañaba tanto este fandom! Necesitaba de ustedes; perdón por mi ausencia prolongada, estuve un par de meses por Centroamérica y para colmo en dicho viaje tuve la desgracia de quedar bajo la furia de una tormenta tropical con el pc portátil a cuestas u_u (y así perder tooodo lo que tenía escrito), si a eso le sumamos mi enfermedad… psss… llevo una eternidad sin escribir nada.
1. Busqué en lo más recóndito de mi mente algún momento calmo entre estos dos antes del clásico y conocido trato al que nos tienen acostumbrados. Me pregunté, ¿en algún momento se llevaron bien? Y si fue así, ¿cuándo? ¿cómo? ¿Y por qué dejarían de llevarse bien? Al final acabé por buscar el manga, en el Baratie tenía que haber algo, recordaba ligeramente que Zoro se iba después de la pelea con Mihawk, pero que antes de que llegara Krieg sí hubo momentos de calma. Dicho y hecho encontré que Luffy estuvo al menos dos días siendo mesero, ¡suficiente! Dame dos horas nada más y te hago un fic, así que dos días para plantear una interacción entre Sanji y Zoro era la gloria. De esta forma nació el fic que en realidad es una excusa para desarrollar algo que hace tiempo quería hacer… pero eso lo aclaro más abajo.
2. Tenía ganas de relatar pequeños momentos ZoSan o SanZo a lo largo de todas las sagas, pero tampoco tenía ganas de hacer un longfic calcando escenas ya híper mega conocidas, es por esta razón que me decanté por hacer entregas (de ahí el título principal), one shots que irán tocando distintos momentos de ellos como pareja (o algo parecido XD) dentro del canon ya conocido. Por separado van a ser one shots o historias cortas, sin embargo, al leerse todas juntas tendrá un sentido. También lo hago porque me está costando escribir y no quiero meterme de lleno con longfics (tengo uno empezado con el Germa 66 que no publico porque en verdad temo no terminarlo, así que prefiero ir poco a poco).
3. Tengan en cuenta que, por lo dicho anteriormente, no esperen encontrar de buenas a primeras un lemon con sexo a pelo XD. Admito que está subido de tono, porque tampoco es un fic de manitos sudadas, pero no es que Sanji un día se levantó y dijo "soy gay". Y agárrense fuerte de lo que tengan más cerca porque si este es el comienzo no sé qué me espera a futuro ni cómo lo voy a lograr *se abanica desesperadamente con una revista*.
Sin más espero que les guste, muchas gracias por seguir aguantándome y perdón por tardar tanto en responder comentarios. Mi economía anda muy mal como para poder arreglar la PC, me la paso pidiendo prestada (triste mi historia), pero sepan que tarde o temprano contesto; atesoro muchos sus reviews porque me dan ánimos para continuar haciendo algo que me apasiona, como lo es escribir, sin recibir un peso a cambio. Aunque suene un poco mal, y hasta perverso, ustedes son mi paga.
— Antes de la tormenta —
(1)
El destino de su belicosa relación podría haber sido muy distinto a como era en el presente de no ser por un pequeño -o gran- detalle que los dos buscaban recelosamente enterrar en su conciencia.
Si se detenían a rememorar el pasado podían hallar en sus mentes esos momentos en los que lograron congeniar. El problema radicaba en que desde el comienzo ninguno de los dos supo interpretar esa fascinación mutua.
Una admiración que crecería a la par de los elaborados y variopintos insultos que se dedicaban y que muchas veces eran motivo de risas para quien tuviera la fortuna de oírlos discutir hasta por lo más intrascendental.
Si bien es innegable que cada Mugiwara posee habilidades dignas de alabanzas, ellos dos destacaban gracias al afán por superar al otro. Todo aquel que los veía interactuar creía con fervor que esos dos habían nacido para pelearse.
Era algo muy común que los demás tripulantes le aclararan al espectador de turno que ellos siempre se habían comportado así desde que se conocieron. No obstante, Zoro y Sanji sabían que eso no era del todo cierto.
Si se esforzaban un poco para recordarlo, reconocerían -no sin cierta gracia y espanto- que contrario a lo que sus compañeros pregonaban ellos sí habían sabido ser buenos amigos… o algo que se le parecía bastante.
