Seguimos. Y si se puede se acaba esta semana.


Dime que es un Sueño

- Un Mundo de Dos -


-¿Quién fue, Steven? Dime quien fue…-

Detrás de unos viejos tablones de madera, una delgada joven de ropa inconcebiblemente desgastada abrazaba a un niño como nunca en su vida había abrazado a alguien. Como nunca creyó hacerlo jamás.

Lapis Lázuli había aprendido muchas cosas apenas tuvo conciencia del mundo que le rodeaba. Sus emociones, sus sentimientos, incluso aprendió a ocultar que era una niña desde muy pequeña. Su joven cuerpo había recibido a su edad, mas caricias atrevidas que cualquiera.

La soportaba, le atormentaban, le avergonzaban, las odiaba. Había aprendido a dejarse ser sucia para alejar a los intrusos. Había decidido ser niño para que bajaran los acosos. Que, aun así, eran frecuentes.

Era una entidad crecida en la podredumbre de la ciudad, era un hongo nacido de la madera muerta, que solo conocía el desagüe como paraíso. Desde su devastada visión del mundo sabía que podía morir, en cualquier rato.

Por ese motivo, las cosas poco importaban.

Por eso, situaciones vanas como la higiene, la amistad, el amor; eran inventos de personas ricas.

De gente de otros mundos. Lejanos e inalcanzables.

Para ella estaba la basura y el morbo de la gente.

Luego estaba él. El niño de la parada del bus.

El niño que le había regalado manzanas y que inconcebiblemente confiaba en ella. El chico que se había esmerado en curarle la espalda.

Recordaba claramente cada toque de algodón, cada roce en su piel, y era algo inexplicable. Con todo y el ardor, con todo y el dolor, para ella esas eran las primeras y verdaderas caricias que un hombre le había proporcionado. El primero que no solo la tocó sin morbo, si no con cariño y cuidado.

La única cama real que había conocido y donde había dormido quitada de cualquier pena, que no fuera ensuciar sus sábanas limpias, y su perfumada almohada.

Ella, cuyas lágrimas destilaban mugre al correr en su rostro, y cuyos ojos estaban permanentemente manchados por las infecciones recurrentes que provoca la suciedad; sintió por primera vez, que su vida tenía un propósito.

Lo tomó suavemente de las mejillas.

-Niño, dime, ¿Quién te hizo esto? –

Él bajó la mirada y la chica pudo notar una vergüenza terrible enmarcada en una mueca de dolor sin explotar.

-No, ¡No, Steven!, no es tu culpa. Es de los malditos… de los perros… de todos ellos… ¿Quién fue?-

El niño levantó la vista, y clavó su mirada.

Ella, él. Niño o niña.

Pillo se había quitado la capucha de su sudadera y Steven podía ver su corto cabello rozar sus hombros. Su nariz fina, sus pestañas gruesas.

Y le pareció lo más lindo que hubiese visto jamás.

El desgarro en su pecho por saber que estaba solo desde la misma noche que entendió que Vidalia no le salvaría se hizo presente. En el fondo consideró a la dura mujer como la barrera que alejaba a su hermanastro de él.

Hasta anoche donde estuvo solo. Solo y nada más.

Había corrido, huyó sin pensar. Y sin pensar había llegado allí, cerca de un basurero, en medio de una arboleda a las cercanías de una casa en obra negra.

Llegó hasta allí, por ella.

Sea como sea, fuere como fuere, la única persona que quedaba en el mundo dentro de su vida.

Era ella.

Y si ella no le daba cabida.

Entonces solo quedaría la muerte. Todo el mundo para él, estaba solo en dos metros cuadrados.

-Fue… mi hermanastro. -


-Sour, me voy al trabajo. Si sales cierra con seguro. -

En respuesta solo encontró el silencio de un joven que, con audífonos puestos, tarareaba una canción.

-Sour, te estoy hablando, ¡Sour!-

Con molestia, el chico se enderezó bajando los auriculares.

-¿Que no te habías ido ya?-

-Ya me estoy yendo, maldito vago y si quieres seguir viviendo aquí, ponte a hacer algo; la casa necesita reparaciones. -

El chico sonrió con sorna. -Para eso tienes a Steven ¿No? -

-Ese es otro inútil que no sabe más que darme problemas. - Dijo la mujer arrugando la cara. Luego dijo con seriedad. - Y por tu bien, espero que no lo vayas a estar molestando. -

-Ay vieja, ¿Como crees? - Contestó el joven subiendo los pies a la mesa del comedor.

