Capítulo XIII. baño de sangre 7,10,12,4,7,6,2


Distrito 7: Alexander Rheon, veintiún años (cosechado).

El sujeto del distrito 3 me da un puñetazo en la nariz tan fuerte que me doblo de dolor y caigo de rodillas, soltando un gemido sanguinolento. Hijo de puta, ¿Quién se cree? Me intento incorporar, pero entonces la zorra de Pancy Layton me da una patada en el trasero que me tira al piso. La vieja del 6 también se une a los enfurecidos, así como el tipo alto del 11. ¿Qué mierda les pasa? Estamos en los jodidos juegos del hambre, ¿piensan matarme así? Comienzo a repartir golpes desde el piso, no me voy a dejar matar de esa forma, pero unas largas piernas me propinan una patada en la cara y vuelvo a ver que es Pancy. Le agarro la pierna y ella se sacude fuertemente. Me duele cada impacto contra el cuerpo, escucho muchos insultos como "maldito desgraciado" o "se suponía que tendríamos un compañero", y otras mariconadas similares. Hay muchos hablando y muchos golpeándome. Me defendí en un inicio, como dije, pero ya después solo me hago un obillo en el suelo, sangrando. Son demasiados. El corazón me late con fuerza y tengo miedo y dolor. Estoy protegiendo mis partes íntimas y mi cara porque me pueden romper alguna de ellas, y solo por adelantarme y hacer lo que nadie tuvo cojones, cobardes de mierda. No consigo comprender y no quiero entender ahora, solo ruedo por el piso de aquella enorme torre mientras intento hacer daño a los que me agreden…

–¡Alto! –grita una voz profunda, parece ahogada como si estuviese haciendo vocina con las manos.

Cuesta que se detengan. Todavía siento alguien que me pisa la pierna y otra persona que me agarra del pelo, pero tras un par de "¡Deténganse!" las personas por fin recuerdan que no son jodidos animales sino seres humanos y me dejan de pegar. Levanto la mirada, siento que un ojo se me va a poner en tinta y el sabor de la sangre en la boca. Escupo un colmillo, el superior izquierdo, que alguien me sacó de un puñetazo, y más sangre. Me duele a rabiar. La persona que había gritado sigue con las manos en torno a la boca, un poco más alejado de la turba. Es el tipo del 2, Imber-Black.

–Recuerden que no podemos matarlo –dice, quitándose las manos de la cara. Luce tranquilo–: o al menos no dejaré que lo maten. Podría ser el compañero de cualquiera de nosotros ¿No se dan cuenta?

–El imbécil desgraciado este… –el doctorcito del 3 está temblando. Me mira con asco y hace ademán de darme una patada, pero le agarro la pierna con fuerza.

–No me toques, hijo de puta –mi voz suena pastosa por la sangre que aún sale de mi boca destrozada. Me limpio la cara con la otra mano, tengo un ojo muy cerrado y apenas veo. Gran desventaja.

–¡Eso serás tú! –Me grita Pancy, con rabia. Debe estar con la regla, seguro.

–No quiero que dejen a mi compañero malherido, si resulta que es mío –dice razonablemente el pelón del 2–: y seguro que nadie querrá cargar con él de ser ese el caso. ¿Por qué no mejor averiguar si lo es o no, y actuar cuando se sepa?

Ese "actuar" me suena a que se van a deshacer de mí cuando se enteren de que no soy el compañero de quien tenga cerca en el momento de la verdad, y se me encogen las bolas de solo pensarlo, mierda. me hice tantos enemigos aquí… busco a Jessica con la mirada, y la encuentro, revisando unas especie de trampillas en el suelo. así que por ahí entraremos, genial, algo menos.

–De acuerdo –dice la viejita, defendiéndome–: puede ser mi compañero o el de cualquiera. Seamos razonables, amigos…

–Pero… –el doctor parece enojado. Puedo sentir su aroma a perfume, fuerte y penetrante, mezclado con el sudor–: tiene que pagar lo que hizo, digo… ¡Dejó a alguien sin compañero!

Sentí mi huevo vibrando después de tirar a la gorda del 5, así que al menos el mío no murió aunque no tengo idea de quién sea. Ni me importa, tengo mi alianza que es Jessica y Duncan, el resto que se vaya a tomar por culo pero bien.

–¿No te parece venganza suficiente que le vayamos a perseguir todos los que no seamos sus compañeros? –Pregunta Jessica con dulzura–: hijo, piénsalo. Seguramente Alexander está muy arrepentido de eso.

No estoy ni un poco arrepentido, la verdad, esa gorda arrugada tenía que morir para que yo viviera y haría lo mismo con todos si fuesen tan estúpidos como para quedarse ahí sin moverse, pero no digo nada y sigo limpiándome intermitentemente la nariz, que me sangra. Sé que Jessica está jugándosela por mí así que no digo ni mu. Los que me atacaban se callan. Tomen, cabrones, ahí tienen a una viejita con sabiduría.

–De acuerdo con ella –el pelón del 2 mira a su alrededor, está apoyado contra una plataforma y puedo imaginarme que es para tener cubierta su espalda–: lo siento mucho por aquella persona a la que le haya tocado este joven de compañero, porque si lo encuentro, acabaré con él sin contemplaciones.

Mierda, y yo que pensé que me estaba defendiendo. La frialdad con la que lo dice… no me había asustado nada antes, no mientras me subía al jodido tren que me apartó de mi casa, no en las sesiones de entrenamiento, ni siquiera cuando Sicamore me dio el puñetazo después de que se lo metiera a esa avox jovencita. Solo con una persona estuve tan asustado antes. En el orfanato, con ese guardia…

(Va a matarme. Me la va a meter por el culo y si digo algo me va a matar me va a)

Temblé. Me di cuenta de la situación jodida en la que me metí yo solito, maldición. Ese sujeto es perfectamente capaz de cumplir la amenaza, y por las miradas que otros me dirigieron, como el del 11, sé que hay otros que también querrían. Puta madre, tendré que esconderme pero muy bien o matar primero. Eso, pienso. Matar primero.

–¿Y si el compañero es usted? –Pregunta una vocecilla. Miro con mi ojo bueno y veo a la criaja esa del distrito 3, la plana sin gracia. Pancy debe tener la misma edad más o menos y está más buena.

–Bueno… –el sujeto curva sus labios imperceptiblemente–: ahí entonces tendremos un problema.

Suspiro un poco, pidiéndole a lo que sea que me pongan con ese tipo. No sé por qué, pero me da que si fuésemos compañeros no me mataría por el honor y mierdas de esas. Seríamos de los más fuertes de la edición, colaborando juntos. Vuelvo a comprobar mi huevo, mientras me pongo de pie como puedo, dolorido y sacando chispas por los ojos... bueno, por el ojo. El huevo está vibrando, señal de que mi compañero sigue vivo. Que sea este, pienso.

Entonces recuerdo a Jessica, que sacó la cara por mí, que me acompañó y cuidó durante estos tres días, que conversaba conmigo, que parecía estar intentando abrir la trampilla con sus manos de vieja, y cambio de opinión. Ojalá sea Jessica, pienso, o Duncan. Podríamos salir los dos de aquí. Eso sería jodidamente bueno.


Distrito 10: Nyx Bellecourt, veinte años (cosechada).

