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Primavera, 2032

Silencio y oscuridad. Así era el universo realmente, o mejor dicho, así debía ser. Era lo que había protegido por tantos años, sin embargo, ahora le producía demasiada agonía. Estaba perdido en la nada, allá dentro en la oscuridad. Buscaba a Gabumon pero no estaba con él. Estaba en el exterior, rodeado de una de esas auroras que permitían sus traslados por el universo. Desapareció, al igual que la Tierra: pequeña, lejana.

Abrió los ojos y sintió que no podía moverse. La cabeza le estaba a punto de explotar y sentía sudor frío deslizarse por su cuerpo. Apretó los puños, la mandíbula y trató de levantarse pero fue incapaz. Sentía el corazón saliendo de su pecho, sentía el peso cayendo sobre él.

Un golpe a su lado y esta vez sí, despertó a la realidad. Se reincorporó y reconoció su habitación, al mismo tiempo que un lógico pensamiento de tranquilidad alcanzaba su mente al volver a ser dueño de su cuerpo y de sus acciones. Suspiró, tratando de contener ese dolor de cabeza.

Notó nuevamente el ruido y se giró.

—Te dije que nada de patadas voladoras en la cama, la cama es para dormir —la niña, con el pequeño digimon bebé en brazos, lo miró con ese ceñito fruncido el cual casi siempre la acompañaba. Con una sonrisa, Yamato le pellizco en el entrecejo—. Y nada de mirarme así.

—Pero debo practicar. Debo estar siempre alerta ante las amenazas.

Yamato negó divertido por las ocurrencias de su hija de cuatro años. La más pequeña, la más independiente, la más desafiante. La que todavía dormía a su lado porque sentía pánico a la oscuridad. Se estiró cerciorándose de lo que ya había supuesto y era que al otro lado de su niña no estaba su madre.

Cubriéndose la cara con el brazo se tumbó otra vez.

—¿Puedes ir a buscar a mamá y hacerle ver que su pequeña niña no puede dormir sin ella?

Ante el silencio, Yamato supo que otra vez su niña le estaba mirando de aquella forma. Rio.

—¿Puedo llevarme las shuriken por si hay alguna injusticia que tengo que salvar?

El hombre hizo un gesto de aprobación con la mano y otra vez notó el golpe y después una gran ligereza. Volvió a dormirse.

—¡Tsukino!

Yamato despertó abruptamente. Miró el reloj dándose cuenta de que apenas habían pasado diez minutos desde que su hija salió a buscar a su madre. Escuchó más gritos de su hijo y el dolor de cabeza regresó. Salió de entre las mantas.

Encontró a su hijo en el corredor.

—¿Qué son esos gritos Yuujou? —reclamó molesto. El niño, furioso, dio explicaciones pero Yamato no las necesitaba. Tenía la cara y el pelo lleno de pintura. En su mejilla se distinguía claramente una pequeña manita.

La niña estaba a unos metros con las manitas manchadas y por lo visto los pies pues había huellas por todo el piso.

—Tsukino.

—¡Era por si se vuelve un hombre invisible por la noche!, ¡para que podamos verlo y no perdamos al bebé!

—¡No soy un bebé! —protestó indignado. Era casi seis años mayor que su hermana.

Pero la niña le sacó la lengua.

—¡Bebé!

—Basta —Yamato detuvo su discusión sin apenas alzar la voz, tan solo modulando el tono: severo, intimidatorio—. Yuujou ve a lavarte —el niño fue a protestar pero una mirada de su padre le hizo callar—, y tú coge una bayeta y limpia hasta la última gota de pintura de la casa.

—¡Pero mi causa era justa! —ya fuese por edad o por carácter pero la pequeña sí protestó.

—Hazlo.

El ceño fruncido de Tsukino se acentúo y un duelo visual tuvo lugar entre padre e hija.

—¿Qué pasó aquí?

La niña se escabulló cuando Yamato volvió la atención a la persona que recién llegaba y entonces sí, sintió como el mundo empezaba a escapársele de las manos.

—¿Puede saberse que horas son estás?

