Capítulo I

Old Fashioned

Un día estás tranquilo, mirando el cielo.

Nada te preocupa, no es usual que te sientas abrumado, ni siquiera cuando comienzan los parciales.

Tu familia ni siquiera se explica cómo conseguiste pasar a la universidad, siendo que a tu gemelo le ha costado entrar en sus primeras opciones.

Tal vez no estás con él. Ni estudias en la universidad de más prestigio en Japón. Porque tu promedio no fue el suficiente, ni los exámenes que presentaste fueron los mejores, pero tienes un lugar en la pública de Tokio y estás trabajando en medio tiempo en una tienda de discos. ¡Qué importa si Hao será el primer ministro! O el empresario más destacado de todo Japón. Lo único que tú quieres hacer es vivir la vida como mejor te acomoda. A tu ritmo, a tu tiempo.

Entonces llega por tercera vez ese mensaje.

El teléfono no ha parado de vibrar desde hace más de tres minutos.

Horo Horo planea todo el viaje, pero te insiste que no desea gastar más en mensajes pre pagado, que bajes la aplicación que te ha recomendado.

Planeas ignorarlo, esperar a que te mande toda la información por mensajería, como habitualmente lo hacían antes. En lugar de desperdiciar esos mensajes en reclamos, piensas que debería decirte todo lo que quiere hacer cuando estén aquí.

Es una semana especial, en la que todos van a coincidir en tu ciudad. Así que debes organizar bien toda la reunión, hasta el más mínimo detalle.

Son viajes largos, pero que tú haces por cada uno de ellos. Como aquel en el que todos se conocieron, en el campamento de verano al que te enviaron tus padres. Sí, algo muy estilo como las gemelas pelirrojas, sólo que tú ya sabías que tenías un gemelo y aunque no viven juntos por el divorcio de sus padres, de vez en cuando también planeas esas fugas para verlo.

Tu móvil vuelve a vibrar.

Resignado, lo sacas de tu bolsillo para ver directo la bandeja de entrada.

Te ha mandado tres imágenes con todo el cronograma de sus actividades. Quizá le faltó añadir en qué momento van al baño cada uno. Pero fuera de esos detalles, está completo. Incluso los números de vuelos de sus amigos y a qué hora partirán el domingo siguiente.

Piensas agradecerle, luego recuerdas que no has hecho ningún prepago a tu móvil.

Tu madre piensa igual que ellos.

Quizá eres un poco irresponsable por no pagar un plan con factura mensual.

Para muchos eres un desastre, excepto para tu abuela.

A ella le agrada que seas más old fashioned, como muchos de tus compañeros comienzan a llamarte por usar todavía el discman y los audífonos viejos de tu padre. La mayoría son conectados de forma inalámbrica, los tuyos son cableados. Ríes de sólo imaginarlo. No tienes idea cómo te llamarían si se enteraran que todavía pones el tocadiscos en tu habitación.

Te levantas resignado, dispuesto a dirigirte a casa.

Una vez deslizas la puerta de la entrada, varios gatos aprovechan para salir. Y sonríes apartándote de su camino. Si algo dejó Hao hace un par de años, al instalarse en su departamento en Kobe, fue su media docena de felinos. Motivo por el cual, tu madre enloquecía al ver sus muebles destrozados por las garras de esos animales.

Tu abuela, como de costumbre, sólo sonreía y quitaba las fundas de los cojines.

Tenía tiempo para coser nuevas, incluso le agradaba cambiar la decoración de forma continua.

—He llegado—pronuncias sin respuesta alguna.

El desfile gatuno se acabó, por lo que cierras la puerta.

De pronto, tu madre alza las cortinillas de la cocina. Te sonríe de forma cálida, ofreciéndote un poco de té y algo para cenar. Rechazas lo segundo, aun tienes el estómago lleno después de todo lo que comiste al salir del centro comercial donde laboras.

