Disclaimer: Avatar: The Last Airbender, sus personajes, secuelas y cómics no me pertenecen.

NA. Estoy tomando en cuenta los acontecimientos de todos los cómics hasta ahora, si hay algo de ooc me disculpo de ante mano. La situación entre Sokka y Toph me pareció una absurdez en cuestión a como terminaron, y aunque yo amo y prefiero el Toko, esta es mi versión de los hechos sobre su relación y como es que pasaron las cosas para que terminaran como están, es decir, no estoy "modificando" la historia, todo corre en el lapso entre ATLA y LOK.


Capítulo 1

La brisa fresca de la noche golpeaba sus rostros y agitaba el fuego en aquella pequeña fogata que se consumía al centro de su tan particular grupo, la luna en el cielo los alumbraba con más fuerza de la que eran conscientes y daba lugar a que cada uno tuviera un claro panorama de sus acompañantes. El olor a comida y la brisa del mar inundaba sus fosas nasales y los grillos, las suaves olas y las risas constantes hacían eco en aquel vacío lugar. Todos charlaban, amontonados y desordenados en temas que nacían y morían con la misma facilidad, pero de forma constante, sin dar paso a algún momento incómodo o vacío, cada segundo se iba en bromas o en anécdotas particulares o en grupo que acababan en festejos hilarantes o en comentarios cómicos y fuera de lugar.

El único momento en que un silencio a medias llegó al grupo fue cuando Sokka anunció que la comida estaba lista y dio paso a una equitativa repartición, excluyendo al maestro aire que había llevado consigo aperitivos totalmente veganos para su propia y sana alimentación. Sus ojos y sus sonrisas saltaban entre todos, emocionados de poder degustar uno de los platillos preparados por Sokka y su buen gusto en el arte culinario, dejando a todos demasiado encismados en devorar la cena que prontamente se dispersaron cada uno en sus propios pensamientos y modos de alimentación por lo que fueron largos y agradables minutos.

Sin embargo, acallada y con las manos sin moverse de su regazo, pasando prácticamente de largo la comida que yacía frente a ella, Suki miraba con algo de recelo y desconfianza la escena frente a ella. Sí bien había podido disimular y hablar lo menos posible durante esa reunión, lo que surgía justo en sus narices la ponía nerviosa y un tanto incómoda con sus propios despectivos pensamientos.

Estaba sentada en medio de Zuko y Aang, y aunque no le molestara, no había sido por decisión propia, sino más bien que había sido demasiado lenta y sin pensar que alguien estuviera más interesada que ella en estar al lado de su novio Sokka, un descuido la había llevado a estar al otro lado de su actual pareja sentimental.

Frunció los labios, intentando no enfurecerse ni tomar alguna actitud por demás infantil, pero pensaba que todo era tan evidente y nadie más parecía darse cuenta que comenzaba a ser bastante incómodo y molesto.

Toph, sentada al lado de Sokka más cerca que cualquiera de los presentes, reía divertida y metía sus palillos en el plato del guerrero de la tribu agua, robándole comida y devorándola al instante, logrando que Sokka soltara cómicos sonidos llenos de falsa molestia y genuina frustración, siendo él un momento después quién buscara robar trozos de comida del plato de Toph, mostrando al resto un jugueteo aniñado y gracioso, pues Sokka fracasaba en sus intentos y volvía a ser víctima de la astucia y amigable maldad de la bandida ciega, que reía a carcajadas cada que Sokka fracasaba y perdía otra porción de comida.

— Toph, moriré de hambre, ¡Ya te has comido casi toda mi ración! — se quejó, mirando con rostro triste su plato casi vacío.

— Oye, no me eches la culpa de todo, apenas he tomado un poco — Toph golpeó el brazo de Sokka y soltó una suave risa al oírlo gruñir de dolor.

— ¿Cómo puedes ser tan malvada siendo tan pequeña? — murmuró su cuestión, pero fue lo suficientemente alto para que el resto escuchara con claridad.

—Ya, cabeza de carne, deja de llorar — ella le arrebató el plato de las manos en un repentino movimiento, y cuando él creyó que terminaría por comer lo que quedaba en el plato, Toph vació en este su propia porción, que estaba de hecho casi intacta, devolviéndole el trasto a Sokka, quién le miró extrañado ante el acto. —Así comemos los dos y no se desperdicia nada, era demasiado para mí — sonrió, y aunque no pudo verlo, Sokka asintió contento y confirme a sus palabras.

Toph, con la naturalidad del mundo, se aferró al brazo de Sokka y recargó su cabeza en su hombro, manteniendo en su mano derecha los palillos, con los que comenzó a comer con ligeros picoteos al mismo tiempo y del mismo lugar que su amigo a su lado. Sokka ni se inmutó ante el agarre o ante el hecho de que compartieran la comida, de hecho sólo acomodó su otra mano para que Toph pudiera tomar con mayor facilidad los pedazos de carne sobre la pieza de cerámica en sus manos.

Zuko, al lado de Suki, soltó una risa por lo bajo, llamando la atención de la guerra Kyoshi, quién notó hasta ese momento que él también había estado observando a ese tan particular par de mejores amigos. Pensó en desviar la vista o pasar por alto todo pero la duda y la incredulidad ante la aparente ignorancia del resto para con sus conjeturas la tenía de los nervios, no podía más. Dudando un poco y con ojos nerviosos, miró al maestro fuego, quién de inmediato giró sus orbes doradas en su dirección, mantenido aún la sonrisa que habían provocado las pelas de comida entre Toph y Sokka.

—Oye, Zuko... — susurró ella, moviéndose discretamente hasta estar más cerca del mencionado. — ¿Puedo preguntarte algo? — el chico levantó su única ceja buena en interrogante, dando paso a que ella continuara. — ¿Tú crees... crees que a Toph le gusta Sokka...? — apenas terminó su pregunta cuando el ceño fruncido de Zuko se asomó. Tuvo que cortar todas sus ideas y sus cuestionamientos cuando el maestro fuego indicó silencio colocándose su dedo sobre sus labios, siseando un casi inaudible "shhh".

—No lo digas — murmuró, mirándola con seguridad. —Ni uno de los dos se ha dado cuenta... ninguno lo hará — sentenció, sonriendo de medio lado y desviando su vista a los dos chicos frente a ellos. —No tienes nada de qué preocuparte — volvió a mirarla y le sonrió de forma tranquilizadora.

Suki sonrió apenada y volvió su vista al frente, tratando de que las palabras de Zuko fueran verdad. Que de verdad no hubiera de qué preocuparse, a pesar de que -entendió-, todos habían notado el interés de la chica ciega para con Sokka, era verdad que ambos eran demasiado necios y testarudos para siquiera imaginarlo y mucho menos admitirlo. Y sin embargo, la duda no escapaba de su corazón, sentía la traición adelantada apuntando directamente a su garganta.

Y aunque era cierto que terminada la guerra Sokka y Toph apenas y se frecuentaban, cada vez que lo hacían en reuniones cómo estás -sugeridas siempre por el avatar-, terminaban siempre uno arriba del otro, haciéndola a un lado sin pensar. Quizá es que se extrañaban demasiado, en realidad, aunque Toph sintiera algo por él, los creía incapaces de ir más allá de esa tan particular amistad.

Dándose ánimos ella misma y sacando seguridad de algún lado, decidió relajarse, decidió ignorar las risas de Sokka y las caricias discretas de Toph que, más entrada la noche, le dedicó a Sokka en un juego absurdo de fuerza, giró la mirada fuera cuando las risas no cesaron y cuando hasta la misma luna parecía ser consciente de que ellos dos se pertenecían.

Pero Zuko tenía razón, los dos, tan distraídos y tan satisfechos con su posición de amigos, eran los únicos ajenos a aquel sentimiento, a aquella realidad que casi parecía una regla escrita en el cielo. Si alguien se los preguntaba, ellos podrían ser sin duda, los últimos en enterarse de ello.

Si es que un día llegaban a hacerlo.

[...]

Las puertas del local se azotaron y no necesitó girar la visita para saber de quién se trataba, quedándose quieta en su lugar y frunciendo ante lo que sabía estaba por llegar.

— ¡No se mueva, está bajo arresto! — la voz de Toph sonó en el lugar, llamando la atención de los pocos presentes.

— ¿Ah sí, y bajó qué cargo? — su acompañante se levantó tan rápido y tan inmerso en lo que sucedía que ella sintió que se había vuelto invisible.

—El de ser un estafador — se burló la chica, apuntándolo acusadoramente.

— ¿Y me lo dice la reconocida bandida ciega? — Toph quitó el rostro serio mal actuado que llevaba consigo y soltó una risa, acto seguido Sokka llegó hasta ella y ambos se sumieron en un prolongado abrazo, como si no se hubieran visto en años a pesar de que ayer mismo habían pasado todo el día juntos.

—Hey, princesa de azúcar — Toph saludó a Katara, quién estaba sentada con su bebé Kya entre sus brazos y Bumi dormido en su regazo, esta le respondió suavemente y sonrió tan dulce y maternal como siempre aún si Toph no podía presenciar aquel acto. —Suki, ¿qué tal? — el tono de voz que empleó para saludarla varió tanto del que tuvo con Katara que casi rozó lo amenazante, aún más por el hecho de que Toph soltaba sobrenombres a todos sus allegados y en todo el tiempo que llevaban conociéndose siempre se había limitado a nombrarla secamente por su nombre de pila. — ¿Les molesta si me lo robo un momento? Al parecer el gran concejal es requerido de inmediato y por alguna razón me mandaron a mí a buscarlo — sonrió divertida ante su sobre actuada cortesía, mientras Sokka guardaba algunas cosas prontamente en un bolso que arrastraba consigo a todas partes.

—Adelante, Toph, debe cumplir con sus obligaciones ahora que es el presidente del Consejo de Ciudad República — Katara sonó orgullosa a pesar de que había deseado soltar una especie de burla amigable, a lo que Toph sólo asintió conforme con eso.

—Será solo un momento, firmar aquí y allá, así que no hay de qué preocuparse — Toph se dio la vuelta apenas terminó de decir aquello, pasando a golpear el brazo de Sokka, quién ya estaba de pie a su lado —Andando, Capitán Bumerang — presionó, dándole tiempo al chico apenas de darle un frío beso a Suki en la frente y despidiéndose de su hermana con un ademán de mano, alcanzando a Toph y rodeándola por sobre los hombros en camaradería, saliendo de aquella dulce cafetería atropelladamente en apenas instantes.

