LA TRISTEZA DE TENYA


Todo está mal.

Mal.

Mal.

Tenya ve el platito de comida que le dejan y se esfuerza por evitar de forma absoluta el contacto visual con aquel.

Ojos cuasi suplicantes le observan. Una mano grande empuja el plato, introduciéndose entre las barras de la celda, para acercárselo más.

Tenya mira hacia la pared opuesta. Lo ignora, muy a propósito.

—Vamos —musita el gigantesco beta en un tono suplicante y preocupado—, come.

Pero Tenya no quiere saber nada sobre esa comida asquerosa ni sobre ese beta insulso ni sobre nada. Él sabe por qué está ahí, sabe lo que piensan hacerle, y no piensa formar parte de ello.

Prefiere morir.

Él no va a convertirse en el juguete de esos betas. Los oyó decirlo. Que cuando llegara su ciclo…

El solo pensamiento es demasiado tenebroso e insoportable. Pensar en betas que él no ha elegido tomándolo, forzándolo a tener cachorros con ellos…

No, no y NO.

Se encoge sobre sí mismo al tiempo que ignora las peticiones de aquel beta. Le enoja que se comporte de esa forma, como si de verdad se preocupara por él. Si es así como intenta ganárselo al tiempo que lo mantiene encerrado como a un prisionero, entonces está equivocado, pensando que llegará a algún lado.

Tenya sólo quiere terminar con todo aquello cuanto antes.

No traerá el escarnio y el deshonor a la manada que lo crio.

No se traicionará a sí mismo.

Antes muerto que abusado por sujetos sin escrúpulos.

—Come, omega, ¿no quieres tener cachorros saludables? —insiste el beta. Tenya voltea a verlo completamente furioso.

Detrás de su ira, empero, hay una tristeza infinita y el beta la siente. Tenya observa como la expresión del muchacho se deshace, siente ese afán instintivo de protección que hace al beta seguir intentando hacerle sentir mejor a pesar de que Tenya jamás le responde y lo ignora de forma sistemática desde que él fuera asignado a cuidar de las celdas.

Tenya fue capturado muy pronto en primavera, tenía apenas unos días de haber sido liberado.

Él no lo había buscado. Es un omega grande, así que produce un perfume más intenso que sus congéneres de menor volumen. Llamó la atención de varios betas de inmediato, pero, después de rechazar a un par, se encontró con un grupo que ni siquiera preguntó.

Lo sometieron de inmediato. Su ventaja numérica y el hecho de que Tenya había sido atrapado con la guardia baja le habían impedido defenderse.

Fue transportado en una jaula sobre un carromato en una dirección desconocida, junto con un par de omegas más. Habían tapado la jaula con una piel de oso negro, así que no tenían idea de hacia dónde los habían llevado. La cubierta de la jaula había sido retirada sólo después de que los introdujeran a aquellas mazmorras. Así que no sabían nada, no podían determinar en dónde se hallaban.

Uno de los guardias anteriores solía agredir verbalmente a Tenya todo el tiempo. En más de una ocasión le explicó con lujo de detalle todo lo que pretendía hacerle cuando llegara su ciclo. Incluso se complació en una ocasión frente a su jaula, dejando una mancha en el suelo que, asqueado, Tenya procedió después a limpiar con el agua que le habían dado para beber, a pesar de lo cual seguía evitando acercarse siquiera a esa área, como si fuera venenosa.

Al principio, Tenya había sentido mucha confusión. Después de los primeros días de encierro, la confusión se había transformado en terror. Después en tristeza. Y ahora siente enojo. Enojo y una profunda determinación a no seguir adelante. Si todo lo que le espera es ser usado por esos betas repugnantes, entonces desaparecer es mejor.

Y por ello, el hecho de que ese chico intente de todas las formas posibles hablar con él, convencerle de comer, quizá agradarle o lo que sea, no va a servir para nada.

Tenya está decidido a morirse, ya que ha concluido que no tiene forma de escapar, rodeado de piedra y de barrotes de metal.

Observa el lugar en el que hubiera estado la mancha de los fluidos del beta desagradable, y siente la certeza de que es mejor renunciar.

—Tú tendrías cachorros muy bonitos —dice el beta, sonriendo un poco. Tenya hace una mueca de asco y voltea el rostro en dirección opuesta, hacia los rincones carcomidos por sombras.

—Jamás tendré cachorros con ustedes —declara de forma decidida. El beta suspira.

—¿Qué tiene de malo? Lo importante es tener bebés, ¿no es así? Si los padres o madres no te gustan… sólo tendrás que tratarlos por un rato, pero a tus bebés los tendrás contigo por mucho tiempo.

Tenya vuelve a mirarlo, ceja levantada.

¿Qué?

—Por favor deja de hablarme —pide Tenya y otra vez se voltea. El beta suspira nuevamente.

