¡Holi!

Ya he vuelto con un nuevo capítulo y madre mía la que os espera. Ahí lo dejo.

Este probablemente sea el penúltimo capítulo que actualice antes de irme de vacaciones. Dado que este año solo me voy medio mes de agosto (el COVID me ha trastocado mis planes iniciales) voy hacer todo lo posible para actualizar antes de mediados de agosto y tomarme un par de semanitas de descanso que bien me merezco antes de retomar Wicked Game en septiembre. En caso de no darme tiempo, os avisaría por Twitter (itsasumbrella) e Instagram (itsasumbrellasart).

Tengo que decir que este mes ha sido un poco duro a nivel anímico por temas de trabajo y seguridades de una misma. No sabía que escribir fanfiction fuese una cosa tan complicada y dura y admito que el escribir un fanfic de un fandom en el que no hay casi actividad es complicado. Meto muchísimas horas en este fanfic, más de las que puedo admitir, y a veces me pregunto si tanto esfuerzo y sufrimiento merecen la pena. No os alarmeis, este fanfic lo voy a terminar sí o sí, pero quiero notificar que, a veces, se me hace cuesta arriba, como si la estuviera subiendo con mascarilla puesta, y se pasa un poco mal porque además una se siente muy sola subiendo esa cuesta, no muy segura de si merece la pena.

Sin embargo, estoy muy agradecida por el feedback y el amor que me dais. El #WGDTIY resultó ser mejor de lo esperado (que el sorteo lo ganó angelic1411, chequead su instagram porque es MARAVILLOSO). Muchas gracias una vez más a todes las que habéis participado.

Una vez más, como en todos los capítulos, os pido que si tenéis tiempo, ocasión y ganas os animéis a dejar una review. Es el salario que recibo de vosotres por todo el tiempo invertido y, de verdad, que el día se ve de una forma muy distinta cuando os leo. Así que mil gracias, en serio.

Y tras este momento muy dramas y muy yo, os dejo con el capítulo de hoy.


Desde que Hipo tenía memoria, siempre habían sido su padre, Bocón y él.

Ser huérfano de un progenitor era algo más que común en Isla Mema. La guerra contra los dragones había desestructurado a tantas familias que era rara aquella que no se hubiera quedado sin un padre, una madre o un hijo durante todo el conflicto. Hipo no tenía recuerdos de su madre, había sido solo un bebé cuando un Cortatormentas —supuso que el mismo que le había secuestrado antes— se la había llevado cuando intentó protegerlo durante un ataque de los dragones.

Aunque la mayor parte de su vida la figura de su madre le había resultado más bien indiferente, era innegable que siendo aún un niño, Hipo hubiera fantaseado sobre cómo era y si le habría querido como las madres de la aldea querían a sus hijos. ¿Le hubiera limpiado con saliva los rastros de tierra de la cara? ¿Le habría cocinado su plato preferido por su cumpleaños? ¿Le habría contado cuentos a la hora de dormir? ¿Le habría cantado mientras le mecía en sus brazos tras haber sufrido una pesadilla? Habían sido muchas preguntas e Hipo había aprendido a no anhelar lo que nunca podría tener, más tras haber sufrido los maltratos por parte de Ingrid Gormdsen cuando su padre se planteó casarse con ella y, tiempo después, tras la decisión de su padre de que nunca habría otra mujer en su vida que no fuera su Valka. Estoico se había preocupado de darle todo el afecto que un niño en pleno crecimiento necesitaba, pero cierto era que con el paso de sus años sus diferentes caracteres y personalidades había generado un distanciamiento que había causado un abismo entre padre e hijo.

Y, pese a todo, Hipo jamás echó en falta una figura materna en su vida. Es más, había sabido tan poco de su madre que se había vuelto un personaje de su pasado que nunca le había dado más importancia de la que se merecía. Las pocas veces que se la habían mencionado, le habían asegurado que Valka había sido una mujer «singular», tozuda de carácter como él, aunque por lo demás siempre se la había descrito como si hubiera sido perfecta.

Sin embargo, cuando Hipo cruzó sus ojos con los de su madre por primera vez en toda su vida, tenía claro que su padre llevaba años vendiéndole humo, pues aquella mujer estaba muy lejos de ser la esposa y madre perfecta que Estoico Haddock había proclamado tener en contadas ocasiones. Como venía siendo evidente, no le sorprendía que los dragones no hubieran matado a su madre, pero Valka Haddock había aparecido en su vida montada sobre un dragón, por lo que pudo haber regresado cuando le hubiera venido en gana y nunca lo hizo.

Es más, ella podía haber acabado la guerra mucho antes que él y optó por no hacerlo.

¿Cómo se atrevía?

¿Cómo podía declararse como madre cuando nunca había querido ejercer de ello?

Sintió que Astrid presionaba su mano para hacerle reaccionar, pues Hipo se había quedado muy callado sin apartar sus ojos del rostro de Valka. Parpadeó con lentitud y miró a su novia quien le observaba preocupada.

—¿Por qué me miras así? —preguntó él desconcertado.

Astrid alzó las cejas y miró a Valka antes de volverse de nuevo a él.

—Esta mujer declara ser tu madre, quien en principio debía haber muerto hace más de veinte años —respondió Astrid—. No sé, esperaba una reacción más de… ¿sorpresa?

Hipo suspiró y se volvió a aquella mujer que los observaba en silencio e incluso intimidada.

—¿Cómo sé que eres mi madre? —cuestionó Hipo.

Valka parpadeó sorprendida por su pregunta y carraspeó algo incómoda.

—La cicatriz de tu barbilla… te la hizo Asaltanubes la noche en la que me llevó —explicó la mujer—. Fue sin querer, más bien porque se asustó al verme y te rozó con su garra por accidente… Y, bueno, tienes los ojos de tu padre, por supuesto. Te pareces mucho a él, más de lo que todos hubieran pensado en su momento —Valka dibujó una sonrisa nostálgica—. Aún así, tienes el porte de tu abuelo.

—No me parezco en nada a mi abuelo —replicó Hipo con voz cortante.

—No me refiero a Carapota —dijo ella incapaz de contener la risa—. Me refiero a mi padre, pero murió mucho antes de que tú nacieras —Valka sacudió la cabeza—. Sé que todo esto es difícil de procesar, pero no te haces una idea de cuántas veces he soñado con este momento.

—Pues no habrá sido por falta de oportunidades —le achacó Hipo con amargura.

—¡Hipo! —le llamó la atención la bruja a su lado.

Valka apartó la mirada, claramente avergonzada.

—Hijo, yo…

—No, quieta parada —le cortó Hipo—. No tienes ningún derecho a llamarme «hijo». Ese privilegio lo perdiste tan pronto decidiste que no ibas a volver a Isla Mema.

Astrid cogió de su brazo y lo apretó para que se calmara. No se había dado cuenta de que su magia estaba reaccionando dentro de él acorde con su ira.

—Hipo, no… —empezó Valka con tono conciliador.

—Vámonos, Astrid —volvió a interrumpir el vikingo.

Había comenzado a inclinarse para reanimar a Desdentao cuando, de repente, Astrid tiró de su muñeca con tanta fuerza que le echó hacia atrás y casi perdió el equilibrio.

—No nos vamos a ninguna parte —declaró Astrid muy seria y antes de que Hipo pudiera replicar alzó la mano para callarle—. Estoy cansada y hambrienta. Necesito parar a descansar antes de retomar la búsqueda de Tormenta —se volteó hacia Valka—. ¿Sería mucha molestia?

La mujer tomó aire antes de negar con la cabeza.

—En absoluto —Valka ladeó la cabeza—. La tal Tormenta… ¿habláis de una Nadder de escamas azules?

El rostro de Astrid se iluminó.

—¡Sí! ¿La conoces? ¿Sabes dónde está?

Valka sonrió con calidez.

—Está descansando —respondió la mujer—. Nos la topamos mientras estaba haciendo una ronda y, a la vista de que su ala estaba dolorida y se encontraba muerta de frío, la trajimos aquí. Es una vieja amiga mía, así que cuando vi que tenía esa montura en su lomo me imaginé o bien había sido capturada por cazadores de dragones o no estaba viajando sola. Al verla tan alterada, decidí investigar un poco y os encontré.

Su novia parecía que iba a romper a llorar del alivio y le pidió a Valka que la llevara con ella. La mujer, en cambio, negó con la cabeza.

—Necesito garantizar la seguridad de este lugar, ¿cómo sé que no revelaréis su localización cuando regreséis a Isla Mema?

Astrid e Hipo cruzaron las miradas atónitos. ¿Acaso Valka no era consciente de lo que había estado sucediendo en el Archipiélago en los últimos tiempos?

—¿Qué tiene de especial este lugar para que temas que podamos hablar de él? —cuestionó Astrid con sospecha.

—Muchos lo buscan por diversos motivos —respondió la mujer enigmáticamente—. Esto es un santuario para los dragones que viven aquí.

Hipo acarició las escamas de Desdentao quien parecía estar recuperando la consciencia.

—Se nota que vives aislada del mundo y que nunca has puesto interés en nosotros —comentó Hipo rascando tras las orejas del Furia Nocturna—. Hasta hace un año, Isla Mema era el epicentro de una comunidad en la que dragones y humanos convivían en paz y harmonía.

Valka frunció el ceño.

—Eso es imposible, tu padre…

—Cambió —le cortó Hipo con frialdad—. Todos los hicieron, pero supongo que eso ya da igual…

Recordar Isla Mema, a su gente, a su padre… seguía siendo demasiado doloroso. Era como reabrir una herida que todavía sangraba a borbotones. La Mema de ahora ya no era su hogar, ni siquiera había visto con sus propios ojos en lo que se había transformado. Enfrentarse a esa nueva realidad había sido uno de sus mayores miedos desde que se habían decidido a volver e Hipo sabía que, aún estando lejos de estar preparado, no le quedaba otra más que afrontar aquel terrible escenario.

Se hizo un silencio muy incómodo que fue interrumpido únicamente por las respiraciones de los dragones y el eco del hielo que retumbaba contra las paredes de la caverna. El rostro de Valka era un cúmulo de emociones encontradas: sorpresa, indecisión, culpa… Hipo se llevó la mano a su ojo derecho, el cual había empezado a dolerle ligeramente. La situación le estaba generando un inicio de migraña ¡Era ya lo que faltaba!

—Valka —llamó Astrid de repente—. Comprendo que ambos estéis superados por las circunstancias, pero yo necesito ver a mi amiga y nos vendría muy bien parar a descansar por unas horas.

La mujer estrechó los ojos desconfiada e Hipo chasqueó con la lengua, claramente irritado. No obstante, suavizó su expresión cuando Desdentao entreabrió los ojos adormilado.

—¡Ey, campeón! —le saludó Hipo con ternura—. Te han dejado fuera de juego en un segundo, ¿eh?

El Furia Nocturna ronroneó cuando Hipo rascó su barriga.

No sé qué ha hecho esa mujer, pero madre mía, he caído redondo —protestó Desdentao.

Hipo rió por su comentario, pero no le respondió. Aquella mujer no necesitaba saber que también podía hablar con los dragones.

—Está bien —respondió Valka con determinación—. Os llevaré con Tormenta, seguidme.

Astrid ofreció su mano para ayudarle a levantarse del suelo y Desdentao se incorporó también a regañadientes, gruñendo que aún seguía demasiado cansado como para irse ahora de excursión. Valka les guió por laberínticos pasillos de piedra y hielo que no estaban pensados precisamente para un cojo como él. Su madre llevaba un paso demasiado acelerado, por lo que Astrid tuvo que llamarle la atención.

—Ralentiza el paso, por favor. ¿No ves que a tu hijo le falta un pie?

Valka parecía no haber reparado en su prótesis hasta ese último comentario de su novia. Dibujó una expresión de sorpresa, seguida de una de apuro por no haberse dado cuenta antes, y abrió la boca, probablemente para preguntarle cómo, pero al cruzar las miradas con él cambió de parecer.

—No estamos muy lejos —dijo la mujer sin más.

Escaló por el saliente de una roca que Hipo clarísimamente no podía subir por su cuenta. Astrid lo escaló ágilmente de un salto y ofreció su mano sin pensárselo dos veces para ayudarle a subir. Gracias al impulso que Desdentao hizo con su cabeza y a la envidiable fuerza de su novia, Hipo consiguió subir, aunque necesitó parar por unos instantes para recobrar el aire. Miró hacia atrás y vio que Valka se encontraba a una distancia prudencial de ellos rascando las escamas del Cortatormentas que había llamado Asaltanubes.

—¿Qué hacemos aquí, Astrid? —preguntó Hipo en voz baja.

Desdentao subió el saliente de otro salto y abrió sus fosas nasales como si estuviera olisqueando algo que hubiera captado su atención.

—¿Qué estás haciendo tú, Hipo? ¿Por qué estás tan enfadado?

—Yo no estoy enfadado —se defendió él indignado.

—Esa mujer es tu madre —le recordó ella frunciendo el ceño—. ¿Por qué pareces molesto por haberla encontrado?

—Esa mujer no es mi madre —escupió Hipo furioso—. Una madre no abandona a sus hijos.

—Hipo…

—Vamos —le cortó él—, en cuanto antes encontremos a Tormenta, antes nos iremos.

Su novia hundió los hombros resignada por su cabezonería. Valka volvió a retomar el camino tan pronto los vio dispuestos a seguirla. Las galerías de la cueva eran oscuras y frías; sin embargo, a medida que avanzaban, la temperatura parecía ir subiendo más y más hasta que el calor comenzó a ser sofocante. Astrid se quitó la chaqueta de piel que los tramperos le habían puesto, agobiada por el calor, y el propio Hipo sintió el sudor resbalar por su cara y cuello. Valka torció hacia la izquierda y la pareja observó que la galería estaba iluminada por una intensa luz que provenía desde el final del túnel.

Tanto Hipo como Astrid y Desdentao se les cortó la respiración cuando salieron a lo que parecía ser un lugar muy distinto al paraje de hielo que había en el exterior.

Lo primero que le llamó la atención de Hipo era la inmensa cantidad de dragones que se encontraban allí, tantos que había incluso especies que no supo ni identificar. Lo segundo se trataba de la amplia vegetación que se extendía por todo aquel lugar. Era un nido de dragones, no cabía duda, aunque poco tenía que ver con el volcán en el que había vivido la Muerte Roja. Sin embargo, había algo que le resultaba extrañamente familiar, como si ya hubiera estado allí antes. Miró a Astrid, quién lucía impresionada por el lugar a la vez lo barría con sus ojos, desesperada por encontrar a Tormenta. Valka carraspeó para captar su atención.

—No os separéis de mí —les advirtió.

Valka se deslizó con suma agilidad por una pendiente que se encontraba en el extremo derecho. Hipo, en cambio, no se movió por el cúmulo de emociones que se amontonaban dentro de su cuerpo. Su madre, esa eterna desconocida que había estado siempre idealizada por su padre, vivía en una especie de santuario para dragones que estaba en el culo del Midgar. Pensaba que la existencia de las brujas ya era de por sí surrealista, pero estaba de claro de que aquello lo superaba con creces. Sintió los fríos dedos de su novia enredándose con los suyos, tirando suavemente de su brazo para seguir a Valka de cerca. La cara de Astrid estaba marcada por la preocupación, el cansancio y la ansiedad. Había sido una noche demasiado larga y, honestamente, Hipo solo pensaba en marcharse de allí y parar a descansar en alguna otra isla, aunque estaba demasiado agotado como para reflexionar sobre hacia dónde debían dirigirse ahora. El numerito del barco causaría que, en solo cuestión de días, todo el Archipiélago supiera que ellos habían regresado, por lo que era probable que Le Fey mandase al propio Thuggory e incluso a Drago a buscarles, eso sino decidía buscarlos por sí misma. Entonces sí que estarían bien jodidos.

Daba igual la perspectiva, Hipo lo veía todo negro; tan negro como las escamas de Desdentao.

Astrid adelantó a la propia Valka cuando visualizó a Tormenta sentada sobre la hierba rodeada de Nadders bastante más jóvenes. La bruja se abrazó emocionada y al borde de las lágrimas al cuello de su amiga y Tormenta gorgoteó feliz por reencontrarse con su amiga sana y salva.

—¡Pensaba que no iba a volver a verte! —gimió Astrid—. ¡Lo siento tanto, Tormenta! ¡Tenías que haberme dicho que el ala volvía a molestarte!