Meenara está muerta. Daban lo mismo los planes que hicimos antes de entrar a la arena, nuestros intentos de pescar, cómo habíamos luchado contra el kraken gigante, incluso sus lágrimas o las ganas que tenía de ver a su hijo. Nada de eso importaba ya porque ese horrible sujeto del distrito 7 la tiró por el borde, acabando con todo, incluso con la escasa protección que me había agenciado. Solo pude mirar, asombrada y estupefacta, cómo caía y cómo la gente se reunía para vapulear al tipo en el piso. Yo no lo hice, no pude, el miedo me paralizó y luego ya solo pensé en correr y en alejarme. En los baños de sangre, sangre es lo que más abunda y me había prometido, por mi abuelita Demi, por Sabina, por mi mamá, que no iba a ser la mía. Tuve una última noche dura, pero sé que puedo con esto. Meenara… bueno, mi huevo sigue vibrando, mi compañero o compañera está vivo aún.

Tengo lágrimas atascadas en la garganta mientras me detengo en una de las trampillas, y oigo que el profesional del distrito 2 grita para que le hagan caso. Ese sujeto da miedo, tomo nota mental de alejarme lo más que pueda de él también. Nadie está matando, creo que todos temen, quizá excepto el sujeto al que pegan, que matemos a nuestro compañero por accidente. Respiro un par de veces y parpadeo para que mi llanto no me entorpezca la visión. Me sirve pensar en otra cosa, como la cena de ayer o el hermoso vestido que llevé, incluso mi entrevista. Lo consigo, luego de un rato tengo mi misma apariencia relajada. Incluso pienso en Briseida Anglevin, la vigilante que se había querido tomar una foto conmigo, qué vergüenza.

–Haré lo mejor que pueda, Briseida –murmuro, inclinándome ante la trampilla, con las mejillas oscurecidas por un débil rubor. No sé si me estarán transmitiendo, supongo que es más interesante ver cómo matan a ese tipo rubio a golpes, aún así espero que ella, la de control de clima, esté escuchándome.

La trampilla tiene un número "1" en su superficie, me pregunto si será para alguien del distrito 1 o algo así. Quizá para los sujetos del 1. Probaré, si no puedo abrirla, resulta que efectivamente solo se abrirá para el distrito de las joyas, si consigo abrirla el número obedecerá a otra cosa. Se abre, dejando una apertura lo suficientemente gruesa para que entre un hombre fornido. Entre los que más problemas tendrían serían los tipos profesionales, quizá el sujeto del 7 y Rafe, mi compañero de distrito, también… pero yo no. soy delgada, por suerte, y mis pechos son del tamaño de manzanas, conseguiré entrar fácilmente. Me asomo para ver qué hay abajo y solo veo una suerte de tobogán plateado que se sumerge hasta donde no alcanza la vista. Tendré que deslizarme.

No tengo problemas con la oscuridad, me repito constantemente. No tengo problemas con la oscuridad. Con lo que sí tengo problemas es con caer hacia algo desconocido e inóspito, que en los juegos del hambre puede ser absolutamente cualquier cosa. Relájate, me digo. No querrán entregarme a mutos todavía, en el baño de sangre lo más atractivo es ver cómo los tributos se matan entre sí, ¿verdad? Intento decirme precisamente eso, que no pasa nada si me lanzo y me lanzo y me…

Suelto una risa nerviosa, que obedece al puro miedo. O me lanzo o bajo la torre saltando al vacío, y sé bien lo que pasa si lo hago porque todos lo vimos. Decido deslizarme por el tobogán. Con los pies por delante, no seré tan tonta como para lanzarme de cabeza. Ojalá alguien lo haga y se pegue contra el suelo, pienso malvadamente, luego me arrepiento porque qué cruel. ¿Pero no será una muerte más piadosa esa? Al menos más que la de la pobre Meenara…

Meto los pies por la apertura, me siento en el borde, que está curiosamente frío y, ayudada por mis brazos, me doy impulso hacia abajo. Siento cómo me deslizo, me suelto de los bordes y caigo, deslizándome rápidamente por el tobogán, ahogo un grito de sorpresa porque parece aceitoso y es demasiada velocidad para mi cuerpo, siento mariposas en el estómago. Oigo, a lo lejos, cómo la trampilla se cierra automáticamente tras de mí, con un ruido sordo y pesado. La tremenda oscuridad que me invade hace que me lleve una mano al pecho. Voy bajando cada vez más….

–Una persona dentro, compuerta sellada –dice una voz incorpórea que me hace dar un respingo. Así pues, parece que el 1 era porque solo una persona podía entrar. Me hace sentir bien, bastante segura de que al menos nadie me dará alcance por ese lado.

La caída parece infinita hasta que mis pies tocan suelo firme. Como puedo, con las piernas temblándome, me bajo del tobogán y doy un suspiro. Una luz se enciende en el techo, así como un pequeño monitor. Es una sala pequeña, como de tres por dos metros, con una pared repleta de comida. Latas de conservas, galletas, cecina, pastelitos y otras cosas, botellas con agua dentro. Otra pared está llena de armas, veo muchos arcos, espadas, mazos y cosas que jamás usaré en mi vida. La tercera pared tiene implementos de enfermería, botiquines, vendas, medicamentos, cremas cicatrizantes y cosas de ese estilo. Miro a mi alrededor y veo un par de mochilas vacías tiradas de cualquier manera en el suelo, como si esperasen que llenase cuantas pudiera para salir. Y eso hago, no soy ninguna tonta. Meto toda la comida que quepa en una, medicamentos, vendas y crema regeneradora en otra, agua en la tercera. Por pura precaución, meto un cuchillo en mi bolsillo y miro por si hay algo más que pueda usar, una guadaña o algo, y la encuentro, recargada contra una pared. Los vigilantes me quieren, pienso. Suelto un suspiro, estoy relajada. Sé que estas provisiones no me durarán para siempre, pero… ¡pero tengo algo!

Me acerco a la puerta y tiro de ella, a fin de conseguir abrirla, pero no se abre.

–Inserte huevo en el escáner –me dice la misma voz.

¡Me había olvidado por completo de mi compañero! Sacudo la cabeza, ¿tengo que ser tan despistada? Estaba tan feliz pensando en las provisiones que tenía que… intento evitar poner los ojos en blanco, seguro Sabina lo estaría haciendo en mi lugar, mi gemela querida. Pongo el huevo frente al escáner y las palabras "espere un momento" aparecen en él. Espero dicho momento, conteniendo la respiración, y la misma voz incorpórea dice nuevas palabras.

–Su compañero es Franziska, la Sirena.

Franziska, la Sirena… Pienso un segundo y la recuerdo, la profesional del distrito 4, que durante la entrevista no llevaba casi nada de ropa y parecía mirar altivamente al mundo. No sé cómo sentirme al respecto, creo que en parte es alivio de que no sea un hombre, no estoy acostumbrada a lidiar con ellos… La Sirena... pienso en ella y de pronto me reconcilio con la idea de no estar sola. Me alivia tanto que tengo ganas de reír como una niña. Además de mi guadaña, que llevo como puedo en la mano izquierda, me cuelgo un arco y un carcaj al hombro, quizá ella no pueda conseguir uno. Siento que voy muy sobrecargada de comida y cosas, ¡Pero qué tal si ella no tiene nada? No sé adónde llevan las otras trampillas. Tengo que pensar en mi seguridad, si necesito correr ya iré dejando cosas por el camino, espero.

Ahora sí, la puerta se abre chirriando, como si le costase abrirse. Siento nerviosismo, pero estoy mucho más segura al saber que mi compañera, al menos, está viva. Camino unos tres minutos por un pasillo recto antes de que una puerta se abra en medio de lo que parecía una pared lisa. Se abre con tanta rapidez como se cierra, y una persona se lanza sobre mí.

O eso parece. Solo alcanzo a gritar.


