Disclairme: Naruto es de Masashi Kinomoto, yo solo soy una soñadora que se atrevió a escribir.


Cuando nos volvamos a encontrar


Capitulo VII

Ōtsutsuki Himeko


Hinata observó atentamente como Kiba depositaba a Himeko en el futón, profundamente dormida. La niña ni siquiera se inmuto cuando el castaño la arropó, adueñándose de una almohada y apretándola con fuerza entre sus brazos, adoptando una posición que la hacía ver más pequeña de lo que ya era. La luz que se filtraba por la ventana, apenas delineaba su perfil, arrancándole destellos plateados a su oscuro cabello.

—Vaya, hasta que se durmió —suspiró Kiba, alzando su mirada hacia Hinata y ofreciéndole una sonrisa —. Es una niña con mucha energía.

La mujer asintió con una sonrisa en sus labios.

—Todo esto, todo este mundo, es nuevo para ella —explicó—. Ella solo quiere verlo todo, conocer todo lo que le rodea. Himeko-chan siempre ha sido una niña muy curiosa.

Kiba se pasó una mano por el cabello, sin borrar la sonrisa en su rostro.

—En eso es muy distinta a ti —dijo, sin poder reprimir un gesto burlón —. Eras una niña tan tímida, siempre escondiéndote tras de nosotros, obedeciendo y escuchando cada cosa que te decían Kurenai-sensei e Iruka-sensei. Himeko, en cambio, es un poco más resuelta, habla sin reprimirse y pregunta sobre lo que no conoce, es, como tú dices, muy curiosa.

—Me gusta que sea así —comentó, dando pequeños pasos hasta quedar de pie frente al futón —. Desde que supe que estaba embarazada, deseé que ella fuera distinta a mí. Más fuerte, más segura de sí. Que aunque su infancia no fuera como la de un niño normal, no fuera como la mía o como la de Neji-niisan. Ni como la de Toneri-sama.

Con dificultad, se arrodilló junto a su hija y acarició su mejilla, apartando un mechón de cabello de su frente.

—La has criado bien, Hinata —susurró el castaño, de pie, a su lado —. Es una niña asombrosa.

» Eso que hace con el chakra, las luces y los insectos, es simplemente increíble.

Hinata no contestó al instante, embelesada por su pequeña.

—Otōsan… —susurró la pequeña.

Kiba frunció el ceño, Hinata apartó su mano como sí quemara.

—Himeko-chan me preguntó hoy por él —comentó Kiba, acuclillándose al lado de Hinata.

—Yo… tengo que explicarle — dijo, entrelazando sus dedos sobre su regazo —. Pero no quiero decirle que Toneri-sama… que él… No quiero lastimarla, Kiba-kun.

—Lo sé —contestó, cubriendo las manos de Hinata con la suya propia, provocando que la mujer le dirigiera una mirada triste —. Lo sé. Por eso, cuando le vayas a decir, permíteme estar ahí, con ustedes, para apoyarlas.

—Kiba-kun…

—Hinata, no sabes lo importante que eres para mí —afirmó, acariciando las manos de la mujer con su pulgar —. Lo importante que las dos son para mí, después de todo Himeko-chan es tú hija, y todo lo que tenga que ver contigo es importante para mí —Hinata abrió los ojos, sorprendida, y para Kiba fue como estar observando la Luna directamente.

Hinata nunca lo había notado, pero estaba ahí a simple vista. Tan palpable, tan brillante. Y algo en su interior se quebró.

—Kiba-kun, ¿desde cuándo? —preguntó, agachando la cabeza.

Kiba sonrió amargamente, sabiendo a que se refería la mujer en frente de él.

—Creo, que desde nuestro primer examen chūnin, o quizá un poco antes. Desde entonces.

Ella tensó los hombros, ocultó su mirada tras el flequillo. Sintió la mano de Kiba calmar el temblor que se había apoderado de sus propias manos, acariciar su dorso y entrelazar sus dedos.

—Yo nunca… nunca me di cuenta —admitió — ¿Por qué nunca m-me d-dijiste?

— ¿Para qué? —Se encogió de hombros — Yo nunca fui una opción, sobre todo porque tú solo tenías ojos para Naruto-baka.

—Per…

— ¡No! —exclamó el chico, tomándola suavemente de las muñecas y obligándola a alzar la mirada — No —volvió a repetir, tajante —. No te disculpes, no conmigo. Yo siempre supe lo que guardaba tú corazón, Hinata-chan. Y nunca deseé más de ti, bueno quizá solo deseaba que fueras feliz.

Ella asintió, enjuagándose un par de lágrimas que se habían escapado de sus ojos. Había jurado que no lloraría, y ella nunca rompía sus promesas.

—Arigatô gozaimasu, Kiba-kun.

—No tienes nada de que agradecer, Hinata.

Ambos se quedaron en silencio. Hinata desvió la mirada a su hija y volvió a acariciarle el rostro.

—Creo que es hora de que me vaya —anunció Kiba, incorporándose lentamente mientras se sacudía la ropa.

Hinata asintió, también poniéndose de pie.

Pero un gemido se coló entre sus labios, su mano derecha viajó rápidamente hacia su costado mientras que su brazo izquierdo colgó inerte. El dolor la atravesó, recordándole que aún no se había recuperado del todo. Las rodillas le fallaron y hubiera terminado en el piso sino fuera por Kiba, que haciendo gala de sus mejores reflejos, la envolvió entre sus brazos y la ayudó a sentarse en su propio futón.

Por un instante, el dolor ni siquiera le permitió hablar. Apretó los dientes, cerró los ojos, sus dedos se aferraron a la tela bajo de ellos.

— ¿Estas bien? —preguntó el castaño, su aliento golpeándole la cara.

—Creo… creo que si —susurró, aun apretando los dientes —. Dame un momento.

El dolor se había extendido por todo su cuerpo comenzó a remitir. Inhaló una bocanada de aire, aflojando su agarré y abriendo los ojos lentamente. Parpadeó un par de veces, antes de darse cuenta de las arrugas que había dejado en la franela de Kiba. Alzó un poco la cabeza, solo para encontrarse con la mirada preocupada de su amigo. No pudo evitarlo, sus mejillas se colorearon de rojo, al saberse demasiado cerca.

— ¿Estas bien?

—Sí, ya paso —dijo, alejándose un poco.

—No, eso no es normal —dijo el castaño, sin soltarla del todo —. Mañana le avisaré a Sakura, igualmente creo que te toca revisión.

—No es necesario.

—Lo es.

Ella no quiso agregar nada más, en cambio se apartó completamente de él. Aún sentía puntadas de dolor que le recorrían el cuerpo como una descarga eléctrica, se llevó la mano a los ojos cuando la visión se le empaño. Sabía que Kiba la observaba fijamente, siguiendo cada uno de sus movimientos, pero ella se negaba a regresarle la mirada. No quería lastimarlo, al menos más de lo que ya lo había hecho. Kiba era su amigo, siempre lo sería.

—Quizá, podamos ir por un poco de té —pidió, a lo que su compañero asintió. Necesitaba controlarse.

Ambos dejaron la habitación, dejando a Himeko en la oscuridad.

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Himeko despertó rodeada de oscuridad.

No recordaba haberse dormido, no cuando se encontraba jugando con su madre mientras esperaban que Kiba terminara de preparar la cena. Pero quizá, se había dormido después de comer, aunque no estaba del todo segura de sí en realidad había llegado a tocar su plato. Restregándose los ojos, en un vano intento de ahuyentar la bruma de sus ojos, se incorporó lentamente. Fue justo entonces que lo notó.

