¿Hay nueva historia? Hay nueva historia. Este es otro de los fics que tenía en el tintero, y que por fin, hoy ve el primer capítulo, como dije en el anterior, no sé qué tan seguido los actualice, pero ya que voy a tener tiempo, espero poder traer el siguiente capítulo pronto.

¡Muchas gracias por darme la oportunidad de contarte una historia!


Tallada en mármol.

Capítulo 1:

"La caída del Sol"


— Joder, la neblina es demasiado densa, ¿dónde demonios estamos?

— No lo sé, pero no se separen, sigan ad… ¿Qué carajo?

— ¡Hermana! — gritó una chica de cabello gris.

— ¡¿Qué demonios hacen?! — gritó una ojivioleta.

— ¡No puedo moverme! — la rubia intentaba resistirse, pero sus manos y piernas no le respondían, se movían por sí solos, adoptando una posición de meditación.

— ¡No puedo…! ¡No puedo levantarme!

— Es como si todo mi cuerpo se durmiera…

— Mantengan la calma y… ¡Hng! ¡¿Qué me…?! … Chicas… ¡Chicas! — sus hermanas estaban cerrando los ojos.

— Parece que los grandes Kurosawa han caído en la trampa perfecta.

— ¿Maki…? ¿Qué nos estás haciendo?

— ¿Yo? Nada realmente… Oh, mi querida enemiga… ¿Cuándo fue la vez que te vi tan lamentable?

— Suéltame, descarada.

— Aun tienes fuerza para vociferar entre dientes, eso no importa, muy pronto, no serás más que una piedra más en el bosque.

— Voy a… destruirte…

— Dulces sueños, Dia Kurosawa— lo último que vio, fue un gran destello de luz.


— Zura…— suspiró. Llevaba horas mirando cómo el agua caía por el tubo de bambú y después era depositada en el lago, estaba lloviendo como nunca en días.

— ¿Estás aburrida? — su hermana se sentó a su lado.

— Sí… ¿En serio no podemos aunque sea ir a la biblioteca zura? Es temprano.

— No, padre ha dicho que tenemos que esperar a que sus amigos traigan las telas, así que lo siento hermanita, pero tenemos que quedarnos por ahora, además está lloviendo, ¿cómo quieres que vayamos a algún lugar? Menos a la biblioteca.

— Para algo tenemos las botas de lluvia.

— Que no, mañana podrás ir a jugar con Mari temprano.

— No vamos a jugar.

— ¿Entonces?

— Me está enseñando a dibujar zura.

— Ya veo por qué has mejorado tanto.

— ¿Tú no irás a tus clases de kendo zura?

— No, hubo otro asesinato cerca, padre no me quería exponer— dijo con tristeza—, igual tengo que esperar contigo, ya sabes, para cargar las cosas y eso.

— Debería comenzar a hacer ejercicio contigo.

— No, eres más linda siendo un rollito de canela así bonito— pellizcó las mejillas de Maru.

— ¡Chika!

— Ya, ya— le sonrió —. Tampoco es que estuvieras tan llenita, eres muy bonita.

— No me gustan mis cachetes zura.

— ¿En serio? Te hacen ver adorable.

— Ya lo sé, pero… no sé.

— Ah… La adolescencia.

— Si sólo eres un año mayor que yo zura.

— Sigo siendo mayor.

— Jum— Maru infló las mejillas —. Ah… Cuéntame una historia zura.

— ¿Cómo cuál?

— Um… "La caída del Sol".

— Ese cuento no tiene un final feliz.

— No, pero es realmente apasionante y genial.

