¡YAHOI! ¿Qué? ¿Cómo? ¿Ya está otra vez la tía esta participando en una de esas actividades raras del forín?

¡PUES SÍ, GENTE! ¡HE VUELTO!

Me apetecía mucho hacer esta actividad, así que aquí estoy, dispuesta a darlo todo este San Valentín de 2019. Por supuesto, siempre con el InuKag como pareja protagonista, como no podía ser de otra manera xD.

Disclaimer: InuYasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi.

Hora de publicación: 21:52pm. (Hora española).


Enamorarse

Parte 1

[Atracción]


Daba golpecitos con el bolígrafo sobre la extensa mesa de su despacho mientras delante de él, su mejor amigo y abogado de la empresa y suyo por extensión, Miroku, lo observaba, esperando una respuesta de su jefe al documento que le acababa de enseñar.

Finalmente, este dejó la tablet y se recostó en su asiento, con una clara mueca de disgusto.

―Dile que no. ―Miroku lo miró, entre incrédulo e incómodo.

―¿Quieres que le diga a una mujer que está a punto no solo de perder su hogar sino de morir que no puedes sacar ni un minuto de tu valioso tiempo para ir a hablar con ella y concederle así un último deseo?―Gruñó, molesto, enfadado. Fulminó a Miroku con la mirada por hacerlo sentir culpable. Pero el abogado no se amilanó, era el único que podía plantarle cara y salir indemne.

―No soy un demonio―masculló, irritado. Miroku arqueó una ceja.

―Permíteme que lo dude. ―Bufó, exasperado.

―¡No sé qué quieres que haga! ¡Llevaba tiempo detrás de ese inmueble, tenían problemas, les hice una oferta y aceptaron!

―¡Se trata de una mujer que está a punto de morir, InuYasha! ¡Es lógico que quiera conocer al hombre que ha comprado su casa después de haberse resistido a la venta durante años!―InuYasha se masajeó las sienes.

―Fue ella la que cedió, la que firmó…

―Si conocieras a la señora Higurashi sabrías que no va a ponerte contra las cuerdas ni nada parecido―le dijo Miroku, recogiendo la tableta y metiéndola en su maletín.

―Permíteme que lo dude―le soltó en tono irónico, devolviéndole así la pulla. Miroku suspiró, levantándose de la silla y poniéndose el abrigo para después agarrar su maletín.

―Solo te pido que vayas a conocerla. No te llevará más de un minuto y a ella le quitarías un peso de encima. Tiene curiosidad, es todo, lo que es lógico, por otra parte. ―InuYasha resopló de nuevo.

―Lo consideraré―cedió al fin, volviendo la vista a su ordenador, dando así la conversación por terminada. Miroku suspiró una vez más, meneando la cabeza y yendo hacia la puerta del despacho.

Justo antes de salir, vio a su mejor amigo y jefe contestar un mensaje con una sonrisa arrogante en el rostro.

―Si es que eres peor que yo―murmuró, dejando al fin el despacho―. Supongo que no le diré entonces que Sango lo ha invitado a cenar. Ugh, creo que me tocará dormir en el sofá de nuevo…


Aparcó su deportivo último modelo en la explanada del hospital destinada al estacionamiento de los vehículos de pacientes y visitantes del centro, haciendo una mueca al salir y ver que su flamante coche estaba rodeado de vehículos mucho más mediocres. Lo mismo podría decirse del hospital, pensó, observando los desconchones en la fachada y el mal estado de las paredes nada más entrar.

Hospitales públicos, para quién los quiera―pensó para sí, parándose frente al mostrador de recepción.

Había decidido al fin hacer caso a Miroku e ir a conocer a la mujer a la que, tras varios años de fallidos intentos, había conseguido comprarle su propiedad. Esperó, rebosando impaciencia, a que la enfermera terminara de atender a un señor mayor y luego le tocó el turno a él. La chica no pudo menos que quedarse anonadada al verlo y eso le hizo sonreír.