Valka frunció el ceño por aquel último comentario e Hipo sintió un nudo en su estómago al caer lo raro que debía sonar aquello a sus oídos.

¡Estoy tan contenta de que estés a salvo, Astrid! Estuve como loca buscando a Hipo y a Desdentao, pero el ala me dolía tanto y entonces me encontré con Valka y…

—¿La conoces entonces? —preguntó la bruja atónita.

—Astrid —le cortó Hipo de inmediato al ver el rostro alarmado de Valka—. Creo que es hora de irnos.

La bruja se giró hacia él confundida y no pareció comprender el porqué corría tanta prisa de repente. Valka tampoco parecía conforme con su decisión.

—Estáis claramente agotados y hambrientos —señaló la mujer—. Podéis quedaros aquí el tiempo que necesitéis hasta que os recobreis del todo.

—No necesitamos tu… —empezó Hipo malhumorado.

—Creo que es una idea fantástica —intervino Astrid con un falso tono jovial—. Ha sido un día muy largo y, como ya he dicho antes, no estaría de más echarnos unas horas. A ti tampoco te vendría de más, Hipo. Tienes unas ojeras espantosas.

—Astrid… —le advirtió Hipo.

—No queremos abusar de tu hospitalidad, Valka —continuó Astrid ignorándolo—. Nos iremos mañana mismo, así que no te importunaremos demasiado ni a ti ni a los dragones.

—Lo último que hacéis es importunarme —señaló la mujer sonriente—. Estoy segura de que estáis desfallecidos de hambre, no cocino muy bien, pero puedo improvisar algo.

—Deja que Hipo cocine entonces —el vikingo abrió la boca para negarse, pero Astrid pellizcó su brazo advirtiéndole que mantuviera la boca cerrada—. Es un excelente cocinero, te lo aseguro.

Valka alzó las cejas y le miró sin perder la sonrisa. Hipo apartó la mirada más por vergüenza que por resentimiento y escuchó a la mujer soltar una risita.

—Acompañadme, entonces.

Astrid le hizo un gesto a Tormenta para darle a entender que vendría luego y tiró de su brazo para subir tras Valka por la pendiente. Hipo aprovechó que la mujer se paró a atender a unas crías de Pesadilla Nocturna para dirigirse a su novia en su susurro:

—¿Qué coño estás haciendo?

—Aprovecharnos de la situación —respondió Astrid cortante—. Tu madre está dispuesta a darnos comida y cobijo y no pienso desaprovechar esta oportunidad.

—¡Deja de decir que es mi madre! —se quejó Hipo más alto de lo debido, aunque Valka no pareció prestarles atención—. No me fío de ella.

—¡Por Thor, Hipo! —exclamó la bruja molesta—. Si quieres irte a dormir fuera para no tener que estar con ella, por mi adelante, yo no te lo voy a impedir.

Astrid se apartó de él y caminó decidida tras Valka mientras Hipo las observaba impotente.

Un poco de razón ya tiene, ¿eh? —dijo Desdentao a su lado.

Hipo puso los ojos en blanco.

—Ninguno de los dos pareceis entenderlo —se quejó Hipo frustrado pellizcándose el puente de la nariz.

El Furia Nocturna resopló.

Me temo que tú tampoco, Hipo.

El vikingo alzó una ceja.

—¿A qué te refieres?

Todo este tiempo hemos estado buscando los orígenes de Astrid, sobre todo a sus padres. Hemos atravesado medio mundo para no encontrar nada más que pistas vagas y vas tú y, de la noche a la mañana, encuentras a tu madre de la nada. Comprende que a Astrid le moleste tu actitud, has conseguido lo que ella lleva anhelando desde que tiene uso de razón.

Hipo sintió un nudo en su pecho. ¿Sería eso posible? Se había enfocado tanto en sí mismo y en sus sentimientos negativos hacia Valka que no había parado pensar que su rechazo pudiera, de alguna forma, ofender a Astrid. Elea la sirena había confirmado que Astrid encontraría con sus padres, pero no de la forma en la que ella estaba esperando. La bruja había intentado por todos los medios que Hipo hiciera memoria, convencida de que debía haber registros de casos de bebés robados en Isla Mema, pero el vikingo ni recordaba haber leído nada o escuchar a su padre hablar sobre el asunto, dado que de haber sido robada de sus padres, Hipo debía de haber tenido poco más de un año cuando todo aquello sucedió.

Hipo jamás se había atrevido a insinuar la posibilidad de que los padres de Astrid hubieran podido abandonarla a su suerte. Astrid le había explicado que, según Le Fey, le había encontrado abandonada en una barcaza en medio del mar, pero la bruja había insistido que no podía creerse ni una sola palabra que hubiera salido de la boca de la reina. El reencuentro con sus padres y el saber sobre sus orígenes había sido lo que había ayudado a Astrid a sobrevivir durante toda su vida y se sentía como un imbécil al no haberse dado cuenta de lo mucho que debía dolerle que Hipo hubiera encontrado lo que ella había anhelado con todas sus fuerzas.

—A veces me sorprende que no me pegue una hostia de lo idiota que puedo llegar a ser —murmuró Hipo frustrado.

De repente, Desdentao movió su cola con rapidez hacia sus pies. Hipo no tuvo tiempo para esquivarle y se cayó sobre la blanda vegetación, sin apenas hacerse daño. El vikingo alzó la mirada hacia su amigo claramente confundido y el Furia Nocturna hizo un ruido desde su garganta que le recordó a una carcajada.

Date por servido.

Hipo no pudo evitar reírse con él antes de levantarse. De repente, tuve una sensación rara que sacudió su cuerpo. Era un poco extraño, pues no sabía muy bien como definirlo, pero era como si algo vibrara dentro de él, llamándole a lo lejos. Atraído por aquel extraño magnetismo, se acercó al borde de la pendiente que daba a un acantilado de gran altura. Observó que abajo del todo se encontraba un lago enorme que emanaba vapor y burbujeaba agua, como si hubiera algo respirando debajo del agua. Hipo estrechó los ojos para ver mejor cuando sintió una mano sobre su hombro.

—Hipo, vamos, es hora de que descanséis.

Valka se encontraba a su lado, con una sonrisa tensa que hizo que Hipo frunciera el ceño.

—¿Qué hay allí abajo? —preguntó el vikingo.

La mujer miró hacia al lago que había dejado de burbujear.

—Solo es un lago, a los dragones les gusta bañarse ahí —respondió Valka quitándole importancia.

—Hay algo ahí metido —insistió él.

—Seguramente se habrá sumergido algún dragón —replicó Valka—. Venga, vamos, ha sido un día largo.

Hipo la siguió de nuevo hasta la entrada de los túneles. Astrid se encontraba también al borde del acantilado, con los ojos puestos en el lago que se encontraba abajo del todo. Hipo se preguntó si estaba sintiendo lo mismo que había sentido él antes. Sin embargo, tan pronto Valka la llamó, Astrid se dirigió a ellos sin decir una sola palabra al respecto. Atravesaron un discreto umbral en la pared, algo más estrecha que los túneles por los que habían entrado antes, que llevaba a un empinado corredor que subía a una pequeña galería con vistas al nido. Aquel debía ser el lugar donde residía Valka, pues a un lado había una cama con un viejo baúl a sus pies; al otro, una cocina de arcilla improvisada que tenía al fuego algo que no olía especialmente bien y una hoguera en medio de la sala, con un par de Terrores Terribles durmiendo a su alrededor. Asaltanubes había volado hasta la ventana que daba al nido y los observaba con ojos curiosos y atentos.

—¿Por qué no os sentáis junto al fuego? Aquí hace algo más de frío que en el Nido.

Hipo cogió a Astrid de la mano y se colocaron junto a la hoguera mientras Valka se quitaba su disfraz. Bajo su armadura vestía con una túnica sencilla y algo vieja de color mostaza junto con unos pantalones y una falda color verde. Su pelo, sorpresivamente muy largo, estaba recogido en dos largas trenzas decoradas con abalorios.

—Tengo estofado de pescado, pero no creo que vuestros estómagos puedan tolerarlo, es bastante malo… —comentó la mujer algo avergonzada.

—No será para tanto —replicó Astrid con amabilidad, aunque arrugó la nariz cuando Valka retiró la tapa de la olla.

—Tus estofados tienen mejor pinta que eso, As —le aseguró Hipo sin poder contener una sonrisa maliciosa.

Astrid le golpeó suavemente en el brazo y le advirtió con sus preciosos ojos que moderase su tono. Valka sirvió dos cuencos que se los entregó con una cuchara e Hipo tuvo que contener una arcada. Había ojos de pez y espinas sueltas flotando en el agua turbia que supuso que sería el caldo de pescado. Decir que aquello tenía mala pinta era quedarse corto, pero se esforzó en complacer a la mujer cuando vio que ofrecía con ternura una cesta llena de pescado a un entusiasmado y siempre hambriento Desdentao.

El estofado sabía a pescado pasado y tenía el regusto del hierro del caldero en el que había estado cocinando. Astrid se llevó la mano discretamente a la boca para contener las ganas de escupir aquella bazofia. Hipo sencillamente dejó el cuenco a sus pies, usando todo su autocontrol para no poner cara de asco.

—Es incomible, ¿verdad? —dijo Valka azorada.

—No —respondió Astrid.

—Sí —dijo Hipo a la vez.

Astrid le fulminó con la mirada, lo cual causó que Valka rompiera a reír.

—Siento no poder ofreceros algo mejor, yo casi ni lo saboreo —les aseguró la mujer con las mejillas ruborizadas—. ¿Tal vez quieras cocinar tú algo, Hipo? Como… Astrid, ¿no? —la bruja asintió algo azorada—, dice que cocinas bien, quizás te interese hacerlo por ti mismo.

Astrid le dio un codazo e Hipo, consciente de que su novia se enfadaría si no aceptaba la oferta de Valka, se levantó resignado. La mujer le señaló los ingredientes que tenía a su disposición e Hipo se sorprendió con la buena despensa con la que contaba. No solo tenía pescados, también contaba con carnes, toda clase de hierbas, verduras e incluso frutas que no reconoció.

—Este lugar tiene su propio microclima, por eso crecen frutas como esta —Valka le tendió un par de frutas de color amarillo con la forma de medialuna—. Este es muy dulce, probadlo luego si queréis.

—Gracias —respondió él distraído con lo que podía cocinar.

—De nada, hijo —dijo ella.

Valka pareció darse cuenta de su error de haberle llamado «hijo» y se apartó discretamente para atender a un Terrible Terror que se había enredado con las mantas de su cama. Astrid se colocó a su lado para observar la despensa de la mujer.

—¿Por qué no haces una tortilla de queso? —sugirió la bruja al verle tan callado—. Podrías acompañarlo con un poco de pan tostado con mantequilla.

Hipo asintió y cogió los ingredientes cuando Astrid agarró de su codo con suavidad.

—¿Estás bien? —preguntó preocupada en voz baja para que Valka no los oyera.

—Sí —respondió Hipo con sequedad.

La bruja presionó su codo, consciente de que le estaba mintiendo. Hipo suspiró, no había forma de engañar a su novia, le conocía tan bien como la palma

—Es todo muy raro, ¿sabes? Esto es lo último con lo que esperaba encontrarme cuando decidimos volver —explicó él dejando los ingredientes sobre una mesa que había junto a la cocina.

—Sé que es difícil, pero piensa lo fuerte que tiene que ser para ella también reencontrarse contigo. La última vez que te vio eras solo un bebé —dijo la bruja tendiéndole una sartén de piedra que pesaba poco en su brazo—. No te digo que seas una bolita de alegría y encanto, pero con que seas tú mismo vale, Hipo. No la rechaces, al menos no sin haberte dado la oportunidad de conocerla primero.

—Ella no volvió, Astrid, pudo hacerlo cuando quiso y decidió no hacerlo —le recordó el vikingo malhumorado poniendo la sartén en el fuego con un poco de mantequilla.

—Quizás en lugar de suponer las razones por las que decidió no regresar, quizás deberías preguntárselo directamente —le advirtió su novia y acercó sus labios a su oído—. Además, creo que oculta algo.

—¿Qué?

Pero Astrid ya se había apartado y había vuelto a la hoguera donde Valka hacía carantoñas con el Terrible Terror. Hipo se puso a batir los huevos para después echar el queso, sal y unas pocas hierbas para darle algo de sabor. Cuando puso la tortilla a cocinar en la sartén, cortó el pan y lo untó en mantequilla. Los pinchó en unos tenedores metálicos que encontró y los dejó en el otro fuego para que se tostaran.

—¿Cómo os conocisteis Hipo y tú, Astrid? —preguntó Valka de repente.

Hipo se tensó ante la pregunta de la mujer, aunque no se giró para ver la reacción de su novia.

—De la aldea —respondió la bruja sin atreverse a dar muchos detalles—. Llegué a la isla hace un par de años para trabajar con Gothi.

Valka se quedó callada por unos segundos cuando Hipo dio la vuelta a la tortilla con un ágil movimiento de su muñeca.

—¿Por qué con Gothi?

—Necesitaba ayuda —contestó Astrid—. Está mayor y me consideraron adecuada para el puesto de aprendiz.

—¿Adecuada?

Hipo sintió sus manos sudar y el mango de la sartén resbalaba de su palma. Quitó rápidamente el pan del fuego cuando se dio cuenta que había avivado el fuego demasiado sin querer. Su magia se removió dentro de él, inquieta por su nerviosismo.

—¿Va todo bien, Hipo? —preguntó Valka a su espalda.

—¡Sí! —contestó él con demasiado entusiasmo—. A la perfección. Esto está enseguida.

La bruja carraspeó algo tensa para captar la atención de la mujer.

—Valka, ¿por qué te sorprende tanto que sea aprendiz de Gothi? —cuestionó Astrid sin poder ocultar su escepticismo.

—¡Oh! ¡No te lo tomes a mal! Es solo que por tu físico estaba convencida de que eras una bruja guerrera, no curandera.

Hipo necesitó unos segundos para procesar lo que Valka acababa de soltar con toda la naturalidad del mundo. Se giró alarmado y vio que su novia estaba tan en shock como en él. Valka frunció el ceño.

—Él lo sabe, ¿no?

—¡Claro que lo sé! —contestó Hipo indignado—, ¿pero cómo has podido saberlo tú?

—Bueno, es que no es la primera bruja que pasa por aquí —explicó Valka sin comprender bien su alarmismo—. Admito que al principio no estaba muy segura porque habitualmente los dragones o bien atacan o huyen de las brujas, pero supongo que la familiaridad con la que te dirigías a Tormenta, como si estuvieras hablando con ella, me ha dado a entender que eras una bruja.

—Tú también te comportas con mucha familiaridad con los dragones —le achacó Astrid muy seria—. Has tenido que ver o… sentir algo más para darte cuenta.

—Como ya te he dicho, no eres la primera bruja que pasa por aquí —insistió Valka—. Tenéis un lenguaje no verbal muy concreto y, aunque hablas el nórdico perfectamente, tiene un leve acento que me recuerdan a esas brujas, probablemente porque tu lengua materna sea la famosa lengua de las brujas, ¿me equivoco?

Astrid parecía muy contrariada por las observaciones de Valka e Hipo se vio obligado a intervenir.

—¿Qué brujas han pasado por aquí? —cuestionó Hipo—. ¿Qué asuntos tienes con ellas?

—Eso es cosa mía —respondió la mujer levantándose de su asiento—. Creo que debería preguntaros a vosotros dos qué hacéis aquí y por qué demonios no estáis en Isla Mema ahora. ¿De que estáis huyendo? ¿Sabe tu padre que mantienes una relación con esta bruja? No es que tenga nada en tu contra, Astrid, aunque apenas te conozco pareces un encanto; pero Estoico…

—¡Lo supo! —le cortó Hipo furioso—. ¡Fue nuestra última discusión antes de que lo mataran!

Astrid cogió de su muñeca para que se calmara, pero la apartó enseguida con una mueca de dolor. Su piel debía estar quemando de lo enfadado que estaba y apretó los puños para calmarse. Valka estaba pálida como el papel, con los ojos abiertos de par en par y la boca entreabierta, incapaz de pronunciar palabra.

—Estoico… ¿muerto? —tartamudeó la mujer—. ¿Cómo…? ¿Por qué?