—Son tan tiernos — mencionó Katara en un murmullo, tapándose la boca torpemente cuando notó a quién justamente se lo estaba diciendo.

—Ah, no importa, lo hacen todo el tiempo — Suki le quitó toda la importancia y volvió su vista a su taza entre sus dedos, tratando de ocultar su enfado y fracasando abismalmente en el proceso.

Katara no dijo nada más, decidiendo fingir al igual que su interlocutora, después de todo, tenía razón, ellos eran así todo el tiempo, suponía entonces que no había razones para preocuparse por ello.

En el edificio que daba lugar a las oficinas del consejo, Sokka firmaba algunas hojas sin demasiado interés, pasando una sobre otra como si no tuvieran alguna clase de orden, creando una pila de papeles a su lado, mucho más de los que le hubiera gustado que fueran. Un sonoro bostezo trono a su lado y lo distrajo un momento, encontrando a la maestra metal dormitando del otro lado del escritorio, con sus ojos opacos mostrando el más puro de los aburrimientos posibles.

—No tenías que quedarte — comentó de pronto, haciendo que la chica abriera los ojos totalmente ante lo grave de su voz, pues la tomó un tanto desprevenida.

—Pero ya vas a acabar, ¿No? — Toph quiso pasar sus manos por sobre las hojas, pero sabía que eso no solo no ayudaría en nada sino que quizá arruinaría el acomodo de aquellos susodichos papeles.

—Sí, en realidad ya estoy por terminar — y no mentía, pasó otras tres hojas a un lado y se concentró en un nuevo grupo de hojas engrapadas.

—Odio tu trabajo — balbuceó Toph, tallándose un ojo con pereza.

—Bueno, por si no sabías tengo que hacer todo el papeleo como concejal y sobre esto tengo que hacer todo tu trabajo como jefa de policía en cuánto a papeleos del gobierno respecta — Toph rió ante sus lloriqueos y Sokka soltó una risa baja, sin despegar sus ojos azules de aquellas cansadas hojas abarrotadas de letras.

—Ya lo sé, Capitán obvio, ¿Acaso querías que la pobre niña ciega lo hiciera? — se burló de su propia condición en uno de sus conocidos chantajes sobre actuados que usaba con todo mundo, a lo que Sokka solo volvió a reír, sacudiendo la cabeza en negativa.

—No sé porque lo hago yo, de todos modos, ¿Por qué no lo hace tu segundo al mando? — la chica se encogió de hombros, recargando su barbilla en el escritorio buscando comodidad, tratando de no estorbarle a Sokka en el intento.

—No lo sé, eres mi mejor amigo, así que creo que solo confío en ti para esto — soltó, pero luego su clásica sonrisa socarrona salió a flote. —O quizá solo me gusta hacerte sufrir con todo el papeleo — ambos rieron divertidos con ello y Sokka dejó sobre la mesa la última hoja que requería su visto bueno y una preciada firma.

—Bueno, está todo listo — se puso de pie enseguida y fue inmediatamente imitando por Toph, quien estiró los brazos, tomando aire fuertemente.

—Ya era hora, tardaste más de lo que había imaginado — Sokka se paró a su lado y miró sin ganas las hojas revueltas en el escritorio de Toph, sabía que a ella le importaba menos que poco como luciera, pero un sentimiento de responsabilidad siempre nacía en su interior cada vez que se trataba de su amiga y su condición, sencillamente no podía dejar las cosas como estuvieran por más que ella odiara necesitar la ayuda de alguien para lo que fuera.

—Reitero, no tenías que quedarte — su voz sonó seria está vez y sin preguntarle comenzó a ordenar las cosas sobre el escritorio de la jefa de policía.

—Bueno, tú haces todo eso por mí, lo menos que puedo hacer es esperarte hasta que acabes — la despreocupación bañó sus palabras, pero su frente se surcó en molestia cuando escuchó todo el sonido de sus manos sobre papeles y objetos que había sobre aquel mueble de madera. — ¿Qué se supone que haces, cabeza de carne? — sus brazos se cruzaron sobre su pecho y escuchó un sonido entre risa ahogada y un suspiro cansino.

—Solo acomodaba un poco, eres la jefa de policía, este lugar debe dar buena impresión — respondió, mirando desde su altura el resultado que había logrado, contemplando su trabajo con una sonrisa.

—Bueno, lo haces porque quieres, no te pedí ayuda con eso — Sokka rodó los ojos y finalmente se giró a la mujer, sujetándola del hombro en un gesto amistoso.

—Lo sé — una sonrisa surcó sus labios, negando suavemente para sí mismo. —Debo quererte mucho como para hacerlo — Toph maldijo la cercanía que tenían en ese instante, pues tratar de ocultar su nerviosismo le resultó imposible, tensado su espalda y coloreándose, aún si ella no era consciente de ese visual aspecto.

Abrió la boca como para responder, pero no dijo nada, lo que fuera qué dijera saldría en un vergonzoso tartamudeo, no había duda, puesto que su ritmo cardíaco se había acelerado tanto que incluso tenía la noción que le temblaba la lengua.

Quiso patearse ella misma, enojada con su reacción tan infantil ante una afirmación que por demás iba dirigida en otro sentido al que su estúpido corazón desviaba. Buscó con demencia alguna frase satírica y fresca con la que pudiera cubrir su silencio, pero las palabras de Sokka seguían dando pie en su cabeza. Volvió a reprenderse, sintiendo ese cosquilleo en la boca del estómago y la piel de sus brazos erizándose. Últimamente su mejor amigo tenía ese efecto sobre ella, ¿o es qué siempre lo había tenido pero hasta ahora era consciente de eso? No estaba segura, pero la invadía esa sensación de querer abrazarlo y de colgarse a su brazo como cuando tenía trece años. No lo entendía del todo pero pensaba que se debía a su edad, a la de ambos, a que muchas cosas habían cambiado en sus pensamientos al tiempo que en sus cuerpos y ahora ese cosquilleo en sus costillas y en la punta de sus dedos no la dejaba en paz.

Sokka, tan distraído y lento para cualquier cosa, se volteó para levantar su bolsa y su espada que llevaba siempre a cuestas, totalmente ajeno al sobre salto de su amiga ante unas palabras tan obvias y claras, a su parecer, pues nadie podía negar que la quería, y ella a él, así como quería a Aang, Zuko, Ty Lee... o al menos eso le gustaba pensar.

—Además... — continuó, como si ese pesado momento de silencio no hubiera existido en lo absoluto. —Si sigues siendo tan desordenada nunca le gustarás a una chica — el cálido momento en el que se había sumergido la jefa de policía se esfumó tan rápido como había venido, llevando a sus labios a apretarse en disgusto antes de que finalmente su cerebro pareciera volver a funcionar.

— ¿Una chica? — el enojo fue claro y por un momento Sokka temió que un pedazo de tierra o metal golpeara su rostro, pero no sé retractó en absoluto. Toph frunció el ceño, no era la primera vez que Sokka hacía esa clase de "bromas", y aunque la primera vez que lo dijo había sido hasta un punto gracioso, era después de varias reiteraciones que había perdido la gracia para la mujer, ya no estaba segura si su amigo lo seguía diciendo en broma o realmente él pensaba que ella gustaba de las mujeres. La enojaba sobremanera, no solo porque dudaba de su sexualidad, -quizá eso era lo de menos-, sino que le resultaba ridículo lo ajeno que él estaba ante su feminidad, ante sus sentimientos.

— No puedo creer que tengas tantas ganas de que te dé una paliza — soltó, amenazante, pero solo se ganó la risa tonta y aniñada que aquel hombre seguía portando tan particularmente. —No me gustan las chicas, Capitán Estúpido — su nariz se respingó en un mohín irritado, pero Sokka ya no la miraba, había comenzado a avanzar a la salida con desinterés, como si sus palabras no hubieran significado nada.

—Sí, como digas, ¿nos vamos? — sacudió su mano en el aire, restándole importancia, recargándose en el marco de la puerta con tranquilidad, esperando a que ella lo alcanzara.

—Eres un tonto — hasta ese momento Sokka notó el enfado de la chica por el tono de voz agrio que utilizó, mirando sobre su hombro para encontrarla con los puños apretados y los ojos afilados -aunque estos no miraran en su dirección-. Se quitó del umbral y retrocedió un poco, sin entender del todo que la había enojado tanto para que casi pareciera que iba a sacar chispas. —A mí me gustan los hombres — se avergonzó al decirlo, pero no dejó que la pena frenara o restara veracidad a su afirmación, levantando una mano para señalarlo, acusadora, incluso cuando su rostro permanecía girado a otro lado, en su perpetua ceguera. —Me gustan los hombres ¿entiendes? Los hombres que son valientes, y fuertes, inteligentes... los hombres como...

— ¿Como yo? — Sokka cortó su rebuscada explicación, haciéndola temblar en su lugar ante lo que decía y ante la forma que -sintió- rozaba la insinuación.

Toph volvió a perder el suelo donde estaba parada, sin bajar su brazo y sin poder cerrar la boca ante la falta de palabras para refutar. Maldijo a Sokka en su fuero interno, deseando poder golpearle el rostro, cosa que haría si no se hubiera quedado petrificada en su lugar.

Tomó fuerza de su interior y abrió la boca, nuevamente enfadada con su propia actitud, pero sus labios se vieron sellados una vez más cuando los dedos del hombre rozaron su mano alzada aún en el aire y la sujetaron, haciéndola pensar que ya no solo era ciega, sino también muda. Su cuerpo tembló al contacto y su corazón en sus oídos la privó de su sentido de orientación un momento, haciéndola girar el rostro con nerviosismo al frente, como si buscara encontrarlo alrededor.

Al mismo tiempo que la estupidez y el sinsentido -como ella nombraba a esa sensación- la traicionaba y dejaba ir un suave "sí" ante su premisa, Sokka rodeó sus hombros como solía hacer siempre, comenzando a hablar en voz alta animada y despreocupadamente.