—Está bien…

Siempre es así. El muchacho intenta que Tenya ceda, pero Tenya no lo hace ni lo hará. No importa en cuántas feromonas amistosas, tranquilizadoras y protectoras el beta intente sumergirlo, Tenya seguirá resistiéndose.

Pasan los días, las mañanas, las tardes y las noches. Las rutinas se repiten. Sin embargo, desde que Tenya decidiera dejar de comer, día con día su estado se deteriora.

Llega un momento en que Tenya está tan débil, que simplemente yace en el suelo, observando a la nada, los ojos llorosos y los labios resecos. El estómago le arde. Se siente cansado y, cuando intenta dormir, sus sueños son siempre tumultuosos e intranquilos. No tiene nada de paz.

Pero calcula que, cuando muera, paz es todo lo que tendrá.

Un día, el beta llega. Tenya tiene la mejilla raspada sobre el suelo negro y mugroso, le duele la cabeza y está en un estado intermedio entre el sueño y la vigilia. Pero algo le hace reaccionar. Se percata súbitamente de ello.

Un sentimiento avasallador.

Mueve un poco la cabeza sobre el suelo, sin poder evitarlo, sintiendo la frialdad y humedad de éste, la forma en que la tierra pegajosa se adhiere a su piel. Observa al tipo que está de pie al otro lado de los barrotes, enorme, como siempre, con sus gigantescas botas y su capa negra, con su extraño gorro, sus ojos pequeños y su corto cabello negro.

—¿Sabes algo, omega? —dice el beta, la voz líquida como el viento de una tormenta, se acomoda el sombrero—. No puedo dejarte morir.

Hay un breve silencio. Después, un paso. Una llave gira y un seguro se quita. La reja se abre. Tenya no se mueve. Está empapado de sudor y de frío y de enfermedades. Está todo deshecho y listo para rendirse.

—¿Qué tengo que hacer? —el beta se acerca y se recuesta sobre el suelo, frente a él, le mira a los nublados ojos azules. Tenya baja la vista, evitando su mirada.

Una mano tímida se eleva. Unos grandes dedos se posan sobre su mejilla demacrada y descienden hasta su cuello. El beta traga saliva.

—Se siente… tan bien… tocarte. Llevo mucho tiempo queriendo hacerlo.

Tenya tiembla. El otro se acerca un poco más a él. Su aroma es amigable, aunque gobernado por tintes amenazantes. No se puede no ser amenazante cuando se tiene su tamaño.

Huele a tornados destructivos, pero también a las brisas matutinas. Un poco de lo primero y un poco de lo segundo, una criatura matizada y espléndida. Tiene una sonrisa estúpida, Tenya ha pensado eso desde que le vio por primera vez. Como si no se diera cuenta de que todo lo que está ocurriendo es una mierda.

—Me llamo Inasa Yoarashi, ¿y tú?

Pero Tenya no responde. Le gana la debilidad y la fatiga y termina por cerrar los ojos, viendo como, poco a poco, la imagen de Inasa se difumina.

Cuando Tenya vuelve a despertar, siente como si de pronto sus pulmones tomaran demasiado aire y empieza a toser.

Se siente totalmente desorientado.

¿En dónde está? ¿Qué ocurre? ¿Acaso ha muerto?

Huele a…

Hay un espléndido cielo oscuro encima de él. Y debajo, una tela llena de un olor familiar le sirve como manta improvisada.

Huele a tornados.

Mueve los ojos, buscando. Una fogata se quema libremente y les rodean árboles y tierra y plantas verdes. Tenya traga saliva e intenta moverse, pero descubre que aquello exige de más energía que la que tiene.

—¿In…? —no alcanza a decir nada más. Prontamente tiene a Inasa prácticamente encima de él, contemplándolo.

—¿Cómo te sientes? —inquiere el beta—. ¿Te gusta más estar aquí afuera?

Tenya mueve los ojos, que le arden y lloran involuntariamente.

—¿Dón… de?

—Eu… pues, fuera de las mazmorras —calla. Se inclina. Le cubre con su cuerpo, calentándolo. Luego se tira tontamente a un lado y le abraza delicadamente. En algún momento, le unta una muñeca contra el cuello—. ¿Tienes hambre? Te hice papilla con manzanilla, salvia, tomillo y cardamomo. El tomillo es bueno para las pesadillas y el cardamomo ayuda a aliviar la melancolía, ¿lo sabías?

Tenya no responde.

—Pero primero es importante que bebas agua, estás deshidratado.

A sus espaldas, Inasa se pega a él, untándole la cara al cuello y olfateando con fuerza. Después se levanta y procede a darle agua.

Tenya bebe.

Pasan varios días así, sumergidos en un ritual extraño al que Tenya decide apegarse casi por inercia. Las fuerzas no le alcanzan para hacer mucho más que eso.