— Bueno— la pelimandarina alzó la vista, no era como si pudiera olvidar la historia, su hermana amaba ese relato. Fijó sus ojos rojizos en el bambú que subía y bajaba por el agua que entraba en el y comenzó a narrar—… Cuentan que hace mil años, la tierra era un sitio de paz, donde había ley divina, donde todos vivían como querían vivir sin temor a ser agredidos por la naturaleza bestial del humano. Había un radiante faro de esperanza que resplandecía en el cielo, Dios Sol, quien ahuyentaba la malicia de las débiles mentes de los humanos, y cuando la noche llegaba, un brillante orbe plateado guiaba a las cansadas almas a un nuevo día, todo bajo la influencia de ese gran Dios— Maru elevó la vista, desde que tenía uso de razón e incluso, según contó su abuelo alguna vez, el cielo siempre había sido de una tonalidad rojiza, con un dos eternas lunas de un tono morado claro, casi lila, y cuando la noche se acercaba, su tono bajaba a un tenue gris. ¿Cómo se vería un mundo sin ese rojizo cielo? Sería una pregunta de la cual nunca tendría respuesta —. Pero como dicta toda norma, si existe un sí, existe un no, y tal como existía un Dios en la luz, también una en la oscuridad, y sus intentos por tomar el poder siempre aquejaban al Sol. Fue entonces cuando tuvo una idéa… Algunos de aquellos a quienes cuidaba, podrían protegerlo, podrían hacerle frente a su enemiga, pero les faltaba algo especial, algo que sólo él podría darles, así que, un día, de noche, hizo que una proyección suya bajara a la tierra a través de unos grandes puntos luminosos que acompañaban fielmente a la luna de luz blanca cada noche. Iba disfrazado de mendigo, y se adentró en una pequeña aldea. A pesar de que la violencia en el corazón del humano no existía, el conformismo, la pereza y la indiferencia sí que lo hacían, así que cuando el Dios pedía una moneda para poder comprar algo que comer, muchos pasaron de él, desviando la mirada, fingiendo no escuchar sus súplicas de ayuda, una que otra persona le dio una manta, un centavo, una fruta, y así estuvo casi toda la noche, ignorado por unos, socorrido por otros, multiplicó lo que le habían dado a aquellos que lo habían ayudado, pero aún no sabía quién podría ser su primer guardián, hasta que se topó con un humilde agricultor que regresaba de su jornada laboral— aquí venía la parte favorita de Maru —. No tuvo siquiera que pedírselo, al verlo casi en los huesos, rápidamente le ofreció agua y una patata asada que guardaba para su cena, el Dios intentó rechazarla, pues sabía que el hombre venía hambriento, pero el brillo en los ojos del campesino le hicieron aceptar. Caminaron hasta el hogar del hombre, éste vivía solo, no tenía familia, pero lo poco que guardaba en la despensa, lo cocinó y lo sirvió ante el Sol. Él estaba maravillado, por ese tipo de personas es que protegía al universo de la tierra, porque por cada diez seres egoístas, había cinco dispuestos a darle incluso todo lo que tenían. Sonrió… Sabía quién se había ganado el título. Con cuidado, comenzó a dejar que su piel brillara ligeramente y sus ojos se llenaran de esa pura y hermosa luz— Chika carraspeó para cambiar su tono de voz —, "Masanori Kurosawa, estoy aquí, tu protector, yo soy el Sol". El hombre apenas pudo contener su sorpresa, el aura que rodeaba al Dios era tan agradable y apacible, que no pudo más que caer de rodillas y después, bajar la cabeza al suelo, "¿Qué puedo hacer yo por usted? Dígalo, y daré lo mejor de mi" susurró. El Sol sonrió y tocó su pecho…

— ¡No zura! — Maru infló las mejillas — Le dijo, "Levántate Masanori, que he de darte una tarea especial" y acto seguido, tocó su pecho.

— Deberías contarlo tú— sonrió.

— No es divertido si yo lo cuento, me gusta cómo lo haces tú — se acomodó en el regazo de su hermana, y ésta comenzó a acariciar su cabello.