—Vamos, Toph, sabes que estoy jugando, no es para tanto — aún tenía la mano de ella entre la suya propia, con la otra rodeando su cuello le dedicó un apretón en el hombro, juguetón. — ¿Sabes qué va a relajarte? — la soltó, pasándola de largo y andando los tres peldaños que había hacía abajo frente a la oficina de la jefa de policía. —Golpear idiotas. Eso siempre te viene bien. Y se me ocurre que vayamos a ese loco bar que te gusta, podríamos estafar tipos rudos que crean que eres una chica débil, ¿Qué dices? — el guerrero de la tribu agua siguió hablando, soltando ideas tontas para apostar en bares de mala muerte.

Toph, aún quieta en su lugar, tragó duramente en busca de que esa sensación se disipara, consciente de que su mano y su hombro parecían arder aún, como si hubiera sido marcada por la piel del moreno y ahora ardiera una herida. Parpadeó múltiples veces por mero reflejo ante la incredulidad, ante la verdad que era dura y la golpeaba tan bruscamente que dolía, que ardía como los dedos de Sokka sobre su persona. Le quería. Lo quería más de lo que ella misma se hubiera permitido querer. Pero lo hacía. Y no deseaba admitirlo pero ahora mismo anhelaba estar con él, seguirlo a ese bar o al fin del mundo si él quería. Ya no importaba nada, todo le parecía una locura.

Los días pasaron y la ahora mujer no paraba de darle vueltas al asunto, no entendía en qué momento había cambiado su perspectiva para con Sokka, sí bien podía reconocerlo como su primer amor, había creído firmemente que aquel sentimiento se había acabado en el pasado, luego de terminar la guerra y que ella se fuera con su escuela a las afueras de Yu Dao, había enterrado bien hondo aquella ilusión infantil, lo sabía con Suki y eso la había mantenido siempre al margen en su posición de amiga. Entonces, ¿cuál era el problema ahora? ¿Por qué le sudaban las manos y le ardía la piel cuando estaba cerca de él?

Suspiró, rindiéndose, no tenía caso tratar de engañarse a ella misma, era muy probable que jamás hubiera dejado de quererlo como lo hacía, y con su reciente unión como concejal y ella en la cabeza del recién establecido departamento policial que los obligaba a estar juntos todos los días las viejas sensaciones salían a flote una vez más, solo que en esta ocasión con más fuerza, con la conciencia y la malicia que poseen los adultos de su edad.

Los recuerdos de sus aventuras juntos venían a su mente y le sacaban sonrisas aleatorias en sus días, el recuerdo de su voz soltando tonterías y las vibraciones de su cuerpo contra el suelo en la imagen difusa que tenía de él se revolvían con el presente y era consciente entonces que nada había cambiado, ni con él ni para ella. Seguía siendo el mismo distraído cabeza de carne con malos chistes y buenas ideas que la hacía reír y le hacía creer en algo más grande, en la esperanza, en la libertad. Sí, era eso, Sokka en el reflejo de su mente era sinónimo de libertad, era la libertad encarnada, de hacer y decir lo que fuera cuando fuera, sin miedo y con tanta seguridad que le hacía creer que era fácil, mostraba fuerza y valentía aún si no la tenía, y a pesar de ser un cabeza dura, poseía la nobleza y bondad que no cualquiera se podría permitir. Incluso si la gente lo tomaba de estúpido o se equivocaba más veces de las que podía reconocer, no encontraba una sola cosa de la que Sokka podría arrepentirse. Él era libre, de pies a cabeza, y eso era lo que la había atraído a él en primer lugar. Él no necesitaba una careta llena de fuerza donde esconderse. Y ella admiraba eso.

Bajó los hombros, un tanto revuelta con todas las veracidades que se acomodaban una a una en su mente y la confundían.

Habría querido soltar alguna que otra mala palabra, ponerse el uniforme, patrullar un poco por Ciudad República y al final del día patear el trasero de algún idiota, pero ese día no parecía tan fácil solo ignorar el asunto y continuar con su vida como si no pasara nada, porque de hecho no estaba ya siquiera segura si sucedía algo o no.

No había pasado por alto las últimas semanas, la forma en la que sentía la mirada de él sobre su persona, esa que no podía ver pero sí podía sentir, quemando su nuca, yéndose sobre ella con tanta fijeza que la ponía nerviosa luego de tanta insistencia. No sabía si estaba loca o algo, pero notaba entonces que su amigo la abrazaba en demasía, con un doble sentido casi imperceptible, que rozaba sus manos y que la tomaba por la espalda más veces de las que podía contar. Lidiaba con las palmas cálidas del chico sobre su cuerpo todos los días y no podía hacer más que cerrar la boca y fingir que seguían teniendo quince años y que no pasaba nada, que no despertaba su corazón con cada roce cargado o no de inocencia.

Se recostó pesadamente sobre su cama mientras otro suspiro salía de entre sus labios, de nuevo la molestia subió a su rostro y la hizo torcer el rostro en un gesto disgustado, incómoda con la idea que quería negar, pero que sabía, necesitaba.

No era buena en ese tema porque su experiencia era nula, pero necesitaba sacar sus dudas, preguntar, aún si eso la hacía sentir estúpida, estaba acorralada, jamás había dudado tanto de ella en su vida y necesitaba parar con todo, de la manera que fuera necesario.

[...]

— ¿...y? — presionó ante el incómodo y prolongado silencio que se extendió, azotando sus dedos sobre la mesa de madera gruesa frente a ella, denotando su impaciencia.

—Pues... — Katara bajó la mirada, acariciando la frente de Kya mientras meditaba lo que acababa de escuchar, sin saber si era correcto sonreír feliz o sentirse realmente triste. — Este "alguien" parece corresponderte, ¿no? — sonrió de medio lado, siguiendo el absurdo juego de Toph al ocultar el nombre de su hermano, pues le había contado una historia supuestamente anónima sobre un amigo, pero no solo era evidente que se trataba de Sokka, sino que Toph había mencionado a ese "alguien" como un cercano amigo, cuando todos sabían de sobra que Toph no consideraba amigo a nadie más fuera de su viejo y clásico grupo del equipo Avatar.

—Pues no lo sé, princesita, si lo supiera no estaría aquí preguntándote — odiaba el hecho de haber acudido a la maestra agua para eso, pero es que no tenía opciones verdaderas y aunque hubiera deseado ahorrarse la melosidad y suavidad de la chica, ella debía tener experiencia en el asunto, después de todo ella y Aang ya habían concebido dos hijos producto de su ñoño amor.

—Yo creo que él lo hace, Toph, realmente podría jurar que Sokk... Que ese amigo siente algo por ti, por lo que me dices — sonrió incómoda, nerviosa ante el hecho de que casi soltaba el nombre de su hermano, salvándose apenas al haber retomado el hilo de la supuesta historia.

— Pero, ¿Entonces por qué...? Ya sabes... — frunció, enrojecido y azotando sus dedos pálidos sobre la superficie.

—No lo sé, ¿Es estúpido? — rió, sabiendo ella mejor que nadie que Sokka a veces rozaba la irracionalidad.

—Ah, princesita, ¿vas a ayudarme o no? Qué él sea estúpido es algo evidente, dime algo que no sepa — chasqueó, sin esforzarse esta vez en disimular de quién hablaba. — ¿Qué hago yo entonces?

—Díselo — la voz siempre dulce de Katara jamás le había penetrado los huesos como lo hizo con esa palabra, desencajándola totalmente al escucharla decirle aquello con total seguridad.

— ¿Estás jugando, no? — sonrió por los nervios y su labio superior tembló, y quizá fue la primera vez que Katara vio la inseguridad sobre aquel siempre inmutable y duro rostro.

—Escucha Toph, entiendo que eso sea algo difícil de imaginar, pero, ¡vamos!, sí él es así de idiota o cobarde o lo que quieras, entonces queda en ti aclarar esto — Kya se revolvió en sus brazos, asustándose ante las fuertes palabras de su madre que se había dejado llevar por el entusiasmo. —Quizá no es muy... común, que la chica sea quien exponga primero sus sentimientos, pero, ¿te has detenido a pensar por qué él parece seguirte viendo como a una amiga? ¿Por qué dice que a ti te gustan... mmh, ya sabes, las chicas? — arrulló a su hija entre sus brazos para tranquilizarla, pero no quitó sus ojos azules sobre los pálidos y perdidos ojos de Toph, quién aún lucía estupefacta, incrédula e incluso asustada. —Quizá es porque no has actuado como algo más que eso, necesitas hacerle saber que ya no eres la niña que juega con él en el parque, eso se acabó. Dile lo que sientes, estoy segura que te corresponderá — sonrió maternal y extendió una mano para sujetar la de su amiga, pero esta no correspondió, ni siquiera reaccionó, su mente, volátil, parecía haberla abandonado.

No quiso admitirlo ni tampoco dijo nada cuando se levantó secamente y salió de ese lugar, pasando de largo a Aang que la saludo en la entrada de la isla, pero estaba segura que Katara tenía razón. Y la odiaba por eso. Se odiaba por eso.

Odiaba a Sokka por eso.

No podía hacerlo. Y eso la hizo enfurecer.

Ella era fuerte, autosuficiente, valiente. Y ahora no se sentía más que como un sencillo y transparente pedazo de papel. Un trozo de papel que temía romperse bajo la tempestuosa lluvia que significaba Sokka. No tenía el valor y eso la hizo flaquear, la hizo contemplarse desde dentro con incredulidad y con vergüenza.

¿Qué podría decirle, de todos modos?

¿Cómo se supone que ella sería capaz de soltar algo tan loco y bobo a su amigo?

¿En qué mundo Toph Beifong soltaría sus sentimientos como si nada?

¿Y qué iba a pasar sí la rechazaba? No sé sentí lista para eso. Quizá, nadie en el mundo, pensó, estaba listo para eso.

Podía seguir callada entonces, fingiendo, lo haría el resto de la vida si era necesario, ¿o no?

No era como si necesitara que él le correspondiera, ¿o sí?

Llegó a su casa echa un lío esa tarde, luego de avisar a su segundo al mando que no se sentía bien y se tomaría el resto del día. Y en realidad, no mentía, no se sentía bien, se sentía como una niña pequeña, asustada y perdida en la cueva a la que cayó en su niñez, se sintió atrapada como aquella vez que la encerraron en la jaula de metal para regresarla a Gaoling, como cuando...