Por decisión de Inasa, nunca se quedan en el mismo sitio. El beta carga a Tenya sobre su espalda todos los días y camina bajo el sol y sobre el terreno desigual. En las noches, localiza sitios ideales para descansar y entonces reposan. Todos los días Inasa se asegura de que Tenya coma cosas nutritivas. Consigue miel, limón y menta, así como frutas, verduras, plantas, huevos e insectos. Las especias de la papilla que le dio los primeros días, le cuenta, se las había robado de las cocinas del lugar en el que estaban.

Tenya está confundido.

¿Qué se supone que está pasando por la cabeza de Inasa?

Sin embargo, opta por no cuestionar. Aún su mente está demasiado aletargada. Come y deja que Inasa lo cargue. Se bañan cuando pueden. Tarda un par de semanas en fortalecerse lo suficiente como para andar solo. Aún así, Inasa quiere seguirlo cargando, pero él se niega.

Todas las mañanas, Inasa le unta las muñecas en el cuello. Tenya lo permite sólo porque no tiene ganas o energías para discutir.

Una noche, Inasa está terminando de mordisquear los restos de una ardilla, cuando Tenya siente el aroma inconfundible de un grupo de individuos en la proximidad.

Se pone de pie de golpe e Inasa le mira confundido.

—¿Qué ocurre?

—Betas. Hay betas ahí —Tenya señala en la dirección del aroma e Inasa se pone también de pie.

—¿Estás seguro? —intenta detectar los olores, pero su olfato de beta no alcanza a sentir nada.

Tenya asiente.

—Tenemos que irnos.

Inasa chasquea la lengua y de inmediato se pone a la tarea de recoger sus pocas pertenencias. Las introduce a su bolsa de viaje, se la echa a la espalda y, tomando a Tenya de la mano, lo jala para irse.

El aroma del grupo de betas permanece en la periferia de la nariz de Tenya por varios días después de aquello, a veces alejándose, luego volviéndose a acercar, jamás desapareciendo por completo.

Tenya teme. Sospecha que van a encontrarlos, hagan lo que hagan y huyan cuanto huyan.

Una tarde, mientras avanzan, el omega traga saliva y mira a Inasa, que camina a su lado. El beta es enorme, y eso que él es bastante alto, pero Inasa sigue siendo mucho más corpulento que él, sobre todo ahora que está algo débil y desnutrido. Su tamaño hace pensar que debería ser muy poderoso, pero Tenya desconoce sus habilidades. ¿Podría Inasa hacer frente a un grupo de betas él solo y salir victorioso?

Sus perseguidores son alrededor de diez.

Diez.

No hay forma.

No la hay.

Así que, mientras se mueven en una zona plagada de árboles ancianos con raíces gigantes y enredaderas que cuelgan por todas partes como las decoraciones decadentes de un festival que hace mucho que se ha terminado, Tenya sopesa sus distintas opciones.

Ser liberado y traído de vuelta a un estado de relativa salud no ha sido demasiado positivo para su psique.

Le ha devuelto la esperanza. Pero, en su situación actual, se da cuenta de lo ingenuo que fue al recuperarla tan pronto. ¿De verdad esperaba que fuese a ser tan fácil huir?

Hay muchas cosas que quiere preguntarle a Inasa. Por qué me ayudas. Y por qué me tenías ahí encerrado. Qué es lo que están haciendo esos betas.

Por qué alguien como tú estaba ahí.

Pero preguntar implica interés, y si Tenya admite que tiene cualquier clase de interés en Inasa, entonces su situación será todavía más preocupante.

Porque una cosa es decidir morirse y decidir que está bien. Todos son libres de elegir qué hacer con sus propias vidas.

Pero otra cosa es cuando una vida adicional está en riesgo.

La vida de Inasa está en riesgo. Y, el motivo principal, es que le ha salvado.

Tenya se detiene en silencio mientras avanzan, y a Inasa le toma apenas un par de segundos percatarse de ello y parar también, volteando a ver al omega por encima de su hombro. Les acompañan sonidos varios de vida y de prosperidad, cánticos y chillidos y ululares, la luz es clara y el cielo por encima de ellos está despejado.

Tenya observa al beta. Esa expresión simplona en su rostro, esa mirada inquisitiva, esa extraña e infundada seguridad, como si no estuviesen expuestos a ninguna clase de peligro.

El omega suspira.

—¿Qué ocurre? —pregunta el beta, evidentemente preocupado. Se regresa un paso para estar más cerca y su aroma a tornados inunda a Tenya rápidamente, tan ácido y tan fiero, tan dominante y protector.

—Necesitamos un plan —indica el omega, y eleva una mano para empujar sus gafas sobre el puente de su nariz. Son las gafas un aditamento muy especial que fue creado por las manadas inventoras del sur. La claridad proveída por sus cristales gruesos le permite a Tenya enfocar los ojos azules nítidamente en el otro—. Por si esos betas nos encuentran —agrega.

