Disclaimer: Los personajes y lugares le pertenecen al legendarium del gran maestro Tolkien, a quien admiro muchísimo. Cualquier frase en cursiva, dentro de los diálogos, es el pensamiento de los personajes. Este fanfic está dedicado a Inat-Ziggy Stardust.


CORAZÓN DE FUEGO

Encuentros casuales

No era muy aficionado a las fiestas concurridas: sentía entenderse mejor con las gemas, que con los integrantes de su clan. Tampoco comprendía por qué había aceptado la invitación de Finarfin, el más risueño de la descendencia de Finwë, a aquella reunión de confraternidad.

Sólo estaba seguro que, desde su llegada, no podía dejar de observar el balcón más ancho de la plaza de Tirion, con vista hacia la bahía de Eldamar.

—¡Nerdanel! —un elfo la llamó, con la típica galantería de los Noldor— ¿Gustas danzar? Juro que seré amable.

La hermosa joven de cabellos rojizos sólo atinó a reír, aunque no muy convencida de aceptar el pedido. Sin embargo, olvidó cualquier desaire que pudiera causarle al muchacho y tomó su mano, dejándose llevar al salón de baile.

Un gesto que motivó la fugaz e involuntaria seriedad de Fëanor.

—¿Cómo va todo? —alguien interrumpió sus pensamientos.

—¿Eh? Bien, padre —acotó el primogénito de Finwë—. Ya sabes cómo son las celebraciones aquí.

—Sí, aunque no siempre eres tan reservado —puso una mano en su hombro—. ¿Pasa algo?

—¿Qué podría ocurrir? —soltó una risa— He decidido ser un espectador, nada más.

—Si tú lo dices… —Finwë sonrió, hasta recordar algo— por cierto, Fingolfin preguntaba por ti.

—¿Qué necesita? —consultó, incómodo.

—No estoy seguro —dijo, mientras saludaba a un grupo de elfos—. Mencionó que quería presentarte a alguien.

—Ya veo —respondió, tras un largo suspiro—. Gracias por avisarme.

—Bien, nos vemos —alzó la copa, retirándose con sus amigos más cercanos.

Fëanor recibió de buen grado la despedida y al verse solo, volvió a mirar la plaza principal. Su objetivo se había perdido de vista.

—Ahh, no es cierto… —resopló, tomando el vino que quedaba en su copa.

[…]

Los cantos y el delicado sonido de las arpas llenaban el ambiente cercano a Ezellohar. El brillo de los Dos Árboles regalaba su calidez, en consonancia con la suave brisa que soplaba del mar.

Una armonía y belleza de la que no escapaban nada ni nadie… ni siquiera las herrerías de los Noldor, en cuyas fraguas se materializaba la más increíble inspiración divina, en forma de joyas y tesoros únicos. Allí trabajaba el joven Fëanor, dedicado casi por completo a los misterios de la manufactura élfica.

—Falta templar más el metal —indicó con porte experimentado y soberbio—. ¿Puedes sentirlo? La textura de la superficie no es tan lisa, podría dificultar el grabado de las letras.

—¿Entonces qué hago? No puedo someterlo a demasiado fuego.

—Es que debes ingresar aire a la cámara, lo suficiente para no apagar la llama —apretó un soplador especial, mientras llevaba el objeto de metal al horno—. Aquí juega bastante la concentración. ¿Ves? —sonrió, orgulloso de su proeza.

—¡Sí! —se emocionó el joven herrero— Gracias, mi señor Fëanor, tendré más cuidado.

—Vas por buen camino —lo animó, para luego dejar el sótano y encontrar a otro camarada en la planta principal—. ¿Halthuil, cómo vas con el collar?

—Debo engarzar esta última piedra —respondió, concentrado en su trabajo.

—Me avisas cuando esté listo —dijo, revisando un pergamino con avidez—. Debo llegar a Tirion, antes del cambio de luz.

—Descuide, mi señor. Con este obsequio para la señora Indis, hasta su padre olvidará la tardanza.

—Qué consuelo —murmuró, sarcástico.

—Siempre es tolerante con nosotros. No hay nada que temer —respondió alguien más, haciendo voltear instantáneamente a Fëanor y Halthuil.

—Mi señor Fingolfin —el herrero hizo una reverencia y volvió a su labor.

—El miedo no es lo mío —el hijo de Míriel lo recibió con un frío saludo—. Bienvenido, hermano.

—Lamento incomodarte —respondió el aludido, mirando a su alrededor—. Veo que estás ocupado.

—La verdad, sí —cerró su pergamino—. ¿Te puedo ayudar?

