¡Hola a todo el mundo!

Lamento la demora, pero ahora traigo un nuevo capítulo para ustedes.

Un agradecimiento especial a mi Beta Reader por su paciencia y su hermosas correcciones.

DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen, todos los derechos a su respectivo creador.

Capítulo 3

Por más que Nadine lo había intentado, no había podido convencer a Rhonda (quien había ido todo el camino despotricando en contra de Helga) para que no subiera a la lujosa limosina que había salido de la nada y que ahora los tres compartían.

Ella había ido todo el camino con una mano en la mejilla mirando el paisaje que los llevaría a la mansión del muchacho quien no había parado de alardear sobre sus posiciones —o más bien, las de sus padres— pero ella había decidido a no dejarlos solos ya que, al igual que Helga, había sentido que algo no estaba bien con ese muchacho.

Y a pesar que Rhonda era su mejor amiga, había ocasiones, como esta, en que no entendía por qué tenía tanto empeño por opacar a Helga, y si bien era cierto que ella solía ser un poco mandona cuando niños, no era algo lo suficientemente importante para guardarle rencor, o por lo menos no para ella, y tampoco podía entender del todo el deseo de popularidad de Rhonda, porque, por lo menos, lo único que ella quería desde el fondo de su corazón era poder seguir siendo amiga de los chicos que siempre había conocido.

—Muy bien, Mademoiselles. Llegamos a nuestro destino.

—¡Oh, querido! Esto es magnifique —exclamó Rhonda con su mejor francés al ver el enorme lugar.

Por su parte, Nadine solo pudo rodar los ojos aburrida.

—¿Qué estamos esperando para bajar? —preguntó la adolescente rubia al ver que ninguno de los dos hacia algún movimiento de bajarse del vehículo.

—Paciencia, mon petite.

Nadine estaba por pedirle que no utilizara su francés con ella cuando el que supuso era un mayordomo abrió la puerta para que bajaran.

—Te tardaste, Jaime.

—Lo siento mucho, señor —se disculpó el hombre mayor en tanto realizaba una reverencia al muchacho.

—Por esta vez no se lo diré a mi padre. No quiero incomodar a mis acompañantes —le dijo altanero al hombre a la vez que volteaba a tenderle la mano a Rhonda—. Cuánto lo siento, preciosa. No es fácil conseguir buenos empleados.

—No te preocupes. Lo entiendo y me pasa lo mismo; no es fácil conseguir buenos empleados.

¿De qué estaba hablando Rhonda? pensó Nadine, si los únicos empleados —si es que se podían llamar así— que trabajaban para su familia eran el señor y la señora Ross y prácticamente ellos eran como de su familia.

Esto era definitivo: no le gustaba para nada la forma en que estaba actuando su mejor amiga.

—Preciosa. ¿Vienes?

—¿Ah? —La joven rubia había estado tan ensimismada en sus pensamientos que no se dio cuenta que ambos adolescentes se habían adelantado a la entrada de la mansión.

Rhonda notaba que su mejor amiga no estaba segura de cooperar con sus planes, pero ella no perdería la oportunidad de ser parte de la elite, y si podía alcanzar su objetivo y de paso darle una lección a Helga, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa.

—¿Me disculpas un momento, Michael? —preguntó la joven con un aleteo de pestañas.

—Claro, yo las esperaré por acá.

—¡Nadine! Despierta —La joven cruzó uno de sus brazos con el de su amiga para apartarla a un lado y poder susurrarle enojada—. ¿Qué crees que estás haciendo?

—Rhonda, no creo que fuese una buena idea que viniéramos con él. Creo que deberíamos irnos.

—¿Estás loca? Esta es nuestra oportunidad para asegurarnos estar en la cima de los más populares en la secundaria. Es incluso una mejor oportunidad que nuestro estúpido baile escolar y no solo eso, lo más probable es que él en estos momentos esté odiando a Helga, podemos manipular eso a nuestro favor y matar dos pájaros de un tiro.

—Pero Rhonda…

—Nada de "peros". Pensé que eras mi mejor amiga… —le reprochó en tono lastimero.

