Disclaimer: Los personajes de Shingeki no Kyojin pertenecen a su respectivo dueño.

Advertencias: AU, posible Ooc, menores de edad involucrados en situaciones inadecuadas, violencia, maltrato animal, muerte y muchas otras cosas desagradables de la sociedad.

Aclaraciones: La historia está dividida en fragmentos pero sigue una línea temporal.


LI

De un fin a otro con ardua labor:

y aquí, pobre idiota, con todo lo que sé

no soy más sabio que antes.

—Johann Wolfgang von Goethe, Fausto.

La madre de Mikasa se dijo a sí misma que estaba haciendo lo correcto, después de todo, era su deber velar por el bienestar de su hija. Con ese pensamiento en su mente, abrió con mucha cautela la puerta que protegía a la habitación de las miradas entrometidas. La mujer mayor respiró con suavidad, para darse valor, y entró.

A primera vista, el cuarto de Mikasa era sobrio, sin muchas decoraciones ni cosas extravagantes, un fiel reflejo de la personalidad de su dueña. La mujer estudió cuidadosamente, con la mirada, el lugar, a primera vista no parecía haber nada sospechoso. La mujer suspiró, aliviada, temía encontrar algo realmente malo allí pero al parecer sólo eran paranoias suyas. Más tranquila, la mujer exploró la habitación con más detalle, se detuvo en el escritorio, que se encontraba lleno de libros y hojas de papel garabateados, y empezó a revisarlo, buscando respuestas a las preguntas que estuvieron atormentando su mente las últimas noches.

Desde hace algún tiempo, Mikasa mostró comportamientos tan extraños que la desconcertaban. Todo empezó con su nuevo corte de cabello: a Mikasa, desde pequeña, siempre le gustó tener una larga cabellera pero de un día para el otro, regresó a casa con su cabello recortado hasta la barbilla, cuando le preguntó las razones tras ese cambio radical, su hija simplemente se encogió de hombros y no dijo nada más. A partir de ese momento, la madre empezó a sospechar, su vástago estaba escondiendo algo.

La mujer dejó de revisar el escritorio, no había nada extraño allí, entonces se dirigió al velador, cuando se paró frente al mueble, un escalofrío recorrió su espalda. Sobre la superficie de madera, descansaba una tableta de pastillas diminutas, la preocupación se apoderó de su cuerpo, ¿su hija estaba enferma? Con cierta aprehensión, tomó entre sus manos el paquete de pastillas, y un pequeño grito agudo escapó de sus labios en cuanto leyó el nombre que se encontraba impreso en aquella tableta. Eran pastillas anticonceptivas.

Con las piernas temblorosas, la mujer se sentó en la cama porque estaba segura que terminaría desmayándose de la impresión. Un montón de pensamientos se arremolinaban en su cabeza, todos negativos. Es decir, su hija era sexualmente activa y ella ni enterada, ¿cuándo sucedió eso? Mikasa no era exactamente un ser sociable, de hecho, estaba segura que no tenía amigos en la escuela, entonces, ¿cómo? Y lo más importante ¿con quién?

¡Mikasa era sólo una niña!, demasiado joven e ingenua, ¿y si algún hombre deshonesto se estaba aprovechando de su inocencia? La mujer trató de calmarse, tenía que pensar con la cabeza fría, no debía permitir que emociones como la ira nublen su juicio porque este descubrimiento le daba un nuevo sentido a las actitudes que su hija presentaba últimamente. Recordó la manera extraña de caminar que tenía Mikasa hace unas semanas, como si le doliera la entrepierna, en ese momento no se preocupó pues lo atribuyó a sus actividades deportivas pero ahora veía el incidente desde una nueva y preocupante perspectiva. También empezó a sospechar de la repentina afición de su hija por llevar bufandas, incluso en los días cálidos, era muy probable que aquellas prendas tuvieran por objetivo cubrir algunas marcas obscenas en su cuello. Ahora la mujer se sentía como una tonta.

Los nuevos descubrimientos eran ciertamente abrumadores pero todavía existían algunos importantes cabos sueltos, por ejemplo, la identidad del perpetrador de Mikasa. Con un nuevo objetivo en mente, la mujer se puso de pie, decidida a encontrar alguna cosa que delate la identidad del "compañero" de Mikasa. Se dirigió al armario y empezó a hurgar sus cajones. Era extraño, la ropa estaba cuidadosamente doblada, Mikasa nunca fue una persona ordenada, ¿por qué el repentino cambio? ¿Estaría relacionado con el "compañero" de Mikasa?

Por su propia salud mental, decidió ignorar esas interrogantes y siguió revisando los cajones, no tenía miedo de ser descubierta, su hija se encontraba en la escuela, no había ninguna posibilidad de que la atrape hurgando sus cosas. Odiaba ser entrometida pero estaba muy preocupada por ella. No tenía otra opción.