De repente, viendo a su hija mayor tan rubia, tan alta, con el uniforme de la secundaria y un casco de moto en la mano, que la casa estuviese llena de pintura y que sus otros dos hijos discutiesen todos los días pareció el menor de sus problemas.

—Estoy dentro de mi hora —señaló Aiko su pulsera—. Hace media hora… —rio con nerviosismo.

—¿Y ese casco? —la chica se encogió de hombros— Todavía no te di consentimiento para llevar moto.

—Es de Kibou-senpai. Me lo dio porque dijo que soy a la única persona que lleva —y sonrió, enrojeciendo, ya adentrándose en su habitación.

Y la cabeza de Yamato retumbó tanto que a punto estuvo de explotar.

—¡Sora!

Se desquició al ver esas huellitas llegar hasta el estudio de su esposa, el cual conectaba con la habitación japonesa de su hogar. De hecho casi siempre Sora dibujaba sentaba sobre sus rodillas en ese tatami. Era en el estudio donde perfeccionaba sus diseños, pero era la otra habitación la de su inspiración. La puerta estaba corrida y Sora estaba de pie, mirando hacia el interior de la habitación.

—Sora, debemos comprarle una moto a Ai-chan y decirle a ese chico que mi hija no quiere su casco, ¿no estás de acuerdo?

Sora no contestó. Ausente, examinaba minuciosamente con la mirada la estancia. Sobre el sofá había una manta hecha un bolo así que supuso que su mujer acabaría de despertar. Vio algunas de las shuriken de juguete esparcidas por la habitación y un botecito de pintura derramado sobre la tela donde Sora había estado realizando sus pruebas. Había plantilla de dibujos con motivos espaciales, motivos estacionales, digitales y también más abstractos. Yamato se sintió culpable.

—Sora olvídalo, dije por decir lo del universo. Negro está bien, te lo aseguro —ella siguió sin inmutarse y Yamato empezó a perder la paciencia—. O mejor, olvídate del pedido. Llevaré mi uniforme militar. A fin de cuentas es lo más adecuado para mi ceremonia de retirada.

Entonces Sora por fin pareció verlo. Ella tenía una manita de su hija en la frente que a Yamato le pareció adorable.

—Pero dijiste que querías romper reglas, que está bien cuando rompemos las reglas si es por seguir nuestro corazón.

En efecto, aunque no tuviese demasiada conciencia de ellas y seguramente Sora las hubiese adornado un poco, esas podrían haber sido sus palabras aquella mañana cuando regresó de su última misión.

Le pidió un kimono porque siempre se sentía inerte cuando llevaba el uniforme militar. Le pidió un kimono porque se sentía orgulloso de su esposa. Le pidió un kimono porque quería vestir algo que sintiese verdadero, lleno de vida, eterno. Le pidió un kimono porque quería saber como lo veía su esposa, que sentimientos le provocaba.

Sin embargo, no valoró que Sora se exigiría, una vez más, lo máximo a sí misma.

—No importa, llevaré el que ya tengo.

Pero le descoló que esta vez Sora sonrió.

—Ni hablar —lo empujó y cerró la habitación. La abrió a los segundos para otorgarle un beso y seguidamente la volvió a correr.

—¡Pero yo soy el cliente Sora!, ¡y nuestra hija va con ese chico en moto! —suspiró, la cabeza le daba vueltas como una mareante noria. Se deslizó contra la puerta.

Un llamamiento suplicante le hizo abrir los ojos encontrando ante él a Gabumon con la piel manchada de pintura. Se sentó a su lado y Yamato lo abarcó entre sus brazos.

—Me pregunto si fue buena idea retirarnos de las misiones —sonrió al sentir una inocente mordedura en su pierna—. Gabumon…

El centro de operaciones espaciales estaba animado ese día. En realidad, casi todas las semanas había algún lanzamiento y el correspondiente movimiento que conllevaba los preparativos. Hacía más de una década que ya se había adecuado una de las bases cercanas a Tokio para poder lanzar naves al espacio y Yamato había pedido el traslado a ella. En total Japón contaba con alrededor de seis bases operativas con despegues semanales.