No se encontraba en casa de Kiba.

La oscuridad que la rodeaba era opresiva e impenetrable, apenas alcanzaba a observar un par de pasos por delante de ella. Recorrió su entornó con una mirada, sin poder encontrar un remanente de luz. Sobre ella, el cielo se encontraba completamente negro, sin Luna ni estrellas, y a su alrededor no brillaba ni la efímera llama de una vela. Sintió como el miedo le atenazaba el estómago, estiro los brazos a su alrededor, tanteando en busca de alguna forma familiar, que le indicara donde estaba. Nada. Solo la más pura oscuridad.

— ¡Okāsan! —chilló, con la voz trémula, sin obtener respuesta —. ¡Otōsan!

Nada, ninguna contestación. Ni siquiera el eco de su voz.

— ¡Okāsan! —volvió a gritar, llevándose las manos al pecho —. ¡Kiba-kun!

Ningún sonido, solo silencio.

Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, nublando su mirada y restándole a su ya escaza visibilidad. Sintió el chakra manando hacia sus ojos, los pétalos del Tenseigan floreciendo en sus pupilas, y aun así, no podía ver nada más allá que oscuridad.

— ¿Alguien? —susurró, sintiendo como los sollozos se le atragantaban en la garganta.

De repente…

Escuchó un pequeño gemido, a lo lejos y tan bajo que por un momento pensó que era su imaginación. El sonido era aterrado, como un sollozo atorado en la garganta, un lamentó que nunca antes había escuchado. Quiso escapar, echar a correr en el sentido contrario, pero el silencio absoluto le aterraba con más fuerza que aquel horrible sonido. Así, que demostrando una valentía que no conocía, se adelantó un paso en dirección del sonido. Primero uno, luego le siguió un segundo y un tercero.

Caminar entre las sombras no fue fácil, en más de una oportunidad tropezó con objetos que no lograba reconocer. Sus manos se encontraron con el piso de piedra, tan distinto al granito pulido de su hogar en el palacio Ōtsutsuki o al piso hecho de madera de la casa de Kiba. Ni siquiera se asemejaba a las baldosas blancas del hospital. Con lágrimas en los ojos, apreció débilmente la herida que se había abierto en la palma de la mano al caer. Sus dedos acariciaron la piel lacerada, obligándola a morderse los labios. Dolía.

Con las rodillas temblando se incorporó nuevamente, dando pasos tambaleantes hacia adelante, en la dirección seguía escuchando los gemidos.

Entonces, lo vio.

Una figura blanquecina en medio de tanta oscuridad.

La piel demasiado pálida, parecía brillar como lo hacía la roca lunar al reflejar la luz del sol. El cabello, también blanco, se le pegaba al cráneo y al rostro, húmedo, quizá empapado por el mismo sudor perlado que goteaba desde su barbilla. Las túnicas, antes blancas, se encontraban desgarradas y manchadas de ceniza, teñida por la misma sangre que se empozaba a sus pies. La oscuridad era impenetrable, pero aquel ser, ese hombre herido, brillaba como un faro en medio del más absoluto vacío y con el Tenseigan o sin él, hubiera sido imposible que no lo reconociera.

Las lágrimas que había estado conteniendo manaron con fuerza hacia el exterior, inundado su rostro y ahogando su respiración; un sollozó trepó por su garganta, colándose por sus labios y alertando a la figura inmóvil de su presencia. El hombre gimió de dolor, alzando lentamente la cabeza que yacía inerte sobre su pecho, hasta que su rostro se dirigió al suyo y los parpados se abrieron. Las cuencas vacías, tan oscuras como todo a su alrededor, encontraron sus ojos.

— ¡OTOSA! —gritó, corriendo hacia él sin importar la penumbra a su alrededor.

Cayó, lastimándose las manos y las rodillas, pero el escozor de las heridas no la detuvo. Se puso de pie, corriendo hacia él. Las lágrimas nublaban su mirada, pero la oscuridad podría habérsela tragado y ella no se hubiera detenido. Corrió, hasta que sus manitas alcanzaron el rostro de su padre, quién la miraba sin ver, con un hilillo de sangre deslizándose desde su nariz hasta sus labios, los mismos que estaban deformados por el terror.

—H-hi-me-ko —dijo, arrastrando dolorosamente las palabras.

—Otōsan —sollozó ella, sus manitas en sus mejillas, sin saber qué hacer.

—N-no —gimió, apenas un lamento — No… ¡No!

El gritó la sobresaltó, provocando que diera un paso hacia atrás.

—N-no… No… Tú estás a sal-salvo… Hi-na-ta… ¡N-No!

— ¡Okāsan está bien! —Exclamó, volviendo a posar sus manitas sobre su rostro — Ella está bien, Otōsan.

—Ve-vete… —dijo — Huye…

— ¡No quiero! —Lloró — ¡Otōsan!

Ella observó la daga que atravesaba a su padre justo en el pecho, tomándola con manos temblorosas intentó jalarla. No podía. Sintió el aliento de su padre en el rostro, alzando la mirada se encontró con sus parpados cerrados y la sangre desbordándose por sus comisuras, como si estuviera llorando. Ella no era fuerte como su papá. No era valiente como su mamá. Ni siquiera tenía el tamaño de Kiba-kun o el chakra abrasivo del Hokage. No, ella solo era una niña, demasiado pequeña.

— ¡Otōsan! —gritó, abrazándolo.

— Despierta, Himeko —susurró su padre, su voz más serena, como sí se hubiera dado cuenta de algo —. El Tenseigan t-te permite ver lo q-que quie-res ver, pero yo no quiero que me veas así.

— ¡Otōsan!

—N-no — repitió el hombre, apoyando su cabeza en los cabellos de su pequeña —. N-no vuelvas.

Y lo sintió, una corriente de chakra, demasiado frágil, la golpeó.

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Despertó, con la luz de la Luna colándose por la ventana.

Con los ojos aún empapados en lágrimas, observó su entorno. Se encontraba en la habitación que había estado compartiendo con su madre desde que ella salió del hospital, volvía estar nuevamente en Konoha, en la casa de Kiba-kun. El miedo se apoderó de ella, las manos le temblaban sin control y los dientes le castañeaban, las lágrimas seguían vertiéndose libre por su rostro, sin detenerse. Se abrazó a sí misma, sintiendo aún las trazas del chakra de su padre. Le dolía el cuerpo, los huesos, cada centímetro de su piel. Quemaba. Buscó a su madre con la mirada, pero ella no estaba ahí. Estaba sola, como su padre, solo que ella no se encontraba sangrando.

Gritó, con fuerza, lacerando sus pulmones y dejando que todo el dolor fluyera el exterior. El chakra en su interior, el suyo, no el de su padre, estalló y las llamas se alzaron blanquecinas, rozando el techo. Sintió como su mundo se desmoronaba y las últimas estelas del poder de su padre desaparecieron junto con la sensación de una caricia. Y cayó, sin fuerzas, con las manos en el pecho y los ojos repletos de lágrimas.

— ¡HIMEKO! —escuchó a su madre gritar, y quiso verla, decirle que había encontrado a su padre y que su cuerpo dolía, tanto como el de él. Pero no pudo.

Tan solo la vio, a través del Tenseigan, y su chakra de un color lavanda circulando por todo su cuerpo.