Al cabo de unos minutos se sientan a la mesa, comienzan a charlar sobre tu día. Ella te comenta que el día de hoy han tenido bastantes pedidos de la florería. Y que le gustaría que le ayudaras a llevar varios arreglos ahora que comienza el verano. Te disculpas, recordándole que no podrá ser esta semana por la visita de tus amigos.

—¡Oh es verdad! Entonces creo que debería estar preparando la habitación de los invitados.

—No te preocupes, debe estar limpia—aludes recordando que en toda la semana has recogido la mayor parte de los objetos del suelo—Pero de cualquier manera, terminaré de limpiarlas.

—Es bueno saberlo, eso me ayuda bastante—dijo más tranquila— Y me da gusto que vengan a visitarte, el año pasado fuiste a Londres, ¿no es así?

—Sí—afirmas, mirando de reojo las tazas.

A tu madre y abuela les fascinó el juego de té que compraste para cada una.

Keiko lo usa con mayor regularidad, Kino decidió presumirlo sólo cuando llegan sus amigas a platicar de sus seniles maridos. De cualquier forma, ambas están complacidas por tus viajes frecuentes al extranjero.

Nadie podría imaginarse que Londres sería de las ciudades más caras del mundo y que New York no se quedaba atrás. Corriste con suerte en Hong Kong, cuando Ren cubrió la mayoría de los gastos. Para tu fortuna, Hokkaido, que fue el primero, no representó problemas para tu versión aventurera adolescente.

Es también el motivo por el que trabajas arduamente todo el año y por el que estás agotado.

Sin embargo, te vas a descansar a sabiendas que habrá tiempo suficiente para todo. Pero, de nuevo eres un iluso al pensar de esa manera. No sólo te quedaste dormido sin terminar de limpiar las alcobas, sino que olvidaste recoger a Horo Horo a primera hora de la mañana.

¿El resultado? El pobre tuvo que pagar un taxi de la estación del tren.

—¡No puedo creer que me hayas olvidado!

¿Cuántos lo siento podrás decir?

—¡Eres un mal amigo!

Parece que no los suficientes, porque no has parado de repetirlo desde que entraran a la habitación de invitados.

Para tu buena fortuna, no es rencoroso y se ofreció a limpiar contigo lo que quedaba por escombrar. También eres bendecido con una madre que cocina de mil maravillas, por lo que tu amigo, ha dejado atrás las rencillas.

—¿Y qué tal la novia? —pregunta tu madre.

—¿Damuko? — dice con la boca llena—Es una preciosidad, señora, no se imagina.

—Me da mucho gusto—responde, llenando su taza de té de nuevo, mientras la abuela le ha pegado un bastonazo por semejante falta de modales.

Las risas son inevitables cuando llega el sermón de la abuela.

—Aun así, me da mucho gusto saberlo—añade Keiko—No sabes cuántas veces le he insistido a Yoh para que traiga a una chica a la casa.

—O a un chico—completa tu abuela.

El hecho en sí te ha hecho sonrojar, no sólo porque tú madre ha sido fervientemente insistente en el hecho, sino porque ya hasta tu abuela duda de tus preferencias sexuales. Con todo y lo conservadora que puede ser.

—¡Abuela, no! ¡No digas esas cosas! —replicas avergonzado.

Horo Horo ríe en venganza.

—¡Oh, vamos, Yoh! ¡Qué hay de ese tal Silver! —menciona con picardía—No paras de hablar de él, cada vez que hablamos por teléfono.

Que por cierto, quién habla por teléfono fijo en su casa. Parece que sólo tú. Pero lejos de ese detalle, está el hecho que tu amigo—o enemigo, como quieras decirlo—no te está ayudando mucho. Menos mencionando a tu profesor favorito.

Silver es magnífico. O no, Silver es muy sabio, muy inteligente. Salimos a tomar un café y....

Cubres su boca con un panecillo en la mesa. No es que fuese a decir algo comprometedor. Pero al resto de los comensales eso les ha parecido.