Pero tuvieron dificultades para fomentar ese vínculo; no supieron o en verdad no quisieron. Y no lo pretendieron porque esa admiración que sentían uno por el otro daba pie a otra clase de lazo.
Si en verdad se esmeraban un poco para encontrar razones valederas y no superficiales -como que el otro era un experto tocapelotas- que explicaran su relación en el presente, tenían que trasladarse al comienzo; al día cero de conocerse.
Fue casi de inmediato, solo que la flecha de cupido parecía haber estado envenenada.
Para Zoro fue ver al cocinero de ese barco dándole una soberana y merecida paliza a un marine; para Sanji fue la mera presencia de un espadachín que no necesitaba tarjeta de presentación.
El cazador de piratas no llevaba el mote en vano; era la clase de sujeto que inspiraba miedo, pero uno reverencial. No era el temor que saben desprender los matones de clase baja, que se valen de palabras, muecas y actitudes rudas para infundir pavor, por el contrario, ese espadachín no necesitaba hablar o mostrarse ante el mundo como un tipo duro para que uno lo supiera. Bastaba ver el negro de sus ojos para sentirse como una presa acorralada; era olerlo y sentirlo cerca suficiente para que cada célula del cuerpo despidiera una señal de peligro.
Sanji había conocido pocas personas así en su vida, una de ellas era Zeff.
Hasta Luffy, quien era muy fuerte, no se trataba de esa clase de sujetos que parecían tener un cartel invisible que decía «cuidado con la bestia, muerde».
Algo le quedó claro desde que lo conoció: ese espadachín sabía intimidar, y lo más loable es que parecía ser que ni el mismo Zoro era consciente de esa habilidad, adquirida de manera innata por la clase de vida que había tenido.
Si dejaban de lado esos detalles encomiables, había rasgos de sus personalidades que también les repateaba, pero eran mínimas en comparación.
En eso cavilaba Zoro mientras se quedaba dormido en la cubierta del Going Merry.
Desde su posición podía ver el enorme Baratie irguiéndose como un monstruo al lado de esa pequeña embarcación y, sobre lo alto, una única luz encendida.
—Lástima que sea tan baboso —se murmuró a sí mismo cuando ese farol se apagó y todo el mar se sumió en penumbras. Cerró los ojos abrazando un último pensamiento: "¿por qué lástima?".
Lo cierto es que nadie es perfecto, algún defecto se debe de tener para ser un simple mortal. Zoro no se detuvo en los detalles más profundos de su consciencia; no se cuestionó, por ejemplo, por qué entretuvo sus horas de insomnio con la imagen de ese cocinero. Por lo general cuando se cruzaba con alguien fuerte se le guardaba alguna impresión, pero no solía regalarle a nadie que no fuera Mihawk tanto de su tiempo mental.
Y como si el destino quisiera darle alguna pista de lo que le aguardaba a futuro, al otro día despertó con esa misma imagen; pero no, no era una nueva obsesión, es que la voz del cocinero se había colado en sus sueños.
Alguna cagada se había mandado Luffy, y esa fue la razón de tamaño grito. Sanji estaba regañándole por algo, no le quedó claro a Zoro ni tampoco le importó demasiado. Recién habían pasado veinticuatro horas del castigo impuesto a su capitán y como siguiera sumando días de trabajo se quedarían a vivir allí.
A veces, y solo porque no había nada más interesante para hacer en ese sitio, tanto él como Nami y Usopp trataban de darle una mano al chico de goma. Nada demasiado fuera de lo común: lavar algunos platos, limpiar luego de la hora de cierre o acomodar el salón.
El tirador prefería perder el tiempo pescando y era muy raro que la navegante ofreciera ayuda si no había algún beneficio material de por medio, así que a la larga terminaba siendo el espadachín quién más cooperaba con su capitán.
Zoro había puesto las sillas en orden y con tan solo eso sintió que ya había ayudado demasiado, por lo que se acercó a la cocina. Asomó la cabeza y husmeó para ver quién se hallaba todavía allí.
—¿Se puede pedir alcohol o ya…?
—Cuando el Baratie cierra, cierra —fue la respuesta tajante de Sanji, pero de inmediato llegó a la conclusión de que solo quedaba él. Allí no estaba el jefe ni sus molestos compañeros— ¿Qué era lo que buscabas puntualmente? —cedió al final.