Las lágrimas caían ahora por sus marcados pómulos y tuvo que sentarse de nuevo cuando se puso a hiperventilar. Aquello solo le enfureció más.

—¿Por qué demonios te importa? ¡No solo me abandonaste a mí, sino a él también! Papá estuvo de luto toda su vida por ti, pensando que te había fallado porque no consiguió cogerte cuando él —señaló a Asaltanubes rabioso—, te llevó consigo. ¡Así que no me vengas ahora con que sientes pena porque haya muerto!

De repente, Astrid se colocó delante de él y le dio un empujón hacia atrás. Hipo dio un traspiés que casi hizo que perdiera el equilibrio y miró a su novia sin entender por qué demonios había hecho eso.

—Sal de aquí, ¡ya! —le advirtió ella con voz envenenada.

—Astrid, esto no…

—Hipo o sales por el túnel o te tiro yo misma por el precipicio, tú eliges —le amenazó su novia con impaciencia.

El vikingo volvió a mirar a la mujer, quien ahora tenía la cara oculta entre sus manos y temblaba como una hoja. ¿Qué había hecho? Por mucho que la aborreciera, por mucho resentimiento que tuviera por lo que había hecho, Hipo no era nadie para lanzar una noticia como aquella sin tener un mínimo de sensibilidad. Sin embargo, su duda persistía dentro de su cabeza:

Si tanto lloraba por la pérdida de su marido, ¿por qué no volvió antes?

Antes de salir de la estancia con Desdentao, observó de reojo como Astrid se arrodillaba frente a Valka para darle consuelo. Hipo sintió inevitablemente su sangre hervir y su magia se encendió dentro de él, ofendida por lo que entendía que era una traición de su novia. Sintió un empujón a la altura de su zona lumbar. Desdentao parecía apurado por salir de allí lo antes posible, temeroso de que su ira pudiera írsele de su control. Se deslizó por el pasadizo para regresar de nuevo al nido e Hipo no estaba muy seguro de lo que debía hacer ahora. No podía —ni quería— marcharse de allí sin Astrid, aunque el posicionamiento que su novia había tomado respecto a Valka no era menos que injusta para con él.

Deberías recuperar el filtro que tenías antes, Hipo —comentó Desdentao preocupado a su espalda—. Nunca te he visto comportarte así con nadie, ni siquiera cuando te enfadabas con tu padre.

—Ella no es mi padre —dijo Hipo acercándose al borde del precipicio que daba hacia el lago—. Ella no es nadie para mí.

Focalizas toda tu ira hacia tu madre —le recriminó Desdentao colocándose a su lado—. Ni siquiera conoces los motivos por los que decidió quedarse aquí, Hipo.

—¿Para qué? —cuestionó el vikingo sentándose en el suelo—. Sólo sé que ella pudo volver y no lo hizo.

¿Cómo hacerlo? Tu madre descubrió exactamente lo mismo que tú, Hipo —le recordó Desdentao e Hipo le miró sin comprender—. Cuando nos conocimos nuestras especies eran enemigas, tú mismo intentaste matarme cuando me encontraste por primera vez en el bosque.

—Pero no lo hice —se defendió él desconcertado.

Por supuesto que no lo hiciste —concordó el Furia Nocturna—. Y tu madre tampoco. Ella descubrió la verdad, pero supongo que tenía demasiado miedo para contarla. Tú tampoco te sentiste capaz de hacerlo, ¿recuerdas? Llegaste a huir y todo.

Hipo frunció el ceño.

—Pero volví tan pronto nos topamos con el nido de la Muerte Roja —le recordó el vikingo—. Si regresé fue porque no podía ignorar el problema después de descubrir su origen. Hay una diferencia importante, Desdentao, yo quería acabar con la guerra, ella decidió exiliarse cuando podía haber solucionado todo mucho antes que yo.

¿Y por qué piensas que lo habría conseguido? Hasta donde yo sé, tu padre no titubeó en repudiarte cuando descubrió la verdad de nuestra amistad. Yo no sé mucho de humanos, pero creo que tu madre no hubiera acabado mejor que tú.

Hipo abrió la boca para salir en defensa de su padre, pero no le salieron las palabras. Era cierto que su padre solo cambió de parecer cuando, tras ignorar sus advertencias, vio con sus propios ojos a la Muerte Roja. Desconocía si Valka realmente conocía la verdad que había habido tras los ataques de los dragones, pero parecía lógico que tuviera miedo a regresar y que su familia la hubiera repudiado por ser simpatizante de los dragones.

Sin embargo, Hipo sentía que la espina de la traición de su madre le sangraba todavía.

Si su madre hubiera regresado, si su padre hubiera aceptado veintidós años antes que los dragones eran criaturas pacíficas y no bestias infernales… Todo habría sido diferente, ¿verdad? Él no habría perdido su pierna ni cargaría con las horrendas cicatrices de su espalda… Tal vez incluso no hubiera llegado a comprometerse forzadamente porque su madre hubiera salido en su defensa ante el Consejo.

La única duda que persistía en su mente es si hubiera conocido a Desdentao o incluso a Astrid si no se hubieran dado todo el curso de acontecimientos que lo habían llevado hasta allí.

—Hipo.

La voz severa de Astrid no le sobresaltó. Sabía que estaba furiosa con él, aunque Hipo no tenía ganas de ponerse a discutir con ella otra vez. Desdentao había planeado hasta donde Tormenta descansaba con los otros Nadders y parecía estar acomodándose para dormir a su lado.

—Hipo, por favor —la voz de su novia se suavizó de repente.

—Ya te he dicho que no quiero saber nada, Astrid —replicó él aún enfadado.

—No puedes huir de esto así como así.

Sintió sus dedos finos enredarse con sus mechones e Hipo sacudió la cabeza para que se apartara. Se sintió fatal por su gesto, pero estaba ciego por su propio enfado y sus sentimientos encontrados hacia Valka.

—Ella ha estado huyendo toda su vida —dijo él sin poder ocultar la ira en su voz.

Miró a su novia de reojo. Se había cambiado de túnica y ahora llevaba una suya color azul que le quedaba algo holgada. Al verla así vestida, cayó enseguida de que estaba reviviendo el sueño que había tenido hacía semanas cuando estuvieron en la granja.

—Hipo, por favor, míralo desde otro punto de vista, tenemos que saber que oculta para…

Hipo estaba harto de tener que ser él siempre el que tenía que verlo todo desde otra perspectiva.

—¡No!

Las plantas de su alrededor se prendieron fuego de repente y Astrid dio un paso hacia atrás claramente asustada. Hipo se sintió como un imbécil e hizo un gesto con su mano para apagar el fuego. Estudió el rostro de Astrid, cubierto por el rubor del cansancio y del estrés, y sus ojos nublados de enfado y preocupación por él.

Odiaba hacerla sentir así.

—A veces te comportas como un crío, Hipo —soltó Astrid con frialdad.

Vale, tal vez que ya no se sintiera tan mal después de ese comentario.

—¿Ah, sí? ¿Ahora te vas a poner de su parte? —le achacó él cerrando sus puños para aplacar a su magia que amenazaba con salir de nuevo.

La bruja puso los ojos en blanco.

—Yo siempre voy a estar de tu parte y, por si no lo sabes, eso también conlleva decirte cosas que no te gustan escuchar. Comprendo que estés furioso, pero así no vas a conseguir nada. No tenemos tiempo para esto, Hipo.

Por supuesto, pensó Hipo, cuando se trataba de él nunca había tiempo para contemplar sus sentimientos ni en comprender su postura.

—No tienes ni idea, Astrid. ¡Ni idea!

Hipo recordaba que en su visión no conseguía entender qué era lo que le había enfadado tanto como para siquiera gritarle a Astrid de aquella manera. En realidad, no tenía recuerdo de haber estado tan enfadado con ella desde que habían discutido al poco de huir de Isla Mema. Desde que su relación había estado a punto de quebrarse por sus problemas con el alcohol, Hipo y Astrid habían trabajado en moderar sus fuertes caracteres. Si discutían procuraban terminar la conversación reconciliados, cediendo a veces uno y otras veces la otra. Curiosamente, parecían que los roles entre ambos se habían intercambiado: Astrid había pasado de ser la que explotaba como una tormenta en verano a esforzarse en mantener su ira bajo control cuando la situación lo requería; Hipo, en cambio, había pasado de tener su carácter más moderado a introvertido a enfadarse y frustrarse con muchísima mayor facilidad y en actuar antes que en pensar. Ya no le era fácil contenerse, probablemente porque su magia tampoco se lo permitía hacerlo.

—Tienes razón, no tengo ni idea —dijo la bruja con voz rota a pesar de la templanza de su rostro. Hipo sintió un nudo en su garganta—, pero ella es el guardián que estábamos buscando y necesitamos saber qué es lo que oculta. Ya sabías que esto no iba a ser fácil, tú mismo lo predijiste.

—He visto esta misma conversación que estamos teniendo, Astrid, y nada iba a prepararme para esto. Nada. ¿Cómo coño se prepara uno para descubrir que su madre está viva y que decidió abandonarlo?

—Nada te prepara para los golpes que recibes en esta vida, Hipo —le recordó la bruja con tristeza—. Y, sin embargo, no estás valorando lo afortunado que eres por tenerla. Hace unas horas eras un huérfano sin nadie más en el mundo y ahora has recuperado a tu madre. Sus razones por no regresar a Isla Mema pueden estar o no justificadas, pero Valka también podría haber negado desde el principio que eres su hijo y, a pesar de haber sido un trozo de mierda con ella, no ha entrado en ningún momento a discutir contigo y ni siquiera ha cuestionado el desprecio que sientes hacia ella. Creo que Valka es más consciente que nadie de las consecuencias de sus propios actos.

—¿Y qué propones que haga entonces? ¡No puedo perdonarla así como así! —insistió él desesperado.

Astrid se sentó a su lado y cogió de su mano.

—No te estoy diciendo que la perdones, pero sí que le des una oportunidad —explicó su novia y apartó el pelo de su cara—. Eres una buena persona, Hipo. Sé que estás muy dolido y estás en tu derecho de sentirte así, pero la manera en que le has hecho saber a tu madre lo de Estoico ha sido de lo más horrible que te he visto hacer nunca.

Hipo se mordió el labio inferior, incapaz de ignorar la vergüenza que sentía hacia sí mismo en ese momento.

—Sin embargo, ella claramente se opone a lo nuestro… —empezó a decir débilmente Hipo, pero la bruja posó sus dedos contra sus labios.

—Tu madre está en su pleno derecho a tener reservas contra mi persona. Honestamente, yo también las tendría en su lugar y sabes muy bien que tu padre tampoco aprobaba lo nuestro. No soy precisamente una buena influencia ni el prototipo de mujer que fuera adecuada para el hijo de una familia honorable.

—Yo no tengo nada de honorable, Astrid —se excusó Hipo azorado.

—Bueno, a ver, no te pienses que me atraes únicamente por lo físico —comentó ella con una sonrisa socarrona—. Siempre me ha puesto muy cachonda cuando te ponías serio y empezabas a dar órdenes a tutiplén con esa porte tan regia y vikinga que tienes.

Hipo no pudo contener una carcajada.

—Es que todo esta vikinguez que tengo puede resultar muy abrumadora —Astrid rompió a reír también e Hipo apretó su mano para que le mirara—. No me importa lo que piensen los demás de lo nuestro, lo único que sé es que quiero pasar el resto de mi vida contigo y que tú eres el amor de mi vida.

Las mejillas de Astrid se cubrieron con un ligero rubor, pero no impidió que dibujara una sonrisa tan cálida como sus preciosos ojos del color del cielo en verano. Hipo se dejó besar por ella cuando cogió de su túnica para que se inclinara contra sus labios, aunque lo rompió antes de lo que le hubiera gustado.

—Tienes que disculparte con ella y dejar de ser un capullo.

Hipo suspiró frustrado y ocultó su rostro en su cuello.

—Está bien.

Astrid iba a decir algo cuando, de repente, un estruendoso rugido hizo que temblara toda la montaña. La pareja no cayó al vacío de puro milagro, aunque los dragones de su alrededor no parecieron inmutarse, y observaron que el lago del fondo del nido volvía a burbujear.

—Decías que mi madre podía ser el guardián del que nos habló Elea —susurró Hipo sin apartar sus ojos del lago.

—Hay algo oculto en ese lago —comentó la bruja sosteniéndose con fuerza a él—. Y creo que no se trata solo de la cosa que se esconde bajo esas aguas.

Compartieron una mirada y ambos supieron que no tenían otra más que bajar. Descendieron por la pendiente con cuidado de no caerse y Desdentao y Tormenta alzaron sus cabezas cuando los vieron dirigirse decididos hacia el lago.

¿Qué hacéis? —preguntó Tormenta alarmada—. ¿Sabe Valka que vais hacia allí?

Ni Hipo ni Astrid se detuvieron a responderla, pero Desdentao se unió a ellos, necesitado de saciar su curiosidad pese a que sus pasos eran tan temerosos como los suyos. Los dragones de su alrededor los observaban extrañados y reticentes y más de uno empezó a rugir, aunque ninguno dio muestras de querer atacarlos.

Brujas, brujas, brujas… —repetían una y otra vez.

Alfa, alfa, alfa —clamaban otros más nerviosos.

Cuando estaban cerca de la orilla, el suelo empezó a temblar y la criatura que se escondía en las agua salió. Hipo había visto dragones grandes, pero ninguno tan titánico como aquel, ni siquiera la Muerte Roja podía compararse a su tamaño. Se trataba de un dragón acuático, aunque tenía características comunes a los mamíferos. Su cuerpo estaba cubierto de escamas blancas y picos oscuros que formaban una cresta en su cabeza. Su boca no era parecida a la de ningún dragón que hubiera visto antes, poseyendo unos dientes pequeños en comparación a las dimensiones de su cuerpo y dos cuernos gigantescos salían desde sus comisuras. Sus ojos eran turquesas y los picos que poseía por encima le daban una expresión todavía más amenazante.

—¿Qué… qué clase de dragón es este? —preguntó Astrid en un susurro, sosteniendo su brazo con tanto vigor que le hacía daño.

—No… no lo sé —tartamudeó el vikingo sin atreverse a apartar sus ojos del dragón.

Vikingo, bruja y Furia Nocturna no se atrevieron a mover ni un solo pelo en el tiempo que la bestia los observaba en sepulcral silencio. Los rugidos de los dragones se habían silenciado y únicamente se escucha el sonido de las cascadas impactar contra las aguas del lago y sus propias respiraciones agitadas.

Largo tiempo ha desde nuestro último encuentro.

La voz del dragón sonaba tan fuerte que el primer impulso que tuvo fue taparse los oídos por miedo a que se reventaran. Astrid también parecía molesta por el volumen de su voz y Desdentao había agachado la cabeza intimidado.

—¿Quién eres? —preguntó Hipo.

El señor y rey protector de este lugar —respondió el dragón—. No poseo nombre humano ni lo deseo, joven Haddock.

—¿Me conoces? —cuestionó Hipo sorprendido.

Imposible no hacerlo, sé que vos salvasteis a muchos dragones de este lugar de la reina. Estoy profundamente agradecido por tal acto, joven. Sin lugar a duda, estáis a la altura de las expectativas.

—¿Expectativas? —dijo Astrid sin comprender—. Dices que hace tiempo de vuestro último encuentro, ¿quieres decir que has visto a Hipo de antes?

La voz de Astrid pareció captar la atención de la bestia. Posó sus ojos en ella con cierta curiosidad.

El aroma de vuestra magia es muy intenso, joven bruja —observó el dragón—. Poseeis un grandísimo poder que todavía está despertando dentro de vos. Más percibo mucho miedo e inseguridad, además de una peligrosa ira. Cuidad vuestras emociones, nunca es conveniente manejar la magia desde sentimientos tan negativos.

Astrid alzó las cejas sorprendida y probablemente ofendida por su enigmático comentario.

—No habéis respondido a la pregunta de Astrid —dijo Hipo replicando la formalidad del lenguaje del dragón—. ¿Cuando se han cruzado sus caminos antes?

No lo recordaréis, apenas erais un infante recién nacido cuando vuestra madre os trajo aquí.

—¿Cómo? —cuestionaron Hipo y Astrid a la vez sin entrar en su asombro.