—Escuché que nuestro padre te encargó confeccionar un obsequio para su aniversario.

—¿Querías confirmarlo? —replicó, desconfiado.

—Aparte —sonrió—. No te vi en la reunión de ayer: ¿dónde estabas?

—Por ahí —le dio la espalda y procuró guardar el pergamino que leía—. Tu hermano alardeó mucho de esa fiesta.

—Atendía a nuestros amigos Teleri. ¿Qué esperabas?

—Algo más entretenido —se burló.

—Está hecho, mi señor —intervino Halthuil, enseñándoles el collar.

—¡Por los Valar! —se maravilló Fingolfin— ¿Qué ensueño te inspiró esta vez?

—Supongo que el mejor para agradar a tu madre —acotó, sin darle demasiado crédito al casi verdadero artífice que completó la mayoría del trabajo.

—Vaya… debo reconocerlo, Fëanor —le brindó una sonrisa—: eres un genio con estas cosas.

—No hace falta que lo menciones —se excusó, con fingida modestia.

—Claro que sí —insistió Fingolfin, mientras veía a su hermano mayor empacar el collar dentro de un cofre pequeño—. Tus habilidades son muy famosas entre los Eldar. De hecho, hay alguien que quiere conocerte por ello…

—Lo sé —lo interrumpió—. Mi padre me avisó, aunque ignoro quién es.

—Con más razón, debes verlo —aseveró el segundo hijo de Finwë—. Es un herrero que goza de mucha experiencia, además de un viejo amigo de la familia. Ha vuelto a Tirion después de 85 años: ¿te imaginas?

—Sí, claro… —contestó, más atento al collar que a la conversación— ¿te parece si hablamos después?

—De acuerdo —se encogió de hombros—. Te espero.

Fëanor frunció el ceño y dio media vuelta hacia su salón privado, en tanto Fingolfin observaba el cofre que su medio hermano había dejado en un aparador, antes de retirarse al exterior de las fraguas.

[…]

La Torre de Tirion resplandecía con la fría y centelleante luz de Telperion, que iluminaba cada una de las habitaciones del lugar. Y en la más lujosa de todas, Finwë festejaba su aniversario de bodas.

El patriarca de los Noldor conocía muy bien el ánimo discreto de Indis, por lo que optó hacer una celebración exclusiva con su familia y amistades cercanas, después de la anterior fiesta. Tomando de la mano a su esposa, bajaron por las escaleras hasta llegar al elegante comedor que sus ayudantes habían acomodado en honor a la señora de la casa.

—Ahí están —exclamó Finarfin, mientras bajaba de sus brazos a la joven Findis—. ¿Vamos a verlos?

La elfa rubia y su otra hermana, de cabello tan negro como el de Finwë, lo siguieron, saludando efusivamente a sus progenitores.

—Madre —el elfo besó las manos de Indis, con gran devoción—: no importa los milenios que pasen, siempre lucirás hermosa.

—Finarfin… —la mujer agradeció el halago, ruborizada.

—¿Tardamos mucho? —sonrió Finwë.

—No creo. Apenas Telperion comenzó a brillar… —Finarfin dejó que sus hermanas consintieran a su madre y se le acercó en actitud confidente— ¿Fëanor vendrá?

—Por supuesto —miró a todos lados, sin ubicarlo—. ¿O acaso se negó a último minuto?

—No, nada que ver. Sólo que él y Fingolfin han tardado —llevó su vista hacia la entrada, algo preocupado.

—Descuida —lo abrazó por el hombro, viendo a su mujer e hijas avanzar hacia la mesa—. ¿Tampoco es que vayan a pelear, o sí?

—Quién sabe —torció los labios—. Fëanor ya arruinó un aniversario antes, no soportaría que el mismo desastre se repita.

—Pues tu hermano merece una oportunidad de reintegrarse a la familia —minimizó su temor y revolvió sus cabellos, entre risas—. ¿Quieres una buena velada? Deja de delirar y llama a nuestros amigos, tienen tanto qué contarnos.

—Como digas, padre —Finarfin volvió a sonreír, desechando su mal presentimiento.

Mientras ellos ocupaban sus lugares en la mesa, dos jinetes montaban sus caballos en las planicies de Tuná, con dirección a la ciudad de los Noldor, a tal velocidad que asemejaba una competencia entre ambos.

—¡Telperion ya está alumbrando! —azuzó Fëanor, con una sonrisa torcida— ¡No volveré a retrasarme para que me alcances!

—¡No tienes que hacerlo! —contestó Fingolfin, tan pujante como su hermano mayor— ¡Podría llevarte la delantera, si quisiera!