Distrito 12: Julian Felow, veintisiete años (cosechado).

Salgo corriendo de la sala llena de comida y cosas tentadoras de las cuales tomé lo que pude, en cuanto llega la tributo del distrito 8 y nos dicen que hay dos personas en la sala, la compuerta de arriba está cerrada y todo lo demás. no sabía quién estaba bajando, primero vi sus pies, luego sus piernas, después lo demás, por desgracia lleva esa horrenda peluca azul que la hace ver horrible, falsa y extravagante. No quiero compartir espacio con ella, entre todas las personas, y sin contar a Imber-Black es la que más asco me da por lamer el trasero del Capitolio de forma tan abierta. Es una costurera provinciana de distrito, ni más ni menos, por mucho maquillaje y mucho acento de diva nada cambiará lo que uno es. nada…

Podría haberla matado, sí, esperar a que asomase por el tobogán y asesinarla, pero solo lo haré cuando esté en riesgo mi vida o la de mi compañero, no me van a convertir en un asesino sin corazón, y para mí, defender la vida no es asesinato. Mataré por mi vida, no para divertir a esta gente que tanto asco me provoca, así que la dejé vivir y decidí marcharme, con cosas en mi espalda y colgadas de los brazos en mochilas. Solo para toparme con una joven metros más adelante, casi chocándome con ella.

Grita. Yo doy un respingo. Nos miramos, el pasillo está iluminado por bombillas a intervalos, la pared es lisa y negra pero imagino que hay puertas, y solo es así para engañarnos. El suelo está alfombrado, supongo que para no oír pasos. Muy astutos.

–T…tú… –ella va más cargada que yo, lleva un arco, tres mochilas y una guadaña. Me alegra haberla encontrado, bueno… todo lo que le puede alegrar a uno algo en los juegos del hambre, claro.

Dedico un asentimiento de cabeza a la chica del 10, no recuerdo su nombre pero sí la impresión que me dio, favorable. Parecía bastante auténtica y no buscaba agradar a nadie, o al menos eso pienso. Me pregunto si sabe usar todas las armas que lleva y tengo claro que el arco al menos no, no hay ninguna razón para que hubiese aprendido. La guadaña es otra historia, puede ser por trabajo.

–Vamos, parece que aquí es peligroso –le digo.

Ella me mira con sorpresa, aferrando con más fuerza su guadaña pero sin blandirla. Me pregunto por qué se muestra de esa manera y encuentro la respuesta, habíamos concertado una alianza –en todo caso Peeta me la concertó mientras yo asentía para que me dejase en paz–, pero ahora, con todo esto de los compañeros…

–¿Seguimos siendo aliados provisionales? –le pregunto algo tirante. No quiero perder el tiempo, menos en este lugar, si me dice que no, me largo y adiós y suerte.

–Bueno… –se muestra algo tímida, baja los ojos pero luego los sube–: disculpa. Creí que con lo de los compañeros…

–Eso pensé –murmuré, sin sorpresa–: así que adiós y s…

–¡No! Digo... no… yo todavía no encuentro a la mía –me susurra–: y tengo comida, armas…

Es una pedida de ayuda lo que leo en sus ojos, y también reciprocidad. No me está pidiendo que la proteja en balde, sino que me ofrece lo que tiene, incluyendo sus habilidades. No sacó mala puntuación en sus sesiones privadas, aunque eso para mí vale bastante poco considerando lo que hice y de lo cual no me arrepiento. Pero por algo tuvo ese 6, ¿no? pienso, al aceptar la alianza que Peeta y Korrina proponían tenía en mente a la anciana pero tener a una de la alianza no me viene mal tampoco. Al menos hasta encontrar al doctor del distrito 3, que es mi compañero. Lo que sucederá con ella cuando eso pase, ya lo veremos.

–Vamos, aquí es peligroso –repito, mirando a mi alrededor con mis ojos azules y fijos. Ninguna puerta se ha abierto, pero no significa que no vaya a pasar de un momento a otro, solo tengo que recordar el susto que le di a ella. dos son mejores que uno, y tampoco es como si nos debiésemos la vida o algo de ese estilo.

No somos compañeros, solo aliados provisionales y así nos comportamos. El suelo está diseñado como una especie de rampa, siempre en continuo descenso, y la alfombra solo deja oír un leve ruido de fru fru. Andamos a buen paso, ella no se queja, ni se cansa, ni parece dolorida por todo lo que va cargando, aún lleva ese arco y la duda de para qué lo lleva me asalta otra vez, siendo del distrito que es. Quizá tiene la esperanza de aprender a usarlo durante los juegos, eso me parece absurdo y espero que no tenga pensado algo así, o tal vez su compañero maneje el arco. Pienso en Rose, la última vez que la vi fue la noche anterior, furiosa pero reivindicada, después de decir todo lo que dijo en la entrevista. Le pregunté si estaba satisfecha y me dijo que sí, quizá sí. Le pregunté luego si estaba tranquila y me contestó que eso nunca. La entendí en aquel momento y la entiendo ahora, mientras camino junto a mi aliada, Rose tiene todo el derecho del mundo de estar intranquila, la apoyo y la abalo. Esté donde esté, espero que no caiga en manos de nadie que la perjudique, no por el momento al menos.

Hay una bifurcación de caminos y, por un instante, la chica del 10 y yo nos miramos. Sus ojos son grandes y oscuros, tiene gotas de sudor perlando su frente pero aún no está preparada para detenerse. Señalo con la cabeza la derecha y hacia allá nos vamos, ella no tiene objeciones y la verdad no entendería por qué, el camino parece igual. Pared lisa que seguramente oculte puertas, la alfombra sigue siendo negra, el camino otra vez en pendiente, nada particular. Esta arena es monótona hasta lo indecible, pienso. Casi me recuerda al distrito 12 por la misma razón, soso y aburrido, solo falta el polvo. Aunque que falte, no quiere decir que no me tenga que doblar de vez en cuando para toser, el humo de la mina ha hecho estragos en mis pulmones. Han sido demasiados años, veinte como poco. Primero abriendo la compuerta, recuerdo cuando me dejaban amarrado a ella porque quería volver a la luz, al sol, a jugar, o al menos con mi madre o mi hermana, Maria. Cuando se acercaba el vagón con carbón tenía que abrir, y luego cerrar, y así sucesivamente, todo el día, parado casi siempre, o recargado, durmiendo en un rincón, hasta que el silvido me despertaba. Pronto dejaron de amarrarme, entendí que tratar de escaparme a eso no servía de nada. Nunca se me grabó lo suficiente como para que no me quedaran ganas de luchar, pero hasta un animal aprende a golpes que ciertas cosas no se hacen.

Ella y yo caminamos por el monótono paisaje un poco más, hasta que me detengo en la pared, un lugar aparentemente aleatorio que, honestamente, no me dice nada. Toco la superficie y la siento de piedra fría, es oscura. Comienzo a palpar, siguiéndola hacia delante. La chica, mi aliada, me mira pero no dice nada, me parece que sabe lo que estoy buscando y no solo eso, sino que como puede, me ayuda, poniéndose delante de mí. Pronto, es ella quien encuentra lo que mis pesquisas intentaban cotejar.

–Aquí –me dice, dando unos leves golpecitos al costado de donde señala, y después justo donde indicaba. Los primeros suenan a piedra y los segundos, tal y como esperaba, a madera.

Me acerco y palpo bien, no hay ninguna cerradura o algo que nos sirva como tirador. Empujo y no pasa nada. Pienso en el cuchillo que guardé en mi bolsillo anteriormente, por si tuviese que defenderme, y lo extraigo. Es un poco grueso, pero intento meterlo en la pequeña ranura entre la puerta y la pared, intentando abrir de alguna manera. Cuesta, pero funciona, la puerta se abre hacia fuera y luces se encienden.