Entre la ropa doblada vio algo que le llamó la atención, una prenda cuyo color rojo brillante destacaba sobre las demás telas de colores oscuros. Curiosa, la mujer tomó la prenda pero inmediatamente la soltó en cuanto se dio cuenta de lo que era: una braga roja con un encaje fino, parecía cara, ¿por qué su hija tendría una cosa así? La respuesta era obvia pero la mente de la mujer se negaba a aceptarlo, simplemente era ridículo, ¿acaso todo esto se debía a la mudanza que hicieron años atrás? ¿Era rebeldía? ¿O se trataba de algo más profundo?

Sabía que el cambio brusco de ciudad no iba ser fácil para Mikasa pero jamás imaginó que podría cambiarla tanto. Pero no había otra explicación, desde aquel acontecimiento su hija se volvió aún más retraída, la mujer no hizo nada porque tenía la vaga esperanza de que la actitud de la niña mejorase con el tiempo, en su lugar, empeoró.

Si su esposo se enteraba de todo esto, definitivamente se pondría furioso, tenía que hablar con Mikasa urgentemente.

LII

El terror me hizo cruel.

—Emily Jane Brontë, Cumbres borrascosas.

El colchón era suave y cómodo, al menos esa era la única sensación que podía percibir el cuerpo de Mikasa, quien todavía se encontraba aturdida por el orgasmo que la atravesó hace sólo unos minutos. Con pereza, levantó su espalda de la superficie suave y clavó su mirada en Levi, quien en esos precisos momentos se encontraba limpiando un arma de fuego con un trapo. Sólo a él se le ocurriría hacer semejante cosa después del sexo.

En lugar de sentirse enfadada, Mikasa sentía una curiosidad morbosa, ¿A cuántas personas habrá matado Levi con esa arma? ¿Una decena? ¿Tal vez cientos? Se mordió el labio inferior mientras especulaba.

—¿Por qué me miras así? —Levi preguntó con desinterés sin dejar de limpiar.

Mikasa no respondió, se limitó a seguir observándolo, con una mirada ilegible.

El hombre negó con la cabeza luego colocó el arma sobre el vientre desnudo de la muchacha, cuya piel se estremeció por el frío que emanaba de la superficie metálica del objeto.

Mikasa sabía que ese gesto era, en el lenguaje de Levi, un permiso implícito, entonces, con las manos temblorosas tomó el arma entre sus manos, era un poco pesada, más de lo que esperaba. Observó el color negro que teñía su forma, tan profundo, asfixiante y vacío, definitivamente era el color de la muerte, un color perfecto para un arma.

—¿Cómo se dispara? —preguntó mientras se levantaba de la cama, sin importarle la evidente exposición de su cuerpo desnudo, después de todo, nunca sentía vergüenza frente a él. Se paró frente a la cama con una postura recta.

—Disparar no es lo mismo que apuñalar —respondió Levi escuetamente.

Mikasa arrugó el ceño, ofendida por la indirecta mordaz.

—Quiero saber —insistió.

Levi la miró con una expresión indescifrable. Luego de unos momentos, soltó un suspiro que tenía una nota resignada. Se puso de pie y caminó hacia Mikasa, sin molestarse en cubrir su desnudez. Por un leve momento, los ojos grises de la muchacha admiraron los prominentes músculos de Levi; a pesar de su baja estatura, él siempre mantenía una figura impresionante e intimidatoria, era todo un contraste irónico. La voz rasposa de Levi interrumpió su reflexión.

—Primero tienes que sostener adecuadamente el arma. Con la mano derecha, sujeta firmemente la pistola; tu mano izquierda debe ser un apoyo para mantenerla estable pero nunca la uses para sostenerla. Recuerda, tu mano izquierda es el soporte de tu mano derecha.

Mikasa asintió y siguió las instrucciones.

—Alinea tus pulgares y asegúrate de que estén lejos de la corredera, de lo contrario, puedes partírtelos —señaló Levi con voz monocorde mientras se paraba a su lado para observar mejor la posición de sus manos.

Los dedos de Mikasa se aferraron con fuerza al arma, posicionados según las instrucciones.

—Controlar por completo la dirección y el ángulo del cañón es lo más importante de todo, porque tu objetivo debe ser claro. Si apuntas hacia algo debe ser con la finalidad de matar. La duda no es una opción.

—Dudar nos una opción —Mikasa repitió las palabras, absorta. Tenían mucho sentido en su mente, a pesar de que sonaban crueles, pues años atrás, cuando era sólo una niña, salvaron su vida.

—Eres tú o el objetivo, la decisión es evidente —Levi susurró mientras tomaba suavemente la pistola de las manos de Mikasa, quien se la entregó dócilmente.

—¿Dónde aprendiste todo eso?

