Verdades Mentirosas.

-Diga su nombre y su especie.- el intimidante trol de dos metros de altura miró despectivamente hacia la pequeña mujer con alas de mariposa color rojo que pretendía entrar a la taberna la cual era su trabajo resguardar.

-Soy Kurosaki Karin, y preferiría no decir mi especie. ¿Puedo pasar?- murmuró cansinamente, pues llevaba horas viajando y realmente apreciaría un asiento y un poco de néctar líquido ahora mismo.

-Necesito que me digas tu especie, niña.- gruñó malhumorado el trol. –Sí no me lo dices, asumiré por tu apariencia que eres una hada, y las hadas están prohibidas desde que el esposo de la jefa huyo con una.- se cruzó de brazos.

-Bien.- rodó los ojos. –Solo para que lo sepas, no soy una hada, soy una ninfa, hay una gran diferencia.- siempre le molestó que la confundieran con hadas. –La mayoría de las hadas son pequeñas, solo las poderosas pueden hacerse grandes, y todas las hadas tienen alas, las ninfas solo algunas. Las ninfas solo son mujeres y las hadas pueden ser hombres o mujeres. Además las hadas tienen reyes y son muchísimas, las ninfas somos pocas y solo podemos reproducirnos con seres de otras especies por lo cual…-

-Sí, sí, sí. No te pedí un listado de todas las cualidades de tu especie. Puedes pasar.- el malhumorado trol se hizo a un lado.

Karin rodó los ojos, pero decidió entrar antes de que le dieran más problemas que pudieran mantenerla lejos de su preciado néctar.

Cuando llegó a la barra, un trol más pequeño y delgado la miró con desconfianza.

-¿Hada?-

-Ninfa.- contrarrestó malhumorada.

-Oh.- le sonrió amablemente. -¿Qué quieres de tomar?-

-Un vaso de néctar líquido, el más dulce, por favor.- tomó su pequeña bolsa hecha de pétalos de flores rojas que su hermana había hecho para ella y buscó por unas cuantas monedas. -¿Cuánto sería?-

-¿Tienes oro de las minas u oro del emperador?-

-Oro de las minas.-

-En ese caso serán cuatro monedas.- le tendió su bebida y agarró las monedas que le dio a cambio. -¿Y de qué eres ninfa? ¿Alguna flor?- dedujo por su vestimenta que consistía más que nada en pétalos de grandes flores rojas envueltos bellamente alrededor de su cuerpo voluptuoso.

-Nah, mi hermana es ninfa del girasol, así que le gusta jugar con flores y eso. Ella me hizo esta ropa. Yo soy ninfa de un volcán.-

-¿Hay ninfas de los volcanes?- se mostró sorprendido. –

-Hay ninfas de cualquier porquería. Deberías ver a la ninfa de la carrera de cien metros.- sonrió con diversión mientras se bajaba de un sorbo la mitad del néctar.

-¿Hablas en serio?- cuando ella asintió, el trol soltó una estridente carcajada. –Vaya, y yo aquí creyendo que lo sabía todo sobre las otras criaturas fantásticas.- negó con la cabeza. –Como sea, ninfa de un volcán, ¿qué te trae por estos húmedos y verdes lares?- dijo haciendo referencia al bosque lleno mayormente de lagos.

-Oh, sí.- por un momento había olvidado su objetivo principal. –Estoy buscando a un dragón guardián de la montaña de hielo más alta. Hitsugaya Shiro o algo así… Me dijeron que suele comer aquí. ¿Tienes idea de dónde puedo encontrarlo?-

-Bueno, pues en su montaña ¿o no?- se notó confundido.

-Imposible.- negó con la cabeza. –Se nota que no sabes mucho. Sí invades el santuario que custodia un dragón te matará primero y preguntara después. Necesito contactarlo fuera de su preciosa montaña.- rodó los ojos, fastidiada por tener que tomarse tantas molestias que consideraba estúpidas.

-Bueno, supongo que tu dragón es uno de esos que tiene una forma humana también ¿verdad?- ella asintió. –Sé de ese tipo de dragones que siempre conservan un rasgo fantástico aún en esa forma, así que todo lo que tienes que hacer es buscar al tipo más "draconiano" aquí.- se encogió de hombros. –Aún no es la hora del almuerzo. Cuando llegue esa hora vendrá mi reemplazo, tal vez él pueda ayudarte más.-

-De acuerdo, gracias.- sin más pidió otro vaso de néctar y fue a buscar una mesa donde sentarse, agradeciendo cuando halló una en un rincón y junto a una ventana.