—¡Sigue soñando! —volvió a reír, en tanto se aseguraba que el cofre siguiera colgando de su cuello, bajo la camisola— ¡Apuesto a que tu prometida cabalga más rápido que tú, si es que no te ablandó demasiado!

Fingolfin captó el sarcasmo de su hermano mayor y cedió a acelerar el paso, más por la broma pesada hacia Anairë que por el incómodo juego que compartían. Las crines de su caballo se vieron agitadas al compás de su grito; y para sorpresa de Fëanor, el hijo de Indis lo aventajó tal como pregonaba.

En menos de cinco minutos, ambos elfos llegaron agitados a la plaza principal de Tirion, donde fueron recibidos por la guardia real de la ciudad.

—Bienvenidos, mis señores —un heraldo se inclinó, con una mano en el pecho—. Su padre los espera en la Torre.

—¿Ya comenzaron? —Fingolfin bajó de su caballo, tratando de acomodar el desorden de su traje.

—Seguramente —intervino Fëanor, cogiendo el cofre en sus manos—. Te dije que no quería demorar.

El elfo no dijo nada, mientras lo veía ingresar. Recordó que la carrera había sido su propuesta y repentinamente lucía disgustado al llegar: si bien conocía el ánimo cambiante de su hermano, le asustó la idea de que su mal humor empañara la felicidad de la jornada, como hace una década. ¿Por qué al orgulloso Curufinwë le costaba sentirse a gusto con su familia?

Fingolfin sacudió la cabeza y decidió seguirlo, entablando una que otra charla para distender la incomodidad del elfo mayor… hasta que unas risas cantarinas dieron aviso de la cena que allí se celebraba.

—Bueno, ya estamos aquí —suspiró Fingolfin—. ¿Tú o yo?

—Ni preguntes —Fëanor rodó los ojos, pasando al comedor de la Torre.

—¡Fëanor y Fingolfin! —Finarfin advirtió la llegada de sus hermanos mayores, haciendo que sus familiares y amigos voltearan, al mismo tiempo que su padre ya se había levantado.

—Disculpen la tardanza —extendió el segundo.

—Ya estamos completos, es lo que cuenta —Finwë los reunió en un cálido abrazo compartido, para intriga y alegría de cada medio hermano—. Qué orgullo, el tenerlos como hijos.

—Gracias, padre —masculló el mayor, soltándose para enseñarle su encargo—. Aquí tengo lo que me pediste.

—Viniendo de ti, será algo increíble —acotó el patriarca, mientras volteaba con ellos, en dirección a la mesa—. Puedes entregárselo a Indis…

Fëanor usó toda la diplomacia posible y obedeció a regañadientes… pero no avanzó ni quince pasos, cuando sintió sus piernas paralizadas junto al asiento de su madrastra. Sintió el tiempo detenerse y, a juicio de los presentes, el joven herrero daba el aspecto de una total catatonía.

—¿Es tu hijo mayor, Finwë? —habló un elfo de cabellera rojiza, entusiasmado por verlo— No puedo creer que haya crecido tanto, la última vez que lo vi apenas era un bebé.

—¡Mi señor Mahtan! —se aproximó Fingolfin, saludando al invitado de la cena— No pensé que vendría: parece que los Valar han adelantado su encuentro con mi hermano.

La charla y las risas siguieron, sin que esto hiciera reaccionar al joven herrero. No le sorprendía la visita de aquel elfo o la presencia imponente de Ingwë, pariente de su segunda madre. Sus ojos apenas se posaron en Finarfin y sus pequeñas medio hermanas. Su mente no captaba nada, excepto aquellos ojos azules que lo observaban con curiosidad, aunado a la suave sonrisa que adornaba el rostro de la fémina que acompañaba a Mahtan.

La misma elfa que vio en la reunión de la noche.

—¡No me digas que es el regalo del que tanto hablaron! —Finarfin apareció de repente y tomó el cofre de las manos de Fëanor, que recién reaccionaba.

—¿Regalo? —Indis se asombró, mientras el muchacho reía por su poca discreción— ¿Qué están ocultando?

—Entérate por ti misma —le entregó el obsequio, viendo cómo su rostro mutaba del desconcierto a la alegría, en un santiamén.

—Por los Valar… —se llevó una mano al pecho— ¡esto es realmente hermoso!

—Feliz aniversario, de parte de todos nosotros —celebró Fingolfin, mientras le colocaba la joya con total delicadeza.