Es una sala con alfombra también, una ventana, las paredes negras y desnudas y sin absolutamente nada dentro. Ella y yo nos miramos, hemos estado caminando por más de dos horas. Me parece justo que descansemos aquí. Lo peor que nos podría pasar es morir de aburrimiento.


Distrito 4: Dorian Clearwater, veintisiete años (cosechado)

–Las damas primero, anda –le digo a Franziska con una sonrisa, intentando demostrar que no estoy enojado con el mundo, con la mala suerte y con la bestia asquerosa del distrito 7.

Ella agita su trenza cenicienta, me da una mirada con sus ojos profundos, pero al final asiente. La trampilla que buscamos tiene el número 4, así que asumimos que está diseñada para que ambos entremos a la torre. Ya quiero hacerlo, tengo un poco de frío. Me calo la capucha, al menos para que no se me congelen las orejas. hace más frío que en alta mar, o al menos eso siento. También estamos demasiado alto y confieso que no me gusta.

Franziska baja rápidamente, sin meditar en exceso y sin hacer melodrama de todo. Una mujer de armas tomar, y si oigo un grito terrible sabré que bajar es una mala idea, gracias a ella, todo son ventajas. Suspiro, mirando cómo la turba enfurecida deja levantarse al asqueroso bastardo del distrito 7 y vuelvo a tocar mi huevo, imagino que ya no me sirve para nada. Lo sé porque lo encendí y no está vibrando, no al menos como vibró mientras nos hallábamos en nuestras plataformas. Así que supongo que mi compañera era la mujer del distrito 5, y eh ahí la razón por la que detesto al desgraciado ese que me quitó una gran oportunidad. En fin. Miro hacia todas partes, observando cómo la gente se fija en las trampillas recién, y cerciorándome de que nadie viene hacia aquí, me inclino para gritar.

–¡Franziska! ¿todo bien? –pregunto, mi voz hace eco y la escucho viajar muy lejos.

–¡Aún no llego…! –ella chilla, pero no puedo esperar más, las cosas ya se están poniendo tensas, así que me dejo caer, con los pies por delante, hacia la profundidad del tobogán y lo que haya más abajo, sea lo que sea.

¿para qué describir la sensación vertiginosa que me acometió al descender? Seguramente ya se la pueden imaginar. Me aferro a mi huevo, aunque no me sirva al menos es algo que puedo tener, y por alguna razón pienso en Luke y en los niños, pero me dura poco porque más que nada pienso en que esta sensación asquerosa termine pronto y pueda tocar tierra firme… por fin, el impacto en mi trasero es un poco doloroso pero caigo al suelo, viendo una sala rectangular iluminada por la pantalla de una enorme computadora y a Franziska, examinando una repisa repleta de conservas.

–¡Alguien aprecia al distrito 4! –Ella, feliz, va poniendo cosas en una mochila como si no hubiese un mañana, pienso en la mujer de compras más guapa del mundo o algo así.

–¡Oye, espera! No te quedes con todas las sopas de tomate –tomo una mochila y comienzo a imitarla, la sopa de tomate es mi favorita. Y no quiero comer pescado en todo lo que me quede de vida, ya bastante comí a lo largo de mi existencia porque era lo más barato. Pobre Luke y pobres gemelos, diablos. Ojalá hubiese comprado la carne de vaca, no puedo dejar de pensar en eso ahora. En las cosas tontas que uno se fija a veces…

Franziska y yo llenamos un par de mochilas con provisiones, justo en el momento en que oímos cómo alguien comienza a caer, deslizándose por el tobogán infernal, al menos así le comienzo a decir en mi cabeza porque le odio. Nos miramos fijamente, como si quisiésemos hacer algo, pero seguimos a lo nuestro, quedándonos con provisiones hasta que la persona cae. Pienso que se golpeará en el trasero y tengo preparado un chiste qué decirle, pero se las arregla para caer de pie, de forma bastante más grácil que yo. Suena tonto, pero me da un poco de envidia el ver el modo en que se mueve, como si estuviese preparada para cualquier cosa intempestiva. Pequeña, delgada y decidida, es la chica del distrito 7 si no me equivoco. Se aparta el pelo rojo de la cara, lo tiene muy desordenado. Nos saluda con una ligera reverencia, Franziska le dirige una mirada de desdén, supongo que porque la otra es más joven y quizá más bella, por su propia juventud, o tal vez estoy imaginándome cosas y así los mira a todos, incluyéndome. Espero que no, se me rompería el corazón.

–¿Cómo has entrado, guapa? –le pregunto, sonriéndole con coquetería–: se supone que esta era la puerta del distrito 4…

Ella me mira con precaución, evaluándome. Toma una mochila y comienza a guardar cosas de la repisa de enfermería, mientras medita la respuesta.

–Creo que no tiene mucho que ver con los distritos, sino con la gente que puede entrar –me aclara, sin sonreír ni corresponderme el guiño. Extraño a Sapphire, ella era más divertida que esta pequeña amargada.

–Tiene sentido –Franziska se va a examinar la puerta, mientras la niña del 7 mete comida en otra mochila, ahí se están yendo las sopas de judías. Qué bueno, porque no me gustan, así como los mix de pescado y atún. Llévatelos todos, chica abeja, y que te aprovechen, pienso.

Franziska parece no tener éxito abriendo la puerta, y una voz le dice que primero debe ver quién es su compañero en el escáner antes de abrir. Yo ya me lo había imaginado antes, pero no se lo recordaría, no es mi obligación y al menos en mi caso, sé bien quién es, o mejor dicho era, la mía, así que lo dejé como está. Franziska gruñe y se sitúa frente al escáner, la voz dice quién es su compañera y el número de distrito. Ella bufa, ¿esperaba acaso un varón? Quizá, me dan ganas de molestarla pero tengo miedo de que quiera matarme ahora que no somos nada. Así que no lo hago, pero finjo que estoy muy ocupado poniendo cosas en la mochila como para ver al mío. La niña pelirroja, luego de ponerse una ingente cantidad de cosas en los bolsillos, se dirige también al escáner. Tiene un cuchillo en la mano derecha y el huevo en la izquierda. Asumo que es para que no la ataquemos, pobre ilusa, no tendría oportunidades al menos contra mí. La voz dice el nombre de Haida Creek, del distrito 5, y veo la mirada de Franziska centellear de algo que solo puedo definir como resolución. Antes de que pueda hacer algo, sin embargo…

–Cuatro personas dentro, compuerta sellada –dice la misma voz.

Al mismo tiempo, oímos el ruido a lo lejos de alguien bajando por el tobogán. Miro a Franziska, ella me devuelve la mirada y nos entendemos sin decir nada. No habremos sido voluntarios, no estamos aquí por opción, pero somos profesionales, sabemos bien qué hacer y cuándo hacerlo. Voy hacia las armas y saco una espada corta, la sopeso en mi mano y me doy cuenta de que es adecuada para el trabajo que haré. Franziska se agazapa junto al tobogán, tiene una expresión resuelta, mas no alegre. Tengo la cabeza un poco pesada y me da vueltas, pero actúo por impulso. Oigo un grito ahogado, pasos apresurados que vienen y van, y una puerta que se abre y se cierra con más rapidez de la que se tarda en contarlo. Mis ojos verdes escanean la habitación y me doy cuenta de que la pelirroja del 7 se ha marchado, llevándose mis mochilas y las suyas consigo. Diablos, ahí estaban las sopas de tomate, pienso, una carcajada histérica pugna por escapar de mis labios. Al mismo tiempo que el ruido de la persona bajando se deja sentir con toda la intensidad y alguien cae al suelo, de trasero, como yo.