Bebió su bebida esta vez más lentamente mientras esperaba que llegara el reemplazo del trol delgado para interrogarlo, pero a los pocos minutos una sombra cubriéndola la distrajo de sus pensamientos.

-Estás en mi mesa, ninfa.- se habría alegrado de finalmente ser reconocida primero como una ninfa en vez de una hada, pero entonces alzó la vista y no pudo evitar sentirse intimidada al encontrarse con unos espeluznantes ojos turquesas pertenecientes a un hombre joven de cabello blanco enfundado con una pesada gabardina.

-Lo siento…- tomó su vaso ya vacío y comenzó a retirarse, pero una idea de repente la golpeó. -¿Tu mesa? ¿O sea que vienes seguido por aquí?- lo miró esperanzada. Él solo la miró con frialdad, pareciendo molesto de que aún no se haya levantado.

-¿Quién sabe?- murmuró desinteresado mientras se sentaba frente a ella, todavía esperando que se fuera.

-¿Por casualidad conoces a Hitsugaya Shiro, un dragón de las montañas heladas?- ante esa pregunta, la más leve chispa de interés iluminó esos peculiares ojos.

-No es Hitsugaya Shiro.- gruñó irritado. –Es Hitsugaya Toshiro.- enfatizó bien la primera silaba del nombre. –Y soy yo. ¿Cuál es tu asunto conmigo?-

-¡Oh, gracias al cielo!- prácticamente se lanzó sobre la mesa, sujetándose desesperada de su gabardina. -¡He estado buscándote por meses! ¡Eres la única pista que tengo! ¡Te daré todo el oro que quieras pero por favor, por favor necesito tu ayuda!- suplicó sacudiéndolo con cada palabra.

Él la apartó de un manotazo, gruñendo de una manera tan amenazante que Karin se obligó a sí misma a volver a su asiento.

Los dragones eran las criaturas más poderosas de todo el reino fantástico, más los guardianes de cosas tan antiguas como las montañas heladas, y ella era una simple ninfa que sí bien era excepcionalmente poderosa para las de su especie y tenía ciertos trucos heredados de parte de su padre, todavía seguía siendo un insecto fácil de aplastar para un ser tan poderoso.

-Algo tan insignificante como oro es irrelevante para mí. Mis montañas están llenas de ese metal, no necesitó más.- ella comenzó a desesperarse, preguntándose cómo conseguiría que la ayude ahora, pero él continuó antes de que pudiera rogarle. –Dime exactamente qué es lo que quieres de mí. Sí considero noble tu motivo podría ayudarte. En caso contrario, habrás perdido tu tiempo.-

La mujer tragó saliva, pensando cuidadosamente qué palabras usaría antes de comenzar a hablar.

-Yo… necesito encontrar al hada Matsumoto Rangiku, he oído que tú la conoces bien.- lo miró esperando confirmar lo que escucho.

-En efecto, ella prácticamente me crió.- asintió. –Es difícil de encontrar, sería una gran molestia para mí hallarla y aun no escucho un noble motivo.- la miró fríamente.

-Estoy en eso.- carraspeó. -¿Has oído hablar de la tradición esa que dicta que las hadas regalen dones a las niñas recién nacidas?- al verlo asentir, continuó. –Bueno, entonces imaginó que has oído hablar también de que a veces esos dones terminan perjudicando a las niñas…-

-Claro, todos escuchamos de la princesa que casi cae dormida por toda la eternidad junto con todo su reino.-

-Sí, esa historia es muy popular.- rió nerviosamente. –En mi caso no es tan grave… Verás, cuando era una recién nacida, dos hadas vinieron a regalarnos dones a mí y a mi hermana gemela.- comenzó. –Una de esas hadas era, por supuesto, Matsumoto Rangiku, la otra era Hinamori Momo, ella fue la que me dijo que acudiera a ti.-

-Nos criamos como hermanos bajo la mira de Matsumoto y nuestra abuela, pero no creía que siguiera sirviendo junto a ella.- la miró un poco desconfiado.

-En realidad se suponía que solo Rangiku-san iría ese día, pero ella no estaba en las mejores… condiciones, así que vinieron juntas.- explicó. –Momo-san le otorgó a mi hermana Yuzu el don de la exquisitez culinaria; "Para que el estómago de sus hijos esté siempre contento".- rodó los ojos mientras recitaba el hechizo. –Y a mí me otorgo una hermosa voz; "Para cantar las más dulces canciones de cuna".- volvió a rodar los ojos.

