Una especie de Magia

De pronto, un silencio desolador. Si no hubiera cerrado los ojos, hubiera recuperado consciencia de tiempo y espacio; pero abstraerse del horror y el dolor infinito le era tan preciso como respirar. Cerró, pues, los ojos. Los cerró con fuerza y se entregó al delirio febril de sufrir sin reparos.

Alguien balbuceaba a sus espaldas, pero no importaba lo que dijera. Su niño se había ido, le habían arrancado a aquél que se había jurado mantener libre de todo daño. Apenas comenzaba a disfrutar de esa extraña sensación de tener un protegido, de jugar a ser padre, de fantasear con que sus palabras al azar fuesen tomadas como referencia en un futuro. Sí, la sensación maravillosa, ese cosquilleo, de saberse admirado por alguien que ansia caminar en nuestros zapatos, respirar nuestro aire, razonar con nuestros pensamientos. Esa deliciosa duda, no estar nunca seguro de si lo que decimos será alguna vez evocado como un excelente consejo y transmitido a su vez, en nuestro honor.

Peter lo era todo. Mucho más que un proyecto, mucho más que un niño. Le estaba enseñando a ser padre, y a ser uno mejor que el que él mismo había tenido. Era su muchacho, su escogido.

¿Con qué derecho? ¿Por qué motivo?

Se entregó a la ira y al dolor más profundo.

Y…allí delante, donde ahora quedase sólo una tumba de polvo y roca, había tenido, agonizante, a ese nuevo extraño sujeto que el destino se había enconado en presentarle. Stephen… jamás olvidaría ese nombre. Apenas se lo había dicho esa misma tarde, y ya nunca más abandonaría sus pensamientos. ¿Quién diablos había sido él? Siquiera tiempo a conocerle le habían permitido. Sólo sabía que era un ser muy poderoso, mucho más que Hulk o Steve si se descuidaba. Su poder no se basaba en la fuerza, venía de otro lado, manaba de extrañas confluencias. Tony nunca había sido un hombre de fe, pero todo lo pasado le había destrozado los cimientos de cualquier prejuicio.

A simple vista, Stephen Strange no parecía la gran cosa. No era de complexión hercúlea, como Thor, ni de una demencia asesina, como Hulk. No era macizo como Rogers ni poseedor de ninguna otra extravagancia. No arrastraba tras de sí armamento letal como Hawkeye ni tampoco le salían cosas, como las telas de araña a Peter.

Era, eso sí, de una extrema delgadez y de una estatura prodigiosa. De ojos pequeños y furiosos, intensamente azules; parecían afilarse como cuchillas si se tensaba demasiado. No parecía jamás estar jugando; antes bien daba la impresión de hallarse siempre conteniendo una explosión de ira. Como si aquél no fuese su estado natural ni su lugar más cómodo, como arrastrando una pesada carga por alguien superior impuesta.

De corte inglés, se le antojaba. De hombros anchos pero complexión minúscula. Bien podría haber pensado que sería sencillo derribarlo, si confrontasen, incluso sin hacer uso de ninguna armadura. Tony era más bajo y fornido, no hubiera sido rival digno para él…de no ser que el Doctor Strange tenía muy bien puesto su apellido.

Alguna fuerza manaba de él, un halo de misterio le acompañaba. Y no se trataba meramente de una idea o sentimiento: de veras había luces y destellos, flotaban cosas. Y esa capa endemoniada que se divertía flameando sola,… o esos condenados pasadizos que parecía encontrar en cualquier sitio para llegar a cualquier parte. Era como jugar al escondite en la oscuridad; nunca podía estar uno seguro de nada. La altivez con que se permitía el lujo de jugar con la realidad de uno y reírsele en la cara. Hacía caminar en el aire a quien se le antojara o desdoblaba cada partícula lumínica hasta convertirla en un arma. No, no se trataba de cualquier persona, era algo más grave todavía: Strange transpiraba poder. Poder que intimidaba.

No era fruto de la sugestión, Tony lo hubiese identificado; era algo más profundo y místico, algo muy inherente a la persona. Stephen tenia poder, un aura que le rodeaba, y era capaz de extenderse hacia los otros y hacerles tiritar involuntariamente ante su presencia. Al menos así había sido con él, la primera vez que le había visto: no supo si quedarse o correr, jamás había sentido algo como eso.