—Mi tío me enseñó todo lo que sé —respondió mientras observaba distraídamente las inmaculadas paredes de la habitación.

Ese comentario interesó a Mikasa, Levi, en sus escuetas conversaciones, nunca mencionó a su familia. Era una oportunidad que no dejaría escapar fácilmente.

—¿Qué clase de persona era tu tío?

—Él me crió después de que mi madre murió —respondió el hombre, todavía sin mirarla a los ojos.

Mikasa apretó los labios, era una respuesta muy vaga, pero quería saber más, conocerlo mejor era su gran anhelo.

—¿Qué pasó con ella? —preguntó con lentitud, sabía que era una pregunta peligrosa para la relación que mantenía con Levi, pues él odiaba hablar sobre su pasado, pero era un riesgo que estaba dispuesta a tomar.

Un pesado silencio cayó en la habitación.

Mikasa esperó pacientemente mientras Levi tomaba asiento en la cama, parecía que la misma pregunta lo hubiera debilitado.

—Fue asesinada —respondió de manera brusca.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Mikasa, debió ser una experiencia horrible para un niño, no podía imaginar cómo él pudo lidiar con eso.

—La vi morir y no pude hacer nada —la voz de Levi no mostraba ira o tristeza, era un poco aterradora la indiferencia con la que hablaba.

—Lo siento —murmuró Mikasa, entonces, se sentó junto a él y clavó su mirada oscura en el piso. Era su manera de darle privacidad.

—El mundo es tu enemigo, recuerda siempre eso —dijo el hombre, su voz sonaba quebrada, como si el peso de aquellas palabras estrangulara su garganta.

Mikasa apoyó la cabeza en el hombro de Levi, entonces, sintió como un brazo tímidamente se posaba sobre su espalda desnuda.

Fue un momento inenarrable para ambos.

LIII

Mi vida está en la tuya y todo mi ser proviene de ti.

— Pierre Jules Theóphile Gautier, Una lágrima del diablo.

Mikasa se llevó la copa, colmada de vino, a los labios, el líquido calentó de inmediato su garganta. Cerró los ojos mientras se concentraba en el sabor intenso que acariciaba sus pupilas gustativas. Una agradable calidez recorrió lentamente su cuerpo. Repasó sus labios con la lengua, no quería desperdiciar ni una gota.

Cuando abrió los ojos su mente se concentró en Levi, quien se encontraba sentado frente a ella, su mano derecha sostenía una copa mientras su rostro permanecía impasible pero en sus ojos claros se podía ver una ligera chispa de diversión.

—¿Qué? —Mikasa preguntó, después tomó otro trago.

Levi se encogió de hombros pero no dijo nada.

—¿Y cómo va el trabajo? —ella concentró su atención en su interlocutor.

Esta vez, él tomó un largo trago de vino.

—Esos cerdos siempre están sedientos de sangre.

Mikasa sólo asintió con la cabeza.

—La escuela es aburrida —comentó, deseosa de volver a escuchar la voz de Levi.

—Me lo imagino —había algo que destelló en su mirada azul, parecía tristeza.

—¿Estás bien? —ella lo miró un poco alarmada.

—Nunca fui a la escuela, se podría decir que soy autodidacta —él soltó una pequeña risa, casi inaudible. A los oídos de Mikasa sonaba falsa pero no hizo ningún comentario al respecto.

—No te pierdes de nada —ella respondió mientras fruncía el ceño. Sin lugar a dudas, la escuela era su lugar menos favorito.

Levi la observó con algo de simpatía, entonces, se acercó a ella en un movimiento tan rápido que el cuerpo de Mikasa se sacudió ligeramente por la sorpresa. Entonces, él entrelazó su mano con la de ella, el agarre era fuerte por parte ambos.

Mikasa se sonrojó hasta las orejas, entonces, reparó en que esa pequeña muestra de afecto, era más importante para ella que todo el sexo que tuvieron antes. Se concentró en la calidez que emanaba de la mano de Levi, esa calidez penetraba su propia piel hasta llegar a las profundidades de su alma. Era maravilloso mantener esa clase de contacto físico, por más simple que fuese.

LIV

Viste su debilidad, y nunca te perdonará.

—Johann Friedrich von Schiller, Guillermo Tell.

El hematoma en la mejilla izquierda de Levi era un verdadero sacrilegio para Mikasa pues siempre lo imaginó como una especie de divinidad invulnerable. Verlo en ese estado, era una situación irreal.

Levi, mientras tanto, ignoraba el escrutinio obsesivo de la muchacha, prefería concentrarse en la sensación refrescante del paño húmedo que tenía presionado contra su mejilla dañada. Tenía el ceño fruncido y sus ojos reflejaban fastidio.

—¿Cómo sucedió? —Mikasa preguntó tímidamente.

—Un descuido, no sucederá de nuevo.