Científicos, ingenieros, personal del gobierno, las fuerzas de autodefensa y digimon trabajaban como iguales en los diferentes proyectos, los cuales apenas ya no tenían ni repercusión mediática.

Las cosas habían cambiado mucho desde que él inició este desconocido trayecto lleno de secretismo y confusión y se sentía orgulloso de lo que había aportado. En realidad, la existencia de las puertas espaciales era lo mismo que las puertas digitales normales. La gente lo temía mientras lo desconocía pero una vez que empezaron a convivir con los digimon se acabó el miedo y empezó una relación beneficiosa entre todos. Era lo mismo en el espacio, si la población conocía que cientos de personas salían cada día para explorar, conocer y entender lo que podía venir desde allá, el miedo desaparecía. Y de repente, todo había sido asimilado, formaba parte de la sociedad, no había nada extraordinario.

Yamato caminaba por los amplios pasillos de donde colgaban los retratos de los astronautas en activo de la fuerza de autodefensa espacial. Estaba tan acostumbrado a que todos esos hombres y mujeres estuviesen acompañados de un digimon que ya ni recordaba que una vez él fue el único junto a Gabumon. Se preguntó si mantendrían su retrato a partir de ahora aunque realmente tampoco era algo que le importase.

Acababa de firmar su renuncia oficial como miembro activo de las fuerzas de autodefensa. Por toda su trayectoria y experiencia era de esperar que le ofreciesen un puesto de prestigio en esta nueva vida laboral más tranquila que se abría ante él. Y así había sido, se le había ofrecido un alto cargo dentro de la agencia gubernamental de análisis de datos digi-espaciales pero Yamato no lo había aceptado. Porque en este momento, no creía que fuese ahí donde pudiese dar lo mejor de sí mismo, donde realmente lo necesitasen.

Un barullo de estudiantes de primaria se apareció ante él. Era una de las tantas excursiones que se realizaba al centro espacial. Yamato no dejaba de sorprenderse siempre que veía a esos chicos: algunos emocionados tal y como habría estado él de niño (pero realmente eran los menos), la mayoría pasaba el rato con sus dispositivos digitales y solo despegaban los ojos de su pantalla si tenían la suerte de presenciar un lanzamiento; otros simplemente miraban a su alrededor como si nada. Realmente Yamato no sabía como valorar estas actitudes pero una parte de él temía que tenerlo ya todo tan asimilado provocase que la juventud no fuese consciente del esfuerzo que se había hecho para ello. Del esfuerzo que había que seguir haciendo para conservarlo.

—Niños, mirad. Tenemos la suerte de estar con el comandante Ishida Yamato —Yamato paró súbitamente por el reclamo de la maestra.

Los niños lo miraron, incluso despegaron los ojos de las pantallas pero no parecieron demasiado impresionados. Yamato pensó que cuando iba acompañado de Gabumon era cuando mostraban algo de interés.

—Lo he visto en las noticias —señaló de repente uno— ¡es el viejo que se retira!

—¡Masami! —Yamato no dijo nada por respeto a la maestra— Discúlpate ahora mismo, este señor fue el primer astronauta con un compañero digimon.

—Sería hace un millón de años, porque desde lo que yo recuerdo todo el mundo tiene un digimon —contestó otro muchacho. Sus compañeros asintieron.

—¡Oh mirad!, ¡la capitana Yoshino!, ella es tan valiente y tan genial —una de las chicas había corrido a señalar una de las fotografías.

—El mejor es su compañero Guilmon, ¿sabías que en su última misión se enfrentó…

Las emocionadas voces de los niños hablando sobre las anécdotas de los astronautas más jóvenes se fueron disipando conforme la columna avanzaba. Yamato, tras recibir treinta disculpas seguidas de la maestra, fue a proseguir su camino pero entonces algo en su interior le hizo volver la vista atrás y quedó sorprendido al ver a un niño parado ante su retrato. Era el mismo que le había calificado como "viejo" el que leía con tanta atención cada una de sus misiones, hazañas y condecoraciones que acompañaban su foto. Cuando sus miradas se cruzaron, Yamato siguió apreciando ese orgullo del que quizá él también había pecado a su edad y de más mayor, pero lo que le hizo esbozar una sonrisa fue sentir su determinación.