Pero Inasa sonríe. Como en plan de que "no pasa nada". Levanta un brazo y se da una palmada sobre su sobrecrecido bíceps, con toda la expresión de quien cree demasiado en sí mismo. Tenya eleva una ceja.

—Si eso pasa, mi querido omega, no tienes nada de qué preocuparte, ¡yo te protegeré!

Tenya se le queda mirando.

Su idiotez peca un poco de ser relativamente adorable, pero ahora no tienen tiempo para esas cosas. Tenya niega con la cabeza con algo de ímpetu, como para demostrar que no es momento para estarse con juegos y que necesita que el otro se tome las cosas en serio.

Nota como la expresión de Inasa cambia. Como se suaviza. Y lo entiende. Inasa está tratándole como si fuese un pequeño omega asustadizo que necesita que alguien le asegure que todo va a estar bien. Sospecha que eso debería molestarle, pero en vez de eso tan sólo se siente extraño.

—Es un grupo grande el que nos está siguiendo. Si nos atrapan, no debes luchar contra ellos. No lograrás nada —expone y se percata de la fugaz mueca adolorida que se proyecta en el rostro del beta. Como si acabara de darle un golpe fatal a su orgullo. Lo ignora y prosigue—. La mejor opción que tenemos para asegurar nuestra supervivencia es que finjas que yo he intentado escapar y que tú estabas persiguiéndome. Pretenderás haberme capturado y me llevarás de vuelta a las mazmorras. Así ellos no… —pero se interrumpe porque, aunque no ha terminado de hablar, Inasa ya está negando furiosamente con la cabeza. Tenya parpadea—. ¿No qué?

—No voy a permitir que te lleven de vuelta a ese lugar. La última vez que estuviste ahí intentaste morirte de inanición. No. Eso no pasará. Yo me enfrentaré a ellos y los derrotaré.

—Son por lo menos diez personas.

—…

Ve que Inasa duda momentáneamente y traga saliva. Probablemente no se esperaba que el grupo fuese tan grande y ahora se da cuenta de que intentar enfrentarlos tal vez no será tan fácil. Quizá no sea la mejor opción. Quizá deba escuchar a Tenya…

Pero entonces frunce el ceño con fuerza y gruñe.

—Nadie va a ponerte un dedo encima. Cuando se aparezcan, tú huirás y yo los detendré por el suficiente tiempo para que puedas escapar. Acabaré con todos los que pueda, eso debería facilitar las cosas para ti.

Cada palabra destila completa determinación y abrumadora honestidad. Tenya se queda callado. No sabe cómo responder a eso. Hay muchos agujeros en semejante plan. Es demente. Una locura. Pero, por encima de todo, es enteramente ilógico.

¿Por qué Inasa quiere hacer un sacrificio como ese por él?

Tenya nunca hizo nada para ganarse sus favores. Nunca le trató de una forma especial. Es más, incluso en todo este tiempo que han estado juntos, apenas le ha dirigido la palabra.

Ni siquiera le ha dicho su nombre.

Pero, cubierto por el sol de la tarde que se infiltra entre las copas espesas de los árboles y los llena de luces doradas, rodeado por los aromas a tierra, a madera viva y a hojas gruesas que emanan del bosque, Inasa Yoarashi parece opinar que está muy bien y que es muy correcto dar la vida por un omega cuyo nombre ni siquiera ha llegado a pronunciar.

Tenya vuelve a suspirar.

Esperanza.

Un error que no debió haber cometido. Casi cree poder ver a la libertad alejándose rápidamente de ellos, como una liebre blanca y sobrecrecida que salta alegremente entre las raíces torcidas de los árboles hasta ocultarse en las profundidades de ese bosque laberíntico.

Advierte en ese instante con una claridad pasmosa que, llegado el momento, él no podría dejar a Inasa atrás.

Que quizá preferiría morirse luchando junto a él, que irse y cargar por el resto de su dudosa vida con el peso de su muerte.

(Dudosa porque el plan de Inasa no garantiza que él logre realmente ser libre).

Así que decide simplemente asentir, como aceptando lo propuesto por el otro, y retoma el camino. Casi se pone a mirar hacia los alrededores para ver si vuelve a hallar a la liebre.

Evidentemente, no lo hará.

Pasan un par de días más. Ellos siguen en movimiento, pero el grupo de betas se les aproxima como una catastrófica premonición. Un día, por fin se encuentran lo suficientemente cerca como para que hasta Inasa pueda sentirlos. Tenya ve con claridad ese momento en el que el beta se detiene, mira hacia un punto indefinido y olfatea, quizá contando en su cabeza.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco… doce.

El cálculo inicial de Tenya estaba errado. Ahora que pueden sentirlos de forma más precisa, determinan que son doce.

