—Claudia.
El Comisario Jefe la había llamado al fin. La inspectora esperaba pacientemente en su mesa de trabajo, después de haber llegado a comisaría. Realmente había sido una sorpresa para todos los trabajadores cuando la vieron entrar por la puerta principal con tanta prisa, corriendo hacia el despacho de su superior para contarle lo que había averiguado y haciendo que éste saliera acto seguido de allí con el mismo nerviosismo hacia el laboratorio. Le había explicado cómo pensaba que habían matado a Shiraho, y la razón para cada pista encontrada durante aquellos dos largos días. Arron sabía que estaba en lo cierto, pero no había tenido pruebas para demostrarlo hasta ese momento.
La joven se levantó entonces de su silla y se dirigió a su jefe.
—Tenías razón, ambas pruebas coinciden —dijo el hombre—. No puedo creer que fuera cierto, esa chica…
—Hasta ahora no sabíamos de dónde había salido la pistola con la que se asesinó a Shiraho —respondió Claudia—, incluso pensamos que podría ser de Minami. Pero, después de esto, está bastante claro.
—Siento mucho que tengas que enfrentarte a una situación así en tu primer caso, Claudia. —El Comisario se veía realmente contrariado.
—Había que llegar a la verdad, por muy dolorosa que ésta fuera. —Claudia recibió el informe de laboratorio por parte de su superior—. Debemos irnos a poner fin a esto, jefe.
El Comisario Jefe la vería marchar de allí una vez más, aunque esa vez sería la definitiva para resolver aquel caso, pues él mismo la acompañaría junto con dos agentes más para realizar la correspondiente orden de detención. No dejaba de pensar en cuánta razón tenía en el momento en el que conoció a la joven aspirante a policía algunos años atrás. Nada más pudo hablar con ella unos minutos, pero enseguida supo que aquella chica llegaría a ser una excelente inspectora en un futuro cercano. Quizás demasiado impulsiva a veces, e incluso testaruda, pero sin duda tenía ese don incondicional para descubrir la verdad; esa intuición que, a pesar de todas las cortinas de humo y mentiras, lograba ver más allá. Y por ello, deseaba de todo corazón que Claudia, a la que había considerado casi como a una hija, pudiera ejercer de policía durante mucho tiempo.
Cuando llegaron a la Academia Aihara, no solo el Comisario y los agentes seguían a la inspectora Arron, sino también los padres de Shiraho Suzuran. Claudia consideraba que ellos merecían saber la verdad, además de que necesitó hablar con ellos antes de exponer sus conclusiones delante de todos los sospechosos. Claudia, sin embargo, no se dirigió al escenario, sino a la sala de ensayos. Una vez allí, se arrodilló y comenzó a pasar su mano por la superficie. Los dos agentes la imitaron.
—Claudia, pero ¿qué haces? —preguntó el Comisario—. Deben de estar ya todos reunidos en el gimnasio.
—Lo sabes perfectamente —contestó ella, sin abandonar su actividad.
—Inspectora —alzó la voz uno de los agentes. En cuanto recibió la atención de Claudia, señaló hacia abajo la zona de superficie frente a él.
Arron se acercó para comprobar que el agente estuviera en lo cierto, y una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Es usted un sabueso, agente.
…
Al entrar al gimnasio, pudieron ver que Yuzu había conseguido reunir a todas las posibles personas implicadas en el crimen y se habían ido colocando encima del escenario; aunque, realmente el ambiente no era el más apacible, pues varios discutían entre ellos con total impunidad. Por un lado, Minami intentaba encararse al director y a Taniguchi Mitsuko, pero éstos tampoco consentían ninguna falta de educación hacia su persona y respondían a todas las provocaciones; al mismo tiempo, Maruta y Momokino trataban por todos los medios de poner orden en aquella disputa. Mei se había posicionado a una distancia prudente de su hermanastra, mientras ésta murmuraba con su amiga Harumi quién sabía qué. Las hermanas Tachibana también se encontraban allí, pero habían preferido no subir al escenario y permanecer sentadas en la primera fila del público. Por último, estaba Mizusawa Matsuri, tomándose tranquilamente una dosis de medicamento para su lesión mientras observaba a los demás con indiferencia.