—Silver es sólo un maestro de la universidad—dices tan firme como puedes.

Pero si esperas que alguien te crea, debes dejar de sonrojarte a cada rato. No es como si sintieras atracción por tu maestro, sólo te agrada su compañía.

—Así empiezan todos—completa Horo Horo, comiéndose el bollo—Amigo, te aceptamos tal y como eres.

—¡Que no soy gay!

—Entonces deja de ponerte como tomate al decirlo—replicó la anciana.

Y le ha dado al clavo a lo que todos piensan.

Lo único que deseas es que pasen el tema.

No eres tan afortunado, Keiko ha insistido en que lleves una chica pronto. A tus veinte años ya les parece sospechoso que no tengas ningún interés amoroso. ¿Por qué no se acuerdan del breve intercambio de besos que tuviste con Tamao un verano en Izumo? ¿O aquella vez que pasaste la noche en casa de una chica? Su padre casi te mata y tu madre pensó que el cínico de Hao te había usado de señuelo.

Quizá por eso no lo recuerdan.

Fuera de eso, no has tenido nada memorable. Nada que dure más allá de las primeras tres salidas. La mayoría pasa el tiempo mirando el móvil, aun cuando estás sentado frente a ellas. Y a la fecha es algo que te irrita bastante.

Decides terminar la charla, recordando que hay mucho tráfico para cruzar la ciudad. Horo Horo concuerda, ya que tus amigos llegan con una hora de diferencia en sus vuelos. Tomas las llaves de la camioneta de carga, que le has pedido con anticipación a tu madre. La vieja troca enciende a la primera. Aunque es un vehículo de una cabina, consideras que no podrían entrar con todas las maletas en el pequeño coche que acabas de comprar hace un par de semanas, y que aún sigues pagando.

Horo enciende el radio, busca alguna estación sin interferencia, pero es difícil cuando el aparato ya tiene sus años corriendo. Ryu tiene buena mano, porque siempre consigue que se escuche con claridad en la estación que más le gusta. Tú casi nunca consigues hacerlo.

—¿Y bien? —preguntas aguardando una explicación de todo el embrollo en que te metió.

—¿Qué?

—¿Cómo qué? —vuelves a cuestionarle, si bien no molesto, sí algo exaltado—Me acabas de dejar como gay frente a mi mamá y mi abuela.

Él sólo se encogió de hombros, tratando de parecer desinteresado.

—Eso no es justo, yo no les he dicho nada de lo tuyo con Ren—replicas, tocando reiteradas veces el claxon para que el vehículo frente a ti haga la maniobra que debe hacer—Tú eres gay.

—No soy gay, soy bisexual, como tu hermano.

—Hao no es bisexual—contestas seguro.

Él te lo habría dicho.

—¿Ah, no? Entonces sólo es metrosexual, con lo mucho que le gusta cuidar su cabello, cualquiera pensaría otra cosa.

Respiras cansado, eso de etiquetar a las personas por las múltiples sexualidades no era algo de lo que te agrade hablar. Y tampoco es algo que comprendas. Ni te interese.

—Además, si estuvieras en Facebook, sabrías que hace un rato que tiene novia—dice molesto—Su papá le presionó, dice que es mejor que tome las responsabilidades de la familia y como su hermana ha decidido no tener hijos, quién crees que tiene que darles heredados.

—Pero… entonces…

Él te mira de reojo, casi con escepticismo.

—Quedamos como buenos amigos—explica tranquilo, como si pudieras olvidar lo intensos que estuvieron en su viaje en New York—Entiendo lo que dice su viejo, también me lo dijo el mío. Y sabes… esta chica, me gusta de verdad, no es que esté con ella sólo para sacarme al picudito de la cabeza.

Sólo porque estás manejando, no te sacas de balance. Porque no entiendes cómo puede estar tan tranquilo y por qué no había mencionado nada de esa chica nueva. Creías que hasta era un invento para zafarse de las preguntas incómodas de tu madre, pero al parecer todo era verídico.