— Bueno— sonrió a Hanamaru y siguió con el relato —. Después de tocar el pecho del hombre, le pidió cerrar los ojos, y entonces, lo atravesó con los dedos, justo por el pecho, tomando su corazón, y volviéndolo oro, al sacar su mano, la herida cerró. Fue entonces cuando dijo: "Te he otorgado la vida eterna, Masanori, junto a maravillosas habilidades que te harán casi un semidios, y tú, serás mi protector", el hombre, que apenas se estaba recuperando, sólo se limitó a agachar la cabeza de nuevo y decir con su voz más firme aún: "¡Lo haré!" — Maru aplaudió, pero aquí venía lo terrible —. Y así fue, durante años, Masanori Kurosawa fue el fiel guardián del Sol, y prosperó por muchos años, tuvo dos hijas con su esposa, y el Dios brillante le proporcionó de más guerreros. Pero un día, mientras luchaban contra la terrible Diosa de la oscuridad, el Dios Sol desprotegió a la esposa de Masanori, traicionándolo, y esto derivó en un ataque conjunto de los más viles secuaces de la Diosa de la oscuridad a la mujer del hombre que tantos problemas le había dado. Fue como si cortaran un cable, Masanori inmediatamente abandonó la pelea cuando sintió ese tirón que le pedía regresar, pero cuando llegó al lugar, ya era tarde, la mujer y ambas niñas habían sido atrozmente mutiladas y ya no quedaba casi nada de ellas, salvo una masa mal oliente de carne y huesos. Furioso, se paró bajo el sol y le pidió una explicación, él no dijo nada, sólo se quedó ahí, expectante. Algo cambió dentro de Masanori Kurosawa años más tarde, se acostaba muchas mujeres, y tuvo cerca de cinco hijas, sólo dos de la misma mujer, las demás, de diferente madre. El Sol había creado un monstruo, y lo peor, era que cada año, menos protegía, y más exigía: riqueza, más mujeres, más alcohol, la vida de su anterior familia, pero el Dios hizo oídos sordos, no parecía querer detenerlo. Ciego de rencor contra el mundo, Masanori hizo guerreras a sus hijas por la fuerza, sin importar si una era más pequeña que la otra, no hizo distinción, a todas las hizo pasar el infierno en la tierra. La Diosa de la oscuridad cada vez ganaba más terreno en el universo terrestre, y a pesar de que el Sol bajó personalmente a pedirle a Masanori que peleara, éste lo enfrentó, ya no le tenía miedo, ni siquiera respeto, ahora lo veía como un igual, tanto, que se había olvidado que era un Dios al que le hacía semejantes groserías, así que el Sol, cansado, le quitó la cabeza a Masanori, pero este siguió viviendo, pues era inmortal, el Dios brillante no le quitó el don de la vida eterna, pero sí lo maldijo, a él y a sus hijas. Dejó la cabeza cercenada de su antiguo protector en la colina más alta del mundo, ahí donde está el fin del universo terrestre, y a sus hijas, las convirtió en estatuas de fría roca, dando así por finalizada la estirpe de Masanori Kurosawa.

— Es una historia emocionante zura— Maru fijó su rostro en el techo —, pero también muy triste, ¿no lo crees?

— Bueno… Al final todos tienen lo que merecen.

— Menos el Dios Sol, quiero decir, traicionó la confianza de ese hombre.

— Bueno, supongo que los Dioses no pagan, además, al final, es solo una historia, el Sol no existió, ni Masanori Kurosawa, y mucho menos la Diosa de la oscuridad.

— Lo sé zura, pero no deja de ser triste.

— Más triste es el mundo real.

— Sí…

Ambas hermanas miraron la lluvia caer, el cielo rojizo era atravesado por relámpagos y escucharon la sirena de alguna ambulancia a lo lejos. Sí… El mundo real era aún más triste, precisamente por eso… Era el mundo real.


— Creo que sería mejor que yo vaya a tu casa, ya que no tienes automóvil, si vuelve a llover yo puedo regresar en el de mi padre— dijo la joven de cabello rubio.

— ¿Estás segura?, queda muy lejos zura.

— Bueno es eso o arriesgarnos, no me molesta que te quedes en mi casa, pero sé que tu padre mandaría a Chika a buscarte, y la pobre no tiene la culpa.