—Sake. —Se quedó, porque por el gesto del cocinero de abrir la puerta bajo la alacena significaba alcohol gratis ya que esa era la reserva de los cocineros del lugar. Por lo general siempre debían pagar lo que consumían y Zoro era un tipo correcto en ese sentido— ¿Cuánto debo?
—Nada… ya todos duermen.
—¿No tendrás problemas con tu jefe si falta una botella?
El cocinero alzó los hombros con despreocupación y giró para seguir guardando las sobras dentro de recipientes herméticos, pero al ver que el espadachín permanecía en el sitio como dubitativo de abrirla decidió aclararlo.
—Esa botella es de mi reserva, además el trato es con tu capitán…—No dejaba de lado que ese tipo era el que más cooperaba con el nuevo mesero— ustedes están trabajando gratis.
—Si a acomodar sillas le llamas trabajar —murmuró el espadachín consiguiendo una sonrisa de lado por parte del muchacho. Ese gesto común le llevó a querer compartir el botín— ¿Bebes? Después de todo es tuya —rompió el precinto y ya abierta se la pasó.
—No mucho. —La aceptó por educación y le dio un sorbo corto, pero enseguida se la devolvió.
Había algo en la mirada insistente del espadachín que lograba ponerlo inquieto. Las luces del Baratie, en su mayoría, ya se encontraban apagadas. Quizás se debía a que la penumbra le daba un aspecto más siniestro del usual, pero los ojos de Zoro intimidaban.
—¡Terminé! —Se escuchó el grito jubiloso de Luffy a los lejos, cantando victoria. Sanji entonces dejó lo que estaba haciendo y se acercó a la puerta. El espadachín no mostró intenciones de moverse del marco y el cocinero tampoco se molestó en pedirle permiso, simplemente pasó.
Y ese fue el primer roce de muchos.
De otra clase de roce a los que más adelante estarían habituados, patadas y sablazos de por medio. No fue nada significativo en materia sexual, pero fue el mero acercamiento, el tenue contacto del brazo del cocinero con el pecho del espadachín, lo que despertó algo en ambos que ninguno supo reconocer ni mucho menos ponerle nombre.
Un interés compartido por estar cerca, cuerpo a cuerpo. Oh, sí… innumerables batallas cuerpo a cuerpo tendrían en un futuro no muy lejano, excusa mediante.
—Bien, cabeza de goma… —señaló Sanji al llegar al salón— no rompiste nada.
—Nop —dijo Luffy con notable satisfacción, aún tenía el trapeador en la mano y el delantal puesto.
—Bien, puedes irte.
—¡¿Y mi postre?! —cuestionó con decepción.
—¡¿Qué postre?! ¡Con el que le comiste al cliente ya tienes tu ración, malnacido! —vociferó incrédulo, porque el escuincle encima de comerle la comida a los comensales tenía el tupé de reclamar por más— ¡Largo de aquí! ¡Nos vemos mañana!
Zoro, tras él y sin dejar el lugar, esbozó una minúscula sonrisa que, así como llegó, desapareció cuando el cocinero volteó clavándole los ojos con ligera extrañeza; por un segundo había olvidado que el espadachín seguía ahí.
Era válido preguntarse qué tanto tenía que hacer allí el muchacho con el restaurante ya cerrado, pero prefirió atribuirlo al hecho de que todavía tenía mucho alcohol en la botella.
—No sé qué hace un tipo como tú con alguien como él —apuntaló Sanji buscando un cigarrillo para encenderlo.
—¿A qué te refieres con eso? —Zoro arqueó las cejas; no sabía si tomarse ese comentario a bien o a mal—. Prácticamente le debo mi vida a Luffy.
—¿De verdad? —Se sorprendió y señaló hacia afuera como si el capitán siguiera ahí— ¿A ese descerebrado?
—Descerebrado y todo, pero con los huevos suficientes para meterse en un cuartel de la marina y liberar a un condenado a muerte.
—Vaya… —murmuró un poco estupefacto y caminó hacia él para seguir con su trabajo.
En esa ocasión pidió permiso cuando tuvo que pasar por la puerta, logrando que el espadachín diera un ligero respingo y acatara a medias la petición, porque incorporarse y erguir la espalda para apoyarla contra el marco no era precisamente salir de un sitio estrecho para dar paso.
—No se juzga el contenido de un envase por su aspecto —le rebatió en un murmullo cuando pasó a su lado.
