La pelea con el shichibukai se había extendido más allá de lo que pensaba o imaginaba, y aunque pretendía dar más de sí mismo ya que su intención en un principio era vencerlo, su cuerpo había llegado al límite hasta el punto de que ya no le respondía como antes. Su tiempo de reacción era muchísimo más lento, y ni siquiera era capaz de acestar un golpe con toda su fuerza.

Francamente, era frustrante.

Para más frustración, había llegado hasta tal punto de cansancio, que simplemente se desplomó en el suelo, dejando la batalla a medias tintas. Pero no podía hacer nada más. Su mente se había apagado por completo.

— ¡Ace!

Mientras tanto, el Moby Dick atracaba al borde del acantilado. Sobre el lomo de la ballena estaban Barba Blanca y sus comandantes, y Clío de pie junto a Marco con una alabarda parecida a la del yonkō sostenida firmemente en su mano derecha.

— ¿Quién de ustedes, mocosos, es el que quiere matarme? —En tierra estaba toda la tripulación de los piratas spade, y más alejados, Jinbei y Ace tirados en el suelo. Ambos tenían múltiples heridas por todo el cuerpo y respiraban con dificultad, producto del cansancio tras cinco días de batalla— Voy a luchar como deseas.

—Esos son... ¡los piratas de barba blanca!

La tripulación de Ace empezó a entrar en pánico. Su capitán estaba más muerto que vivo y pelear contra un yonkō en ese estado era más o menos un suicidio.

Clío estaba haciendo una mueca de inconformidad al ver a Ace inconsciente, pero era de esperarse: nadie peleaba por tanto tiempo sin desfallecer en algún momento.

—Voy a luchar con ustedes, sin ayuda de nadie. —Barba Blanca se estaba divirtiendo. Tenía una sonrisa tatuada en la cara cuando bajó del Moby Dick y se plantó frente al capitán en el suelo.

Ace se levantó a duras penas, temblando y poniendo todo de sí para no volverse a desmayar ahí mismo. Barba Blanca no movió ni un dedo, pero todos en su tripulación salieron volando lejos, producto de su poder. Entonces la furia de Ace hizo aparición, y extendiendo ambos brazos, una pared de fuego se interpuso entre sus nakamas y la pelea.

— ¡Enjomō!

Lo último que Clío vio fue mucho fuego interponiéndose en su campo de visión y escuchó los gritos de la conversación de ambos piratas. Y luego un grito más, como de guerra, minutos antes que el muro de fuego desapareciera. Barba Blanca seguía en pie, la cuchilla de su alabarda estaba levemente manchada de sangre, y Ace estaba tirado en el piso de nuevo, pero esta vez parecía que no despertaría pronto.

—Espero que no lo haya matado. —Susurró entre dientes, haciendo una mueca. Marco puso su atención en ella, con una ceja alzada.

— ¿De qué hablas? Él quiso matar al viejo. —Dijo como si fuera lo más obvio del mundo y completamente normal que su padre haya matado a una persona. Pero, Barba Blanca no era ese tipo de pirata.

— ¡Pero Ace me gusta! —Chilló Clío por lo bajo, haciendo un puchero.

Marco ahogó una carcajada y le despeinó el corto cabello. Su hermana pequeña era... particular.

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Las horas pasaron y eventualmente Barba Blanca dio la orden de recibir a la tripulación de los piratas spade en su barco. Clío no se había despegado de la proa, viendo a su padre mantenerse impasible frente a un Ace todavía inconsciente.

Llegó el atardecer. El crepúsculo dominó el cielo, y luego el sol se escondió. Las estrellas brillaron un buen rato hasta que ella decidió que tenía hambre y se fue a la cocina por algo de comer.

Estaba a medio camino cuando escuchó el grito que Ace lanzó al aire con todas las fuerzas que le quedaban y deshizo sus pasos, para encontrarse a Barba Blanca saliendo de la enfermería.

— ¿Qué pasó? —Clío ladeó la cabeza. Aunque la escena resultaba obvia: su padre había terminado por perder la paciencia, noquear a Ace y llevárselo al barco sin mucha más resistencia.

El viejo no le respondió. Solo le sonrió y le puso una de sus enormes manos sobre la cabeza, casi haciéndola doblarse sobre su propio cuerpo por el tremendo peso comparado con el suyo.

—En un momento podrás entrar. Espera que las enfermeras hagan su trabajo. ¿Entendido?

Clío asintió y Barba Blanca se retiró a su usual puesto en medio de la cubierta, exigiendo a voz de grito su tan preciado sake. Varias enfermeras corrieron a tratar las heridas que tuviera, pero fueron inmediatamente rechazadas y casi despedidas por el viejo hombre, que se estaba bajando más de media botella de licor de un solo trago.