El Comisario Jefe permaneció bajo el escenario, junto a los dos agentes y los padres de Shiraho, cerca de Sara y Nina, quienes fueron las únicas en percatarse de la presencia de la policía allí. Claudia sí subió al escenario para hablar con todos los sospechosos, pero éstos seguían la mayoría en sus disputas. Solo Mei pareció darse cuenta de que la joven inspectora tenía algo que decirles.
—Usted… —le dijo, al ver que se acercaba a ella.
—Hola, Mei —le respondió Arron.
—¿Esto ha sido idea suya?
—He pensado que a todos les interesaría saber qué ocurrió en realidad.
Mei calló durante un instante, y añadió cordialmente:
—Estaré a su disposición, si me necesita.
Claudia caminó hacia el centro del escenario y miró a su alrededor. Yuzu y Harumi ya la habían visto y no apartaban sus ojos de ella, esperando que dijera algo. Igualmente, Maruta, Momokino y Mitsuko, guardaron silencio para dar la palabra a la inspectora. Tan solo se oían ya las voces de Minami y el director que, a medida que se percataban de que las demás prestaban su completa atención a Claudia, fueron deteniendo su discusión.
—Inspectora, buenas tardes —la saludó Minami, sorprendido por su presencia y tratando de arreglar disimuladamente su oscuro y elegante traje—. Imagino que sigue trabajando en el caso. Quería comentarle algunos detalles que olvidé en nuestra anterior conversación.
—Los detalles son más importantes de lo que parecen, ¿verdad? —insinuó Claudia, hablando ya para todas las personas allí presentes—. Precisamente hemos estado equivocándonos todo el tiempo por no fijarnos en ellos lo suficiente.
—¿Qué quiere decir, inspectora? —preguntó una curiosa Yuzu, deseando escuchar la resolución del caso.
—Desde que comencé a investigar la muerte de la joven Shiraho Suzuran tuve una sensación extraña todo el tiempo, y es que todo parecía tan dramático a su alrededor… No me malinterpreten, una muerte siempre es un acontecimiento horrible, y más aún si se trata de una chica joven, con toda su vida por delante. Pero sentía un aura teatral que envolvía todo el crimen, lo que me hacía pensar que la obra de teatro estaba íntimamente relacionada con él. ¡Y esa carta sospechosa, escrita a máquina, en la que ordenaban matar a la pobre chica! Casi parecía que el asesinato era una obra de teatro en sí mismo.
»Si teníamos en cuenta este hecho, más de una pregunta hallaba su respuesta. ¿Por qué asesinaron a Shiraho así, en mitad de la obra y a la vista de todos? Muy simple, porque así se quería.
—¿Quiere decir que dispararle en medio de la representación era algo que estaba planeado de antemano? —preguntó Taniguchi Mitsuko.
—Evidentemente mi primer pensamiento no fue ese —respondió Claudia—. Contemplé la posibilidad de que no fuera premeditado pero que ocurrió algo que obligó a los culpables a improvisar… pero no. El asesinato de Shiraho estaba trazado con tanta exactitud que jamás imaginé que tuviera un sentido más allá de eliminarla, hasta ahora.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó esa vez Momokino Himeko.
—Por la simple existencia de la misteriosa carta que Tachibana Sara encontró bajo su asiento. —Claudia se acercó al borde del escenario y un agente le entregó la prueba envuelta en plástico para no contaminarla. La mostró entonces a los presentes—. Ya fuera una prueba falsa o verdadera, los culpables se molestaron en escribirla a máquina y dejarla allí.
—Pero ¿quiénes fueron, inspectora? —dijo esa vez Yuzu.
—Aparentemente… podrían haber sido cualesquiera de ustedes —dijo Claudia, señalando a todos los presentes—, pues había motivos y oportunidades de sobra para cometer el crimen.
»Primeramente estaba Minami Kuma, como principal sospechoso. Sabía que su prometida la engañaba con Shiraho y que se amaban. Imagino cómo tuvo que sentarle aquella traición, hasta tal punto de no poder controlarse y acudir a uno de los ensayos para enfrentarse a Momokino Himeko. Al final aquella discusión terminó en desgracia cuando la propia Shiraho disparó a Momokino en el pie, generando así otro posible motivo de asesinato. Pero más tarde, con detenimiento, pensé: «¿Acaso un clavo en el pie sería una razón tan fuerte como para querer matar a alguien?». Estaba claro que no. Nadie se enfadaría tanto con la persona que ama por un accidente.