Siempre ocurría igual: adonde quiera que fuera las mujeres se lo quedaban mirando, las más atrevidas se peleaban por tener su atención, aunque fuera por unos pocos minutos. Y todo a pesar de su reputación de mujeriego incorregible. El dinero mueve montañas, se decía, ¿no era así el dicho?

―Vengo a ver a Naomi Higurashi. ―El tono demandante hizo a la mujer ponerse rígida, seguramente intuyendo que él era alguien importante y poderoso, sobre todo poderoso.

―Enseguida le busco la información. ―La chica tecleó el nombre en el ordenador y enseguida el programa le proporcionó la información―. Habitación 404, cuarta planta. ―InuYasha asintió y sin más se dio la vuelta y se marchó, encaminándose a los ascensores, sin darle las gracias.

Por el rabillo del ojo vio a dos de sus guardaespaldas seguirlo a poca distancia. Se metieron los tres en el ascensor, junto con otras cinco personas que se fueron bajando o quedando según subían. Finalmente llegaron a la cuarta planta e InuYasha salió, flanqueado siempre por sus hombres. Nunca se sabía cuándo podría necesitar de su protección.

Buscó con la mirada hasta dar con la habitación correspondiente y se paró ante ella. Esta estaba entornada en vez de cerrada del todo, y del interior provenían voces, voces femeninas: una suave y calmada y otra más aguda y enfadada, según notó InuYasha en el tono.

―… no me puedo creer que lo hayas hecho!―decía la voz más chillona.

―Entiende, Kagome, es lo único que-

―¡Yo me habría podido encargar, habría-

―No. Tú tienes tus estudios y además a Sōta, jamás se me ocurriría dejarte deudas.

―¡Habría encontrado la manera! ¡Es nuestra casa!

―Solo es un montón de ladrillos con cemento.

―¡¿Cómo puedes decir eso?! ¡Es nuestro hogar!

―El hogar lo conforman las personas, no las construcciones materiales. ―Al oír aquellas sosegadas palabras InuYasha no pudo reprimir una mueca, porque él sabía de primera mano cuánta verdad había en aquella simple oración.

Sacudió la cabeza para despejarse e impedir que los abrumadores recuerdos se colaran en su mente. Comprobó su aspecto por última vez y asió la manilla de la puerta, empujándola y entrando sin llamar. Las dos mujeres que había en el interior del cuarto se quedaron perplejas al verlo, incapaces de pronunciar palabra debido al susto y a la sorpresa. La primera en recuperar el habla fue la más joven, que estaba sentada en lo que parecía un incómodo sillón al lado de la única cama que estaba ocupada.

―¡¿Quién diablos es usted?!―InuYasha no la escuchó, no escuchó nada ni vio nada, no fue consciente de otra cosa que no fuera la exquisita criatura que ahora mismo lo miraba con unos brillantes y preciosos ojos del color chocolate chispeantes de ira.

Preciosa era una palabra que no le hacía justicia. Aunque él estaba acostumbrado a mujeres más altas y de aire más sofisticado, aquella chica tenía unas proporciones perfectas bajo su falda azul y su jersey rosa, el cual marcaba la perfecta redondez de unos pechos pequeños pero firmes. Sus piernas delgadas terminaban en unos pies pequeños y delicados, enfundados en unas sencillas bailarinas de color negro. Tenía una piel de un blanco perfecto, como de porcelana, y su pelo, ¡oh, qué gloriosa melena! Era negra, azabache, para ser más preciso, y estaba salpicada de traviesos bucles aquí y allá que le daban unas tremendas ganas de hundir las manos en ella para ver si era tan suave como parecía.

Pero lo que lo estaba haciendo temblar de deseo eran sus labios: carnosos, en forma de arco, hechos para ser besados o para juguetear con la anatomía de un hombre a su antojo.