La muchacha bufó, no satisfecha con la respuesta.

Levi la miró desdeñosamente, ofendido por su incredulidad.

—Sé cuidarme solo, mocosa.

Ver aquella mancha azulada en esa piel pálida, la hacía dudar de su palabra. La idea de que Levi, en realidad, podía lastimarse era un descubrimiento perturbador, él siempre parecía mantener el control de la situación. Pensar que podía perderlo para siempre la asustaba demasiado. Su trabajo era demasiado peligroso.

—No quiero que mueras —murmuró Mikasa mientras apretaba los puños.

Las facciones de Levi se suavizaron por un segundo, luego volvió a su habitual máscara pétrea.

—La muerte es algo que no me preocupa demasiado. Mi trabajo es muy riesgoso, es imposible que siempre mantenga el control sobre las situaciones que enfrento habitualmente, por eso estoy preparado para morir cada vez que salgo a la calle. Sé a lo que me enfrento.

Mikasa parpadeó, las palabras de Levi tenían sentido, aunque no le gustasen.

—¿No tienes miedo a la muerte?

—La muerte es el menor de todos mis problemas. No quiero perder mi tiempo temiéndole.

Era una respuesta extraña.

—Todo el mundo tiene miedo a la muerte —Mikasa afirmó con seguridad, incluso ella misma la temía, de una manera un poco inusual. No temía a la muerte en sí, ni al dolor que implicaba, su miedo radicaba en el después, ¿su alma sobreviviría a la muerte? ¿Recordaría todo lo vivido? Temía que su alma olvidara su vida entera, como si todo hubiera sido un sueño.

—Yo no. De hecho no temerle es útil para el trabajo porque ninguna amenaza me intimida realmente.

Mikasa abrió la boca ligeramente, ahora todo tenía sentido, en realidad la ausencia de miedo era una táctica de supervivencia, algo que se había forjado en el camino, casi de manera obligatoria. En realidad, Levi no tenía otra opción.

—Eso te salvó la vida hoy ¿verdad? —la voz de Mikasa sonaba estrangulada.

—El cabrón se defendió con todas sus fuerzas pero igual lo reventé —Levi encogió los hombros.

Unas lágrimas calientes resbalaron por las mejillas de Mikasa mientras su cuerpo temblaba, se mordió el labio, tratando de controlar sus sollozos.

Levi la observó con molestia.

—Tch, mocosa —lanzó el trapo al suelo y caminó hacia Mikasa, quien todavía trataba de controlar su llanto.

Sin decir palabra alguna, Levi apoyó el rostro contra el cuello descubierto de Mikasa. Inhaló el aroma floral de la muchacha durante unos instantes luego presionó sus labios sobre la piel sensible, entonces, con salvajismo, la mordió.

Mikasa gimió de dolor, Levi era más brusco de lo normal, pero no hizo ningún ademán de alejarse. Después de unos segundos tortuosos, él finalmente se apartó y salió de la habitación. Las manos temblorosas de la muchacha acariciaron la piel lastimada, una horrible marca se formaría allí.

Entonces, Mikasa entendió, aquello había sido una reprimenda.

LV

Quién no se ha preguntado: ¿soy un monstruo o esto es ser una persona?

—Clarice Lispector, La hora de la estrella.

Sobre la mesa de centro había una pistola, no era nada inusual verla en lugares así, a Levi le gustaba tenerla a mano, en caso de que hubiese alguna emergencia. En un principio, Mikasa sentía nervios solamente al verla pero después de tanto escuchar a Levi decir que era su instrumento de trabajo perdió toda su aprehensión, viéndola como un objeto más. Sin embargo, algunas cuestiones sobre el arma se cocían en su cabeza a fuego lento, trató de contenerse pero habían entrado en ebullición, su boca ya no podía contenerse, en especial en ese momento, justo cuando la tenía delante frente a ella.

—¿Cómo aprendiste a matar? —ella preguntó, mirándolo directo a los ojos.

El cuerpo de Levi se tensó de inmediato, cerró el libro que estaba leyendo y le devolvió la mirada.

—Es una historia que no querrás escuchar.

—Quiero oírla, de verdad —Mikasa dijo firmemente, después de su experiencia con la muerte, estaba segura de que nada podría horrorizarla.

Levi suspiró.

—Nunca hay que vacilar por más desagradable que sea la situación. Es una regla que parece simple pero fue muy duro para mí poder aprenderla.

Mikasa asintió con la cabeza, entendía ese punto, incluso si estaba guiada por impulsos primitivos de supervivencia, la resolución de matar nunca tambaleó en su mente aquella fatídica tarde.

—Kenny, mi tío, me enseñó esa regla —los puños de Levi se crisparon.