-Te conozco Sour. Ya no estás chico, si alguien se entera de que lo maltratas o golpeas, te pueden llevar preso, y allí si yo no tendré forma de ayudarte. Además, si me quitan la pensión por tu puta culpa, te juro que yo misma te entrego a la policía. -

Entonces fue que el joven por fin vio a su madre directamente. Luego sonrió despreocupado.

-Ya no lo maltrato, mamá, ya soy bueno con él. Eso ya quedo atrás. Te juro que lo trato con más amor ahora. - Luego, volvió a reclinarse en la silla y se colocó nuevamente los audífonos. -Justo como querías, ¿No?.- Finalizó.

La mujer se quedó sin expresión, y una sombra de angustia le cubrió el cuerpo. No sabía bien como tomar las palabras de su hijo. Hace mucho que no tenía control de él.

En su casa, nada había pasado. Ni quemaduras de cigarro…ni toques indebidos ni…ni nada.

-Solo…solo déjalo en paz.- Y se retiró mientras sentía un escalofrío recorrerle el cuerpo. Sacudió la cabeza, y cerró la puerta alejando el oscuro pensamiento.

No pasaba. En su casa no pasaba nada.


-¡No lo hagas, Pillo! ¡Te va a matar! - Gritaba un chico quien se aferraba a la pierna de una joven de cabello lacio.

-¡No si yo lo pico primero!-

-¡Es más grande que tú! ¡Él está en pandillas! –

-¡Me vale madres! ¡Suéltame! -

Pillo sacudía su pierna tratando de quitarse de encima al niño, quien no le soltaba por nada.

-Por favor, no- Dijo él, como una súplica.

Ella se detuvo. Lo miro.

-Lo va a volver a hacer, cada que pueda. Va a estar tras de ti como un perro hasta que se canse… y no lo voy a permitir. -

-Lapis, mira mejor no…-

Pero entonces la niña se fue sobre Steven poniéndole una mano en la boca quedando los dos acostados detrás de los maderos.

-Shhh…no hables. - Le susurró. -Creo que… creo que despertamos a mi papá…- Y el rostro de Lázuli se pasmó.

Dos corazones latían con miedo mientras el miedo mismo evitaba el llanto. El crujir de hojas y quebrar del pasto se daba en un vaivén tambaleante, a lo lejos; marcando la presencia obvia de alguien que merodeaba.

Luego se escuchó un frasco quebrarse en un estallido violento.

Lapis aferró mas su mano a la boca del chico.

-Si gritas, nos mata. -

-¡PILLO! ¡Donde estás, apestoso! -

Entonces fue Steven quien la sintió temblar a ella. Lapis le había soltado la boca de pronto y llevó sus manos al pecho.

La volteó a ver y la vio apretando los dientes con los ojos cerrados.

-¡Lázuli ¡Hija de perra! ¡Sal de una maldita vez! -

La joven se hizo un ovillo que temblaba ante la idea de recibir el inclemente castigo de su padre.

Steven la vio, y entendió su miedo perfectamente.

Entonces la abrazó.

Ella ante el repentino contacto quiso golpearlo y alejarlo. Pero los cercanos pasos de su padre y la endeble seguridad que sintió; la hicieron refugiarse en él.

-¡Espero que vengas con mis cigarros! ¡Si no, te desollare viva!- luego le dio un acceso de tos, y tambaleando, el pesado sujeto se devolvió a la casa.

Los chicos, entramados detrás de la madera respiraban miedo y tierra. No se atrevían a moverse por si el hombre salía de nuevo.

Entonces y al paso de los minutos, encontraron un acomodo en el refugio y una tibieza nacida de ambos, que de a poco, fue calmando sus jóvenes almas atormentadas.

Y sin querer, se fueron quedando dormidos uno en brazos del otro.


¿Recuerdas cuando me curaste la espalda?

-Si, lo recuerdo... tu piel era algo que no debía ser lastimado de esa manera.-

¿Recuerdas como grité? ¿Como pataleé?

Si, me moría de ganas de besar tu espalda para curarte.

Mi espalda toda sucia.

-Estaba más limpia que el resto de ese mundo, mi amor.-

¿Alguna vez te dije que te agradezco infinitamente esa tarde mágica?

-Si, muchas veces. Y tú, ¿Recuerdas si alguna vez te dije que te amo?-

Nope, nunca lo hiciste, pero no importaba; por que yo ya lo sabía.

-Te amo, Pillo...-

-Recuerda, es Lázuli, me llamó Lázuli...-


Esto esta que se acaba. Un ángel para un final amigos.

Saludos a todos.

Lobo -El Maldito- Hibiky