— ¡Himeko! ¡Himeko! —gritó su madre, intentando alcanzarla a pesar de las llamas que ardían a su alrededor, pero Kiba la había tomado de la cintura y la retenía, mientras ella luchaba por alcanzarla — ¡HIMEKO!

Y ella ardió, hasta que ya no hubo llamas blanquecinas, tan solo el dolor que le perforaba el alma.

— ¡HIMEKO!

Su madre pudo librarse del agarre de Kiba, zanjando la distancia que las separaba y envolviéndola en sus brazos. La calidez que emanaba del cuerpo de su madre pareció calmar el dolor en su interior y se preguntó, si su toque también podría borrar el sufrimiento en el rostro de su padre. Probablemente sí, después de todo, ellos se amaban, con tanta fuerza y profundidad, que no habría manera de que su padre no estuviera bien.

—O-okāsan —susurró, de repente, ya no tenía energía —. Lo vi, vi a Otōsan —dijo, cerrando sus ojos y amoldándose al cuerpo de su madre —. Está herido, hay tanta sangre…

Y se durmió, porque ya no podía mantener los ojos abiertos.

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Hinata no se había separado de Himeko desde el incidente.

Se encontraba en la sala principal, con su pequeña durmiendo sobre su hombro y envuelta protectoramente por sus brazos. Kiba se encontraba en la cocina, preparando un té para sus nervios mientras que una AMBU mujer, se encontraba de guardia en toda la entrada, y a pesar de la máscara de liebre, estaba segura que sus ojos se encontraban clavados en su hija y en ella, vigilante.

Se mordisqueó los labios, apartando el cabello de Himeko del rostro y sintiendo su respiración acompasada. Había intentado despertarla, pero aquella explosión de chakra la había drenado completamente, dejándola exhausta. La abrazó, apoyando su mejilla en su coronilla, e intentando frenar las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Nunca había visto a Himeko perder el control así, aunque podía recordar las palabras de Toneri la primera vez que vieron el Tenseigan en los ojos de su bebe.

"El Tenseigan es el regalo de los dioses, su poder será como el de un dios."

Y aquella noche lo había experimentado por primera vez.

—El poder de los dioses… —susurró, captando levemente la atención del AMBU.

Había visto el poder de los dioses antes, en la guerra. Recordaba el chakra del Kyūbi rodear el cuerpo de Naruto o el cuerpo de Obito ardiendo gracias al diez cola, también lo había visto en los recuerdos de Ōtsutsuki Hamura, y en las imágenes que Toneri le había enseñado sobre la guerra. Pero nunca pensó verlo en su hija, en su pequeña de tan solo cinco años. Su niña, la que aún le costaba vestirse sola y que solo sabía moldear mariposas y libélulas de luz. No, nunca hubiera soñado si quiera con lo que vio.

Cuando Himeko se durmió, había confiado en la seguridad de la casa para dejarla sola, mientras ella intentaba calmar sus sentimientos tras la conversación con Kiba. Pero cuando escuchó su grito, tan doloroso y aterrador, corrió tan rápido como pudo hasta la habitación que compartía. Entonces, la vio. En medio de las llamas formadas por el chakra, su cabello se había tornado blanquecino como el de Toneri y en sus ojos ardía el Tenseigan, todo su cuerpo se encontraba imbuido en chakra, llamas de color blanquecino ardían en sus brazos.

El miedo rápidamente se apoderó de ella, quiso alcanzarla, sin importarle las quemaduras por chakra. Kiba la capturó antes que saltara literalmente a las llamas, enrollado sus brazos en su cintura y apegándola a su pecho. Luchó, arañándolo y empujándolo, lo único que importaba era alcanzar a su pequeña.

Hasta que su hija se desplomó, agotada, con sus niveles de chakra tan bajos que por un instante el mundo se le vino encima al pensar, que quizá, también la había perdido a ella. Pero cuando la tomo entre sus brazos y sus ojos se encontraron con los de su hija, no solo pudo respirar sino que sintió los últimos restos del chakra de Toneri acariciándole la piel.

Y lo que dijo, palabras tan afiladas como un kunai para su ya agotado corazón.

"—O-okāsan —susurró, de repente, ya no tenía energía —. Lo vi, vi a Otōsan —dijo, cerrando sus ojos y amoldándose al cuerpo de su madre —. Está herido, hay tanta sangre…"

Sí era verdad, si su pequeña de alguna forma había visto a Toneri… Ella debía hacer algo. Por él, por su hija, por ella misma. Después de todo, sabía que la única razón por la que su hija perdería el control de tal manera, sería sí se expusiera a algo tan grave, tan devastador, que le causara un trauma incontrolable. La verdad más cruda, al dolor más puro, sus temores hechos realidad. La imagen de su padre agonizando frente a sus ojo.

—Hinata.

La sensación del chakra de Toneri se había evaporado casi de inmediato, tan solo fueron unos segundos en el que fue consciente de su energía, pero ella la reconoció. Esa sensación protectora, sutil, como una brisa fresca. No podía dejar de pensar en ella, en las palabras de su hija y en la fuerza del Tenseigan. Abrazó a Himeko, hundiendo su nariz en su cabello, nuevamente de un negro azulado.

—Hinata.

Desde el instante en que vio a la Luna sumida en una luz rojiza y seguida por la oscuridad, dio por hecho que Toneri había muerto junto al Buque de Energía. Pero, aquella noche, se dio cuenta de que existía la posibilidad de que su esposo se encontrara con vida. Una muy pequeña, considerando la reacción de su hija. La esperanza comenzaba a florecer en su pecho, cerró los ojos, sintiendo como está se extendía por su cuerpo y revivía aquellos trozos de su alma que creía muertos.

— ¡Hinata! —Exclamó Kiba, sacándola de sus pensamientos y encontrándose con su mirada al vuelo — Toma, es para los nervios —dijo, extendiéndole una taza de té.

Ella asintió, arreglando a su hija en su pecho y tomando la taza entre sus manos.

—Arigatô gozaimasu —susurró, a lo cual su amigo asintió.

El hombre frente a ella se sentó a su lado, en silencio, a la espera.

La explosión de chakra había sido de tal magnitud, que todos los perros del complejo Inusuka se alteraron, despertando a sus guardianes y alertando a todo el clan. Los AMBUs que Naruto había asignado a los alrededores no tardaron ni un minuto en llegar hasta la casa, todos con kunais en mano y posiciones de defensa. Le había tomado diez minutos a su amigo en explicarles la situación, a lo cual, uno de los agentes había decidido alertar al Hokage, dejando a un segundo en constante vigilancia y al resto de guardia alrededor de la casa. Con tal exhibición de poder, estaba segura que no solo Naruto lo habría sentido ya, sino que la mayoría de los jounin y cabezas del clan debían estar al tanto de la situación.

Akamaru que se encontraba acostado a su lado, con las orejas gacha y la cola entre las patas, alzo la cabeza en señal de reconocimiento. A su lado, Kiba aspiró el aire a su alrededor, frunciendo levemente el ceño. Ella no necesitaba tener el sentido del olfato de Kiba o activar su line sucesoria para saberque Naruto había llegado, y muy dentro de ella, aquel gesto le alegró.

Dejó la taza de té sobre la mesa.

Alzó la barbilla en el momento en el que el rubio ingreso a la casa, seguido de Shikamaru y Sai. Unas oscuras ojeras bordeaban los ojos del rubio, su expresión distaba mucho de aquella sonrisa que le había regalado la última vez que se vieron y sus hombros tensos no auguraban nada bueno. Shikamaru parecía alerta, sus hombros se mantenían rígidos y su mano derecha jugueteaba con un encendedor. Sai lucía su sonrisa de siempre, la misma que usaba para esconder todas sus emociones.

