Una persona comienza a sentir atracción por otras más o menos entre los 12 y los 14 años. Probablemente antes.

La primera vez que yo lo sentí tenía 17 años.

Mi nombre es Stella Maris. Soy una tenryuubito, pertenezco a la familia Stella y nací en la tierra sagrada de Mary Geoise. Para el resto del mundo nosotros tenemos sangre divina, descendientes de los fundadores del gobierno mundial y nadie puede ponernos un dedo encima. No solo eso, también somos conocidos porque despreciamos otras vidas humanas, por una crueldad innata y porque somos débiles sin remedio.

Como dije, la primera vez que sentí atracción por alguien fue a los 17 años. Estaba encerrada en mi casa mientras la voz de mi madre hacía eco en todas las habitaciones. Hablaba de cómo teníamos que encontrar las flores más pretenciosas que el dinero pudiese comprar, pues la vecina había realizado un hermoso arreglo de rosas afuera de su casa y ahora la nuestra parecía una pocilga, según sus propias palabras, en comparación. Yo llevaba años aprendiendo a controlar mi concentración para dejar de escuchar a mi madre.

-Querida, mira lo que encontramos en la subasta de humanos.- Ese era mi padre que acababa de llegar.

En realidad, para dejar de escuchar a toda la gente que me rodeaba.

-¡Un gyojin! Qué maravilla. Ponlo a trabajar en el jardín, estaba necesitando a alguien con fuerza. ¿Es lo único que conseguiste?

-No, también traje un humano. Disco dijo que era el capitán de una banda pirata. Se veía muy divertido.

-Pero está muy malherido ¿de qué nos sirve?

-Bueno, mientras se recupera puede limpiar la casa. Además me dijeron que es un carpintero, así que podemos obtener todo tipo de artefactos a un precio casi mínimo.

-Sí, tienes razón. Siempre piensas en todo, cariño. Llévenlo a su celda- le indicó, seguramente a los guardias. Escuché que se lo llevaban a rastras.

Yo estaba en mi cuarto con la puerta cerrada, no hace falta decir que había fracasado intentando ignorar a mi familia. Qué tiempos más tormentosos eran aquellos. Había pasado mi adolescencia junto a individuos que despreciaba profundamente. Me castigaban constantemente; constantemente dejaba en claro que mi lugar era lo más lejos de allí posible, había pensado en escapar, pero no era como si alguien de mi clase pudiese simplemente salir de allí y sería aceptada por el resto del mundo. Si algo había aprendido en las bajadas al nivel del mar era que la gente no me trataría bien si descubrieran que son un tenryuubito sin protección. Y los entiendo, son contadas las veces que he ido al archipiélago Sabaody, la mayoría fue de niña, y lo único que demostraban mis parientes es que somos unos monstruos; mi familia trata al resto de personas como si fuesen de una especie inferior, como si le pertenecieran. Por eso ya no bajo al archipiélago, porque no tengo el estómago para hacerlo, porque no podía soportar ver detrás de una burbuja el rostro de rabia y miedo que me dedicaban todas las personas con las que me cruzaba. No quería tener nada que ver con mi familia, no quería tener nada que ver con mi mundo.

-Maris ¿Te importaría arreglarte? En unas horas vienen más pretendientes.- era mi padre que había abierto la puerta sin tocar.

-No voy a casarme.

-Sí lo vas a hacer. Eres hermosa y nos darás unos buenos nietos- echó una mirada a todo mi cuerpo, me hirvió la sangre- No quiero que salga una palabra de tu boca cuando ellos lleguen. Deja de avergonzarnos.- se fue.

Sentía la impotencia recorriendo mi cuerpo. Apreté mis puños hasta que sentí que rasguñaba la palma de mi mano. No quería hacerlo, no iba a aguantar hacerlo. Me senté en mi cama y presioné una almohada contra mi rostro. Los odiaba, los odiaba profundamente; solo quería irme en cuanto tuviese la más mínima oportunidad.

Cuando sentí que los invitados llegaban a la casa me escabullí. Sabía que era infantil y que no iba a lograr escapar por siempre, pero tenía que hacerlo por el bien de mi cordura. Me encerré en el único lugar donde mi familia nunca se iba a acercar: la celda de esclavos.

Entré en la habitación que se encontraba bajo la completa oscuridad. Tenía entendido que toda la fuerza disponible de la casa estaba trabajando en el jardín. Cerré la puerta y tomé aire. No se veía nada. Di un par de pasos y me senté apoyando la espalda contra la pared. Coloqué mis brazos sobre las rodillas y allí apoyé mi cabeza.

Alguien tosió. Me levanté apresuradamente y tanteé la pared en busca del interruptor. Cuando la habitación se bañó de luz descubrí al hombre con la ropa manchada de sangre que se encontraba sentado con las manos encadenadas. Abrí los ojos sorprendida, él me echó una mirada rápida y luego continuó con la vista puesta en el vacío mientras su pecho subía y bajaba velozmente.

Me quedé en silencio. Parecía no importarle mi presencia. Así que me senté sin quitarle los ojos de encima. Debía ser un veinteañero, tenía una barba prominente, pero bajo ella su rostro revelaba su juventud. Tenía buen cuerpo, hombros anchos y extremidades gruesas. Su piel revelaba cicatrices que se perdían bajo la ropa, las cuales estaban desgastadas; por un momento me imaginé todo lo que debió haber vivido, se veía experimentado. La gente que conocía nunca se hubiese acercado a alguien con ese aspecto, le tenían asco a la mugre que traía la gente de afuera, pero a mí, por alguna razón, me resultaba vigorizante su estado, por no decir que me atraía.