—Entonces fue ese hombre. —Matsuri señaló a Minami, con una sonrisa burlona.
—¡He dicho que yo no maté a esa chica! —respondió éste.
—Minami no solo le tenía un profundo odio a la víctima, sino que, a su vez, estaba chantajeando al director de la Academia Aihara con retirar los fondos que su familia aportaba a la institución, si no apartaba a Shiraho de la obra y de Momokino Himeko.
—Eso es ridículo —habló el propio director.
—No le estaba preguntando —le dijo Claudia—, lo sé con certeza. Y también sé que Taniguchi Mitsuko fue la que le advirtió de ello.
—¿Pero cómo lo…? —decía el anciano.
—No existen secretos para la policía, señor Aihara. —La inspectora negó con la cabeza fingiendo indiferencia. «Sobre todo si te cuelas en el despacho del sospechoso y le miras sus correos privados», pensó.
—Entonces… ¿fueron Minami y el director? —preguntó una sorprendida Harumi.
—Calma, calma, aún no he terminado —pidió Arron—. Como decía, ahí no acababa la lista de sospechosos, pues Maruta Kayo era otra posible implicada por estar tan cerca de la dirección del centro… y porque actúa raro.
—¡Oh, inspectora! —dijo ella—. ¡Qué alegría poder participar en una de sus brillantes deducciones!
—Como ven, la vicepresidenta Maruta es una gran aficionada de los libros de crímenes e investigaciones policiales. ¿Cómo no pensar que ella no fuera presa de su fanatismo y disparara sin mayor remordimiento a Shiraho?
—Pero, inspectora, ya sabíamos que habían sido dos personas las que habían preparado el asesinato —añadió Yuzu.
—Así es. Realmente este crimen habría sido difícil sin la ayuda de un cómplice —corroboró Claudia—. Es de esos que necesitan una coordinación perfecta y mucha habilidad.
»Les explicaré cómo se cometió este asesinato. La obra comenzó con total normalidad, había escenas que necesitaban de muchos personajes sobre el escenario y otras con solo dos o tres actrices. Pero era, precisamente, la escena en la que Shiraho actuaba en solitario la clave para poder asesinarla, puesto que daba el mayor número de sospechosos posible. Cuantos más sospechosos, más compleja sería la resolución del caso.
»Es cierto que había una persona que daba órdenes de matar, pero ¿qué pasa con la persona que disparó? Debió de cometer el crimen muy rápido, aprovechando que la víctima estaba cerca de uno de los laterales, sentada en aquel sillón rojo. Debió darse prisa en ir a la entrada del camerino, donde se encontraban todos los trajes de la obra, tomar prestado el de asesino, el cual solo consistía en una gabardina larga y un sombrero, correr hacia la posición de Matsuri, que estaba preparada para sacar la mano y realizar los disparos falsos, golpearla para dejarla inconsciente y, finalmente, ocupar su lugar y disparar con la pistola de verdad. Evidentemente, después de esto, tuvo que correr de nuevo para dejar el disfraz de asesino en su sitio sin que nadie se percatara de su falta.
—¿Por eso dice que hacía falta coordinación y habilidad, inspectora? —preguntó Mei.
—Claro, porque, después de todo, la persona que mató a Shiraho solo fue la figura ejecutora, y no quien planeó el crimen.
—¿Pero va a decirlo ya de una vez? —se impacientaba Harumi.
—Tranquilidad, ya voy —volvió a pedir Claudia—. Reconozco que, a medida que pasaba el tiempo, este caso se volvía más complicado. Existiendo la posibilidad de que hubiera alguien que solo siguiera órdenes de matar, todas las chicas que se encontraban cerca del escenario eran aún más sospechosas, aunque no tuvieran un motivo claro para cometer el asesinato.
—Pero usted lo vio, ¿verdad, inspectora? —preguntó Yuzu—. Vio algo que le hizo descubrir quiénes fueron cuando estuvimos aquí hace una hora.
—Sí… —Claudia se mostró algo cabizbaja al recordarlo—, y jamás habría imaginado que todo terminaría así.
Yuzu pareció contener la respiración al pensar en lo que podría estar queriendo decir la joven policía.
—¿Recuerdan el momento exacto en el que mataron a Shiraho? —preguntó en general Claudia—. Ella pudo utilizar su último aliento para gritar el nombre de alguien, antes de recibir los disparos.