— Eso sí…

— Por eso mejor, ¿qué tal si quedamos in your house?

— ¿Segura que puedes?

— Sure! Además, han venido unas primas, quizá nos sirvan de modelos.

— Si les parece bien, entonces a mi igual zura.

— Thank you— insistió.

— A ustedes… entonces las espero.

— Genial, dentro de poco estaremos ahí, shiny!

Colgó el teléfono de su casa. Mari Ohara era la hija de un buen amigo de su padre, de los pocos que conservaba, había gente buena, pero la otra gran mayoría, había terminado cediendo a la crisis económica, al odio que nació en su corazón por sus circunstancias, a las grandes organizaciones criminales… A veces le gustaba pensar que el mundo alguna vez estuvo en "paz", y que podía volver a ver esos días. Se conformaba con poder salir al campo sin tener que regresar antes de que la tarde pasara a ser noche y hubiera más peligro de ser agredido e incluso, asesinado.

El timbre sonó y supo que su visita había llegado, al abrir la puerta, Mari se abalanzó sobre ella, abrazándola.

My Little Maru!

— Buenos días Mari… — saludó, con el poco oxígeno que le quedaba.

Good morning— sonrió la rubia.

— ¿Qué veremos hoy zura?

— Retrato.

— ¿Aun?

— Tienes que pulir tus técnicas, honey.

— Bueno, sí, pero ya he dibujado casi todo lo que hay aquí.

— Ah, por eso, hey girls! — miró al automóvil que la había llevado, un par de chicas bajaron de el — Las presento, Hanamaru, ellas son Kotori Minami y Nozomi Toujo, son hijas de los primos de mis padres, Nozomi, Kotori, ella es Hanamaru, hija de un gran amigo de mi padre y toda una dulzura de chica, como pueden ver.

— U-Un gusto zura.

— Lo mismo digo— Kotori sonrió con amabilidad, mientras le daba la mano como cortesía.

— Espero nos llevemos bien— dijo la pelimorada.

— Ellas te servirán como nuevo modelo, además son buenas niñas y se quedan quietas.

— ¡Hyaa! — Maru saltó cuando sintió unas manos que definitivamente no eran las suyas, agarrar sus pechos.

Ara, tenemos un buen paquete por aquí— escuchó la voz de la ojiverde detrás de ella, ¿cuándo era que se había movido?

— ¡Nozomi! — Kotori intentó separarlas, y cuando al fin lo consiguió, hizo una reverencia profunda a Hanamaru — L-Lo siento, ella suele ser… intensa.

— E-Eh…— ¡pensó que Mari era la única loca que hacía eso!

— Bueno, entremos a la casa, is the lesson time!

— S-Sí zura…— cubriéndose el pecho, entró en su casa junto a las chicas. Esperaba que realmente fueran a dibujar y no a ceder a las perversiones de Mari y su pariente.

— ¿Qué tan buena eres en el dibujo? — preguntó Nozomi, mientras se sentaba a su lado y tomaba el cuaderno que estaba en la mesa — ¿Son tus bocetos? — preguntó, ganándose un asentimiento de cabeza de la castaña — ¿Puedo verlos?

— Sí zura, no hay problema.

Con el permiso obtenido, Nozomi comenzó a ojear los dibujos. La pasión y el talento eran visibles, pero tal como había dicho Mari, le faltaba pulir sus técnicas.

— Wow, son realmente buenos— Kotori se unió a la pelimorada, admirando el arte de Hanamaru, quien se ruborizó al escuchar a las chicas elogiar su trabajo.

— Aunque las flores se ven algo extrañas— añadió Nozomi.

— Oh, sí zura, ya que no tengo cámara no he podido fotografiar las flores que veo de repente, así que las dibujo de memoria.

— Bueno, aun así, tienen el detalle, eso es para felicitarse— Nozomi entregó el cuaderno de bocetos a su dueña mientras le sonreía—. Dibujas hermoso, en serio.