—Oh, qué filosófico —bromeó Sanji, disimulando el ligero estremecimiento que le había provocado ese susurro en el oído, el cálido aliento contra la oreja.
—Sin ir más lejos… —continuó, pero mostrándose un poco inseguro al develar en voz alta su pensamiento. A decir verdad, quería encontrar palabras correctas que no dieran pie a una mala interpretación.
—¿Qué? —Lo instó a seguir ante su silencio; le prestaba atención mientras se apuraba a terminar con la faena del día. No era mucho lo que debía hacer: guardar las sobras y limpiar las mesadas.
—Tú no pareces la clase de sujeto que es capaz de tumbar a un marine —acabó por decir; la incomodidad no fue evidente, apenas se distinguió en el gesto de pasarse una mano por la nuca despeinándose la ya de por sí desordenada cabellera verde.
—¿A qué te refieres con eso? —La actitud y el mohín afable del cocinero le habían arrancado una socarrona sonrisa al espadachín. Se había llevado una mano a la cintura y su cigarrillo colgaba de los labios en esa cara graciosamente contorsionada en una mueca de profunda molestia. Ese mero gesto, que después sería habitué cuando Zoro le dirigiera la palabra hasta para decirle buenos días, en ese instante le resultó encantador al espadachín.
—No lo tomes a mal, pero… —se atajó sabiendo que igualmente se lo tomaría a mal, pero lo cierto es que Zoro no era un tipo que supiera quedarse callado, él siempre decía lo que pensaba—. No tienes el físico de alguien que entrena duramente y cualquiera pensaría que eres un simple cocinero.
—¿Y tú qué sabes? Pfff… —se burló; era flaco, pero tampoco un palo debilucho— ¡Ni que me hubieras visto desnudo! —Se levantó apenas la camisa mostrándole por unos segundos los pectorales bien marcados, algo de lo que solía sentirse orgulloso porque debía admitir que, debido a su fisionomía y mala alimentación en la infancia, lograr esculpir un cuerpo como el de Zoro era algo muy difícil para alguien como él.
Genética diferente: el espadachín era del tipo robusto, él no. La madre naturaleza es así de perra a veces; a Sanji por ejemplo le había obligado a hacer un millón de abdominales más de los que haría cualquier simple mortal para llegar a ese punto.
—Bien… —murmuró Zoro con un asentimiento de cabeza al echar un decoroso vistazo.
—Para que veas, espadachín… —finalizó con satisfacción ante la mirada aprobatoria del otro. Se sentía orgulloso de su cuerpo; ¡para qué mentir, él creía que se caía de lo bueno que estaba! Solo que las chicas no sabían apreciarlo, ni siquiera se animaban a comprobarlo.
Algo en esa expresión y seguidilla de ademanes divirtió de sobremanera al espadachín, aunque no lo manifestó más que con otra huidiza sonrisa.
—¿Ves? Por eso digo que uno no puede juzgar a alguien por lo que se ve a simple vista. ¿Yo qué sé de ti? —retrucó mostrando su punto y con el fin de evadir un conflicto mayor en la conversación— ¿Y tú qué sabes de mi capitán?
Sanji nada acotó porque el espadachín tenía un buen punto. Terminó de limpiar la mesada principal a las apuradas y con una seña llamó al otro para hacerlo salir por la puerta trasera hacia la plataforma. Se acomodó en la baranda para encender un nuevo cigarro y enseguida sintió la inconfundible presencia del espadachín a su lado.
—Cuéntame cómo fue eso… —pidió Sanji mirándolo por unos segundos con una sonrisa juguetona.
—¿Qué cosa?
—Lo de Luffy —aclaró con grácil arrebato; le encantaba oír historias interesantes, ¿a quién no?— metiéndose en un cuartel de la marina. —Todavía le parecía un poco sorprendente haberse cruzado con un chico así, como lo era Luffy; tan atolondrado como bueno, capaz de conseguir que un cazador de recompensas y una hermosa mujer lo siguiera a través de esos mares. Usopp no contaba, juzgó precipitadamente que había tenido suerte de que lo invitaran a subir.
—Pues… —Zoro miró la botella y notó que todavía tenía más de la mitad, así que se acomodó en la baranda imitando la pose del cocinero; pegó el codo al de él y empezó a contarle la anécdota en calma y con todos los detalles.