—Lo soy, pero no puedo dejar de tener un mal presentimiento.

—¿Mal presentimiento? Estás juntándote mucho con Sheena —le aseguró con desdén.

—No es solo eso, sino que mis padres siempre me han enseñado sobre el Karma y sea lo que sea que planees en contra de Helga no creo que te lleve a nada bueno.

—¿Está todo bien, señoritas? —preguntó Matthew acercándose a ellas.

—Sí, querido —respondió Rhonda con voz melosa—. Todo bien, es solo que mi amiga no se siente bien y ya se quiere ir.

—Oh, ¿es en serio? Es una verdadera lástima —A pesar de que sus palabras sonaban reales, su semblante denotaba aburrimiento—. Puedo pedirle a nuestro chofer que te lleve de vuelta si estás segura de que te sientes mal.

Rhonda se acercó para susurrarle una vez más.

—Si te vas de aquí, olvídate para siempre que me conoces.


Arnold no estaba seguro de cómo había llegado a la situación actual, aunque no es que de alguna manera le molestara tener a Helga entre sus brazos mientras se aferraba con fuerza desde su cuello.

—¿Helga? ¿Qué pasa? —preguntó Arnold con voz ronca.

—U-una fea r-rata.

—¿Qué?

—H-hay una r-rata ahí, estúpido.

—¿Una rata?

—¡Sí! ¡¿Eres sordo o qué?! —le gritó molesta, arrimándose más a él.

Arnold rodó los ojos, casi rogándole a Dios para que lo ayudara a entender a las mujeres —o en realidad a esta en particular— porque era imposible que hubiese una rata, y cuando estuvo a punto de señalárselo, un pequeño roedor gris salió disparado de debajo de su cama mientras era perseguido por la serpiente que llegó desde San Lorenzo.

Al escuchar el chillido de la rata, Helga no pudo evitar aferrarse con fuerza a Arnold intentando esconderse en el hueco que había entre su hombro y cuello, sin saber que el rose de su nariz le causaría un escalofrío que recorrería la columna del joven con cabeza de balón.

—Oye, tranquila, ya se fue —susurró Arnold con voz inusualmente más gruesa al ver que ambos animales escapaban por el espacio que había tras su sofá.

Al escuchar su voz, Helga se dio cuenta que estaba firmemente estrechada entre los fuertes brazos de su amado. Su cálido aliento le hacía cosquillas al oído y por mucho que le hubiese gustado quedarse ahí… no podía, e intentó moverse suavemente para que el chico la soltara, pero él la acunó con más fuerza para evitar que se cayera.

—Oye…

—¿Si, Helga? —preguntó ansioso el adolescente en tanto buscaba su mirada.

—¿Me dejas bajar?

—Oh. Sí, sí, claro. Perdón —se disculpó mientras flexionaba levemente las rodillas para que ella pudiera poner sus pies en el suelo.

Una vez que la adolescente estuvo fuera de los brazos del chico, bajó la mirada recordando el motivo por el que había ido en primer lugar.

—Arnold, yo… En realidad, vine para acá porque necesito hablar contigo urgentemente —le dijo con decisión a la vez que empuñaba sus manos.


Nadine estaba completamente segura de que nada bueno saldría de todo eso y aún no podía creer que Rhonda haya aceptado formar parte del malicioso plan de Michael a cambio de ser parte de la elite que conformaba su grupo y él en la secundaria.

Y aunque no sonaba tan terrible como lo había imaginado en un principio, aun así era lo bastante humillante para Helga, sin embargo, no podía hacer nada más que quedarse callada y ayudarla a contactar y convencer a quienes podían ser parte de esa broma.


—Claro, puedes decirme lo que sea —respondió Arnold intentando animar a la joven que de un momento a otro su semblante se había ensombrecido.

Helga se paseó por la habitación buscando las palabras que estaban atoradas en su garganta.

—Yo… lo siento, pero sobre el viernes… —Helga tembló ante lo que estaba a punto de decir, sin embargo, ella no podía seguir alargando todo eso. No era justo—. Yo no puedo ir contigo —finalizó a la vez que se sentaba sobre la cama del chico.