— Creo haber visto unas flores de pétalos guinda cerca de aquí— recordó Kotori —. Serían buenas para que practiques si quieres hacerlo.

— Sí, yo también las he visto, aunque siempre se me olvida tomar alguna— recordó Nozomi con pesar, justo habían pasado por ese campo y se le había vuelto a olvidar.

— ¿En dónde zura?

— A unos minutos de aquí, a lo lejos se ven.

— ¿Hay un lago?

— Sí.

— Creo que las he visto zura, pero está muy alejado— se lamentó. También se había percatado de eso una que otra vez, pero su hermana le decía que no debía ir tan lejos, o podía que algo malo le ocurriera si llegaba a atardecer-anochecer y ella aun no regresaba.

— La próxima que vengamos nos detendremos ahí— dijo Mari —. Hay que traer algunas.

Todas estuvieron de acuerdo con la idea, y acto seguido, se prepararon para iniciar la sesión de dibujo.


Un día más de caos, un día más en su vida, Chika había partido con su padre a buscar más telas para los diseños de su padre, así que a ella le tocaba ir a comprar la despensa. Maeda Kunikida no confiaba en nadie que no fuera familia o conocidos de toda la vida, así que no tenían sirvientes o alguien que pudiera ayudarla a tal tarea.

Era la primera vez, en sus dieciocho años de vida, que le permitían ir sola a un lugar. ¡La primera!

Estaba llena de incertidumbre, debía admitir que también tenía algo de miedo, pero su excitación era mayor. Cumplió con sus deberes, paseó unas horas por el centro comercial y al final, regresó a casa.

— ¡Llegué zura! — anunció, pero nadie le respondió. Había llegado antes que su padre y hermana al parecer.

Decidió continuar con su dibujo, el día anterior había tenido la oportunidad de dibujar a otras personas que no fueran su papá, Chika y Mari. Los rostros de Nozomi y Kotori eran inusuales para lo que estaba acostumbrada a retratar, la chica de cabello castaño cenizo tenía facciones tiernas y delgadas, mientras que las de Nozomi eran curvas y delicadas, se notaba que tenían sus veinte años de edad, o incuso, diría que se veían más jóvenes.

Se miró en el espejo. ¿Ella era hermosa? No le gustaban muchas cosas en su cuerpo, empezando por sus mejillas, su pancita, sus brazos, la forma de su nariz… Aun parecía una adolescente de dieciséis, ya que era bajita, pero lo que siempre había amado, eran sus ojos, de un lindo color dorado, y su cabello, castaño y brillante. Recordó que su hermana le había dicho alguna vez que, si la leyenda fuera cierta, quizá la luz del Dios Sol era similar al color de sus ojos. Miró por la ventana, era difícil imaginarse ese brillo, ¿qué tipo de sombras crearía? ¿Serían las mismas? ¿Los colores permanecerían iguales? ¿Cómo sería aquel guerrero que se volvió contra el Dios iluminado? ¿Cómo serían sus hijas? ¿Por qué tuvieron que pagar ellas también, si su padre ya las había hecho sufrir tanto?

Ser una estatua por la eternidad… Debía ser horrible… Sobre todo si aún tenías conciencia.

Miró la hora, apenas eran las diez de la mañana… Podría aprovechar para ir a recoger algunas flores y dibujarlas, no era tan tarde, si la suerte le sonreía, podría recoger alguna flor roja de las que habían hablado.

Tomó su bolsa y puso un par de guantes de jardinería dentro, tomó su sombrero para cubrirse de las lunas y salió en busca de su nueva encomienda. No era la primera vez que lo hacía, pero sí la primera que iba pasando el lago. Maru tenía un espíritu curioso sin igual, en palabras de su hermana mayor.


Los cuervos graznaban a lo lejos, escuchaba el pasto y las hojas crujir bajo sus tenis, las lunas eran aparentemente rasgadas por las ligeras nubes y el viento soplaba, casi haciendo volar el sombrero de Hanamaru.