Es rápido, bastante. La sirena se le lanza encima al tributo, aplastándole las piernas y la parte inferior del cuerpo. Lo miro, al menos una única vez antes de matarlo, y veo que es el anciano del distrito 9, está sorprendido pero se repone rápido y lucha para ponerse en pie, empujando con los brazos a Franziska para quitársela de encima. Sus ojos lucen aterrados pero tan resueltos como nosotros. Él logra zafarse, al menos un poco, pero ella le araña la cara, indignada, y se le lanza encima ahora por completo, empujándole hacia atrás. El anciano gime de dolor y se debate con más fuerza. Franziska se le sienta sobre la cadera, inmovilizándole las piernas con las suyas, casi parecen entrelazados en el acto sexual. Veo que los arañazos en la mejilla del viejo comienzan a sangrar, mientras mi compañera de distrito le inmoviliza las manos contra el suelo alfombrado.

–Mátalo, Dorian –me ordena, está siseando, la saliva se le escapa de la boca.

Alzo la espada y busco el ángulo preciso con una sola mirada y un par de movimientos, tres a lo sumo. No pienso claramente en Luke en este momento, ni en Will y Lee. Solo en aquel instante y tengo pura adrenalina corriéndome por la sangre, o el cerebro, o los músculos, o lo que sea. Tomo la espada y la deslizo de derecha a izquierda por la garganta del viejo, haciendo presión, empujando, hasta abrirle la tráquea y las venas. Empujo con tanta fuerza que oigo el metal rechinando contra el hueso, y una especie de susurro o jadeo, o quizá gemido desesperado, de ahogo. Sus manos se tensan, no estoy mirando su cara sin aire y salpicada con su sangre, ni a la propia Franziska, sino sus manos, aferrándose a algo espasmódicamente, sus pies temblando.

Tarda unos cuarenta segundos en morirse, la sangre corre a torrentes y me mancha los pies. Dejo caer la espada al suelo. Franziska se levanta, parece bastante entera.

Más que yo, al menos. Me echo a temblar.


Distrito 7: Pancy Layton, diecisiete años (cosechada).

Me fui para cuando los dos profesionales, como hienas merodeadoras, se pusieron en la base del tobogán para esperar a la persona incauta que bajase por él. Cabía la posibilidad de que se tratase de Haida Creek, el señor del distrito 5 que no solo es mi compañero, sino quien se sentaba conmigo a diario en los almuerzos y me parecía tan correcto y amable, pero de ser ese el caso, poco tenía que hacer yo. Corrí, hacia abajo siempre, por un suelo alfombrado negro y monótono, alumbrado por bombillas regulares y paredes negras que daban una sensación de austeridad y también inquietud. Me pone nerviosa este lugar, con el techo tan alto y vacío. Me aterroriza haber estado tan cerca de la muerte, con esos dos profesionales, la una tan despectiva y el otro tan coqueto y falsamente agradable. Me dio hasta asco, tiene como diez años más que yo y me miraba como si fuese un trozo de carne. Entiendo bien que se trata de un ángulo, pero es llevar las cosas demasiado lejos, eso. además, no me puedo olvidar de Alexander y su forma de relacionarse con las mujeres, nada me decía que ese otro no iba a ser igual.

Alexander… dejé salir toda mi rabia, mi frustración y esos sentimientos negativos ante la paliza que le di. Sé que anda vivo, merodeando por ahí, gracias a Imber-Black y esa anciana horrible, y seguramente si me atrapa… no me puedo dejar atrapar, menos por él, pero si se pudiese, por nadie. No soy tan fuerte como otros, pero debo ser más rápida que otros, es mi única forma de sobrevivir. Y en cuanto a ese asqueroso… espero que no sea compañero del sujeto del distrito 2 y que le mate, o que se maten el uno al otro. Es lo mejor que podría pasarme, tanto a mí como al resto, si lo que dijo la chica del 12 en las entrevistas es verdad. Alguien capaz de torturar gente… intento tranquilizarme, pero el no sentir ruido alguno tensa todos mis nervios de una forma poco sana. ¡Cuánto me gustaría una arena en entorno natural! Eso me haría sentir más cómoda, ruido blanco de fondo como hojas, un lago, viento… pero aquí, es como si estuviese paseándome por un sarcófago.

Caminando unos veinte minutos hacia abajo, lejos de esas paredes, esperando que algo cambie, es que me encuentro con un cuadro horrible que transforma mi inquietud en verdadero terror. Las ampolletas alumbran un bulto tirado de cualquier manera en el suelo, en medio del camino, quizá sea la luz y su ángulo o tal vez otra cosa pero puedo ver perfectamente su cabeza aplastada, el cráneo astillado y masa cerebral manchando la alfombra negra, algo que se podría haber evitado si la peluca azul, torcida, no se le hubiese desencajado por la fuerza del golpe. Aparece de repente tirada, no es que hubiese podido evitar mirarla, y ahora que lo hago no puedo apartar la vista. Conozco quién es, la mujer del distrito 8, su cara está deformada por el golpe y hundida, pero esa peluca torcida y manchada en sangre es inconfundible. Ella… he visto morir a la mujer del 5, arrojada desde lo alto de la torre y devorada, alguien desconocido estuvo a punto de ser asesinado, o quizá para estas alturas ya está muerto, y ahora esto… ¿alguien puede aguantar tanto?

Comienzo a respirar con dificultad, sintiendo los latidos del corazón en la garganta y lágrimas picándome en los ojos, verlo por la televisión no es lo mismo que participar de esto. No se mueve, ella no se mueve, no puede estar viva después de que le hayan roto de esa forma la cabeza, pero al mismo tiempo me da miedo esquivarla. ¿y si de repente, mientras estoy pasando, me agarra el pie? No puedo tenerle miedo a los muertos, es estúpido e irracional. Barajo los pro y los contra de pasar, en efecto hacerlo tiene más ventajas que desventajas, tampoco es como si me fuese a quedar aquí para siempre. Recompongo mi semblante frío con el que me he intentado enfrentar a esto desde que salí cosechada, imperturbable, serena… o eso intento. La verdad es que solo soy una mocosa que no quiere morir y que necesita los abrazos de sus padres y su tía Kate.

Apegándome a la pared más cercana a los pies de la víctima, me deslizo y voy pasando, con los ojos alternando entre el camino y el cuerpo, por si se mueve. Mas no lo hace, y afianzando el cuchillo en una mano, cargada como un burro, corro todo lo rápido que me dan las piernas, echando aterradas miradas hacia atrás. Su asesino no está, parece, y ella sigue ahí, yerta y fría. Es tan increíble el sentimiento de alivio que me embarga… pero ahí está, no puedo negarlo. Sigo corriendo, dejando todo eso atrás, intentando ponerme a salvo.

Una puerta se abre y aparece una figura, pero es tarde para que me pueda detener. Nos chocamos con tanta intensidad que ambos caemos al suelo, un revoltijo de cosas junto a nosotros, el cuchillo sale disparado de mi mano y mis dientes entrechocan. Caigo sobre él, en su regazo casi, de una forma harto dolorosa. Él jadea de dolor y de sorpresa,y sus manos se aferran a mis hombros por inercia. Estamos entre dos bombillas medianamente alejadas, pero alcanzamos a ver nuestros rostros asustados, sobresaltados y doloridos. Yo ahogo un grito. Él, suspira. Ambos de alivio.