Cuando salió de las instalaciones ya sabía que trabajo quería desempeñar a partir de ahora. Solicitaría entrar al área de formación de astronautas para la autodefensa y exploración espacial. Quería mirar a cada nuevo recluta a los ojos y ver sus sueños, sus motivaciones y su determinación para dar lo mejor de sí mismos. Quería asegurarse de que lo que Gabumon y él con tanto esfuerzo protegieron siguiese a salvo en las manos de las nuevas generaciones.

Ya estaba cerca la media noche cuando llegó al pequeño taller. Hallándose ante este, al sentimiento de culpa que ya sentía se le sumo sentirse débil y egoísta. Al regresar a casa sus hijos le habían comunicado que Sora seguramente quedaría otra noche entera en el taller y aunque su parte racional le decía que debía darle su espacio y dejarla sola con su creatividad, su parte pasional le había ganado la partida y había acudido a buscarla.

Curiosamente, en no pocas ocasiones se había encontrado en esa posición.

Recordó cuando Sora empezó con su propia firma y esos primeros kimonos que salieron de aquel lugar que en su momento él calificó como lúgubre. Aquella primera exposición que lograron rentando ellos mismos una de las salas y el interés que generó gracias a la reseña de alguna revista. Esos primeros clientes que logró y esa primera persona que tuvo que contratar porque ella y Piyomon ya no eran capaces de cargar con todo el trabajo. Poco a poco, las colecciones de Sora y Piyomon Takenouchi fueron haciéndose más reconocidas hasta el punto de alcanzar desfiles nacionales y empezar a proyectarse al mundo. Ahora ya no solo se trataba de una reconocida firma de moda que había incluido el kimono en el extranjero y lo había reinventado en Japón, también de un referente en el arte y la cultura textil japonesa.

Y aunque ese pequeño taller ya hacía años que había sido sustituido por las luminosas y modernas instalaciones de su estudio principal, Sora lo siguió conservando y siguió fabricando en él trabajos que ella consideraba especiales. En realidad, en su firma Sora ya solo se dedicaba a diseñar e innovar. A seguir rompiendo las reglas como ella decía. Pocas veces se inmiscuía en el trabajo artesanal de un kimono, tal vez cuando se trataba de algo muy extraordinario pero entonces lo hacía en el taller de su estudio rodeada de sus trabajadores y ayudantes. No obstante había trabajos reservados para ese lúgubre taller y esos eran los correspondientes a lo que más amaba. Y cuando se encerraba en él, podía estar días sin salir.

Sin llegar a llamar, Yamato se sentó en el puesto de ramen de en frente y esperó.

No calculó el tiempo que trascurrió pero debieron ser horas hasta que se encontró a Sora sentada a su lado.

—Al final tú has comido más en este puesto que yo —dijo. Yamato lo meditó unos instantes. Realmente había esperado muchas noches a su mujer ahí pero nunca había sido consciente de ello hasta ahora.

—Soy tan débil —murmuró. Sora lo miró extrañada y este la enfocó—, tú has pasado mucho tiempo esperándome, largos periodos sin tener incluso noticias de mí y yo no te veo en un par de días y ya me pongo histérico. Te deberían condecorar a ti.

Sora no pudo reprimir una tierna sonrisa pero no dijo nada. No era necesario.

Se le veía cansada, las ojeras la delataban pero su rostro trasmitía una luminosidad que a Yamato le hizo sentirse orgulloso. Se fijó en su recogido deteriorado, consecuencia de incómodas cabezadas entre tantas horas de trabajo. Poco tenía que ver con el impecable recogido que siempre llevaba en su estudio; con los clientes, en sus presentaciones. Sin embargo ese recogido le recordó a la primera vez que la vio así, antes siquiera de que ella confesará sus sentimientos. Fue jugando al tenis. Poco después de que se alistase al club, Yamato sintió curiosidad por ese hecho y por eso a menudo iba a verla a las pistas pero ella estaba tan concentrada que nunca se dio cuenta de que él la observó en esas primeras prácticas.