¿Valka le había traído aquí siendo un bebé? Aquello no tenía ningún sentido. Todo el mundo le había esclarecido que la única persona que había sido secuestrada por dragones en Isla Mema había sido Valka y nadie había mencionado nada de que Asaltanubes le hubiera llevado consigo también. Por tanto, ¿cómo era posible que Hipo hubiera estado allí con su madre antes? Era imposible. No tenía ninguna lógica.

—¡Hipo!

Astrid le empujó hacia atrás cuando el Cortatormentas de Valka se avecinó sobre ellos, aterrizando a escasos metros de su ubicación. Valka saltó del dragón y se acercó turbada y claramente enfadada. Hipo intentó dirigirse de nuevo al dragón, pero éste volvió a sumergirse en el agua como si ya hubiera dado por zanjada la conversación.

—¡No podéis estar aquí! ¡Estáis importunando al alfa!

—Valka, espera… —intentó explicarse la bruja.

—¡El alfa es el protector de nuestro nido! —la cortó Valka colérica— ¡No podéis apareceros aquí para molestarle!

—¡Pues él bien que estaba dispuesto a hablar con nosotros hasta que has llegado! —exclamó Hipo en el mismo tono rabioso—. ¿O pensabas ocultarme que habías premeditado el venirte aquí desde el principio? Al parecer, me trajiste y todo, pero cambiaste de parecer, ¿no? ¡Por supuesto! Una vida en este paraíso es infinitamente más fácil sin tener que cargar con un bebé, ¿verdad?

Valka parecía muy contrariada por sus palabras y sintió la mano de Astrid en su hombro, suplicante porque parara en ese mismo instante. La mujer se volteó hacia el lago donde el alfa se había sumergido y observó que Valka se estaba esforzando en contener las lágrimas.

—No tienes ni idea de lo difícil que fue, Hipo —le aseguró ella—. Me fui porque no tuve otra opción.

—¡Claro que la tenías! Podías…

—¡No! —le cortó ella en un grito que hizo eco por toda la montaña y se llevó las manos a las sienes—. Yo era muy joven y estaba desesperada… ¡Desesperada! Estaba dispuesta a hacer lo que fuera con tal de salvarte.

Hipo sintió la sangre abandonar su cara. ¿Salvarle?

Tú jamás debiste nacer, Hipo Haddock. Tu nacimiento fue un mal augurio que terminó cumpliéndose.

Las palabras de Finn Hofferson se repetían una y otra vez en su cabeza. Él mismo había dicho que habiendo salvado su vida, otros habían pagado el precio por ella.

—Valka —dijo Astrid de repente—. ¿Qué es lo que pasó? ¿Qué tuviste que hacer para salvar a Hipo? ¿Acaso fue cuando nació?

Valka estaba muy alterada y abrumada por las preguntas de Astrid, casi como si la bruja hubiera abierto la caja de Pandora. La mujer respiró hondo y su expresión se tornó muy seria:

—Podéis quedaros esta noche, pero mañana debéis marcharos.

—¿Qué? —chilló Astrid incrédula—. ¿Vas a echarnos así sin más? ¡Todo el Archipiélago nos está buscando!

—Y yo tengo que proteger este lugar de aquellos que os buscan —musitó Valka con frialdad—. Podéis dormir donde os plazca, pero mañana os quiero fuera de aquí.

Se volteó hacia Asaltanubes, pero Hipo dio un paso enfrente.

—Yo también poseo magia.

Valka se detuvo en seco.

—Eso es imposible —dijo ella sin girarse—. Los hombres no pueden poseerla.

—Míralo por ti misma si no me crees.

Hipo encendió una llama en su mano y Valka se giró titubeante para llevarse horrorizada la mano a la boca.

—¿Cómo…? —murmuró ella—. No puede ser, no... —Valka acercó su mano a su llama, pero la apartó alarmada cuando sintió el intenso calor emanar de ella—. Esto es imposible.

—Valka, Hipo y yo tenemos nuestras almas vinculadas por consecuencia de una maldición que nos echó una bruja llamada Le Fey —explicó Astrid, aunque Valka no podía apartar la vista de llama de Hipo—. Al principio, pensé que el vínculo provocaba que Hipo robase mis poderes, pero… pareces comprender que su magia no es normal.

Valka no pareció reaccionar a las palabras de Astrid, por lo que Hipo decidió intervenir ésta vez.

—Astrid y yo nos encontramos con un dragón que se hacía llamar la Hidra de Lerna, una criatura más antigua que cualquier otra que exista en el Midgar, que estaba convencida de que yo jamás he sido humano —Valka alzó sus ojos hacia los suyos e Hipo tragó saliva antes de continuar—. Nací en circunstancias extraordinarias, ¿verdad? Se supone que yo nunca tenía que haber sobrevivido al parto, por no decir que igual ni siquiera tenía que haber nacido, ¿me equivoco? —las lágrimas caían ahora de los ojos de la mujer, incapaz siquiera de balbucear una sola palabra—. Finn Hofferson tenía razón entonces, hicistéis algo…

—¿Finn Hofferson? —Valka pronunció aquel nombre con voz muy tensa y los ojos nublados por el miedo—. ¿Qué te ha dicho ese hombre? ¡No puedes fiarte de lo que te diga nadie de esa familia! ¿Me oyes?

¿Qué? ¿A qué se refería con eso de no fiarse de esa familia?

—¿Por qué? ¿Por qué demonios no me aclaras nada entonces? ¡Merezco respuestas, joder! —gritó Hipo furioso.

Valka ahogó un sollozo y negó con la cabeza.

—No, no puedo, lo siento —insistió la mujer caminando hacia atrás—. Se supone que jamás deberías haber llegado a este punto, Hipo. Yo… lo siento —Asaltanubes extendió su ala para que pudiera escalar hasta su lomo—. Por favor, descansad, pero mañana antes del atardecer debéis estar lejos de aquí.

Hipo intentó detenerla, pero el Cortatormentas sacudió sus alas y la ráfaga de aire le tiró al suelo. Tanto Astrid como Desdentao acudieron a socorrerlo mientras Hipo observaba con impotencia como aquella mujer que se suponía que era su madre priorizaba sus secretos por encima incluso de él, su hijo, considerándole poco digno de recibir las respuestas que tanto anhelaba. Se llevó las manos a sus ojos, esforzándose en no venirse abajo, pero cuando Astrid le apretó con fuerza contra su pecho y acarició su cabello para calmar su tembloroso cuerpo, Hipo no pudo contenerse por más tiempo.

¿Cuántas veces había roto a llorar entre los brazos de Astrid? Le daba vergüenza admitir que habían sido demasiadas. Cuando era niño solían acusarle de ser excesivamente sensible; un llorón, como solía apuntar su primo Mocoso con maldad. Poseía un carácter que estaba muy mal visto en la sociedad vikinga, por lo que Hipo había aprendido a marchas forzadas a no mostrar sus verdaderos sentimientos a nadie, sobre todo a su padre. Con Desdentao, de alguna manera, la cosa había cambiado. Aunque antes del vínculo no habían podido intercambiar palabra, Hipo siempre se había sentido arropado por el Furia Nocturna cada vez que se veía superado o abrumado por sus propias emociones. Solía acurrucarse junto a él y le hacía carantoñas con la cabeza para animarle, cosa que solía funcionar casi siempre. En el caso de Astrid, era un consuelo distinto. La bruja siempre le abrazaba con fuerza y le daba el lujo de llorar sin tener que sentirse mal por ello. Nunca soltaba un «deja de llorar» o «cálmate de una vez», sencillamente le arropaba entre sus firmes brazos y le acariciaba el pelo hasta que se calmaba del todo.

—Lo siento —susurró ella angustiada—. Mereces algo mejor que esto. Lo siento.

Desdentao se había acurrucado a su lado y tenía su cabeza apoyada contra su hombro. Pasado un rato, Hipo se focalizó en acompasar su respiración, aliviado de que ya no le quedaran lágrimas que derramar. Rompió el abrazo con Astrid, aunque no soltó sus templadas manos, sintiéndose aliviado por el agradable cosquilleo del vínculo que unía sus almas como si fuese una sola. Hipo abrió la boca para disculparse por el numerito, pero Astrid se apresuró en besarle suavemente en los labios.

—Deja de pedir perdón por mostrarte vulnerable, para mí es una suerte que quieras hacerlo conmigo —miró hacia arriba, dónde se encontraba la caverna donde residía Valka—. ¿Por qué no dormimos por aquí? Durmiendo con Tormenta y con Desdentao no tenemos nada que temer.

Astrid le ayudó a levantarse y subieron la pendiente hasta donde se encontraba la Nadder. Tormenta parecía aliviada al verles de una pieza y bajó su cuerno a la espera de que Astrid se lo acariciara como acostumbraba hacer a modo de saludo. La bruja, sin embargo, se quedó quieta, con sus ojos clavados en la Nadder.

—¿De qué conoces a Valka, Tormenta?

Tormenta no parecía sorprendida por su pregunta.

La conozco de hace tiempo, mis crías han crecido en este lugar —explicó la Nadder.

—¿Crías?

Hipo observó los Nadders más jóvenes que dormían juntos a un lado. El color de las escamas de algunos de ellos coincidía claramente con los de Tormenta. Astrid alzó mucho las cejas cuando Hipo se los señaló.

—No sabía que eras madre —apuntó la bruja sorprendida.

Esta es mi segunda camada —comentó la Nadder con orgullo.

—¿Por qué te quedaste en Mema entonces? —cuestionó Astrid sin comprender—. ¿Por qué huiste con nosotros al continente?

Tormenta ladeó la cabeza sin entender muy bien su pregunta. Hipo conocía bien la razón por la que la Nadder no había vuelto con sus crías cuando tuvo la oportunidad de hacerlo.

—Los dragones no tienen el mismo apego por sus crías que los humanos —explicó Hipo a su novia—. Varía según la raza del dragón, pero tan pronto las crías se valen por sí mismas, las madres se desatienden de ellos.

Ellos han estado viviendo aquí todo este tiempo —explicó Tormenta—. He criado a mis dos camadas aquí y siempre he estado tranquila por mis crías porque este es un buen lugar en el que vivir.

Astrid se quedó muy callada, como si no estuviera muy segura de qué decir, hasta que de repente dijo:

—Cuando nos conocimos me dijiste que conocías a otra bruja como yo que vivía sola sin aquelarre —Tormenta parpadeó sorprendida e Hipo frunció el ceño—. Es imposible, pero tengo que preguntarlo: ¿esa bruja es Valka?

El silencio de la Nadder los alarmó a ambos por un instante, aunque Tormenta terminó diciendo:

Valka es una persona muy singular y especial. Sin duda, tiene un don para tratar con nosotros.

—No has respondido a mi pregunta, Tormenta —le recriminó Astrid con severidad.

Es que no entiendo por qué me tienes que hacer a mí esa pregunta, Astrid —replicó Tormenta molesta—. No voy a hablar de Valka a sus espaldas ni a contestar una sola pregunta que no me corresponde a mí responder. Soy tan fiel a ella como lo soy a ti.

Astrid quiso replicar, pero Hipo posó su mano en su hombro para que se detuviera. Astrid y Tormenta compartían una amistad muy íntima y cercana y no deseaba que se generase un conflicto entre ellas por culpa suya y la de Valka. Se tumbaron sobre la hierba, tras una roca para ocultarse de la vista de otros dragones y a una distancia prudencial de la Nadder para que ésta también tuviera su propio espacio. Desdentao se tumbó no muy lejos de ellos y cayó rendido al cansancio enseguida, al igual que Tormenta, pero Hipo y Astrid se quedaron despiertos un rato más, pegados el uno de la otra y hablándose en susurros en la lengua de las brujas.

—¿Por qué le has preguntado a Tormenta si Valka es una bruja? —terminó preguntando Hipo con inevitable incertidumbre.

Astrid suspiró.

—No creo que lo sea, pero tu madre no es la única que tiene ojo avizor —explicó la bruja—. ¿Te has dado cuenta que el Cortatormentas no ha abierto la boca desde que hemos llegado aquí?

—Tal vez sea porque es tímido —comentó Hipo sin comprender.

—O tal vez no se atrevía dirigirse a Valka porque sabía que yo sí era una bruja —replicó Astrid—. De igual forma, ha sido una pregunta estúpida, tu madre no puede ser una bruja. Nosotras no podemos concebir, ¿recuerdas?

Hipo asintió resignado.

—Aún así —continuó Astrid—, hay algo oculto en ese lago que Valka no quiere que descubramos.

—¿Crees de verdad que ella es el guardián? —cuestionó Hipo preocupado.

—Elea nos dijo que para ganar esta guerra tendríamos que descubrir qué es lo que ocultaba el guardián —explicó Astrid—. Tu madre está llena de secretos y no creo que sea casualidad que el alfa de este nido se encuentre en ese lago.

La bruja soltó un sonoro bostezo.

—Será mejor que durmamos, mañana hablaremos más tranquilos de esto —propuso Hipo.

—Más te vale que duermas tú también —le advirtió estrechando los ojos.

—Tampoco es que tenga nada mejor que hacer —se defendió Hipo con una sonrisa cansada y empujó su cuerpo contra el suyo—. Tengo la sensación que esta va a ser la última noche que podamos dormir de tirón en mucho tiempo.

Astrid no respondió porque ya se había quedado dormida. Hipo cerró los ojos y no mucho tiempo después cayó preso del agotamiento. Tuvo varios sueños inconexos y de esos que no tenían ningún sentido hasta que, de repente, empezaron las visiones. Volvió a tener la visión de Drago torturando a Desdentao mientras le tenía encadenado; aunque poco después las premoniciones volvían a emborronarse para escuchar un grito agónico que tenía poco de humano, una risa que le era horríficamente familiar y Astrid con voz susurrante suplicándole una y otra vez:

—Prométemelo, Hipo. Prométeme que…

Hipo intentaba por todos los medios alcanzarla, pero no podía verla. Sólo escuchaba los jadeos de dolor y cansancio de su amada, como si se estuviera en cama y al borde de la muerte. De repente, otra vez escuchó esa voz con ese tono impaciente y de reproche propio de una adolescente que ya había escuchado en otras visiones:

—¿Cuándo te darás cuenta que el listón que has puesto es tan alto que es imposible alcanzarte?

El vikingo quería saber quién era ella, pero de repente sintió que una ráfaga de aire le empujaba hacia atrás para hacerle caer al suelo. Abrió los ojos y ésta sus ojos podían enfocar a la perfección. Lo primero que vio fue la luna llena iluminando un lugar en el que él ya había estado muchas veces antes:

La isla de los Marginados.

Se levantó extrañado, preguntándose qué hacía allí; cuando, de repente, escuchó un cuerno sonar desde una de las torres vigías.

—¡Nos atacan! ¡El ejército de la reina nos ataca!

Al poco tiempo, un montón de gente salió de las casas. Estaban aterrorizados y algunos corrían hacia la montaña, probablemente para esconderse en la red de túneles que los Marginados tenían bajo la aldea, mientras que otros muchos se fueron a coger sus armas de sus casas y de la herrería. Hipo visualizó a Alvin salir de su casa claramente furioso y bramando órdenes a su gente mientras terminaba de colocarse las hombreras de su armadura.

—¡Bloquead la playa! ¡No dejéis que desembarquen! —gritó el Marginado a pleno pulmón—. ¡Destruid el embarcadero también! ¡Todo aquel que no pueda luchar que coja a los niños y a los túneles!

—¡Jefe! ¡Vienen con dragones! —gritó otro vigía.

Alvin escupió al suelo y gritó al aire.

—¡Que alguien avise a los Jinetes que se acabaron los trucos de magia! ¡Los necesito en el cielo en menos de cinco minutos! ¡Vamos!

De repente, una bola de fuego saltó por encima del muro que protegía la aldea de los Marginados e impactó contra un conjunto de casas que se encontraba al este. Hipo sintió que el corazón se le subía hasta la garganta. Aquella estrategia de ataque pertenecía al clan de los Cabezas Cuadradas, así que Thuggory debía estar encabezando la acometida. El vikingo intentó captar la atención de Alvin para advertirle, pero el Jefe de los Marginados atravesó su cuerpo como si de un fantasma se tratase. Frustrado, Hipo trotó en dirección a los establos mientras la tribu de Thuggory seguía destruyendo la aldea con sus catapultas. La gente corría de un lado a otro, desesperada por huir de las bolas de fuego y de los dragones que se precipitaban contra ellos desde el cielo.

¿Por qué?