Aquellos pensamientos le provocaron una intensa punzada de deseo que hizo que se le formara una erección instantánea. Tuvo que hacer un esfuerzo para recuperar la compostura y apartar la vista de aquella muchacha, centrándose en la mujer mayor que lo observaba con curiosidad desde la cama de hospital.

―Buenas tardes―saludó, intentando ganar tiempo para recuperarse―. Mi nombre es InuYasha Taisho, y tengo entendido que ha pedido verme en reiteradas ocasiones. ―Los ojos marrones de la mujer se abrieron con enorme sorpresa.

―¿Es usted… el presidente de la Compañía Taisho?

―Eso he dicho―contestó, con un deje de irritación.

―Borde―escuchó que murmuraba la joven desde el otro lado de la cama. InuYasha la ignoró, teniendo que contener su asombro a la par que una carcajada. Nunca nadie, desde que había logrado llegar a lo más alto, se había atrevido jamás a decirle nada semejante.

―Kagome―regañó la otra fémina, en tono suave pero firme―. Me alegro de que haya accedido a mi petición, señor Taisho. Por favor, tome asiento. ―Con una significativa mirada, hizo que la chica llamada Kagome se levantara del sillón para cederle el sitio.

―No es nece-

―Por favor―insistió. Luego, se giró a la joven azabache―. Hija, ¿podrías dejarnos unos minutos a solas?―La muchacha iba a protestar, pero una mirada de su madre bastó para que se mordiera la lengua y recogiera una bolsa que había en el suelo, al lado del único armario que había en la habitación.

―Estaré en la cafetería, estudiando. Llámame cuando acabes. ―Se inclinó para despedirse de su madre con un beso y, dándole una mirada de advertencia al hombre, abandonó el cuarto, cerrando la puerta tras de sí.

Naomi Higurashi suspiró con alivio al ver marchar a su primogénita y luego se volvió a mirar a InuYasha.

―Gracias, una vez más, por venir. Se lo agradezco.

―No hay de qué―respondió él. Parecía incómodo, pero tampoco iba a ser grosero con una mujer que parecía estar al borde de la muerte, si es que los informes que había recibido de Miroku eran correctos. Ni él era tan despiadado―. Señora Higurashi… no entiendo por qué ha insistido tanto en verme, la verdad. ―Naomi sonrió con dulzura, cruzando las manos sobre su regazo.

―Quería conocer al hombre al que le he vendido casi la mitad de mi vida. ―InuYasha parpadeó.

―¿Se refiere a… ―Naomi asintió.

―El templo Higurashi me fue heredado cuando mi suegro murió. Se suponía que iba a ser para mi marido, pero mi Daisuke nos dejó mucho antes de que eso ocurriera. Así que mi padre político cambió el testamento para que me quedara a mí y, posteriormente, a mis hijos, sus nietos. ―Naomi respiró hondo. Parecía fatigada por hablar tanto. Alargó una temblorosa mano para agarrar la botella de agua que estaba sobre una mesita, pero InuYasha se adelantó, cogiéndola él y tendiéndosela―. Gracias, querido, eres muy amable. ―Se la desenroscó y se la tendió. Naomi bebió un par de largos tragos antes de proseguir―. Como decía, se suponía que ese templo iba a ser el legado de mis hijos, y nada me habría hecho más feliz. En ese lugar conocí a mi marido, allí nos casamos y allí he criado a mis pequeños, pero… como ya pudo comprobar… eso no será posible. ―InuYasha se removió, nervioso con la conversación―. Te pareces tanto a tu madre… ―InuYasha abrió mucho sus ojos dorados y se puso recto como un palo de escoba―. Los ojos y el pelo, indiscutiblemente, son de tu padre, pero tienes la misma aura de calidez que rodeaba a Izayoi… Lamenté tanto su muerte… y lamenté aún más el no poder ir a su funeral pero, desgraciadamente, no me permitieron asistir.

―Usted… ¿conocía a mi madre?―Naomi sonrió y asintió.