Mahtan observó el collar, tan obnubilado como la muchacha pelirroja por los finos detalles que éste poseía. Por su parte, Indis retuvo las lágrimas para abrazar a su esposo y sus hijos; además de dirigirle una cálida a sonrisa a Fëanor, como silencioso agradecimiento.

—Bien, hijos —Finwë sujetó la mano de su esposa—. Ahora siéntense, que la comida se enfría…

Los minutos pasaron para los recién llegados. Por capricho del destino, Fingolfin se sentó al lado de su inseparable hermano Finarfin, dejándole a Fëanor el único espacio disponible en la mesa, al costado de la acompañante de Mahtan. Su fortuna y estrés aumentaron de forma galopante, mientras se concentraba en comer las viandas depositadas por los cocineros. Apenas atendía las anécdotas compartidas entre Ingwë, Mahtan y su padre… y con toda cautela, miró de reojo a la joven invitada.

Notó su juventud, en comparación a su propia madurez y la del viejo herrero. Aquello taladró sus pensamientos: ¿acaso se había vuelto costumbre el desposarse temprano? ¿Cómo la muchacha podía unirse a un hombre que bien parecía su…?

—¿Padre, me alcanzas las verduras? —la escuchó hablar con Mahtan.

¡Tonto, tonto, tonto!

Fëanor tragó un enorme pedazo de carne, reprochándose por su irreverente imaginación.

—Lo que dicen de tu hijo es verdad, Finwë —Mahtan intervino, después de un largo rato—. El muchacho tiene gran potencial.

—Es verdad —agregó Ingwë—. Fëanor ha emprendido muchos proyectos, al igual que tú. Su habilidad en la herrería es indiscutible.

—Debo admitir que es un buen trabajo —habló la joven, llamando la atención de Fëanor—. ¿Puede contarnos cómo lo hizo?

—Nerdanel… —susurró su padre, intrigado por su repentina cuestión.

El elfo arqueó las cejas y volvió a mirar la joya que Indis ya llevaba en su cuello, tratando de armar un discurso certero que alabara su destreza y lo salvara de su repentina mudez ante ella.

—Todo artista tiene sus secretos —se adelantó Fingolfin—. Pero sí sé que alguien más participó en su elaboración.

—¿De veras? —exclamó Finwë— Qué novedad, siempre trabajas solo.

—No tuve otra opción. Debía instruir a los herreros en las fraguas y Halthuil me ayudó a completar el collar, para no retrasarme…

Bajo la mesa, Fëanor sintió sus puños temblar. Trató de contener su enfado por la inoportuna revelación de Fingolfin, se avergonzó por quedar ante el resto como un incapaz en su trabajo… y contradictoriamente, su forzado discurso había despertado una gran admiración en sus visitantes.

—Vaya, un gesto muy noble —acotó Mahtan, incomprensiblemente orgulloso por el relato del joven—. Eso no quita la buena voluntad de tu obsequio.

—Tienes razón —Finwë le sonrió a su primogénito—. Nos has sorprendido, Fëanor… y también a Indis, por supuesto.

Las risas no se hicieron esperar y, de a pocos, la tensión inicial fue desapareciendo de la cena… excepto para el orgulloso herrero, cuya mirada volvió a interceptar una vez más los brillantes zafiros de Nerdanel.

[…]

La semana de festejo había terminado para los Eldar, cuya satisfacción les permitió volver a sus quehaceres en el Reino Bendecido… menos para cierto clan, cuya rutina se traducía en una intensa actividad que los mantenía ocupados. Eso era lo que demostraban al mundo: la tenacidad que volvía a los Noldor, un pueblo de gran renombre.

No obstante, el descanso también era contemplado con tareas pequeñas pero no menos importantes. Cosas como la escritura, que Fëanor se empeñaba en practicar cada dos semanas de labor, en la terraza más solitaria de su jardín. Aprovechaba en anotar cada aprendizaje y anécdota en su diario, para no olvidar los secretos de la manufactura… hasta que la tinta se escurrió en otra línea equivocada.

Fëanor desechó el pergamino rápidamente: ya era la tercera vez que le sucedía. Le molestaba echar a perder aquellas láminas de papel, sabiendo lo que costaba elaborarlas. Volvió a desarrugar el pergamino y suspiró, empeñado en hallar un mensaje secreto… o quizás, una explicación al sonriente rostro que apareció en la superficie de la hoja.

—Mi señor —una voz suave irrumpió no muy lejos de la terraza.

El elfo reaccionó con un salto, viendo cómo algunos objetos caían de la gaveta por su brusco movimiento.

—Yo… —Nerdanel se acercó rápidamente, nerviosa— no quise…

—¡No, no! —la detuvo— Por favor, déjalo. Yo me encargo.