¿Kenny? ¿Así se llamaba su tío? Mikasa pensó que era un nombre un poco gracioso pero si se trataba del hombre que le enseñó todo, sin duda debía de ser alguien muy peligroso.

—Ese hombre, cada mañana, traía canastas llenas de cachorros y gatitos. Los recuerdo bien, estaban delgados y sucios, seguramente eran callejeros. Después soltaba exactamente cuatro cachorros y tres gatitos —la voz de Levi mantenía un tono plano pero tenía los ojos humedecidos.

De repente, Mikasa sintió que su estómago se retorcía, no le gustaba el rumbo del relato.

—Luego me lanzaba a las manos una M1911 cargada con siete balas. Ni siquiera tenía que decírmelo, sabía que tenía que matarlos. Pero eso no era lo peor —él soltó una risa, sin un rastro de alegría.

—¿Qué podría ser peor que eso? —ella preguntó con un hilo de voz a pesar de que su expresión taciturna no cambió.

—Kenny ideó una manera retorcida de enseñarme a nunca dudar y a tener una buena puntería, así aprendía dos valiosas lecciones de una maldita sola vez. Es un bastardo con una mente enferma —sin dejar de hablar, Levi levantó la pistola de la mesa y, rápidamente, apoyó el cañón sobre la frente de Mikasa, quien no hizo ningún gesto de sorpresa o miedo, mantuvo un rostro impasible mientras lo escuchaba atentamente. Él nunca le haría daño.

—¿Cómo? —ella apartó suavemente la pistola de su frente.

—Él nunca me daba municiones extras, tenía que matarlos sin recargar el arma, si se me acababan las balas tenía que eliminarlos con mis propias manos. Una tarea nada agradable. Los gatos se escondían rápido y tenía que atraparlos, o se quedaban mirándome a los ojos. Los perros me lamían las manos o pedían caricias.

Mikasa imaginó las escenas en su mente, vio en su mente a un joven Levi persiguiendo, pistola en mano, a cachorros y gatitos, la escena era cómica y macabra, las dos cosas al mismo tiempo.

—Con el tiempo, descubrí que lo mejor que podía hacer por ellos era matarlos rápido, de un solo tiro. Cuando no podía hacerlo, ellos chillaban, muy fuerte, los animales malheridos son un dolor en el culo. Apuntar bien, gracias a todos esos perros y gatos, aprendí eso. Porque rematar es mucho peor que matarlos, yo podía ver sus deseos de vivir en sus ojos agonizantes. Disparaba de lejos pero no verles los ojos.

—Todos quieren vivir —Mikasa bajó la mirada, todavía podía recordar, con asombrosa claridad, los ojos de su atacante cuando agonizaba, en ellos se veía sus ansias desesperadas por sobrevivir.

—Había un perro faldero blanco… fallé el tiro, se acercó cojeando hacía mí, moviendo su cola. Ya no tenía balas. Ninguna. No pude matarlo con mis manos, me daba lástima. Entonces Kenny… lo mató a golpes. Si tan sólo me hubieran alcanzado las balas —Levi rápidamente colocó de nuevo la pistola sobre la mesa de centro, como si le quemara.

—No fue tu culpa —Mikasa susurró.

—Juré nunca volver a matar perros, tienen unos ojos jodidamente expresivos —él resopló.

—¿Y las personas?

Levi no contestó.

LVI

No eres humano. Eres un ser incapaz de tener trato social. No eres más que un ser no-humano y extrañamente patético.

—Yukio Mishima, Confesiones de una Máscara.

Mikasa, desde su pupitre, observó con aburrimiento a sus compañeros de clases charlar animadamente. Se preguntó cómo se sentiría tener amigos de su edad, con quienes compartir conversaciones banales sin temor a que se burlen de ella. Pero desechó esa idea rápidamente, no podía verse compartiendo tiempo con nadie sin incomodarlos, la sola idea le parecía demasiado extraña. Estaba tan acostumbrada a estar sola que ya no sabía cómo comportarse frente a otras personas.

Suspiró mientras apoyaba la mejilla contra la palma de su mano. Cerró los ojos por unos instantes, cuando los abrió, un muchacho se encontraba parado frente a ella. No era especialmente alto pero tampoco era bajo, su cabello y ojos eran de un color marrón claro. En pocas palabras, se trataba de un sujeto normal.

—¿Eres Mikasa? —preguntó mientras se rascaba la nuca con timidez.

Ella asintió con cautela.

—Soy Jean.

Mikasa no hizo ningún comentario al respecto, sólo mantenía la vista clavada en él, como si esperara a que dijera algo más.

El muchacho carraspeó nerviosamente, sintiéndose de repente incómodo.

—¿Te gustaría ver una película conmigo?

—¿Película? —ella frunció ligeramente el ceño, como si nunca hubiese escuchado esa palabra antes.

—Sí, solos tú y yo —el joven empezó a gesticular vagamente.