Doce contra dos.

Semejantes probabilidades.

Tenya casi sonríe, casi como si tan sólo estuviese impaciente porque todo se terminara. Como si ya quisiera que los betas les alcanzaran y luchar hasta que se le rompan los dientes y los huesos. ¿No es preferible eso a seguir huyendo mientras busca desesperadamente con la mirada a la desvanecida liebre?

La noche siguiente, están sentados junto a una fogata, ya sin molestarse en ocultar sus presencias porque saben que no tiene sentido, y tuestan algunos salmones que Inasa atrapó más temprano en un río junto al cual pasaron. No suelen hablar mucho, y esa noche están todavía más callados que nunca, pero entonces es Tenya el que busca iniciar una conversación.

Mira que pasar la posible última noche de su vida en un silencio ensordecedor parece demasiado deprimente.

—¿Cómo terminaste en esa prisión? —inquiere de la nada, sin mirarle siquiera, como si fuese un tema muy casual de conversación. Toca con un palito a uno de los pescados, para ver si ya está suficientemente crujiente. Inasa le ve, triturando en ese momento un tercio de pescado que se ha metido a la boca. Baja la mirada. Y baja al pescado.

—¿Sabes lo duro que es el invierno, omega?

El más bajo le mira. Las llamas bailan alegremente dentro de las pupilas negras de Inasa. Se ha quitado el sombrero así que su cabeza está semidesnuda, apenas cubierta por una capa muy corta de cabello azabache.

Tenya parpadea.

—¿El invierno?

Por supuesto, Tenya pasó todos sus inviernos en su hogar. En un territorio protegido, en casas cónicas calientes, cuidado por sus padres, por su hermano alfa, por los otros betas y el otro omega. Nunca le hizo falta nada, ni comida, ni cuidado, ni calor.

Tenya sabe que el invierno es duro. Cae la nieve, los recursos son escasos y hace un frío terrible. El agua se congela. Las presas desaparecen, no hay flores y apenas hay insectos. El suelo está desnudo, desprovisto de hierbas y arbustos y todo eso que las manadas usan para alimentarse. Es crudo.

Asiente, un poco. Nunca pensó mucho en ello. Las cosas son simples. Los betas son liberados en invierno, porque se supone que ellos sean resistentes e ingeniosos y por lo tanto deberían ser capaces de sobrevivir a las crudezas de esa estación.

Si lo logran, entonces es que son dignos de ser elegidos dentro de una manada.

Los omegas son liberados en primavera, en la época más bella y fácil. Los betas fortalecidos ya están ahí, con sus refugios levantados y esperando a encontrarlos y cuidar de ellos.

Y finalmente llegan los alfas, listos para reclamar betas y omegas de entre aquellos que están disponibles.

Es como las cosas han sido desde siempre. Es cierto que hay betas que mueren durante el invierno, eso todos lo saben. Pero, como los betas son los más numerosos, incluso eso no hace que no haya suficientes en el verano para conformar a las manadas.

Es decir… es un sistema que siempre ha funcionado.

Y por eso Tenya nunca se detuvo a pensar dos veces en ello.

Pero cuando ve el pesar en la expresión de Inasa, se siente repentinamente culpable. Culpable por cosas que ni siquiera él ha hecho.

—Yo iba a morir, pequeño —confiesa el beta después de un momento y Tenya abre en grande los ojos.

¿Morir? ¿Inasa? ¿Alguien tan grande y resistente como él?

—Eso no es posible.

El más alto sonríe con vergüenza.

—No sé si lo has notado, pero no es como que yo sea el beta más brillante. Vengo de una manada en la que sólo había un alfa y cuatro omegas. No tenía a nadie para que me enseñara cosas y, dado que siempre fui grande, mi padre asumió que eso debería ser suficiente para que yo sobreviviera aquí afuera. Pero por supuesto que no fue así. El invierno es terrible, omega, no hay comida, no hay agua, todo es frío. Cada noche tan sólo quisieras estar de vuelta en casa, tener gente contigo, anhelas por el día en que salga el sol y los árboles empiecen a florecer, pero ese día no parece llegar nunca. Un día, yo simplemente estaba al borde de la muerte. Y, entonces, ellos me encontraron —traga saliva, desvía la mirada y pausa un momento antes de proseguir—. Me cuidaron, me regresaron a la salud, me dejaron descansar y comer todo lo que quería… Pero no es sólo eso… Había mucho más que eso…

Otra vez calla, la mirada recorriendo el suelo como si hubiese innumerables maravillas ahí. Tenya le observa en silencio esperando algún añadimiento.