―Cuando me llegó la primera oferta por tu parte para comprar el templo supe inmediatamente quién eras por tu apellido. Las pocas veces que logré hablar con Izayoi después de se marchara no hacía más que hablar de ti: de lo guapo que eras, de lo inteligente que eras, de lo noble que eras… ―InuYasha desvió la vista, con un nudo apretándole la garganta. Naomi suspiró―. Izayoi… sé que amaba a tu padre, pero… desgraciadamente, no fue feliz a su lado y al final, no tuvo fuerzas para continuar. ―Ni él lo hubiera resumido mejor.

―¿Qué quiere de mí?―espetó, en tono agresivo. Naomi lo miró fijamente con sus transparentes y calmados ojos castaños.

―Sé que el templo tenía que venderse, así que no te pediré clemencia respecto a eso. El dinero servirá para que mis hijos empiecen de nuevo cuando yo ya no esté, y no me arrepiento de eso. Era lo que tenía que hacerse. ―Naomi le sonrió, causando un revoltijo de emociones en el Taisho―. Solo… sé que no tengo ningún derecho a pedirte esto porque apenas te conozco, y tampoco puedo apelar a mi antigua amistad con tu madre porque apenas y nos vimos antes de que nos dejara, pero… ¿sería mucho pedir… muy pretencioso… que… que te aseguraras de que… una vez yo ya no esté… a Kagome y a Sōta no les falte de nada? No te estoy pidiendo que los cuides ni nada parecido, ni que te hagas cargo de ellos, Kagome ya es mayor de edad y Sōta un adolescente. Solo… que… estén bien, a salvo.

InuYasha quedó estupefacto. Tuvo que hacer un esfuerzo incluso por pestañear, incrédulo ante lo que aquella desconocida le estaba pidiendo. ¿Le suplicaba a él, un total y completo desconocido, que velara por sus hijos?

―Solo durante un tiempo tras mi muerte… me preocupa, sobre todo, Kagome. Puede parecer fuerte, pero es más frágil de lo que parece. Se le da muy bien esconder sus emociones y sus sentimientos. ―InuYasha la miró.

―Señora Higurashi…

―Naomi, por favor.

―Naomi… yo… no la conozco, ni a usted ni a sus hijos, ¿qué le hace pensar que haré tal cosa? No me gusta hacer de niñera y mucho menos de absolutos desconocidos. Soy un hombre muy ocupado y-

―Lo entiendo―lo cortó Naomi. La mujer suspiró y sacudió la cabeza―. Solo pensé… no importa. Lo siento. Estaba siendo egoísta. ―InuYasha apretó los labios.

Una enfermera entró justo en ese momento y, aprovechando la distracción, se despidió apresuradamente de Naomi Higurashi y salió de la habitación casi a la carrera, como si una horda de demonios enloquecidos lo estuviese persiguiendo. Los hombres de su equipo de seguridad apenas pudieron alcanzarlo cuando ya se metía en el ascensor.

Una loca, es lo que era Naomi Higurashi. Claro que tal vez la culpa era del cáncer que padecía pero, aun así, seguía estando loca.

Como una cabra.

Se bajó en la planta cero y salió como una tromba del ascensor, arrasando con todos los que se topaba a su paso. Estaba a punto de salir de aquel infernal edificio cuando sus ojos, casi sin quererlo, se desviaron a su derecha, captando al instante una abundante y preciosa melena azabache.

La femenina figura de Kagome Higurashi se encontraba de espaldas a las puertas de la cafetería, sentada, inclinada sobre una mesa. No pudo resistirse al impulso y entró en la cafetería, dirigiéndose con paso firme hacia ella, aclarándose la garganta en cuanto llegó a su altura porque, al parecer, la joven no había notado su presencia, algo que no le había pasado nunca… hasta ahora. Las mujeres tenían una especie de radar para detectarlo nada más ponía un pie en un sito o en una estancia.