Mikasa se mordió los labios, pensativa. Jean se sonrojó levemente ante ese gesto que consideraba muy sensual.

—No sé —ella masculló, entonces, sin un motivo aparente, pensó repentinamente en Levi y una débil sonrisa adornó sus labios. Jean la miró algo extrañado.

—¿Mikasa?

De repente, ella se paró de su pupitre, tomó su mochila y salió corriendo del salón, sin dedicarle ni una sola mirada a Jean, quien se encontraba aturdido.

—¿Eso es un no? —preguntó a nadie en particular.

—Ella es muy extraña, nunca habla con nadie —una muchacha, quien vio toda la escena, se paró junto a él.

—Pensé que tendría alguna oportunidad —Jean se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.

LVII

En lugar de simplificar tu alma, tendrás que acoger cada vez más mundo con tu alma dolorosamente ensanchada.

—Hermann Karl Hesse, El lobo estepario.

Mikasa caminó más rápido, con el rabillo del ojo, miró disimuladamente la acera del frente, en donde se encontraba un hombre de apariencia sospechosa. No era sólo su imaginación, ese tipo estaba siguiéndola durante un buen trecho. Lo mejor que podía hacer era fingir alegre ignorancia, así que decidió seguir su camino aunque procuró mantenerse alejada de callejones y calles pocos transitadas.

En cuanto llegó al departamento de Levi, no dudó en decir sus inquietudes en voz alta:

—Me están siguiendo.

Levi no pareció sorprendido en absoluto, se limitó a soltar un pequeño suspiro.

—Finalmente sucedió.

—¿Qué quieres decir? —algo en el interior de Mikasa se agitó ante esas palabras, una cosa que era una mezcla de pánico y ansiedad.

—Probablemente sea una de las tantas personas que desean verme muerto —respondió con voz monocorde— por tu propia seguridad, deberíamos dejar de vernos.

—¿Qué? —la respiración de Mikasa se detuvo por un segundo.

—Estás poniendo en riesgo a tu familia —Levi la miró a los ojos, parecía preocupado.

—Yo… no quiero hacerlo —murmuró.

—No sabes lo que estás diciendo.

—Puedo defenderme sola —Mikasa elevó su voz.

—No confíes tanto en tus habilidades —Levi la miró como si fuera una estúpida sin remedio, tal vez tenía razón.

—No tengo la intención de morir, lucharé con todo lo que tengo porque si muero ya no te volveré a ver —ella puso su mano derecha sobre su corazón.

Levi quedó en silencio, abrió varias veces la boca, como si quisiera decir algo pero luego la volvía a cerrar. Cuando Mikasa empezaba a arrepentirse de sus palabras, volvió a hablar.

—Matarás de nuevo, lo sabes bien, ¿verdad? —dijo con voz ronca.

—Haré lo que sea por ti —no hubo vacilación en su voz.

—¿Qué hay de tus padres?

Mikasa no respondió pero su mirada no demostraba ninguna emoción.

—Mocosa estúpida —Levi masculló.

Aquella noche, ante la posibilidad de matar de nuevo, el corazón de Mikasa empezó a latir con fuerza, movido por un oscuro deseo.

LVIII

La vida, sin la desgracia, es insoportable.

—Unica Zürn, Primavera sombría.

Mikasa abrazó con fuerza al cojín que tenía atrapado entre sus delgados brazos, cerró los ojos y escuchó a lo que más temía: el enérgico rugido de un trueno.

—Mataste a un tipo que tenía el doble de tu tamaño, ¿Por qué tienes tanto miedo a un simple trueno de mierda? —los ojos de Levi estaban rebosantes de molestia y diversión.

—El ruido no me gusta —Mikasa cubrió su rostro con la superficie suave del cojín.

—Hay cosas mucho peores en este mundo, cosas a las que sí deberías tener miedo. Lo sabes muy bien, mocosa.

Mikasa lentamente bajó el cojín de su rostro.

—Lo sé, pero es algo que forma parte de mí, no puedo evitarlo.

—Béla Kiss probablemente dijo lo mismo y mira todo lo que hizo —la mirada azul de Levi se perdió en el horizonte sombrío que mostraba la ventana frente a ellos.

—¿Béla Kiss? Qué nombre tan extraño —ella sonrió ligeramente.

—Créeme, Béla era todo menos gracioso. Él era un hombre perverso.

Un trueno resonó en la distancia pero Mikasa no le prestó atención, la curiosidad se apoderó de su cuerpo, embotando todos sus órganos sensoriales.

—¿Qué clase de cosas hizo?

—Él era un húngaro que vivió a principios del siglo XX. Demasiado extravagante para su tiempo, entre sus aficiones estaban el ocultismo y la astrología.

Mikasa se encontraba tan embelesada por el relato que ignoró la furiosa tormenta que se desataba en el exterior.