¿Por qué Thuggory estaba siendo partícipe de todo esto?

Él había sido un gran líder.

El mejor aliado.

Y su amigo.

Hipo quería pensar que Le Fey le había nublado su mente con su magia, como había hecho antes con muchos otros. Nadie en su sano juicio serviría a alguien tan vil y tan cruel, era sencillamente imposible.

Un Cremallerus salió escopetado del establo e Hipo se quedó sin aire al ver a Chusco y a Mocoso montados sobre él. Una breve excitación sacudió su cuerpo, ¡estaban vivos! ¿Aunque qué hacía Mocoso montado sobre Vómito? Hipo entró en el establo preocupado y se topó con Camicazi discutiendo con una chica con un pañuelo en su cabeza que le era extrañamente familiar, aunque no logró adivinar de qué.

—¿De qué sirve tu magia de mierda si no puedes ayudarnos?

—¡No lo entiendes, Camicazi! —chilló la chica del pañuelo—. ¡Me matará si me encuentra aquí con vosotros!

—¡Mejor morir luchando que como una cobarde!

De repente, Hipo escuchó un estruendo a su espalda. Una de las bolas de fuego de las catapultas de Thuggory había impactado contra el tejado del establo y había caído a escasos metros de las dos mujeres. El fuego se expandió rápidamente por el techo de paja y los establos, generando el pánico entre los dragones y jinetes que todavía seguían dentro.

—¡¿Qué coño hacéis vosotras dos todavía aquí dentro?!

Brusca Thorston había aparecido de la nada a su lado, más flaca y demacrada que nunca, aunque sus ojos brillaban ansiosos y rabiosos.

—¡No es hora de que perdáis el tiempo con vuestros líos de coños! —recriminó la vikinga a las dos mujeres—. ¡Tenemos a toda la puta flota de Thuggory a punto de desembarcar de la isla y ya han avistado brujas llegando por el oeste! ¡Hay que evacuar la isla ya!

Ambas mujeres se levantaron a toda prisa. Camicazi montó sobre su Nadder, Tifón, mientras que la otra salió a toda prisa del establo hacia donde solo Odín podía saber. Hipo decidió seguir a Brusca, ansioso porque en lugar de huir al exterior corriera hacia dentro del establo. Pronto cayó que las intenciones de la vikinga eran las de liberar a todos los dragones que no podían salir de los establos por sus propios medios. A medida que avanzaba, más se ponía a toser e Hipo observó nervioso que el techo iba a caerse en cualquier momento. Intentó ayudarla por todos los medios, pero sus dedos traspasaban los cerrojos de las puertas de los establos como el fantasma del pasado que era en ese momento. Hipo maldijo que Alvin hubiera desoído en su día su petición de retirar aquellas verjas precisamente para evitar situaciones como aquella. Brusca sacó un pañuelo de su bolsillo y se tapó la boca y la nariz para continuar con su tarea. La vikinga sudaba a mares y sus manos, vendadas por algún motivo, apenas podían soportar el calor del metal a causa del fuego. Hipo intentó por todos los medios que le escuchara, suplicándole que se largara de allí, pero Brusca parecía empeñada en que no marcharse hasta asegurarse de que todos los dragones estuvieran libres. Nunca, en toda su vida, hubiera pensado que estaría tan orgulloso de un gemelo Thorston, pero así era.

—¡Brusca!

Hipo se detuvo en seco, no muy seguro que la voz que acababa de escuchar fuera real. Aquel sería el típico momento en el que su visión terminaría y se quedaría con la incertidumbre de saber si lo que había visto u oído era real, pero aquel no fue el caso. Se volteó con lentitud y entre el fuego y el humo, Hipo vio a alguien que jamás pensó que volvería a ver en esta vida. Estaba algo más delgado y demacrado de la última vez que le había visto; la barba la tenía algo más corta y más repleta de canas, pero aún estando en lo que parecía ser el mismísimo Helheim, Estoico Haddock apenas había cambiado desde la última vez que le vio. Seguía siendo inmenso y seguía siendo su padre, aunque su mirada segura y furiosa estaba sustituida por el terror y la ansiedad.

Hipo no entendía nada.

Se suponía que su padre estaba muerto.

Le había mostrado la trenza de su barba. Nadie corta la barba de su padre sin morir en el intento o disponer únicamente de su cabeza.

Sin embargo, estaba seguro de que estaba teniendo una premonición, a esas alturas ya sabía diferenciarlos de sus sueños más comunes.

Su padre estaba allí, con Brusca y en la Isla de los Marginados.

Hipo cayó sobre sus rodillas, conmocionado y sin poder apartar los ojos de su padre quién corría hacia él o, más bien, hacia Brusca.

Estaba vivo.

Vivo.

—¿Cuándo demonios vas a obedecerme a la primera? ¡Te dije que fueras a los túneles con los demás!

—¡No pienso quedarme atrás mientras los demás os jugáis el cuello por defender este lugar! —chilló Brusca—. ¡Yo también soy una Jinete de Mema!

—¡No me sirves de nada muerta, Brusca! —le reprendió Estoico furioso—. ¡Este lugar va venirse abajo en cualquier momento!

—¡Entonces demuestra que eres el padre de tu hijo y ayúdame a liberar a los dragones que quedan!

Hipo habría dado lo que fuera por ayudarles. ¡Lo que fuera! En otras circunstancias, su padre habría cogido a Brusca y la habría sacado de allí cargada en su hombro, pero las palabras de la vikinga habían calado lo suficiente a Estoico Haddock para que no titubease en echarle una mano. Cargado con su martillo, reventó las cerraduras del resto de las establos y los pocos dragones que quedaban allí salieron a toda prisa. Hipo observó aterrorizado como su padre no paraba de toser por el humo a pesar de haberse cubierto la boca como Brusca. La vikinga se veía débil y parecía que iba a desmayarse en cualquier momento por el calor y el exceso de humo en sus pulmones.

—¡Salid ya, por favor! —les suplicó Hipo desesperado, pero ninguno reaccionó a su voz.

Estoico consiguió alcanzar a Brusca, pero entonces se escuchó un fuerte crujido que hizo que los tres miraran hacia arriba. Hipo se despertó de la visión justo cuando el techo ardiente se les iba a caer encima. Se incorporó con violencia, hiperventilando y con la túnica empapada por el sudor. Por un segundo, pensó angustiado que la visión desaparecería de su mente como ya había pasado en ocasiones anteriores, pero ésta vez era diferente.

Aquella premonición la tenía grabada en sus retinas.

Su padre estaba vivo.

Estaba en la Isla de los Marginados.

Con Brusca, Mocoso, Chusco y Camicazi.

Y Thuggory iba a atacarlos en una noche de luna llena. ¿Cuándo era la siguiente? Astrid solía ser la que se fijaba en esas cosas, no él.

—¿Hipo? ¿Estás bien?

El vikingo se giró hacia su novia quién se había incorporado somnolienta, aunque preocupada, por su estado. Hipo intentó calmarse por todos los medios, necesitaba poner en orden sus pensamientos. pero no podía parar de reproducir la imagen de su padre y Brusca una y otra vez.

Estaba vivo. ¡Vivo!

—Hipo, me estás asustando, ¿qué pasa?

—¿Cuándo es la próxima luna llena? —preguntó Hipo incapaz de encontrar el temblor en su voz.

Astrid ladeó la cabeza sin comprender.

—Esta noche, ¿por qué?

Hipo palideció ante su respuesta. Se levantó de un salto y corrió hacia Desdentao para despertarle.

—Hipo, ¿quieres decirme qué te pasa?

—Tenemos que irnos ahora mismo.

—¿Qué? ¿Adónde? —dijo ella—. ¡Apenas acaba de amanecer y no habremos dormido más de dos horas!

Desdentao entreabrió sus ojos a regañadientes y rumiando obscenidades que ni el propio Hipo entendió. Se quitó la túnica sudada y cogió de su equipaje una limpia; aunque, de repente, la bruja se lo arrancó de las manos.

—No voy a moverme hasta que me digas qué has visto y qué quieres evitar —le reprendió ella con impaciencia.

Hipo respiró hondo. Le dolía el pecho de lo fuerte que latía su corazón y le pitaban todavía los oídos a causa de las explosiones de su visión.

—Thuggory va atacar la Isla de los Marginados esta noche —resumió Hipo en pocas palabras—. Voy a evitar que maten a mi padre una segunda vez; así que como comprenderás, no voy a entrar en discusión de si vamos a ir o no. Abrígate mientras te preparo la montura de Tormenta, salimos en diez minutos.

Xx.

Brusca Thorston era una mujer que contaba con más virtudes de las que ella misma podía apreciar.

Sin embargo, mantener la calma no era una de ellas.

Cuando por fin llegó el día en el que Heather iba a realizar el hechizo que encontraría a Hipo y a Astrid, Brusca se había levantado con un nudo en el estómago y con unas ojeras demasiado marcadas debido a la falta del sueño. La vikinga había sido incapaz de dormir varias horas seguidas en los últimos días, ya no solo por los nervios ante la posibilidad de que tal vez pronto volvería a ver a Astrid, sino también por Mocoso. Brusca no paraba de reprenderse a sí misma por tener la boca tan grande y el haberle contado tan a la ligera lo del aborto. El enfado de Mocoso había sido tan monumental y desagradable que a Brusca le entraban nauseas cada vez que recordaba aquella conversación tan desagradable en la que el vikingo la había llamado prácticamente de todo.

—¡¿Por qué hiciste algo tan horrible?! —gritó Mocoso mientras se ataba el pantalón con las manos temblorosas—. ¡Es antinatural el no querer a los hijos!

—¡Claro, porque tú habrías estado encantado de tener un bastardo tuyo pululando por la aldea! —le recriminó Brusca colérica.

—¡Ni siquiera me preguntaste mi opinión! —insistió Mocoso rabioso—. ¿Qué pasa si yo hubiera querido este bebé, Brusca?

—Tu opinión jamás habría importado en esta historia —le recordó la vikinga—. Hablamos de mi cuerpo. Nadie salvo yo tiene derecho a decidir lo que hacer con él y olvidas que este bebé jamás habría afectado a tu posición. Todo el mundo te hubiera dado palmaditas en la espalda a la vez que hubieran dicho «¡mirad a Mocoso! ¡cómo sabe acertar en la diana, el muy cabrón!». ¿Sabes qué dirían de mí? Que soy una puta por acostarme contigo, que solo habría tenido al bebé para echar la soga a tu cuello y forzarte a que te casaras conmigo, cosa que por cierto jamás habría sucedido porque tu familia no hubiera soportado que te relacionaras con alguien de mi clase.

—¡Eso es mentira! Mi padre también era un bastardo, ¿recuerdas?

La vena de la frente de Mocoso se había hinchado, dándole un aspecto más ridículo del que ya tenía, pero Brusca estaba tan enfadada que ya todo le daba igual.

—Tu abuelo adoptó a tu padre porque quería estar con tu abuela y, hasta donde yo sé, el revuelo que se armó por el lío de tus abuelos más bien benefició a tu familia —le recordó Brusca.

—¿Y no se te ha podido pasar por esa cabezota que tienes que yo quería estar contigo? —escupió Mocoso dando un paso al frente e invadiendo su espacio personal, casi como si quisiera abalanzarse sobre ella—. ¿O estabas tan enfocada en hacerte la víctima que decidiste quitarte a mi hijo de en medio sin ni siquiera decírmelo?

Brusca le dio tal bofetada que Mocoso dio un traspiés hacia atrás, con la mano puesta en su mejilla ahora enrojecida.

—Tú jamás has querido estar conmigo. ¡Jamás! —chilló Brusca cabreada consigo misma por las lágrimas que caían de sus ojos—. ¡Para ti siempre he sido un folleteo fácil y morboso! ¡Una con la que practicar y desahogarte hasta que te encontraran a la mujer adecuada con la que casarte! ¡Si ni siquiera mostraste interés por mí hasta que te dije que ya no quería follar más contigo! ¿Y me vienes ahora con esa patraña de que me quieres? —Mocoso abrió la boca para defenderse, pero Brusca no le dejó hablar—. No me arrepiento de haberme quitado a ese bebé de en medio. Y no, Mocoso, no te quiero. Te aprecio como amigo y…

—Los amigos no follan, Brusca.

—Hipo y Astrid no dirían…

—¡Me la sudan Hipo y Astrid! —gritó Mocoso—. ¡Todo esto empezó precisamente por ellos! ¡Vives obsesionada con encontrar a la puta Astrid y voy y me entero que no solo es la causante de todo este embrollo con esa bruja, de la muerte de mi padre y de que ahora no tengamos un hogar, sino que además te ayudó a matar a mi hijo!

Brusca puso los ojos en blanco.

—No quieres entender una mierda —le recriminó asqueada.

—No, no lo entiendo. Yo no mato a vidas inocentes —escupió el vikingo y Brusca sintió su comentario como una puñalada en su estómago—. Eres una egoísta de mierda.

Ésta vez, Brusca le brindó una patada en los testículos. Mocoso cayó sobre sus rodillas y se hizo un ovillo sobre el suelo paja mientras gemía de dolor. La vikinga pensó que no podía ser más patético.

—No pienso gastar más tiempo y saliva contigo, Mocoso. ¿Te piensas que tras toda la mierda que hemos pasado me va a importar lo que tú pienses de mí? Hice que lo tuve que hacer para salvar la reputación de mi familia y la poca que me queda a mí que tengo. Así que… que te den, honestamente. Yo no estoy aquí para escuchar tu mierda de sentimientos cuando tú jamás te has preocupado por los míos.

Brusca salió del nicho dando grandes zancadas, rezando por que a Mocoso no le diera por seguirla y montar el numerito delante de la gente de la isla. Pensó en regresar a su cuarto, pero no le apetecía tener un encontronazo con Heather y Camicazi en caso de estar allí, así que caminó hasta los túneles que llevaban a las celdas donde se encontraban sus padres y se sorprendió topándose con Chusco allí. Su hermano, en cambio, hizo un gesto con la mano para que no hiciera ningún ruido. Brusca se acercó de puntillas y observó que sus padres estaban profundamente dormidos en sus respectivas celdas.

—Si no lo piensas, parece que son los de siempre —comentó su hermano en un susurro.

—Mamá sigue babeando en la almohada, luego nos dice a nosotros —se mofó Brusca con ternura—. Mañana le buscaré otra.

Chusco asintió y ambos hermanos se quedaron un rato en silencio observando a sus padres. Brusca arrastró los pies por aquel pasillo hasta que se encontró con la celda de Patapez, quien roncaba como un Gronkle sobre su camastro.

—Le han dado láudano para que se quede dormido por unas horas —susurró su hermano de repente a su lado—. Al parecer, se ha puesto muy violento cuando ha recuperado la consciencia y han visto conveniente dejarlo fuera de juego para no alterar al resto.

La vikinga observó a su amigo con impotencia. Patapez siempre había sido un buen tío, un poco raro y quisquilloso, pero buena gente después de todo. Le resultaba tan extraño que Patapez, de entre todas las personas que conocía, fuera agresivo cuando siempre había contado con una naturaleza pacífica y sosegada. Aunque, pensándolo fríamente, puede que fuera precisamente por eso por lo que hubiera caído con tanta facilidad bajo la red mágica de Le Fey.

Chusco le preguntó si quería que dieran una vuelta para matar el tiempo dado que ninguno de los dos daban muestras de quererse ir a dormir, aún habiendo estado toda la noche en vela por su aventura casi suicida en Isla Mema. Curiosamente, Brusca se asombró a sí misma diciendo que sí, queriendo disfrutar de la compañía de su hermano; así que, tras dar un último vistazo a sus padres, caminaron mano a mano hasta el exterior para gozar de las primeras luces de la mañana. Se acercaron hasta la playa y ambos hermanos se descalzaron para disfrutar del agua salada rozando sus callosos pies. Estuvieron otro rato sin intercambiar palabra, con sus miradas perdidas en el horizonte, hasta que Chusco preguntó:

—¿Se ha confesado Mocoso?

Brusca metió sus dedos en la arena.

—Desgraciadamente.

Chusco chasqueó la lengua.

—Mira que le dije que no era buena idea hacerlo.

La vikinga frunció el ceño.

—¿Por qué te diría a ti nada sobre lo que siente por mí? —cuestionó con recelo.