—Retírate —ordenó Naruto al AMBU que los había estado vigilando.

—Problemático —se quejó Shikamaru, acercándose y tomando asiento frente a ella y su hija.

Naruto hizo lo mismo, asegurándose de que no hubiera ningún AMBU en la cercanía.

— ¿Qué ocurrió? —Preguntó, suavizando su mirada cuando sus ojos se encontraron con los de Hinata — ¿De quién fue todo ese chakra?

Hinata bajo la mirada a su hija, sin responder. Kiba enarcó una ceja a su lado, desviando su mirada hacia Naruto.

—Fue Himeko —dijo, tan formal que Hinata supo que no era su amigo quién hablaba, sino el shinobi que era.

— ¿Me estás diciendo que una niña de cinco años fue quién provoco esa descarga de chakra? —inquirió Shikamaru, enarcando una ceja —Se sintió como a unos cuatro kilómetros a la redonda.

Kiba no respondió.

— ¿Hinata? —la llamó Naruto, provocando que dirigiera su mirada hacia los ojos azules del rubio.

—Fue Hi-Himeko-chan —dijo, recriminándose por tartamudear — Fue Himeko-chan —repitió, con más fuerza, y aunque sus ojos estaban fijos en Naruto, fue consiente de la incomodidad de Kiba, la mirada analítica de Shikamaru y la sonrisa falsa de Sai —. Algo paso, no sé qué, pero eso provocó esto, detonó el poder del Tenseigan.

—Hinata-chan, te das cuenta de lo que estás diciendo ¿verdad? —inquirió el rubio con un tono de voz suave.

—Lo sé —respondió, abrazando a su pequeña —. Es una locura, pero nosotros la vimos. La oímos gritar, cuando la alcanzamos la encontramos rodeada de chakra, eran llamas de chakra.

— ¿Kiba? —preguntó Shikamaru.

—Era un fuego blanco, chakra puro —dijo el castaño, serio.

—Ella estaba envuelva en chakra, el Tenseigan brillaba en sus ojos —explicó Hinata, intentando que no se le quebrara la voz al hablar —, vació sus reservas de chakra... Pensé…

La abrazó con fuerza, haciendo que la niña se removiera incomoda en sus brazos. Pudo haberla perdido, y sin su hija, ella no sería nada. Perdería su luz. Sintió la calidez de un roce sobre su mano, al levantar la mirada se encontró con Naruto, quién la miraba intensamente.

—Pero no paso —dijo.

Ella asintió, cerrando los ojos para retener las lágrimas.

— ¿Entonces, toda esa energía pertenecía a la niña? —preguntó Shikamaru nuevamente, encendiendo un cigarrillo a pesar de la mirada helada que le dirigió Kiba.

—Si —afirmó el castaño.

—Tsk, problemático —se quejó, dirigiendo sus ojos oscuros hacia la mujer —. Ahora, necesito que me respondas, Hinata. He estado investigando por mi cuenta, hasta Hanabi-sama hasta me permitió el acceso a los documentos Hyūga, pero hasta ahora no he encontrado nada del Tenseigan. Nada.

Ella asintió.

—Y hoy, tras esta demostración de poder, es necesario que me expliques. Mejor dicho, que nos expliques: ¿qué es el Tenseigan?

—Hinata, puedes confiar en nosotros —volviendo a atraer su atención Naruto.

Inhalo una bocanada de aire, antes de comenzar a hablar.

—N-no es que conozca muchos detalles, solo sé lo que pude leer en la biblioteca del Clan Ōtsutsuki —comenzó, posando su mirada en su hija—. El Tenseigan, era el Dōjutsu que desarrolló Ōtsutsuki Hamura, el hermano menor del Sabio de los Seis Caminos, y fue despertado por él, a partir del Byakugan. Podría compararse con el Rinnenga, ya que mucha de sus habilidades son similares —explicó, acariciando la mejilla de su pequeña.

— ¿Cómo cuáles? —preguntó Naruto.

—Puede atraer y repeler objetos, controla las fuerzas gravitacionales. Pero también te permite entrar en modo chakra, supongo que eso es lo que hoy pudimos observar —dijo, apartando unos mechones de cabello de Himeko —. Ōtsutsuki Hamura incluso podía usar el Gudodama, con el que pudo, junto con su hermano, vencer a Ōtsutsuki Kaguya.

—Increíble —jadeó Kiba, con sus ojos fijos en la niña.

—Himeko aún está muy lejos de eso —continuó Hinata, notando la mirada de su amigo —, o al menos eso era lo que siempre me decía Toneri-sama.

—Sí es tan increíble, ¿por qué hasta ahora es que sabemos de este Dōjutsu? —preguntó Shikamaru, apoyando sus brazos en sus piernas e inclinándose hacia adelante.

—El Tenseigan solo se puede desarrollar cuando el Byakugan es expuesto al chakra de los Ōtsutsuki —comentó, alzando la mirada al grupo —. El Clan Hyūga y el Clan Ōtsutsuki, son los descendientes directos de Ōtsutsuki Hamura. Mientras que el Clan Hyūga se quedó en la Tierra dispuestos a proteger el planeta que tanto amaba Hamura-dono, el Clan Ōtsutsuki decidió acompañar a su líder a la Luna y proteger a la Tierra desde allá, no solo manteniendo a Ōtsutsuki Kaguya en su prisión sino también evitando posibles ataques futuros, de la gente del espacio.

» Sin embargo, el Clan Ōtsutsuki, sacrificó sus ojos para esta misión. Tanto la línea principal como la secundaria, donaron sus ojos al Buque de Energía, en donde se encontraban los ojos de Ōtsutsuki Hamura. Era tal su poder, que este artefacto podía controlar a la Luna.

—El arma de Toneri —susurró Naruto, Hinata asintió.

—Sin ojos, ninguno de los miembros del Clan Ōtsutsuki podían haber desarrollado el Tenseigan.

— ¿Y por qué entregaban sus ojos? —preguntó Sai, de pie, apoyado en la entrada de la sala.

— ¿Por qué el Bouke permite que el Sōke les pongan el Sello del Pájaro Enjaulado? —preguntó a su vez Hinata, a modo de respuesta.

Ninguno contestó.

—Son tradiciones. Tradiciones que nacen contigo, que te atan antes de haber respirado por primera vez. Están tan implícitas en ti, tan dentro, que el solo hecho de no cumplir con estos rituales, se te antoja incorrecto.

» Aunque lo sea…

» No obstante, después de tantas generaciones, o quizá, en cada una de ellas, siempre nacerá alguien que las desafié. Ustedes —dijo, observando a Naruto, Shikamaru y a Sai —, vieron los restos de la guerra en la Luna. Alguien desafió las tradiciones, ya sea por poder o justicia, la línea secundaria se alzó. La guerra, por poco los extingue. Solo hubo un sobreviviente y ese fue Toneri-sama.

—Pero sí ningún Ōtsutsuki heredó el Tenseigan ¿por qué tú hija si? —preguntó Kiba.

—Como ya dije, el Tenseigan surge de la relación entre el chakra del Clan Ōtsutsuki y el Byakugan. Cuando Toneri-sama secuestro a Hanabi-chan, hace siete años, lo hizo con un único objetivo.