—¡¿Qué?! —exclamó Arnold sorprendido. Él, definitivamente, lo último que esperaba escuchar era esas palabras. No lo entendía. ¿Por qué ella estaba diciendo eso? ¿Qué es lo que había cambiado?

—¡Criminal! ¿Estás sordo o qué? No voy a ir a ninguna parte contigo —respondió menospreciándolo.

Sintiéndose confundido y furioso, Arnold no pensó en lo que hacía mientras agarraba una de las muñecas de Helga para obligarla a pararse frente a él.

—¿Qué haces, bruto? Suéltame —reclamó molesta la joven, intentando soltarse del agarre del muchacho, aunque lo único que consiguió fue que el chico posara ambas manos firmemente en sus brazos. Su agarre no era doloroso, pero si quería soltarse debía utilizar la fuerza bruta y lo iba a hacer si no fuera por la expresión decidida en el rostro de Arnold.

—Ah, no, Helga. No empezarás con tus jueguitos. Me vas a explicar qué fue lo que cambió del viernes hasta hoy y más te vale que no me mientas.

Helga intentó desviar la mirada, decir una mentira o inventar algo, pero sentía una opresión en el corazón que le estaba impidiendo embaucar al adolescente frente a ella, y aunque sabía que no iba a ser tarea fácil, tenía que hacerlo por su propio bien.

—Cambié de opinión. Una chica puede hacerlo, ¿sabes?

—Por supuesto que lo sé, Helga, y no tengo problema en aceptarlo, pero tú a mí no me engañas. Algo está pasando y no te dejaré irte de aquí hasta que me digas la verdad.

—N-no sé de qué hablas, Arnold.

—Por supuesto que lo sabes —dijo severamente—. Quizás antes era muy ingenuo y compraba todas las excusas que me dabas, pero eso ya se acabó y ahora quiero que me digas la verdad de por qué ya no quieres ir conmigo.

—Ya te dije que cambié de opinión.

—Helga, dime la verdad.

—No tengo… ¿un vestido?

—Helga… —dijo Arnold con voz firme y con cierto tono de amenaza.

—Déjame en paz, Cabeza de balón —respondió dándole una palmadita a cada una de sus manos para que la soltara—. Simplemente no quiero ir y punto —finalizó tajante mientras le daba la espalda al muchacho que se sacudía las manos del dolor.

Pero Arnold era terco y agarrándola de la cintura hizo que ambos cayeran sobre su cama. Él no la dejaría ir hasta que ella le diera una excusa lo suficientemente válida.

Helga todo lo que pudo sentir fue el choque de su espalda contra la suave superficie. Definitivamente lo último que esperó era estar atrapada entre el cuerpo y el colchón de Arnold. Se sentía raro mirarlo desde ese ángulo, pero no en el mal sentido, sino que quizás hasta un poco excitante.

—Helga, por una vez en tu vida, intenta evitar engañarme con tus payasadas y respóndeme honestamente o si no…

Helga podía estar atrapada bajo él con una de sus manos tocándole la cintura y la otra a un lado de su rostro, pero nadie se pasaba de listo con ella.

—¿O si no qué?

—O si no… —Bien. Arnold podía intentar amenazarla, pero aún no era lo suficientemente malicioso para que su fachada durara lo suficiente—. O si no… o si no… tendrás que acostumbrarte a dormir en esta cama.

—¡¿Qué?! —exclamó Helga totalmente abochornada por la descarada insinuación.

Arnold se sintió terriblemente mortificado al captar el doble sentido de sus palabras e intentó arreglarlas.

—A lo que me refiero es que tendrás que acostumbrarte a dormir conmigo —Pero podría haberse dado una palmada en la cara al darse cuenta de que solo lo había empeorado.

—¡¿Qué?!

—Oh, no. Eso sonó aun peor, ¿verdad? —Arnold soltó un suspiro agobiado mientras seguía mirando a la rubia a los ojos, pero antes de que ella respondiera algo le volvió a susurrar:

—Por favor, Helga. Te prometo que ya no seguiré insistiendo, tan solo te pido que me digas la verdad… ¿Es acaso mucho pedir?