—Dijo «Kuma», así que estaba acusando a Minami —dedujo Yuzu—. En frente de ella, al otro lado del escenario, estaba el espejo con el que pudo ver al asesino detrás de ella.
—Exacto, pero hay un detalle crucial en este caso, y del que conseguí darme cuenta cuando estuvimos aquí antes, Yuzu: las luces del escenario.
—¿Las luces? —repitió Momokino.
—Ahora mismo están todas encendidas, porque no se está utilizando dicho escenario. Pero, cuando mataron a Shiraho, las luces no estaban así, ¿cierto? Si colocamos esas luces tal y como estaban el día del crimen, cuando la obra se estaba representando, descubriremos un hecho que cambiará por completo este caso.
—¿Qué es lo que vio cuando cambié las luces antes, inspectora? —preguntó Yuzu, con notable temor en su voz.
—Vi el espejo, me vi a mí… y nada más —dijo.
—¿Qué quiere decir…? —insistió la chica rubia.
—Shiraho no pudo ver nada, no consiguió ver a la persona que le disparó. Era imposible porque la oscuridad invadía por completo los extremos del escenario.
—Disculpe, pero algo falla en su… inteligente deducción, inspectora —habló Minami por primera vez, con cierta ironía.
—Dígame. —Claudia lo invitó a que expusiera sus inquietudes.
—Si esa chica no vio a nadie detrás de ella, tampoco vio que la apuntaban con una pistola de verdad. No pudo acusarme de nada. —Minami parecía crecerse a medida que desmontaba la lógica de la inspectora—. Ella no sabía lo que iba a pasar.
Todos los allí presentes guardaron silencio y miraron expectantes a Claudia, esperando que desvaneciera aquella densa niebla de misterio.
—Ahí se equivoca, Minami —dijo al fin.
—¿Cómo dice?
—Shiraho sí sabía lo que iba a pasar —Claudia pareció pensárselo dos veces antes de volver a hablar—, porque… ella misma lo planeó. Había planeado su suicidio.
—¡¿Qué?! —Yuzu no podía creer lo que había oído.
—¡Eso es imposible! —se unió Momokino—. ¡Shiraho-san era una chica llena de vida! ¡Jamás habría pensado en suicidarse!
—Si hacen memoria, recordarán que Shiraho estaba preocupada por algo antes de ser asesinada —trató de explicar Claudia—. Incluso Maruta Kayo la vio en los jardines, quemando papeles en una papelera.
—¡Es cierto, yo la vi! —gritó Maruta.
—Conseguimos averiguar en comisaría que aquellos papeles pertenecían a un documento oficial, recibido de alguna institución. Creímos que era una carta de expulsión de la propia Academia Aihara, pero nada más lejos de la realidad.
—¿Qué era, entonces? —preguntó Mei.
—Era una carta de su médico, el médico de su familia. Shiraho se había estado sometiendo a unas pruebas recientemente, y debió de hacerse con esa carta antes de que su propia familia pudiera leerla. —Claudia se volvió hacia los padres de Shiraho, que escuchaban con atención todo lo que la policía contaba—. Lo que no sabían ellos es que detectaron en su hija una enfermedad degenerativa.
—¡Oh! Pero ¿cómo supieron que era una carta de su médico? Encontramos esos papeles totalmente quemados, inspectora —dijo Maruta.
—Fue gracias a la lesión de Mizusawa Matsuri. ¿Recuerda que aquel documento poseía un símbolo? El hecho de estar parcialmente quemado nos dificultó su identificación, pero la receta médica de Matsuri para los medicamentos que debía tomar nos fue suficiente para compararlos y descubrir que también se trataba de un documento médico.
—Así que… ¿eso era lo que fue a comprobar a comisaría, inspectora? —preguntó Yuzu.
Claudia asintió.
—¿Y Shiraho decidió morir aquí, delante de todo el mundo? —volvió a preguntar, ya con cierta dificultad por la impresión.
—Bueno, ella adoraba la Academia Aihara. Sabemos que su familia a veces colaboraba económicamente en la institución por propia voluntad y Shiraho siempre intentaba ayudar en todas las actividades que podía, de ahí que terminara ayudando también en la obra de teatro. Para ella no había mejor forma de morir que participando de lleno en el festival cultural.