—El Byakugan —respondió Naruto, frunciendo el ceño.

Hinata asintió.

—El Sōke, cuyos ojos nunca han sido sellados, somos los descendientes directos de Ōtsutsuki Hamura. Somos sus hijos, nietos, bisnietos, nuestra sangre rara vez se ha mezclado. Por eso, nuestros ojos son los más puros, aquellos que tienen la verdadera visión. Cuando Toneri-sama robó los ojos de Hanabi-chan, lo único que quería era poder despertar el Tenseigan.

—Pero no lo hizo —interrumpió Naruto, con una intensidad palpable para todos.

—No —afirmó Hinata, desviando la mirada—. Sin embargo…

—Cuando la sangre de la heredera de la heredera del Sōke y la sangre del único descendiente del Clan Ōtsutsuki de la Luna se mezcla —continuó Shikamaru por Hinata, logrando descifrar el misterio —, sus descendientes heredaran el Tenseigan de forma natural ¿o me equivoco?

—No, Shikamaru-sama lo ha descubierto —contestó Hinata —. Himeko-chan nació con el Tenseigan. Toneri-sama, siempre decía que su Byakugan tuvo que haber despertado en mi vientre, y el chakra de Himeko-chan lo transformo lentamente.

—Pero ella no lo controla —interrumpió Kiba —. He visto cómo sus ojos varían, del pálido perla del Byakugan al diseño floral del Tenseigan, pero la mayoría de las veces son simplemente azules.

—Toneri-sama y yo, pensamos que eso es debido a su edad. Sus reservas de chakra no son tan extensas y a parte de la meditación y algunas posturas básicas del Jūken, nunca ha recibido alguna clase de entrenamiento.

—Pero hoy estalló —dijo Shikamaru, exhalando una bocanada de humo —. Sea poco o mucho, la fuerza con lo que lo hizo fue asombrosa.

—Altero a todos los perros —observó Kiba.

—Y se sintió a un par de kilómetros aquí —apuntó Sai —. No creo que un ninja inexperto se haya dado cuenta, pero las cabezas de clan…

—Lo sentimos —afirmó Shikamaru, apagando su cigarrillo —. Tsk, problemático. El consejo no va a estar muy a gusto con esto.

—Me preocupa sí alguien más que nosotros lo sentimos —empezó Kiba —. Sus atacantes querían el Tenseigan ¿no? Un flujo así de chakra no puede pasar desapercibido, quizá acabamos de darle una pista de dónde estamos.

—Sí es así, Hinata-sama no está segura aquí —dijo Sai.

— ¡Hey! El complejo Inusuka es de los más seguros de Konoha —exclamó Kiba.

—Tú fuiste el que señaló la idea, Kiba —comentó Shikamaru.

—Sí el enemigo sabe que Hinata-chan y Himeko-chan se encuentran en Konoha, es irrelevante sí están en el Complejo Hyūga o en los terrenos Inusuka o en la Torre del Hokage —interrumpió Naruto, seriamente —. Atacaron la Luna, a pesar de todas las protecciones que las mantenían aisladas. Una Aldea Ninja será fácil de penetrar sí así lo deciden.

—Y-yo… yo… no qui-quiero que K-konoha sufra por nuestra c-culpa —susurro Hinata, abriendo los ojos y captando todas las implicaciones que conllevaba su presencia en la aldea —. Himeko-chan y y-yo, podemos irnos.

— ¡Claro que no! — saltó Kiba, poniéndose de pie — ¡Ni pensarlo!

—Estoy de acuerdo con Kiba —sentenció Naruto —. Este es tú hogar, Hinata-chan y no permitiré que te vuelvas a ir.

Los ojos de Hinata se abrieron desmesuradamente, sus labios se curvaron por la sorpresa y un ligero sonrojo tinto sus mejillas. Kiba se dejó caer nuevamente sobre el tatami, mientras que Sai dejó entrever una sonrisa verdadera.

—Problemático —dijo Shikamaru, incorporándose mientras se sacudía el polvo —. Creo que lo mejor es que Hinata se mantenga dentro de los terrenos Inusuka, están apartados del pueblo y cuenta con una protección natural. Sin embargo, considero apropiado que se aumenten los efectivos AMBU.

—Yo me encargaré de eso —contestó Sai, sonriendo honestamente —. Nos veremos después, Hinata-sama —y sin agregar más, desapareció en un torbellino de hojas.

—Tsk, yo creo que también me iré —explicó Shikamaru, mientras se dirigía a la puerta —. Estoy seguro que mañana tendremos la visita de los consejeros y de las cabezas de los distintos clanes, será un día problemático.

—Gomen nasai, Shikamaru-sama —se disculpó Hinata con una leve reverencia —. Disculpen las molestias que estoy ocasionando.

Shikamaru solo negó.

—No es ninguna molestia, es solo mi trabajo —declaró con simpleza —. Por cierto, Hinata, no me llames Shikamaru-sama, es problemático.

Ella le sonrió suavemente.

—Gracias por todo, Shikamaru-san.

Él suspiró, cansado. Hizo un gesto de despedida y partió.

— Hinata —la llamó Kiba — ¿estás bien?

Ella asintió.

—Disculpa las molestias, Kiba-kun.

—No, nada de disculpas —soltó el castaño al ponerse de pie —. Voy a ir hasta el recinto principal, Hana debe estar esperando una explicación para todo el movimiento. Cuídala, Naruto-baka.

Naruto observó a Hinata cambiar de posición a Himeko entre sus brazos. En toda la conversación no la había soltado, siempre envuelta entre sus brazos. La cabeza de la niña descansaba en su hombro mientras el resto de su cuerpo se mantenía pegado a su pecho, con sus bracitos rodeando su cuerpo. En ese instante, Ōtsutsuki Himeko se le antojaba tan pequeña y frágil, una niña tan común y corriente. Pero él había sentido su chakra arder desde la Torre del Hokage, una energía cálida, refulgente y pura. No era una niña normal.

—Mañana enviare a Sakura para que la revise —dijo, rompiendo el silencio.

Los ojos perlados de Hinata se posaron en él con agradecimiento.

—Arigatô gozaimasu, Naruto-kun.

— ¿Te ayudo a llevarla a su cuarto? —preguntó, pero la mujer negó con un gesto.

—El cuarto que estábamos usado quedo inutilizado por el momento —respondió, recordando las manchas de quemadura en el techo y el suelo.

—No creo que a Kiba le moleste que usen su cuarto —comentó, sintiendo una punzada de celos en el estómago pero sin querer ahondar en ello.

—No me sentiría cómoda, no sería correcto.

—Necesitas descansar, Hinata —afirmó—. Himeko-chan y tú necesitan un lugar cómodo para descansar.

Ella lo miro por un instante, sus ojos tan lejanos y misteriosos, tan cambiados. Por un momento pensó que volvería a rechazar su oferta, pero su hija gimió en sueños, provocando que la mujer frunciera levemente el ceño. Apretó los labios y asintió.

—No quiero molestar a Kiba-kun —declaró.

—Hablaré con él, solo será por hoy.

Y ella asintió.

La ayudó a incorporarse, tomando a Himeko entre sus brazos y acompañándola al interior de la casa. Nunca había estado en la habitación de Kiba y por el leve sonrojo de Hinata, supuso que ella no se había atrevido a llegar hasta esa área de la casa. Respiró aliviado cuando se fijó que la habitación del castaño estaba más ordenada que su propio apartamento, aunque había ropa amontonada en una silla y un futón en el piso lleno de pelos de perro, se alegró que al menos la cama parecía estar en condiciones aceptables, a pesar de las sabanas revueltas.