Esos ojos del color del chocolate lo miraron, indiferentes aunque, por debajo de la mesa, InuYasha notó como, inconscientemente, ella apretaba los muslos, y eso lo hizo sonreír socarronamente. Al parecer, no le era tan indiferente como ella le estaba haciendo creer.

―¿Qué quiere? ¿Ya ha terminado de hablar con mi madre?―preguntó, en un tono cortante carente de emoción alguna. InuYasha amplió su sonrisa socarrona.

―Así es. He venido a avisarla. ―Kagome se levantó, apartando la mirada de él como si le quemara. Recogió sus cosas a toda prisa; los ojos dorados de InuYasha alcanzaron a leer el título del libro que ella había estado leyendo: un tratado de historia sobre la época medieval japonesa.

InuYasha la interceptó antes de que ella diera un paso para irse y, por tanto, alejarse de él. Kagome lo fulminó con la mirada. Claramente él no era santo de su devoción, lo que lo hizo sonreír todavía más.

―¿Qué quiere ahora?―preguntó, más que irritada―. ¡Ya tiene lo que quería, así que déjenos en paz!―El grito hizo que varios de los clientes de la cafetería se giraran a mirarlos, curiosos.

―En realidad no―dijo él, con voz ronca y los ojos fijos en su apetitosa boca en forma de arco―. Aún no tengo lo que quiero. ―Y, sin esperar invitación alguna, rodeó la cintura con uno de sus brazos, la agarró de la nuca con la otra mano y dejó caer su boca sobre la suya, ahogando así la exclamación de sorpresa de la muchacha.

InuYasha la besó despacio, moviendo sus labios sobre los de ella con delicadeza, acariciando su boca con la lengua hasta que, con un gemido, Kagome se rindió, pasándole los brazos por el cuello y abriendo los labios para él.

Triunfante, InuYasha la acercó más a su cuerpo y la saboreó a placer con la lengua, sosteniéndola, dado que las piernas de Kagome se habían vuelto de gelatina. Aquel beso la estaba derritiendo, derribando todas sus defensas y atontando sus sentidos.

Era su primer beso, y estaba siendo delicioso.

Cuando al fin él pareció hartarse de probarla la soltó, jadeando y conteniendo un gemido, su entrepierna palpitando por el furioso deseo que un simple beso había despertado en él.

―Yo… te-tengo que irme. ―Y, recogiendo sus cosas a toda prisa, Kagome Higurashi despareció de la cafetería, dejándolo anonadado a la par que frustrado.

Intentando aparentar que todo estaba bien, InuYasha salió del hospital y fue hacia su coche, abriendo las puertas y metiéndose dentro. Una vez a salvo de miradas indiscretas, se dejó caer contra el mullido asiento de cuero, llevando su mano a su rostro para frotárselo.

―¿Qué he hecho?―se preguntó, todavía con la sensación de los labios de Kagome sobre los suyos hormigueándole, pinchándolo con las ganas de volver a entrar en aquel horroroso edificio para volver a besarla y exigirle que satisficiera el casi incontrolable deseo que ella le había despertado.

Frustrado, golpeó el volante y rebuscó en sus bolsillos hasta dar con el móvil. Necesitaba tener sexo desesperadamente. Todo se arreglaría en cuanto se acostara con una mujer.

Y había cientos, miles de ellas en todo el mundo dispuestas a lo que fuera por pasar una noche en su cama.

No necesitaba a una muchachita del montón.

Mucho menos una que había huido de él como si se tratara del mismísimo Satanás en persona.

Fin [Atracción]


¡Ay, pero qué felicidad, por Dios! ¡Si es que no puedo con la emoción que me embarga ahora mismo!

¡Espero de corazón que os haya gustado y que me dejéis un precioso review lleno de cosas ricas! Porque, ya sabéis:

Un review equivale a una sonrisa.

*A favor de la campaña con voz y voto. Porque dar a favoritos y follow y no dejar review es como manosearme una teta y salir corriendo.

Lectores sí.

Acosadores no.

Gracias.

¡Nos leemos!

¡Ja ne!

bruxi.