—Era algo extraño —retoma—. Ahí siempre sentía mucha paz, una terrible paz, como si nada en el mundo pudiese volver a estar mal nunca. Había omegas, estoy casi seguro de que los había, ellos me alimentaban, me bañaban, me arropaban. Pero, un día, sin ninguna clase de advertencia, ellos me arrancaron de ese paraíso. Y me llevaron a las mazmorras. Y me dijeron que, si quería volver al paraíso, entonces tenía que cooperar con las órdenes de los Tres Generales Ocultos. Y es así… es así como terminé en la prisión…

—¿Los Tres Generales Ocultos? —repite Tenya. Inasa por fin eleva los ojos para verle y asiente.

—Ellos son los líderes absolutos, pero no estoy seguro de quienes son, ni de qué es lo que quieren o dónde están. Los guardias de las mazmorras son los rangos más bajos del grupo así que supongo que no nos revelan demasiado. A mí tan sólo me dijeron que los omegas enjaulados estaban en un proceso de desintoxicación y que, cuando éste terminara, ellos también serían llevados al paraíso. Y yo… yo pensaba… —otra vez traga saliva y vuelve a mirar hacia otro lado. Tarda un momento en murmurar apenas el final de su oración—. Yo pensaba ir al paraíso contigo…

Tenya se sonroja. Él también busca ver otra cosa que no sea a Inasa. Los dedos de una mano se le hunden en la tierra. De pronto quisiera apagar el fuego para que nadie pudiera verlo, para que nadie pudiera descubrir que no es más que un cúmulo de voluntad rota y anhelos malogrados.

Esa noche, cuando Tenya se recuesta para descansar, Inasa le abraza desde atrás y le deja unos besos en el cuello. Justo antes de dormirse, el omega le murmura algo. Inasa parece no escucharle bien, a pesar de la cercanía.

—¿Qué dijiste?

Tenya se muerde un poco los labios. Luego repite.

—Que mi nombre es Tenya.

El beta abre grandemente los ojos y un aroma dulce empieza a desprenderse de él. Huele esta vez más a brisas que a tornados y, sonriendo, Tenya cierra los ojos para dormirse.

La mañana siguiente es opaca.

O tal vez no.

Pero les despierta el aroma amenazante y arremolinado de betas en cacería, y es el olor tan ácido, agresivo como una zarpada y negro como humo, que les abruma y les hace sentir como si el bosque entero estuviese en llamas.

Inasa despierta a Tenya con alarma y le hace moverse de inmediato. Recogen apenas la mitad de sus cosas antes de salir de ahí, moviéndose lo más rápido que pueden.

Tenya apenas ha recuperado la capacidad de usar su habilidad especial hace muy poco. Sigue débil y su aguante es muy bajo, pero al menos ya puede usarla. Al menos puede hacer un intento por defenderse a sí mismo y a Inasa antes de que lo maten.

La idea de pronto le hace daño.

Morir.

Morir…

¿En dónde está la liebre?

Tenya ya no quiere morir.

Tenya quiere seguir vivo y ser libre y formar una manada a lado de Inasa, y no es justo que no pueda hacerlo.

Mientras corren, empieza a llorar. No puede evitarlo, tiene miedo. Inasa le detiene de pronto, le abraza de golpe y le acaricia la espalda mientras le arrulla.

—Shhh, shhh, todo va a estar bien. Estaremos bien.

Los dos saben que es mentira, pero Inasa igualmente se obliga a decirlo porque no tiene sentido decir otra cosa.

¿Por qué usaría esa oportunidad para decirle a Tenya que en realidad es muy poco probable que tengan posibilidad alguna?

Avanzan y avanzan hasta que divisan a lo lejos un gran claro al final del bosque y, al salir de éste, se topan con una magnánima pradera. Se detienen momentáneamente cuando llegan ahí, porque una pradera es lo menos que necesitan en ese momento. Es campo abierto, es peligroso, estarían más vulnerables.

Pero es que los betas están tan cerca que, de todas formas, estén en campo abierto o no, seguirán a su merced. Así que se miran tan sólo un instante antes de decidir al mismo tiempo que seguirán por ese camino. Se lanzan a correr entre el pasto amarillento y elevado. El cielo se ve opaco, pero quizá es sólo la percepción de ellos. Corren toda la mañana y, para el mediodía, están exhaustos.

Normalmente, tanto ellos como el grupo de betas solían permitirse descansos. Como una especie de treguas. Se detenían para comer y para dormir.

Pero ahora, quizá impulsados por el frenesí de la cacería o por la emoción de tener a sus presas tan cerca, los betas no se detienen. Tenya e Inasa se dan cuenta de ello cuando están intentando elegir un sitio para descansar y, entonces, mirándose mutuamente, los dos se preguntan qué deberían hacer.

Si siguen huyendo, van a agotar toda la energía que tienen y, cuando los encuentren, difícilmente podrán pelear.

Pero, si no huyen, si se rinden ahora, entonces es sólo cuestión de un par de horas quizá para que los alcancen.