-Eso suena como ella.- él también rodó los ojos. –Hinamori siempre antepone la maternidad ante todo, no podía creer que le tomará tanto tiempo tener hijos.- Karin asintió, recordando que ella solo había tenido una hija recientemente.

-Sí, aunque todos apreciamos el don de Yuzu, ya que es una cocinera excelente.- sonrió al recordar a su dulce hermana. –Está embarazada de hecho, así que pronto sus hijos podrán tener los estómagos contentos como quería.- rió, antes de decidirse a continuar al ver la cara gruñona e impaciente del dragón. –Los dones de Rangiku-san, sin embargo…- hizo una mueca. –Fueron mucho más… peculiares.- hizo una mueca.

-¿Qué les otorgó?- alzó una ceja, un poco más interesado por la curiosidad.

-Bueno… a decir verdad… ella estaba un poco borracha cuando nos hizo su visita.- tosió incómodamente. Hitsugaya frunció el ceño con desaprobación, pero no pareció sorprendido, más bien resignado. –A Yuzu le dio el don de casamentera.- rodó los ojos otra vez. –Y a mí… bueno… el don de siempre decir la verdad.- bufó.

Hitsugaya se vio confundido.

-¿Por qué tales dones?-

-Aparentemente, su marido acababa de volver a dejarla y ella estaba un poco dolida. Así que le dio ese don a mi hermana para "ayudar a las mujeres como ella a encontrar buenos hombres que no las dejen" y a mí me dio ese don para "sí alguna vez le digo a mi esposo que lo amó, él sepa que es verdad".- gimió hastiada. –Yuzu sabe aprovechar su don, ¡pero no hay forma de aprovechar lo que me dio! ¡Fue prácticamente una maldición!- se lamentó. -¡Y todo porque no dejaba de decir que su esposo era un bastardo mentiroso y abandónico! ¡Lo peor es que luego me enteré que volvieron a estar juntos!-

-Hmm. Entiendo tu problema.- asintió comprensivamente. –Y aunque me gustaría ayudarte, temó que todavía no puedo considerar eso un noble motivo. Y un dragón solo ayuda cuando se trata de un noble motivo. Temó que tendrás que seguir viviendo así y…-

-¡Espera!- lo frenó. -¡Aun no he terminado!- cuando alzó una ceja, ella respiró profundamente antes de seguir. –Hay más. Verás, mi familia tiene una deuda con el emperador.- él se vio sorprendido. –Mi madre casi muere por una enfermedad cuando yo era pequeña, y el emperador consiguió que una de sus hadas la sanara, pero a cambio de una gran suma de dinero que hemos estado pagando toda nuestra vida desde entonces. Recientemente… encontré una forma de pagar la deuda definitivamente.- se mordió el labio. –Un joven comerciante muy rico se enamoró de mí al escucharme cantar, y me pidió ser su esposa. Cuando se enteró de la deuda me ofreció su ayuda para pagarla sí le decía que sí, a lo que acepte.- sus dientes se clavaron con más fuerza en su labio inferior. –Pero él comenzó a tener dudas, y me dijo que no quería atarme a un matrimonio infeliz sí realmente no lo amaba. Yo le dije que quería casarme con él, sin embargo… él pidió que le dijera que lo amo…-

-Y no pudiste.- terminó él por ella. –Porque eso sería una mentira.-

-La fecha límite del pago se acerca.- murmuró la joven ninfa. –Necesito casarme con él, necesitó mentirle.- bajó la mirada, avergonzada. –Sé que no es una noble razón, pero sí no pagamos a tiempo, el emperador le pedirá al hada que revierta su hechizo. Y mi madre volverá a enfermar y morirá.- lo miró suplicante. –Por favor… por favor ayúdame.- juntó las manos. –Solo la misma hada que hizo el hechizo puede revertirlo, y sí no encuentro a Rangiku-san… mi familia perderá toda esperanza.-

El intimidante dragón la miró en silencio por un momento, antes de dejar escapar un sonoro suspiro.

-Está bien.- dijo lentamente. –Te ayudaré a encontrar a Matsumoto. Pero sí en un mes no lo logramos, entonces te dejaré por tu cuenta.- ella tragó saliva, pero asintió, tomando lo que podía. –Sin embargo… ahora solo quiero almorzar. ¿Almorzaste ya?- inquirió.