—Las mujeres no sois las únicas que habláis de sentimientos, a Mocoso le gusta hacerlo más de la cuenta —contestó su hermano y se arrodilló para hacer una montaña de arena con sus manos—. Le advertí que éste no era el mejor momento para hacerlo, pero ya sabes que Mocoso a veces es un poco…

—¿Gilipollas?

—Iba a decir egocéntrico, pero supongo que eso también vale —se mofó Chusco

Brusca imitó la postura de su gemelo y le ayudó a amontonar arena para construir un fuerte como cuando eran pequeños.

—¿Cómo sabías que no era el momento? —preguntó ella.

—Porque claramente no te sientes cómoda en su presencia —explicó su gemelo concentrado en alisar la superficie del montículo con sus manos—. Nunca me ha gustado que te pusiera ojitos, pero creo que es evidente que aquí ha habido sexo de por medio, ¿me equivoco?

—Chusco…

—No te lo estoy preguntando a malas, Brusca —su hermano alzó la mirada muy serio—. Lo que hagas o dejes hacer es asunto tuyo, pero lo de Mocoso parecía algo más que un capricho, así que me he imaginado que habrá habido algo más que besuqueos.

Brusca se humedeció las manos para dar forma a la arena.

—Nos acostamos varias veces —explicó la vikinga sin querer entrar en detalles—. Pasado un tiempo, me harté de él y le dejé.

Chusco apelmazó la arena contra el suelo mientras Brusca empezaba a hacer los detalles con un trozo de rama.

—Durante un tiempo pensé que estarías líada con Astrid —comentó su hermano y Brusca alzó las cejas—. ¿Qué?

—Ella es mi mejor amiga —respondió Brusca ofendida.

—Una cosa no hubiera quitado la otra.

Brusca arrugó la nariz.

—Creeme, Astrid solo tiene ojos para Hipo y, además, sería raro —sintió un escalofrío sacudir su columna—. Pensarlo es casi tan chungo como imaginarme que tú y yo nos besáramos.

Chusco hizo una mueca de asco y Brusca le imitó, aunque ambos terminaron riéndose.

—Astrid solo es mi amiga, me ayudo mucho con lo de… —Brusca se quedó callada, ¿pensaría Chusco lo mismo que Mocoso respecto al aborto?

Su gemelo carraspeó para llenar su repentino silencio.

—Después del Festival del Deshielo te noté muy rara, no parecías tú misma —comentó Chusco concentrado en hacer otro montículo de arena y Brusca le observó en silencio con un desagradable nudo en su estómago—. Crees que no me doy cuenta de las cosas, pero sí que lo hago. Tú y yo no compartimos útero por nada, te conozco casi tan bien como me conozco a mí mismo.

—Pues parece mentira dada tu actitud conmigo últimamente —le advirtió Brusca malhumorada—. Te aliaste con Mocoso para drogarte y actuar en mi contra, os esforzasteis pero bien para oponeros a cualquier cosa que saliera de mi boca.

—Hasta ayer —le recordó su hermano con acritud.

—Hasta ayer —concordó ella irritada—, pero una simple acción no compensa todo lo demás, Chusco. Creo que no eres consciente de lo sola que me he sentido y del daño que me habéis hecho.

—Bueno, tú tampoco lo has puesto precisamente fácil, Brusca —replicó su hermano sin tono de reproche—. Casi parecía que había que pedirte perdón porque los demás no fuéramos Astrid.

Brusca abrió la boca para contradecir a su gemelo, pero la cerró al instante, consciente que eso no podía discutírselo. Hacía un tiempo que tenía claro que su obsesión por encontrar a Astrid y a Hipo le había aislado más que otra cosa. Camicazi había sido de la opinión de valerse mejor por sí mismos que por dos que no querían ser encontrados; Mocoso no quería ni oír hablar del asunto y por parte de Heather y de su hermano había habido más indiferencia que otra cosa. El único que parecía compartir su entusiasmo había sido Estoico y no era precisamente alguien con el que Brusca se codeara a menudo. El Jefe se había vuelto una persona más bien reservada; por lo general, sólo trataba con Alvin, algunos de sus soldados y con las pocas personas de Isla Mema que vivían ahora allí. Sin embargo, era habitual ver a Estoico pasear solo por los alrededores de la isla, con la mente perdida en su océano de memorias.

Chusco colocó una piedra y un trozo de hoja comida por gusanos sobre el fuerte de arena y lo observó con cierto orgullo. Brusca sonrió, sabía muy bien lo que venía a continuación y aquella era indudablemente su parte favorita. Ambos hermanos destruyeron el fuerte de arena con saña y a carcajada limpia, asegurándose de que no quedara rastro del mismo. Tal había sido su entusiasmo que ambos terminaron tumbados en la arena y jadeantes, incapaces de dejar de reír.

Brusca observó a su hermano. Lo echaba en falta, no podía negarlo. Ambos eran la mitad de un todo y, aunque los años habían demostrado que no podían ser más diferentes, Brusca no podía concebir una vida sin Chusco.

—¿Crees que el hechizo ese funcionará? —preguntó su gemelo de repente.

—Más vale —respondió Brusca—. Heather sabe que este hechizo es lo único que va a garantizar su seguridad, así que no creo que sea tan tonta como para no ejecutarlo bien.

—Tiene que ser guay eso de hacer magia —comentó Chusco—, me pregunto qué habrá que hacer para poseerla.

Brusca pensó en la mancha de nacimiento que tenía escondida en la cara interna de su muslo izquierdo. Le Fey le había dicho que ella había sido marcada por Freyja, pero al parecer sus aspiraciones y capacidades mágicas habían sido tan reducidas que ni siquiera la habían considerado apta para entrar en un aquelarre. Estaba claro que Brusca Thorston había nacido para ser mediocre e invisible a ojos del mundo, aunque podía presumir que se le daba bastante bien.

Regresaron al Gran Salón para comer algo y lo primero que le llamó la atención fue que Heather y Camicazi se habían sentado separadas, como si lo sucedido un par de horas antes en su dormitorio no hubiera tenido nada que ver con ellas. Chusco se separó de ella tan pronto vio a Mocoso en la cola de la comida. Para evitar escenitas y tensiones innecesarias, Brusca decidió esperar a que ambos cogieran sus raciones antes de buscar ella la suya. Se sentó justo enfrente de Heather, quién parecía enfrascada en un libro que reconoció como uno de los cuadernos de dibujo de Hipo.

—¿De dónde has sacado eso? —preguntó Brusca extrañada.

—Estoico me lo dio —respondió ella sin apartar la vista de la páginas que estaba estudiando.

—¿Así sin más? —cuestionó la vikinga extrañada.

Heather alzó la mirada por encima del cuaderno.

—Me es más fácil realizar el hechizo cuando sé a quién busco —explicó la bruja—. Lo sé todo sobre Astrid, pero apenas conozco a Hipo.

—Podrías hablar con Estoico.

Heather chasqueó la lengua.

—Paso de escuchar discursos lacrimógenos de un padre que echa en falta a su hijo —replicó la bruja—. Además, me parece mucho más interesante el contenido de este cuaderno. Hipo es en plan… muy listo, ¿no?

—A veces demasiado —concordó Brusca limpiando con sus dedos las migajas de la mesa.

—Nunca he visto unos planos y unos dibujos tan complicados —comentó Heather impresionada—. Por no mencionar que sus retratos son una pasada, quién iba a decir que Astrid podría verse guapa cuando siempre ha tenido cara de acelga.

Brusca dibujó una sonrisa maliciosa.

—¿En envidia lo que suena en tu voz, Heather?

La bruja le lanzó una mirada de circunstancias.

—Por favor —replicó Heather sin poder ocultar su fastidio.

Heather siguió ensimismada con los cuadernos de Hipo y, a la vista de que la bruja no parecía muy predispuesta a tener una conversación más larga en la que pudiera preguntarle sobre su lío con la bog-burglar, fue a buscar su ración de comida. No pudo contener una mueca de asco cuando le dieron un bol lleno de las insulsas gachas que los Marginados servían como costumbre para desayunar y a veces incluso para cenar. Se sintió tentada en tirarlas, pero Brusca era consciente del enorme esfuerzo que los Marginados estaban invirtiendo para alimentar a toda su población y a los refugiados, así que volvió a su sitio resignada a comer aquella bazofia. No obstante, las gachas pasaron a un segundo plano cuando se encontró a una Camicazi muy seria sentada justo enfrente de Heather, aunque la bruja no le parecía estar prestando especial atención.

Brusca quiso dar la vuelta y marcharse a otro lado, pero Heather insistió que se sentara con ellas tan pronto se percató de su presencia, sugerencia que a Camicazi no pareció gustarle nada. La vikinga se sentó a una distancia prudente de ambas mujeres, muy incómoda por la tensión existente entre ellas. Era evidente que había pasado algo, ¿pero qué? Por su lenguaje no verbal, estaba claro que Camicazi quería hablar de algo de lo que Heather no parecía dispuesta a discutir. Brusca no dudó que su encuentro la noche anterior tenía mucho que ver al respecto y, aunque se moría de ganas de saber más sobre el asunto, sabía que aquel no era el mejor momento para meterse en un territorio tan pantanoso, más sabiendo que Heather aplicaría el hechizo de búsqueda en tres días.

Más les valía tener a la bruja contenta por un tiempo.

La espera a que llegara la noche de luna llena se le hizo eterna. Brusca canalizó su nerviosismo en tareas simples como coser, alimentar los dragones o incluso en preparar esterillas para los refugiados que llegaban cada día huyendo de la tiranía de Le Fey o de las inspecciones de Drago. Evitaba estar en el mismo lugar que Mocoso, aunque cuando coincidían era una situación tan violenta que, al final, uno de los dos buscaba cualquier excusa con tal de no tener que soportar la presencia del otro.

—¿Ha ocurrido algo entre vosotros dos? —preguntó Estoico discretamente una mañana.

Aquel era el día en el que Heather iba aplicar el hechizo. Brusca estaba sentada en una esquina del Gran Salón donde algunas mujeres, además de ella, se dedicaban a la labor de fabricar esterillas con mimbre. Brusca tenía las manos reventadas por el esfuerzo y de las heridas que no paraban de abrirse cada vez que se ponía con dicha labor. Se vendaba las manos todas las mañanas y para la hora de comer tenía que cambiarse el vendaje sucio por la sangre. Estoico le había dicho más de una vez que no necesitaba hacer ese tipo de tareas, pero, para Brusca, aquella era la actividad que más le entretenía con diferencia.

Estoico se sentó a su lado y puso un bol humeante de sopa de pollo que hizo que las tripas de Brusca rugieran, aunque la vikinga no paró su tarea, enfocando toda su ansiedad en unir los trozos de mimbre. El Jefe esperó pacientemente hasta que Brusca finalmente dijo:

—No ha pasado nada.

Estoico torció el gesto.

—No soy quién para meterme donde no me llaman, pero tal vez deberíais hablarlo y arreglarlo.

Brusca puso los ojos en blanco.

—Sé que tú quieres arreglarlo con Mocoso, pero yo no tengo por qué hacerlo —le achacó la vikinga molesta—. Ambos nos hemos hecho daño y él tiene tantas ganas como yo de reconciliarnos; es decir, ninguna.

Brusca cogió el bol de sopa y le dio un sorbo que hizo que se le quemara la lengua. Estoico carraspeó incómodo.

—Las relaciones Brusca…

—Jefe —le cortó la vikinga con sequedad—. No vengas a darme un discurso sobre las relaciones cuando tú estabas dispuesto a forzar a tu hijo a que se casara con una desconocida.

Ese comentario debió dolerle bastante, porque la expresión del Jefe se ensombreció, pero la vikinga no tuvo remordimiento alguno por lanzarle la verdad a la cara. Brusca fue dando sorbitos a la sopa mientras Estoico parecía tener una batalla interna sobre qué decir en su defensa.

—Nuestra vida como familia de la Jefatura es muy diferente a la del resto. Yo siempre he querido que Hipo se casara con quien realmente amase y admito que estuve a punto de anular la boda cuando supe que mantenía aquel… —Estoico tragó saliva—, romance con Astrid, pero el asunto se torció cuando descubrí que ella era una bruja.

—¿Y qué más da que fuera una bruja? ¿Qué cambia todo eso?

Estoico frunció el ceño.

—Había acusaciones de brujería por todas partes, ¿cómo crees que me puedo quedar a sabiendas de que mi hijo mantiene una relación con la única sospechosa de todos esos crímenes? ¡Incluso ella misma me admitió que había asesinado al patriarca de los Gormdsen! —explicó Estoico desesperado.

Brusca alzó las cejas, sorprendida por esa última revelación, aunque le generó más indiferencia que otra cosa, como todo lo relacionado con los Gormdsen.

—Ella le quiere —insistió Brusca—. Vamos, hay que estar ciego para no verlo.

—Y él la quiere —añadió Estoico frustrado—. Lo único que no sé es si seré capaz de asumir que ellos dos están juntos cuando les encontremos. Hipo me explicó todo lo del vínculo e incluso me enseñó que…

Estoico se calló de repente y tomó aire. Brusca le observó extrañada por su abrupto silencio.

—¿Qué le enseñó?

—Nada —le respondió él y cogió su cuenco vacío de sopa—. ¿Sabes cómo va hacer Heather lo del hechizo?

—Supongo que lo hará a medianoche, aunque no me ha querido dar muchos detalles de cómo funciona. Sé que ha encontrado una charca en el bosque y que hará allí el conjuro, pero no sé más.

El rostro de Estoico era un mar de dudas y preocupaciones, pero también de esperanza. Brusca rezaba a los dioses, sobre todo a Freyja, para que el conjuro funcionara y que todo aquello no fuera un mal truco de la bruja. En caso de fracasar, sería devastador para Brusca, pero sobre todo para Estoico. La vikinga se pasó gran parte del día con las esterillas de mimbre y, tras el almuerzo, cuando fue a realizarse las curas de sus manos, se encontró la puerta de la habitación de Gothi entreabierta. Tocó antes de entrar, sin esperar a recibir respuesta, y se encontró a la anciana trabajando con diversas plantas sobre una mesa que le habían instalado justo bajo la ventana.

Gothi, al igual que ella y el resto de los Jinetes, se hospedaba dentro de la montaña de los Marginados. Sin embargo, a diferencia del resto, Alvin se había preocupado en prepararle unas de las mejores habitaciones que tenía en toda la isla. Era algo pequeña para alguien de unas dimensiones como las de Estoico o Alvin, pero para Gothi era perfecta, sobre todo porque contaba con una ventana, cosa que ni la propia Camicazi ni ella misma contaban.

Gothi se giró cuando la escuchó entrar y señaló la cama que estaba junto a la mesa para que se sentara.

—No quiero molestar —dijo Brusca algo nerviosa.

La anciana sacudió la mano para quitarle importancia y volvió a su tarea. Observó con curiosidad cómo la anciana preparaba un ungüento que emanaba un fuerte olor mentolado. Gothi estuvo un rato centrada en terminar la mezcla hasta que le pidió que extendiera sus manos y le echó sin titubear la pasta sobre sus heridas. Brusca soltó un chillido de dolor por el escozor en sus heridas, pero se dejó curar por Gothi a sabiendas que su remedio era mejor que el de cualquiera. Cuando la anciana terminó de vendar sus manos cogió su vara y escribió en el suelo arenoso:

—No vuelvas a ponerte hacer esterillas hasta que las heridas se te curen del todo. Mañana te haré otra cura.

—¿Cómo sabías que tenía las manos así? —cuestionó Brusca con recelo.

—Estoico me lo dijo —respondió la anciana—, y eres lo bastante cotilla como para asomar la nariz cuando encuentras una puerta abierta.

—¿Acaso puedes culparme? Llevas aquí encerrada desde que te trajimos de Isla Mema —le acusó Brusca.

Brusca llevaba días queriendo hablar con Gothi, pero la anciana había dado instrucciones precisas de que no deseaba estar con nadie por el momento, poniendo como excusa de que necesitaba descansar. La vikinga sabía que Gothi ocultaba algo respecto a Astrid y Brusca se moría de ganas por saber el qué.

—No exageres, he estado viendo a Estoico y a Alvin —replicó la anciana con indiferencia.

—¿Les has dicho eso que sabes de Astrid que te niegas tanto a contarme? —preguntó la vikinga directamente.

Gothi sonrió resignada y negó con la cabeza antes de escribir en el suelo.