—A primera vista, Béla era un hombre normal aunque algo distante, nunca levantó sospechas entre sus vecinos. Incluso se casó dos veces y tuvo varios hijos; hasta contrató un ama de llaves, que nunca sospechó de él. Pero en su hogar, tenía otro pasatiempo mucho más oscuro. Él, usualmente, mantenía contacto con mujeres jóvenes o de mediana edad, principalmente por avisos en el periódico, en los que ofrecía sus servicios como "adivino" o "agente matrimonial". Y las estafaba por medio del cortejo, las que se atrevieron a denunciarlo, desaparecieron misteriosamente, como escogía mujeres solitarias, nadie las echó de menos. Después, empezó a invitarlas a su casa, de una en una, en donde les quitaba todo su dinero luego las violaba y las mataba estrangulándolas, también solía drenarles la sangre su cuello. Todo un personaje ¿Lo más curioso? Los vecinos nunca se dieron cuenta de lo sucedido, incluida su ama de llaves.

—Él tenía una buena máscara —Mikasa susurró mientras sus dedos dibujaban figuras invisibles contra la superficie del sofá.

—Así es. Pero se resquebrajó cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914 y Béla fue reclutado en el ejército. Sin embargo, hay que reconocerlo, él era bueno escondiendo cuerpos, ¿sabes cómo ocultaba a sus víctimas? —la voz de Levi sonaba ligeramente divertida.

Mikasa negó con la cabeza.

—En esa época casi toda Hungría sabía que la guerra era inminente, por ello, los vecinos no sospecharon nada cuando en el patio de Béla aparecieron siete barriles de metal. A quienes se atrevieron a preguntar el porqué, él simplemente les dijo que esos barriles estaban llenos de gasolina, era su manera de prepararse para la futura crisis que la guerra traería. Esa misma mentira lo delató. Cuando Béla se fue de su hogar, el alguacil de la policía local quiso tomar prestado un poco de gasolina para ayudar a los soldados necesitados y se encontró con el cuerpo de una mujer estrangulada.

Mikasa se estremeció ante esa revelación.

—Debió ser horrible.

—Béla también tenía otras sorpresas dentro de su casa. 24 mujeres asesinadas, esparcidas en todo su hogar. Era obvio, él era el culpable, su casa estaba repleta de pruebas, entonces, la policía empezó a buscarlo. Pero estaban en plena Primera Guerra Mundial, no sabían si él todavía estaba vivo y si lo estaba probablemente era un prisionero de guerra. De todas maneras, lo buscaron y en octubre de 1916 llegaron rumores de que se encontraba en un hospital serbio. Cuando la policía llegó, solamente encontraron un soldado muerto en la cama donde debía encontrarse Béla. Fin de la historia.

—¿Eso es todo? —Mikasa frunció el ceño.

—Sí, nunca lo atraparon —Levi se encogió de hombros.

—¿Y no se supo nada más de él? —ella presionó.

—Muchos rumores se escucharon pero ninguno estaba cerca de la verdad. Algunos decían que él trabajaba como portero en Nueva York, otros clamaban que él murió de fiebre amarilla en Turquía. Pero nadie sabía realmente el destino de Béla.

—¿Dónde escuchaste todo eso?

—Kenny tenía una novia húngara, a ella le gustaba contar historias extrañas, se parecía a ti.

Mikasa resopló y volvió a abrazar el cojín.

—No me gustó esa historia, es muy cruel.

—Pienso lo mismo pero a Kenny le pareció gracioso incluso lanzó una de sus carcajadas vulgares, creo que llamó a Béla "un buen muchacho". Ese cerdo.

—Dudo que sea cierto, nadie puede hacer tantas cosas malas y salir impune —ella miró el techo.

—Es real, búscalo en internet, como ustedes los jóvenes suelen hacer —Levi sonaba un poco molesto.

La incredulidad bailaba en la mirada gris de Mikasa.

—Piénsalo, gracias a todas esas mujeres muertas, ya no tienes miedo — él dijo mientras abría un libro que se encontraba en la mesa de centro.

Mikasa se recostó en el sofá, el silencio los cubrió.

LIX

Un engaño que nos permite ascender es más querido que una multitud de verdades bajas.

—Marina Ivanovna Tsvetáyeva, Pushkin y Pugachov

La madre de Mikasa entró bruscamente a la habitación de su hija, quien se limitó a mirarla con extrañeza pues aquello no era una conducta habitual.

—¿Quién es tu novio? —preguntó la mujer con una voz helada.

El rostro de Mikasa no expresó nerviosismo ni molestia, se mantenía en blanco. Esa aparente indiferencia ocasionó incomodidad en la progenitora.

—No es tu problema, madre.

Una sensación fría penetró el cuerpo de la mujer mayor, su hija nunca le respondió así, por lo general era muy respetuosa.