La chica reconoció el tono angustiado del adolescente mientras sentía como las lágrimas pugnaban por salir de entre sus ojos.

—N-no puedo decírtelo… —susurró con un nudo en la garganta.

—¿Por qué no?

—¡Es que no puedo! Eso es todo… —dijo mirando hacia la pared del chico.

Al adolescente no le quedó de otra que aceptarlo, y dejándola libre se sentó a un lado de la cama con los hombros caídos y la frente sobre el dorso de sus manos.

Helga sabía que estaba dejando que las palabras de Rhonda dominaran sus acciones y la estaba haciendo perder la única cosa que deseaba más que la vida misma, pero no podía evitarlo. Se sentía abrumada, cansada y sin esperanzas y lo peor de todo que estaba llevando a Arnold al mismo pozo sin fondo en el que se ahogaba.

Helga se levantó lentamente de la cama con el claro propósito de marcharse. Ella ya había entregado su mensaje y no tenía nada más que hacer en el cuarto del muchacho con cabeza de balón. Y aunque su intención inicial era irse sin voltear a ver a Arnold no pudo evitar querer mirarlo una última vez y lo que vio le rompió el corazón.

Él parecía que todas las preocupaciones del mundo estaban sobre sus hombros y un aura de melancolía lo rodeaba. Ella no podía creer que su rechazo hubiese creado esa reacción en él, pero no podía pensar en algo que hubiese cambiado su humor e incluso intentó ahuyentar sus sentimientos agitando la cabeza.

Pero aun así no pudo seguir con su plan de regresar a casa y se devolvió sobre sus pasos hasta dejarse caer a su lado.

—Tú mereces a alguien mejor que yo —susurró apoyando la frente en su hombro.

En cuanto el chico escuchó esas palabras, levantó la vista sorprendido por el tono amargo que ella había utilizado.

—¿De qué estás hablando, Helga? —preguntó confundido el chico. Es que acaso… ¿ella no se daba cuenta de la increíble chica que era? —. Tú eres todo lo que quiero.

Helga se quedó sin aliento al escuchar su declaración, en ella no había dudas ni titubeos, solo la más absoluta verdad y ella creía en sus palabras, en su mirada sincera. Él realmente se preocupaba por ella como nadie más lo hacía, como su corazón pedía ser escuchado, porque ese maravilloso chico llamado Arnold era el único que siempre había logrado traspasar sus muros desde el día en que lo conoció y todas esas emociones abrumadoras la hicieron querer llorar y reír a la vez. Su corazón latía desesperado y doloroso rogándole ser amado, pero en su mente seguía escuchando la voz de Rhonda.

Arnold observó como la joven se mordía el labio frustrada, algo la detenía a decirle la verdad y él no estaba seguro de lo que se trataba, pero de lo que sí estaba seguro era que sus palabras habían sido capaces de hacerla dudar y por lo mismo decidió dejar de lado su timidez y dejarse guiar por sus instintos.

El adolescente llevó sus manos hasta la cara de Helga para poder persuadirla a mirarlo directamente a los ojos. Con el pulgar de la mano izquierda, que estaba bajo su mentón, suavemente rosó el labio inferior de la chica para que dejara de mordérselo, y con la punta de los dedos de su otra mano acarició su mejilla, barriendo los cabellos que se habían soltado de su moño para poder ponerlos tras su oreja derecha.

Sin darse cuenta, ambos habían caído en un trance, perdidos en la mirada del otro, conteniendo la respiración, la atmosfera era eléctrica y sus labios se sentían secos, pero en el momento en el que la chica sacó la punta de la lengua para humedecerlos, esta se topó con la almohadilla del pulgar de Arnold, rompiendo el hechizo en el que estaban perdidos.

Sin embargo, el chico aún estaba enfocado en su objetivo, por eso tomó entre sus manos las de Helga para infundirle confianza.

—Eres la única persona con la que quiero ir.