-Umm… no…- pestañeó, un poco abrumada por el cambio tan brusco de tema.

-Pide lo que quieras. Yo invito.- hizo una seña al nuevo trol que estaba detrás de la barra, uno mucho más alto que el anterior pero igual de delgado. –Come bien. Nos espera un largo viaje.-

Ella asintió, tomando uno de los menús que el trol dejó en la mesa frente a ellos. Ordenó escarabajos asados recubiertos de miel y hongos fritos, aparte de otro vaso de néctar líquido. Él, por otro lado, ordenó prácticamente todo lo que sea carne de mamíferos en el menú y agua del ártico.

Cuando terminaron de almorzar, él la invitó a las montañas heladas para recoger suministros que necesitaría, y ella aceptó honrada, sabiendo que el lugar que debían proteger era sagrado para los dragones. Se sentía muy halagada con que le permitiera ir.

-¿Y quién protegerá este lugar mientras estés fuera?- preguntó curiosa después de veinte minutos de babear por la belleza del paisaje helado. –No quisiera que algo le pasé mientras estás ocupado por un asunto mío. Es tan hermoso…- suspiró encantada.

-Hay habitantes del frío que consideran estas montañas su hogar, tienen sus modos de avisarme si llegaran atacantes. Tampoco es que haya muchas amenazas para este lugar. Solo un ocasional buscador de oro que cree que puede burlar mi guardia.- bufó. –Creo que estará bien un par de semanas sin mí, hace décadas que nadie viene.- ella asintió, todavía asombrada por la gran belleza del lugar. -¿Tienes bolsas contigo, verdad? También toma todo el oro que puedas cargar.- hizo una seña hacia la gran montaña acumulada.

-¿E-está bien que tome este oro? ¿No es sagrado o algo así?- lo miró dudosa.

-Está bien si tienes mi permiso. Además no es sagrado, no en realidad, solo está aquí para que lo tomen los habitantes de las montañas sí llegaran a necesitarlo. Pero la mayoría no sale de aquí así que apenas lo han tocado.-

Karin hizo una mueca. Este era el dinero de esas adorables criaturas que la habían tratado con tanta amabilidad mientras subían la montaña. No se sentía bien tomarlo como sí nada, así que solo tomó dos puñados y decidió dejarlo así. Hitsugaya al verla rodó los ojos y se acercó para meter en su bolsa otros dos puñados, luego tomó la mochila que tenía en la espalda y la descolgó de sus hombros para llenarla de más piezas de oro.

-Oye, no es necesario…-

-Te dije que tomes tanto como puedas cargar. Créeme, lo necesitaremos.- la miró fríamente antes de volver a colocarle la mochila. –Ahora vamos, ninfa. Estás perdiendo valiosos minutos de tu mes.- ella suspiró y lo siguió mientras salían de la cueva de hielo.

Mientras salían, Karin no se sorprendió al ver esperando por ellos un grupo de haditas de las nieves con grandes sonrisas. Normalmente las hadas no eran de su agrado, pues solo se había topado con presuntuosas hadas de los bosques, pero estas haditas de las nieves tenían la inocencia de unas niñas, ya que nunca salían de sus montañas y no habían sido corrompidas por la maldad de las civilizaciones más grandes.

-¡Hitsugaya-sama, Hitsugaya-sama!- las haditas rodearon al dragón mirándolo con gran admiración. -¿De nuevo se irá?- preguntaron con tristeza y pucheros.

-Temo que sí.- asintió. –Ya saben qué hacer si alguien ataca.-

-¡Sí!- gorjearon contentas. Luego rodearon a Karin. -¿Segura que no eres la novia de Hitsugaya-sama?- preguntaron por millonésima vez. -¡Es que eres muy linda!-

-¡Sí! ¡Y tienes alas como nosotras!-

-¡Y sus hijos serían tan tiernos!-

Karin rió nerviosamente, negando con las manos.

-Ya les he dicho que no. Su adorado "Hitsugaya-sama" solo me está haciendo un favor.- les explicó pacientemente una vez más.

-¿Pero se van a casar luego, verdad?- preguntaron ilusionadas.

-No, no.- no sabía qué decir para explicarles.

-Suficiente, niñas.- frenó él con voz suave. –Es imposible que un dragón guardián y una ninfa se casen, así que quítenselo de la cabeza.- masculló firmemente.

-¡¿Qué?! ¡¿Por qué?!- las haditas de inmediato empezaron a lloriquear.