–Pancy Layton… –él murmura casi tímidamente, apartándome un poco para ponerse en pie. Me mira a los ojos pero luego fija su mirada en el suelo, parece ligeramente avergonzado–: siento haberla asustado…

Esbozo mi expresión seria de siempre, pero se quiebra porque no estoy ante un enemigo, ya no. le sonrío, temblando un poco. Él… está vivo, está a salvo. Me lo bebo con los ojos, su piel morena, su pelo, su expresión, todo. No será el enorme profesional del 1 o la fuerte del 2, pero es lo mejor que podría tocarle a alguien como yo. Porque no necesito fuerza.

–Señor… señor Creek… –mi voz suena más emocionada que en cualquier momento, durante días. El dique de todo cuanto contuve está a punto de colapsar.

–Haida –él me ayuda a recoger mis cosas y se pone una de mis mochilas sobre sus hombros delgados, sin que se lo haya pedido. Lo agradezco, me dolía la espalda y los brazos de tanto cargar.

–Pancy, entonces –sonrío yo, recogiendo mi cuchillo y guardándolo en mi bolsillo frontal del pullover. Cruzamos una mirada de entendimiento.

–Pancy –pronuncia él–: estoy…

Suelta una risa extraña, es pura descarga de energía. Arqueo una ceja, pero no dice nada más y no lo presionaré para que lo haga, aunque me da curiosidad saber qué quería decirme. Me doy cuenta de que no estoy asustada, y eso es bueno. Supongo que es el hecho de saber que puedo confiar en alguien, una persona que no sentirá la presión de matarme cuando quedemos menos porque podemos sobrevivir los dos. Siento ganas de darle un abrazo, porque es él… él, quien se sentó conmigo, tan amable y dulce, un señor que siempre me transmitió confianza. No lo hago, puedo contener mis emociones tras el dique que intenté construir con más o menos éxito, pero me limito a darle una mirada cálida de agradecimiento. Ambos somos más bien tímidos y reservados, no nos hace falta otra cosa para que nos entendamos.

Echamos a andar sin una palabra más, de vez en cuando miramos hacia atrás pero me noto más relajada que hace un rato. al principio vamos en silencio, pero soy yo quien no puede contenerse, y lo quiebro con una pregunta.

–¿Sabes… cuántos han muerto? –intento que mi voz suene casual, pero no lo consigo, y dejo de tratar algo tan absurdo.

–Solo a Meenara… la sé seguro –la expresión del hombre se ensombrece. Recuerdo que la mujer del distrito 5 era su compañera de distrito, que tenía un hijo, que lloró en la entrevista, y me embarga la pena–: supongo que cuando el baño de sangre acabe harán sonar los cañonazos para indicarnos…

Eso creo yo también, pero por el momento, mientras andamos, no ha pasado nada. Solo nos queda esperar, con más o menos paciencia y calma, que el instante llegue, hacerme una idea de a quiénes tengo fuera de una competencia que quiero que Haida y yo podamos ganar.


Distrito 6: Romeo Vector, cuarenta y dos años (cosechado).

Estoy manchado de sangre. Si cierro los ojos, aún puedo ver la cara de Galatea Higgins distorsionada en un rictus de terror mientras la empotraba contra la pared y le daba de mazazos hasta matarla. Todavía puedo oír el asqueroso sonido de su cráneo fracturándose ante mis embates, sus intentos por defenderse, sus súplicas. En un momento, poco antes de que llegara el final, solo se hizo bolita en el suelo con las manos en la cabeza, en una conducta muy parecida a la que tendría una niña y estuve a punto de ceder, ¿cómo podía estar matándola? Si se supone que íbamos a ser aliados…, pero no me detuve hasta que se acabó todo. No murió en seguida, eso es lo que más me afecta. He dado soplos, alguna vez fui rebelde, otra vez me hice el loco mientras se llevaban a algún que otro traidor en mi distrito al que yo mismo delaté, pero nunca, hasta ahora, había dado muerte con mi propia mano. O bueno, con un mazo.

Me metí en la primera puerta que encontré, que resultó ser una sala vacía con otra puerta al fondo, alumbrada por bombillas pálidas y sin ventanas. Tenía el corazón latiéndome a toda prisa, las manos temblorosas, la ropa manchada en sangre y las extremidades temblando. Me senté contra la pared y ahí me quedé, tratanto por todos los medios de tranquilizarme. Sentía contra mi muñeca la pulsera que me había hecho hace tanto tiempo atrás, idéntica a la que tenía mi amor, Katie. Al menos Galatea no estaba tan destrozada como quedó Katie cuando la arrolló un tren.

me tranquilicé al pasar el tiempo, así que ahora estoy mejor. El mazo aún está manchado con fragmento de hueso, sesos y pelos entre azules y negros, pero la limpio en la alfombra con la cara en blanco, intentando no mirar porque no lo necesito. Galatea debía morir, necesité mostrarles a los Capitolinos que aún puedo ser útil. Si me han enviado aquí para morir, algo que no sé seguro, deben ver que quiero que disfruten la centésima edición y que me alegro de participar. Además, no quiero que le achaquen mi victoria a mi compañero profesional. Vulkan Greyarm es un as, sí, obtuvo buena calificación en las sesiones privadas y parece letal, pero no deseo ser menos digno si quiero que me sigan conservando con vida. Todavía no sé qué pasaría si un compañero muere ¿se considera al otro derrotado de forma automática? ¿gana con penalizaciones? No tengo idea, y no saber es algo que me desagrada, necesito entender cómo es el juego en el que estoy concursando so riesgo de mi vida.

Cuando considero que estoy lo suficientemente relajado, o al menos todo lo que voy a estar después de haber matado a Galatea Higgins a mazazos, me cercioro de que la puerta que crucé está bien cerrada antes de encaminarme a la otra. Tiene un tirador, del que halo con fuerza pero no funciona. Empujo, y esta vez sí, se abre, dejándome ver un ascensor. Nunca había visto uno con este tipo de puertas, siempre tienen correderas y has de llamarlos con un botón, pero bueno, ya no me quejaré ni devanaré los sesos. Me pregunto qué pasará si alguien abre la puerta cuando el ascensor esté abajo, ¿alguien podría matar a una persona así? Imagino que sí. ¿y por qué estoy pensando en matar de nuevo, lógicamente, por dónde estoy. Los juegos del hambre nos hacen esto y necesito salir de aquí. Sacudo la cabeza, no me martirizaré por estar pensando en nuevas formas, a ser posible menos traumáticas para mí, de matar a un tributo. El animal que sobrevive es el que se adapta, dicen que dijo alguien alguna vez.

Subo al ascensor, con la mochila que tomé en el hombro, el huevo sujeto en una mano y el mazo en la otra. Las puertas se cierran y miro el panel. Hay… uno, dos, tres… treinta botones. Si esta torre tiene treinta pisos, yo tengo veinte años, a no ser que nos hayan mostrado tanta altura de una manera holográfica para asustarnos. Si esa era la idea, lo lograron conmigo y con varios otros. Presiono el piso treinta, pensando en subir para confirmarlo, pero en lugar de subir, esto comienza a bajar. Quizá el primer piso era arriba y mientras se baja, se asciende numéricamente. El patrón es raro pero estamos en los juegos del hambre, todo puede pasar. Mientras esto baja, me seco el sudor de la frente con la manga y espero. Doce… quince… veinte… ¿dónde estará mi compañero? Lo recuerdo apenas. Enorme, callado, el más joven de los profesionales, casi un niño. supongo que será fácil de manejar si sé cómo. El problema es que no sé, así que le tendré que conocer.