El espadachín tenía una forma de hablar algo particular para Sanji, era como si le diera pereza estar allí contándole, hasta por un momento temió que lo estuviera obligando; pero enseguida se dio cuenta de que tan solo esa era su manera de hablar, porque de ser así no se detendría en los pormenores y hubiera resumido la historia en pocas palabras.
Estaba por la mitad del relato, contándole como Luffy se había metido dentro de la base para recuperar sus katana, cuando la voz del viejo se hizo escuchar rompiendo esa burbuja mágica en la que se habían metido.
—¡Ya vete a dormir, maldita berenjena, que mañana hay que trabajar!
Sanji levantó la cabeza y miró hacia el camarote del jefe, maldiciendo en voz baja. No se había dado cuenta de que estaban hablando alto; seguramente se había despertado por su culpa porque Zoro tendía a susurrar. Maldición, la historia era fascinante, o quizás era la compañía lo que le resultaba más interesante. No quería que el espadachín se fuera.
—Ven —le dijo—, me seguirás contando en mi cuarto. Es lo mejor, o ese viejo de mierda va a bajar a zurrarnos. —Giró y dio unos pasos, pero notó que el espadachín se mostraba dubitativo a seguirlo.
Zoro se preguntó en ese momento si lo correcto no sería soltar un «termino de contarte mañana»; algo le decía que era lo mejor y siempre tendía a ser considerado, pero él tampoco tenía ganas de terminar con la charla.
No encontraba motivos para permanecer con el muchacho rubio; tenía sueño por la hora y por el alcohol que corría en su sistema, y en verdad ya era tarde, más para el cocinero quién era el que debía levantarse temprano.
—¿Tú mañana no trabajas? —Y la tan temida frase que Sanji no quería oír. Se encogió de hombros y le soltó un pretexto que algo de cierto tenía.
—Nunca me acuesto temprano de todas formas.
—Bien —aceptó, porque tampoco podía invitarlo al Merry; se excusaba consigo mismo diciendo que allí los chicos dormían, pero lo cierto es que había algo tras la invitación del cocinero que le producía una agradable inquietud, porque ir a un cuarto siempre implica invadir un espacio personal, es conocer un poco más íntimamente a su dueño.
Eso hizo cuando terminaron de subir las escaleras y la puerta se abrió.
Zoro oteó el lugar prestando atención a los detalles, a cada objeto que componía esa habitación. No estaba atiborrado de muchas cosas, una foto sobre el buró de un Sanji pequeño a un lado de Zeff, tabaco, papelillos para armar cigarros y algunos libros; incluso alcanzó a leer en el lomo de uno «akuma no mi».
Le tocó sentarse en la cama desarreglada -pero lo hizo bien al borde- cuando el cocinero ocupó el alfeizar de la ventana por estar fumando. Aunque era su cuarto tampoco quería apestarlo a tabaco.
Mientras el espadachín estaba inmerso en ese ritual de desentrañar al dueño de la morada, quien cada vez le resultaba un sujeto más interesante, el cocinero reía en su interior ante la jugarreta de su mente; reparaba, no sin vergüenza, en tontos pormenores, como que poca gente había entrado a su cuarto y que por lo usual prefería que fueran chicas.
Zoro reanudó el relato porque se suponía que a eso había ido, ¿verdad?
Poco a poco se fue relajando y muy sutilmente ganando terreno en la cama. Primero apoyó un codo en el colchón en un gesto despreocupado, más tarde, cuando el cocinero se acercó para sacarle la botella y beber, se recostó contra la pared subiendo las piernas sobre la superficie mullida, y por último se recostó boca arriba cuando le tocó el turno a Sanji de soltar la lengua.
Porque claro, conocer a una persona implica escucharla, y Sanji era un buen conversador, le agradaba charlar, por eso también era bueno para hacer amigos; pero estaba allí, contándole muy superficialmente sobre el naufragio con Zeff, sin ahondar en sentimentalismos que juzgaba no iban al caso, cuando notó que el espadachín iba cerrando los ojos.
Podría decirse que le dio ternura ver que el muchacho se esforzaba por permanecer despierto, tan solo por escucharlo divagar o estar allí con él. Pudo haberle dicho que se fuera a dormir, la botella ya había quedado casi vacía y olvidada en el suelo, pero en cambio siguió adelante y recién se calló cuando escuchó el primer ronquido. No era culpa de Zoro que la cama fuera tan cómoda.