-Bueno…- Karin se frotó el brazo incómodamente. –Personalmente no puedo vivir demasiado lejos de mi volcán o perderé mi fuerza, y supongo que Hitsugaya no puede abandonar su misión de custodiar estas montañas… así que…-

-En efecto, tiene razón.- el hombre miró severamente a las haditas. –Es imposible, así que ni lo piensen.- las haditas lloriquearon aún peor que antes.

-Oh, vamos. Seguro que pronto aparecerá alguna ninfa de las nieves mucho más bonita que yo para casarse con su adorado Hitsugaya-sama.- intentó consolarlas.

-¡Nadie será más bonita que Karin-chan!- lloraron a coro, lanzándose sobre ella para abrazarse a su pecho y rostro, enviándola a sentarse sobre la fría nieve.

Luego de otros diez minutos intentando quitarse de encimas a las adorables pero pesadas haditas, finalmente pudieron seguir su camino para bajar de las montañas, despidiéndose del resto de amables criaturas de las nieves en el proceso.

-¿Cuántas horas puedes volar?- preguntó él luego de que compraran algunos suministros en el mercado.

-¿Cargando todo esto?- hizo una mueca. –Tres horas.-

-¿Solo tres?- indagó incrédulo.

-¡Oye! ¡Ni siquiera se supone que las ninfas vuelen! No todos tenemos grandes y fuertes halas de dragón ni huesos livianos de hada que nos permitan volar toda la maldita semana.- gruñó ofendida. Toda la vida las otras ninfas se impresionaron por su gran capacidad de volar. No dejaría que la ofendiera esta criatura arrogante ahora.

-Lo que sea.- rodó los ojos. –Bien, volaremos tres horas hasta el noreste y luego descansaremos, ya será de noche y no es seguro para una ninfa estar tan expuesta a mantícoras o dragones malignos, sin mencionar las estirges.- Karin hizo una mueca al pensar en esos chupasangres o las otras aterradoras posibilidades. –Y no tengo ganas de cuidar de ti.- agregó.

-Oye, puedo cuidarme sola.- ok, tal vez no de un dragón maligno, pero las mantícoras y las estirges eran muy estúpidas.

-No, no puedes. Las ninfas son sumamente codiciadas por los seres malignos, sí no es para comerte, entonces es para obligarte a tener a sus hijos. ¿Qué tu madre no te educó bien acerca de los peligros que te acechan?- la miró con desaprobación.

-¡Claro que sí! Sé muy bien las repugnantes razones por las cuales muchos quieren apoderarse de una ninfa.- se cruzó de brazos. –No tienes que tratarme como si fuera débil y patética. Derrote a un leviatán de camino aquí.- presumió con la barbilla en alto.

-¿Hmm?- la miró con una ceja en alto. –Eso es bastante impresionante para una ninfa, supongo. Aunque para mí no son más que insectos.- eso la hizo desinflar lo poco que su ego se había elevado cuando pensó que tenía intenciones de halagarla.

-Como sea. Seguiremos tu plan, supongo. Volar tres horas y descansar.- se encogió de hombros, intentando pretender no estar afectada por sus frías palabras.

-Muy bien, entonces.- ignorante a su gesto decaído, él se quitó su gabardina, rebelando que no llevaba nada más que un pantalón debajo, y se ató la gabardina en la cintura mientras dos grandes y majestuosas alas de hielo surgían de su espalda. –Vamos, entonces.- sin embargo… por más bellas que fueran sus alas, Karin no les estaba prestando mucha atención que se diga. -¿Qué pasa, ninfa? Te dije que vamos.-

-Oh, lo siento.- murmuró aun con los ojos fijos en su pecho y sus abdominales. –Solo estaba mirando tus músculos.- confesó con la cara roja, maldiciendo por millonésima vez en su vida tener que decir siempre la verdad. –Vamos, quiero encontrar a Rangiku-san lo antes posible.- suspiró resignada desplegando sus alas y emprendiendo vuelo. Él la siguió al poco tiempo, evitando deliberadamente mirarla a la cara.

Esto ya había sido incómodo, pero ahora acababa de empeorarlo diez veces más.

Volaron las tres horas en un silencio espantoso que la hizo aburrirse hasta límites insospechados, hasta que finalmente ella empezó a cansarse pocos minutos después de que el sol se haya puesto, y volaron un poco más desviándose solo unos cuantos kilómetros del noreste para aterrizar en un pequeño pueblo donde buscaron un lugar para quedarse.