»Antes de venir aquí he estado hablando con los padres de Shiraho. Pensé que, si ella se suicidó, la pistola tenía que estar a su alcance. Siendo de buena familia, les pregunté entonces si tenían algún arma en su residencia, y si notaron su falta. Como ya podrán imaginar, el arma que le arrebató la vida a Shiraho salió de su propio hogar.
—No puedo creerlo… —decía Yuzu.
—Un momento, inspectora —interrumpió Harumi—. Aunque Shiraho-san estuviera enferma y planeara su muerte… alguien le disparó, ¿no? Alguien quería eliminarla.
—Eso es cierto —corroboró Yuzu.
—Aquí más de uno la odiaba… —comentó Mitsuko.
—Pero no todos. —Claudia se acercó a los sospechosos, caminando por delante de cada uno de ellos—. La persona que la mató… la amaba. La amaba tanto… que no dudó en disparar en cuanto ella se lo pidió.
Claudia se había detenido frente a Momokino, quien casi no podía contener las lágrimas. Todos los presentes dirigieron sus ojos hacia la joven estudiante, sin siquiera parpadear. Aquella locura que la inspectora Arron contaba no podía ser cierta.
—Himeko no pudo haberlo hecho —habló Mei—. Ha dicho que el asesino tuvo que actuar rápidamente. Ella no podría haber ido corriendo de un lado a otro del escenario con su pie herido.
Claudia veía con gran pesar los intentos de la presidenta por proteger a su mejor amiga, pero era su deber hacerles saber la verdad. Se acercó entonces a ella.
—Realmente Yuzu te conoce muy bien, Mei —le dijo—. Tu hermanastra sabía que estabas actuando de manera extraña, probablemente por el hecho de haber presenciado un crimen, sí… Pero había algo más, ¿verdad? ¿Acaso viste, por accidente, a tu amiga caminar sin la ayuda de sus muletas cuando se suponía que estaba herida?
Mei no pudo hacer más que bajar su mirada en silencio.
—No pretendías encubrirla pero tampoco podías delatarla. Imagino lo nerviosa que has tenido que estar, sabiendo que tu amiga había mentido en su coartada por alguna razón, y temiendo que tus sospechas fueran ciertas.
—Mei… —la nombró Yuzu.
—No te culpo —afirmó Claudia, posando su mano sobre su hombro—, yo habría hecho lo mismo.
—¿Y cómo hizo Momokino-san para matar a Shiraho-san? ¿Estaba herida, o no? —preguntó Mitsuko.
—Aquí es donde llega la perfecta coordinación —respondió Claudia—. Solo dos personas tan cercanas como Shiraho y Momokino podrían haber llevado a cabo un plan tan elaborado sin fallar.
»Desde el comienzo, desde el mismo inicio, ¡todo ha sido como un gran truco de magia! Empecemos por nuestra vieja amiga, la famosa pistola de clavos de la que todo el mundo habla… Matsuri me dijo que esas pistolas se usan en los escenarios, para fijar los decorados. No tiene ningún sentido usarla en las salas de ensayos. Entonces, ¿por qué estaba allí el día que hirieron a Momokino Himeko?
—Es cierto… la pistola de clavos estaba en la sala de ensayos ese día —afirmó Yuzu—. ¿Matsuri la olvidó allí?
—Shiraho y Momokino se encargaron de que aquella pistola estuviera allí —corrigió Claudia—. Y, cuando Minami llegó para discutir con su futura esposa… comenzó la representación.
»Momokino se encargó de enfurecer a Minami, sabiendo que conseguiría hacerle perder los estribos con facilidad. Como era de esperar, Minami forcejeó con su prometida, al mismo tiempo que Shiraho llegaba allí. ¿Quién hizo que Mei, Yuzu y Taniguchi Harumi acudieran a la sala de ensayos en primer lugar, volviéndolas testigos de aquello? Sí, Shiraho. Y en cuanto Shiraho llegó, Momokino aumentó la intensidad de la discusión. Fingió perder también la paciencia, tomó la pistola de clavos que mágicamente allí se encontraba y apuntó a Minami con ella. Todos se pusieron nerviosos de inmediato, pero Shiraho se abalanzó rápidamente sobre Momokino y la detuvo… no sin antes aparentar que hería a su amante en el pie. Solo tuvo que guardarse un pañuelo manchado de rojo y sacarlo en el momento oportuno, ¿verdad? Increíble, absolutamente increíble.