Detuvo entonces su tren de ideas, abruptamente, concentrándose en lo que acababa de pensar y era consciente hasta ahora. Sí, estaba atrapada, confundida, sola, asustada, como en todas esas veces, y sin embargo, en todas esas se las había arreglado para salir. Aprendió tierra control de los tejones-topos y después inventó el metal control para poder huir, y había sido justo después de sentirse atrapada y perdida, como ahora.

Suspiró, recargando su espalda en la cama, a donde había ido a parar para afrontar sus problemas. Consideró entonces la posibilidad de que todo ese lío no fuera más que otra prisión de metal y ella tuviera que encontrar el modo de salir de ahí, de crecer y de hacer algo al respecto.

Se decidió tras un segundo más de meditarlo, tan incapaz de lidiar con su debilidad así como odiaba tener que lidiar con esa situación de amores. Iba a decírselo. Toph Beifong iba a confesar sus sentimientos, y si era correspondida o no, quizá carecía de relevancia luego de haber librado al fin con eso, de enfrentarlo e intentarlo.

O al menos, eso era lo que esperaba.

[...]

— ¡Toph! — la voz de Sokka resonó en todo el edificio y las miradas del resto de los concejales, oficinistas y unos guardias de clavaron en él, pero este pasó de ellos como siempre hacía, tan ajeno a sus escandalosas imprudencias, moviéndose en el pasillo con agilidad hasta la mencionada, a la cual abrazó por detrás, pegando su rostro a la cabeza de ella, cariñoso. — ¿Estás mejor? — preguntó, pasándose al frente de su interlocutora, un tanto inquieto con el hecho de que la chica no parecía reaccionar. —Me dijeron que estabas enferma, ¿aún te sientes mal? — el ánimo en su voz se había desvanecido, dando paso a la genuina preocupación, pero la chica negó de inmediato, saliendo de su ensoñación que le había producido oír su voz y obligándose a sonreír con firmeza.

—Estoy bien Capital bumerang, solo me había sentido cansada, es todo — golpeó el brazo d Sokka amistosamente y él ahogó un quejido, aliviado con la condición de su amiga y secretamente alegre de recibir su tan salvaje demostración de cariño.

—Entonces perfecto, ¿a dónde iremos hoy? — hurgó un poco en su bolso azul sobre su brazo y sacó unos boletos, mostrándoselos a Toph como si olvidara el hecho de que ella no podía ver. —Conseguí unos pases para ver eso de los enfrentamientos de "pro-control", ¿qué dices? No son muy diferentes a las peleas clandestinas pero estoy seguro que si tienen éxito podría volverse un gran deporte, incluso conseguir una arena decente. De hecho estaba pensando que deberías participar, aunque necesitarías dos compañeros... mmm, no creo que Katara quiera... pero quizá podríamos... — Sokka comenzó a soltar sus ideas locas y precipitadas, montándose películas en un parpadeo que lo hacía lucir como experto en ese tan reciente evento de pro-control, pero Toph estaba tan ajena que ni siquiera parecía comprender a donde iba toda esa palabrería, frenando su andar y tomando suavemente el brazo de Sokka un momento para que este hiciera lo mismo.

—De hecho, hoy solo quiero charlar — Sokka la miró entre incrédulo e interrogante, pero después asintió suavemente, pasando su brazo por los hombros de la chica.

—Bien, podemos dejar ese tonto pro-control para otro día, después de todo suena pésimo, con tantas reglas ¿dónde dejan la verdadera diversión de ver a dos maestros rompiéndose la cara? — Toph suspiró ante ese cambio de opinión repentino e infantil, pero decidió pasarlo por alto, algo le decía que estaría en ese dichoso evento más temprano que tarde gracias a él. —Entonces, ¿vamos a ese bar a patear traseros? Bueno, a que patees unos traseros — Toph volvió a negar ante la sonrisa entusiasta que de Sokka que se volvía a venir abajo ante su rostro serio.

—No quiero golpear a nadie ni estar frente a otros tontos golpeándose, quiero hablar contigo, cabeza de carne, necesito hablar contigo, hay... hay algo que tengo que decirte — quiso enfocar sus ojos en él, para demostrarle con ellos la seguridad de sus palabras, pues sabía de sobra el efecto que sus ojos producían sobre otros a pesar de ser incapaces de mirar.

—Bien, entonces... ¿vamos... por café? — levantó una ceja en incógnita, aguardando por su aprobación. Ambos sintieron esa rareza al imaginarse a ellos en una cafetería como si fueran un par de amigos normales y no el par tan particular que eran estafando, golpeando y engullendo lo que fuera como si sus vidas dependieran de eso.

—S-sí, un café está bien — trató de sonreír calmada, aun cuando la idea de que finalmente iba a decírselo la tenía de los nervios y sumada la idea de estar con él en un tranquilo café como si fuera una cita la ponía aún más ansiosa y nerviosa, ni siquiera tenía idea de cómo iba a decirlo, pero al menos arrastrarlo hasta un lugar tranquilo había sido más fácil de lo que pensó.

Caminaron por las calles de Ciudad República con tranquilidad, sintiendo los últimos rayos del sol sobre sus cuerpos hasta que este se escondió en el horizonte breves momentos antes de que dieran con el primer café, mucho más concurrido de lo que Toph hubiera querido pero era al final un buen lugar, en su situación hasta un cementerio lo era, unos minutos de paz y un intento de charla adulta bastaba y sobraba.

—Bueno, ¿Y qué ibas a decirme? — cuestionó Sokka apenas estuvieron sentados en una mesa para dos dentro del local. — ¿Hay algún problema con la seguridad de Ciudad República? — su voz se tornó seria pero la chica negó de una, logrando intrigarlo enseguida.

—No, no es nada relacionado a la policía o a la seguridad de la Ciudad o la paz mundial... — Sokka relajó los hombros, recargando sus codos sobre la mesa entre ellos. —Es algo... — antes de que pudiera decir "personal", el mesero llegó a interrumpirlos, ofreciendo una carta y esperando a que le dieran la orden, después de todo, no había mucho de donde escoger.

—Bueno, yo quiero un café negro — pidió el chico, sin estar seguro de que era. — ¿Tú qué vas a querer Toph? ¿Quieres que te lea la carta? — se ofreció, pero obtuvo solo otra negativa de ella.

—No, puedo oler todo desde aquí — sonrió, satisfecha con sus propias conjeturas, no era un lugar demasiado grande y no creía que vendieran demasiadas cosas, lo que le facilitaba bastante su tarea de olfatear a su alrededor. —Un té de jazmines por favor — dijo al mesero, quién asintió gentilmente y se retiró en silencio. —Aunque no creo que sea ni la mitad de bueno que el té del tío Iroh — Sokka soltó un "psss", como si la sola comparación fuera una ofensa al miembro del loto blanco.

—Tiene mucho tiempo que no lo visitamos, por cierto — una pizca de nostalgia se mezcló en sus palabras, logrando que Toph sintiera la misma añoranza que él.

—Es cierto, nadie hace el té como él, además es el mejor consejero que existe — sonrió, recordando dulcemente a su viejo amigo. —Me pregunto cómo estarán las cosas en Ba Sing Se..., y cómo estará él... — su preocupación se notó, Iroh ya era un hombre muy mayor y temía no poder volver a charlar con él antes de que realmente ya no pudiera hacerlo nunca.

—Aang se está encargando de todo eso de los líos que ocurren en el reino tierra, así que supongo que Ba Sing Se está bien, aunque de verdad quisiera ir al Dragón del Jazmín, como en los viejos tiempos — sonó más triste de lo que hubiera querido, suspirando cansado cuando la realidad llegó a él abruptamente. —Pero ahora con Katara cuidando a Kya y Bumi, Aang restaurando el mundo y enseñando a los acólitos del aire, Zuko siendo el Señor del Fuego, tú al mando de la jefatura de policía y yo ahora como líder Concejal, ya ni siquiera tenemos tiempo de vernos, mucho menos para hacer un viaje tan largo a Ba Sing Se, y supongo que todo será aún más difícil luego de que yo... — se cortó él mismo con nerviosismo, apretando sus labios fuertemente y cerrando sus puños, como reprendiéndose. Toph sintió de inmediato el cambio en su corazón a través de la vibración del suelo y frunció, extrañada ante esa forma tan extraña en que se había acelerado su ritmo cardíaco, conmocionado por algo.

— ¿Qué pasa, Sokka? — lo llamó por su nombre, denotando su propia alteración.

—No, nada, mejor cuéntame lo qué ibas a decirme — quiso escapar y dejar el tema de lado, pero su nerviosismo no se desvaneció.

—No, lo mío es... no tiene importancia — soltó Toph, tratando de no decir lo que iba a decir de forma acelerada, y mucho menos después de que Sokka le estaba ocultando algo y parecía bastante importante para tenerlo así. — ¿Qué ibas a decir? ¿Luego de que tú qué? — el chico suspiró con pesadez, frunciendo el rostro mientras parecía considerar la idea.

— ¿No me dejarás en paz hasta que te lo diga, verdad? — Toph rió brevemente ante el tono aniñado de Sokka, asintiendo una vez, sabiendo que era verdad lo que su amigo asumía. —Bueno, de todos modos quería decírtelo, eres mi mejor amiga después de todo y... Dios, estoy tan nervioso, así que creo que necesito decírselo a alguien — de nuevo el abrupto cambio de emociones en Sokka hizo negar a Toph con suavidad, pero sonrió con emoción ante el renacido entusiasmo que saltaba de la boca del moreno.

—Bien, entonces deja de perder el tiempo y dime qué te tiene así... ¿Después de qué cosa? ¿Qué vas a hacer? — ambos sintieron cómplices y el chico arrastró su silla un poco para quedar al lado de la pelinegra, quién ladeó la cabeza hacía él, sabiendo que le susurraría aquel extraño secreto, imaginando que cosa loca podría traer a Sokka tan inquieto.

—Yo... voy a pedirle a Suki que se que case conmigo — su sonrisa se congeló en su rostro y sintió que su corazón de papel caía al agua de forma precipitada.