Al encontrar una posada, pidieron dos habitaciones y ella se quedó boquiabierta ante el precio de cada una.

-Te dije que necesitaríamos todo el oro posible.- murmuró presuntuoso el hombre de cabellos blancos.

Karin se sintió aliviada de que finalmente volviera a hablarle, y arrepentida de no haber traído más dinero con ella. Esperaba que Hitsugaya haya traído el oro suficiente.

Esa noche se separaron para ir cada uno a su propia habitación, y a la mañana siguiente él golpeó a su puerta y le dijo que lo siguiera para desayunar algo y luego volarían otras tres horas.

El desayuno aligeró un poco las cosas entre ellos y cuando partieron a volar por los cielos otra vez, la ninfa finalmente se animó a hacer la pregunta que estuvo toda la noche rondando por su cabeza.

-Oye, Toshiro…- él la miró irritado, pero ella no le hizo caso. -¿Hacia dónde vamos, exactamente? ¿Rangiku-san está en el noreste?- lo miró curiosa.

-Primero, es Hitsugaya.- gruñó. –Segundo, ella podría estar allí, aunque lo más probable es que no. Pero allí vive alguien que tal vez sepa dónde podamos encontrarla.-

-Oh… ¿Y cuánto tardaremos en llegar?-

-A este ritmo de volar tres horas y descansar… Unos cinco días.-

-¿Tan lejos?- se quedó sin aliento.

-Bueno, con mi velocidad normal y sin pausas llegaría en poco más de un día… pero a velocidad de las alas de una ninfa…-

-Sí, sí, eres tan superior a mí, lo sé.- rodó los ojos.

No se dijo ni una palabra más y cuando se cumplieron las tres horas buscaron otro pueblo y aterrizaron. Descansaron un tiempo y luego fueron en busca de algo para almorzar. Una vez con sus energías repuestas, volvieron a volar otras tres horas y luego bajaron para descansar en una laguna, donde ella le pidió que se fuera para que así pudiera tomar un bien merecido baño.

-Bien, pero ten cuidado con las criaturas de un lago.- advirtió él. –Grita sí me necesitas.- ella rodó los ojos.

Él era tan arrogante. Entendía que podía destrozarla solo con chasquear los dedos, pero eso no significaba que tuviera que menospreciarla siempre que la oportunidad se presentaba. La hacía sentir tan inferior…

Las ninfas eran guardianas de la naturaleza, poseedoras de una gran belleza para desorientar a los ingenuos y que no sospecharan del poder que les brindaba su elemento. Todas eran mujeres, por lo cual dependían de otras especies para reproducirse, la mayoría se decantaba por humanos y se apareaba con el estricto propósito de tener una hija a la cual enseñarle y extender su legado, sí nacía un varón su especie sería la del padre y las más crueles llegaban a abandonarlo.

Su madre no era cruel de ninguna manera. Su primer hijo fue un varón, y ella lo amaba absolutamente así como amaba a sus dos hijas, y ellos la amaban al igual que su padre. No podían permitirse perderla, por eso Karin tenía que casarse con ese comerciante y salvarla. Y por eso tenía que aguantar a Hitsugaya con la boca cerrada, sin dejar que la verdad de su creciente disgusto por él escapara de su boca maldecida con sinceridad. No la malentiendan, estaba muy agradecida con él, pero su actitud hacía estragos en su autoestima. Y tener que soportarlo en silencio tampoco la ayudaba a sentirse mejor.

Terminó su baño sin problemas, excepto por un duende de agua que se quiso pasar de listo pero fácilmente espantó enviándolo a correr con el trasero en llamas.

-¡¿Toshiro?!- llamó una vez estuvo vestida con sus pétalos otra vez. -¿Dónde estás?-

-Viendo que estabas tardando demasiado, tome un baño también.- casi chilla cuando él apareció de la nada detrás de sí. –Fue lejos de tu lago, así que no te preocupes porque pueda haberte espiado.-

-Créeme, eso no me preocupa.- sonrió divertida al imaginarse a Hitsugaya Toshiro rebajándose al nivel de un adolescente con las hormonas alborotadas acechando a una ninfa bañándose.

-¿Y por qué es eso?- alzó las cejas.

Ella gimió. ¿Por qué tenía que preguntarlo?