—¿Y cuándo pasó todo esto? ¿Por qué no me contaste nada?

—Pensé que lo había hecho.

Si fuera así, no estarías molesto ni ofendido.

—No me contaste.

—Ay, ya, hombre—menciona golpeándote el brazo—No actúes así, además todo es tu culpa. No puedo escribirte todo por mensaje de prepago, eso sale muy caro. Y luego, ni eso contestas.

—Pero hablamos por teléfono, Horo Horo—contestas algo resignado—Yo te hago las llamadas desde mi casa.

Tu madre te descuenta mensualmente una módica cantidad de tu salario para cubrir esos gastos y el resto de las llamadas a tus amigos. Pero él no parecía valorar ese pequeño detalle. En realidad, nadie lo hacía.

—Una vez cada mes—alude despreocupado—¿Qué quieres? A veces se me olvida si ya te conté eso o lo otro. Todo sería muy diferente si descargaras las aplicaciones de mensajería que ya te dije.

—No me gusta.

—Yoh, sólo porque no quieres ser como los demás, no implica que tengas que cerrarte a la tecnología.

Suspiras cansado.

Muchos te ha dicho lo mismo, todo el tiempo. Tus compañeros se ponen de acuerdo en una aplicación de instantánea. Tus maestros sólo enviaban las calificaciones por correo electrónico. Algo que no pudiste negarte a hacer, porque no podías ignorar las evaluaciones. Pero incluso en cosas más sencillas, como llegar a lugares, las personas ya no se paran a preguntar, ni a ver a los demás, todo lo que hacían era trazar una ruta y adiós interacción.

La vida te parecía demasiado artificial.

¿Acaso dependían tanto de las máquinas para sobrevivir?

Te habías tomado la molestia de llamar, cuando al primer año de conocerlos, les escribiste una carta o mandaste postales de los lugares que visitaste en el año. Sólo Ren se tomó la molestia de contestarte la misiva. Lyserg te mandó una postal con un sello postal importante y un breve saludo en los seis años que llevaban de conocerse. Horo Horo, definitivamente, dijo que nunca revisaba el correo.

Muchos te lo decían: eras un viejo encerrado en el cuerpo de un joven.

Finalmente llegas al aeropuerto. Horo Horo te anima invitándote un café de Starbucks. Menciona tener bebidas de cortesía con su membresía, y que los puntos que ha acumulado le han subido de nivel. Te muestra la pantalla de su móvil y también lo hace con la fotografía de su novia.

Tienen más de dos meses saliendo juntos, viven en la misma ciudad y su padre es un prestigioso arquitecto.

En verdad te alegras de su felicidad, porque se nota entusiasmado.

Ren es el primero en llegar. Y te das cuenta, casi de inmediato, que a pesar de no tener más una relación, siguen siendo el mismo par de peleoneros de siempre. Eso habla bien de ellos. Porque a pesar de todo, siempre conservarán el cariño el uno por el otro. Horo Horo se ofrece a pagarle una bebida, pero el señorito, tan orgulloso como siempre declina la invitación.

Pasan un par de horas, hasta que ves a Lyserg salir con bastante equipaje. Y a Chocolove cruzar con sólo una mochila de gran volumen en su espalda.

Todos tus amigos son tan diferentes entre sí, pero no te arrepientes que sea así. Encuentras en cada uno de ellos algo único, que te hace querer seguir esas relaciones a distancia.

Tu madre los recibe como si fueran la misma realeza. Ren es el más apenado, el resto parece sentirse cómodo con todo el ambiente familiar. Al momento de escoger habitación, Ren declinó quedarse con Horo Horo. Por obvias razones, que no quieres investigar, decides que Lyserg sea su compañero de alcoba. Él parece de acuerdo.