Dejó a la pequeña en la cama e inmediatamente la niña se curvo, adoptando una posición fetal. Hinata aprovechó la oportunidad para salir de la habitación, volviendo al instante con un par de sabanas limpias. Extendió la tela sobre su hija, envolviéndola cuidadosamente y arreglando su cabello para que no le molestara. Acarició sus mejillas, recorrió con sus dedos sus brazos y finalmente se inclinó sobre ella, besando su frente. Naruto creció huérfano, nunca tuvo la oportunidad de compartir con su madre, así que apreciar los detalles que Hinata tenía con su hija era completamente nuevo para él. Claro que había visto a otras madres, pero nunca había visto el mismo nivel de devoción en su trato como el que veía en Hinata.

Una sensación cálida lo envolvió, reconfortante, una emoción de la que nunca había sido testigo. Por un minuto, se imaginó a Hinata y a sí mismo en otro lugar, en una casa propia, cuidando de un bebe rubio. Su hijo. Cerró los ojos de golpe, masajeándose los parpados. No. Hinata ya tenía una hija, una niña de cinco años, con la piel nívea, el cabello de un negro azulado y los ojos azules, demasiado claros para ser comparados con los suyos.

Cuando abrió los ojos nuevamente, se encontró a Hinata observándole.

— ¿Esta bien, Naruto-kun? —le pregunto.

—Eso debería preguntarte yo a ti, Hinata-chan —respondió —. Solo estoy un poco cansado, eso es todo.

—Espero que me perdones, no es mi intención causarte… No, digo, causarles tantas molestias a todos.

Él negó, acercándose hasta ella.

—No, no tienes que disculparte —dijo, su piel se veía tan tersa y brillante que no pudo evitar extender la mano hacia ella, acariciando su mejilla —. Es mi trabajo ¿sabes? Proteger a todos los habitantes de Konoha.

—P-pero yo abandoné la aldea hace siete años —respondió, sin evitar el suave color rosa que había coloreado sus mejillas.

—Pero tú siempre serás parte de Konoha —susurró, sin dejar de acariciar su rostro —. Aquí siempre estará tú hogar, así como las personas que te aman.

Un sonrojo más intenso la invadió, haciendo que desviara la mirada hacia su hija.

—No, mi hogar ya no está aquí —soltó, posando su mano sobre la de Naruto, atrapándola entre la piel de su mejilla —. Hace siete años renuncie a Konoha.

—Pero eso no significa que haya dejado de ser tú hogar, pudiste haber estado todos estos años afuera, lejos, pero estoy seguro que una parte de ti siempre se mantuvo unida a la aldea —explicó —. Konoha es como un árbol, con sus hojas al sol y sus raíces profundas, y sabes lo que dicen de las semillas: nunca brotan muy lejos del árbol.

Ella sonrió, pero esa sonrisa era ligera, triste, lejana.

— ¿Qué intentas hacer, Naruto-kun? —inquirió, apartando la mano de su rostro.

Él se encogió de hombros, realmente no lo sabía. Él solo quería estar ahí, con ella, recuperar todos los años que habían perdido.

—Toneri-sama está vivo —reveló, apartándose de él y acercándose a su hija, dándole la espalda.

La realidad lo golpeó en la cara.

— ¿Cómo? —preguntó, inseguro de haber escuchado bien.

—Himeko lo vio, eso fue lo que causó el estallido de chakra.

— ¿Cómo lo sabes? —preguntó, dando un paso hacia ella y extendiendo su mano, deteniéndola a escasos centímetros de su hombro.

—Porque pude sentir su chakra, débil y frío sobre mí, como si fueran los restos de un jutsu.

— ¿Estas segura?

Ella asintió.

—No sé cómo, aunque me hago una idea —explicó, arrodillándose junto a la cama y acariciando el cabello de su hija —. Himeko lo quiere ver, no hay nada más que deseé en su corazón. Toneri-sama siempre ha podido encontrarnos en sueño, es un viejo jutsu de su clan, una ilusión catalizada por la luz de la luna. No sé cómo pudo Himeko haber aprendido esa técnica o sí fue Toneri el que la uso, pero estoy segura que ambos se vieron en sueños.

Naruto contuvo el aliento, no sabiendo que decir.

—Pero algo debió salir mal, antes de que Himeko perdiera la conciencia me susurro: Vi a Otōsan. Esta herido, hay tanta sangre… —la mujer se llevó la mano hacia los labios, conteniendo un sollozos —Solo hay dos razones para que Toneri no haya intentado contactarnos, o f-falleció o no pu-puede.

— ¿Crees que está herido? ¿Atrapado?

—Si —afirmó —, y sí es así, lo encontraré.

Ninguno dijo más, no tenían nada más que decirse.

Naruto dejó escapar el aire que no sabía que estaba conteniendo, dando un paso hacia atrás y dirigiéndose a la salida. Ya no tenía nada más que hacer ahí, la realidad había caído ante él como una avalancha.

—Naruto-kun —lo llamó Hinata, deteniendo sus pasos —. Arigatô gozaimasu, pero Konoha ya no es mi hogar.

—Buenas noches, Hinata-chan —dijo, saliendo tan rápido como pudo.

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Kiba la encontró en su habitación, acostada a un lado de Himeko pero con los ojos abiertos y la mirada fija en algún punto de la habitación.

—Hinata —la llamó, captando su atención.

—Perdón, debí haberte preguntado sí podía usar tú cuarto —dijo, incorporándose levemente.

—Tranquila, de todas maneras, pensaba ofrecértelo.

Ella asintió.

— ¿Estas bien? —Inquirió el hombre, zanjando la distancia que los separaba y arrodillándose para quedar a su altura— ¿Has vuelto a marearte? ¿Te duelen tus heridas?

—No, solo estoy preocupada por Himeko-chan.

—Lo sé —afirmó —. Pero todo va a estar bien, Hinata. Tú y ella, estarán bien.

Hinata se mordisqueó los labios, suave. Después de todo lo ocurrido, se le antojaba tan lejano todo lo que había pasado con Kiba un par de horas antes, cuando descubrió los verdaderos sentimientos de su amigo. Quería gritar, tomar a su hija y escapar, porque no por primera vez en su vida, sus sentimientos parecían una tormenta dentro de su pecho. Pero aunque no podía distinguir entre el amor que sentía por Naruto y Toneri, sabía que por el hombre frente a sí, no había nada más que un sentimiento de hermandad.

Así que, aún confusa, se incorporó lentamente y extendió los brazos hacia el castaño, rodeando su cuello y obligándolo a recostar su cabeza sobre su regazo. Encorvándose, lo cubrió y beso su coronilla, sin poder evitar las lágrimas que comenzaron a desbordarse, salpicando el rostro de su ex compañero.

—Sumimasen —suplicó, abrazándolo con todas sus fuerzas.

— ¿Por qué? —preguntó Kiba, con una dulzura que nunca había escuchado en su voz.

—Por lastimarte —dijo, con simpleza.

No lo vio, pero casi pudo distinguir la sonrisa ladina que curvaba sus labios.

—Nunca me has lastimado, Hinata-chan —respondió, envolviendo sus brazos alrededor de su cintura —. Quizá de jóvenes, con tú Jūken.

— ¡Kiba-kun!