Claudia sacó de su bolsillo aquello que habían encontrado en la sala de ensayos antes de acudir al gimnasio: un clavo de la pistola.
—No es necesario ningún análisis forense para ver que este clavo no tiene sangre… —admitía la inspectora—. Y eso es porque no atravesó el pie de Momokino, como todos creíamos, sino que solo atravesó la madera. En esta academia, todos los suelos están hechos de ese material.
—Yo… yo le enseñé una radiografía, inspectora —alzó levemente la voz Himeko, tratando de defenderse—. Usted vio que el clavo me atravesó el pie.
—Claro que lo hizo… pero después. —Claudia volvió caminando al borde del escenario y el agente le entrego una prueba que le resultaba muy familiar: el lápiz encontrado por ella misma en el camerino. Lo mostró también a los presentes—. Tuviste que fingir estar herida hasta que el crimen se cometiera, solo así te asegurabas una coartada perfecta: jamás habrías podido cruzar todo el escenario y matar a Shiraho con tanta rapidez en ese estado.
»Miren este lápiz. Aparentemente insignificante, ¿verdad? ¿Ven las marcas en él? Parecen mordeduras. Siempre pensé que se debían a que una de las chicas estaba tan nerviosa que no pudo evitar morderlo, pero fue Momokino Himeko, quien a solas y en la oscuridad del camerino, tuvo que fabricarse su propia coartada después del crimen. Tomó de nuevo aquella pistola de clavos, se colocó el lápiz entre los dientes y se preparó para sufrir el disparo de verdad… aunque en aquel lapicero dejara las marcas de su dolor.
—¿Está diciendo que Himeko se autolesionó después de matar a Shiraho-san para librarse de ser sospechosa…? —Mei no podía terminar de creerse lo que estaba oyendo.
—Y su herida era tan reciente que por ello debía robarle los analgésicos a Mizusawa Matsuri. Si se hubiera lesionado hace más de una semana, como todos creían, no tendría por qué tomar esos medicamentos. Pero Matsuri traía más cajas de medicamentos al camerino de las que necesitaba, todo porque, según ella, las perdía con frecuencia.
—Entonces… ¿por qué esa chica gritó mi nombre, si ya sabía que era mi prometida la que iba a dispararle? —se aventuró Minami a preguntar.
—Porque Shiraho y Momokino también tenían en mente inculparle —dijo Arron.
—¿Intentaron inculparme a mí? ¿Por qué? —intervino Minami, alterado.
—Porque ambas le odiaban. Mantenía a Momokino enjaulada bajo los principios de la Academia Aihara y había descubierto su infidelidad, tratando de separarla de quien realmente amaba. Cuando Shiraho comprendió que le quedaba poco tiempo de vida, no dudó en planearlo todo para que usted pareciera culpable. Shiraho ya no estaría, pero al menos se aseguraría de que Momokino quedaría libre de usted…
Un profundo silencio invadió por completo el escenario. Ninguno de los presentes era capaz de pronunciar una palabra después de haber escuchado la exposición de la inspectora Arron. Yuzu se había llevado las manos a la cabeza, desconcertada por cómo había terminado todo. Su amiga, Harumi, a su lado, bajó su mirada, sin poder apartar la angustia que su rostro mostraba. Aquella expresión era compartida por los demás sospechosos y los padres de Shiraho; solo la joven Momokino Himeko, con sus ojos enrojecidos por el llanto, trataba de mostrar entereza.
—Ni todos los actores mienten, ni todos los que mienten son actores, inspectora —dijo al fin, con su voz levemente entrecortada.
Claudia la miró con una gran tristeza, pues para ella también era doloroso tener que presenciar un final así.
—Hay cosas que solo se pueden hacer por amor. No todos las han vivido. —Momokino dio un paso al frente con la ayuda de sus muletas.
El Comisario Jefe dio la orden a los dos agentes que le acompañaban para detener a la joven estudiante, los cuales subieron rápidamente al escenario y esposaron a la vicepresidenta. Himeko no opuso resistencia alguna, comprendiendo la gravedad de sus actos y aceptando su destino.
—Échale un buen vistazo a todo esto —le dijo el Comisario a Momokino, ya esposada, señalando todo el gimnasio de la Academia Aihara—, pues no volverás a verlo en mucho tiempo.