-Bueno…- antes de que la verdad le brotara espontáneamente, ella frenó a su boca para poder pensar en una mejor forma de decirlo. –No creo que tú… seas del tipo… pervertido.- carraspeó. –Quiero decir, seguro has vivido milenios y solo piensas en proteger tus montañas y ser todo noble y poderoso…- él comenzó a mirarla de una manera que la puso realmente nerviosa. –Simplemente no puedo imaginarte…- su garganta comenzó a arder en necesidad de escupir la verdad. –No creo que seas… como…- no debía decirlo, él la estaba mirando muy mal, debía cerrar la boca en este instante. –Un… hombre…- y… lo dijo.

Diablos con su estúpida maldición.

Hitsugaya expulsó aire por la nariz, y ella pudo decir que realmente acababa de joder todo.

-¿Acabas de poner en duda mi virilidad?- rugió entre sus dientes apretados.

Ella se quedó de piedra. Sabía que estaba enojado, pero no esperó que tanto.

-B-bueno… realmente eres un dragón así que… no sé porque te sentirías ni remotamente atraído por una ninfa como yo.- intentó arreglar su situación, aunque podía ser que sus nervios nublaran su buen juicio. –Quiero decir, tal vez te gusten las dragonas o criaturas de las nieves femeninas, no puedo imaginarlo aunque puede ser, no sé, y ya sé que me desprecias así que…- calló al sentir de repente sus manos en sus hombros y se sintió a sí misma encogerse ante su mirada mortal de fría furia. –Umm… ¿Toshiro?- se estremeció sin poder evitarlo.

-¿Acaso crees que soy alguna especie de anciano desalmado sin la más mínima pizca de debilidad ante una mujer hermosa que ha estado volviéndome loco con su aroma desde que me acerque a ella sin mencionar la escaza vestimenta que lleva?- su mandíbula estaba tensa y sus ojos la observaban con tanta rabia contenida que empezó a temer por su integridad física, lo único que la tranquilizaba era que el agarre en sus hombros seguía siendo gentil.

-Umm… la parte de anciano desalmado sin la más mínima pizca de debilidad por mí… pues sí, sí la creía.- sabía que no debería haber dicho eso, era prácticamente firmar su sentencia de muerte. ¿Pero qué más podría haber hecho con la maldición que cargaba? ¡No podía callarse la verdad!

Él rugió peligrosamente, y ella creyó que la mataría ahí mismo, pero en cambio sintió sus labios contra los suyos, besándola salvajemente de una manera que, una vez superado el shock inicial, hizo que los dedos de sus pies se curvaran y espalda se arqueara. Aun así no llegó a corresponderle, a pesar de lo mucho que quería, porque rápidamente él se alejó y ambos se miraron jadeando.

-Ya ves… que soy un hombre.- la miró triunfante. Ella luchó por volver su respiración a la normalidad, y mientras estaba en eso fue que el shock de lo que acababa de pasar la golpeó. -¿Qué sucede?- preguntó al captar su mirada horrorizada. –Lo siento por eso, pero…-

-¡Idiota!- lo calló intentando patearlo, pero él la esquivo. -¡¿Tienes idea de lo que acabas de hacer?!- la miró confundido y ella gimió. -¡Robaste el primer beso! ¡El primer beso de una ninfa comprometida!- agitó las manos frenéticamente. Hitsugaya todavía no lo entendió. –Cuando nos comprometemos, las ninfas hacemos un juramento a nuestro futuro marido. El juramento es un montón de cursilerías, pero la parte importante es en la que decimos que a partir de que nuestros labios se toquen en el altar les pertenecemos en cuerpo y alma. Ahora que tú has robado mi primer beso, el juramento pasó a ser para ti.- lo miró desesperada porque comprendiera la magnitud de lo que acababa de pasar. Él amplió los ojos, pero no dijo nada. -¡¿No lo entiendes?! ¡Ahora no me puedo casar porque a los ojos de las ninfas soy tu mujer!- chilló histérica.

-No puede ser posible.- negó con la cabeza. –Dijiste que nuestros labios tenían que tocarse en un altar. ¡No estamos en un altar!- recalcó muy confiado.

-¿Ah, sí?- sonrió amargamente. –Para las ninfas, un altar es cualquier sitio elevado rodeado de flores. ¿Ya viste dónde estamos parados, verdad?- ambos miraron hacia abajo.

Para completo horror del dragón, estaban parados en un pequeño trozo de tierra ligeramente más alto que el resto de suelo.