— Es cierto, Hinata-chan. Nunca me he sentido lastimado.

—Pero…

—Sé que no me amas —afirmó, tensando los brazos alrededor de ella —. Al menos no como Naruto, mucho menos como amas a Ōtsutsuki Toneri. Pero eso nunca me ha importado, no me importó en el pasado y menos ahora.

—Pero…

—He sido feliz, Hinata. Viendo como crecías, como te hacías más fuerte. Me reía cada vez que tan solo la presencia de Naruto te hacia sonrojar, fui feliz cuando tenía que cargar contigo tras un desmayo, fui feliz hasta cuando me dijiste que estabas dispuesta a declarártele al baka —explicó, sin querer mirarla —. Siempre me conformé con tú sonrisa, con tus platillos a la hora de almorzar y tú compañía en cada misión, nunca anhelé más. Y sí, sufrí cuando te fuiste, pero también aprendí a ser feliz con tú ausencia. Conocí mujeres y las amé, con fuerza y pasión, como solo un Inusuka sabe amar, con libertad…

—Kiba…

—Así que nunca me lastimaste —sentenció —. Nunca podrías.

—Aunque te dijera que me tengo que ir —Hinata sintió como el cuerpo de su amigo se tensaba, como su abrazo se afianzaba y se contraía, aprisionándola entre sus brazos.

— ¿Por qué lo harías? —preguntó con voz gutural.

—Porque él está vivo —afirmó —, y me necesita.

Por un momento, pensó que la conversación había acabado, que este era el fin de su amistad. Sin embargo, Kiba relajó su abrazo, sin soltarla, alzó la mirada encontrándose con sus ojos.

—Entonces, yo te diré que voy a ir contigo, así sea para rescatar al imbécil.

—Kiba…

—No volveré a dejar que te vayas lejos, Hinata. Nunca más. Y sí tengo que ir al mismo infierno para acompañarte, lo haré.

—Arigatô gozaimasu.

El negó, volviendo a posar su cabeza en su regazo.

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Entre las sombras, sentado en una rama de un árbol, una figura envuelta en una capa negra sonrió.

No había tenido que usar su sharingan, la madre y la hija habían descubierto el destino de Ōtsutsuki Toneri sin su ayuda. No tardarían en intentar buscarlo, probablemente la mujer dejaría la niña a resguardo en la aldea, y esa sería su oportunidad para hacerse con el Tenseigan. ¿El Byakugan? Bueno, él prefería dejarle la mujer a su líder, después de todo, él prefería otra clase de presas.

El mundo no sabía lo que le esperaba, la venganza era un plato para disfrutar en frío. Se colocó su máscara y desapareció.

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Kiba despertó con el cuello adolorido, frotándose los ojos se las arregló para incorporarse en el sofá. La noche anterior, se había quedado vigilando a Himeko y a Hinata hasta que la mayor concilió el sueño, luego había tomado descuidadamente un pantalón del pijama y una sábana, arrastrando su agotado cuerpo hacia el sofá.

No sabía qué hora era, pero por la posición del sol, asumía que había dormido más de la cuenta. Observó a Akamaru desde una colchoneta en el suelo, quién lo observo por tan solo un instante, antes de estirarse y adoptar una nueva posición, recostando su cabeza entre las patas, dispuesto a volver a dormir. Kiba en cambio, se estiro, tomando la franelilla que había dejado en la mesa que decoraba la sala, asegurándose de cubrir su abdomen desnudo antes de que Hinata lo encontrará en esas condiciones. Aunque su amiga había madurado durante esos años, estaba seguro de que aún se abochornaría por algo así.

Se puso de pie, dirigiéndose a la cocina y alcanzando un vaso, abrió el grifo y el murmullo del agua amortiguó cualquier otro sonido. Bostezó, estirándose nuevamente, cuando sus ojos se dirigieron hacia la ventana principal. Por poco, deja caer el vaso con agua.

Hyūga Hiashi, se encontraba de pie, en el rellano de su casa. Barbilla en alto, espalda erguida, hombros tensos. No importaba su cabello blanquecino o las arrugas que surcaban su rostro, su presencia seguía siendo tan imponente como antaño. Volvió a sentirse como el niño de doce años que había sido la primera vez que sus ojos blancos se posaron en él, cuando asistió al complejo Hyūga en busca de Hinata hace tantos años atrás.

Rápidamente, se apresuró a abrir la puerta.

—No esperaba su visita, Hyūga-sama —saludó, con la garganta seca.

El hombre no contestó al instante, en cambio, ingresó a su morada y observó a su alrededor, sin hacer comentarios sobre las sabanas en su sillón o los vasos de té a medio llenar que habían quedado olvidado en la mesa central.

—Vine a ver a mi hija —dijo, como toda respuesta.

—Claro…— qué podía decirle, que su hija se encontraba durmiendo en su habitación o que pasara más tarde, cualquiera de las dos opciones se le antojaba impensable.

Sin embargo, no tuvo que elegir nada.

—Otōsan —susurró la voz de Hinata, desde el pasillo que conectaba con su habitación. Se veía sorprendida, con sus labios curvados en una "o" y sus ojos abiertos en toda la extensión.

La mujer se encontraba despierta, vestida apropiadamente con un kimono de color azul oscuro y un obi de un tono celeste, pequeñas flores sakuras salpicaban sus mangas y el bajo del traje. Aún tenía el cabello húmedo, como sí acabará de tomar un baño y los ojos rojos a causa de la falta de sueño, exceptuando aquellos detalles, Hinata se veía como toda una princesa.

—Cuanto tiempo, Hinata —dijo el hombre, sin ningún rastro de expresión.

—Eh, bueno, yo iré a acomodarme —se excusó el castaño.

—Kiba-kun —lo detuvo Hinata, cuando pasó por su lado —. Por favor…

No tenía que agregar nada más, Kiba le dedicó una sonrisa ladina y se encaminó a su cuarto. No perdería de vista a Himeko.

.

Aunque, hace siete años, la relación con su padre había mejorado, el tiempo era una brecha que Hinata no sabía cómo superar. No se encontraba preparada, no había dormido del todo bien y sus heridas volvían a doler. Así que solo atinó a acercársele, deteniéndose a tres pasos de distancia e inclinarse en una leve reverencia.

— ¿Desea té, Otōsan? —inquirió, sin levantar la vista.

— Si.

— Puede esperarme aquí en la sala o sí prefiere en el rellano, lamentablemente Kiba no cuenta con un salón de té —se excusó, desempolvando sus mejores modales.

—En el rellano está bien, Hinata —sin decir más, el hombre se dirigió a las afuera de la casa mientras que ella a la cocina.

El té no tardó en estar listo, por lo que pronto Hinata se encontró sentada frente a su padre, sirviendo la cálida bebida. El olor a incienso que impregnaba las ropas de su padre la envolvió, un móvil sonó a lo lejos y la brisa arrancó unas cuantas hojas de los árboles, olía a bosque y a té, a casa.

—Siempre tuviste una agilidad natural para preparar el té —comenzó Hiashi, rompiendo el silencio —. Tú madre le gustaban los sabores fuertes, cargados, así que su té solía tener un gusto amargo —explicó, sorprendiendo a su hija —. Hanabi, tiene un alma impetuosa, prefiere saltarse los rituales y las ceremonias, así que su té siempre es insípido. En cambio, tú té siempre tiene el gustó adecuado, el balance perfecto de temperatura y sabor. Lo extrañaba.