—De acuerdo —lo vio arreglar el desorden que ella misma causó—. Lamento haberlo asustado.

—¿A mí? —lanzó una risa irónica— No es nada. Pasa todo el tiempo.

—¿Qué, siempre lo sorprenden así? —arqueó las cejas, intrigada.

—No es lo que quería decir —corrigió su propia expresión.

—Pero…

—¿Hagamos de cuenta que no sucedió, sí? —la interrumpió, impaciente.

—Está bien. De todos modos, discúlpeme.

La sonrisa de Nerdanel bastó para derrumbar el ceño fruncido de Fëanor, cuyo rostro relajado correspondió a la disculpa de la joven.

—¿No es muy temprano para dar un paseo? —intentó armar una charla.

—El alba siempre es una ocasión propicia —miró a su alrededor—, aunque el jardín es más grande de lo que imaginé…

—Y te perdiste —dedujo Fëanor, señalando su vestido lleno de yerbajos, por el mismo recorrido en el jardín—. Deberías pedir compañía, la próxima vez.

—Aventurarme sola no me hace torpe, mi señor —rebatió—. Por fortuna, encontré el camino de regreso, justo cuando nos cruzamos.

El elfo alzó las cejas, ante tal respuesta inesperada: no supo por qué, pero aquello le agradó bastante.

—Supongo… que te he subestimado.

—No lo culpo. Usted también me asombra.

—No entiendo.

—Hablo de su actitud resuelta —sonrió—. No parece un príncipe de los Noldor.

—¿Tampoco un herrero, verdad? —replicó, con sutil galantería.

Las carismáticas palabras de Fëanor tuvieron efecto en Nerdanel, cuya risa llenó la terraza del jardín. No podía negar que aquel hombre demostraba algo especial en sus discursos y acciones. Sin darse cuenta, la joven empezó a contemplarlo tanto como él a ella; hasta que un suave coro celestial los despertó de aquel trance.

—Laurelin está brillando —dijo Fëanor, al ver el cambio de luz plateada a dorada—. Será mejor que vuelvas a Tirion.

—¿Tan pronto? —torció los labios.

—Nadie te ha visto salir de la Torre. Harás que se preocupen en vano.

—Tiene razón —Nerdanel cambió de parecer—. ¿Vendrá también?

Fëanor sintió el leve ardor de sus mejillas al escucharla y, como en la cena, trató de articular alguna palabra.

La oportunidad estaba allí

¿Por qué dudaba tanto?

¡Debía hablarle! ¡Decirle que…!

—No —masculló, enseñándole un pergamino vacío—. Debo terminar algo.

—¿Trabaja en un nuevo objeto?

—Si lo consigo. La inspiración no me está ayudando y necesito estar a solas.

—Entiendo —retrocedió, haciendo una reverencia—. Hasta luego, mi señor.

—Adiós…

El silencio retornó a la sacrosanta y ya no tan privada terraza de Fëanor, cuyo rostro aún miraba el camino que la elfa había tomado, sin intenciones de abandonar su postura de despedida.

[…]

El tintineo del martillo sobre el metal era música para los oídos de Mahtan, cuya visita a las herrerías tomó por sorpresa al hijo mayor de Finwë.

—Generalmente, trabajamos lo que Laurelin dura en brillar, excepto si hay encargos de gran magnitud —indicó Fëanor.

—Y por lo que veo, administras bien este sitio. ¿Cuánto tiempo llevas en las herrerías?

—Desde mis tres décadas.

—¿Tres? Empezaste muy joven —se emocionó el herrero mayor, sin perder de vista la labor de los herreros en las fraguas— ¿Sabes? Me recuerdas los primeros días que fabricaba joyas en mi cueva, no muy lejos de Formenos…

De la Casa Real de los Noldor, Fëanor destacaba por su astucia. Sabía reconocer a versados y principiantes, en cualquier tarea propuesta: considerando las virtudes de Mahtan, el elfo quería ganar algo más que una charla tranquila.

—He oído de su gran experiencia en estas artes.

—Es posible. Recibí las enseñanzas del venerado Aulë y también fui maestro de muchos, pero nada me detiene de aprender más. Creo que me entiendes, los Noldor somos así.

—De eso no tengo dudas —aprobó, sonriente.

En su mente, Fëanor tanteó las futuras frases que expresaría, para no quedar detrás del nivel de su interlocutor. Tenía que admitirlo: aquel elfo era audaz.

Igual que ella

—Tu obsequio en la cena me impactó. Hace tiempo que no veo una joya de tales proporciones estéticas.