—Esto es algo de lo que tengo que hablar primero con Astrid —explicó la anciana—. Además, cuanto menos se sepa mejor. No quiero que el rumor sobre la identidad de Astrid llegue a ciertos oídos.

—¿Por qué? ¿No quieres que se entere Le Fey? —insistió Brusca intrigada.

La anciana negó de nuevo.

—Dado que esa mujer conoce a Astrid desde que era prácticamente un bebé, es casi seguro que sepa de sobra quién es. Sin embargo, si otras personas descubren que Astrid es quien se supone que debe ser… se armara un buen revuelo.

—Parece que hablas de alguien en concreto, Gothi —comentó Brusca ansiosa—. ¿Quién es? ¿Qué tiene Astrid de especial para que temas que se sepa quién es?

La anciana suspiró y le dio unas palmaditas en la espalda antes de volver a sentarse a la mesa a trabajar. Gothi daba por zanjada la conversación, así que Brusca tuvo que marcharse con sus frustraciones a otra parte. Volvió a su habitación dónde Heather estaba sentada en el suelo rodeada de papeles y de los diferentes elementos que se habían recolectado en las últimas semanas para ejecutar el hechizo. La habitación estaba muy iluminada gracias a los fuegos ignífugos que flotaban a su alrededor.

—Estoy ocupada —dijo Heather sin levantar la vista.

—Sólo voy a echarme un rato —comentó Brusca mientras se quitaba las botas con los pies.

—¿Y no puedes hacerlo en otra parte? —replicó la bruja con impaciencia.

La vikinga se tiró sobre la cama ignorando las quejas de la otra. Heather estaba claramente molesta, pero no insistió para que se marchara; sabía bien que Brusca era más tozuda que una mula y que perdería el tiempo en insistirle que hiciera lo que no quería hacer. La vikinga cerró un rato los ojos para reposarlos, ya que al trabajar en la lumbre del oscuro Gran Salón de los Marginados terminaba siempre agotados y llorosos. Sus manos palpitaban por el escozor del ungüento de Gothi, aunque por fortuna era una molestia soportable.

Al cabo de un rato, entreabrió los ojos para observar a Heather trabajar. La bruja llevaba un pañuelo azul que se lo había anudado de tal forma que caía con suma gracia por su hombro, casi como si se tratase de una cabellera de verdad. Heather poseía rasgos hermosos y delicados y unos ojos verdes esmeraldas que siempre estaban tintados por su malicia y su inteligencia. Sus manos eran finas y cada vez que cogía algo parecía que lo estuviera acunando entre ellas. Heather susurraba para sí misma en una lengua que Brusca no era capaz de entender, pero aquellas extrañas palabras sonaban suaves y melódicas a sus oídos.

—¿Vas a estar mirándome todo el tiempo? —preguntó Heather concentrada en el pergamino en el que estaba escribiendo sus anotaciones.

—¿Te molesto? —preguntó Brusca algo violenta.

Heather apartó la mirada de sus notas para estudiar el rostro de la vikinga.

—Nunca me ha gustado que me miren mientras trabajo, siento que me juzgan.

—¿Cómo voy a juzgarte si no tengo ni pajorera idea de lo que estás haciendo? —cuestionó Brusca con impaciencia.

La bruja ladeó la cabeza pensativa, como si no se hubiera planteado esa opción antes.

—Supongo que es la costumbre —murmuró Heather volviendo a sus notas.

—¿Acaso las de tu aquelarre se metían contigo?

—Todas nos juzgábamos en el aquelarre —replicó la bruja restándole importancia.

—Pues vaya mierda de convivencia, ¿no? —observó la vikinga incrédula.

Heather sacudió los hombros.

—No conocíamos otra cosa —explicó la bruja—. Lo que importaba era destacar y para eso lo normal era machacar y hablar mal de las demás.

Brusca sintió un escalofrío. No le extrañaba en absoluto que Astrid hubiera acabado hasta el coño del aquelarre, sobre todo porque ella había sido un objeto constante de críticas e insultos. La vikinga dudaba que ella hubiera soportado vivir en un entorno tan hostil.

—¿Por qué me miras así? —dijo la bruja desconcertada.

—Me da pena, nada más.

Heather chasqueó la lengua.

—No es para tanto.

—Mujer, sí que lo es, esto explica por qué siempre estás tan a la defensiva y lo de tu insoportable arrogancia.

—Pensaba que estabas en contra de insultar a las demás —le criticó Heather de mala gana.

—Eh, no, esto no era una ningún insulto sino una verdad más grande que una casa —le aseguró Brusca con una sonrisa maliciosa.

Heather le lanzó una de sus botas que Brusca sorteó de milagro. La vikinga no pudo evitar carcajearse de la reacción tan infantil de la bruja, hasta tal punto que su risa contagió a la propia Heather. La tensión en el ambiente se relajó considerablemente y la bruja se abrió a contarle cómo funcionaba el hechizo. Brusca estudió fascinada los dibujos y los jeroglíficos de la bruja había escrito en los diversos pergaminos, deseando con todas sus fuerzas poder entender su contenido.

—Hay que bañar la charca con todos estos elementos —Heather extendió sus manos para darle entender que se refería a las plantas, cristales y minerales que tenía colocados a su alrededor—. Los objetos personales de Hipo y Astrid se colocarán según la ubicación de Polaris y Octantis.

—¿Qué es eso? —preguntó Brusca curiosa.

—¿No conoces las estrellas más importantes del cielo? —cuestionó la bruja escéptica.

—Creo que deberías comprender que los vikingos, por lo general, no somos mucho de estudiar —replicó Brusca indignada.

Heather frunció los labios y cogió un pergamino para escribir por detrás.

—Las estrellas son un mapa, Polaris nos indica cual es el norte mientras que Octantis pertenece al sur —dibujó dos puntos en cada extremo y en medio un círculo—. La luna es un potenciador que permitirá que mi magia se extienda hasta los límites que marcan estas dos estrellas; es decir, que el radio de búsqueda aumentará considerablemente.

—¿Y cómo sabremos dónde estarán?

—La charca reflejará su ubicación exacta —aclaró Heather.

—Sí, pero a lo que me refiero es si aparecerá un mapa o algo.

Heather alzó una ceja.

—Sencillamente aparecerán imágenes de su ubicación.

Brusca sostuvo su mirada confundida.

—¿Y si están en un lugar que no sabemos reconocer?

Heather se quedó un momento callada y se lamió los labios antes de preguntar muy tensa:

—¿A qué te refieres?

—¡Casi ninguno de nosotros hemos estado fuera del Archipiélago! —exclamó Brusca ansiosa—. ¿Qué pasará si salen imágenes de un lugar que no sabemos reconocer? Me imagino que el hechizo sabrá indicarnos cual es ese sitio y dónde está...

La bruja hizo una mueca y Brusca sintió que el corazón iba a salírsele por la boca.

—Heather…

—Ya te avisé que el hechizo era un poco arcaico —se defendió la bruja—. Además, quién sabe, yo también he viajado por el mundo, así que quizás tenemos suerte y reconozco la ubicación.

Brusca no podía creerse lo que estaba oyendo. ¿Habían estado trabajando semanas y había arriesgado su culo para conseguir los objetos de Hipo y Astrid de Isla Mema para ahora tener un «quizás» como garantía? De poder, mataría a Heather allí mismo. ¡La había engañado! ¿Cómo podía haber sido tan tonta? ¡Por supuesto que no debía haberse fiado de ella! Brusca se llevó las manos a la cara y se concentró en controlar su respiración para no tener allí mismo un ataque de pánico.

—Brusca…

—¡Chist! ¡Ni una palabra! —le advirtió la vikinga rabiosa—. Ejecuta este hechizo y reza a todos los Dioses porque estén en algún lugar que sepamos ubicar, porque si no te mato yo, lo hará Estoico.

Heather se mordió el labio y bajó la mirada con los ojos húmedos, aunque Brusca ni se creyó sus lágrimas ni sintió un ápice de lástima por ella.

—Le Fey jamás aplicó este hechizo por esta misma razón, ¿verdad? —cuestionó Brusca dolida.

La bruja sacudió la cabeza.

—Seguramente lo habrá aplicado alguien del aquelarre, pero ni la propia reina habrá sabido ubicar el lugar —explicó Heather apurada—. Brusca, no era mi intención engañarte, de verdad te lo digo, pero…

—¡Querías salvar tu huesudo culo! —replicó la vikinga furiosa—. Una vez más, has pensado en ti misma por delante de los demás. Es lo que más te gusta hacer, ¿me equivoco? Utilizas a la gente de tu alrededor para conseguir lo que te propones. Me usaste a mí para convencer a los demás para que te dieran un techo y la protección necesaria para que las otras brujas no te encontrasen; a Camicazi para saciar la vena cachonda que…

—¿Cómo sabes lo de Camicazi? —le interrumpió Heather sorprendida.

—¿Tal vez tengo que recordarte que esta es mi habitación? —escupió Brusca—. Me da igual a quien te folles, pero te agradecería que no usaras a Camicazi para complacerte y después desecharla como un juguete roto.

Heather cruzó los brazos sobre su pecho.

—¡Deberías aprender a no meterte en asuntos que no te incumben! —exclamó la bruja con las mejillas encendidas.

—Y tú a dejar de mentir, pero supongo que lo tuyo ya es patológico —le recriminó Brusca y se levantó de la cama de un salto—. Más te vale que funcione el hechizo, Heather, por tu bien.

—¿Me estás amenazando? ¿Crees de verdad que alguien tan insignificante como tiene posibilidades contra mí? —cuestionó la bruja con arrogancia.

Brusca apretó los puños, ansiosa por golpear la delicada cara de Heather hasta deformarla por completo e incluso arrancarle los pelos de sus cuidadas cejas.

—Puede que yo no sea una bruja, pero puedo amargar el resto de tu existencia de formas que ni tu cabecita tan lista puede imaginarse —le advirtió la vikinga—. Y yo no me tomaría a Estoico y Alvin tan ligera, les he visto reventar cráneos de dragón con sus manos, ¿crees que no podrían hacer lo mismo contigo?

Heather dio un paso hacia atrás, ahora intimidada por su amenaza. Brusca decidió marcharse y se aseguró de dar un portazo para que quedara claro que estaba furiosa con ella. Pasó el resto del día vagando de un sitio a otro, visitando a sus padres y ni siquiera cenó porque tenía el estómago cerrado por los nervios. Es más, estaba tan nerviosa por lo de aquella noche que ni prestó especial interés en la conversación general sobre los Berserkers y que se había visto la flota de los Cabezas Cuadradas por sus costas.

Estoico no parecía encontrarse mejor que ella. Cuando los Marginados y los refugiados se reunieron para beber o para retirarse ya a dormir, el Jefe se acercó a su lado. Jugaba con sus manos como si realmente no supiera qué hacer con ellas y no era capaz de sacar tema de conversación sin que su voz temblara. ¡Qué raro era ver a Estoico así! El Jefe siempre había sido un hombre muy seguro de sí mismo y decido, por lo que verle tan alterado no era una visión a la que la vikinga estuviera acostumbrada. Por esa misma razón, Brusca ni se atrevió a mencionarle lo que había descubierto del hechizo de Heather.

Cuando llegó la hora cercana a la medianoche, Heather hizo acto de presencia cargada hasta arriba con todos los ingredientes, los cuadernos de Hipo y el costurero de Astrid. La bruja lucía muy calmada, pero a Brusca no le pasó por alto las miraditas que le lanzaba de reojo, como si temiera que le estuviera tendiendo una especie de trampa. Alvin y Camicazi se levantaron junto a ellos para acompañarlos, pero Heather alzó la mano para detenerlos.

—Sólo voy a permitir que vengan Estoico y Brusca conmigo.

—¿Qué? —cuestionó Camicazi indignada—. ¿Por qué?

—Es un hechizo muy delicado, vuestra presencia podría distorsionar la frecuencia de búsqueda —explicó Heather con aire aburrido—. Ellos son los que más interés tienen en este hechizo, así que podríais darme las gracias porque permita que presencien el ritual.

La cara de Camicazi se tintó de rojo por la ira y parecía que quería gritarle un par de cositas a la bruja cuando Alvin posó su mano en su hombro para que se calmara y dio un paso enfrente. Heather se esforzó en mantener la compostura, pero se la percibía nerviosa por la repentina cercanía del Jefe de los Marginados.

—Una sola tontería, bruja, y te mandaré colgar de los dedos de los pies —le advirtió Alvin con una voz que helaba la sangre—. Por tu bien más vale que funcione esa mierda de conjuro, porque Drago Bludvist parecerá un panoli a mi lado.

Heather no contradijo la amenaza de Alvin, pero su cuerpo estaba tan tenso que Brusca tenía la sensación de que si la tocaba se quebraría como el cristal. Estoico y Brusca siguieron a Heather en dirección al bosque y caminaron durante un rato que a la vikinga se le hizo eterno. Cuando por fin llegaron a la charca, Brusca solo podía pensar en sentarse para descansar sus agotadas piernas, aunque a la vista que Estoico se mantuvo de pie consideró que lo más conveniente sería esperar a su lado.

Brusca nunca había sido testigo de un ritual de brujería propiamente dicho. Habían sido contadas las ocasiones en las que Astrid había usado su magia delante de ella y jamás había tenido que hacer todas las filigranas que estaba realizando Heather. Fue tirando uno a uno cada piedra, mineral, cristal, planta y demás elementos sobre la charca mientras pronunciaba una serie de versos en su lengua que ni Brusca ni Estoico pudieron entender. La bruja caminaba alrededor de la charca, que no debía alcanzar los dos metros de diámetro y no debía cubrir más allá de sus rodillas. Cuando se quedó sin cosas que lanzar al agua, Heather colocó los cuadernos de Hipo a un extremo y el costurero al otro.

Tras dar una última vuelta para comprobar que todo estaba correcto, Heather metió los pies en el agua y alzó la cabeza hacia la copa de los árboles que bloqueaban la visión del cielo. La bruja comenzó a recitar en voz más alta palabras extrañas que sonaban casi más a una canción por lo melódicas que sonaban a sus oídos. De repente, escucharon un fuerte crujido y observaron boquiabiertos cómo los árboles se desplazaban hacia los lados para permitir la luna empapara con su luz el agua de la charca.

Heather seguía recitando aquellos versos mágicos sin parar, con los ojos casi en blanco y el cuerpo tan rígido que daba casi hasta miedo. Casi parecía que estuviera poseída por un ente maligno. A Brusca se le puso la piel de gallina y una parte de su cabeza le gritaba una y otra vez que saliera corriendo de allí, pero sabía que ya no había marcha atrás.

Era ahora o nunca.

Las aguas de la charca empezaron a iluminarse de diferentes colores y, poco después, un fuerte vendaval proveniente desde arriba les golpeó sobre sus cabezas. Tanto Brusca como Estoico se protegieron con sus manos, aguantando la cada vez más insoportable luz y el agónico viento que los azotaba sin ninguna piedad.

Sin embargo, aquellos efectos de la naturaleza tan pronto aparecieron como desaparecieron, por lo que Brusca sacó valor para apartar sus manos y ver qué había sucedido. Heather estaba ahora sentada en el agua jadeante y sin fuerzas, pero ni Brusca ni Estoico le hicieron el menor caso porque su atención se había enfocado por completo en las imágenes que ahora se reflejaban en el agua.

Había hielo.

Muchísimo hielo.

La charca mostraba imágenes de un desértico y hostil paisaje de hielo que carecía de vida alguna. Brusca tenía mil preguntas en la cabeza, ¿qué estaban viendo exactamente? ¿No se suponía que Hipo y Astrid habían ido hacia al sur? Por lo que había supuesto, en el sur hacía más calor que en el norte, ¿pero qué iba a saber ella? Brusca jamás había salido del Archipiélago. Miró entonces a Estoico, quien analizaba las imágenes con su ceño fruncido y peinando la barba con sus dedos, gesto que le había visto hacer muchas veces antes durante las reuniones de los Jinetes de Mema cuando reflexionaba sus sugerencias o pensaba algún tipo de estrategia.

La sucesión de imágenes siguió dándose y Brusca observó inquieta que algunas de ellas aparecían tan borrosas que apenas se veía nada, aunque los paisajes de hielo seguían reproduciéndose a la perfección, como si aquellas fueran una ventana que diera a ellos.

—Esto es el norte del Archipiélago —concluyó Estoico—. Es así, ¿verdad?