Los días transcurren y te apegas lo mejor posible al plan de Horo Horo. Incluso le agregas más detalles. Tu pequeño carro resulta funcional para las largas excursiones y para encontrar un aparcamiento cerca de algunas atracciones. Ellos parecen disfrutar del movimiento, la gente y los numerosos productos que pueden encontrar en las tiendas.

Horo Horo se emociona al entrar a una tienda de peluches. Como has dicho, el amor le está pegando duro de nuevo. Ren se ha decantado por los electrónicos y las tiendas de joyas, dice que quiere hacerle un buen regalo a su hermana. Lyserg y Chocolove, obviaron su gusto por los mangas hasta que los llevaste a Akihabara.

Más de uno se impresionó con la figura del Gundam.

Y que no te nieguen cómo disfrutaron su visita al J- World Tokyo. El parque temático de todos los personajes de Shonen Jump. Y qué decir, todos los artículos de Dragon Ball fueron la novedad. ¿No tuviste casi que arrastrar a Chocolove fuera de la capsula donde llega Vegeta a la tierra?

Te han dicho que tu país es como vivir en el futuro.

Ellos te lo corroboraron.

Pero sabes bien que también tiene su toque antiguo. Quizá para Horo Horo no sea muy impactante, pero para el resto de tus amigos, sí lo es. Los templos, la comida, el ambiente espiritual que se respira en algunos sitios. Te leíste un manual de historia, previo a su llegada, para poderles explicar mejor y darles un digno viaje. Como ellos hicieron contigo en determinado momento.

Incluso visitas con ellos Aokigahara. Tu abuela no puede enterarse, sabes que es sensible al tema desde que una de sus amigas falleció en ese lugar. Sin embargo, aceptas hacer el recorrido. Ellos afirman que vieron la película en una plataforma llamada Netflix. Y que es algo de lo que se habla mucho en el extranjero: El bosque de los suicidios.

Chocolove menciona a un tal Logan Paul. Basta decirte, que hasta Ren se siente intrigado del aura pesada que se siente al transgredir la zona segura.

Has viajado con tus compañeros en una visita escolar cuando eras niño, conoces el bosque y sus leyendas, pero lejos de verlo con morbo, piensas que es un poco triste que la gente deje sus penas en un sitio tan bello. Decides dejar piedras de colores en el camino, no quisieras perderte en la inmensidad de un sitio que es bastante frío de noche.

Ellos se burlan de ti. Creen que es ridículo que hagas cosas tan de la vieja escuela, cuando el teléfono los puede guiar hasta el estacionamiento. Lyserg te muestra perfectamente la ruta trazada en la aplicación. Aceptas sus métodos, pero no dejas de tirar las rocas color rojo en el trayecto.

Esta visita se extiende y lo hace todavía más por lo lejos que se han apartado del punto de origen. Las piedras se han terminado y has decidido marcar los árboles con una navaja.

Tus amigos se creen valientes. No lo son, cuando después de tanto recorrer se han encontrado con un chico colgado de un árbol. La escena es impresionante, para qué te lo vas a negar. Supones que algo así esperaban ver, porque deciden que es momento de volver. Dudas si cortar o no la cuerda que lo mantiene ahí, dictaminas que sólo las autoridades deben hacerlo.

Una vez vueltos en el camino, tratan de hacer contacto con el móvil. Ren blasfema contra el GPS, Horo Horo se ha quedado sin batería por las grabaciones, Chocolove no consigue señal con su telefonía y Lyserg, con su brújula ni siquiera lo intenta, porque parece que la zona está muerta en el silencio.

Se resignan a seguirte, cuando se extingue la luz del día.

Ellos tienen miedo. Tú no eres la excepción. No sabes qué aparecerá en cada arbusto, sacas una linterna y alumbras el sendero.

De pronto, una rama se mueve y Chocolove salta sobre Ren, que apenas consigue cargarlo. Resulta ser un simple insecto, de gran tamaño, cabe resaltar. De lo poco que sabes, es que este bosque no tiene muchos animales. Es demasiado silencioso. Así que cruzarlo de día, no suena tan tétrico como hacerlo de noche.