—¿Por qué?

Mikasa no respondió, todavía mantenía el rostro inexpresivo. El silencio que las rodeaba era nauseabundo.

—No me ignores —la mujer cruzó los brazos.

—No te estoy ignorando… no te estoy respondiendo porque no mereces la respuesta —la voz de Mikasa era suave, pero sus palabras eran contundentes.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Además, él no es mi novio, sólo tenemos sexo. Pero eso ya lo sabías ¿verdad?

La mujer miró a su hija con la boca abierta. En realidad, no le inquietaba el hecho de que Mikasa se haya enterado de que su privacidad había sido invadida, lo que la hacía temblar era su cinismo. Su hija estaba fuera de control, lo más prudente que podía hacer era buscar la verdad, los castigos y recriminaciones vendrían después. No caería fácilmente en las provocaciones de su hija.

—Los maestros me dijeron que incluso te escapas de clases, ¿qué pasa contigo?

—Es un secreto que me hace feliz —Mikasa respondió, existía un leve tono de suficiencia en su voz. Una pequeña sonrisa torcía sus labios.

La mujer mayor rechinó los dientes, mirándola con reprobación, ¿qué le sucedió a su hija? Entonces, se dio cuenta de un detalle importante, Mikasa llevaba una bufanda roja que cubría por completo su cuello.

—Sácatelo —ordenó la mujer, molesta, mientras señalaba la prenda. No era tonta, sabía lo que estaba cubriendo.

Mikasa negó con la cabeza.

—No quiero hacerlo —mientras pronunciaba aquellas palabras fulminantes miró a su madre a los ojos.

La mujer retrocedió unos pasos, asustada, los ojos oscuros de su hija estaban vacíos, no reflejaban nada, sólo eran oscuridad ¿Por qué no se dio cuenta antes? ¿Cómo pudo estar tan ciega?

Una horrible verdad atravesó su cráneo: la relación con su hija estaba rota, recordó cuando su hija era una niña pequeña que confiaba ciegamente en ella, como si poseyera todas las verdades del universo, la imagen de una pequeña Mikasa preguntándole de dónde venían los bebés asaltó su mente.

Sin decir nada, Mikasa salió de la habitación.

Un dolor repentino apretó el estómago de la progenitora, su hija era un verdadero mar de secretos y ella no tenía derecho a verlos. Su propia hija la expulsó de su vida.

LX

Cuando dejemos de amar el hedor del animal humano, tanto el nuestro como el de los demás, estaremos condenados a la miseria, y podrá surgir el pensamiento claro.

—Cyril Vernon Connolly, La tumba sin sosiego: el ciclo verbal de Palinuro.

Mikasa miró su reflejo en el espejo, algo en ella había cambiado de manera permanente pero no sabía qué, sospechaba que no era un cambio físico, tal vez se trataba de algo interno, algo que emergía de las profundidades de su alma y salía al exterior.

El cambio se hizo notorio para ella cuando su madre la miró horrorizada, como si no la reconociera. Aquel suceso no la preocupó especialmente pero plantó en su mente las semillas de la curiosidad, ¿Qué había cambiado en ella? Su reflejo no mostraba nada diferente, era la misma de siempre. Pero realmente quería saber qué cosa vio su madre en ella que la espantó tanto.

Era obvio para Mikasa que sus manos manchadas de sangre la habían cambiado, porque no era la misma de antes, Levi lo dijo varias veces; el problema radicaba en su imposibilidad para rastrear dichos cambios. Eso ocasionaba que fuera incapaz de reconocer a su nuevo yo. Tal vez el cambio fue demasiado gradual que no pudo percibirlo o tal vez estaba demasiado obnubilada por la presencia de Levi en su vida que todo lo demás dejó de tener importancia. Ahora que lo pensaba, la respuesta no debería ser motivo de preocupación. Su incapacidad para reconocerse no le importaba, era una interesante curiosidad pero no significaba nada más para ella. Los residuos de un pensamiento infantil que todavía sobrevivían en su mente eran los que la impulsaban a querer resolver ese misterio, sólo por intriga, pero no tenía ninguna intención de cambiar nada, su vida actualmente estaba bien, cualquier cambio le parecía innecesario. De todas maneras, no le importaba lo que pensara su madre sobre ella.

Desde que empezó a visitar a Levi, la ausencia de sus padres ya no la afectaba, después de todo, él era más fascinante que sus propios padres. Además, era maravilloso conocer a una persona, que no sea un familiar, capaz de comprender, de manera tan certera, sus sentimientos con sólo observarla, las palabras siempre sobraban con él.

El mundo entero se volvió irrelevante para Mikasa, y no tenía problemas con eso.


Notas finales: Definitivamente este capítulo fue el más difícil de escribir.

¡Gracias por leer!