-Flores.- murmuró mirando alrededor. –No hay flores así que…- calló cuando sus ojos se fijaron en unas pequeñísimas, diminutas flores blancas formando un círculo perfecto alrededor de donde estaban parados. –Tiene que ser una broma…- no podían tener tanta mala suerte. –Debes estar mintiendo.-

-No puedo mentir, Toshiro.- dijo con sequedad. –Pensé que ya había quedado claro.- él se quedó mirándola con los ojos muy abiertos, y ella finalmente cedió y calló de rodillas en el suelo, sujetándose la cabeza. -¡Mira lo que has hecho, gran y varonil dragón Hitsugaya Toshiro! ¡Acabas de arruinarlo todo! ¡Ahora no podré casarme con el comerciante porque sí lo hago habré faltado a mi palabra y seré una desgracia para las ninfas y perderé mi poder! ¡No sirve de nada encontrar a Rangiku-san! ¡Seré una mujer abandonada y sin hijos y mi madre morirá! ¡Y todo porque querías demostrar el tamaño de tus…!...-

-¡Karin, tranquilízate!- la calmó llamándola por su nombre finalmente. –Tiene que haber una forma de revertir esto ¿verdad? ¿La hay?-

-Bueno…- empezó a tranquilizarse mientras pensaba en una posible salida. –Podríamos divorciarnos…-

-¡Divorciarnos! ¡Perfecto! Hagámoslo.- suspiró aliviado.

-No es tan fácil.- hizo una mueca. –Según las leyes de las ninfas, solo podemos divorciarnos por tres razones.-

-¿Cuáles son esas razones?- comenzó a preocuparse.

-Bueno… la primera es sí alguno de los dos es infértil.- lo miró esperanzada. -¿Eres infértil?-

-No lo creo. Se supone que debo dejar descendencia para continuar con el legado de los dragones de hielo. ¿Tú lo eres?-

-No.- gimió. –Todas las ninfas somos absurdamente fértiles, a menos que hayamos sufrido algún accidente o maldición.- gruñó.

-¿Cuál es la segunda razón?-

-Umm…- al pensar en la segunda, su rostro de repente se tornó de un rojo intenso. –E-es… in-insatisfacción s-sexual…- él también se sonrojó y ambos evitaron mirarse por un buen par de minutos, antes de que el hombre decidiera volver a hablar.

-¿Y la tercera razón?- preguntó apenas mirándola de reojo.

-La tercera sería…- se mordió el labio, intentando recordar. -¡Oh! ¡Rechazo de la madre del marido! Sí tu madre me rechaza entonces será una razón válida para un divorcio.- al ver su rostro pensativo, ella comenzó a entrar en pánico. -¡Dime que tienes madre!- rogó.

-No biológica… ¿Funcionaría una madre de crianza?- cuando Karin asintió entusiasmada, él bufó. –Tenemos otro problema. Esa madre de crianza es Matsumoto.- ambos gimieron. ¿Por qué la persona más difícil de encontrar? –Aunque en realidad es un poco conveniente… encontramos a Matsumoto, ella te rechaza como mi esposa, revierte el don que te dio y vuelves a tiempo para casarte con el comerciante.- al ver su mirada insegura, Hitsugaya suspiró y le colocó una mano en el hombro, sorprendiéndola. –No te preocupes, todo saldrá bien. Olvida lo del mes, me quedaré contigo hasta que todo se resuelva. Puedes confiar en mí.- aseguró con una pequeña sonrisa que hizo el corazón de Karin comenzar a latir de un modo que nunca antes experimentó.

-No digas eso…- suplicó con voz desesperada. –Vas a hacer que me enamoré de ti.- bromeó riendo alegremente. Él rodó los ojos.

Poco sabía Toshiro que, mientras las palabras eran verdaderas, la risa era muy falsa. Pero Karin había encontrado la forma de mentir con verdades, cosa que un don con complejo de maldición nunca podría evitar… menos cuando su frágil corazón estaba en juego.

Fin.

¿O no?

Bueno, sí... pero puede q continue en otro OS! Algun día :v

Sorry, en realidad no tenia planeado dejarlo ahí, pero me estaba saliendo muy largo y tenia otros 14 fics q hacer así q decidi dejarlo así xP Aunq si les gusta puede q le haga conti pronto, pero si no entonces puede q le haga conti igual... pero probablemente en unos cuantos años XD

Ojala q no haya sido muy raro y les haya gustado! Los personajes de Tite Kubo!

Mañana subire otros dos OS del Reto FanFiction q ya les explique en mi fic "Amenaza Potencial"

Género de este fic: Fantasía.

Me despido!

COMENTEN! *o*

CELESTE kaomy fueraaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!