—Maldito, te quedaste dormido al final —terció con una pequeña risilla y buscó acomodarse.
Empujó sin amabilidad las piernas de Zoro ganándose de su parte un gruñido de inconformidad; se estiró un poco para apagar la luz y se recostó a un lado, cuerpo a cuerpo. Fue ahí, en ese preciso instante, que Sanji se preguntó por primera vez -pero no última- qué demonios era lo que estaba pasando allí y qué diablos se suponía que estaba haciendo.
En su cama nadie dormía a excepción de él; a lo sumo podía prestarla, pero ¿compartirla? ¿Compartirla con alguien que no fuera una hermosa muchacha? Por supuesto, ese milagro rara vez acontecía.
Claro, podría dormir en el piso y cederle su espacio personal a un invitado, después de todo él lo había arrastrado ahí; pero no, prefería permanecer incómodo, apretado a él, sin ninguna aparente razón que tuviera si quiera un poco de sentido.
Giró la cabeza apenas y lo estudió por sobre el hombro, pero como resultaba más cómodo estar de medio lado eso hizo. Mal momento para que el espadachín se moviera motivado por el rictus de quien lo acompañaba, imitando la posición.
Cara a cara… Sanji podía ver el ceño fruncido del muchacho, con el cabello desordenado y la boca cerrada con inusitada presión. Se le escapó una risilla, porque por lo general la gente cuando dormía lo hacía con la boca abierta, no apretando los dientes.
La nariz exhalaba con energía y unos ronquidos suaves escapaban de vez en cuando dándole un aspecto un poco más salvaje del que ya de por sí tenía. Los ojos del cocinero, entonces, se dirigieron a los brazos.
Sentía algo de culpa por estar estudiándolo con tanto detenimiento, pero al mismo tiempo podía paladear la excitación de estar haciendo algo prohibido y gratificante a la vez. Como si una voz en su interior le dijera que eso que estaba pasando no era muy correcto, pero a la par otra le estuviera alentando a seguir porque se sentía agradable.
Su actitud podría no tener lógica para él en ese momento, pero nadie estaba allí en su cabeza para juzgarlo, ni siquiera Zoro estaba despierto como para ridiculizarlo, así que siguió escudriñándolo.
De brazos cruzados y músculos marcados, pasó a ser testigo de algunas cicatrices. La penumbra no le permitía ver demasiado, pero debían ser profundas para notarse a simple vista y en esas condiciones. Resistió el impulso de recorrer con la yema del dedo una de esas marcas, una que iba del codo a mitad del brazo.
La camiseta blanca, ligeramente arrugada, permitía vislumbrar un poco de piel: la clavícula y el pecho, moviéndose en compás con su respiración calma. Y en su vientre apenas se veía una delgada línea de piel que dejaba a la imaginación el ombligo. Tuvo que reprimir el impulso nuevo que le había nacido, el de levantarle apenas la playera para desentrañar ese misterio.
Lo que no pudo refrenar fue la necesidad de incorporarse levemente para poder echar una recatada ojeada a las piernas y así corroborar lo que ya se había percatado antes.
«Tienes unas piernas enormes».
Quizás se debía a su habilidad con ellas, pero era algo en la anatomía de las personas en las que tendía a reparar. Eso sí, gustaba más de mirar piernas femeninas, al menos eran las que más le llamaban la atención.
Y fue en ese punto que se hizo la crucial pregunta.
—¿Qué estoy haciendo?
¿Qué estás haciendo, Sanji? ¿Por qué estudias tanto a un hombre? ¿Qué tiene ese sujeto que te llama tanto la atención? ¿Qué importa si es más fuerte y varonil que tú? Hay miles de personas así en el mundo. Tampoco eres el Rambo del Baratie, convengamos.
Y se mintió, y se convenció, al menos por esa noche, que solo se trataba de admiración y no que de golpe había aparecido un muchacho en su vida capaz de despertarle cierto deseo culposo.
Porque por supuesto, a él solo le gustaban las mujeres. Sí, las muchachas bien femeninas, y las que no -como Nami-, pero mujeres al fin. ¿Cierto? En verdad, podría estar ella ahí en vez de Zoro; siendo él lo hubiera preferido.
Tener a una muchachita como la navegante durmiendo en un barco a escasos metros y a un cazador de piratas en su cama era hasta irónico tratándose de él.
