V

Castle centra sus cinco sentidos en esquivar la masa de gente que ríe, baila y bebe a su alrededor, como si eso fuera a ayudarle a ignorar la oleada de sentimientos que invade cada rincón de su cerebro. Algunos de ellos no le son desconocidos: felicidad al ver a Ryan y Jenny en la pista de baile, diversión ante el mal disimulado flirteo de Lanie y Esposito, celos por la mera existencia de Josh… Lo que nunca hubiera esperado sentir son los remordimientos de haber causado una disputa entre Beckett y su novio. Debe de ser el alcohol…

Tan centrado está en sus pensamientos que casi choca con Gina, que le sale al paso con la rapidez de un ninja. Por su expresión, no está muy contenta, aunque últimamente, no lo está nunca.

—Gina, me has asustado. Estaba…

—Con Beckett, ya lo he visto —por su tono de voz, queda claro que la idea no resulta de su agrado.

—Sí, todavía no habíamos tenido ocasión de hablar en todo el día —se defiende Castle, de repente molesto ante la insinuación de que no puede mantener una conversación con su compañera.

—¡Oh, no! ¡Qué desgracia! ¡Dios no quiera que pases dos horas sin hablar con tu querida musa!

—No empieces otra vez con eso.

—¡Pero si eres tú el que siempre está hablando de ella! Beckett esto, Beckett lo otro… siempre Beckett.

—Pues claro, es mi compañera, y la inspiración para mis novelas —responde él, cansado de tanto reproche, malas caras y discusiones, mientras guía a Gina hacia el vestíbulo, lejos de miradas curiosas.

—Lo dices como si eso tuviera que tranquilizarme.

—Gina, lo hemos hablado mil veces. Beckett es una persona importante en mi vida, y el hecho de que tú y yo estemos en una relación no va a cambiar eso.

—Pues si es tan importante, ¿por qué no le pediste que viniera contigo a la boda?


—Muy bonito, Josh —recrimina Beckett, mientras ve cómo Castle y Gina se pierden entre la multitud.

—¿Por qué me has invitado a acompañarte, Kate?

—Eres mi novio —se encoge de hombros ella, intrigada ante el súbito cambio de tema.

—Y aun así, no me has mirado en todo el día.

—Claro que sí —responde ella, girándose hacia él con la rapidez de un niño al que han pillado con las manos en la masa.

—Pero no tanto como al escritor. Dime la verdad, ¿me has invitado para darle celos?

Kate siente cómo su cara se torna roja ante la acusación de su novio, pero más de rabia que de vergüenza.

—¿Crees que tengo doce años?

—¿Entonces por qué me has traído? ¿Es que no querías venir sola?

—Quería venir contigo. Aunque, visto cómo tratas a mis amigos, quizá me equivocaba.

—Ha empezado él antes, en el banquete.

—¿Y eso es excusa? Igual el que tiene doce años eres tú… —le recrimina Beckett. No suelen caer tan bajo en sus discusiones, pero después de varias copas, ambos están más beligerantes de lo normal.

—Ya veo cómo va la cosa: tus amigos pueden meterse conmigo, pero yo con ellos, no.

—Eso no es así, Josh. A ti también te he defendido antes.

Josh suspira, con aire derrotado, y se encoge de hombros.

—Esa no es la cuestión… —dice, en voz baja.

—¿A qué te refieres?

—Te lo preguntaré muy claro, Kate: ¿te arrepientes de que haya venido?


—Kate es mi amiga, Gina —responde Castle con la voz forzadamente tranquila de un padre tratando de calmar a un niño difícil—. Tú eres mi pareja. ¿Cómo no iba a invitarte a la boda?

—¿Ahora la llamas Kate?

—Es su nombre —responde Castle, contando hasta diez en su cabeza para no soltar lo primero que se le pasa por la cabeza. Pensándolo mejor, decide decirlo de todos modos—. Y no entiendo a qué viene este numerito.

—¿Numerito? Lo dices como si fuera culpa mía.

—Bueno, tú eres la que está buscando una discusión conmigo.

—Después de que tú me pusieras en una situación comprometida —ante la cara de confusión de Castle, Gina continúa—. ¿De verdad pensabas que iba a encajar en tu grupo de amigos? Pues lo siento, Rick, pero soy demasiado rubia, demasiado poco policía, y, para mi desgracia, mi apellido no es "Beckett".

—No entiendo este repentino ataque de celos.

—Por lo visto, hay muchas cosas que no entiendes…

—Gina, déjate de acertijos —dice él, su enfado creciendo por momentos—. Si hay algo que quieras decir, dilo.

—¿Te acuerdas del día que fui a buscarte a la comisaría, antes del verano?

—Sí, claro… —responde él, confuso ante el repentino cambio de tema.

—¿Recuerdas qué estabas haciendo cuando llegué?

—Estaba despidiéndome de Beckett —contesta Castle, hablando muy despacio, todavía sin entender el propósito de la conversación.

—¿Y recuerdas qué te dijo?

Los segundos se suceden mientras Castle intenta descifrar las palabras de Gina, buscándoles un significado oculto, algo que tenga sentido y que sea relevante para la situación en la que se encuentran.

—Rick, ¿recuerdas qué te dijo?


—Kate, ¿te arrepientes de que haya venido? ¿Sí o no?

El silencio de Beckett parece servirle como respuesta, porque Josh se da la vuelta y empieza a caminar hacia el guardarropa con paso resuelto.

—¡Josh! ¡Espera!


Un repentino golpe en su hombro casi hace caer a Castle, y al volverse, ve a Josh pasar a su lado como una exhalación. Momentos después, Beckett le sigue, dedicando a Castle una mirada de disculpa, como si ella fuera la responsable de los malos modales de su novio. El escritor les sigue con la mirada, preocupado ante el evidente malestar que se leía en los ojos de su compañera.