Sus oídos dejaron de escuchar y un pitido extraño la abrumó, repitiéndose desde el fondo de su cerebro por todo su cuerpo hasta que creyó que se había vuelto etérea y se desvanecía en el entorno. Sintió que desapareció, sus extremidades se entumieron y su rostro se volvió una pesada máscara a punto de caerse en pedazos sobre el suelo. Su corazón se agitó al límite, o le estallo en el pecho, o quizá, en realidad, se había detenido y aguardaba en silencio, atónito y expectante, incrédulo. ¿Qué acababa de decir?

La verdad de las palabras de Sokka fueron un balde de agua fría que le caía de lleno y la arrastraba a algún lugar; al infierno, pensó dentro de su borrosa lucidez. Se sintió estúpida entonces y deseó con fuerza que el piso se la tragara…, deseó que un maldito monstruo la arrancara de ese lugar y la devorara viva. Ahogarse en el mar, tomar veneno, haber muerto a manos de Ozai, lo deseó todo, hasta lo irracional, hasta volverse sorda también o morir sin explicación en ese momento. Todo, lo que fuera que la sacara de donde estaba, porque estar ahí, sintió, era peor que la muerte.

Las manos le temblaron y sintió su pecho revolotear, algo dentro de su cuerpo convulsionaba y por un momento pensó que era su propia alma, muriendo. Deseaba romperse el rostro contra una piedra, quería reír ante la estúpida ironía de la situación. Sokka iba a casarse, con Suki, porque la amaba, y ella era una idiota por pensar que tenía una oportunidad con él, por pensar que le correspondía, por confundir su sana amistad con algo tan incoherente como ella.

Oh, Toph, no has dejado de ser una niña tonta, se reprendió en su fuero interno, negando para sus adentros. La vergüenza la embriagó y se odió, se dio asco. Era una ridícula, una niña patética y ahora sólo quería irse de ahí antes de que no pudiera soportar más la angustia y su inmutable rostro se viniera abajo presa del llanto. Y no quería llorar, porque ya no cabía tanta humillación propia dentro de su cuerpo.

Tragó fuertemente con intenciones de deshacer el nudo que amenazaba con asfixiarla, con dejarle exteriorizar el dolor que estaba atravesando, nadie, jamás, había logrado golpearla tan duro como ahora, estaba fuera de sí. Trató de escuchar lo que Sokka estaba diciendo pero solo escuchaba sus propias palabras burlándose de lo ilusa que había sido y de su cuerpo de papel crujiendo y cayendo al suelo. Asintió físicamente a algunas palabras del chico, no supo qué, estuvo segura de haber olvidado de pronto como hablar y el significado de las cosas.

El guerrero de la Tribu agua hablaba ya de planes de fiesta y situaciones hipotéticas y aceleradas, pero Toph ya no estuvo más ahí, ya no sintió cuando el mesero llegó y les dejó las tazas, ni cuando Sokka tocó otros temas y le preguntó cinco veces seguidas si estaba bien. Ella solo mantenía sus invidentes ojos clavados en la lejanía y sus manos apretadas sobre la mesa. El chico dijo algunas cosas más como si nada ante el breve asentimiento que por reflejo dio ella, terminando su infusión con disgusto ante su sabor.

—Bueno, ¿nos vamos? — Toph reaccionó ante esa pregunta y ladeó la cabeza a donde sabía se encontraba Sokka, y deseó, como muchas otras veces, poder mirarlo, por primera o por última vez. Así, en la inmaculada y casta imagen, libre y perteneciente que aún tenía de él.

No supo porque exactamente, pero sabía que en cuanto se parara de esa mesa, en cuanto él saliera por esa puerta, ya no habría marcha atrás, nunca más. Una parte de su mente le gritó que le dijera a Sokka todo, que ya no había nada que perder de todos modos. Pero fue incapaz de hacerlo, si abría la boca, temía porque sus emociones distorsionaran lo que tenía para decir. Y no tenía idea de que tan arrepentida estaría un día de no haber tenido el valor de decírselo ese día, quizá, muy probablemente, su vida habría sido totalmente diferente de haber admitido en voz alta su sentir.

Pero en su realidad no pudo y sonrió casi como si no pudiera hacerlo, sintiendo los extremos de sus labios pesar más que nunca en el acto.

Extendió la mano y tocó el brazo de Sokka, sin poder evitar suspirar. Un aire extraño la hizo saber que las cosas cambiarían a partir de ahora, que al dejar ese lugar, significaba perderlo para siempre. Y quiso retenerlo así, en ese pequeño preámbulo donde ahora flotaban, antes de que al poner un pie en la calle, fuera la realidad quien la acallara para siempre.

—Felicidades — le susurró, sonriendo más, con una ternura y congoja que él interpretó como simpatía para con él.

Sokka la abrazó en respuesta por unos segundos que fueron tan eternos como efímeros, en donde podría haber pasado una vida en su cabeza hasta morir entre sus brazos, o solo había sido un suave y frío castañeo en su interior. Una fugaz eternidad de nada.

Con ambos pies frente a aquel local se despidieron y ella lo sintió irse por las calles, tan ligero y soso, tan él. Un él que no pertenecía a ella, ni en sus más hermosos sueños, nunca más.

Corrió a casa y se encerró con brusquedad, azotando sus puños contra los muebles y paredes que tenía cerca hasta que estuvo segura que tendría que construir todo de nuevo. Se desplomó en el sillón maltrecho y sus ojos no lo soportaron más, llenándose de lágrimas que corrieron lacerantes sobre sus pálidas mejillas. Gritó ahogadamente entre sus manos y la soledad se unió a su desgracia para azotarla con vehemencia, para hacerla sentir abandonada y desgarrada. Ahora estaba rota en dos, y no entendía como algo que nunca había poseído de verdad podía dejarle un sentimiento de pérdida como el que ahora la invadía.

Era quizá la pena adelantada al entender que una vez casado con Suki su relación de amigos se vendría abajo, quizá era también que ella había mantenido la esperanza de ser correspondida desde que tenía trece años y ahora, el saber que no sería así, la realidad arrancaba todas esas fantasías de su lado. Se abrazó a sí misma y la desesperación la acorraló, necesitaba charlar con alguien, necesitaba un hombro donde llorar, necesitaba una mano porque de permanecer sola quizá se volvería loca en unos minutos más.

Se puso de pie y limpió su rostro, saliendo de nuevo mientras pensaba a dónde ir. Katara y Aang vinieron a su mente, pero la primera era demasiado melosa y sentimental, además que Sokka era su hermano y todas las cosas estúpidas que quería decir sobre este no vendrían bien con alguien de su sangre. Aang, por su parte, tenía demasiados códigos de ética estúpidos que seguramente intentaría hacerla ir y hablarle a Sokka, y lo último que quería es que alguien metiera sus narices para intervenir por ella. Y ella no necesitaba su compasión o su ayuda, sólo quería compañía, un hombro donde llorar y un oído dispuesto a escucharla sin juzgarla.

Con ayuda de su arnés metálico se movió por la ciudad entre los edificios, estando segura entonces a dónde tenía que ir, llegando en cuestión de nada a la oficina de policía, donde tenía su nave rápida aguardando siempre a por ella. Después de todo, la Nación del Fuego no estaba tan lejos de ahí.

[…]

Su nave llegó pasada la media noche y se preguntó si realmente debía estar ahí. El tiempo de vuelo le había dado oportunidad de pensar y tranquilizarse, así que ahora, a pesar de sentirse aún hecha un lío, el orgullo que le quedaba había salido a flote y se creyó capaz de tragarse su dolor y dar la vuelta a Ciudad República para jamás volver a sentir esa autocompasión y no tocar aquel tema nunca más ni siquiera en el más recóndito de su pensamiento.

Era tarde, sin embargo, cuando la barrera del ejército de la Legión del Fuego la detectó y se comunicó con ella por el radio, al saber que se trataba de la Jefa de Policía de Ciudad República le habían dado paso inmediato por las puertas de Azulón sin siquiera haber consultado con el Señor del Fuego, pues se trataba de la heroína de la guerra de cien años Toph, así que no podía sólo dar la vuelta y fingir que nada pasaba luego de molestar y alterar a las tropas de su viejo amigo.

Por supuesto que Zuko no estaba durmiendo y al ser informado que la nave de Toph Beifong estaba aterrizando en las afueras del palacio salió de su despacho a gran velocidad, con temor de que algo malo sucediera en Ciudad República, algo inquieto con la firme y constante preocupación sobre disturbios que él y su mejor amigo Aang solían resolver más a menudo de lo que siquiera podía contar.

Cuando llegó al patio frente a las puertas de su hogar donde improvisadamente había bajado la nave negra de la policía, miró a Toph de espaldas a su persona, quién se dio la vuelta al sentirlo bajar las escaleras de mármol apresuradamente.

—Tranquilo, chispitas, todo está bien — la chica se anticipó, respondiendo una pregunta que él no había hecho pero que imaginó que pensaba, después de todo, estaba a mitad de la noche en su palacio sin ninguna clase de explicación.

—Toph... ¿qué pasa? — se reunió con ella en largos pasos, mirando a la chica desde su altura e inspeccionándola con la mirada, extrañado y un tanto asustado aún, verla ahí era bastante inusual.

— ¿Acaso no puedo venir a visitar al flamante Señor de los pantalones calientes? — Zuko rió seco ante el apodo, sabiendo que una parte de él extrañaba aquellos infantiles sobrenombres, pero tras una breve negación, volvió a pegar sus orbes doradas contra la chica, en busca de una explicación a su presencia, pero Toph no dijo nada más, apretando sus labios en una mueca que él no pudo descifrar.

— ¿Estás bien, Toph? ¿Puedo servirte de algo? — preguntó, de nuevo con la intención de que la chica dijera el motivo de su repentina llegada, pues aunque la posibilidad de que ella realmente sólo estuviera ahí como una amistosa visitante le parecía totalmente irracional siendo ya media noche, sin avisar, llevando una nave de la policía de Ciudad República y portando el uniforme de oficial.

—Sí, Zuko, estoy bien — sonrió de nuevo a donde sabía estaba el chico, dando lugar a que Zuko pudiera mirar fijamente su rostro con claridad, encontrando sus ojos irritados claramente por haber llorado, sus mejillas enrojecidas, sumado a una pesadez que no sabía si era cansancio o congoja, quizá un poco de ambos, pues sus labios parecían marchitos y su ceño suavemente fruncido le dijo que su estado de ánimo no estaba del todo bien. —Y con la otra pregunta, bueno, no, de hecho lamento las molestias, yo...