Inasa traga saliva.

—¿Quieres intentar avanzar un poco más o nos detenemos aquí?

Tenya está demasiado cansado, puede verlo. Sostiene sus manos sobre sus rodillas y respira pesadamente, el sudor invade todo su cuerpo. Su cara está roja de esfuerzo, su cabello está todo enmarañado.

Tenya no puede seguir.

Traga saliva.

—Te llevaré en mi espalda —ofrece.

—De ninguna manera —regresa el omega—. Estás tan cansado como yo.

—No estoy tan cansado como tú —dice Inasa, sonriendo con una leve diversión—, recuerda que yo soy tu beta fuerte y resistente. Es lo menos que puedo ser ya que no soy brillante.

Tenya ríe un poco. Baja el rostro, intentando recuperar el aliento y, finalmente, se endereza.

—Si me prometes que les vamos a dar batalla cuando se aparezcan, entonces acepto que me lleves en tu espalda.

A Inasa se le ilumina la cara.

—Ah, Tenya, ¡les vamos a dar tanta batalla, que los pobres no sabrán ni qué les golpeó! ¡Les vamos a dar tanta batalla, que no tendrán más opción que escribir leyendas eternas sobre nosotros!

El omega vuelve a reír.

—Entonces acepto.

Y, un momento después, está abrazado al cuello de Inasa y éste lo está transportando a lo largo de la pradera quemada.

Pasan las horas, y en algún momento la velocidad de Inasa desciende. Finalmente, se detiene. Tanto él como Tenya saben que ya no puede avanzar más. Saben que el sitio al que han llegado es el sitio en el que esperarán. No está tan mal. Hay un arrollo cercano y muy al fondo se alcanzan a ver colinas suaves y coloreadas. El cielo está amplio, abierto y vacío, un color intenso en él.

Por debajo de los olores de los betas, huele a amplitud y a prosperidad y a vida apacible.

Se sientan. Beben el agua que les queda. Comen un par de manzanas y algunas flores. Luego Inasa se recuesta sobre uno de los muslos de Tenya y mira hacia el cielo, observando a las nubes flacas que pasan de vez en cuando.

Tenya está triste. Y quiere pensar que no tendrá miedo cuando los betas lleguen, pero lo va a tener.

El cielo empieza a cambiar de color y, tras un rato, beta y omega escuchan el grupo de pasos que se detiene a cierta distancia de ellos. Sus cazadores paran, se quedan contemplándolos un momento y luego empiezan a aproximarse con tranquilidad, caminando.

Casi parece anticlimático.

Inasa se incorpora y después se pone de pie, sacudiéndose el pasto. Tenya le imita. Y ven a los doce betas que se van aproximando, algunos yéndose a la derecha y otros a la izquierda, con claras intenciones de rodearlos. Inasa siente la espalda de Tenya chocando con la suya. Se yergue, orgulloso y poderoso. Intentando no exteriorizar la más mínima incertidumbre.

—Yoarashi —llama uno de los betas, el que se ha quedado frente a él, observándole con una clara sonrisa malintencionada—. Sí que has sido terco. Terco y estúpido. Pudiste haber tenido a todos los omegas que hubieses querido, y has renunciado al paraíso por uno solo.

Inasa frunce el ceño.

—Yo sólo quiero a éste —responde. Tenya se siente invadido por calidez.

Y los betas se carcajean.

—¡Pues ahora no tendrás ni a éste ni a ninguno! ¡Muerte al traidor!

—¡Muerte al traidor! —repiten todos los demás y, como si tal fuese su grito de guerra, seis de ellos se lanzan inmediatamente al combate. Pero es sólo que Inasa agite las manos en ambas direcciones para que unas ráfagas poderosas de viento se estrellen contra los atacantes y los lancen hacia atrás. Tenya se encorva, listo para entrar en la lucha él también.

Los dos saben que no van a sobrevivir, pero bien lo dijeron antes.

Darán pelea.

Y la dan, la dan al menos de forma breve, porque las ráfagas filosas de Inasa se avientan en todas direcciones y no sólo alejan a sus enemigos, sino que logran cortarles aquí y allá y la sangre pronto está salpicada en un montón de sitios sobre el pasto dorado.

Pero no es sólo la sangre de los otros betas. Un corte profundo ya se dibuja en el abdomen del enorme beta. Otro aparece en su muslo izquierdo y otro en su pantorrilla derecha. Una enorme y fea mancha negra se expande a un costado de su cuello, producto de una roca que le golpeó. Tiene un brazo rasguñado, su sombrero ha caído, su cabeza también sangra, y los cazadores no le dan tregua, lanzándose uno tras otro. Inasa logra repeler y atacar a algunos, pero son ellos doce y es simplemente demasiado.

Aunque son sólo once los que les atacan, pues el líder que le hablara antes permanece al frente de brazos cruzados, observando con una sonrisa divertida.

