Ese día la familia Stella estaba en boca de todos, pues era el centro de todo el ajetreo que precedía a la gran celebración. Una buena parte de Mary Geoise cotorreaba apasionadamente acerca de cómo la joven y hermosa Maris estaba por entregarse a un adinerado Tenryuubito. Los parientes y amigos no paraban de moverse a través de la ciudad sagrada y los arreglos florales, los blanquísimos manteles y las pomposas estatuas se veían siendo trasladadas a cada momento. Afortunados eran aquellos que habían tenido la dicha de recibir la invitación con el emblema de los Stella y Saint Charlos hace un par de semanas; hoy se miraban al espejo con sus mejores ropas para casamientos y preparaban sus carruajes.

La madre de Maris no paraba de gritar a los esclavos, se la veía nerviosa. Cualquiera diría que su preocupación por cada detalle se debía a lo emocionaba que estaba por tener todo perfecto para su hija, pero lo cierto es que el motivo de su impaciencia se debía a que conocía demasiado bien a la novia. Sí, por eso cada vez que veía a una de las encargadas de preparar a Maris le preguntaba qué tal iba todo. Se tranquilizaba por unos segundos luego de que las sirvientas le repitieran por milésima vez que todo iba bien y luego volvía a desquitarse con los esclavos. Había visto el vestido blanco que ese día usaría su hija. La desgraciada se veía hermosa cuando se lo probó; había nacido con un rostro tan agraciado y podía entregarle tanto honor a su familia que no entendía por qué tenía que ser tan cabeza hueca. Se había tardado siglos en convencerla de que aceptara la propuesta de Charlos. Bastó con que le presentara una lista con todas las libertades de las que se vería privada al seguir con su rebeldía a casarse para que se lo pensara dos veces. Ahora no había vuelta atrás, pero rezaba por que a Maris no se le ocurriera hacer alguna de sus idioteces frente a todos sus conocidos.

El padre de Maris, Sanctus, estaba mucho más tranquilo. A esa hora leía el periódico, absorbiendo los acontecimientos del Grand Line de ese día. Nunca se sabía cuando un Yonkou podía decidirse por hacer alguna locura. Nuevos carteles de "Se Busca" revelaban rostros de piratas emergentes, uno de ellos con el nombre de "Monkey D. Lu…"

-¿Has escuchado algo de Chalros?- esa era la voz chillona de su esposa. Sanctus sacó su cabeza del periódico de manera aletargada.

No importaba cuánto se lo repitieran, la señora Sanctus no dejaba de repasar mentalmente todas las situaciones desastrosas posibles. El señor de familia trató de calmarla, pero no fue hasta que se quedó sin energías por revolotear tanto que la madre de Maris realmente quedó postrada en una silla.

Una monstruosa escultura de hielo sobre una hermosa y voluptuosa sirena fue depositada en la iglesia a eso del mediodía. Era colosal y majestuosa. La principal atracción de los visitantes que apeaban en la entrada cada vez con mayor frecuencia y quedaban embelesados mirando la superficie limpia y helada de la parafernálica figura. La gente empezó a congregarse lentamente. Llegó la familia del novio, unos tenryuubitos importantes y orgullosos, apenas saludaron a los padres de Maris antes de colocarse en sus asientos privilegiados en el frente de la escena. Los vestidos caros, los saludos comedidos, los seres exóticos amarrados con un neck-ring al cuello no faltaron. Todo iba tal como se había planeado.

Sanctus miraba impacientemente la hora y quedó aliviado cuando las personas importantes empezaron a ingresar por la gran puerta. Después de las damas de honor y los padrinos entró Charlos con su madre, quien lo depositó en el altar. Todos voltearon hacia el umbral, ansiosos por vislumbrar a la hermosa novia, a la que de seguro la cubrían carísimos y delicados géneros de los artesanos más doctos de los mares. Apareció, ostentando una blancura y beldad tal que parecía un fantasma que con su presencia degradaba la ornamentación de la iglesia de "excelente" a "solo buena". Con un voluminoso velo cubriéndole el rostro, la muchacha comenzó a avanzar hacia el altar a paso lento. Mientras más se acercaba más se hacía evidente, para todos aquellos que conocían a Maris, que no se trataba de ella. La joven que caminaba hacia el altar tenía una contextura similar a la de la tenryuubito e indudablemente se veía hermosa, bajo todo el maquillaje y la ropa costosa, como cualquier novia en su preciado día, pero, para la infortuna de la familia Stella, a esa misma hora, no Maris, sino Christine se encontraba en el archipiélago Sabaody.

Actualizada con las últimas noticias sobre el comandante de la segunda división de la tripulación del magnánimo Barbablanca, con dinero golpeando su muslo en el bolsillo del pantalón y la cabeza colmada con posibles aventuras, Christine recorría los puertos del archipiélago, buscando a aquel barco que, en función de un intercambio monetario, accediera a llevarla en dirección opuesta al redline, en busca de aquello que ella más ansiaba.

De todas las desgracias que le había provocado a la familia Stella, esa fue la última.

Notas del autor:

¡Sí, estoy de vuelta! La regularidad con la que recibí comentarios a través de las dos plataformas en las que publiqué esta historia me hicieron sentir ansiosa por seguir con la trama que tenía planeada y ¡Hey! Resulta que estoy por probar cosas nuevas en territorio de fanfics (ya sabrán a qué me refiero). Realmente espero que la disfruten y, para terminar, quiero decir que no se imaginan la dicha que siento por saber que hay gente que conectó con la historia y los personajes tanto como yo; ustedes hacen que esto valga la pena. Y espero que sepan que estos capítulos los hice con cariño y lamento haber tardado tanto en tenerlos listos.

En fin agradezco a tod-s l-s que han llegado hasta aquí.

¡Daré lo mejor!