Una campanilla dulce suena cuando el ascensor llega al piso treinta, pero la puerta no se abre. Tiro hacia dentro y, ahora sí, consigo que la puerta se mueva, recibiendo cálidos rayos de sol en plena cara.

–Me están… –murmuro. ¿llegué a la base de la torre?

Todavía no puedo creerlo, si todo iba a ser tan fácil como encontrar un ascensor no había para qué ponernos en una torre que pasase las nubes o algo de ese estilo, aunque fuese un espacio alterado. Salgo, para mirar a mi alrededor, pero no cierro la puerta por si acaso. Veo este como una pequeña caseta, rodeada por un jardín inmenso… pero es un invernadero, noto la cúpula del techo, además de ver las paredes que rodean la extensión. Esto es todavía parte de la torre. Al final bajar, lo que se dice bajar no iba a ser tan fácil, no es algo que me decepcione porque de alguna forma me lo esperaba. Si me trajeron aquí no iba a ser un campo de rosas ni nada por el estilo.

Sin tener mucho que hacer, y como no estoy acostumbrado a lamentarme por lo que se me venga encima sin tomar medidas al respecto, oteo a mi alrededor para ver qué clase de vegetales encuentro. Hay diversas hortalizas, como lechugas, coles, rúcula y zanahorias. También arbustos con frutos rojos que no reconozco y otros que sí, como frambuesas y arándanos. También hay árboles, limoneros, manzanos y naranjos. Pienso en que me prepararía con gusto una rica ensalada de lechuga si tuviera un cuchillo de cortar y una tabla de cocina, pero también me doy cuenta de los frutos ricos en agua que hay aquí. Miro a mi alrededor, concretamente al suelo, esto debe tener un sistema de irrigación. No es que sea experto en plantas ni mucho menos, pero no viven de aire. Entonces es que veo los aspersores en el centro y una nota. "dos veces al día, a las 7.00 am y pm", dice en ambos. Imagino que a esa hora tirarán agua en toda la superficie. Lástima que no llevo reloj.

Puedo estar relativamente seguro de que nadie vendrá por aquí, al menos por el momento, de manera que me siento bajo un manzano, apoyando la espalda en el duro tronco para descansar un poco. Espero que mi compañero se encuentre bien, pero por si las moscas sujeto mi huevo y pulso el botón. Está vibrando, por suerte, un problema menos. Pretendo descansar algo, no tuve una noche buena pensando en este momento y con toda la actividad física que he realizado hasta ahora, lo necesito. En caso de que alguien venga, supongo que tendré la rapidez suficiente como para actuar. Todo está saliendo bien. No diré que es según lo planeado porque jamás pensé que mataría a Galatea de esa manera tan espantosa, pero… a fin de cuentas estoy en un buen sitio, tengo una mochila con comida, un arma y mi compañero sigue con vida. No conseguirán matarme, no todavía al menos. Debo volver, por Alfa y los que me quieren, incluso por el pequeño Heraclio Neleas, mi mentor, el joven de diecisiete años al que Naelie Reyne tanto protege. Quizá la pueda ayudar cuando gane, pienso.

Cierro los ojos, pero descubro que es una pésima idea cuando oigo mi mazo chocando contra el cuerpo de Galatea Higgins, la costurera.

–¡P…Por… favor…! –eso había gritado, cuando descubrió que no podía defenderse de mí. Suplicó, de una manera bastante natural, como si hubiese estado acostumbrada a hacerlo.

Y no me detuve. Tal vez estuviese acostumbrada también a que no parasen con ella.


Distrito 2: Hans Imber-Black, cuarenta y un años (cosechado).

Estoy caminando por unos pasillos monótonos, alfombrados y de paredes oscuras, solo. No es que hubiese pretendido trabajar con mi alianza hasta el final, había personas demasiado peligrosas en ella; personas, como Franziska, que podían apuñalar por la espalda porque no conocen el honor, o como Vulkan, indescifrables, con la violencia en la crianza. Sin embargo, no creí que el primer día todo se viniese abajo de esta manera, mas he de trabajar con lo que tengo. Lo que tengo es, básicamente, dos mochilas, vendas, un par de cuchillos y los conocimientos que llevo conmigo. también tengo una compañera, a la cual debo encontrar. Tengo varias amenazas de muerte pesándome sobre los hombros, siendo la del Capitolio la más grande de ellas y la única a la que temo, no por mí necesariamente, sino porque tal y como provoqué muertes que alguno que otro vio, eso harán conmigo. Nicole y los niños… ellos van a verme morir porque al parecer así lo han decidido los jefes.

No voy a renegar y decir que no lo merezco, porque es probable que sí lo haga. Sin embargo, nunca traicioné a la patria, trabajé fielmente más por conservar el status quo que porque creyera en este gobierno tirano hasta lo absurdo. Peleé por ellos, maté por ellos, torturé por ellos y renuncié a pasar tiempo de calidad con mi familia incluso, tanto por ellos como por los míos. Y así me pagan, poniendo a una de mis mejores alumnas en mi contra. Matándome, matándome.

Todo había sido así. Los profesionales del distrito 1, Astrid y yo habíamos bajado por una de las trampillas, posterior a haber solucionado el problema con aquel horrible muchacho del distrito 7 al que le profeso todo el desprecio que realmente siento por pocos. Al llegar, una sala perfectamente aprovisionada nos recibió, pero a mí me interesaba bastante más el escáner, al parecer tenía un lector de huevo y había que usarlo para saber quién era el compañero que nos había tocado en suerte. Yo estaba bastante seguro de cuál sería el mío, la mía mejor dicho. ¿No iba a ser televisivo y bombástico? Por supuesto que sí, había pensado, conteniendo una sonrisa irónica. Era una mera formalidad, sabía que el nombre de Rosie Hawthorne aparecería en la pantalla y tendría que hacer de tripas corazón para luchar contra sus lógicas resistencias, porque tenía bastante claro que no iba a trabajar ni con mi antigua alianza ni solo. Así que me paré frente al escáner, y esperé, mientras Sapphire examinaba la comida, y entre Astrid y Vulkan, las armas, en busca de las que más se les adecuaban, supongo.

–Aleia Valhor, distrito 3 –dijo la voz incorpórea, dejándome frío. Un leve gesto de sorpresa cruzó mi rostro, y mi corazón se detuvo por medio segundo. La vi entonces, chiquitita, con sus lentes y su pelito en coletas, en nada parecida a mi Elisa pero que tanto me la recordaba.

Después de la sorpresa, me invadió un sentimiento de alivio. Gracias a lo que fuese, no iba a ser yo quien matase a Aleia. Puede que ni siquiera tuviese que morir. Sin embargo, luego se apoderó de mí la confusión, ¿por qué Aleia? ¿No iba a ser divertido para el Capitolio verme peleando contra Rosie Hawthorne? Después de todo lo que soltó contra mí en las entrevistas (ninguna mentira, pero algo ignorado por muchos) lo más coherente sería que me la endosaran como acompañante.

Me acerqué también a la comida, me interesaba más ver qué tenían para mí, contaba con un arma, mi propio cuerpo, ya vería lo que quedara.

–Vaya, la niña del distrito 3 –me dijo Sapphire con su voz extraña–: aún no veo a mi compañero.