—No debo ser sólo yo quien reciba tal apreciación —dijo, recordando el gran aporte de su camarada.

—Halthuil me escuchará en su momento. Por ahora, rescato tu diseño: muy original, por cierto. Pero habría sido el mejor collar de Valinor, si te dedicabas a él completamente.

—Sobre eso…

—Sí, debías instruir a tus aprendices —lo interrumpió—. ¿Cuántas veces ocurrirá, Fëanor? ¿Mereces que los Eldar te recuerden como el artífice a medias?

—Nunca abandono mis labores —cruzó los brazos, muy serio.

—Te creo. Tienes potencial, al igual que tus herreros; y si ellos mejoran, no tendrás que descuidar las faenas que te encomienden.

—¿Qué propone, entonces? —su tono le intrigó.

—Pasaré una corta temporada en Tirion y detesto estar ocioso —Mahtan se detuvo frente a un vitral, mirándolo—: sólo te ofrezco mi sabiduría y habilidad en las fraguas. Para la Fiesta de los Árboles, tus ayudantes habrán multiplicado su rendimiento.

El primogénito de Finwë parpadeó unas cuantas veces, tratando de asimilar la invitación que, para su asombro, procedía del herrero a quien quería solicitarle consejo.

—¿Fue idea de mi padre, verdad?

—No —aclaró—. Decidí hacer… una consideración especial.

—¿Consi…? —reaccionó— Es que no entiendo: me brinda sus saberes a voluntad. ¿Qué debo darle a cambio?

—Tu interés en lo que pueda enseñarte —empezó a reír, con intenciones de salir de la galería—. No tienes que sentirte tan mal, Fëanor: tómalo como la extensión de mi amistad hacia tu familia. Piénsalo…

El elfo apenas hizo una reverencia y vio a su futuro maestro marcharse, tratando de hacer un recuento mental de todo lo acontecido, desde la visita de Mahtan hasta su oferta. Repasó los posibles instantes en que pudo escapársele su deseo por aprender con él y comprobó que no los hubo. ¿Qué cosa pudo hacer para ganarse el aprecio de un desconocido?

Fëanor no disertó más y sonrió. Era su gran día de suerte.

[…]

Desde su nacimiento, los elfos amaban las estrellas, por sobre cualquier cosa en Arda. Y no menos, el mar también recibía innumerables alabanzas, especialmente del clan de los Teleri: expertos y ungidos navegantes en los dominios de Ulmo. Era un hecho irrefutable que todo visitante se enamoraba de la belleza de sus costas. Alqualondë, su joya por excelencia, extendía sus brazos cual padre que recibe a sus hijos perdidos. En sus grandes recintos de madera blanca, perla y marfil, los Eldar encontraban un refugio tan equiparable al paraíso que habitaban al otro lado de las montañas Pelóri.

—¡Por los Valar! —habló Olwë, regente de los Puertos— No tenías que molestarte…

—Para nada, viejo amigo —agregó Mahtan, mientras le entregaba un arpa dorada—. Es poco, para lo que realmente mereces. ¿Cuántas veces no me has concedido el placer de recorrer estas playas?

—Las palabras me quedan cortas —sonrió, lleno de gratitud—. Me alegra que hayas regresado de tu retiro: dime, ¿cómo es que un noldo sobrevive tanto bajo tierra?

—Supongo que como un teleri fascinado con sus viajes en altamar.

—Esto amerita celebrarlo —propuso Fingolfin, chocando las copas de vino con los elfos mayores, al igual que su hermano y la princesa de los Puertos.

—¿Se da cuenta, mi señor Olwë? Alqualondë nos cautiva hoy, mañana y siempre —agregó Finarfin, contemplando a la hermosa Eärwen.

—Mi hija dirá lo mismo de los Noldor —mencionó Olwë.

—Padre, por favor… —la princesa teleri sonrió con timidez.

—¿Qué pasó, Finarfin? Te quedaste sin palabras —Fingolfin aprovechó la broma para fastidiar a su sonrojado hermano.

—Lo dices porque Anairë no pudo venir —se quejó, divertido—. Si no, serías mi siguiente víctima.

—No hay duda de que los jóvenes son tan quisquillosos —habló Mahtan—. Regresemos el tiempo, Olwë.

—No hay razón para envidiarlos —empezó a reír—. Tenemos más experiencia que ellos y nos mantenemos igual.

La risa de los cinco elfos llenó la sala de la casa de Olwë, mientras los demás habitantes iban y venían por el inmenso balneario de la ciudad. No muy lejos de allí, callada y sumida en sus pensamientos, una dama totalmente distinta a los Teleri observaba el acompasado avance y retroceso de las olas.