Sus palabras se cortaron cuando los brazos cálidos del hombre se cernieron alrededor de su cuerpo, pegando su cabeza a su pecho con delicadeza, haciéndola abrir los ojos al tope al sentir sus manos acariciando un poco su espalda, consolador, extrañándola y sorprendiéndola, ni siquiera había dicho una palabra y ya habían comenzado los abrazos, pensó con su seco humor.

—Está bien Toph, eres bienvenida siempre en mi pueblo y en mi casa — sonrió a gusto, haciéndola suspirar aliviada, puesto que gentilmente le estaba ahorrando la vergonzosa necesidad de dar explicaciones a su presencia.

—Me alegra oírlo, chispitas, pero el abrazo no tiene que ser tan prolongado en un saludo, ¿sabes? — él rió y la soltó, dejando sólo una de sus manos sobre el hombro de ella, mirándola directamente desde esa distancia.

—Lo siento, me parecía que lo necesitabas — la piel de la maestra tierra se erizó ante sus palabras y apretó la quijada, entendiendo de inmediato que su rostro debía darle indicios de su reciente y desgarrador llanto o quizá era que estaba disimulando mal su enfado y su reciente acallada tristeza.

—Sí, bueno, quizá tengas solo un poco de razón — rió sin gracia y Zuko dedicó un ligero apretón a su hombro, conmovido con la situación, pues comenzaba a pensar que Toph había llegado a él buscando un amigo o refugio, no se veía nada bien. —Pero sólo un poquito de razón, pantalones calientes, así que deja de mirarme como si fuera una niña pequeña o tu pueblo tendrá que buscar otro Señor del Fuego luego de que te patee el trasero — Zuko rió fuerte ante sus palabras y prontamente Toph le acompañó, los soldados a su lado miraron con desconfianza a la jefa de policía cuando esta le dedicó un golpe a Zuko en el brazo, bastante fuerte a decir verdad, bajando la guardia cuando contemplaron muy sorprendidos a su Señor sin poder dejar de reír, manteniendo sobre su rostro una alegría que era poco común actualmente en él.

—Vamos Toph, ni siquiera sabes que te estaba mirando — trató de escudarse, sabiendo que la chica no estaba lejos con sus conjeturas.

—Pero sabes que puedo sentirte, además, te conozco bien — soltó, orgullosa. —Y con eso de que te juntas tanto con Aang, seguramente alguna de sus patrañas sentimentales se te habrá pegado — Zuko rió esta vez un tanto ahogado, sintiendo un poco de vergüenza ante la mención de su mejor amigo, porque bien sabía él que lo que decía la chica era cierto, Aang solía aconsejarlo respecto a muchas cosas, y con el tiempo, él había tenido la suficiente entereza de guiar al Avatar por un buen camino en más de una ocasión.

—Bueno, me atrapaste, dejaré de hacerlo, ¿está bien? — Zuko volvió a colocar su mano en el hombro de ella y esta asintió, sonriendo tan dispersa que parecía como si no hubiera pasado nada en el último par de horas.

—Bueno, ¿y vamos a entrar o me tendrás aquí afuera toda la noche? — el chico sonrió apenado e indicó con un movimiento a sus hombres dejarlos a solas, tomando con suavidad y caballerosidad la cintura de Toph unos momentos para indicarle el camino al palacio, soltándola tan solo un momento después para poder dirigir el camino apenas medio paso delante de ella.

—Es un gusto tenerte aquí, Toph, las cosas siempre están aburridas en el palacio, algo de ruido no le vendría mal — Toph lo golpeó suavemente ante la insinuación de que era muy escandalosa, pero lo tomó divertida, dejándolo pasar. — ¿Quieres que te lleve a la habitación de huéspedes? ¿Quieres cenar antes? ¿Quieres ducharte? ¿O prefieres que… hablemos? — se frenó en seco y se dio la vuelta tan repentino y abrupto que Toph chocó contra su pecho suavemente, tomando distancia una vez que se recompuso.

— ¿Charlar aquí, a mitad del pasillo? Sí que el trabajo te está volviendo loco, Profesor Calor — los labios del maestro fuego se fruncieron suavemente ante el apodo, pero no le tomó importancia, suspirando fuertemente, sin estar seguro como abordar las cosas, era claro que algo con su amiga estaba mal, y la incertidumbre y duda en sí debía insistir o no en que le dijera iba a volverlo loco.

— ¿Quieres… ir al jardín, a la habitación… por un té? — pensó que Toph volvería a decir alguna broma tonta con el afán de librarse, pero la miró bajar los hombros, quizá rindiéndose o demasiado cansada para alargar el juego de hacerse la difícil más tiempo.

—Vamos al jardín, el color rojo en las paredes me está volviendo loca — soltó, alterada, logrando que Zuko mirara a su alrededor con extrañeza.

— ¿Qué tiene de malo el color ro…? ¡Ah, Toph, no juegues así conmigo! —Toph rió divertida mientras comenzaba a avanzar a la salida, moviendo su mano frente a sus ojos remarcando su ceguera. Siempre le encantaba jugar con sus compañeros respecto a eso, no importaba cuantos años pasaran, cuando se quejaba de algo como los colores o la ropa que llevaban puesta, ellos caían como tontos cada vez.

Zuko la siguió de cerca hasta el jardín central, donde un pequeño lago con patos-tortuga y bellas flores acomodadas entre el perfecto césped se extendían por todo lo largo. La chica caminó con seguridad, no era la primera vez que estaba ahí además de que podía ver todo perfectamente a través de las vibraciones del suelo, llegando hasta estar frente a un frondoso y grande árbol justo al lado del estanque, sentándose pesadamente sobre el pasto sin pensárselo dos veces, logrando que el muchacho hiciera lo mismo, quedando apenas separados por escasos centímetros.

— ¿Y bien? — incitó él, pero Toph no dijo nada, solo soltó un pesado suspiro y recargó su cabeza en el hombro de Zuko, quien se dejó y miró el estanque tranquilo frente a los dos, pensando que al final era demasiado necia como para abrirse y que seguro ahora tendrían una tranquila, silenciosa y larga noche.

—Me sentí tan sola — dijo de pronto, rompiendo la creencia del Señor del Fuego sobre su silenciosa posición. —Me sentí tan sola… aun cuando ahí estaba él — se pegó más a su brazo, como si quisiera que el calor que emanaba Zuko pudiera calentarle un poco el pecho. —Así que… nada, yo… solo quería compañía — sentenció, como punto final, estaba decidida a no decir una palabra más, se haría la fuerte como cada vez y se daría fuerza de su necedad y su determinación, aun así, sentía que estar al lado de su amigo la reconfortaba de muchas maneras.

—Así que finalmente pasó, no puedo creerlo — Zuko rió sin gracia y miró a la chica a su lado, sorprendido pero al mismo tiempo, con el claro presentimiento de que las cosas no habían ido tan bien como esperaba,

— ¿Finalmente pasó? ¿De qué hablas? — Toph se despegó de su brazo, extrañada ante sus palabras, logrando otra risa seca por parte del maestro fuego.

—Se trata de Sokka, ¿no? — toda la espalda de Toph se erizó ante ese nombre y sus mejillas se sonrojaron al tope con solo oír su mención. Abrazó sus piernas por reflejó y quiso esconder el rostro, asustada, no entendía como o porque era que Zuko había llegado a esa conclusión. El Señor del Fuego, al notar su reacción, supo que había acertado en sus conjeturas y suspiró hondo, relajando sus brazos a los costados y enterrando sus dedos entre el pasto, juguetón. —Todos lo sabíamos, Toph — la jefa de policía se tensó en su lugar, sintiendo la vergüenza azotarla fuertemente, incluso cuando no estaba segura a qué se refería su interlocutor. —Desde que yo los conocí al menos, cuando los veíamos, sabíamos que había algo más ahí, siempre, cuando te acercabas a Sokka, cuando él te miraba a ti… pensé que cuando se dieran cuenta, cuando lo dijeran al fin podrían estar juntos… pero me equivoqué… ¿verdad? — Toph escondió su cabeza entre sus piernas, pensando en si debía o no esconderse entre algunas rocas, pero eso era volver a su tenebrosa soledad y se suponía que estaba ahí para huir de eso.

—Estabas equivocado, sí — dijo al cabo de unos segundos, sonando en eco por sus piernas que cubrían un tanto su voz.

— ¿Qué salió mal, Toph? ¿Te hizo algo malo acaso? — ella negó suavemente, sintiendo como todo lo acontecido volvía de golpe y se apelmazaba en su garganta, limitándola rápidamente. —Katara siempre creyó que sería Sokka el que daría el primer paso, ¿fue brusco contigo? — ella volvió a negar y Zuko se lo pensó un segundo más. —Toph, si no sabes qué hacer al respecto de lo que te haya dicho, debes pensar que seguramente las cosas mejorarán cuando formalicen, tal vez sea un tanto confuso para ti pero…

— ¡No fue nada de eso, Zuko, cállate! — tronó, alterada, quitando su rostro de entre sus piernas y girando su cabeza en su dirección, mostrando sus ojos llenos de lágrimas y sus labios tambaleantes a punto de tronar de nuevo en llanto. — ¡Él va a casarse con Suki! ¿Entiendes? No hubo nada de… primeros pasos… o algo de eso… él solo… yo…

Zuko la abrazó fuertemente y Toph comenzó a llorar, resintiendo la realidad y lo sucedido, quemándola nuevamente desde dentro, tan intenso como esa misma tarde, tan doloroso, tan real. El Señor del Fuego entendió entonces que había sido rechazada sin que siquiera él lo supiera o ellos pudieran intentarlo, llenándose de empatía y tristeza, era firme creyente de que tarde o temprano se darían cuenta y se amarían con libertad, lo merecían. Pero, no podía creer esto, ¿cómo era posible que Sokka fuera a casarse? Él no sabía nada de eso, pero estaba seguro que si Toph lo decía era porque era verdad.