—Pero, Arnold…

—Mira, si el problema es que no quieres ir a la fiesta, no vayamos. Podemos ir a cenar a cualquier parte, o si no estás de ánimo para salir podemos ver una película aquí, pero quiero que estemos juntos porque yo…

—No lo entiendes, Arnold —interrumpió al chico mientras se soltaba de sus manos—. No es solo la fiesta. Es todo. Yo no te convengo y solo traigo problemas a todos los que me rodean.

—¿De qué estás hablando? Eres una chica maravillosa y lo sabes. Por favor, Helga. Dime qué pasa —pidió con suavidad Arnold mientras buscaba su mirada.

Nuevamente las ganas de llorar de frustración se agolpearon en su pecho. Ella quería maldecir y gritar. Ella no quería seguir sintiéndose así, y por sobre todas las cosas no quería que el chico que estaba frente a ella se siguiera preocupando.

—Por favor confía en mí —pidió nuevamente.

Al reconocer el ruego en la voz de Arnold, a Helga no le quedo de otra que relatarle su desafortunado encuentro con Rhonda.


Gerald estaba lo suficientemente incómodo y adolorido escondido en el pequeño closet que estaba a los pies de la cama de Arnold, pero sabía que debía aguantar por el bien de su mejor amigo, y mientras los escuchaba, decidió que cada vez tenía más sentido el miedo de Helga.

Esa Rhonda había sido realmente maliciosa e innecesariamente cruel, sin embargo, había cosas que no le cuadraban porque… ¿Qué ganaba la chica separando a Arnold y Helga?

Existían millones de adolescentes en la ciudad y de seguro más de un centenar postulando a entrar a la llamada "elite de la popularidad" en la secundaria, pero dudaba que atacara verbalmente a cada uno de ellos.


Arnold no podía creer que Rhonda se haya atrevido a decirle todas esas cosas a la joven frente a él. Sentía impotencia y rabia porque ella había lastimado a Helga de la manera más maliciosa posible y no lo entendía. Claro, Rhonda siempre fue egocéntrica y caprichosa, pero en general no era una mala persona, sin embargo, atacar a Helga con sus problemas familiares fue sumamente bajo.

Al ver que Arnold no decía nada la joven, con un suspiro agregó.

—De todas formas, no es como si ella estuviera mintiendo… esa es la verdad, Arnold… aceptémoslo.

—Te equivocas —Arnold nuevamente tomó las manos de Helga entre las de él, dándole un suave apretón antes de volver a hablar—. Las dos están equivocadas.

—Pero, Arnold… —respondió indecisa y bajando la mirada.

—No. Helga, mírame —Él espero que ella volviera a mirarlo, pero seguía esquivándolo, así que no le quedó de otra opción que acunar su rostro gentilmente entre sus manos—. Helga, eres increíble y nadie te tiene lástima. Es cierto que ahora es más obvio lo guapísima que eres, pero eso no es todo lo que hay en ti y para mi mala suerte no soy el único que da cuenta de ello —Arnold se sintió valiente al notar lo concentrada que estaba en sus palabras, y decidió aprovechar la oportunidad de señalarle alguna de las cosas que se agolpaban por salir de su pecho—. Eres inteligente, valiente y una muy buena amiga. Me encanta tu sarcasmo e ironía. Me encanta lo fuerte y atlética que eres, y por sobre todo, me encanta la pasión con la que abrazas todo lo que haces y en lo que crees, te entregas al mil por ciento y eres imparable… Creo que no me alcanzará la vida para decirte lo mucho que me encantas e incluso cuando me llevas la contraria y me haces enojar, me sigues encantando, porque contigo nunca sé lo que voy a encontrar, y eso me desespera y me motiva, y quizás no estoy siendo coherente, pero a lo que quiero llegar es que eres la persona más increíble que he tenido la suerte de conocer y que nadie se comparará a ti ni en un millón de años, porque eres Helga G. Pataki, la chica con el corazón más puro que existe y la mujer de la que estoy en…

Helga se sintió abrumada al escuchar las palabras de Arnold, y sin darse cuenta de que lo estaba interrumpiendo, se lanzó a sus brazos desesperada por su contacto.

—Oh, Arnold… —suspiró Helga en su cuello, causándole escalofríos al joven, pero correspondiendo su abrazo.

