CAMELIAS EN TU PIEL

Descargo de responsabilidad: Skip Beat! no me pertenece.

Un agradecimiento muy especial a itsclowreedsfault quien me ha permitido usar su fabulosa premisa para este universo de almas gemelas.

Universo alterno de almas gemelas, donde cada vez que tu alma gemela llora, el tatuaje de una flor aparece en tu piel, por itsclowreedsfault.

Notas: Los cambios de escena también incluyen saltos temporales importantes.

A diferencia de muchos que nacían con ellas o incluso de aquellos a los que les aparecían un par de años después, él, tenía cuatro años cuando apareció. Elegante y delicada, la imagen del tallo apareció grabada en su piel en un día de navidad, dejando la leve punzada de dolor. Naciendo en la base de su columna vertebral, el más pequeño de los capullos visible en la base del tronco.

Su alma gemela nació aquel día, o eso le explicaron sus padres en ese entonces. La primera y pequeña flor en la base de su espalda, el primer llanto de su otra mitad.

Su otra mitad, su alma gemela, todos en el planeta tienen una, una que comparte en su piel el mismo tatuaje, de un tipo específico de flor, una por cada vez que tu alma gemela llora. Una conexión especial, le llamaban, y sí que lo era, mucho más tarde en su vida descubriría cuánto.

Durante los siguientes dos años de su vida, más y más flores fueron apareciendo en su espalda, en su gran mayoría no eran mucho más grandes que la primera que apareció. Una flor por cada vez que tu alma gemela lloraba. Se había preocupado, pero, resultó que era normal, le había dicho su madre cuando preguntó, todavía era un bebé y los bebés solían llorar mucho y las flores eran todavía muy pequeñas porque los bebés solían llorar por pequeñeces, era su forma de expresarse.

Tenía poco más de ocho años cuando despertó en la mitad de la noche, un lugar particular de su espalda baja quemaba, punzaba, caminó a toda prisa al baño y levantándose presurosamente la camisa observó cómo aparecía una nueva flor, el mismo diseño, la misma flor, una camelia como todas las demás, pero a la vez diferente de las otras, no un capullo, o una diminuta flor, esta vez era una flor abierta en todo su esplendor, poco más grande que su puño, el puño de un niño de ocho años, y no, no era del níveo blanco de todas las anteriores, era rosa, inesperadamente rosa, la primera de muchas.

Kyoko solía trazar con los dedos la forma de las pocas flores que se dibujaban desde la parte baja de su abdomen, no eran muchas, lo sabía, si tenía en cuenta la extensión del tallo que comenzaba en su abdomen y rodeaba su cintura para perderse en su espalda, pero pocas o no, las había tenido desde siempre, eran suyas, o eso le gustaba pensar. Esas florecitas blancas como la nieve, eran la prueba de que allí afuera, en algún lugar había alguien para ella, esperando por ella. Alguien que la querría. La querría como, como… Las lágrimas pican en sus ojos. A sus cinco años, espera y sueña que alguien la quiera, que la ame, y la tinta del destino, dibuja una nueva flor en otra piel.

Vaga por las cercanías del hospedaje, en un pequeño claro, su padre trabaja, sisea mientras se frota la espalda, allí donde todavía siente el fantasma de la quemazón de la aparición de una nueva flor, quizás es el hecho de tener que estar ahí, quizás tiene que ver con todo lo que ha estado sucediendo en el último año, pero la irritación para con su, ¡oh! muy llamada alma gemela no hace sino crecer, ¿por qué tenía que llorar tanto? Con solo diez años tenía casi la mitad de su espalda tatuada de camelias.

Pero no tiene tiempo de seguir despotricando contra su alma gemela porque la silenciosa tranquilidad del claro es rota por el triste llanto de la niña de coletas que aparece entre la vegetación, la misma niña de ojos dorados que permanecería por mucho tiempo en su corazón.

Un hada, un hada, Kyoko ha conocido un hada, y no cualquier hada, ha tenido la fortuna de conocer a Corn, el príncipe de las hadas, y él ha volado para ella, y no puede terminar de entender por qué dice que las manos de su padre no le dejan volar, para Kyoko las alas de Corn, aunque no las pueda ver, son simplemente perfectas, y él vuela alto, muy alto, solo para ella, y mientras vuela, Kyoko puede jurar que vio unas flores y hojas como las que adornan su propia piel trazadas en la piel de Corn, el príncipe de las hadas, pero eso es imposible, un príncipe de las hadas no tendría de alma gemela a una simple niña humana…, además sus flores, las de ella, son blancas como las nubes en el cielo, no del rosa que a veces colorea los atardeceres que es del que son las flores que creyó ver en la espalda de Corn.

El cielo ruge y la lluvia la empapa como lo hace con toda la tierra a su alrededor, pero a sus oídos solo llega el sonido distorsionado de sus propias lágrimas, de los gritos llamando por alguien que no está allí y tampoco va a volver, su pecho se aprieta y no puede respirar. Ella se fue, se fue por su culpa, porque ella no es lo suficientemente buena, es su culpa. Vuelve a gritar el nombre de su príncipe de las hadas con la desesperanzadora esperanza de que él la escuche y le alcance, que los nubarrones oscuros en el cielo se transformen en algodones blancos y que las duras piedras en el lecho del riachuelo sean nuevamente cortesanos del reino de las hamburguesas. Pero a sus gritos, solo les responde la misma rítmica e incansable melodía de lluvia y el eco de los sonidos de su roto corazón retumbando en el cielo.

No, Corn, su príncipe de las hadas, no escucha sus gritos, pero desconocido para ella, el destino ha tatuado cada una de sus lágrimas en su piel.

Se vuelve a mirar en el espejo, tres días, tres días han pasado desde que la flor más grande hasta el momento ha aparecido en su piel, ocupando gran parte del lado izquierdo de su espalda, una camelia de un furioso rojo, en extremo doloroso, como ninguna otra hasta este punto de su vida, fue como si estuvieran despedazándole la piel, tres días y camelias igual de rojas pero un poco más pequeñas la rodeaban, agrupándose. Observa una vez más el intrincado diseño, mientras una nueva camelia se une al ramillete, ¿qué le había pasado a su alma gemela? Se pregunta con preocupación, sí, él no la conoce, y sí, el dolor y quemazón que aparecen a los más inoportunos momentos, más veces que no son una molestia, pero, vuelve a mirar el nuevo diseño que asciende a la parte media de su espalda, ¿qué le puede estar pasando para que la tinta del destino tatúe un ramillete de camelias sangrantes en su espalda?

En la soledad del camerino, lucha contra la imperiosa necesidad de maldecir, de romper, pero más que nada, lucha con la desagradable, pero tristemente conocida, presión en su pecho, que no hace más que acrecentar el picor en sus ojos.

Tiempo, eso había dicho el director que necesitaba, tiempo, se repite y suelta una risa amarga, él no necesitaba tiempo, él necesitaba que dejaran de esperar que fuera Kuu o Julienna Hizuri, ellos necesitaban entender que él era simple y llanamente Kuon, pero eso no pasaría, no hoy, no nunca, él, era un Hizuri y ese era su estigma. Un par de lágrimas se deslizan por sus mejillas y las limpia furiosamente, no, nadie las ve, pero allí afuera hay alguien que lleva tatuadas las pruebas de su debilidad en su piel. Alguien que seguramente esté pensando en lo patético que es y no se equivocaría, no alguien como Kyoko-chan, la pequeña princesa del claro, que vio mucho, mucho más de lo que era en realidad.