Desde entonces la había visto de maneras muy diferentes: con el pelo más largo, con el pelo más corto, con elegantes recogidos o con improvisados. Con inolvidables como el que lució cuando llevó su shiromoku y se convirtió en su esposa o con algunos tan desaliñados que era mejor olvidarlos. La había visto con el pelo alborotado pegado a su rostro, sudado y adquiriendo vida. Brillante y suave y sucio y con restos de babas de sus bebés. La había visto de tantas formas que seguro que era incapaz de recordarlas todas, pero estaba bien con las que recordaba porque era la más absoluta evidencia de la vida que había compartido a su lado.

Era importante sentir las memorias del pasado para saber por qué quería luchar en el futuro. Yamato ya tenía claro que recuerdos quería crear a partir de ahora.

Alzó la vista al cielo, de vez en cuando se escapaban algunas gotas pero quedaban en algo insignificante. El humo y olor a fideos ya se disipaba, pues hacía rato que habían apagado el fogón. Un hombre de negocios estaba sentado en la otra punta terminado su ración. Pronto, hasta el puesto de ramen quedaría solitario y a oscuras.

—Últimamente he sentido que me hundía —Sora, que mantenía la cabeza apoyada contra su mano con los ojos entrecerrados, se incorporó y apresuró a enfocarlo alarmada—. No lo entendía, porque se supone que estaba haciendo lo que mi corazón dictaba. Disfrutaba de mi trabajo, tenía la familia con la que siempre soñé pero aún así empecé a sentir una oscuridad en mi corazón.

—Yamato… —susurró ella conmovida.

—Entonces empecé a pensar que ya no era necesario, que todo funcionaría igual sin mí…

—¡Yamato! —reclamó haciendo amago de ponerse en pie, pero su esposo negó.

—Está bien Sora, puedo hablarlo —tranquilizó, con una sonrisa. Sora comprobó la calidez de su mirada y se sintió un poco más calmada—. Cuando empecé a viajar por el espacio sentía que era algo que solo yo podía hacer. Por eso me esforcé tanto, luché tanto. No sé si estaba equivocado o no pero estaba orgulloso de mi esfuerzo, de sentir que estaba protegiendo el futuro de las personas que amaba, de sentir que estaba haciendo historia junto a Gabumon. Eso me hacía sentir tan vivo… Te tenía a ti y la llegada de los niños fue todavía más motivación para seguir dando lo mejor de mí allá arriba, pero un día… Tsukino empezó a gritar por la noche y yo no fui capaz de hacer nada para calmarla.

Sora rememoró aquella noche. Su hija más pequeña, la más combativa, la que no temía a nada, solía tener fuertes pesadillas desde que apenas era un bebé.

—… me sentí tan inútil. Ahora sé, que todo dejó de tener sentido para mí aquella noche. Me había concentrado tanto en protegeros de las amenazas del exterior que olvidé donde nace realmente la oscuridad que nos amenaza —hizo un leve gesto, como si sintiera un pinchazo en el corazón—. Me he dado cuenta de que mi mayor temor ya no es que algo os suceda, sino que yo no esté con vosotros si ese algo sucede. Temo no poder volver a tocar con Aiko, jugar con Yuujou o no ser víctima de la nueva patada voladora de Tsukino. Temo no poder consolar a Aiko si sufre un desamor, no poder compartir cosas de hombres con Yuujou o no poder abrazar a Tsukino cuando grita por las noches —hizo una pausa. Regresó la vista a ese cielo huérfano de estrellas de Tokio. Sonrió—. Descubrir galaxias, hacer historia, enfrentar al enemigo… ya nada tiene sentido si es a cambio de no estar en la vida de mis hijos. Seré egoísta pero a partir de ahora tan solo quiero que dentro de muchos años mis hijos no tengan ninguna dificultad para poder recordar cada una de las expresiones de mi rostro. Deseo que sean tantos los momentos vividos que sean incapaces de recordarlos todos.

El puesto ya había apagado las luces y el propietario estaba terminado de recoger las cosas. En breve echaría la persiana y deberían marcharse. El hombre de negocios ya se había ido. Yamato miró a Sora con una débil sonrisa que reflejaba ese gran alivio que siempre se experimentaba cuando exponías tu corazón a la persona que más lo entendía.