Y la estudiante, elevando la mirada al cielo del gimnasio, pareció aliviada.
Claudia siempre había pensado que el asesino descubierto de un crimen era el malvado villano al que debía derrotar, y que ella podía ser esa salvadora que limpiara la memoria de la víctima; pero, fue en ese momento, en el que vio el rostro derrotado de Momokino Himeko, cuando supo que en aquel caso no había vencedores, sino que tan solo había personas vencidas por el dolor.
En el escenario Yuzu se acercó rápidamente a Mei y la abrazó con firmeza antes de derrumbarse por completo. No podía dejar de disculparse por su comportamiento y su injusta reacción con respecto a su inocencia. Pero, para su completa sorpresa, la única respuesta de su hermanastra fue corresponder a su abrazo y compartir su llanto. Jamás habría imaginado verla llorar de aquella forma tan desconsolada, al ver salir a su mejor amiga esposada del gimnasio de la academia. Le juró una y otra vez, casi hasta que pudiera gastar las palabras, que no volvería a desconfiar de ella de esa forma.
—Yuzu, Mei —las llamó Claudia, acercándose a ellas. Las hermanastras se soltaron para hablar con ella—. Yo… siento mucho que todo haya terminado así.
—Hizo lo que tenía que hacer, inspectora, no se sienta culpable… —le respondió Yuzu.
—Gracias, inspectora… por su trabajo —decía una entristecida Mei—. Sé que Himeko, en el fondo, deseaba que la descubriera, y que la liberara de esa pesada carga.
—Para mí ha sido muy duro —confesó Arron—, ni siquiera sabía si sería capaz…
—¡Claro que era capaz! —la interrumpió Yuzu—. Nunca se rindió e intentó siempre descubrir la verdad.
—Sí, por muy dolorosa que ésta fuera… —completó Claudia.
Las tres chicas quedaron sin saber qué decir unos segundos, hasta que Mei rompió el silencio.
—No permitiré que algo así vuelva a ocurrir en esta academia.
—Mei… no te culpes, y tampoco culpes a la Academia Aihara. A veces no podemos prever lo que va a ocurrir —la consoló Arron.
—Momokino-san hizo su elección, no podíamos hacer nada —se unió Yuzu.
—Pero ella tomó ese camino porque no podía librarse de Minami. —Los ojos de Mei comenzaron a humedecerse de nuevo.
—Haced de esta academia un lugar mejor entonces —propuso Claudia—, que los negocios y el dinero no estén por encima de las estudiantes y sus verdaderos sentimientos.
—Lo haremos, ¿verdad, Mei? Juntas. —Yuzu le sonrió levemente—. Y cuando Momokino-san pueda volver a este lugar, verá que por fin todo ha cambiado.
Mei asintió despacio. Se dirigió entonces a Claudia.
—Usted… es una buena profesional. Nunca deje de ser policía... inspectora Claudia Arron —La presidenta se inclinó hacia ella levemente en señal de agradecimiento.
—Quizás nos veamos en otra ocasión —imitó ella el gesto—, aunque espero que no sea por un asesinato. Cuidaos mucho.
Y aquella sería la última vez que Yuzu y Mei la verían marchar en aquel caso. Ambas sabían que era demasiado joven para poseer esa gran intuición, pero estaban seguras de que llegaría a ser una de las mayores protectoras de su amada ciudad en un futuro muy próximo. La chica rubia miró entonces a Mei, y en sus ojos leyó la valentía y la determinación para tratar de superar aquel amargo capítulo de sus vidas. Yuzu volvió a aproximarse a ella y, sin previo aviso, y sin razón alguna, acercó su rostro para regalarle un tierno beso que ahogara sus lágrimas, sin importar nada e ignorando todas las miradas ajenas, como si se encontraran en plena escena. Prometió que cuidaría de ella cada día, y que jamás permitiría que nada ni nadie las separara. La presidenta, por su parte, y después de haber presenciado en su propia amiga las consecuencias tan dolorosas que podían provocar las crueles cadenas de la Academia Aihara, se juró a sí misma que aseguraría una vida mejor para todas las estudiantes de la institución, y que les otorgaría el derecho a elegir a quien realmente amaran. Así pues, con Yuzu a su lado, ambas lucharían desde aquel instante por demostrar, ante todos, la delicadeza del amor verdadero, y la eterna dulzura de un «te quiero».