El mundo de pie.


Tres años después.

Los birretes salieron despedidos al cielo claro de Metrópolis con la banda tocando fanfarrias para los egresados de la universidad. Sonrisas y gritos de felicidad aparecieron en los ya relajados ex estudiantes que rompieron filas para ir corriendo a donde sus familiares y amigos. Vinieron los abrazos, fotografías, regalos y una que otra lágrima de un padre o madre orgulloso de que su retoño hubiese concluido su carrera. Para Dick fue igual, siendo derribado por sus dos hermanos en el suelo, alborotados por tanto júbilo alrededor. Clark casi le rompe los huesos al levantarle con su abrazo, mientras que el de su padre fue como siempre era, elegante, protocolario, pero con un beso en sus cabellos con un susurro de que estaba orgulloso de él. Richard resistió las lágrimas porque Rachel, Gar y Víctor andaban cerca nada más por esperar a hacerle una broma.

—Ahora serás un miembro más de la esclavizante sociedad capitalista opresora de Metrópolis —bromeó Rachel cuando le felicitó.

—Seremos, kimosabi.

—¿Vendrás a la fiesta? —quiso saber Víctor.

—Me temo que pasaré por alto eso, tengo algo importante que hacer y no puede esperar. ¿Me perdonan?

—¿Pero iremos al viaje, cierto?

—Claro, Rachel, iremos tras los fantasmas londinenses, no te preocupes.

—¡Suerte en lo que hagas, Dick!

—A ti también, Gar.

Dick tenía algo importante que hacer, no había mentido respecto a sus amigos. Una vez que todas las felicitaciones, abrazos, besos de despedida y lágrimas de júbilo fueron dados y derramadas, fue con su familia a la camioneta, haciendo una parada para cambiarse las ropas formales de la graduación por otras más de su estilo. Alfred le tendió las llaves de su auto, conduciendo con ansias y mirando el reloj de cuando en cuando para no llegar tarde. Dejó la avenida para tomar una autopista solitaria y luego un camino apenas pavimentado viendo por un costado una larga alambrada con torretas de vigilancia que terminaba en unos portales altos bien resguardados frente a los cuales aparcó, tomando aire antes de salir.

Ese día, Jason era libre.

Miró su amuleto que le diera su pequeño hermano Damian, un trozo de metal pintado en azul que le diera tanto para sus estudios como sus competencias de gimnasia que ahora apretaba ligeramente, quería darse fuerzas. Claro que estaban las cartas como las llamadas reguladas y cortas, esas visitas más que supervisadas por Bruce o Clark, pero Dick no estaba seguro de cómo sería Jason cuando al fin fuera libre. Había guardado buen comportamiento contra todo pronóstico, con su petición para continuar sus estudios había ganado el visto bueno de sus supervisores, quedando en un ala de delitos menores, lejos de las malas influencias de otros prisioneros. El sonido de una alarma que anunció la apertura de la serie de puertas de la entrada lo hizo respingar.

Vio una silueta por la pequeña ventana de la última puerta, hablando con un oficial que sonreía a su interlocutor. Al abrirse la puerta, el corazón de Dick latió tan fuerte que le pareció que sonó igual a la última alarma de la última puerta que se abrió, dejándolo salir a la calle. Con unos jeans rotos, su chamarra de cuero rojo vino y playera negra, no parecía que ese tiempo hubiera hecho mella en Jason Todd, quien arqueó una ceja al ver a Dick esperándole nervioso a un lado de su auto, con esa sonrisa linda recibiéndole como un premio por ese tiempo encerrado.

—¿No vinieron los padrinos mágicos? —fue el saludo de Todd, caminando con un bulto bajo el brazo hacia Dick.

—Es mi regalo de graduación. Como el tuyo, ¿no es así?

Jason chasqueó su lengua, sacando debajo de su brazo una carpeta donde venía el papel donde constaba su propia graduación. Dick lo tomó, leyéndolo con orgullo y mirando al otro muchacho sin atinar a su siguiente movimiento. Todd lo hizo por ambos, atrapándole por la cintura para besarle largo y tendido haciendo que los oficiales decidieran mirar a otro lado.

—Este regalo me gusta más —rió Jason, palmeando el trasero de Dick.

—Pff, vamos, la familia… am… reservó una mesa para celebrar. Espero no te importe.

—Me importa, pero está bien. Quiero comer algo que no sea sano ni esté servido en trastes de metal.

—Cumpliste tu promesa —comentó Dick, subiendo al auto.

—Te dije que no esperarías mucho, ¿o sí?

—Fue como una pasada rápida por el infierno y luego al purgatorio, pero valió la pena. Gracias, Jason.

Este subió sus pies sobre el tablero del auto, estirándose mientras el vehículo arrancaba.

—Es como haber renacido.

—Una nueva oportunidad —Dick le guiñó un ojo.

—Gracias por esperar por mí.

—Soy un Wayne, y los Wayne cumplen sus promesas.

—No se vale hacer citas de series.

—Hey, no lo hice.

—Claro que sí.

—Claro que no.

—Que sí.

—Que no.

Mientras se debatían entre los usos comunes del lenguaje y los refritos de series de televisión, el auto dejó aquella penitenciaría rumbo al centro de Metrópolis. Sin duda, la mejor celebración para ellos era saber que al fin todo estaba de vuelta en su lugar, un nuevo camino, nuevos retos, y ese cariño que había probado ser, literalmente, a prueba de balas.

F I N


** Gracias a todos por llegar hasta aquí, que la Calabaza Gigante les bendiga con amor, felicidad y cumplan sus sueños. Que podamos vernos en otra historia más adelante. **

¡MIAU!