Das gracias una vez que cruzas la barrera de protección. En pocos metros hallarás en estacionamiento. Horo Horo es el más eufórico al saberse vivo. Avisas a la policía del avistamiento, ellos te censuran por pasar el cerco, sin embargo, agradecen tu precaución.

Suspiras aliviado, volviendo al vehículo. Los comentarios comienzan a llenar el ambiente de un aura más tranquila. Más de uno quiere pasar a comprar algunas botellas de licor para tolerar la experiencia. Incluso te sugieren ver la película, no lo crees adecuado. Pero al final terminas aceptando una vez que llegan a casa.

Sólo esperas a que tu familia se duerma. La sala es para ustedes. Hay brincos y más historias de terror inmersas. Las leyendas de Chocolove, con todo y sus malos chistes, son de las mejores. Se quedan despiertos al alba. Todo ha sido magnífico. Antes de tomar una siesta, decides recoger las botellas y las botanas en el suelo. Lo que menos quieres es dejar evidencias de la noche intensa que pasaron, entre bebidas, charlas y más historias de terror.

Sigues el resto del itinerario.

El fin de semana llegó tan pronto, que desearías posponer la despedida. Ha sido una maravillosa visita. Mejor de lo que esperabas. Más de uno siente la nostalgia. Horo Horo, que es el único que se queda hasta mañana, es el primero en llorar. El resto, no se atreven, no quieren hacer el mismo escándalo, pero sabes bien que apenas toquen el avión, seguirán a Usui.

Es inevitable no ponerse triste.

Incluso cuando aún tienes a Horokeu un rato más, de pronto callan por la falta de ruido a pesar de mirar películas de comedia.

Es lo mismo cada año.

La tristeza dura sólo unos días, después vuelven a la rutina. Al menos es lo que dice tu amigo, antes de subir al tren que lo llevará a Hokkaido. Estrechan sus manos y le haces saber cuán feliz estás por él.

—Damuko parece una buena chica.

—Lo es, espero que pronto encuentres la tuya.

Asientes. No hay mucho que puedas decir. Tu carrera no está plagada de mujeres. No obstante, al igual que tu reticencia a la tecnología, parece que las mujeres también suponen un gran problema para ti.

—Nos veremos pronto, amigo.

Y así, ves cómo parte el último vagón. No te quieres deprimir, pero a veces es inevitable. Vuelves al auto, enciendes el radio. Decides poner una estación de música tranquila. Ellos usaban una aplicación para conectarlo desde el teléfono. Pero tú no tienes nada de eso, ya que el tuyo lleva más de siete años en uso. Ni siquiera es un teléfono inteligente.

Hasta tu hermano se burla de eso. No puede creer que ese vejestorio todavía funcione.

En realidad, tampoco lo puedes creer, pero al igual que muchos de tus cuadernos, no usas tanto el teléfono. Sólo para llamar y recibir mensajes, que cada día son más esporádicos.

Subes a tu habitación. Pero antes, investigas si no han dejado nada olvidado. Sobre todo Horo Horo, que suele ser bastante despistado. No hallas nada en esa alcoba. Al pasar de reojo por la otra, notas un paquete en el suelo y te acercas. Es una caja forrada con papel azul. Puedes reconocer de inmediato la letra de Ren, porque es el único que te ha escrito.

Sonríes al saber que te ha dejado un regalo.

La curiosidad te mata, así que decides volver a su cuarto para develar el secreto. Una vez desenvuelto, no puedes dar crédito a lo que ves. Comprendes la insistencia de todos, pero te extraña que sea Ren, quien te haya puesto entre la espada y la pared. Sostienes entre tus manos un teléfono, que seguramente cuesta la mitad de todo tu semestre escolar.

Ni siquiera dejó la factura para devolver el aparato.

No sabes cómo devolverle el dinero que ha gastado inútilmente.