Nerdanel suspiraba, extasiada por el canto de las gaviotas y el misterioso contraste de luz y oscuridad en las lejanías del anchuroso mar. Como parte de los Noldor, no podía evitar la curiosidad de conocer qué había más allá de las dulces playas… y por largo rato, deseó ser una teleri aventurera y pionera en aquellos parajes desconocidos. Quería saber qué misterios ocultaba la tan mencionada Tierra Media, cuna de sus antepasados y el mismo Rey de su clan.

Sin quererlo, la imagen de Fëanor apareció en su mente, rompiendo su ensueño. La joven pelirroja sacudió su cabeza: ¿qué había sido eso?

—Mi señor… —habló un soldado de la guardia real de los Teleri, cerca del lugar donde estaba.

—Me dijeron que el señor Mahtan vino aquí —le respondió otro de voz grave—. ¿Sabe dónde puedo encontrarlo?

Al oír el nombre de su progenitor, Nerdanel fue de un extremo del balcón a otro y reconoció al recién llegado. ¡Era Fëanor!

—¡En el palacio de la ciudad, mi señor! —los interrumpió.

La seguridad que revestía al primogénito de Finwë desapareció por unos segundos. Su rostro serio cambió al instante, pálido cual fantasma. El guardia teleri intercaló miradas entre ambos y resolvió retomar sus quehaceres, intuyendo que ambos ya se conocían.

—¿Nerdanel? —finalmente pronunció Fëanor.

—La misma —sonrió, inusualmente emocionada por escuchar su nombre de labios del elfo—. Oí que busca a mi padre.

—Sí… —recuperó la compostura.

—Ahora mismo está en una reunión con el señor Olwë. Si desea, pase —lo invitó, sin dejar de observarlo.

—Puedo esperar a que salga —correspondió a su mirada, mientras subía las escaleras hacia el balneario, colocándose a la izquierda de la chica—. No imaginé verte aquí.

—No han pasado muchos días, desde que nos cruzamos en la terraza de su jardín… y ahora estamos en otra.

—Sí, curioso destino —atinó a responder, tamborileando sus dedos en la madera del balcón.

—Aun así, no niego que me alegra verlo, mi señor…

—No tienes que ser tan formal conmigo —esbozó una media sonrisa—. Sólo dime Fëanor.

—Bueno… —suspiró— Fëanor. ¿Qué te trae a la ensenada?

—Deseaba hablar con tu padre: se ofreció a darme consejos en el arte de la herrería —adoptó una actitud muy confiada, que apenas duró ante la nula reacción de la hija de Mahtan—. No pareces sorprendida.

—Mi padre es así —se encogió de hombros—. Llamaste su atención.

—Por mis propios méritos —se cruzó de brazos, orgulloso.

—Y los de tu amigo —recalcó, causando el fruncir del elfo—. Haces bien en volverte su aprendiz.

—Supongo…

Tal como habían iniciado la charla, ambos guardaron silencio y permanecieron impasibles en la terraza, sin ninguna incomodidad. Cauteloso, Fëanor miró de reojo a la muchacha y apreció la tranquilidad en sus facciones. Notó la suave sonrisa que expresaba con el vaivén de las olas y sus cabellos rebeldes mezclarse con la luz de Telperion. Admiró la sutil belleza de la hija de Mahtan, tan distinta a las demás doncellas que había visto en Tirion, seguro de que ni las más grandes joyas creadas por él la igualarían. No pudo evitar sentirse orgulloso: había conocido a alguien increíble.

—¿Te gusta el mar? —Nerdanel volteó a mirarlo, para sorpresa del elfo.

—Sí, aunque prefiero las minas.

—Veo por qué mi padre y tú se entienden —se retiró del balcón, rodeándolo hasta ubicarse a su izquierda—. ¿No será demasiado si paseamos por la playa, verdad? Seguro hay mucho de Alqualondë que puedes enseñarme.

—¿Yo? —miró el palacio de Olwë— Pero Mahtan…

—Podrás hablar con él después, no se molestará —lo convenció—. Vamos…

El príncipe tardó en captar la invitación de la doncella, para luego asentir con una sonrisa. Mientras algunos teleri se preparaban para dormir, Fëanor y Nerdanel dejaron la terraza y caminaron juntos por la ribera, sin medir tiempo ni temas de conversación. La suave arena y la lejanísima oscuridad del Este combinaban a la perfección con el momento, brindándoles una extraña complicidad: el orgulloso primogénito de Finwë se permitía más soltura y la única hija del herrero mudaba su timidez con la perspicacia que lo había cautivado desde el inicio.