—¿Eso quiere decir que vendrás conmigo? —preguntó Arnold conteniendo la respiración.

—Yo…

—Vamos, Helga. Ten fe. Mira, hablaré con Rhonda. De seguro que todo tiene una explicación lógica y estoy seguro de que realmente no quería decir esas palabras.

—Si tú lo dices… —dijo insegura.

—Claro que sí. Solo debes confiar en nuestros amigos y en su amistad.

—Muy bien, princesa Twilight Sparkle. Creeré en toda esa cosa de la amistad, pero no creas que no estaré alerta.

—Vamos, Helga. No seas paranoica. Realmente no creo que a alguno de los muchachos le importe quién sea la cita de cada uno— le espetó dándole un suave apretón en la mano—. Todo saldrá bien y te demostraré que solo te estás preocupando por nada.

—Está bien, está bien. Tú ganas. Iré contigo a esa estúpida fiesta si es que todavía estamos invitados.

—Te prometo que no te arrepentirás.

—Y Arnold, una cosa más.

—¿Si, Helga?

—Espero que esta no sea la mano con la que te estabas tocando —le dijo a la vez que se soltaba de él.

—Helga…

—Bien, bien. Te dejaré para que puedas seguir en lo tuyo —La joven se levantó rápidamente para escalar las escaleras que daban a su techo—. Nos vemos el viernes, Arnold. A las seis en punto, ni un minuto más y ningún minuto menos, en mi casa, y ya sabes, nada de baratijas.

—Lo que tú digas, Helga.

—Y una cosa más.

—¿Mmm?

—No me importa si tú… —Helga desvió la mirada mientras sus mejillas se volvían repentinamente calientes ante su pensamiento—. ¡Si tú piensas en mi mientras tienes tu tiempo a solas! —gritó antes de escapar rápidamente.

—¿Qué? —exclamó Arnold buscando mirar a Helga, pero lo único que alcanzó a ver de la muchacha fue, nuevamente, su ropa interior al subir rápidamente por las escaleras.

Arnold se quedó solo y sonrojado en medio de su habitación sin saber cómo sentirse, sin embargo, no pudo seguir divagando sobre los últimos acontecimientos cuando la puertecilla que estaba a los pies de su cama dejó salir a Gerald.


Mientras corría a su casa, Helga no podía creer el ofrecimiento que le había realizado a Arnold, pero eso no era todo. Él tenía razón y realmente no había nada de lo que preocuparse, ni siquiera de Rhonda, ella solo estaba siendo rencorosa por algún motivo estúpido.

Con eso en mente, Helga decidió que la pubertad apestaba y que debía dejar de permitir que sus emociones nublaran su juicio porque, ¿qué importaba lo que lo dijeran los demás? Mientras Arnold estuviera a su lado ella podría hacer cualquier cosa.


Arnold se estaba empezando a sentir cada vez más molesto al ver a su mejor amigo revolcarse de la risa en el piso de su habitación.

—Oh, hombre… Esto es de oro.

—Gerald…

—Valió la pena estar confinado en ese pequeño espacio con tal de escuchar las palabras de Pataki.

—Gerald…

—¡Mi espalda me está matando! Pero no puedo parar de reír —dijo mientras se agarraba el estómago.

—¡Gerald! —reclamó Arnold frunciendo el ceño a la vez que se ponía el dorso de las manos en las caderas.

—Está bien, está bien, me callaré… —le respondió mientras se limpiaba las lágrimas que se habían escapado de sus ojos—. Pfff… Lo siento, hermano —se disculpó antes de dejar que nuevamente las carcajadas se apoderaran de su ser.


Rhonda había logrado convencer a gran parte de su grupo de la primaria para que fueran parte de su plan, y a pesar de las dudas de Nadine, la primera parte iba sobre perlas.

Ahora lo difícil seria manipular a Gerald o Phoebe para que traicionaran a Helga y aunque Michael le dijo que no se preocupara por eso, no estaba segura de cómo lo lograría.