Las lágrimas acudieron a sus ojos sin que lo pudiera evitarlas. Su padre era un hombre frío, serio, muy poco dado a expresar sus emociones; por eso, aquellas palabras valían tanto, era su extraña forma de decir que la había extrañado. Sin embargo, mantuvo su postura erguida, la espalda recta, las manos envolviendo la taza de té y la mirada baja, en una actitud más bien sumisa pero elegante.

Estaba segura, que sí Toneri la hubiera visto así, la habría convencido de alzar la barbilla y mirar a su padre con orgullo. Por otro lado, la presencia de Naruto la habría relajado, haciéndola olvidar todos sus modales. Pero ninguno de los dos estaba con ella, ni su Luna ni su Sol.

Permanecieron en silencio hasta que ambas tazas estuvieron vacías.

—Nunca he sabido cómo comunicarme contigo —confesó su padre, sus ojos recorriendo la periferia —. Con Neji siempre fue más fácil, su seriedad natural y su carácter frío, era tan similar al mío; así que siempre fue fácil abordarlo. En cambio, ustedes, mis hijas, siempre fueron más difíciles de alcanzar. Al principio, cuando Hanabi era pequeña, era tanta su necesidad de sobresalir e imitar mis pasos, que era ella quién iniciaba las conversaciones conmigo. Pero a medida que fue creciendo, que su personalidad evolucionó y el fuego de su ser empezó a arder, se me volvió indómita y atrevida, me costaba entenderla, pero bajo ese fuego seguía estando la niña que quería imitar mis pasos.

» Sin embargo, tú eras distinta. Nunca pude alcanzarte, te lastimé cuando eras una niña, y no te vi realmente sino hasta cuando ya eras una mujer. No fui un buen padre, ni para Hanabi ni para ti, pero entre las dos, contigo me equivoque más que con ella.

—Otōsan —susurró, sin dar crédito a sus oídos.

—Es muy tarde para cambiar el pasado, Hinata —dijo, desviando la mirada hacia ella —. Pedir perdón no es algo a lo que este acostumbrado, pero siempre he sabido reconocer cuando he perdido una batalla. Lo siento —afirmó, inclinándose ante su hija.

—No… No, Otōsan. No se disculpe —dijo, bajando la mirada —. Más bien perdóneme a mí, por no esforzarme más, por no lograr a ser la heredera que deseaba. Perdón, por mi culpa murió mi tío, por mí murió Neji-niisan. Por mis decisiones, nuestro apellido fue deshonrado —suplicó, inclinándose ante él.

—No, no tengo porque perdonar lo que no es tú culpa— dijo, posando la mano sobre su cabeza —. Mi hermano decidió sacrificarse por mí, por su libertad. Neji, murió cumpliendo su misión, en una guerra, dando la vida por aquellos que amaba —explicó —. Tú partida nos lastimó, pero yo sabía. Siempre supe, que algún día las leyendas de la Luna se volverían realidades. Y sabía, que cuando eso pasara, los Hyūgas deberían sacrificarse en el bien de la Tierra. Nunca has deshonrado a nuestro clan.

—Otōsan —susurró, alzando la mirada y encontrándose con los ojos claros de su padre.

—Estoy orgulloso de ti, Hinata.

No pudo aguantar más, dejó que las lágrimas surcaran libres su rostro. Su padre se mantuvo en silencio, a su lado, con la mirada perdida entre los árboles mientras ella sollozó en silencio, con el corazón retumbándole en el pecho.

— ¿Cómo esta Hanabi-chan? —preguntó, intentando secarse las lágrimas, aún con los ojos cerrados.

—Confundida, no sabe que pensar —explicó su padre, sin dirigirle la mirada —. Como hermana, está dolida. Como líder del clan, está tomando las mejores decisiones para su familia. Pero como mujer, no sabe qué pensar. Dale tiempo.

Ella asintió.

— ¿Okāsan?

Hinata volteó hacia atrás, aún con los remanentes de sus lágrimas bailando en la comisura de sus ojos, encontrándose a su hija, frotándose los ojitos mientras dejaba escapar un bostezo, en los brazos de Kiba. Se veía cansada, los labios pálidos y las mejillas levemente sonrojadas, su visión le hizo fruncir el ceño de preocupación.

—Disculpen la molestia —interrumpió Kiba —, pero Himeko quería saber dónde estabas.

Hinata asintió, extendiendo sus brazos hacia la niña que Kiba no tardó en entregar. Llevó la mano a su frente, comprobando que tenía un poco de calentura, pero aparte de eso no parecía estar mal, solo cansada.

La intensa mirada de su padre la hizo apartar los ojos de Himeko, provocando que una sonrisa sincera se dibujara en su rostro.

—Otōsan —comenzó Hinata, apreciando como Himeko examinaba al hombre sentado frente a sí —, te presentó a tú nieta, Ōtsutsuki Himeko.


Nota: ¡Tarannn! ¡He vuelto!

Les debo una disculpa por la espera, he estado muy ocupada con la tesis y siendo sincera, sufrí un bloqueo creativo, y todo para nada. Los tiempos de mí tesis no me dan, así que ya defenderé para el próximo año. Prácticamente llevó en mí tesis lo que me tomó la carrera entera, así que entiendan mi sufrimiento. Pero en fin, ya estoy de vuelta, y las musas kunoichis regresaron a mí.

Debo disculparme por la escena inicial y su cierre, fue más que todo un capricho. Durante el bloqueó la escribí, me gustó tanto que decidí que debía meterla a la fuerza en la historia, lo cual, espero que no les haya molestado. Me encanta el KibaHina y a decir verdad, me gusta demasiado en está historia. Pero estoy centrada, sé lo que debo escribir, por eso la segunda escena entre estos dos es un cierre a esta pareja. ¿Qué creen? ¿Se me explotaron las cotufas o les gusto?

Lo sé, he vuelto a enrollar las cosas, Hinata ahora sabe que Toneri vive y está dispuesta a recuperarlo, lo ama, y es un hecho. Pero también se encuentra confundida por Naruto, lo admite. Sin embargo su hija y su esposo son su Norte en este episodio. Para el próximo capitulo habrá más NaruHina, lo prometo. En mi mente, tengo planeado unos cuatro capitulos más, contando un epilogo. Espero poder publicar en Diciembre al menos dos capitulos, así que tengame paciencia.

¿Qué les pareció el reencuentro con su padre?

Disculpen no haber contestado sus review, he estado con tantas cosas encimas que ni siquiera he tenido tempo de ello. Pero lo haré, lo prometo.

Dos ultimas cositas: 1). He abierto una cuenta en twitter ( EscritoraVerde) dedicada exclusivamente al fandom y la literatura, cualquier adelanto de esta historia, o comentario, será publicado bajo el hashtag #CuandoNosVolvamosAEncontrar. 2) He pensado en escribir un fic como regalo de Navidad, pero no estoy muy segura de cómo hacer ¿alguna idea? ¿me inventó algún concurso? Estoy segura de que ustedes podrán aportar mejores ideas de las que a mí se me pudieran ocurrir.

Sin más que agregar, me despido.

¡Abrazos!

PD. Releyendo los capítulos (en un intentó de vencer el bloqueo) me di cuenta de los muchos errores que hay por ahí esparcidos... Discúlpenme por eso. No tengo beta, por lo que normalmente edito los capítulos yo misma, muchas veces a deshora o con prisas, así que más de un error se me pasa. Discúlpenme.

PD2. Este es el capítulo más largo hasta ahora :O