Heather contuvo su aliento cuando se dio cuenta que Estoico se estaba dirigiendo a ella.

—Yo… —empezó nerviosa.

—He visto imágenes de la Isla Glaciar, imposible no reconocer ese lugar después del frío que pasé cuando hace años acabé por allí mientras buscaba el nido de la Muerte Roja —relató el Jefe—. Creía que habían ido hacia el sur… Esa zona es inhabitable para los humanos y los dragones, ¿qué hacen ahí? —Estoico respiró hondo y se dirigió a Brusca con una sonrisa—. Están muy cerca, en una velocidad de vuelo normal será un viaje de día y medio.

—¿Te refieres a que… llevan todo el tiempo aquí en el Archipiélago? —dijo Brusca en voz de hilo.

—O puede que hayan regresado por su propia cuenta y hayan decidido entrar por el norte del Archipiélago para no ser vistos. Sería un movimiento inteligente, los únicos que navegan por esas aguas son barcos pesqueros y hace tanto frío por allí que solo van durante los meses de verano.

Brusca sonrió con unas ganas intensas de llorar. ¡Día y medio de viaje! ¡Aquello no era nada comparado con lo que había estado esperando! Se sorbió la nariz para contener su emoción, pero se dio cuenta que Estoico sí que estaba llorando de alegría. Si Brusca estaba feliz por volver a ver a su mejor amigo, ¿cómo debía sentirse el Jefe por reencontrarse con su hijo al que hasta hacía no mucho pensaba que no iba a volver a ver?

—Organizaremos una partida y saldremos mañana mismo —propuso Estoico pasándose la mano por sus ojos y Brusca asintió sonriente. El Jefe se volvió hacia Heather, quién temblaba todavía como una hoja a causa del hechizo, y le tendió su mano para ayudarla a salir del agua—. Te debemos mucho, Heather. Si les encontramos, cuenta con mi plena protección. Cuando recuperemos Isla Mema, permitiré que te quedes como una más de mi tribu.

Heather estaba claramente consternada por sus palabras, pero cuando Estoico posó su otra mano sobre la suya, la bruja sonrió con una calidez que Brusca no había visto nunca. Al margen de que tenía una flor en el culo porque Estoico hubiera reconocido el lugar que el hechizo les había mostrado, Heather podía considerarse muy afortunada porque el Jefe hubiera decidido acogerla entre su gente a modo de compensación. A Brusca no le entusiasmaba especialmente la oferta del Jefe y estaba convencida de que a Astrid tampoco le haría la más mínima gracia; sin embargo, por una vez, decidió mantener la boca cerrada.

Regresaron a la aldea poco a poco, dado que Heather parecía haberse quedado sin energías. Estoico decidió cargarla a su espalda, aunque Brusca apreció una mueca cuando la bruja se sujetó a sus hombros. La lesión de su hombro había causado que el Jefe anduviera con problemas de movilidad en su brazo izquierdo, aunque era tan cabezón que solía actuar como si nunca sufriera dolor. Cuando llegaron a la aldea, Camicazi se acercó como un rayo hasta ellos para interrogarlos y sonrió de oreja a oreja cuando supo que Hipo y Astrid solo estaban a día y medio de distancia.

—Ahora sí que estás contenta, ¿eh? —le achacó Brusca a sabiendas de que Camicazi había sido una de las mayores opositoras a la búsqueda de Hipo y Astrid.

—Mujer, si me hubierais dicho que estaban fuera del Archipiélago como todos esperábamos no habría respondido así, ¿pero día y medio? A mí también me hace especial ilusión reencontrarme con Hipo, ¿sabes? —le recordó Camicazi—. ¡Por no mencionar que siempre es un placer deleitarse con la belleza de Astrid!

Heather suspiró molesta y se bajó de Estoico para marcharse de allí. Camicazi no titubeó en correr tras ella para entrar juntas al establo, probablemente para tener la confrontación que hacía días necesitaban tener. El Jefe no parecía comprender qué estaba pasando, pero Brusca decidió no darle más importancia de la que se merecía.

—Creo que me voy a la cama, Jefe.

Estoico asintió sonriente.

—Te lo mereces, Brusca, si estamos hoy aquí es gracias a ti —dijo el Jefe henchido de orgullo—. En los próximos días hablaremos, pero creo que necesitas un reconocimiento especial por esto.

—No creo que sea necesario, señor, yo solo...

—¡Tonterías! ¡No me seas modesta ahora! Verás como cuando…

El sonido del cuerno de una de las torres vigías cortó el discurso y borró la sonrisa de la cara de Estoico. Desde la distancia en la que se encontraban no pudieron escuchar quién estaba atacando la isla, pero no había que ser muy listo para adivinarlo. Le Fey había descubierto dónde estaban escondidos y había mandado a su más fiel mascota a atacarlos. Las primeras bolas de fuego lanzadas tras la muralla que protegía la aldea delató que, efectivamente, estaban sufriendo un ataque directo de la flota de los Cabezas Cuadradas. Pocos segundos después, aparecieron jinetes desde el cielo dando órdenes a sus dragones para que atacaran a la población civil.

La escoria de Gormdsen.

Estoico cogió a Brusca del brazo.

—Evacua a todo aquel que no pueda pelear y a los niños en los túneles. Asegúrate de que nadie haga ningún ruido y bloquead los túneles.

—¡Tú estás chalado! ¡Yo pienso pelear! —chilló la vikinga indignada—. ¡No pienso esconder la cabeza mientras los demás os jugáis el cuello!

—¡Brusca! —rugió Estoico con su voz autoritaria de Jefe—. Haz lo que te digo. Uno de nosotros tiene que sobrevivir si no pasamos de esta noche y ahora mismo sólo puedo confiar en ti.

—Pero… —intentó quejarse una vez.

—¡Obedece, hostia! —clamó el Jefe empujándola para que se diera prisa.

Estoico corrió hacia el centro de la aldea y Brusca, cagándose en todos sus muertos y futuros descendientes, corrió a cumplir con su mandato. Vio a Chusco y Mocoso montar sobre Vómito y Eructo volando en dirección hacia el cielo con una docena de jinetes siguiéndoles de cerca. Sin embargo, cuando Brusca estaba cerca de la entrada de la montaña, una de las bolas de fuego de Thuggory impactó contra el tejado del establo.

Brusca se quedó sin aire.

Heather y Camicazi debían seguir ahí dentro junto con los dragones que no habían salido volando todavía. Por las noches, Alvin mantenía a los dragones encerrados bajo llave en sus nichos por lo que significaba que si nadie habría sus jaulas iban a morir. Ningún dragón, ni siquiera un Pesadilla Monstruosa, podía sobrevivir a un incendio y la inhalación de humo.

—¡Brujas! ¡Vienen brujas por el oeste! —escuchó de repente a una mujer gritar desde otra de las torres vigías.

Brusca no se lo pensó dos veces y corrió en dirección opuesta a la que debía ir. El establo estaba incendiándose con rapidez y los dragones luchaban por salir de sus jaulas mientras que la gente salía a tropel de allí. Heather y Camicazi estaban tiradas en el suelo, no muy lejos de la bola de fuego que había caído sobre el suelo de tierra y paja.

—¡¿Qué coño hacéis vosotras dos todavía aquí dentro?! ¡No es hora de que perdáis el tiempo con vuestros líos de coños! —les recriminó furiosa—. ¡Tenemos a toda la puta flota de Thuggory a punto de desembarcar de la isla y ya han avistado brujas llegando por el oeste! ¡Hay que evacuar la isla ya!

Su voz pareció ser el aliciente necesario para que se levantaran a toda prisa. Camicazi montó sobre Tifón para salir al ataque y Heather salió de establo corriendo antes de que Brusca le pidiera que ayudara a evacuar a los refugiados hacia el corazón de la montaña. A la vista de que nadie parecía dispuesto a liberar a los dragones, Brusca se puso manos a las obra para abrir las jaulas. No obstante, la tarea resultó ser más complicada de lo que en un principio se hubiera esperado. Había muchísimo humo y el fuego se extendía demasiado rápido, calentando el metal de las jaulas y haciendo más complicada la tarea de abrirlas. El techo crujía sobre su cabeza, pero optó no pensar demasiado en ella para no ponerse todavía más nerviosa. Consciente de que a aquel paso iba a desmayarse a causa del exceso de humo, se puso un pañuelo para tapar su boca y su nariz y seguir con lo suyo. La ropa se le pegaba a su cuerpo como una segunda capa de piel y le dolían las manos por el ardor del metal y sus heridas parecían estar abriéndose de nuevo por el esfuerzo.

—¡Brusca!

La vikinga dio un bote del susto cuando escuchó la voz de Estoico desde la entrada del establo. El Jefe caminó apresurado hacia ella, claramente furioso.

—¿Cuándo demonios vas a obedecerme a la primera? ¡Te dije que fueras a los túneles con los demás!

—¡No pienso quedarme atrás mientras los demás os jugáis el cuello por defender este lugar! —chilló ella con la misma rabia que él—. ¡Yo también soy una Jinete de Mema!

—¡No me sirves de nada muerta, Brusca! —le reprendió Estoico furioso—. ¡Este lugar va venirse abajo en cualquier momento!

—¡Entonces demuestra que eres el padre de tu hijo y ayúdame a liberar a los dragones que quedan!

Pareció que aquel comentario fue más que suficiente para Estoico como para que cogiera su martillo y destrozara el resto de las cerraduras. Por suerte, los dragones no titubearon para salir de allí, aunque para cuando el último de todos había salido de allí, Brusca pensaba que iba a desmayarse en cualquier momento. Hacía un calor insoportable, sus ojos le pesaban y apenas escuchaba los tosidos de Estoico causados por el humo. Sintió las manos del Jefe sostenerla, probablemente para cargarla; cuando, de repente, escucharon un fuerte crujido sobre sus cabezas.

Brusca apenas tuvo tiempo de procesar que el techo se estaba cayendo sobre sus cabezas porque, por alguna extraña razón, los restos ardientes se habían quedado flotando en el aire a la vez que el fuego había comenzado a extinguirse a su alrededor. Estoico también parecía desconcertado por lo que sus ojos, tan poco acostumbrados a la magia como los de ella, estaban viendo.

Fue entonces cuando escucharon el inconfundible silbido del vuelo de un dragón seguido de un relámpago que los dejó prácticamente sin respiración.

—¡Furia Nocturna! —gritó alguien desde el exterior.

—¡Agachaos!

Se escuchó una explosión que sacudió la estructura del establo, aunque los escombros del techo seguían flotando en el aire.

—¿Están... aquí? —dijo Brusca no muy segura de si aquello debía ser una alucinación o que realmente estaba muerta.

Estoico cargó con ella hasta el exterior y vieron atónitos que el cielo estaba cubierto de una densa capa de nubes amenazantes que expulsaban rayos por encima de la isla. Observaron entre ellas como la oscura sombra del Furia Nocturna expulsaba plasmas purpúreos contra los dragones de Gormdsen y los barcos de los Cabezas Cuadradas. No obstante, había una batalla campal a no mucha distancia de ellos. Al parecer, el ejército de Thuggory había conseguido entrar en la aldea.

—Ponte a salvo —le ordenó Estoico—. Asegúrate de que todo el mundo esté a salvo en los túneles.

Brusca intentó detenerle, pero el Jefe fue lanzado hacia la aldea. Brusca tragó saliva, ella no era especialmente buena en el arte de la guerra, así que más le valía correr para alcanzar los túneles lo antes posible y sin captar la atención de nadie. La aldea de los Marginados estaba en llamas y la sangre corría de los muertos que caían por todos lados. Era una auténtica carnicería, como aquellas batallas entre tribus que sus padres les habían narrado a ella y a su hermano cuando eran pequeños. En su día les había encantado imaginar toda esa sangre derramándose por el suelo mientras se acumulaban los cadáveres de los enemigos a su alrededor, pero las epopeyas nunca hablaban de los muertos del bando ganador. Brusca no pudo contener la bilis que subió violentamente por su tráquea y vomitó antes de seguir con su camino.

No estaba muy lejos de la entrada a la montaña cuando otra bola de fuego impactó no muy lejos de donde se encontraba ella. La vikinga cayó al suelo y no tuvo ni siquiera tiempo de reacción para proteger su cabeza de la caída. Sintió algo muy caliente correr por su cara y todo a su alrededor le había empezado a dar vueltas. Intentó incorporarse, pero estaba tan débil y confundida por el golpe que se tropezó con sus propios pies. Los gritos, los choques del acero, el silbido del Furia Nocturna que sobrevolaba sobre sus cabezas, otro relámpago… todo resonó como un eco desagradable en sus oídos que solo la mareaba más y más. Parpadeó varias veces para enfocar sus ojos deseosos de caer rendidos a la inconsciencia.

No podía quedarse ahí.

Tenía una misión.

Tenía que sobrevivir.

Hipo y Astrid estaban aquí.

Su mejor amiga había vuelto.

Solo un poco más…

Un poco más…

—¡Ey! ¡Thuggory! ¿Esa no es una de los Jinetes de Mema?

El corazón de Brusca se detuvo en ese instante. Forzó a sus piernas a moverse. Tenía que seguir, no podían atraparla ahora. ¡No a estas alturas! Escuchó unas pisadas a su espalda y Brusca sintió morirse cuando alguien cogió de su brazo con tal violencia para levantarla que parecía que querían arrancárselo de su cuerpo.

Si Thuggory ya de por sí era un hombre que intimidaba, ahora que estaba cubierto de sangre haría que cualquiera se cagara de miedo. Brusca cruzó sus ojos con los suyos, fríos como témpanos de hielo, vacíos y muy lejos a los que se encontró la última vez que se vieron no muchos días atrás. Contempló el hacha que cargaba en su mano, con sangre que había comenzado a resecarse sobre el acero. Brusca sabía que esta vez Thuggory no iba a ser piadoso con ella.

No ante todo su ejército y al de su reina.

No era nadie más que una Jinete de Mema, pero sabía que si la mataba delante de todos sería un buen ejemplo a seguir para los demás.

—No deberías estar aquí —dijo el vikingo sin apenas emoción en su voz—. Ahora tengo que matarte.

Brusca ni siquiera fue capaz de suplicarle que por favor no lo hiciera, pero sintió que sus lágrimas se entremezclaban con la sangre que todavía resbalaba de su herida y que sus pantalones se mojaban cuando Thuggory, apretándole el brazo con una fuerza que fácilmente se lo partiría en dos, alzó el hacha.

La vikinga cerró los ojos.

No esperaba que fuera a morirse habiéndose meado encima; pero bueno, lo de que la matasen no era algo que a una la pillara precisamente preparada y recién meada.

Rezó a los Dioses para que cuidasen de su hermano y de sus padres. Que su hermano no recayera en las drogas una vez que le dijeran que la habían asesinado y que sus padres pudieran superar rápido su muerte tan pronto volvieran a su ser.

Sin embargo, sus rezos se vieron interrumpidos cuando, en lugar de escuchar el filo descender con rapidez contra ella, escuchó el acero golpear contra el acero. Thuggory soltó un alarido de sorpresa y Brusca abrió los ojos desconcertada. El hacha que el Cabeza Cuadrada había alzado en el aire ya no estaba en su mano y siguió la mirada de Thuggory para encontrársela incrustada en el suelo a varios metros de distancia junto con otro hacha.

¿Qué demonios…?

—¡Ey, pedazo de cabrón! ¿Por qué no te metes con alguien de tu tamaño?

Brusca necesitó varios segundos para procesar lo que sus oídos acababan de escuchar. Thuggory había aflojado su agarre para mirar quién había sido la persona que le había desarmado con tanta facilidad y Brusca siguió también su mirada, necesitada de asegurarse de que su sentido del oído no se la estuviera jugando.

En todas sus fantasías se había imaginado el reencuentro con Astrid de muchas formas. Sin embargo, encontrarla vestida con una túnica que claramente debía ser de Hipo; con el pelo corto y enredado por el viento de la tormenta que ella misma había convocado; con la cara manchada de sangre que probablemente ni sería suya; con una ira en sus ojos que podía acojonar al más feroz de los vikingos y con su cuerpo emanando una electricidad y magia sumamente violentas, no era el escenario que la vikinga se hubiera esperado.

No obstante, una cosa estaba clara.

Astrid había vuelto.

Y la Resistencia, por fin, contaba con su reina en la partida.

Xx.