En cuanto vio el pórtico de su casa a solo unos pasos, Helga por fin pudo dejar ir el miedo que atenazaba su corazón. Un auto desconocido la había estado siguiendo desde que dejó la casa de Arnold; en un principio pensó que estaba equivocada e intentó acortar camino, pero caminara por donde caminara el vehículo había seguido persiguiéndola.

Nunca le había pasado algo así, ni siquiera cuando era una niña de nueve años que iba a asechar al chico del que estaba enamorada a las tres de la madrugada.

En ese barrio todos se conocían, y a pesar de uno que otro asalto, era muy seguro y nunca tuvo que preocuparse por estas cosas.


Ahora que por fin se había podido calmar y después de un rápido viaje al baño, Gerald se encontraba sentado en el sofá rojo de Arnold, observando cómo el adolescente rubio se paseaba por la habitación con la mano tras el cuello.

—¿Qué te tiene tan nervioso? Ella ya te dijo que sí, ¿o no?

—No es solo eso… —Arnold se detuvo un momento para suspirar—. Es sobre lo de Rhonda. Me preocupa que intente hacer algo en su contra.

Gerald enarcó una ceja antes de contestar.

—Pensaba que eras el positivo aquí…

—Lo soy, Gerald, pero me dolió verla tan insegura y asustada y no puedo dejar de pensar en ello a pesar de mis palabras.

—Sobre eso… Nunca imaginé que a Helga le importara tanto lo que dijeran los demás. Yo solo creía que estaba siendo dramática, pero creo que decir que ella está aterrorizada seria lo correcto, Arnie.

—Supongo que sí, Gerald —Arnold soltó un suspiro antes de sentarse en la silla de su computadora—.Helga es realmente una chica sensible y agradable, pero temerosa de que la lastimen. Por eso siempre intenté evitar tomar como algo personal sus jugarretas cuando éramos niños.

—Mmm, mmm, mmm. Hombre, de seguro que no envidio ser tú en estos momentos.

—Pero ¿sabes? Vale la pena.

—De seguro… Después de ver como la acorralaste en la cama y le hacías proposiciones. Hombre, siempre pensé que eras el caballero.

—¡Eso fue solo un malentendido! —se intentó defender Arnold sonrojado.

—Eres un chico valiente, muy valiente.

—Te estoy diciendo que esa no era mi intención.

—Lo que tú digas, casanova. Pero a mí no me engañas. Esta habitación se estaba poniendo candente y ustedes dos eran los responsables, además, ¿qué fue eso de: "No me importa si tú piensas en mí en tu tiempo a solas"? Confía en mí, eso no fue ningún malentendido.

—Diga lo que diga no cambiarás de opinión, ¿verdad?

—No, viejo.

—De acuerdo… solo no hablemos más de esto, por favor.

—Está bien, lo dejaré pasar por ahora, pero solo porque me preocupa que Rhonda intente algo más en contra de tu casi novia.

Era verdad lo que estaba diciendo Gerald, aún faltaban dos días para el baile y aunque el viernes lo tenían libre de escuela, no sabía si era suficiente para detener a la adolescente. Él debía hablar con ella para averiguar qué es lo que estaba tramando.

—Tienes razón, hablaré con ella, pero antes, ¿crees que la señora Vitello pueda conseguirme un pedido especial de flores para el viernes?

—Mmm, mmm, mmm. No me canso de repetirlo, Arnold. Eres audaz.

Continuará…

NA2: Si, lo sé. Me demore un montón de tiempo en subir este capitulo, pero estoy en el climax de la historia y es la parte mas compleja de escribir. Desearía poder tenerlo pronto, pero honestamente lo veo dificil porque estoy escribiendo muchas otras cosas adicionales que en algún momento les compartire.

Sandra D: Esa era la intención, pero Rhonda esta solo siendo tonta y finalmente las cosas se solucionaran o por lo menos eso quiero.

Arabella Li: Siento la tardanza y gracias por tu comentario.

Madahi Khan: Bueno. XD Yo no la ocupo, me rendí.

Kiruru: Espero no demorarme tanto para la proxima, aunque desde ahora las cosas se ponen color hormiga.

Nos leemos en una proxima oportunidad.

Bye.