Desvió la mirada de su padre y volvió a fijarse en la puerta de madera a su derecha. Podía escuchar los pasos apresurados de las enfermeras adentro. Clío suspiró pensando en lo increíble que era su trabajo: salvar vidas no era fácil. Una de sus manos viajó inconscientemente a la piedra que colgaba de su cuello, acariciandola levemente, antes de redirigir sus pies de nuevo al comedor.

Dentro, se encontró a Marco terminando de engullir un racimo de uvas y Thatch saliendo de la puerta que daba acceso a la cocina, con una bandeja llena de humeantes platos de comida recién hecha.

— ¿Es muy tarde para pedir el almuerzo de hoy? —Clío les sacó la lengua y les guiñó un ojo, un poco cómplice, a lo que sus dos hermanos rieron a viva voz y Thatch, que seguramente iba a servirle a Marco, cambió su dirección: le pidió que se sentara a un lado del rubio y dejó los platos frente a ella.

— ¡Oye, Thatch! ¡Eso era mío!

—No seas mal educado, ¿acaso no conoces de modales? Las damas siempre van primero. —El castaño hizo una mueca. Puso los brazos en jarras y despeinó a Clío con una de sus manos— Buen apetito, preciosa.

—Gracias, Thatch. —Clío sonrió y se llevó una cucharada de puré de papas a la boca.

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Cuando Ace despertó, lo hizo con un movimiento brusco. Una inhalación profunda y un brinco en la cama fueron lo que alertó a Clío de que estaba de vuelta en el mundo de los vivos.

Respiraba agitadamente, y sus ojos vagaban rápidos como las alas de un colibrí por todo el lugar. Ella asumió que era porque no reconocía el barco (cómo no); se incorporó de donde estaba: el alféizar de la ventana con vista al vasto mar azul que estaba en la habitación, y se acercó a su camilla.

—Respira, estás bien —le dijo Clío mientras se acercaba, logrando que Ace diera otro sobresalto y la observara con ojos abiertos como platos—. Tranquilo, no voy a hacerte daño.

Un par de segundos después, finalmente exhaló y pareció volver en sí. Ver a Clío —que por más que sea, era una cara conocida; le había ayudado a tranquilizarse. Pronto los recuerdos volvieron a llegar a su mente y echó una última ojeada a su alrededor, antes de volver a mirarla a ella, que ya estaba a su lado en el borde de la cama y le sonreía conciliadoramente.

— ¿Este es el barco de Barba Blanca?

No podía evitarlo, pero sentía una espinilla clavada en el pecho. ¿Cómo no se lo había imaginado? Clío le había dicho que era pirata. Tonto él, que jamás se imaginó que podría pertenecer a la tripulación de un yonkō.

(Peor que eso: un yonkō que conoció a su padre).

Ace hizo una mueca y desvió la mirada de la cara bonita de Clío, que lo miraba con preocupación como si se conocieran de toda la vida y de verdad le importara lo que le pasara.

—Sí, peleaste con Pops; y como estabas tan mal herido, las enfermeras te curaron. —Ella estaba tan serena como las olas de mar que se veían a través de la ventana.

Fue entonces cuando Ace se dio cuenta que había vendas cubriéndole el pecho, los brazos, e incluso una le envolvía la cabeza. Se incorporó mejor sobre la cama y un dolor agudo en todo el cuerpo lo obligó a torcer una mueca. Sin embargo, tan obstinado como siempre: empezó a deshacerse de los vendajes y trató de levantarse, pero Clío seguía ahí e intentó impedírselo.

— ¿Qué haces, Ace? –Le puso las manos sobre los hombros en un intento de detenerlo— ¡Se te van a reabrir las heridas!

—Mi tripulación —fue su primer pensamiento—. ¿Dónde está mi tripulación?

—Están en el barco, aceptaron unirse a la tripulación de Barba Blanca —ella explicó con rapidez, interponiéndose en el camino que Ace empezaba a hacer desde la cama hasta la puerta del camarote— ¿A dónde vas? ¡Vuelve a la cama, necesitas descansar!

Ace se detuvo un segundo, fijando su mirada oscura en Clío, que tenía los ojos bien abiertos y la cabeza levantada para poderle mirar la cara. Se veía pequeña. Pequeña y asustada, ¿por qué?

—Voy a buscar a mi tripulación para irme de este barco, ¿no es obvio? —Puso las manos en jarras, inclinándose levemente hacia adelante para enfrentarla a la misma altura.