—Veo que no somos los únicos con problemas —comenta Gina, reclamando su atención—. Buenas noticias para ti, supongo.

—Gina… —suspira Castle, pero ella no le deja continuar.

—Creo que deberíamos dejarlo aquí.


—Josh, ¿podemos hablar?

Beckett, casi sin resuello, finalmente alcanza a Josh cuando este se está poniendo ya el abrigo para marcharse.

—Creo que hemos hablado demasiado, Kate. Será mejor que nos tranquilicemos. Mañana será otro día.

Esa frase resuena en la cabeza de Kate con el eco de otra discusión reciente, y de repente, no puede soportarlo más.

—No —dice ella.

—¿Cómo dices?

—No hemos hablado demasiado. Jamás hemos hablado demasiado, Josh. Ni de lejos. De hecho, apenas hablamos. Y ese es nuestro problema.

—¿Esto es otra vez por lo del trabajo? Kate, ya lo hemos discutido. Los dos trabajamos mucho, y no siempre tenemos tiempo…

—No me refiero a eso —le interrumpe ella, antes de que puedan entrar otra vez en bucle con lo de "estás demasiado centrado en el trabajo", "mira quién fue a hablar", y otros grandes éxitos de sus discusiones recurrentes—. Hablo de esta mañana.

—Kate… —empieza Josh, pero se interrumpe con un suspiro de resignación.

—No, Josh, siempre haces lo mismo. Empezamos a discutir y te rindes antes de poder llegar a ninguna conclusión. No puedes soltarme la bomba de que te vas varios meses a Haití y esperar que no reaccione.

—Discutir estas cosas en caliente no sirve de nada, Kate.

—Estoy de acuerdo. Pero archivarlas y no retomarlas jamás tampoco. Y sé de lo que hablo: esa ha sido mi estrategia toda mi vida. Pero ya estoy harta. No puedo más.

—¿Eso es un ultimátum?


—¿Estás…? ¿Estás rompiendo conmigo?

Puede que sea la música retumbando en sus tímpanos, o el zumbido del alcohol en sus sienes, pero Castle se siente más lento de lo habitual, y no se fía de haber entendido bien las palabras de Gina. Ella, por su parte, parece desinflarse ante sus ojos, adoptando un aire de vulnerabilidad que Castle no está acostumbrado a ver en ella.

—Rick, ya sabíamos que esto iba a pasar —responde Gina—. Han sido unos meses divertidos, lo hemos pasado muy bien. Pero creo que, en el fondo, los dos sabíamos que esto era temporal.

Castle traga saliva, buscando una respuesta que no suene a derrota. No se le ocurre ninguna, así que se encoge de hombros, y opta por decir la verdad.

—Tienes razón. Lo siento.

—No, Rick, es culpa mía. Desde el primer momento supe que era una mala idea. No había más que veros las caras cuando entré en la comisaría aquella tarde para darse cuenta de que había algo entre Beckett y tú.

¿Entre Beckett y él? Castle se remonta hasta aquel momento, pero desde su punto de vista, la historia es bien diferente. Demming. Sólo recordar su nombre le envía una punzada directa al corazón. No, no había nada entre Beckett y él entonces. Ni ahora tampoco. Beckett siempre tiene a alguien a su lado, y Castle no puede decir que le sorprenda.

—Te equivocas, Gina. En realidad… —comienza a explicar, pero la mano de Gina en su brazo le hace interrumpirse.

—Pregúntale a ella —le aconseja, y se ríe por lo bajo antes de continuar—. O mejor, pregúntale a Lanie.

—Sigo sin entender qué tiene eso que ver con nosotros —insiste Castle, tratando de alejar la conversación de Beckett y sus complicados sentimientos por su musa.

—Sólo dime una cosa, Rick: si ella no saliera con Josh, ¿tú y yo estaríamos juntos?


—¿Eso es un ultimátum? —insiste Josh, congelado a medio camino de abrocharse el abrigo.

—Es un hecho, Josh. Estoy cansada.

—¿Cansada de mí?

—Cansada de la situación. No quiero seguir teniendo una relación a medias. Lo quiero todo. O eso, o nada.

La mirada en los ojos de Josh es dura cuando pronuncia sus siguientes palabras.

—¿Y estás segura de que yo soy la persona con la que quieres tener esa relación?


A Castle nunca le gustaron los problemas de matemáticas. Demasiadas variables, demasiadas incógnitas. Y sin embargo, la pregunta de Gina le parece una ecuación mucho más complicada de resolver que la peor de las integrales. ¿Seguiría con Gina si Beckett no estuviera con Josh?

La fría mano de Gina acariciando su mejilla le devuelve a la realidad, y su sonrisa triste parece decirle que ella ya tiene la respuesta. Quizá él también la tenga.

—Creo que será mejor que pida un taxi —dice ella, y su tono es triste, pero sin rastro de rencor, rabia o reproche.

—Te acompaño —ofrece él, y Gina asiente.


La pregunta de Josh se abre paso en su mente como si atravesara una densa niebla, hasta que le hace comprender una verdad que creía enterrada en lo más profundo de su ser. ¿Es Josh la persona con la que quiere tener esa relación? Tras varios segundos, alza la mirada hacia los ojos de Josh, y ve en ellos reflejado el mismo entendimiento que acaba de alcanzar ella, mezclado con un punto de tristeza. Pero no hay enfado, no hay sorpresa. Ambos sabían que llegaría este momento.

Josh no le da tiempo a contestar. Con una sonrisa triste, le da un beso en la frente y se gira para marcharse.

—Cuídate, Kate.