Tenya tiene unas patadas poderosas, producto de la enorme velocidad que es capaz de conjurar. Él también lucha y se debate, él también causa daño y lo recibe. Pero la sangre corre ya igualmente por su cuerpo, y el olor de Inasa herido le rompe el corazón, pero se recuerda que tienen que ser valientes y dar pelea, dar pelea hasta el final.

De pronto Tenya es lanzado lejos y, antes de que logre levantarse, unas zarpas de piedra que surgen del suelo se clavan en sus pantorrillas, manteniéndolo aprisionado boca abajo sobre el suelo. Lanza un alarido de dolor y sus ojos empañados se enfocan en la imagen de Inasa Yoarashi dándole batalla él solo a ocho betas, menos el líder, el que le mantiene aprisionado y otros dos que yacen muertos.

La sangre, los cortes, los golpes, los rasguños pululan por su gigantesco cuerpo. La debilidad y el dolor empiezan a hacer mella en su expresión. Tenya no lo soporta. Quiere hacer algo. Quiere salvarlo. Quiere regresar el tiempo y decirle que mejor no luchen, que mejor se apeguen al plan original de que Inasa fingiera haberlo estado cazando.

O que intentaran huir un poco más, tan sólo un poco más.

Lo que sea. Pero no quiere esto y, sin poder evitarlo, lágrimas surgen de sus ojos mientras ve a Inasa desmoronarse sobre el suelo, fatigado, deshecho, sangre y carne rota por todas partes.

Lo avientan hacia un lado. Luego hacia otro. Y el beta no logra levantarse.

—¡Ya basta! ¡Por favor! ¡Se los ruego! —exclama Tenya, a la vez que se voltea para ver que puede hacer para liberarse de las zarpas de piedra. Pero están tan firmemente hundidas en su carne que cualquier movimiento tan sólo parece hundirlas más en él.

Regresa la vista a Inasa y éste otra vez yace sobre el suelo. Sigue respirando, pero no se mueve. Los betas le dejan en paz un momento y le rodean. Entonces el líder se acerca.

—Patético —dice—. Patético y lamentable un beta que se pone en contra de sus propios congéneres. Asqueroso.

Con una pierna le mueve para dejarlo boca arriba. Tenya siente como el corazón se le hace cachitos al ver el rostro inundado de sangre de Inasa.

—Pudiste haber tenido el paraíso. Pudiste haber ayudado a construir un mundo mejor, ¿acaso no te salvamos de la muerte? ¡Malagradecido! —le patea sobre la costilla. Inasa gime débilmente de dolor—. Sólo por ser mi hermano te concederé ahora una última misericordia y te daré una muerte rápida.

Rebusca entre los bolsillos de cuero de su cinturón y termina por extraer una navaja de hueso. Tenya se siente horrorizado.

—¡Por favor, no! ¡Se los suplico! ¡Haré lo que ustedes quieran! ¡Por favor!

El beta que lo tenía aprisionado se arrodilla junto a él, le jala del cabello para levantarle la cabeza y sonríe.

—Harás lo que nosotros queramos de todas for… mas… —el beta se queda súbitamente callado y mira hacia otro sitio.

En realidad, son todos los que se quedan repentinamente paralizados, incluyendo a Tenya.

Les entra una grotesca advertencia de peligro, y todos saben identificarla rápidamente.

Es un alfa. Un alfa activado por el llamado de auxilio de un omega.

Un alfa enfurecido.

El olor es tan fuerte y poderoso que deberían haberlo notado antes, pero quizá el amargo aroma a sangre y muerte que les rodea había logrado ocultarlo hasta ahora que, evidentemente, se halla ya demasiado cerca.

Y moviéndose a una velocidad espeluznante.

Los betas voltean a ver a su líder, esperando por su decisión. Dicho beta gruñe y, dejando a Inasa olvidado un momento, camina para plantarse justo en la dirección de la que el alfa viene.

—¡Lo enfrentaremos y lo mataremos!

—¡Sí! —responden todos al unísono.

Cuando llega la primera llamarada de hirviente fuego azul desde la distancia, tres de los betas caen al suelo.

Calcinados de la cintura para arriba.


Notas: ¿Quién será ese alfa? :D

Me gustaría aclarar algo sobre el uso de la palabra "ciclo" en el fic. La verdad es que se lo copié descaradamente a Roquel, porque no quería usar la palabra "celo", pero las otras que se me ocurrieron no me convencían por completo xD so, si pensaron que fue coincidencia, pos no (?)

Les agradezco muchísimo que se tomen la molestia de comentar, en serio! Gracias Naooki, Layla, Griselda, Dayris, Hasu, Arekusa, Dani y Layla MT por sus lindos reviews *corazón*

Nos vemos para la próxima! *corazón*