Ella empezó a negar con la cabeza. Parecía más bien que se estaba diciendo que no a ella misma en lugar de a él. Ace no entendía muy bien todo el asunto, ¿por qué sus nakamas aceptaron irse con Barba Blanca? ¿Con las órdenes de quién? ¿Por qué tomaron la decisión por él? Que absurdo. Él era el capitán de los piratas Spade, y si todos tenían tantas ganas de ser parte de la tripulación de un yonkō, pues bien, que formaran parte, pero que no lo metieran a él en esos asuntos. Si era necesario se iría y empezaría desde cero. Pero no se aliaría con Barba Blanca, de eso ni hablar.

—No puedes irte. Estamos en medio del mar, ¿a dónde vas a ir? —Clío volvió a poner sus manos sobre los hombros de Ace y eso fue la gota que derramó el vaso.

Una corriente eléctrica como una especie de corto circuito lo recorrió de los pies a la cabeza, y quizá había terminando afectandola también porque se separó del tacto como si quemara.

—A cualquier sitio. Cualquiera menos aquí. —Masculló, caminando dos pasos hacia adelante. Clío retrocedió un paso y frunció el ceño— Me iré nadando si es necesario. No puedo permanecer aquí, ¿entiendes? Me largo.

Era impulsivo. Ella lo entendió enseguida. Era impulsivo y no podría hacer nada para detenerlo, pero la mención de que se iría nadando, y el recordar que era poseedor de una fruta del diablo la hicieron dar un sobresalto en su sitio.

— ¡No te puedes ir nadando! ¡Vas a ahogarte!

—No me importa.

Ace dio un rodeo, pasó por su lado y salió del camarote terminando de quitarse las vendas. Caminaba a paso agigantado y Clío corría detrás, su vestido blanco se agitaba tras sus cortos y rápidos pasos para alcanzarlo, mientras gritaba.

— ¡Ace! ¡No puedes irte, Ace!

Pero Ace no la escuchó. Siguió adelante, tambaleándose, sujetando su cabeza con una mano y lanzando las vendas a un lado. Pero cuando abrió la puerta del camarote, la luz del sol lo cegó y se detuvo un segundo, contemplando la grandeza del mar abierto frente a sus ojos, ninguna isla alrededor. El cielo azul despejado y brillante, igual que el beso de los rayos solares que calentaban su piel. Se ahogó con un respiro, volvió a tambalearse y terminó por apoyarse en la borda, deslizándose hasta estar sentado en el suelo con las rodillas flexionadas contra el pecho y una mano en la cabeza.

Había perdido. Aunque no renunció a su pelea con Barba Blanca, lo enfrentó y perdió. La certeza de repente le golpeó como un tsunami, sintiéndose sobrecogido hasta que un par de pies con tatuajes de flores aparecieron en su campo de visión. Alzó la mirada, y ahí estaba Clío, mordiéndose los labios y estudiando sus movimientos como si temiera que en cualquier momento fuera a echarse al mar en serio.

— ¿Está todo bien? —Un tercero apareció en el panorama. Era castaño, con el cabello perfectamente peinado en un tupé. Tenía barba oscura y uniforme de cocinero.

Se dirigía a Clío. Ella salió de su ensimismamiento y sus ojos verde-gris enfocaron a Thatch. Negando con la cabeza, le respondió en un susurro:

—Ha despertado ya.

Fue entonces cuando Thatch se dio cuenta que, de hecho, la persona agazapada con la espalda apoyada en la borda como si quisiera volverse una bolita, no era una cara conocida de la tripulación.

— ¡Hola! —Sonrió y le habló al moreno— Soy el comandante de la cuarta división de Barba Blanca, Thatch. Si vas a unirte a nosotros —se sentó sobre la borda, encogiendose de hombros. Clío sintió la panza tensada ante lo que estaba diciendo y la reacción que empezaba a formarse en la cara de Ace—, la señorita y yo somos buenos amigos para tener.

— ¡Cállate! —Gritó Ace, las venas se le marcaron en el cuello y su ceño se frunció como nunca antes.

Clío se mordió el labio inferior.

—Eres de los que se despiertan odiando al mundo, ¿no es así? —El comandante se rió.

—Thatch, déjalo en paz —la chica ahogó una risa y se acuclilló frente a Ace. Ladeó un poco la cabeza, solo para ver el gesto frustrado que se escondía tras sus manos. Apostaba que si tuviera la oportunidad de lanzarse al mar y no morir estúpidamente en el intento por irse, lo haría en ese mismo segundo.

Ella suspiró, los cortos cabellos oscuros que le caían por la frente se movieron graciosamente, y el pecoso alzó la mirada, irritado, para mirarla fijamente. ¿Cómo podía haber alguien que no quisiera estar en la tripulación de Barba Blanca? Fuera de todos los títulos que le atribuía la marina (yonkō, rey de los piratas) era un padre amoroso y protector capaz de ir hasta el fin del mundo y de regreso por sus hijos. ¿Entonces por qué existía tanta gente queriendo asesinarlo? Era algo que Clío jamás iba a entender.