—Mierda… —No lo había pensado, pero… ¿y si al otro día a Zeff se le daba por ir a su cuarto? Al viejo o a cualquiera de sus compañeros. ¿Qué dirían al ver a Zoro durmiendo allí?— ¡Mierda! —repitió entre dientes, tratando de no gritar e interrumpir el sueño del espadachín.
Piensa, Sanji, es fácil: lo despiertas y le dices que se vaya a dormir a su barco; pero no… no lo hizo. Prefirió quedarse prácticamente toda la noche sin dormir antes que eso. Aunque algo durmió, porque despertó un poco sobresaltado, como si se advirtiera sorprendido por haberse quedado dormido.
En su mente todavía tenía esa cuestión dándole vueltas, así que al percatarse que ya era de día se obligó a reaccionar para no caer de nuevo en las garras del sueño. Se sentó en la cama, se frotó los ojos, estudió el semblante siempre igual del espadachín y, sin hacer ruido, se marchó de su cuarto.
De nuevo, el gesto de cerrar la puerta despacio y andar en puntillas de pie le vino a recordar la única y gloriosa vez que logró meter a hurtadillas a una chica en ese cuarto. Se llevó las manos a la cara en un gesto de desesperación.
«¿Qué está pasando contigo, Sanji?».
Como si Patty le leyera la mente fue lo primero que le gritó cuando se lo cruzó en el pasillo a esas horas de la mañana.
—¿Qué te pasa idiota, a quién mataste?
—Buenos días, patán inmundo —lo saludó sin darle respuesta, de inmediato dio la vuelta y escapó de allí rumbo a la cocina para comenzar a trabajar.
Había dormido muy mal, en una posición incómoda, sin libertad de movimientos y preocupado de ser descubierto como si hubiera estado en ese cuarto fumando marihuana o haciendo alguna otra cosa ilegal, más que compartir un rato con un amigo.
Lo más extraño era que, a pesar de todo, había sido una muy buena noche.
Rara vez encontraba a alguien de su edad con quien congeniar y poder conversar. A duras penas podía llamar «amigos» a los vándalos con los que convivía; la mayoría eran sujetos mucho más grandes que él y por lo tanto con sus puntos de vistas -o de ver la vida- que no siempre concordaban.
Sí, había sido una buena noche, aunque Sanji no lo quisiera reconocer por pudor; casi tan buena como esa en la que había tenido sexo con la hija de un cliente marine. Su única experiencia en el tema, huelga decir.
¡Incluso mejor! Porque con la muchacha mucho no había hablado, a decir verdad, ni tampoco era una persona que tuviera una vida tan interesante como la de Zoro, con un repertorio de floridas epopeyas para compartir.
El mentado espadachín despertó de súbito al escuchar el grito de Carne dando los buenos días mientras iba por el pasillo encontrándose a sus compañeros. Se incorporó en la cama como si le hubieran tirado un baldazo de agua helada.
—¡Mierda, me quedé dormido! —Miró hacia los lados reconociendo el lugar y que estaba solo.
Se sorprendió de sí mismo, porque por lo general era de fácil dormir, pero solía estar semi consciente todo el tiempo, una manera de estar alerta ante posibles peligros. En su vida como cazador se había acostumbrado así: a dormir con un ojo abierto y el otro cerrado.
En efecto, no recordaba cuando había sido la última vez que se había quedado dormido tan profundamente, y no podía echarle la culpa al alcohol dado que no era la primera vez que bebía antes de acostarse.
Si lo pensaba un poco, desde que se había subido a ese barco pirata en compañía de Luffy había sido así; tal vez porque su capitán le inspiraba la tranquilidad necesaria para que él pudiera relajarse lo suficiente. Pese a lo atolondrado que era el chico de goma, Zoro sentía que con él podía dormir sus siestas sin temor a ser asesinado.
No entendía a qué se debía tanta relajación de su parte si Luffy no estaba allí, pero se estiró en el lugar reparando en el detalle de lo bien que había dormido. Se preguntó por el cocinero, ¿había pasado la noche ahí? De ser así, ¿lo había hecho en el suelo o en la cama?
Preguntas vanas que no tenían respuestas, al menos de momento. Se puso de pie volviendo de lleno de su duermevela. ¿Ahora? ¿Tan solo restaba salir por la puerta y ya? Sí, no había tanto misterio, y entonces ¿por qué le daba tanto reparo la idea de que alguien lo viera salir de allí?