Miré sus bellos ojos azules y asentí, con una expresión cordial, pero sin decirle nada. Ya estaba pensando en cómo alejarme de ellos, no debía velar por la alianza profesional, tal no existía, desde el momento en que se anunció el tema de los acompañantes, o quizá desde que supe que la mía sería Aleia, cada uno de ellos se convirtió en mi enemigo. Puse en una mochila bastantes proteínas y un par de sopas, mientras Vulkan Greyarm veía que su compañero es Romeo Vector, el espía. Me parece una combinación peligrosa, pero en ese momento, claro está, no dije nada. Sapphire constató, seguidamente, que el suyo era Rafe Firehorse, el hombre del distrito 10. Vulkan se preguntó en voz alta cuál había sido el criterio para emparejarlos, si sería el pelo y los ojos, que eran iguales, y luego comenzó a parlotear sobre la cantidad de pelirrojos que había en la edición, cuatro de veinticuatro era una anomalía estadística, decía, sin mentir. Era algo interesante, uno de esos detalles en que solo se fijarían algunas personas. Astrid se acercó, por último, al escáner considerando que todos sabíamos el nuestro. Me interesaba ver su compañero, porque de pronto, entre que ella sacaba su huevo y lo ponía frente al lector, me invadió un presentimiento terrible.

–Su compañero es Rose Hawthorne –dijo aquella voz, dirigiéndose a mi ex alumna.

Me eché a reír. No me asusté, no al menos en ese momento, y la risa duró bastante poco, pero no podía contenerla más en mi boca porque explotaría. Alrededor de cinco segundos de risa, y luego me detuve. Los ojos marrones claros de Astrid me miraron, con cierta sorpresa.

–Es una arquera, relativamente competente –ella comenzó, mas se detuvo entonces, cayendo en cuenta de lo mismo que yo–: oh, Hans…

Vi la compasión, la lástima y un leve sentimiento de culpa en esa expresión que tan bien conozco. Astrid había sido mi compañera, era un placer luchar con y contra ella siempre, pero esta lucha sería la última. Al ponerla junto a Rosie Hawthorne, y potenciando el estilo competitivo de la agente Heckler, se aseguraban de que mis posibilidades de salir con vida fuesen ostensiblemente menores. Felicidades, Capitolio, pensé, aunque deberían haber sido más sutiles quizá. Me encogí de hombros, intentando decirle que no me importaba, pero la verdad sí lo hacía.

–¿Me estoy perdiendo de algo? –Vulkan dirigió sus ojos negros de uno a otro, analizándonos. Sapphire, discreta y reservada, fingió que miraba hacia otro lado.

–Nada que valga la pena –respondí, tranquilo al menos en apariencia. Hice gala de toda mi estabilidad y respiré un par de veces. No temo a Astrid, no necesariamente, pero esa chica, Rose, es arquera y su temperamento…

–Bueno –Vulkan tomó su mochila y un martillo de guerra, que él cargaba con facilidad–: me voy, en busca de mis compañeros. Que tengan suerte y esas cosas. Sapphire…

Dio un par de zancadas hacia ella, y la envolvió en un fuerte abrazo. La chica, confundida, soltó su mochila y se lo devolvió, vi tristeza en sus hermosos ojos azules. Él le acarició la espalda, ella le aferró por un segundo. Esta vez, era mi turno de apartar la vista para darles privacidad. Vulkan tenía algo personal con su compañera tributo, no tan fuerte como la relación que me unía con Astrid, pero lo suficiente.

–¿No vamos a seguir juntos hasta encontrar a nuestros compañeros? Todavía podemos… no sé, ser profesionales por un tiempo –Astrid tenía una porra en sus manos y la sopesaba mientras hablaba, de una forma innecesariamente amenazadora.

–Prefiero que no, es peligroso –Vulkan fue categórico.

–Estoy de acuerdo, todos estaremos buscando a nuestros compañeros y… la verdad ya no confiaríamos los unos en los otros como antes, no sé –Sapphire, aunque tímida, expresó su opinión con la misma convicción.

Los chicos se fueron, ellos, tan jóvenes, seguramente escogidos a dedo… quizá como yo mismo. No, con toda certeza como yo mismo. ¿por qué? Astrid seguía sopesando la porra en las manos. Entonces me percaté de que estábamos solos, rodeados de comida, armas y con una puerta cerrada desde arriba, la única salida era por donde los profesionales del distrito 1 acababan de partir.

Esta podría ser nuestra pelea, aquí y ahora. Podríamos ahorrarnos mucho sufrimiento al final, ella y yo, como suponíamos que pasaría en algún momento. ¿No sería lo más adecuado? Acabar con ella ahora y después encargarme de Hawthorne. Eso pensé entonces, mirándola a los ojos, y ella a mí, blandiendo su porra de esa manera que tan bien conocía. Nos medimos con una mirada calculadora, esperando que alguno fuese el primero en atacar al otro y comenzar nuestra batalla a muerte. hans y Astrid, Astrid y Hans, los letales profesionales enfrentados, maestro y alumna. Era bastante épico y televisivo. No tengo talento para eso, pensé entonces, lo mejor que pudieron hacer fue poner esa fuerza de Astrid al servicio de Rosie.

Astrid bajó la porra y también la mirada. El momento había pasado, no pelearíamos.

–Tal vez nos veamos –dijo, con el tono firme y marcial.

–Seguramente será así –le contesté, de la misma manera.

Nos hicimos el saludo de los agentes, mano en la frente, piernas separadas, ligera genuflexión, y ella salió de la sala de abastecimiento con la porra en la mano y sin mirar atrás, en búsqueda de su victoria. Me quedé allí un rato, buscando el mejor cuchillo.

así fue como me quedé solo.

Me siento unos minutos para descansar, justo en el momento en que un cañonazo resuena. Luego otro, y después otro. Tres personas han caído. Sé que una fue la mujer del distrito 5, la madre. Toco el huevo que tengo en el pullover y presiono el botón. Lo siento vibrar, así que Aleia está viva.

No pensé que lo haría… ¿por qué hacerlo? Pero una sonrisa se forma en mis labios.

–Voy a por ti, Aleia –digo en voz baja, solo para oírme.

No la pienso dejar morir, así tenga que traicionar, por primera vez, los designios del Capitolio.


Compañeros.

Sapphire Rhodonite & Rafe Firehorse.

Vulkan Greyarm & Romeo Vector.

Astrid Heckler & Rosie Hawthorne.

Hans Imber-Black & Aleia Valhor.

Leo Sanz & Julian Felow.

Franziska, La Sirena & Nyx Bellecourt.

Dorian Clearwater & Meenara Lander.

Haida Creek & Pancy Layton.

Mercedes Marston & Jessica Grainbelle.

Alexander Rheon & Mona Tukerton.

Galatea Higgins & Duncan Borlaug.

Tex McCroy & Jefrey Blaaker.


Encomios.

Puessto 23º Duncan Borlaug · Dorian Clearwater.

Duncan: me caías muy bien, siento que no te hice justicia, atrapado entre Jessica y con tu malhumor por el Capitolio, los rebeldes que te lo quitaron todo y tus cosas. Lamento mucho no haberte dado más protagonismo, pero me gustabas mucho, tu fuerza interior y tu amor por los demás.

Puesto 22º Galatea Higgins · Romeo Vector.

Galatea: Ay Galatea... tu muerte se me ocurrió prácticamente desde que los recibí a ambos. Sabía que alguien terminaría matándote así. Al menos, no estás sufriendo ya.


Nota:

Tardé, pero llegó. Gracias por seguirme, las que todavía lo hacen (y Gato) xD.

Preguntas.

¿pov favorito?

¿qué te está pareciendo lo que hemos visto de la arena?

¿qué te pareció el compañero de tu tributo?

¿le darías un mensaje a algún tributo? ¿cuál sería el tributo y el mensaje?

Nos leemos, descendientes :P