— ¿Quieres saber qué pasó con tu tripulación? —Le preguntó, moviendo un par de lisos mechones fuera de la cara de Ace. Él, molesto como estaba, sacudió la cara alejándose del contacto—. Vinieron a buscarte, pero tampoco pudieron contra Pops. Te comenté que estaban en el barco también, ¿recuerdas?

— ¿No deberían tenerme en una celda, o algo? ¡Ni siquiera me han puesto esposas! —Gruñó, como si el hecho de que estuviera totalmente libre fuera algo malo por lo que enojarse.

Nah, no necesitamos esposas —esta vez respondió Thatch, con una media sonrisa que intentaba parecer simpática pero, tras el comentario, solamente logró ser de mal gusto—; al menos no contigo.

Cada vez estaba más frustrado y enojado, y Clío ya no sabía qué hacer para calmarlo. Así que se incorporó, vio a Thatch y resopló, dándoles la espalda para irse a algún otro lado en cubierta donde pudiera recibir aire fresco que la ayudara a esclarecer los pensamientos acerca de la corriente eléctrica que le erizaba la piel cada vez que tocaba a Ace.

Pero él tenía otros planes. Su cuerpo quedó envuelto en una llamarada y se paró en un solo impulso de sus fuertes piernas, lanzándose contra Clío tan rápido que Thatch tampoco tuvo tiempo de reaccionar.

No se esperaba lo que pasó a continuación.

Clío se volteó, ladeó su cuerpo hacia un lado evitando el puño, y tomó su muñeca firmemente para hacer que se estampara contra el suelo. Él estaba, cuando menos, confundido. Era la primera vez que alguien le tocaba cuando sus habilidades logia estaban activadas, y aunque ella había logrado desequilibrarlo y tirarlo al piso, se encontraba ahora con la mandíbula apretada, sosteniendo fuertemente contra su pecho la mano que lo había tocado.

Estaba quemada.

El dolor de la quemadura no se comparaba con el dolor que le había causado saber que la intentó atacar por la espalda. Está bien, eran piratas, el honor no existía entre sus códigos. Pero no podía evitar sentirse dolida por ello. Sin embargo, la expresión confundida en su cara le daba a entender que no sabía que, lo que acababa de hacer, era posible; ¿acaso no conocía el haki?

— ¡Clío! —Thatch recién reaccionaba y se unía a la escena, tomando el brazo de ella para ver su mano al rojo vivo por la quemadura— Vamos, te llevaré con las enfermeras.

Ambos se fueron a paso rápido, dejando a un Ace confundido y frustrado en medio del suelo del barco. Pasaron solo segundos, cuando otro par de pies desconocido se acercó por su costado y un rubio con un tatuaje de considerable tamaño en el pecho y un mohicano apareció en su campo de visión.

—No tienes idea de lo que acabas de hacer, oi. —Le dijo simplemente. Ace chasqueó la lengua de forma audible, ganándose de su parte una media sonrisa torcida— Nadie se mete con la hija de Pops y sale bien parado de la situación.

— ¿La hija...? ¿Qué no son todos sus hijos? —Gruñó entre dientes. Estaría obstinado y su orgullo sobresalía como una característica casi fenotípica, pero la curiosidad era igual de fuerte en él.

Marco acentuó su sonrisa y le ofreció una mano para que se levantase. A pesar de su mal humor, Ace la tomó, se puso sobre sus dos pies y sacudió un poco su camisa amarilla.

—Nunca has escuchado de ella, ¿no es así? —volvió a decir, irritando cada vez más al pecoso. ¿Por que tanto misterio? ¿Qué era eso tan importante que debía saber, pero desconocía?

—Dilo ya.

—Clío Newgate, la Princesa de los piratas.

Ace se quedó en silencio como una piedra por largos segundos. Desde luego que había escuchado sobre la Princesa de los piratas, la hija biológica de Edward Newgate. Y también sabía que ese era el verdadero nombre de Barba Blanca, y es que, ¿cómo no se le había ocurrido? Jamás en la vida había conocido a una pirata tan pirata como Clío, obviamente: fue criada en el ambiente, entre hombres y situaciones peligrosas, entre licor y tesoros, y probablemente con todas las comodidades que pudiera llegar a darse el lujo de tener en una vida como la que ellos llevaban.

Y él acababa de atacarla a traición. Cuando ella lo único que había hecho era ofrecerle su amistad y preocuparse por su salud.

Sintió que el mundo se le caía a los pies, y la misma corriente eléctrica que le recorría el espinazo y le encendía los sentidos volvió a azotarlo cuando, a varios metros, pudo observar los ojos verde-gris de Clío cruzando una puerta, probablemente la enfermería.

Los ojos de Clío Newgate.

La Princesa de los piratas.