Una vez llegando al río, intentó averiguar la manera de cruzar al otro lado, era posible que tuviera que caminar hasta que viera algún tronco caído o algún puente que alguien hubiera hecho para ir al otro lado, tenía que haber algo. Comenzó su caminata, recogió algunas flores que no había dibujado, envolviéndolas con papel celofán y guardándolas en su bolsa.

Pasados unos minutos comenzó a preocuparse, o más bien, impacientarse, ya que seguía avanzando y el lago parecía no terminar. Llegó a un bosque, que era donde se cortaba la vista del agua y empezaban algunos árboles gruesos y viejos, junto a arbustos y enredaderas.

— Bueno zura…— ya había llegado hasta ahí, se apresuraría, aun había tiempo.

Se adentró en el bosque, las hojas rojizas, amarillas y naranjas de los árboles casi se mimetizaban con el cielo, dejando pasar algunos rayos de luz, la cual, parecía envolver en fuego las copas de los árboles, era mágico, ¿por qué no había ido antes? Miró con atención cada detalle, con la esperanza de recrearlo cuando volviera a casa, así, incluso si no conseguía la flor a tiempo, al menos tendría un hermoso paisaje que plasmar. Los cuervos seguían escuchándose, haciendo que la situación se tornara misteriosa, como en esos libros de aventuras que tanto le gustaba leer, los animales le abrían paso, las ardillas subían a las copas de los robles y uno que otro mapache se escondía entre matorrales amarillos o verdosos de flores y hojas.

Qué hermoso era el mundo. Sí, aun podía decirlo, porque a pesar de la gente, la naturaleza seguía siendo bella.

Encantada por el paisaje como estaba, no se dio cuenta de que los árboles cada vez eran menos. Se topó con una gran pared, ¿cómo es que no la había visto antes? Buscó rodearla, pero era inútil, no parecía haber acceso más allá, y al otro lado, seguía el lago, ¿qué tan largo podía ser? ¡Podría darle la vuelta a la ciudad seguramente!

Miró el agua cristalina, no parecía tan profundo, así que entró, y caminó hasta donde el agua le cubría la cadera, con la esperanza de poder ver algún lugar dónde pudiera cruzar. Grande fue su sorpresa, cuando descubrió unas pequeñas escaleras al interior de esa gran peña. Debería alejarse de ahí… No sabía los peligros que le aguardaban en ese lugar, podría haber arañas, escorpiones, ¿alacranes? Incluso, peor, un maleante. Pero esa extraña luz que se veía desde adentro, más potente que cualquier otra cosa que hubiera apreciado antes, despertaron su curiosidad lo suficiente como para ignorar el peligro y entrar en esa pequeña apertura. Ya pensaría en los peligros después.

Estaba moviéndose a gatas, mirando ese destello, cuando perdió el piso y cayó, resbalando de panza, por las escaleras del lugar, estaban tan perfectamente pulidas que no dolía tanto como debería, pero aun así lo sentía.

Entró en una gran cámara, un poco adolorida, se volteó, mirando arriba a lo que parecía ser el cielo, pero, ¿qué cielo? ¡Era una luz! Pero no, no era roja… Brillaba… Estaba… ¡Brillando! De una forma diferente, un color diferente… No azul, no gris, no verde… No violeta… ¡Era…! ¿Qué era? ¿Dorado? ¿Ámbar?

— ¿D-Dios Sol? — se preguntó, y sintió el temor recorrer su cuerpo al recordar el atroz relato. El despiadado Dios Sol… ¿Si se había topado con él?

… Sólo esperaba que no pasara nada malo.

Bajó la mirada, y no pudo evitar que un suspiro de sorpresa saliera de sus labios y sus ojos se abrieran más de la cuenta debido a la impresión. Frente a ella, había cinco estatuas, parecían talladas en mármol negro y brillante. Cinco personas en diferentes posiciones.

… Cinco estatuas.

Las leyendas no eran ciertas… ¿Verdad?

Más sorprendida que asustada, volvió a subir las escaleras, saliendo del lugar.