De repente, algo brillante en el suelo detuvo a Nerdanel, quien se agachó para recoger lo que parecían ser dos perlas marinas.

—Por los Valar…

¿Cuánto tiempo se tomaba Fëanor en contemplarla? Casi tanto como la hipnosis de Nerdanel por su hallazgo. ¿Por qué no dejaba de mirarla? Ya no podía ignorarlo.

—Increíble.

—¿Qué? —Nerdanel lo miró, intrigada.

—Las perlas —se apresuró—. Son muy grandes, debe tener más de cien años. ¿Ves su textura? Es lisa por el constante golpe del mar contra la arena. La sal les da su brillo, pero es posible que el mismo Ulmo tenga que ver con eso…

El rostro de Nerdanel se intercaló entre el desconcierto y la comedia, intentando no reírse de la extraña explicación que le daba el elfo, resultado de la lucha contra su negada ansiedad. Debía reconocerlo: el príncipe herrero era una caja de sorpresas.

Y le agradaba.

—Lo que no entiendo es cómo pudo aparecer fuera de una ostra y en doble cantidad —terminó su monólogo, mirándola de nuevo.

—Culpemos a la suerte —le sonrió—. No todos los días encontramos cosas tan bellas en el camino.

—Seguro que sí.

Las olas rompieron con suavidad en la arena, sin que esto deshiciera el aura que envolvía a ambos elfos, ensimismados en su mutuo contemplar. Ninguno se movía, apenas sentían su respiración. Incluso percibieron tarde que sus manos se acariciaban, usando las perlas como excusa. Fëanor captó la intensa mirada de Nerdanel y la textura de su palma: no era muy suave.

—Debo regresar.

—Es verdad —recordó Fëanor, algo triste—. ¿Podremos vernos mañana?

—Eso depende. Tengo muchas ocupaciones.

—Entonces pasaré por tu casa, aprovechando que hablaré con tu padre.

—Será como decidas —le entregó una perla—. Hasta luego, Fëanor.

—¿No te quedarás con las dos?

—Conserva una. Como recuerdo…

Los pies de Fëanor se fusionaron a la arena de la playa, incapaz de moverse o responder a la despedida de Nerdanel, cuyos pasos ligeros la llevaron nuevamente al palacio del monarca de los Teleri. No pasaron muchos minutos, cuando la joven salió junto a su padre… y al notar que sus siluetas desaparecieron de los Puertos, el primogénito de Finwë recién bajó la mirada y contempló la perla en su mano.

Una gran idea rondaba por su mente.

Y unos ojos curiosos lo observaban a lo lejos, sin que se diera cuenta.


N.A.:

¡Hola a todos! Bueno… después de largo tiempo, finalmente me animo a publicar algo nuevo y más grande. Creo que el descanso temporal me ha sentado bien, así que… ¡vamos a la acción!

Es la primera vez que escribo algo relativo a Fëanor: este elfo es DIFÍCIL en el estricto sentido de la palabra :''v y como he querido cambiar un poco el rumbo (sumado también a que este fic es un regalo para una gran amiga mía), quise relatar algo sobre él más vinculado a la comedia y el romance… ¡por lo tanto, tendrán una versión de cómo Fëanor y Nerdanel se establecen como pareja! :')

Aquí llega una parte difícil porque estaba buscando información de ella, más que nada… y me encontré una página en inglés que daba ciertos pincelazos de su vida. En lo que respecta a ella y Fëanor, menciona que ambos se casaron muy jóvenes (cuestión de 40 o 50 años, según la cuenta de los Eldar): tal vez aquí cambie un poco la idea, porque se me hace raro imaginar a Fëanor queriendo casarse ya, considerando que le costaba ver un atractivo especial en otras mujeres de su clan… y Nerdanel lo flecha justamente por ser distinta, eso es lo que Tolkien sí nos detalla. Ahora, en la relación de Fëanor con su amada familia (?) también sufrí mucho XD: sabemos que el primogénito de Finwë no tolera a su madrastra y hermanastros, pero quise abordar algo más ameno, sin hacer que nuestro Curufinwë pierda su arrogante personalidad. Ahora veremos si Nerdanel logra conquistar a este elfo testarudo… ¿qué tanto hará sufrir al príncipe, o él a ella? :3

Sin más que decir (y rogando que Fëanor quede lo más IC posible), espero les agrade esta historia. Tany, aquí está el producto de tanto fangirleo :3 … así que no preguntes, sólo gózalo XD. ¡Nos vemos en el siguiente capítulo, cuídense mucho y buena suerte!