—Toph… lo lamento tanto… — murmuró, totalmente avergonzado, juntándose más a ella para poder abrazarla de frente. Toph gimoteó en su pecho y se movió para quedar también frente a Zuko, enredando sus manos tras la espalda de él y acariciar con sus dedos la punta de su cabello, que ahora lucía largo y lacio cayendo hasta su cintura.

— Está bien, él es feliz con ella, la ama, ¿qué esperaba yo de todos modos con decirle? ¿Qué me aceptara, que me pidiera perdón? ¿Qué la dejara por mí? — sollozó intensamente y se apretó a él, restregando su cara en su ropa como si quisiera consumirse ahí mismo. Él la sentó en medio de sus piernas y la sostuvo con toda su fuerza moral que podía, pegando su rostro al de ella, acunándola, brindándole ese refugio humano que ella necesitaba.

—Entonces… ¿le dijiste lo que sentías…? — preguntó casi sin querer, sin saber si era o no correcto, no era precisamente bueno en los temas de amor por experiencia propia. Su cabeza de hebras negras se movió en negativa una vez más, fregándose en su pecho.

— ¿Para qué entrometerme en su felicidad? ¿Para qué opacarlo todo? Él estaba tan… tan entusiasmado… tan feliz… y yo… — sus palabras de nuevo se vinieron abajo por otro ataque de llanto, clavando sus dedos en la ropa de Zuko de forma agresiva y desgarradora, él solo apretó los ojos, dolorido con imaginar lo que debía estar sintiendo Toph, seguramente el más terrible de los suplicios.

—Oh, Toph… — no supo que decir, sentir a alguien tan fuerte como ella deshaciéndose entre sus brazos como una pequeña niña lo asustaba, lo conmovía y lo entristecía, sentía genuinas ganas de acompañar su llanto, jamás había sido muy bueno lidiando con las lágrimas de otros, mucho menos en esos casos, se sentía desesperado, no sabía qué hacer para que ella se sintiera mejor. —Lo siento, de verdad pensé que ustedes dos…

—Él jamás me dejó de ver como la niña pequeña, ¿sabes? — ella se separó un poco de Zuko, acomodándose sobre su regazo, pegando su oreja izquierda a su pecho, pensativa. —A ojos de Sokka yo soy esa chiquilla que ríe y golpea idiotas al azar. Nunca me vio como mujer, incluso él… incluso él pensaba que yo… que yo era como su amigo hombre, ¿entiendes? Bebiendo, golpeando, siendo tan… tan poco femenina… tan… irreverente… ciega… — se quebró y de sus ojos pálidos brotaron gruesas lágrimas. Zuko escuchó escandalizado los defectos que ella creía tener y enlistaba con tanta ira, no era posible que Toph dijera eso de ella misma. —Y Suki es… bueno, es tan lista y seguramente que es bonita, usando todos esos perfumes y tacones y vestidos… y yo… ¿yo qué soy sino el "amigo" mal hablado con quién puedes ir a patear traseros? ¿A quién le importa cómo me vea, si me maquillo o no, si sólo sirvo para golpear o para hacer malos chistes? ¡¿Qué importa todo, cómo podría fijarse en una estúpida e ilusa niña ciega?! — se odió por su autocompasión pero ahora mismo el asco y el auto desprecio la invadían, jamás se había sentido tan poco agraciada o afortunada, su autoestima y confianza estaban deshechas.

—Basta Toph — cortó él, autoritario, sacudiéndola un poco con una mano mientras la separaba de su persona suavemente. — ¿Escuchas lo que dices? Estás loca si crees que eres tú la que está mal. No tienes nada que desearle a Suki y eso te lo digo muy en serio — Toph amplió los ojos ante ese comentario, buscando poner su mirada sobre la de Zuko, quien parecía atravesarla con sus orbes. —Todas esas cosas que dices de ti, son las cosas que te hacen ser quien eres, y con todo eso eres perfecta, ¡maldición!, eres tan fuerte y tan audaz, malditamente lista y la gente a tu lado termina siempre impresionada ante tu forma satírica de ser. Eres un ícono, Toph, y eres malditamente hermosa. Si Sokka no ha notado que creciste y que eres toda una mujer, entonces aquí el que parece ciego es él — frunció, con decisión que rozaba la molestia, sintiendo a la chica estremecer entre sus brazos.

—No digas esas cosas si no las crees de verdad — murmuró, centrando sus ojos donde creía que estaban los de él, atinando perfectamente, incluso el chico sintió por un momento que de verdad lo miraba.

—Sabes perfectamente que estoy hablando en serio — Toph quiso agachar el rostro ante aquello, pues por las vibraciones de Zuko sabía muy bien que estaba diciendo la verdad.

—Pero yo... — ella hizo el amago de tocar sus ojos, como apenada por primera vez de su ceguera, como si fuera la razón de no ser correspondida, como si fuera un motivo por el cual alguien pudiera dejarla de lado, así como así.

Zuko no soportó siquiera la idea y detuvo sus manos antes de que ella pudiera llegar a su propio rostro, apretando más de lo que quería. Ver a alguien tan indomable como ella, pensando en algo tan tonto como eso, tan tocada al punto de sentirse inferior por su condición, como si quisiera cambiar todo solo para complacer a un hombre le hizo hervir la sangre. Quiso tener enfrente a Sokka y romperle la cara, lo deseó tanto por primera vez, como nunca antes a nadie.

Apretó los ojos un momento, como si no quisiera mirar la escena y así la idea se esfumara, ella estaba rota, entonces lo entendió completamente. Su amor por él iba más allá de lo que él habría podido imaginar.

Pero él era feliz con otra.

Las manos de Toph aún permanecían entre las suyas y les dedicó caricias, envolviéndolas casi paternal. Después, tentado, llevo las suaves y pálidas palmas de la chica hasta su rostro y depositó suaves besos en ellas, en sus dedos, en el dorso y en sus muñecas, como si buscara repararla, sentía la necesidad de hacerlo con vehemencia aunque no sabía cómo, ni estaba seguro del porqué.

Toph se estremeció ante el contacto y en lugar de apartar sus manos, las movió a él, tocando con la punta de sus dedos la barbilla del Señor del Fuego, quién suspiró al sentir sus fríos dedos sobre él. Cerró los ojos cuando las manos se fueron contra su rostro y acariciaron tímidas la punta de la nariz y luego los labios del chico con remarcada insistencia, haciéndolo temblar bajo su tacto, ansioso. Ella, a su vez, sintiendo con las yemas la suavidad de aquellos labios que antes besaban insistentes sus manos, suspiró hondo, deseando sin darse cuenta que los besos no se detuvieran. Que sus labios la besaran de nuevo, más y más.

Toph movió las manos por su rostro a sus mejillas, pero cuando sus delgados dedos estuvieron por tocar su cicatriz, él lanzó suavemente su cabeza hacia atrás, evitando el contacto. Toph notó aquel acto y frunció, había oído de la cicatriz del Señor del Fuego pero a esas alturas, luego de tanto tiempo, pensó que ya no le importaría.

Pero lo hacía.

Cómo ella con su condición.

La empatía creció de pronto en ella y se sumó al calor que ya inundaba su pecho, bombeando sangre con golpeteos fuertes hasta su cabeza, nublándola, estremeciéndola, llenándola de un algo desconocido que lograba asustarla, pero que ya no podía controlar.

—Zuko, déjame verte... — murmuró, pegándose a él, montando sobre las piernas de Zuko las suyas propias, rodeando la cadera masculina.

El maestro fuego se inquietó ante ello, sintiendo como las manos de Toph se colocaban en sus mejillas con ligereza y su respiración chocaba contra la suya con remarcada efusividad.

Cerró los ojos, considerando, entendiendo que el corazón de su amiga estaba herido y la soledad la había abrumado demasiado, estaba cansada y triste, lastimada, y su mente y su corazón buscaban refugio al frío desolador que la envolvía. Ella lo estaba necesitando y él entendía el sentido de su necesidad. —Por favor... — pidió ella, en un ruego, y Zuko supo que la petición no iba dirigida realmente a que él le permitiera tocar su rostro.

Le estaba mendigando un poco de calor.

Un poco de falso amor.

Un poco de deseo.

Ella se sentía tan patética y tan rechazaba que quería sentirse deseada, bonita, querida, amada, acariciada.

Aún si las caricias eran falsas.

Aún si ella sabía que sería así.

En otro momento, de haber visto a Toph decir aquello, se habría reído, incrédulo, o la habría reprendido con ese aire adulto que a veces demostraba. Pero su mente no reaccionó como quería, solo la miró desde esa distancia y su corazón se agitó. La deseaba también. Y deseaba poder borrar la huella de esas lágrimas en sus mejillas, y lo haría con sus propias manos, si era necesario.

—Hazlo — más que un permiso pareció una orden, aferrando sus manos a la cintura de la chica y uniendo más sus cuerpos, apretándola a él dentro de esa pose sugerente.

Ella gimoteo suavemente por la brusquedad, pero aquello solo pareció motivarla. Movió sus manos por el rostro de Zuko mientras la respiración se le cortaba y sentía que los ojos del chico la quemaban viva, siendo consciente de que cada segundo sus rostros perdían distancia. Aun así, ella siguió con sus dedos todas las líneas existentes en el otro rostro, interrumpida solo cuando el ímpetu ganó y él ya no pudo detenerse más tiempo.

Era un hombre, después de todo.

Sus labios se unieron más suavemente de lo que hubiera creído y se vio estática, sin saber qué hacer. Zuko, por su parte, disfrutó el suave momento de tenerla justo como estaba, decidiéndose luego de unos segundos a dirigir el beso, lentamente, aunque apasionado, moviendo una de sus manos a la cabeza de Toph, para profundizar el contacto entre sus bocas.

Toph movió sus manos al cuello de Zuko y trató de seguirlo, con la emoción a flor de piel. En cada roce de sus labios, en cada momento que Zuko invadía su boca con su lengua, se sentía vibrar, sentía una chispa de calor en su interior. Su cuerpo, hipotéticamente frío, se calentaba con los labios de Zuko y las caricias suaves que dedicaba a su espalda. El hoyo en su interior se sentía más pequeño cada que él respiraba sobre ella para volver a su labor de besarla.

Se sentía bien.

El calor era reconfortante en esa nublosa y fría tormenta.