—Y esa es la verdadera razón por la que me retiro, decepcionante para un héroe nacional ¿no? —aunque los niños lo llamasen viejo, así era como había sido nombrado oficialmente Yamato.

Sora, cuyos cansados ojos se veían renovados con el brillo de la emoción, le tomó la mano amorosamente y la besó.

—No sé lo que se espera de un héroe nacional pero yo sí sé lo que espero del hombre que amo. Gracias por ser sincero conmigo —tiró de él, poniéndose en pie—. Vamos, quiero enseñarte algo.

—¿Está terminado? —cuestionó Yamato confuso, al ver que lo dirigía a su taller.

Sora se limitó a encogerse de hombros y sonreír.

En realidad Yamato solo calificó el taller mentalmente como lúgubre la primera vez que lo vio. Después, cuando Sora le puso todo su corazón, lo empezó a ver encantador e incluso inspirador. Largas horas pasó tocando la armónica mientras Sora perfeccionaba y descubría su propio arte. Apoyándola cuando parecía que iba a rendirse y regañándola cuando se resistía a tomar un descanso. No le fue fácil el camino tampoco pero no desistió y logró llegar a donde quería, al corazón y los sentimientos a través de la moda. Le conmovió el sentirse parte de ello también.

Lo encontró expuesto frente a él: una tela negra con la parte baja adornada por todo tipo de colores adquiriendo formas abstractas e indefinidas.

Se acercó tímidamente.

—Es original y colorido —dijo, todavía sin saber muy bien lo que estaba mirando—… es vistoso y ¿es la mano de Tsuki-chan? —miró a Sora al reconocerla. Ella escondió una sonrisilla traviesa y Yamato inspeccionó más detenidamente la tela— Y estos son los dedos de Ai-chan que ha escrito una partitura... y esas estrellitas verdes borrosas son de Yuu-chan, lleva dibujándolas desde que te robó los lápices por primera vez cuando tenía un año —rio, incrédulo pero emocionado ante cada descubrimiento en esa amalgama de colores.

—Estaba dormida en el estudio de casa y entonces desperté con los gritos de los niños y vi todo huellitas y manitas de pintura y luego tú apareciste y empezaste a hablar de cascos de motos y de repente todo cobró sentido en mi cabeza. Supe exactamente lo que debía expresar, lo que me habías pedido. Supe de que color era tu universo al ver con claridad lo que lo componía.

Yamato asintió conforme, más que eso, podría decirse que se encontraba en un momento de éxtasis observando aquella tela a la que Sora y sus hijos habían dado vida. Entendió al instante que era lo correcto. Era lo apropiado. Todo lo que había trascurrido a lo largo de estos años había desembocado en esto y se sintió feliz con ello.

—Me esforcé tanto en proteger el futuro que casi ni me di cuenta de que ya se había convertido en mi presente.

Deslizó la yema de los dedos por la tela. La sintió un poco húmeda y se dio cuenta de que había dejado una pequeña marca pero no tuvo remordimientos por haber estropeado el trabajo de su esposa, al contrario, le alegró haber formado parte de él. Del futuro que ya era presente y de los nuevos sueños que compondrían de ahora en adelante su futuro.

Miró a Sora, que le tendía la mano con una sonrisa.

—Vamos a casa.

La aceptó y siguió caminando a su lado.

«¿De que color es el universo?», se había preguntado Sora, sintiendo la lluvia primaveral revolotear en sus dedos.

El universo es del color de las sonrisas, las ilusiones y los fracasos. El universo es del color de las lágrimas, de los sueños y de los momentos compartidos. El universo es del color de las personas que alzan la cabeza, miran hacia el futuro y dan lo mejor de sí mismas para crearlo y protegerlo.

-OWARI-

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N/A:

Hay escenas del fic que he reescrito o modificado en más de una ocasión por lo que pido disculpas por posibles faltas, dedazos, incoherencias gramaticales, etc... No lo voy a repasar más, necesito deshacerme ya de este fic XD

Gracias por leer. Sean felices.