Irónicamente su aspecto general no era digno del temor del hombre de hierro, los había visto peores. Pero al momento de tenerle enfrente todo su cuerpo detectó esa radiación diabólica de quien se dice bueno pero si se enfada deja de vestir de cordero. ¿Cómo describirle sin caer en argumentos baldíos o incorrectos? ¿Débil y poderoso? ¿Endeble pero indestructible? ¿Feroz, frágil y recio? ¿Por qué su cuerpo enjuto le hacía creer en un ser humano enfermizo, pero su impronta metía más miedo que el diablo? ¿Qué demonios pasaba con él? ¿Quién era ese Doctor Strange, de dónde había salido?

Cierto era que para estar en el negocio había que adaptarse rápido, dejar las preguntas para otro día y seguir caminando. Así fue como Tony suprimió esa fascinación instantánea para un futuro momento, quizá más benévolo, en el cual poder acercarse a tan extraña persona y observarle bajo el microscopio. Quizá experimentar con él, como lo había hecho con Banner en su momento. Hacerle enfadar, a ver qué pasaba. Si era sólo la imaginación que le jugaba una mala pasada o en verdad un ente maligno le habitaba. Y saber si el ánima de un muerto era la que se encontraba atrapada en ese abrigo suyo. ¿Por qué parecía tener consciencia propia? O verle ejecutar sus actos de prestidigitador con mayor cuidado ¿De donde manaba su poder? ¿De dónde se alimentaba? Había algo en él… algo que le deslumbraba. Pero no había tenido tiempo de resolver de qué se trataba. Quizá su porte, su lejanía, su frialdad. Quizá todo al mismo tiempo.

Sacudió la cabeza.

Era algo más. Era eso y todo junto. Esa forma ausente de acompañarle al frente de batalla, esa exclusión arbitraria que hacía de su propia persona. Al principio le recordó a la indolencia de Thor, la de un dios indiferente que sólo observa el devenir de la creación, y que a pesar de tomar partido no parece sufrir o compadecerse por nadie. Pero no. Strange era peor. Thor tenía ardor, ese ardor que le impulsaba a comprometerse ferozmente si uno lograba tocar la fibra exacta dentro de su corazón. Pero Strange no. Strange parecía poseer esa fría ingravidez propia de fantasmas; no parecía sufrir personalmente las batallas, sino que daba la impresión de vivirlas como un deber matemático cuyos pasos a seguir no le tomaban por sorpresa nunca. En las escasas horas que se mantuvieron en contacto, no recordaba haber intuido en él ningún nivel de congoja o desesperación. Era como si voluntariamente se prestara al juego de salvar al mundo pero le importase un reverendo bledo lo que ocurriese con ellos. Eso era tan irritante…pero seamos sinceros, esa actitud era más común de lo que pensaba en todos aquellos con los que se relacionaba. Incluyéndose a sí mismo. La diferencia estribaba en que, muy a su pesar, Tony a menudo terminaba involucrado sentimentalmente con sus amistades hasta puntos insospechados. Y eso siempre traía consecuencias negativas. Odiaba caer en eso. Primero porque si no lograba acotarlo, tarde o temprano los demás aprenderían a leer sus gestos, volviéndose más fácil para ellos embaucarlo (como le había ocurrido no una, sino dos veces con Natasha) y segundo, porque tarde o temprano todos demostraban su lado egoísta y maquiavélico…dejándole destrozado. No era necesario evocar nombres.

Quizá por eso se había sentido impelido a gritar "¡no es mi amigo!" al momento de rescatarlo del alienígena con cara de calamar. Le aterrorizaba la indefensión que sentía ante la confirmación de cierta simpatía por el otro. Tener amigos era un riesgo. Querer a la gente, un peligro. Peor todavía si el receptor era un ente tan estimulante como el doctor, mejor que escuchara desde un principio que no le reportaba el más mínimo interés. Era demasiado indescifrable de momento: lejano, altivo, imposible de alcanzar. Impávido, renuente, incapaz de ser herido. Sin corazón, sin sentimientos, sólo apenas lo mínimo, para justificar que era humano. Stephen Strange habia dejado una fuerte impresión en la mente de Tony Stark. Jamás había conocido a alguien similar.