Zuko notó que el cuerpo de ella reaccionaba a su tacto y pronto él ya había perdido el centro de su racionalidad, totalmente fascinado y embelesado por la situación. No había mentido cuando dijo que era hermosa y que era toda una mujer, así que besarla y tener sus trabajadas piernas alrededor de él era un deleite, su sexo respondía sin duda a una situación así.

Sí bien tener el sexo sin sentido tratando de rellenar el vacío era una estupidez, ni uno de los estaba pensando correctamente, ni valorando nada, solo eran la representación física de un puñado de emociones alocadas y descabelladas, guiados por instintos y por deseos, por el placer y el calor de la carne.

Zuko se movió, insatisfecho ya con todo, buscando poder ir más allá y pensando en sí debía ser hora de llevarla a su habitación, pero cuando la soltó y se acomodó sobre el suelo buscando una posición más cómoda para luego poder partir, escuchó una risa seca, desprovista de gracia como las anteriores. Miró a Toph sin entender y la encontró con sus ojos perdidos mirando al suelo y sus labios fruncidos en algo que denotaba la decepción.

—Siempre creí que mi primer beso sería con él — la sangre de Zuko se enfrió de un segundo a otro y su cuerpo se congeló dónde estaba.

— ¿Esto... este fue tu primer beso? — palideció ante el asentamiento suave de su cabeza y la razón lo bofeteó, sintiendo los pies sobre la tierra una vez más.

—Pero mejor contigo que con otro, ¿no? — ella intento reír ante sus propias palabras, pero la repentina tensión no ayudó en nada.

Zuko frunció al imaginar que Toph buscaría a otro ante su despecho y la sensación de querer poseerla con arrebato inundó su cabeza un momento más. Pero, ¿Qué sería él sino el ser más bajo al tratar de aprovecharse de su condición?

—Sí, así está mejor — murmuró en respuesta y se recostó sobre el pasto, tomando las manos de ella para dirigirla sobre él.

Toph se recostó en su pecho y Zuko volvió a tomar sus manos para besarlas, besando también su frente y sus mejillas. Toph rió suavemente, como una niña pequeña cuando el besó su nariz y apretó sus mejillas, ahora rosadas, con ternura. Ella le dedicó un casto beso en los labios y luego dejó ir todo su peso en él, recargando su mejilla sobre la clavícula masculina.

Él no tenía modo de saber, por supuesto, que se arrepentiría de no haberla hecho suya esa noche, que lamentaría no haber descubierto su cuerpo antes que nadie y de acariciar su intimidad con su propia piel.

Esa noche, más calmado y sintiendo la tranquilidad de estar haciendo lo correcto, cuidó a su amiga cómo ella merecía ser cuidada, tratándola con besos y caricias melosas que ella secretamente atesoró, besando sus labios con miedo a que fueran a romperse y arrullándola con el mismo amor de un padre hasta que cayó dormida entre sus brazos.

Zuko, contando las estrellas brillantes en el cielo, acariciando el cabello largo y lacio de su acompañante mientras ella dormía sobre su ancho y masculino pecho, la escuchó sollozar. En sus sueños, que quizá eran más recuerdos, ella lloraba, y sus lágrimas bañaban la ropa del Señor del Fuego, que le dedicaba palmadas suaves y calurosas para menguar su dolor.

Quizá estaba ahí con él, con sus manos envueltas en su ropa. Pero su mente y su corazón estaban y le pertenecían a Sokka.

Por siempre, quizá.

Zuko, en silencio y por primera vez de lo que serían muchas noches, se permitió odiarlo, como nunca siquiera imaginó con nadie más.

[...]

Fue el primero en despertar aquella mañana, verla dormida sobre su cuerpo le recordó lo sucedido -y lo no sucedido- espabilando rápido ante aquello. La despertó con delicadeza y Toph volvió a ser la misma de antes, ni más, ni menos.

Un par de sirvientas habían mirado lo ocurrido y Zuko las encontró espiando a lo lejos en aquel amanecer. Él no necesitó decirles nada y ellas por cuenta propia guardaron silencio al respecto. Era bien conocido que el Señor del Fuego se metiera con cualquier chica bonita que lo encandilara lo suficiente en placeres de una noche, y aunque no esperaban que esta vez fuese la mismísima jefa de policía de Ciudad República la que terminara entre sus brazos, su lealtad a su Señor les impidió decir media palabra.

Toph regresó aquel día a Ciudad República, fresca y amena, como si lo acontecido respecto a Sokka y el Señor del Fuego hubiera sido solo su imaginación.

Al siguiente fin de semana una carta en un halcón llegó anunciando el matrimonio del joven jefe concejal de forma no oficial, Zuko era uno de los invitados de honor, al lado del susodicho marido que le avisaba las buenas nuevas con sus propias palabras.

Ese mismo día la nave de la jefatura de policía tocó su hogar y la risueña maestra tierra le honró con su presencia una vez más, ni uno de los dos habló de la boda ni tampoco volvieron a necesitar un contacto tan íntimo como la última vez.

Solo charlas y juegos absurdos, risas y bromas que no pararon hasta el domingo por la noche que ella se fue. Para sorpresa de Zuko, aquello comenzó a repetirse cada semana, esperando impaciente después cada sábado al amanecer.

La nave llegaba y los guardias ya la esperaban haciendo escolta. Zuko la guiaba hacia algún lado, entre la ciudad, las catacumbas y templos, su palacio o el mismísimo volcán, y ella iba detrás de él cargada de esa versatilidad y sabor agridulce que lo tenía siempre entre la felicidad absoluta y una desbocada molestia. Ella era bromista y escandalosa y él era serio y fácil de irritar.

Se complementaban y lo disfrutaban tanto como el tiempo mismo se los podía permitir.

Zuko entendió que, si bien al principio había bromeado al decirle que su excesiva personalidad ruidosa le daría vida a su palacio, su premisa fue real y cuando la chica comenzó a ausentarse el Señor del Fuego notó fuertemente su ausencia. Entendió que la extrañaba con demencia, y que su risa burlona no sólo había pintado su alrededor, había parecido despertar algo más en su corazón.

Ya no era la chica que había besado porque sí una noche. Ya no era más la chica de una noche, como las demás.

Luego de lo que pareció una eternidad sin que la jefa Beifong tocara sus tierras, divisó la nave llegar temprano un día, recibiéndola con más entusiasmo del que imaginó. Algo había cambiado en él, lo supo, y al despedirse de ella aquel domingo, con el sol rojizo del atardecer bañándolos, supo que algo también había cambiado en ella.

Algo, sin embargo, totalmente contrario al de él.

—... se llama Kanto, así que he estado pensándolo y voy a aceptar su propuesta — Zuko ahogó un gruñido y asintió, sin mediar en sí ella podía o no apreciar aquel movimiento.

—Me parece bien, Toph, si él te hace feliz, entonces hazlo — respondió en contra de su lógica, en contra de la desgarradora súplica que en su mente le repetía incesante un "no la dejes ir".

—Bueno, sí... Supongo que lo hace — ella rió y dejó entrever un sonrojo, que aunque bello en sus mejillas, él odió.

—Me alegro mucho por ti, Toph — su voz sonó en ese tono frío y formal con el que se refería a todo mundo, bañado en falsedad, pero ella pareció no notar ese hecho.

—Gracias por todo, Profesor Calor — rió divertida y él apenas soltó algo parecido a una sonrisa. Con esas palabras quedaba claro que eso no era otra cosa más que una despedida.

Ya no lo necesitaba, y él no podía lidiar con ello, porque ahora era él quien parecía necesitar de ella.

Revolvió su rostro en un mohín furioso al entender que la razón por la que ya no podría frecuentarlo era porque ahora ese tal Kanto había atrapado el corazón de la bandida ciega. Ilusa, pensó, una copia barata de Sokka no te hará sentir mejor. Que peor descripción para el hombre había usado Toph que un "bromista y distraído, torpe y efusivo, amante de las peleas clandestinas y estúpido apostador" el tipo no podía entrar más en la descripción de Sokka porque no se podía. Y ella, tonta, secretamente enamorada del guerrero de la tribu agua aún, había caído en un patético y mal sustituto.

Quiso decirle que no se fuera, soltar un "se parece a él, por eso quieres corresponder", pero no estaba dentro de su caballerosidad soltar palabras ácidas e hirientes.

Ya se daría cuenta ella que se equivocaba, así que, depositando su fe en esa idea, cortó la distancia para darle un breve abrazo que ella correspondió.

—Avísame sí algo pasa, ¿está bien? — pidió él con congoja mal disfrazada y ella le dedicó un golpecito en el brazo, sonriendo en su dirección.

—Sé cuidarme sola, Chispitas. Pero si tú necesitas ayuda en tu aburrido y tonto reino entonces no dudes en llamarme, será divertido patear traseros humeantes — Zuko sonrió y siseó una suave afirmación, llevando su mano a la mejilla de ella y dedicando una suave caricia, demasiado paternal para el efecto que él buscaba.

La chica volvió a darle un suave golpe en el hombro y se dio la vuelta, yendo sin pensarlo hacia su nave.

Zuko quiso detenerla, gritarle que no la dejaría irse, mucho menos con ese estúpido don nadie, no lo iba a permitir. Sus manos quisieron lanzar llamas a la nave y quemarla antes de que ella pusiera un pie encima, levantarla sobre su hombro y llevarla a su habitación para hacerla suya cuántas veces quisiera. Quiso detenerla, alcanzarla, besarla.

Pero solo pudo permanecer estático en su sitio y mirarla partir.

Solo pudo quedarse ahí sabiendo que quizá no volvería a verla en mucho tiempo.

Él no lo entendería hasta mucho después, pero sería ahí a donde habría deseado con locura volver en el tiempo. A ese momento y detenerla. Noches enteras, años después, pensaría en aquella tarde y se odiaría por no haber dicho una palabra para retenerla.

Al mirarla partir en la lejanía, entendió que la quería.

Y la había dejado ir.


NA. Se supone que la idea me nació como un one shot, pero cuando me di cuenta no iba ni una cuarta parte de la historia y ya llevaba todo esto. Así que xd

Fue esto como para acomodar y aclarar la perspectiva de cada uno, porque creo yo que esto es más un Tokka que un Toko, pero debía dar una perspectiva clara a como Zuko termina en todo esto.

Bueno y eso, xd gracias de ante mano si alguien leyó. Saludos!