Quería hablarle, pero no sabía dónde empezar, sin embargo, si lo iba a hacer tenía que ser luego, no sabía cuánto tiempo iba a tener sin que me descubrieran. ¿Qué podía decirle yo? Mi padre acababa de arruinar su vida por siempre.

-¿Me odias?-solté lo suficientemente alto para que me entendiera, pero con un resto de inseguridad en mi voz. Nunca hablaba con los esclavos, nunca desde…

El hombre levantó la cabeza y me miró. Uno de sus ojos estaba entrecerrado a causa del párpado hinchado que tenía sobre él.

-¿Quién eres?

Yo…

-Yo vivo aquí.

Escupió un montón de sangre. Tragué saliva mirando el charco que acababa de formar con esa acción. No solía ver cosas así.

-¿Vienes a burlarte de mí?

-No, no. Solo estoy escondiéndome. Yo te ayudaría a escapar si pudiera.

La cadena que lo amarraba se tensó repentinamente y me miró con los ojos muy abiertos, como si yo tuviese todas las respuestas que él estaba buscando.

-Por favor, sácame de aquí.

Bajé la vista y sentí un dolor en el estómago.

-No puedo hacerlo. Créeme, si te descubren el castigo será peor que la muerte.

-Nada puede ser peor que esto.

-Lo siento, no puedo.- Cuando el hombre volvió a tener la mirada perdida me apresuré a impulsarme con las piernas para sentarme más cerca de él.- Tú… ¿Podrías contarme acerca del Grand Line? ¡O el New World! ¡O el North Blue o el West Blue…! Lo que hayas visto.

-¿Por qué debería hacerlo?- preguntó sin ánimos.

-No tienes que hacerlo si no quieres- dije rápidamente. Como vi que no parecía dispuesto a responderme abracé mis piernas y me mantuve en silencio. Ningún sonido se hacía paso por las paredes, era abismal.

-Esto es estúpido- dijo luego de un rato. Se miró las cadenas pensativo, por un momento pensé que iba a llorar- Yo… partí hace dos años del south blue. Mi pueblo era muy humilde, siempre fuimos hospitalarios con los piratas…

Aún recuerdo con increíble claridad ese momento. De repente por mis oídos entraban historias de lo más increíbles: un país desértico con reyes y princesas, una isla llena de animales prehistóricos donde dos gigantes tenían una lucha eterna, otra donde las calles estaban inundadas de agua y utilizaban unos peces con montura para movilizarse y lo más impresionante, la historia de Gold Roger, el rey de los piratas, quien el día de su ejecución anunció al mundo que había escondido todos sus tesoros, el One Piece, en la última isla y había dado inicio así a la era de los piratas. Mi corazón latía con fuerza mientras él me contaba todo eso con una sonrisa dibujada en el rostro. Era sobrecogedor, no quería que ese momento terminara, pero cuando me habló de su novia y de lo mucho que quería volver a verla tuve una sensación extraña en el cuerpo, algo que por alguna razón no se sentía bien.

La puerta de abrió de repente.

-¡Aquí está!- gritó un guardia. Me levanté del suelo rápidamente y me alejé de ellos, solo prolongaba lo inevitable. Me cogieron fácilmente y me llevaron con mis disgustados padres que me miraban con un odio quizá tan profundo como el que yo sentía por ellos.

-No puedo creer que estabas en…- gimió de la angustia con las manos cubriéndole la cara y luego continuó- Ni siquiera puedo decirlo…

-¿Sabes todas las enfermedades que pudiste haber contagiado?- Ese era mi padre explotando en ira.

-¡Eres la mayor vergüenza que podemos tener! ¡Si no tuviésemos a tu hermano no sé qué hubiéramos hecho!- estalló en un falso llanto mientras abrazaba a mi padre que me miraba inmóvil. Yo sabía que no eran lágrimas reales, solo lo hacía para que me sintiera mal, pero su gesto me fue indiferente.

Los miré con el ceño fruncido y el pecho en alto. No iba a dejar que me afectaran. Les hablé con voz firme.

-Desháganse de mí- les dije desde lo más profundo de mi corazón- yo no quiero vivir con ustedes, pasaré toda mi vida tratando de escapar. ¡Ustedes no me quieren, déjenme ir!

-¡¿Es que acaso tú no piensas?!- dijo mi madre histérica- ¿Qué quieres que le diga a los vecinos? ¡¿Eh?! ¿Que mi hija es una estúpida irreverente a la que se le ocurrió escapar? Todos te conocen desde que naciste ¿Qué crees que pensarán? Además hay muchachos que quieres casarse contigo ¿Piensas que vas a pasar desapercibida? ¡Usa la cabeza idiota!- alzó la mano y me pegó una cachetada.

Me quedé quieta escuchando el sonido de mi respiración. A ninguno de los presentes le importaba que me golpearan, seguro que todos creían que lo merecía.

Al día siguiente el pirata, quien se encontraba malherido por haber intentado escapar cuando estaba en la casa de subastas, intentó una nueva huida, pero esta vez fue eliminado por el collar de fierro, el neck-ring, cuando este le explotó la cabeza por desobediencia. Nunca supe su nombre, sólo sabía que su aventura terminaba ahí.

Yo iba a escapar, eso era seguro. Ideé un plan infalible y dos años después estaba lista para ejecutarlo.