Apenas habían compartido poco menos de una jornada y ya sentía que le fascinaba. No podía entender por qué, ¿brujo, mago, había dicho hechicero? ¿la magia no era cosa de cuentos? No era asgardiano, era simplemente un ser humano, ¿verdad?

Wow…

¿Cuántos años tenía? ¿Y su familia? ¿De dónde provenía, cómo había llegado a ser quien era? Sus pequeños ojos azules permanecieron vivos en la mente de Tony. Recordaba de momento haberle visto padecer algún tipo de molestia en esos huesudos dedos de las manos; le había descubierto haciéndolas danzar bajo la capa, como intentando aliviar algún dolor. Pero no había habido oportunidad para preguntarle. Quizá tampoco hubiera encontrado la manera correcta de hacerlo: Strange parecía irritarse con suma facilidad. Y la verdad…

La verdad es que por primera vez en la vida Tony se había sentido intimidado. No era un temor cobarde, era más bien respetuoso. Por eso no dejaba de darle vueltas al asunto mentalmente, no podía explicarse el origen de ese sentimiento confuso, ¿Strange le daba miedo? ¡No! Bueno,… no exactamente. Es decir,… en su presencia se sentía intimidado, pero no porque corriese peligro alguno, era…era la fuerza que este hombre manaba desde el cuerpo.

No sabía por qué, pero Tony habría jurado que, de haberle plantado cara y haberle hecho un escándalo infantil como los que acostumbraba cuando se encaprichaba, a Strange no le hubiese conmovido un ápice de espíritu. No se le habría inquietado un músculo; gélido y aplomado como montaña. Seguramente le habría puesto es su lugar sin temor alguno sin que Tony supiera qué le había pasado. ¡Eso! ¡Eso era lo que le fascinaba! Lo imperturbable de quien no teme a nada, siquiera a la muerte, porque entra y sale de ella como a través de una puerta. La serenidad de quién no posee ya dudas; la dureza de quien ha paseado por realidades alternas, maneja el tiempo y el espacio y puede escapar a toda regla humana conocida. Maldita sea, era eso que le brindaba autoridad sobre los otros intrínsecamente. Eso que lo hacía diferente y peligroso.

Para colmo de males, era hostil y lejano si se lo proponía, no podía llegar a él como lo había logrado con los otros, y para Tony, la proximidad emocional era letal pero estrictamente necesaria.

Strange se la negaba.

A pesar de trabajar juntos, a pesar de haberle salvado de las garras de ese infeliz alienígena que le había hecho prisionero. Strange le negaba proximidad con la determinación de quien sabe que se encuentra ante un agente tóxico.

Eso a Tony le molestaba. Strange era impenetrable. Como una muralla. Maldito engreído caído desde algún sitio. Si iban a ser socios (la palabra amigos era tentadora pero demasiado amenazante), ¿por qué se comportaba como alguna clase de altivo dios inmaculado? Era fascinante. Maldita sea, era fascinante, tenía que conocerlo.

No se había sentido así ni en la presencia de Rogers, ni con su mejor amigo Rhodey, ni con el buenazo de Bruce Banner. No podía pensar en otra cosa. Strange era ese amigo indispensable. Algo poderosísimo le atraía a su persona. Como un imán. Como una fuerza inherente incapaz de ser ignorada. Como si su propia alma le dijera que ése era el camino a recorrer, que debía aliarse a esa persona. Tony Stark quedó deslumbrado en mucho menos de veinticuatro horas y sólo sabía que deseaba caerle en gracia. Debía ganarse su confianza, a como diera lugar.

Era deslumbrante, era inexplicable. Ese amigo del que se pueden aprender muchas cosas, ése que en verdad nos hace falta.

Lástima que a Strange no pareciera importarle.

Lástima que ahora…ya nada importaba.

Él también se había ido. Y por voluntad propia. El muy maldito le había salvado la vida sin siquiera darle permiso de acercársele. ¿sería su forma de relacionarse con el mundo? ¿fascinar a todos y luego dejarlos vacíos? Gracias por dejarme vivir, aunque pienso que te has equivocado. No puedo sentir alivio. No deberías haberme salvado. ¿Cómo darte gracias y no insultarte al mismo tiempo?

Y ni siquiera fuimos amigos…