Así que decides enviárselo por correo. Pero encuentras otra nota de advertencia, en la que dice que no te atrevas, que es una idea de todos. Y que es su modo de agradecerte lo buen amigo que eres.

Una nota de ironía se te escapa sin querer.

Encuentras maneras más interesantes de agradecerte. Así que, olvidas tu molestia y vuelves a dejar el dispositivo en su sitio.

Un par de días después ya has eludido la caja centenares de veces. Continúas usando tu antiguo móvil. No obstante, ayudando a tu mamá y a Ryu a subir algunas plantas y adornos florales, has tirado el teléfono en un cubo de agua. Tu cara no podría ser de peor horror. Sabes que ya no hay modelos similares.

Tratas de repararlo, es en vano. Los circuitos están estropeados.

Tu madre intenta darte ánimo, diciéndote que tal vez era hora de un cambio.

Incluso tu abuela está de acuerdo con ella.

Pero te niegas, no quieres usar el teléfono que te dieron tus amigos.

Sigues en negación una semana más, hasta que la curiosidad te mata de nuevo. La has pasado mal buscando en las tiendas un reemplazo e incluso ya has tenido muchos problemas por estar incomunicado. Llegas al punto, en que tu madre te pide que vuelvas a abrir la caja del celular. Y no sabes si sentirte ofendido o sorprendido de que conozca la existencia de ese aparato.

Finalmente, optas por prenderlo.

Nadie se va a morir por una tonta prueba.

Para comenzar, no le entiendes. Tienes que hacer todo un procedimiento una vez encendido. La cosa extraña te pide que hables y repitas constantemente una frase. ¿Por qué quiere saberlo todo de ti? No comprendes por qué hay tanta invasión a tu privacidad. Una vez cubierto el protocolo ves demasiados iconos en pantalla.

Comienzas a explorar los recuadros. El auxiliar te sugiere que vayas a la tienda para descargar tus aplicaciones. Ha sido demasiado abrumador para ti, que decides dejarlo de lado.

Tu madre vuelve a insistir.

Tu jefe te exige que recuperes tu número perdido, por lo que decides volver a la compañía y llevas el móvil para que vuelvan a activarte. Preguntas a la chica sobre algunas cosas básicas, ella prácticamente se ríe de ti.

—No puedo creer que nunca hayas tenido un smart antes.

—Nunca ha sido algo que me llame la atención.

—Señor Asakura, es usted un espécimen muy raro.

¿Para qué molestarte? Estás acostumbrado a comentarios peores. Sin embargo, te explica y te descarga algunas aplicaciones. Te pregunta tu correo, incluso se ha atrevido a abrirte una cuenta en Facebook. La mensajería instantánea comienza a llegar. Te dice que si eres inteligente, podrás manejarlo sin problema en un par de días.

—¿Y si soy tonto?

—Siempre puede venir a formarse dos horas para que le resuelva sus dudas.

Suspiras cansado, saliendo del local.

Has recuperado tu número y ahora estás notoriamente sorprendido de la cantidad de correos almacenados. Incluso por las notificaciones de en un icono llamado Line, comenzando por los de tu jefe, tus amigos e incluso tu hermano.

Abres el de Hao.

"Nunca pensé presenciar esto. ¿Qué es esto? ¿Una broma? ¿Yoh Asakura entrando en el siglo XXI? ¿Acaso entraste en tu propio periodo Meiji? ".

No sabes cómo se ha enterado, pero tiene razón, es un hecho.

Oficialmente, estás conectado.

Continuará…


N/A: Desde mi fic anterior estaba probando nuevas formas de redactar. Esta es la primera vez que utilizo este tipo de redacción. Y viendo estos temas, que tengo que tocarlos casi a diario, me llamó la atención que no haya algo similar por aquí. Y dije… por qué no, algo breve… interesante y llamativo. Heme aquí con esta nueva idea. Espero que les guste. Creo que a mí me inspiró hasta para escribir un libro referente a este tema.

Nos leemos pronto.