Zoro no sabía por qué, pero la simple idea de cruzarse con alguno de los cocineros del Baratie le resultaba sumamente embarazosa. Miró la ventana y se acercó al alfeizar para ver la distancia al suelo. No era tanta, así que se preparó para saltar.
—¡Buenos días, Zoro! —gritó Luffy quien alcanzó a pescarlo en el acto mientras acomodaba las provisiones de una barcaza llena de verduras.
Fue tanta la sorpresa del espadachín, atribulado por pensamientos impuros que no se condecían con la realidad -¡no había pasado NADA fuera de lo normal por lo cual sentirse abochornado!-, que este no alcanzó a dar el grácil salto y en cambio trastabilló hasta hacer una caída monumental en picada y directo a los barriles que meticulosamente habían apilado los empleados bajo la ventana.
El sonido estruendoso llamó la atención de algunos cocineros, incluso de Sanji, quien salió por la puerta lateral para ver qué nuevo desastre había hecho el tonto de goma. Grande fue su sorpresa al verlo a Luffy riéndose a más no poder y al espadachín desparramado sobre los barriles.
Entendía… Sanji sabía muy bien -a diferencia de Luffy- lo que estaba haciendo Zoro o sus razones para terminar en esa lamentable condición, y no pudo evitar estallar en carcajadas, algo acalorado.
El espadachín lo miró, vio las mejillas rojas y la hilera de sus dientes, y no pudo enojarse con él. Extraño es señalarlo, dada la facilidad con la que estos dos tenderán en un futuro no muy lejano a caer en las riñas más absurdas, pero lo cierto es que el espadachín no pudo enfurecerse y sí en cambio disfrutar de la particular risa del cocinero.
Era la primera vez que lo escuchaba reír y, vaya, qué bien se oía ese sonido.
Oh, Zoro, si supieras que esa risa muy pronto será la cosa más molesta y encantadora que oirás en toda tu condenada vida.
—¿Estás bien? —preguntó Sanji cuando pudo dejar de reír.
—Por supuesto —respondió con jactancia y, juntando los trozos rotos de su orgullo, se puso de pie con el porte de quien es un hombre curtido. Se ajustó las katana, barbilla en alto, y acomodó los barriles mientras Luffy seguía revolcándose en el suelo.
—¡Tú, pedazo de goma, vuelve a poner los barriles como estaban!
—¡¿Por qué?! ¡Si yo no los tiré! —cuestionó furibundo, pero todavía divertido.
—¡Da igual! ¡Deja de reír y ponte a trabajar! —Oh, Sanji, si supieras que esos serán los únicos momentos en los que podrás darle esa clase de órdenes a quien muy pronto será tu capitán.
De más está decir que después de todo lo acaecido y del gran descubrimiento que suponían para el otro, tanto Zoro como Sanji se la pasaron todo el día hilvanando pretextos para repetir lo sucedido.
¿Qué excusa podían encontrar para pasar una noche más? Ninguna. La verdad es que las simples ganas de querer eran suficientes. Uno cuando pretende pasar tiempo con un amigo simplemente lo hace, el problema es que ellos no se reconocían como amigos aún, de hecho, la razón de tanto pudor era hasta tiernamente obvia.
¿Por qué tanto reparo si se trataba de pasar un buen rato con alguien? Si no hay ninguna vil intención detrás de ese simple acto, no hay tampoco motivos para sentir pena o siquiera para buscar justificaciones.
Así la noche los sorprendió, sin que ninguno de los dos tuviera un plan ni mucho menos pudieran entender qué les estaba pasando; pero como las ganas y la curiosidad eran más fuertes que los prejuicios y los tabúes, solo hizo falta que Sanji retrasara un poco su trabajo final y que Zoro se quedara despierto bebiendo una botella que en esa ocasión sí tuvo que pagar.
Es todo por ahora. Se supone que es un one shot, pero me quedó algo largo, así que prefiero cortarlo aquí. Reviso la otra parte y en cuanto pueda (calculen un lustro más o menos) lo subo.
Nah, en realidad creo que actualizaré en un par de días, pero no quiero prometer nada porque todo depende de mi suerte para acceder a una computadora.
¡Muchas gracias por leer!
26 de marzo de 2019
Ciudad Evita, Buenos Aries, Argentina.